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“Los enigmas del caso Luciani“, por Pedro Miguel Lamet

Martes, 14 de junio de 2022
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Leído en su blog:

“Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia”

 No salía de mi asombro. En aquel verano de 1978 acabábamos de enterrar a un papa, Pablo VI, y de elegir a otro, Juan Pablo I, que los medios calificaron enseguida como “el papa de la sonrisa“. A los 33 días regresaba a Roma

¿Qué había pasado? ¿Cómo explicar una muerte tan repentina? Ya entonces se desataron las especulaciones: que si estaba enfermo del corazón, que si el estrés había afectado el psiquismo de un hombre que no se sentía con fuerzas para gobernar a la Iglesia, y, como inevitable, la hipótesis del envenenamiento.

El libro publicado en 1984 por Yallop, “En el nombre de Dios”, ofrecía escasas fuentes y pruebas. Pero vendió seis millones de ejemplares al aprovechar el escándalo bancario del Vaticano, que involucró a la logia masónica P2 y al banquero italiano que había muerto en misteriosas circunstancias

El Vaticano organizó un contraataque a través del arzobispo John Foley, que encargó la redacción de un libro-respuesta al periodista británico John Cornwell. Juan Pablo II le invitó a su misa privada y le bendijo el proyecto. La obra se centró en atacar la teoría de la conspiración. Según los argumentos de Cornwell, el breve pontificado de Juan Pablo I se estaba precipitando hacia el desastre y muchos en el Vaticano lo sabían

El obispo Antonio Montero, último responsable entonces de la casa editora de Vida Nueva, me exigió que escribiera al nuncio pidiendo perdón por haber publicado el dossier de Jesús López, aunque yo seguía ignorando por qué, si se había publicado solo como una hipótesis. López fue destituido de su cargo en la Conferencia Episcopal

Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia. Desde luego tenía proyectadas reformas importantes en la Iglesia desde su bondad y también ingenuidad

Encubrimiento oficial bajo capa de beatificación, por Jesús López Sáez

Jesús López Sáez: “¿Cómo calificar una beatificación que encubre un asesinato?”

No salía de mi asombro. En aquel verano de 1978 acabábamos de enterrar a un papa, Pablo VI, y de elegir a otro, Juan Pablo I, que los medios calificaron enseguida como “el papa de la sonrisa”. Yo hacía unos días que había regresado de Roma, donde había cubierto el relevo papal para el semanario Vida Nueva, de la que era redactor-jefe y el diario Pueblo, cuando a las ocho de la mañana del 29 de septiembre, me despertaron con la noticia de que el recién elegido papa Luciani había muerto. ¡Había durado 33 días en el solio pontificio!

Hipótesis de una muerte

Tomé el primer avión y regresé a Roma. Me encontré, como era de esperar, a la ciudad conmovida y a la voraz prensa italiana revolucionada. ¿Qué había pasado? ¿Cómo explicar una muerte tan repentina? Ya entonces se desataron las especulaciones: que si estaba enfermo del corazón, que si el estrés había afectado el psiquismo de un hombre que no se sentía con fuerzas para gobernar a la Iglesia, y, como inevitable, la hipótesis del envenenamiento. Pero sobre todo la falsa noticia difundida por el Vaticano de que un sacerdote fue el que encontró el cuerpo muerto del papa, para evitar reconocer que la primera en descubrirlo fue una mujer Se trataba de una religiosa, sor Vicenza, que tenía la costumbre de llevarle todos los días un café a la capilla donde celebraba la eucaristía y, al no encontrarlo, fue a su cuarto y lo halló muerto con los lentes caídos junto a unos papeles que debía estar leyendo, al parecer un discurso admonitorio dirigido a los jesuitas. Recuerdo perfectamente uno de los titulares de un periódico romano: Suor Vicenza, quella suora che sa (“Sor Vicenza, esa monja que sabe”).

También en esos días se habló mucho de que no se había hecho la autopsia. Por lo visto por respeto no es costumbre hacérsela a los papas. Un día me enteré  de que, de hecho, las vísceras papales se conservan en la pequeña iglesia de San Silvestro, la que está justo al lado de la Fontana de Trevi. Esas y otras crónicas de aquellos días están publicadas en el libro escrito por el equipo de la revista, “Del papa Montini al papa Wojtyla: Los 75 días que estremecieron a la Iglesia” (Mensajero, Bilbao, 1979).

Un pliego envenenado

El siguiente episodio de mi experiencia en el caso Luciani sucedió siendo yo director del semanario Vida Nueva, cuando me llegó un dossier escrito por el sacerdote abulense Jesús López, director de la Comunidad Ayala de Madrid y por entonces director también del Secretariado de Catequesis de la Conferencia Episcopal, que sostenía, en la línea de Yallop, la tesis de que Juan Pablo I había sido asesinado.

