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“El oficio de consolar”, por Gema Juan OCD

Martes, 12 de mayo de 2015
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16726558813_1e269c9ca4_mDe su blog Juntos Andemos:

«Este Señor y consolador mío» —así llamaba Teresa de Jesús a Cristo. Había experimentado lo que, poco antes de tomar ella la pluma, había dejado escrito Ignacio de Loyola: que el Resucitado trae el oficio de consolar.

Teresa llamará a este Señor «descanso de todas las penas» y dirá que consuela esforzando y animando, rehaciendo el corazón. Cristo es «consuelo de los desconsolados y remedio de quien se quiere remediar».

Con tanta confianza como amor, escribirá: «¿Será mejor callar mis necesidades?… No, por cierto; que Vos, Señor mío y deleite mío, sabiendo las muchas que habían de ser y el alivio que nos es contarlas a Vos, decís que os pidamos y que no dejaréis de dar». En el Resucitado se descansa, se dejan las necesidades y de Él se puede esperar el consuelo de la paz y la fortaleza.

Cuando se ha hecho experiencia de esta verdad, se deja de buscar «en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener». Y quienes lo entienden, «pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro». Teresa aún añadirá: «¡Cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra!». Bajo la sombra del que vive, se haya la vida.

A punto de terminar las VI Moradas, dirá que Él «da esfuerzo a quien ve que le ha menester» y se ocupa de los que sufren: «En todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones».

Además, es un consuelo que ilumina. Teresa dirá que la presencia viva de Cristo «da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado». Por eso alumbra el camino: Él es «el verdadero Consolador [que] consuela y fortalece, para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad».

De este Señor, del que Teresa decía: «Olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle», pedirá a sus hermanas y a todos los que beban en sus escritos que se hagan seguidores. ¿Cómo? Ella lo tiene muy claro: acompañando a Cristo en el oficio de consolar. Haciéndose consoladores como Él.

Cuando Teresa habla de las dificultades que ha tenido en su propio camino, de sus tropiezos y vueltas atrás, lo hace en gran medida, para consolar. Dirá: «Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen». Aunque después de un largo camino, se tenga un tropiezo, no hay que abandonar, porque Él jamás deja de dar la mano.

Pocos años antes de su muerte, un grupito de mujeres de Villanueva de la Jara, pedía a Teresa que transformase su beaterio en una comunidad de carmelitas descalzas. Ella se resistía, pero acaba comprendiendo que detrás de la petición está el servicio a Jesús y escribirá: «Paréceme que por muchos trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado de consolar estas almas». Igual que, al concluir su Camino de Perfección, dice: «Consolarme he que os consoléis», leyendo el librito.

Consolar, dice Teresa, es «hacer placer y servir» a los demás. Y advertía a sus hermanas de la necesaria libertad para unirse a Jesús en el oficio de consolar. Por eso, decía: «En otras partes hay libertad para consolarse con deudos; aquí, si algunos se admiten, es para consuelo de los mismos». Pedía, sencillamente, una inversión de intereses, algo que atañe a cualquier seguidor de Cristo: anteponer el bien de los demás.

Así, en una carta a su querido Gracián dejará escrita la razón por la que andaba fundando sus casitas de oración: consolar a los demás. Y, como si no bastara consolar a quienes necesitan remedio, Teresa deja su alegato consolador a favor de las mujeres, una vez más. Porque si su condición la obliga a escribir que «no somos para nada», enseguida añade que esas mujeres reunidas son tan valiosas que podrán conseguir cuanto desean.

«Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante de Dios un alma que por sola su honra pide remedio para otras. Crea, mi padre, que creo se va cumpliendo el deseo con que se comenzaron estos monasterios que fue para pedir a Dios que a los que tornan por su honra y servicio ayude, ya que las mujeres no somos para nada. Cuando yo considero la perfección de estas monjas, no me espantaré de lo que alcanzaren de Dios».

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“Suite nº 1 para violonchelo solo en Sol Mayor, BWV 1007 de J. S. Bach: Invitación VII”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 16 de junio de 2014
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14046403169_925d318648_mFantástico artículo que hemos leído en su blog  Juntos Andemos  y que os animo a leer, escuchar… y volver a leer:

La voz de un violonchelo emerge de unas partituras empolvadas en una tienda de segunda mano, donde habían permanecido calladas durante muchos años. Las rescató del olvido el genial violonchelista Pau Casals. En ellas, aparece un cello desnudo, sin orquesta, arropado por unas manos que lo hacen vibrar. Solo, pero cantando a voces.

Se trataba de unas partituras de Bach, sus seis Suites para cello. En ellas, el violonchelo adquiere una gran expresividad armónica, pues encierran una «polifonía en soledad» y la amplitud de lo que se desarrolla en progresión. Como sucede en el camino espiritual.

