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Multitudinaria manifestación contra un proyecto de ley de uniones entre personas del mismo sexo en Italia

Jueves, 25 de junio de 2015
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8f97e3a0505e9907d580cdc102cfb904-kn9-U106036648206aPG-700x394@LaStampa.itAnte la perspectiva de un posible reconocimiento jurídico de las parejas del mismo sexo, los sectores sociales más conservadores muestran la intensidad de su odio homófobo en Italia manifestándose de forma multitudinaria en las calles, como antes lo hicieran en España o en Francia. La diferencia es que mientras en estos dos últimos países la intensa reacción homófoba se producía frente al matrimonio igualitario, en Italia lo hace contra una propuesta de ley de uniones civiles que ni siquiera contempla la adopción conjunta. 

La fortaleza de los homófobos es indudable en Italia. Según sus promotores, más de un millón de personas salieron a las calles de Roma este sábado para protestar contra un proyecto que en las últimas semanas parece haber salido de su letargo. Según el Ministerio del Interior, fueron 400.000 personas. Muy posiblemente ambas cifras son exageradas (el Ministerio del Interior italiano está en las manos de Angelino Alfano, político derechista contrario al proyecto de uniones civiles y que hizo público en redes sociales su apoyo a la manifestación, aunque no acudió en persona), pero en cualquier caso fueron decenas de miles de personas las que acudieron al centro de la capital italiana para hacer una gran demostración de fuerza.

Para comprender lo que está sucediendo en Italia hay que retrotraerse unas semanas atrás, cuando el pueblo de Irlanda dio un ejemplo al mundo incorporando a su Constitución el matrimonio igualitario por amplia mayoría en un histórico referéndum. Un resultado que dejaba a Italia, que comparte con Irlanda su tradición católica, como prácticamente el único país de la Europa occidental que no reconoce los derechos de las parejas LGTB, ni mediante el matrimonio igualitario ni con la fórmula de la unión civil. El primer ministro Matteo Renzi declaraba tras conocer el resultado irlandés que “las uniones civiles no pueden retrasarse más”. Y ello pese a que el propio Renzi ha actuado en el pasado como freno al proyecto, y ello pese a el Parlamento salido de las elecciones de 2013 no debería tener, en teoría, especiales dificultades para aprobar un proyecto así. La misma Corte Constitucional dictaminaba en 2010 que los derechos de las parejas del mismo sexo deben ser reconocidos bajo una forma u otra, aunque la fórmula no sea el matrimonio (si bien tampoco hay nada que consitucionalmente impida esta posibilidad), línea argumentativa que han seguido después los tribunales italianos sin que al legislativo le haya parecido urgente hacerles caso.

Por el momento, existe un proyecto presentado por la senadora Monica Cirinnà en junio de 2014, que reconocería a las parejas del mismo sexo su derecho a contraer una unión civil con derechos similares a los del matrimonio salvo la adopción conjunta (sí permitiría, bajo ciertas circunstancias, la adopción de los hijos que ya tenga la pareja) que ya ha recibido el visto bueno de la Comisión de Justicia del Senado, aunque en principio le quedaría una larga rodadura. Pero tras el referéndum irlandés Cirinnà se mostraba esperanzada y declaraba que “finalmente ha llegado el momento de que se apruebe antes del verano”.

Unas previsiones que aunque no se han cumplido (el verano ya está aquí…) parecen haber despertado las alarmas de los homófobos y han desembocado en la gran manifestación de este sábado a favor de la familia tradicional y en contra de la “ideología de género” que se acompañará sin duda de más protestas. Protestas que por mucho que quieran difuminar (la Conferencia Episcopal Italiana se ha desmarcado de la convocatoria, aunque asegura compartir sus reivindicaciones, y se ha invitado a participar, por ejemplo, a Ben Mohamed, imán de la barriada romana de Centocelli) están promovidas y lideradas por el catolicismo más tradicionalista, que tiene gran fuerza en Italia. No faltó, por cierto, representación española: otro de los intervinientes fue Kiko Arguello, uno de los fundadores del Camino Neocatecumenal, los conocidos “kikos”.