Su teoría era que Juan Pablo I había sido envenenado, abatido por el “estado lamentable” del Vaticano, justo antes de que él pudiera revelar la corrupción en sus más altos niveles. El libro publicado en 1984 por Yallop, “En el nombre de Dios”, ofrecía escasas fuentes y pruebas. Pero vendió seis millones de ejemplares al aprovechar el escándalo bancario del Vaticano, que involucró a la logia masónica P2 y al banquero italiano Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano que había muerto en Londres en misteriosas circunstancias, y aludía a la corrupción financiera vaticana. Yallop citaba a seis personas a las que beneficiaba que el Papa fuera destituido repentinamente. Una de ellas era el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus, que dirigía el Banco del Vaticano (IOR) y que con el tiempo acabaría perseguido judicialmente. En 2019, el italiano Antonio Raimondi, ex integrante de la mafia Colombo, confesó haber ayudado su primo Marcinkus a matar al Papa Juan Pablo I en 1978,  cuando tenía 25 años, para mantener encubierto un fraude financiero. Con Marcinkus ya tuvo problemas Luciani siendo patriarca de Venecia, porque subió los intereses en IOR (Banca Vaticana) tras la venta al Banco Ambrosiano. Solo que el patriarca entonces se limitó a aconsejar a sus curas que abandonaran la entidad bancaria, sin denunciarla públicamente para evitar problemas a Pablo VI. Pero desde entonces tenía en la cabeza la necesidad de limpiar las finanzas vaticanas.

El Vaticano organizó un contraataque a través del arzobispo John Foley, que encargó la redacción de un libro-respuesta al periodista británico John Cornwell. Juan Pablo II le invitó a su misa privada y le bendijo el proyecto. La obra se centró en atacar la teoría de la conspiración. Según los argumentos de Cornwell, el breve pontificado de Juan Pablo I se estaba precipitando hacia el desastre y muchos en el Vaticano lo sabían. La Curia se habría burlado del nuevo Papa por considerarlo sencillo, infantil, con una “mentalidad de revista ´Reader’s Digest’”. Y se estaba rompiendo personalmente bajo la presión de su cargo. Apoyándose en gran medida en entrevistas con los sacerdotes-secretarios de Juan Pablo I, Cornwell describió al Papa como una persona que preguntaba a diario: ¿Por qué me eligieron a mí?” Juan Pablo creía, según esta tesis, que su elección había sido un grave error.

El libro de Cornwell incluía una anécdota significativa que le había contado a uno de los secretarios de Juan Pablo I, John Magee, sobre un día en que el Papa lanzó al aire un puñado de documentos mientras caminaba por uno de los jardines colgantes de las azoteas vaticanas. Las páginas revolotearon, esparciéndose por los tejados, y el Papa musitaba entristecido: “Dios mío, Dios mío”. Magee sugirió al pontífice que se fuera a descansar. Los bomberos vaticanos se encargaron de recuperar los papeles, pero el Papa se echó acurrucado en posición fetal en su cama, según Magee.

Acabó imponiéndose pues la teoría de problemas circulatorios o una embolia. Lo más discutido de la teoría Cornwell es que la enfermedad del papa estaba relacionada con un delicado estado mental y a que incluso encontrándose mal, no quiso llamar al médico. Es más, algunos insinuaron que era un papa que quería morir. Su hermano, Eduardo Luciani, contó que un día comiendo en familia se levantó de la mesa pálido, cuando se habló sobre Fátima. Suponía que sor Lucía, la vidente, le habría anunciado algo sobre su próxima muerte.

De cara a la beatificación

Iniciado del proceso de canonización, cuatro décadas después, y tras la atribución de la curación de una niña argentina de 11 años en 2011 como milagro, Roma ha anunciado su beatificación para el próximo 4 de septiembre. Todo ello ha supuesto la revisión de cinco volúmenes de documentos, especialmente gracias el trabajo de Stefania Falasca, vicepostuladora de la causa y autora del libro Crónica de una muerte, quien ha calificado de “literatura negra” y “basura sensacionalista” las historias publicadas, incluidas las de Cornwell. Sin embargo, los documentos analizados indican que los médicos no detectaron problemas de salud urgentes durante los chequeos de rutina que le efectuaron durante el mes que vivió Juan Pablo I como Papa. Si hubo señales de advertencia, estas provenían de su historial médico: varias personas de su familia habían tenido muertes repentinas y tres años antes había sido hospitalizado con un coágulo de sangre en el ojo. Se insistía por tanto en los problemas circulatorios. Falasca, que también es periodista del semanario católico Avvenire, cita las opiniones contradictorias y no se inclina por cuál es la tesis más probable.

En Forno di Canale, hoy Canale d´Agordo, pueblo natal de Luciani, aseguran que la muerte, por la situación de esta villa dolomita empobrecida durante años ha sido un tema obsesivo. Los hombres a menudo no llegaban a los 60 años. Las muertes infantiles eran comunes. Uno de sus hermanos menores murió siendo un bebé, al igual que tres hermanos mayores, todos llamados Albino. El niño que se convertiría en Papa recibió el mismo nombre que los hermanos fallecidos y le costó sobrevivir a sus primeros días, después de nacer con el cordón umbilical alrededor del cuello. En Canale d’Agordo piensan que no murió por casualidad, que “era un hombre puro frente a malas personas”.