Las VII Moradas de Teresa de Jesús culminan con un «instrumento» al que Dios hace resonar: un ser humano que desde su intimidad habitada, donde silencio y soledad se dan la mano, abre su vida a todo. A solas, pero con «esta divina compañía». Fundido, «hecho una cosa con Dios», y sabiendo que lo que importa es «el amor con que se hacen» las cosas.

La suite nº1 contiene una música desnuda; Teresa advierte que en esta morada no hay «alborotos interiores», ni «arrebatamientos y vuelo de espíritu», ni «grandes ocasiones de devoción». Antes –dirá de la persona– «andaba ansiosa… ahora, halló su reposo… pues goza de tal compañía». Esa compañía es Cristo.

A la vez, Bach es capaz de crear aquí sonoridades orquestales, a través de una gran variedad tímbrica y armónica. Es una música rica, como el castillo teresiano, como este largo momento que engloban las VII Moradas. Teresa solo dice «algo de lo mucho que hay que decir».

La suite no es descriptiva, pero sus ideas musicales, profundas y emocionantes, se convierten en un rumor, que acompaña la experiencia que Teresa narra en este tramo del camino: Dios se comunica y «quiere que le goce el alma en su mismo centro», de modo «que ya no se pueden apartar» uno de otro y se da la unión «de espíritu con espíritu».

Entre los instrumentos musicales, el sonido del violonchelo es el que más se parece a la voz humana, de modo que evoca fácilmente al ser humano. Bach utiliza acordes desplegados, Teresa muestra cómo la persona, a través de un largo proceso, despliega su verdad: es capaz de acoger a Dios y de vivir plenamente unido a Él y abierto a los demás.

Una suite es una sucesión de danzas, con ritmos muy claros. En este caso, permite ver el amplio arco que abarca esta morada. El orden de las danzas –lento-rápido– crea un contraste sonoro fuerte, mientras se mantiene una misma idea melódico-armónica que da coherencia al conjunto. Alegría y profundidad se dan la mano, jovialidad y gravedad van unidas.

Teresa pide que «no entendamos es el alma alguna cosa oscura», es clara, como la línea melódica de la suite, definida ya en el Preludio. Y habla de «un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas moradas», con un hilo conductor: «su misericordia… el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando… que nos estemos con Él».

Los últimos compases del Preludio, de una intensidad conmovedora, transmiten la llegada al «centro interior». A partir de ahí, la alternancia de las danzas revela la paz «de haber hallado reposo» (Allemande) y la alegría de experimentar «que vive en ella Cristo» (Courante), junto al impulso de hacerse «esclavos de todo el mundo, como Él lo fue», por amor de Su amor.

Entre estas dos danzas se expresa, especialmente, el contraste que indica Teresa: la paz íntima y la entrega imparable de quien se siente unido a Cristo: «el sosiego que tienen estas almas en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Algo que ya venía anunciado en la inquietud tonal del Preludio.

Después, la grave Sarabande reflejará «esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios». Un misterio profundo, «dificultoso de decir»: la persona está habitada, la misma Trinidad es su huésped y más profundo centro. Y algo importante: «nunca más le parece se fueron de con ella» estas tres personas divinas. La música refleja, en su equilibrio, la trascendencia y la estabilidad de la experiencia.

En el doble Menuett, tranquilo pero vivo, asoma la nueva personalidad de quien se ha dejado conducir hasta el centro. La melodía, amable y bellísima, recuerda el «olvido de sí» que nace de la experiencia de que «su vida es ya Cristo». También el deseo «de ayudar en algo al Crucificado», de servir, y el abandono de cualquier «enemistad con los que las hacen mal o desean hacer». Son las obras del amor.

Con la veloz Gigue, concluye la suite. Es una música incontenible que expresa el «espanto» que siente Teresa. Es el asombro y la admiración que se abren en esta experiencia: «cada día se espanta más esta alma». Crece la capacidad para sorprenderse y saborear todo, también la presencia divina en sí y en todas las cosas.

El gran Rostropovich* comparó esta suite «con la naturalidad y sencillez de la respiración de un ser humano». Es como si Bach hubiera dado con el «centro» y supiera lo que Teresa quería decir al hablar de esa comunión plena que llamó «matrimonio espiritual», donde todo es «amor con amor» y lo divino y lo humano se armonizan, simplificándose.

Cuando el ser humano se descubre habitado y amado por Dios, y decide «dejarse en sus manos», nace la mejor música. Y, solista y solidario a la vez, el «instrumento» suena de verdad.

*Hemos elegido algunos de los grandes violonchelistas –Casals, Rostropovich, Yo-Yo Ma, Du Pré y Maisky– que entienden e interpretan de diversas maneras a Bach, para mostrar algo muy importante que advierte Teresa: que Dios se comunica y une a cada persona de diferente manera, como mejor es para ella.

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