También participaron políticos italianos de gran tradición homófoba, como Carlo Giovanardi, Paola Binetti, Maurizio Gasparri, Roberto Formigoni o Mario Adinolfi. Este último, que intervino como orador en el acto, es de hecho uno de los líderes del movimiento homófobo italiano, pese a ser diputado del Partido Democrático, el mismo al que pertenecen el primer ministro Renzi y la senadora Cirinnà. Adinolfi ha sido, de hecho, uno de los apoyos internos de Renzi (un político que, no olvidemos, proviene de la democracia cristiana). Una muestra más de lo complicado de la escena política en materia LGTB en Italia, un país en el que la Iglesia católica cuenta con terminales en prácticamente todos los partidos.

Fuente Dosmanzanas

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“Yo también he estado en el Camino Neo-Catecumenal”, por Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Domingo, 21 de diciembre de 2014
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el-papa-y-kiko_560x280Leído en la página web de Redes Cristianas

A raíz de la noticia de que el día 5 de este mes el Papa Francisco recibió media hora a Kiko Argüello, fundador del Camino Neo-Catecumenal, se han disparado en Religión Digital (RD) los comentarios sobre esa experiencia catecumenal de la Iglesia de hoy. La mayoría de ellos de personas que participaron del Camino durante años, y, al decidir salir, abandonar la experiencia, se han visto rechazados, postergados, y, a veces, desgraciadamente, humillados. Me lo creo porque yo, a pesar de ser presbítero, como ellos llaman a los curas, -y en eso tiene toda la razón, (mucho mejor que llamarnos sacerdotes)-, y con todo el perendengue con que tratan con que nos tratan a los clérigos, experimenté mucho de lo que bastantes ex-neocatecumenales expresan.

No, efectivamente, no son nada caritativos, ni misericordiosos, ni dulces, ni comprensivos, ¡ni cristianos!, sobre todo los catequistas, con los que abandonan el Camino. Te tratan como a un apestado, como a un hereje, como un renegado. Me sucedió en una celebración del Sacramento de la Confirmación, en la Iglesia del Tránsito, a la que asistí para concelebrar en la misma, pues se confirmaba mi sobrina Esperanza, miembro del Camino. Simplemente, ni me vieron, ni reconocieron, ni saludaron, cuando voluntaria y graciosamente, caminé con la tercera comunidad de esa parroquia dos años, participando de las preparaciones y celebraciones de la Palabra y de la Eucaristía.

Ahora os cuento por qué sucedió ese trato y ese rechazo. Pero como ahora tengo que celebrar misa, lo haré cuando pueda, por la tarde, o a la noche. Sigo. El curso 1986-87, estando haciendo en la casa provincial de los Sagrados Corazones una especie de año sabático, Kiko me pidió que le hiciera el favor de ir a Santander a cubrir la baja de un presbítero itinerante que había fallecido, y había dejado el equipo sin cura. Lo consulté con el padre provincial, José Luis Lozano, quien me permitió actuar como me pareciera mejor, pero mostrando su opinión de que no le apetecía nada que dejara el curso intensivo de inglés que estaba haciendo, muy bueno, pero muy caro, con vistas a ir a la universidad de Princeton, a intentar el doctorado en Filosofía de la Educación, para completar el Master en la misma materia, que había dejado sin concluir en la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Sâo Paulo, Brasil. Me costó mucho, pero decidí no dejar tirado al equipo de Santander. Dimos una catequesis, en dos parroquias de la capital, y nacieron dos nuevas comunidades. La experiencia, sobre todo por la compañera catequista, no se me hizo nada agradable.

Pero lo peor fue en la convivencia de catequistas de fin de año, en el Valle de los Caídos, donde sin venir a cuento, ni tener nada que ver con la catequesis de que estábamos haciendo la presentación y la evaluación, me recordó algo de mi época de la parroquia del Tránsito, referente a una chica de la comunidad, con la que me relacionaba sin ningún tipo de información, ni fidedigna, ni no; simplemente, como le sucede con frecuencia a Kiko, por intuición y, por lo visto, por sus dotes casi taumatúrgicas de lector de conciencias, y de conocedor de intenciones profundas y de los misterios del corazón. Me lo reprochó en público, cuando yo, como responsable del equipo, presentaba el resultado de la catequesis. No me, callé y le afeé la pretensión de confundirme con algo que, como he dicho, no tenía nada que ver, y que habría sucedido casi dos años antes. Y todo porque esa chica había escogido para padrino de su hijo. El gran catequista Kiko no está acostumbrado a que nadie que no sea de su primera comunidad, y en petit comité, le responda. Así que se enfadó mucho, y me vino a buscar al fin de la comida para darme un repaso, con su equipo completo: con Carmen y Mario Pezzi. Intentó impresionarme con su áurea de gran fundador, y, entre otras cosas originales, me soltó eso tan sangrante de “has querido matar al padre”. Mi repuesta, además de la risa, fue que se quitara de la cabeza que yo tuviera con él alguna relación parecida a la paternidad espiritual, o de cualquier tipo, así como le solté que no le debía nada a él en el recorrido de mi experiencia de fe. Que, gracias a Dios, había comenzado mucho antes de conocerlo.