Volviendo a mi experiencia periodística en este caso, acabé publicando en Vida Nueva el famoso pliego que sobre Luciani me había enviado Jesús López; eso sí, con una nota de la redacción en la que advertía que se trataba solo de una hipótesis sin más y que la revista no se comprometía con esa tesis. A pesar de todo, el obispo Antonio Montero, último responsable entonces de la casa editora, PPC, me exigió que escribiera al nuncio pidiendo perdón, aunque yo seguía ignorando por qué, si se había publicado sólo como una hipótesis. Tanta importancia tuvo el evento que este prelado fue llamado a Roma y tratado a cuerpo de rey para convencerle de la tesis oficial. A Jesús López acabaron echándole de su cargo en la Conferencia Episcopal y a mí, a la larga, de la dirección de Vida Nueva, aunque desde luego no solo por este motivo. Sin embargo, al despedirme, el obispo no dejó de recordarme: “Pedro, aquel pliego…”

El hecho es que Jesús llegó a publicar tres libros sobre el caso Luciani reafirmándose en su tesis de que se ocultaron datos sobre la muerte de Papa y que se mintió y se extorsionó a la opinión pública. Jesús, incansable, sigue recabando datos.

Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia. Desde luego tenía proyectadas reformas importantes en la Iglesia desde su bondad y también ingenuidad, entre ellas de limpieza económica, promoción de la mujer, etc. La monja-testigo, Sor Vicenza, le dijo llorando a López en la plaza de San Pedro: “El mundo debe saber”. Y el secretario del papa fue marginado destinándolo de capellán de disminuidos a un remoto pueblo de la montaña. Pero también -todo hay que decirlo- el cargo sobrepasaba sus fuerzas de buen cura de pueblo y obispo postoral, cercano y  sencillo que visitaba su diócesis en bicicleta; era un poco “bendito” y bastante conservador, como muestran sus “Ilustrissimi”, las sencillas cartas que publicaba en la prensa como cardenal. Pero eso no quita nada a que fuera personalmente un verdadero santo, e incluso un “mártir”, como dice Jesús López en otro sitio de Religión Digital. O al menos, como siguen asegurando en su pueblo, “un hombre puro entre malas personas”.

Lo que sí puedo asegurar es que nunca en mi trayectoria profesional se ha armado tanto revuelo como ante la publicación de aquel pliego. Allí no se acusaba a nadie. Pero cuando el río suena… Yo, cuando me encuentro a Jesús López, lo presento con humor: “Aquí, fulanito, aquí el asesino de Juan Pablo I”.

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Juan Pablo I, papa mártir

Sábado, 26 de marzo de 2022
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1“Decidida la fecha, y adelantada parte del programa de los actos que enmarcarán la solemne beatificación canónica del papa Juan Pablo I, esbozo aquí y ahora algunas consideraciones”

“Destaco que en los últimos cien años de la historia de la Iglesia, se reseñan tales y tantas beatificaciones-canonizaciones de Romanos Pontífices. Coincidiendo con su actividad, el cúmulo de informaciones anti-religiosas generadas, compartidas y dolorosamente lloradas por el resto del pueblo de Dios jamás alcanzó cotas tan notorias”

“¿Se le reserva al ‘Papa de la Sonrisa’ su lugar, exactamente en la sección- apartado de los ‘mártires’, con toda su liturgia?

“Hoy son mayoría los católicos, apostólicos y romanos a quienes ni les convenció ni les convence la versión del Vaticano relativa a la muerte de Juan Pablo I”

“Por cierto, ¿en qué monasterio se refugió, o sigue refugiada, una monja, que tenía acceso a las estancias vaticanas, también a las privadas, del papa Luciani?”

Decidida la fecha, y adelantada parte del programa de los actos que enmarcarán la solemne beatificación canónica del papa Juan Pablo I, creo un deber profesional del informador y comentarista “religioso” esbozar aquí y ahora algunas consideraciones:

Y una de las preguntas tan acuciantes como sorprendentes formulada hoy en la Iglesia, relacionadas con Juan Pablo I, es esta: ¿en qué sección del santoral litúrgico habrá que situar el nombre del papa Juan Pablo I?¿En la de los “confesores “, o en la de los “mártires”? Beato o santo “confesor” no les parece catalogación congruente a muchos liturgista y hagiógrafos, dado que su vida, al igual que las de la inmensa mayoría de los cristianos, ordenados “in sacris”, o no, , sacerdotes, obispos, y aun cardenales , no parece haber sobresalido Albino Luciani, “el papa sonriente y efímero”, con méritos excepcionales como para ser ascendido al honor de los altares, con la circunstancia añadida de que en tan solo 33 días de su “breve pontificado”, pudiera haberse “santificado”. Bien es verdad que el ejemplo de la “beatífica sonrisa” que lo definió pudiera haber facilitado el ritmo del proceso canónico…

¿Se le reserva al “Papa de la Sonrisa” su lugar, exactamente en la sección- apartado de los “mártires”, con toda su liturgia? Esta apreciación parece abrirse camino expedito hoy, con honradez, historia y santo Evangelio en buena parte de cristianos, desde la diversidad de perspectivas en las que sus estudios sitúan el hecho de su muerte “súbita”. Más aún, hasta se llega a pensar que los silencios, secretos y misterios que rodearon las horas últimas de la vida terrenal del papa, ex cardenal de Venecia, de alguna manera pudieran contribuir a despejar tentaciones de sospechas, dudas, desconfianzas, inseguridades y contradicciones surgidas entonces, y que todavía perduran.

Hoy son mayoría los católicos, apostólicos y romanos a quienes ni les convenció ni les convence la versión contenida en el comunicado oficial emitido por el correspondiente organismo del Vaticano relativo a la muerte de Juan Pablo I. A ellos y a todos, les satisfará la esperanza que alientan de que en la elaboración de todos y cada uno de los capítulos del proceso canónico de su beatificación- canonización se desvelen razones que arrojen haces de luz, transparencia y veracidad para poner todo, o casi todo, evangélicamente claro, sin tenebrosidades elaboradas o consentidas por los “padrinos” de turno, eclesiásticos o no.

Y es que para ser considerado santo o beato oficialmente por parte de la Iglesia oficial, habrá de hacerse siempre presente la luz. Sin verdad y sin luz, retablos y hornacinas están de más en los templos y, por supuesto, en la eclesiología, y todo se profanaría. Con devoción, admiración y referencias sagrada e históricamente fiables, los ornamentos sagrados de las ceremonias y ritos, al igual que los símbolos, es posible que de los que se haga uso por exigencias de la liturgia, tengan que ser los de color rojo, que es el propio de los mártires.

Tiempos ha, la ejecución material de los mártires les estuvo encomendada a los leones de los circos romanos. Después, a expertos o aprendices en el oficio de la degollación. En las piras-hogueras rezaron el último “¿Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”, no pocos cristianos. Por cierto, ¿en qué monasterio se refugió, o sigue refugiada, una monja, que tenía acceso a las estancias vaticanas, también a las privadas, del papa Luciani? Estas y otras preguntas, con sus correspondientes respuestas, ya están publicadas, sin haber sido desmentidas ni judicialmente sancionadas, por lo que titularlas de vulgares y anticlericales infundios, no sería procedente.

Fuente Religión Digital

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Aradillas: “Huele a podrido el silencio con el que se ha maltratado el tema de la muerte de Juan Pablo I”

Sábado, 8 de agosto de 2020
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1“La Iglesia necesita otro tipo de santos”

Exigimos que se agilicen toda clase de procedimientos “divinos y humanos” para despejar los caminos que ha de recorrer la causa de beatificación-canonización del “brevísimo” Juan Pablo I

El santoral de la Iglesia está falto de corbatas, de gafas, de mascarillas, de “ordenadores”, de impresoras, bicicletas, pelotas de tenis, guías turísticas –devocionarios- de recorridos por la naturaleza y de estancias monásticas, uniformes, “monos” de faena, pertenecientes a cualquier categoría laboral o profesional

El de las canonizaciones  de santos y santas  es uno de los capítulos que hoy precisan con presteza mayor,  profundidad y extensión, de renovación  y reforma en la Iglesia . El modelo y ejemplo, así como la intercesión que le proporcionan al pueblo de Dios  y que encarna y justifica su elevación a los altares,  en ocasiones, hasta  con una especie  de heterodoxa adoración  con símbolos, invocaciones  semi paganas, sigue a la espera de renovadores replanteamientos ascéticos, teológicos y pastorales.

Le hicieron mucho daño a la institución eclesiástica  adoctrinamientos tales como  el de que la intervención directa del papa  en la causa de los santos  era, y es,  de carácter poco menos que infalible, por lo que su tratado, de tanta importancia en la pastoral popular, resulta intocable   en la pastoral popular , con la apremiante e indulgenciada  imposición  de tener que sellarse a perpetuidad  con uno de los “Amén”  más eclesiásticos por definición y naturaleza.

Pero,  ya de entrada, imploramos o y exigimos “a quienes corresponda”, que se agilicen toda clase de procedimientos  “divinos y humanos” para despejar los caminos que ha de recorrer  la causa de beatificación-canonización  del “brevísimo” Juan Pablo I . Así lo demandan el pueblo de Dios, el sentido común y el religioso –“sensus fidelium”- e inciertas  y aún sospechosas,  referencias, las leyes civiles y canónicas,   todavía opacas, aunque  el papa Francisco haya creado  la “Fundación Juan Pablo I” , con la expresa y reiterada intención  de poder adentrarnos en la “misteriosa” muerte  de este antecesor, a quien apenas si le diera tiempo  de manifestar con claridad evangélica  que la reforma de la Curia Romana  era  propósito firme e inalterable de su pontificado.

Huele a podrido  el silencio con el que se ha maltratado el  tema  de la muerte de Juan Pablo I, al que no pocas apariencias “ pro-franciscanas” habrán de salirles, por fin, al paso  con transparencias  y decisiones, y abominación de  onerosos olvidos para formas, modos  y sistemas empleados “eclesiásticamente” en tiempos “pre” y “ante” renacentistas, de cuyos episodios y procedimientos hay clara, vergonzante  y documentada constancia.