No sé quién lo contó, porque de mi boca no salió mi una palabra de ese encontronazo. Pero como fue público, alguien debió de largar a los catequistas del Tránsito. El caso es que me encontré con ese vacío y ese ostensible y nada disimulado desprecio. Y, sin embargo, Kiko es mucho más maduro que esos catequistas, porque después de ese affaire solicitó otra vez mi presencia para otra catequesis por Cantabria. Lo que me demuestra algo que me ha parecido percibir en la relación Kiko-catequistas, sobre todo más antiguos, del Camino: que Kiko no reprende a los catequistas más señalados, o si lo hace, no consigue que dejen de dar tan mal testimonio de la verdad y la seriedad de su comportamiento cristiano: me refiero, ni más ni menos, que al ABC del mismo: “amarás al prójimo como a ti mismo”, o, todavía más, “como yo os he amado”. Dan la impresión los más allegados a Kiko de que ese mandamiento sólo fuera válido en sus relaciones con su gran catequista, y, todo lo más, con lo más granado de los inicios del Camino. Pero no con los simples mortales del montón. Sobre todo si alguno de esos infelices y desorientados aprendices de cristianos tiene la osadía de poner en tela de juicio alguna de las genialidades de su padre y maestro.

Tal vez mis palabras han sonado un poco fuertes. Pero puedo asegurar, y aseguro, que me he quedado mas bien corto, y que tengo cosas más serias e importantes que comentar del comportamiento no ya cristiano, sino simplemente humano, y humanista, de los miembros del Camino Neocatecumenal, sobre todo de los equipos de catequistas más antiguos, en los que, creo, más se debería comprobar la validez y fortaleza del mandato del amor fraterno de Jesús.

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“Lo importante no es el bien, es la bondad”, por José María Castillo, teólogo.

Lunes, 19 de mayo de 2014
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francisco-jovenLeído en su blog Teología sin Censura:

Es un hecho que el actual obispo de Roma, el papa Francisco, con las cosas que hace y con las que no hace, está desconcertando a mucha gente. Y, por supuesto, no faltan los que pasan del desconcierto al desengaño, a la desilusión o incluso a la indignación. ¿A qué viene, por ejemplo, canonizar el mismo día a Juan Pablo II y a Juan XXIII? Si no estaba de acuerdo con subir a los altares a uno de ellos, ¿ha equilibrado la cosas subiendo también al otro? ¡Estos “apaños”!, piensa la gente, se notan mucho. Y terminan por no contentar a nadie.

Con una consecuencia ulterior, que nos deja más inquietos. Porque es fatal. Ya que, con estos vaivenes – de pronto una cosa y a renglón seguido casi la contraria – son muchos los que se preguntan: “pero este hombre, ¿a dónde nos lleva?” Más aún, ¿sabe siquiera, a ciencia cierta, a dónde tenemos que ir? Si, no hace mucho, recibió a Gustavo Gutiérrez y aplaudió su Teología de la Liberación, ¿cómo se explica que ahora reciba a Kiko Argüello y apruebe con todas sus bendiciones el Camino Neocatecumenal?

Por supuesto, yo sé que este papa ha puesto en marcha un estilo de ejercer el papado, que poco o nada tiene que ver con los usos y costumbres de los papas anteriores, incluido Juan XXIII, que todavía se dejaba llevar subido en la silla gestatoria y coronado con la tiara, que era la guinda sobre el pastel de la pompa y el boato del papado a la antigua usanza. Eso ya, gracias a Dios, se acabó. Pero es evidente que (como piensa mucha gente) con cambiar el estilo de aparecer en público – y eso sólo hasta cierto límite – con tal cosa nada más no vamos a llegar muy lejos. De ahí que ya son demasiados los que cada día se reafirman más en su convicción de que este papa no aporta a la Iglesia lo que más necesitamos en este momento y tal como han llegado ponerse las cosas en nuestro mundo. Y en la religión.