Además de citar este caso en el atrio  de la tarea de la renovación  del actual santoral  cristiano,  será absolutamente procedente prestarle  santa, devota y actualizada atención  a la “ascensión al honor de los altares”  a otros nombres  con sus correspondientes números  cardinales imperiales pontificios, que suscitan en la religiosidad popular  la creencia   de que todo papa, por papa, es, o será,  canonizable de por sí  y pese a todos los pesares, con asombroso olvido de que cualquier endogamia  jamás será ni objeto ni sujeto de canonización.

La Iglesia necesita en la actualidad otro tipo de santos. Precisamente en su letanía de ejemplos y modelos, lo primero que sobra es la multitud de  hábitos talares, capisayos y signos episcopales “et supra”. Sobran fundadores y fundadoras de vocación, profesión, ministerio y oficio.

El santoral de la Iglesia está falto de corbatas, de gafas, de mascarillas, de “ordenadores”, de impresoras, bicicletas, pelotas de tenis, guías turísticas –devocionarios- de recorridos  por la naturaleza y de estancias monásticas, uniformes, “monos” de faena, pertenecientes  a cualquier categoría laboral  o profesional…

El santoral sigue padeciendo  también, – ¡y todavía¡-  la ausencia de personas  representantes  del sexo femenino…En el santoral se registran más –muchos más- varones  que mujeres.  Y la solemnidad es en él mucho mayor, con  excepción de las referidas  a las advocaciones  de la Santísima Virgen María… El santoral sigue acaparado en mayor proporción por frailes, curas, monjes y obispos, además de los papas. A los laicos y laicas difícilmente les reservan los calendarios  las correspondientes casillas  y estas, son raramente revestidas  del rojo festivo de las solemnidades litúrgicas, con excepción de las de san José, los Apóstoles y las de los fundadores  de las Órdenes y Congregaciones Religiosas respectivas.

Merece consideración aparte el hecho  de la imposibilidad de incluir  de alguna manera en el Santoral  nombres  de varones o mujeres pertenecientes a otras religiones, creencias  e Iglesias a quienes les sobran méritos para ser expuestos  como ejemplos y modelos de vida  y como intermediarios ante Dios.

Posiblemente, y en proporciones similares,  al calendario católico les sobran nombres de niños y niñas  con mención inocente  para aquellos, y aquellas,  elegidos por la Virgen para  suplir a la mismísima jerarquía eclesiástica, en sus “apariciones” celestiales, y así manifestar su voluntad respecto a la salvación de la humanidad. No obstante, el mismo calendario está desesperadamente falto de nombres  infantiles, víctimas de  pederastas “educadores” religiosos, y de quienes, por acción u omisión, “consintieron” desafueros  tan bochornosos …

A tal letanía le pongo por ahora el punto y aparte  del “Amén”, aunque sin alejarme  de la cita extra-canónica de los  misterios dolorosos del rosario  martirial de cuantas mujeres maltratadas murieron víctimas de parejas, exparejas,  esposos, ex esposos  y sin que todavía perduren en la propia  Iglesia “legitimables discriminaciones” en razón al sexo….

Fuente Religión Digital

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Un mafioso se autoinculpa del asesinato del papa Juan Pablo I en sus memorias

Jueves, 26 de diciembre de 2019
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Uno de los gángsteres más importantes de la mafia de Colombo, sobrino del mítico Lucky Luciano, afirma en un nuevo libro que urdió el plan para matar al Papa y acabar con la filtración de una serie de documentos

Por Rubén Rodríguez

El 28 de septiembre de 1978 parecía un día más en el Vaticano. El entonces Papa, Juan Pablo I, se estaba tomando un té, mientras repasaba mentalmente las labores que aún tenía que hacer durante el día. Sin embargo, tras varios sorbos a la taza, empezó a notarse lento y pesado: solo unos minutos después, se quedaba profundamente dormido… para no despertar nunca más. Ahora, 41 años más tarde, uno de los mafiosos más conocidos del mundo asegura que fue él quien urdió su asesinato.

Anthony Raimondi fue uno de los gánsteres más activos del último cuarto de siglo XX. Perteneciente a la mafia de Colombo, durante muchos años mantuvo el control de las calles de Nueva York con puño de hierro. No solo era respetado por sus malas artes, sino también en buena parte por ser el sobrino del mítico Lucky Luciano, conocido por ser el padre del crimen organizado en Norteamérica. Pero una de sus misiones más secretas tuvo lugar en el Vaticano, según explica en una entrevista con ‘The New York Post’.

Ha sido el propio Raimondi el que se autoinculpa de haber sido el encargado de asesinar al papa Juan Pablo I. Lo ha hecho en su último libro, llamado ‘When the bullet hits the bone‘ (‘Cuando la bala golpea el hueso’), una especie de autobiografía en la que cuenta algunos de sus actos delictivos más sonados. Y es precisamente ahí donde explica cómo murió el pontífice: primero, fue drogado con Valium para, poco después, ser asesinado con una solución hecha a base de cianuro.

Raimondi asegura que recibió una llamada del arzobispo Paul Marcinkus, que era su primo, para explicarle que el Papa iba a hacer públicos una serie de documentos a los que había conseguido acceder: en ellos quedaría supuestamente probado que varios funcionarios del Vaticano habrían llevado a cabo un fraude financiero estimado en casi 1.000 millones de euros, al vender certificados falsos de acciones a compradores ingenuos. Y había que silenciar el escándalo.

Si salía a la luz, Marcinkus y otros cargos del Vaticano no solo habrían sido expulsados de la Iglesia sino que habrían sido juzgados por el caso y, con casi toda probabilidad, habrían acabado su vida en la cárcel. Por esa razón, Raimondi se desplazó al Vaticano, donde su principal misión era observar las rutinas de Juan Pablo I y tratar de encontrar una brecha de seguridad con la que conseguir acabar con su vida. Pronto, encontró la manera de llegar hasta él.

Dentro de sus aposentos, Marcinkus preparó un té al Papá con una importante dosis de Valium en su interior. Mientras hacía efecto, Raimondi se encargó de hacer una solución a base de cianuro. Cuando el pontífice quedó dormido, el arzobispo llegó hasta su primo para recoger el veneno y, de vuelta a la Santa Sede, hacérselo beber para, después, huir de la escena del crimen. Cuando minutos después un cardenal vio que algo extraño le pasaba a Juan Pablo I, ya era demasiado tarde.

Cuando saltaron las alarmas, Marcinkus se apresuró a ayudar al Papa como si no supiera qué estaba pasando: cuando quisieron llegar los servicios médicos, ya no había nada que hacer. Solo 33 días después de haber sido proclamado pontífice, Juan Pablo I fallecía, según el parte médico oficial, de un infarto agudo de miocardio. Ahora, Raimondi confirma ser el encargado de elaborar el plan para su ejecución e, incluso, va más allá: afirma que también elaboró un plan para matar a Juan Pablo II.

Según explica en su entrevista a ‘The New York Post’, el nuevo Papa también tuvo acceso a los documentos en cuestión, pero fue consciente de que su vida corría peligro en caso de revelar la información, por lo que decidió no actuar. Eso es lo que evitó que fuera asesinado como su antecesor, según confesó Raimondi en su nuevo libro. Una supuesta trama con documentos falsos que fue frenada con veneno: “Allí compré un boleto de ida al infierno”, asegura el mafioso.

Fuente El Confidencial

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“A Pinocho: Cuando te enamores …”, por Albino Luciani (Juan Pablo I)

Miércoles, 14 de noviembre de 2018
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Cuando te enamores…

Querido Pinocho,

Tenía siete años cuando leí por primera vez tus Aventuras. No podría decirte cuánto me gustaron ni cuántas veces he vuelto a leerlas desde entonces. La verdad es que en ti, niño, me reconocía a mí mismo; en tu ambiente, mi ambiente.

¡Cuántas veces corrías por el bosque, a través de los campos, por la playa, por las calles! Y contigo corrían la Zorra y el Gato, el perro Medoro, los niños de la batalla de los libros. Parecían mis carreras, mis compañeros, las calles y los campos de mi aldea.

Corrías a ver los carromatos que llegaban a la plaza; también yo. Te quejabas, retorcías la boca, metías la cabeza bajo las sábanas antes de beber la amarga medicina; también yo. La rebanada de pan con mantequilla por los dos lados, el pastel de canela, el terrón de azúcar y, en algunos casos, hasta un huevo, una pera, o incluso sus mondaduras, representaban un manjar delicioso para ti, glotón y hambriento como estabas; lo mismo me pasaba a mí.

También yo, al ir y venir de la escuela, me veía enzarzado en “batallas”: con bolas de nieve en invierno; a puñetazos y patadas en todas las estaciones del año; unas veces “encajaba”; otras, daba, tratando siempre de equilibrar el “haber” con el “debe” y de no lloriquear en casa, donde, si me hubiera quejado, me habrían quizá dado “el resto”.

Y ahora has vuelto. Ya no hablas desde las páginas del libro, sino desde la pantalla de TV. Pero sigues siendo el mismo niño de otro tiempo.

Yo, en cambio, he envejecido. Me encuentro ya, si se puede hablar así, al otro lado de la barricada. Ya no me reconozco en ti, sino en tus consejeros: el maestro Gepeto, Pepe Grillo, el Mirlo, el Papagayo, la Luciérnaga, el Cangrejo, la Marmota.

Ellos intentaron – ¡ay!, sin éxito, excepto en el caso del Atún – darte consejos para tu vida de niño.

Yo intento dártelos para tu futuro de muchacho y de joven. ¡Mucho cuidado! ¡Ni se te ocurra tirarme a mí también el martillo, porque no estoy dispuesto a acabar como el pobre Pepe Grillo!

***

¿Te has dado cuenta de que no he nombrado al Hada entre tus “consejeros”? No me gusta su sistema. Cuando te persiguen los asesinos, llamas desesperado a su puerta; ella se asoma a la ventana con su rostro blanco, como una figura de cera, se niega a abrirte y deja que te cuelguen de un árbol.

Te libra, sí, más tarde, de la encina, pero luego te gasta la pesada broma de meter en tu cuarto de enfermo a aquellos cuatro conejos, negros como el betún, con un pequeño ataúd a sus espaldas.