No pretendo, como es lógico, presentar aquí la solución al problema que acabo de indicar. Entre otras razones, porque yo no sé dónde está esa solución. De todas maneras, tenemos un hecho, que está a la vista de todos, y que a mí, por lo menos, me da mucha luz. Esto es lo que quiero explicar a continuación.

Para empezar, será útil caer en la cuenta de que no es lo mismo “lo bueno” que “la bondad”. Ya Nietzsche, en “La genealogía de la moral” (I, 2), nos hizo caer en la cuenta de que el concepto “bueno” entraña un fallo radical: “¡el juicio “bueno” no procede de aquellos a quienes se dispensa “bondad”! Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”. ¿A dónde nos lleva todo esto? Muy sencillo. Tan sencillo como patético.

Es “bueno” y está “bien” lo que les conviene a los que tienen el poder de fijar lo que es bueno y está bien. Por ejemplo, lo que es bueno y está bien en una dictadura, no lo es en una democracia. Por eso, las leyes, los derechos, los privilegios…, todo eso cambia según las conveniencias del que tiene la sartén por el mango. Y si me apuran, en una democracia, no es lo mismo que mande la izquierda como que mande la derecha. Como tampoco es igual, gobernar en democracia desde la mayoría absoluta, que teniendo que recortar las decisiones para alcanzar y mantener los pactos con quien puede aportar los votos que hacen falta para sacar adelante una ley determinada. Todo esto es bien sabido. Pero mucha gente no se da cuenta de que esto muestra a las claras hasta qué punto el “bien” y el “mal” dependen del que tiene el poder necesario para decidir e imponer lo que es bueno y lo que es mal.

La “bondad” es otra cosa. La bondad es siempre “relacional”. Es en la relación con los demás, sobre todo en la relación con los que menos me pueden dar a mí, donde más y mejor se detecta quien actúa, no por conseguir el “bien”, sino porque le brota de las entrañas la “bondad”. Lo he dicho y lo repito: “el espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de quienes conviven conmigo”. Y conste que, al menos tal como yo veo este asunto, la “bondad” no es lo mismo que el “buenismo”. Porque una bondad que no está edificada sobre la verdad, la justicia, la honradez, la sinceridad y la transparencia, eso no es bondad, sino hipocresía pura y dura.

Por eso, exactamente por lo que acabo de decir, en un libro que he publicado hace unos días, “La laicidad del Evangelio”, he puesto lo siguiente: “la genialidad de Jesús y su Evangelio estuvo en desplazar el centro del hecho religioso. La vida de Jesús, y el culmen de aquella vida, que fue su muerte, constituyeron el desplazamiento del hecho central y determinante de la religión. Este hecho que, desde sus orígenes, fue el sacrificio “ritual”, quedó transformado por el sacrificio “existencial”.

Jesús, en efecto, ni durante su vida, ni en su muerte, ofreció “rito” alguno. Lo que Jesús ofreció fue su propia “existencia”, que fue, en todo momento, una existencia para los demás. Por eso se puede (y se debe) afirmar, con todo derecho, que Jesús desplazó el centro de la religión. Ese centro dejó de ser el ritual sagrado, con sus ceremonias, su templo, su altar y sus sacerdotes y pasó a ser el comportamiento ético de una vida que, desde la propia humanidad, contagia humanidad, y desde su propia felicidad, contagia felicidad. De esta manera, la bondad ética sustituyó al ritual religioso”.

Nada más – y nada menos – que esto, es lo que nos ha quedado de la religión. Y en esto es en lo que se tiene que centrar la tarea de la Iglesia. A mi manera de ver, esto exactamente es lo que ha puesto en marcha el actual obispo de Roma, el papa Francisco. Y por esto, porque el camino que ha emprendido es tan nuevo como desconcertante, yo me pregunto si es que no lo entendemos porque, en el fondo, lo que no acabamos de entender (y nos da miedo entenderlo) es la laicidad del Evangelio. El obispo Francisco no cree en “el bien”. Su proyecto de vida, de Iglesia y de futuro es “la bondad”. Porque sólo la bondad es digna de fe. En definitiva: la bondad no es nada más – y nada menos – que vivir de tal manera que quienes viven conmigo, sean quienes sean, se sientan bien. Esta es la bondad que yo anhelo.

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