Aún más. Escapado por milagro de la sartén del Pescador verde, vuelves a casa aterido de frío cuando la noche está ya entrada y el agua cae a cántaros sobre tus espaldas. El Hada hace que te encuentres con la puerta cerrada y, tras muchas llamadas desesperadas, te envía al Caracol, que tarda nueve horas en bajar desde el cuarto piso y en llevarte – medio muerto como estás de hambre – un pan de yeso, un pollo de cartón y cuatro melocotones de alabastro pintados al natural.

Bueno, no se trata así a los niños que se equivocan, sobre todo si están entrando, o han entrado ya, en la edad llamada preciosa o, también, difícil, que va de los 13 a los 16 años, y que de ahora en adelante será la tuya, Pinocho.

La probarás: edad difícil, tanto para ti como para tus educadores. Ya no eres un niño, y rechazarás la compañía, las lecturas, los juegos de los pequeños; pero tampoco eres un hombre, y te sentirás incomprendido y casi rechazado por los adultos.

Y mientras pasas por la extraña experiencia de un rápido crecimiento físico, tendrás la impresión de encontrarte de improviso con unas piernas kilométricas, unos brazos de Briareo y una voz extrañamente cambiada, insólita, irreconocible.

Sentirás una fuerte necesidad de afirmar tu yo: por una parte, entrarás en conflicto con el ambiente de la familia y del colegio; por otra, entrarás a velas desplegadas en la solidaridad de las “pandillas”. Por un lado, exiges independencia de la familia; por otro, tienes hambre y sed de ser aceptado por tus compañeros y de depender de ellos.

¡Cuánto miedo a ser distinto de los demás! Adonde va la pandilla, allí quieres ir también tú. Los chistes, el lenguaje y los pasatiempos de los demás los haces tuyos. Vistes como ellos visten: un mes, todos en sweater y vaqueros; al siguiente, todos con cazadoras de cuero, pantalones de color, cordones blancos sobre botas negras. En unas cosas, anticonformistas; en otras, sin daros siquiera cuenta, conformistas al cien por ciento.

¡Y de humor mudable! Hoy, tranquilo y dócil, como cuando tenías 10 años; mañana, arisco como un ulceroso de 70. Hoy quieres ser aviador, mañana estás decidido a ser actor de teatro. Hoy, audaz y despreocupado; mañana, tímido y casi ansioso. ¡Cuánta paciencia, cuánta indulgencia, cuánto amor y comprensión deberá tener contigo el maestro Gepeto!

Hay más: te volverás introspectivo, es decir, comenzarás a mirar dentro de ti y descubrirás cosas nuevas. Aflorará en ti la melancolía, la necesidad de soñar con los ojos abiertos, el sentimiento e incluso el sentimentalismo. Y hasta podrá ocurrir que, en séptimo u octavo de EGB, te “enamores”, como el joven David Copperfield, que decía: “Adoro a miss Shepherd. Es una chica de chaquetilla corta, cara redonda y cabellos rizados. Cuando estoy en la iglesia, no puedo leer el misal porque tengo que mirar a miss Shepherd. Pongo a miss Shepherd entre los miembros de la familia real…, en mi cuarto a veces me siento impulsado a exclamar: ‘¡Oh, miss Shepherd!’… Me gustaría saber por qué he regalado secretamente a miss Shepherd doce nueces. No son un símbolo de afecto… y, sin embargo, siento que es un regalo que le va bien. También doy a miss Shepherd insípidas galletas e innumerables naranjas… Miss Shepherd es la única visión que invade mi alma”.

“¿Cómo es posible que, en el espacio de unas pocas semanas, rompa con ella? Se dice por ahí que prefiere al señorito Jones… Un día miss Shepherd hace un gesto al pasar a mi lado y se ríe con su amiga. Todo ha terminado. La devoción de toda una vida ha desaparecido. Miss Shepherd sale de la función religiosa de la mañana dominical, y la familia real ya no la reconoce”.

Le pasó a Copperfield. Les pasa a todos. ¡Te pasará también a ti, Pinocho!

***

Pero ¿cómo te ayudarán tus “consejeros”?

Durante el “fenómeno de crecimiento”, tu nuevo Pepe Grillo debería ser el viejo Vittorino de Feltre, un pedagogo que quiso mucho a los niños de tu edad y que dio una gran importancia en la educación a los ejercicios al aire libre.

La equitación, el salto, la natación, la esgrima, la caza, la pesca, el tiro al arco, el canto. Pretendía, con estos medios, crear un ambiente sereno en su “Casa alegre” y dar una salida útil a la exuberancia física de sus jóvenes alumnos. De muy buen grado habría hecho suyo lo que más tarde diría Parini:

“¿Qué no podrá hacer un alma audaz

si tiene vida en miembros fuertes?”

Luego, tu amigo Atún, que te llevó sano y salvo a la orilla cuando saliste del vientre del tiburón podrá ayudarte, con su calma y fuerza persuasiva, en la próxima crisis de la autoafirmación de que te he hablado.

Hoy, el sueño de vosotros jóvenes no es sólo el automóvil. Vosotros soñáis con todo un garaje de autos morales: autoelección, autodecisión, autogobierno, autonomía. Hace muy poco, unos muchachos de Bolzano comenzaron una autoescuela dirigida por ellos mismos.

“Justo, diría con su típica calma el sabio Atún, llegar a la autodecisión. Pero poco a poco, paso a paso. No se puede pasar de repente de la total obediencia de niño a la plena autonomía de adulto”. Ni se puede usar hoy, para todo, el método duro de un tiempo. A medida que vayas creciendo en edad, Pinocho, crecerá en ti el deseo de autonomía. Pues, bien, haz que crezca también – con la ayuda externa de buenos educadores – la recta conciencia de tus derechos y deberes; haz que crezca el sentido de la responsabilidad, para usar bien de la tan deseada autonomía.

Escucha cómo eran educados, hace más de un siglo, los hermanos Visconti – Venosta. Uno de ellos, Giovanni, era escritor; el otro, Emilio, un político de nuestro Risorgimento: “Uno de los métodos de educación de mi padre consistía en estar con sus hijos el mayor tiempo posible, en exigirnos una confianza ilimitada, devolviéndonos mucha por su parte, y en considerarnos como personas un poco superiores a nuestra edad. Así inculcaba en nosotros el sentido de la responsabilidad y del deber. Nos trataba como a hombres pequeños, cosa que nos halagaba bastante. Por ello nos esforzábamos también por estar a la altura”.

***

En tu viaje hacia la autonomía, chocarás quizá, querido Pinocho, como casi todos los jóvenes entre los 17 y los 20 años, con un difícil escollo: el problema de la fe.

Respirarás, en efecto, objeciones antirreligiosas como se respira el aire, en el colegio, en la fábrica, en el cine, etc. Si tu fe es un montón de buen trigo, vendrá todo un ejército de ratones a tomarlo por asalto. Si es un traje, cien manos tratarán de desgarrártelo. Si es una casa, el pico querrá derribarla piedra a piedra. Tendrás que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende.

Y ten presente dos cosas..

Primera: toda certeza merece estima, aunque no comparta la evidencia de la matemática. La existencia de Napoleón, César o Carlomagno no goza de la certeza del 2 + 2 = 4, pero no por ello deja de ser cierta con una certeza humana, histórica. Del mismo modo es también cierto que existió Cristo, que los apóstoles lo vieron muerto y luego resucitado.

Segunda cosa: al hombre le es necesario el sentido del misterio. De nada sabemos todo, decía Pascal. Sé muchas cosas de mí mismo, pero no todo. No sé exactamente qué es mi vida, mi inteligencia, el grado de mi salud, etc. ¿Cómo puedo entonces pretender comprender y saber todo de Dios?

Las objeciones más frecuentes que oirás irán dirigidas contra la Iglesia. Podrá quizá ayudarte una anécdota contada por Pitigrilli. En Londres, en Hyde Park, un predicador está hablando al aire libre. De cuando en cuando lo interrumpe un individuo despeinado y sucio. “La Iglesia existe desde hace ya dos mil años – salta de repente el individuo – y el mundo está todavía lleno de ladrones, de adúlteros, de asesinos”. “Tiene usted razón – responde el predicador -. Pero hace también dos millones de siglos que existe el agua en el mundo y mire cómo tiene usted el cuello”.

En otras palabras: ha habido malos Papas, malos sacerdotes, malos católicos. Pero ¿qué significa eso? ¿Que se ha aplicado el Evangelio? No, todo lo contrario. En esos casos no se ha aplicado el Evangelio.

Pinocho mío, sobre los jóvenes hay dos frases famosas. Te recomiendo la primera, de Lacordaire: “Ten una opinión y hazla valer”. La segunda es de Clemenceau, y no te la recomiendo en absoluto: “No tiene ideas, pero las defiende con ardor”.

***

¿Puedo volver a David Copperfield? El recuerdo de miss Shepherd se ha alejado de él, desde hace algún tiempo, y David, ahora con 17 años, se vuelve a enamorar. Esta vez adora a la señorita Larkins. Se siente feliz con tal de poder hacerle una reverencia cada día. Sólo encuentra alivio si se pone los mejores trajes y se limpia continuamente los zapatos. Sueña: «¡Ay!, si mañana viniera Larkins padre y me dijera: ‘Mi hija me ha contado todo. Toma 20 mil libras esterlinas. Sed felices’». Sueña con su tía, que se emociona y bendice su matrimonio. Pero, mientras él sueña, la chica se casa con un cultivador de lúpulo.

David pasa dos semanas hundido: se quita el anillo, se pone los peores trajes, deja de darse brillantina, no se limpia ya los zapatos.

Más tarde llegó el flechazo de Dora: “Era un ser sobrehumano para mí. Era un hada, una sílfide… no sé qué era… todo lo que nadie ha visto jamás… Quedé engullido por un abismo de amor en un instante… precipitado, de cabeza, antes de haberle dicho una sola palabra”.

Son citas transparentes: a través de ellas se vislumbran los problemas del amor y del noviazgo, para el que deberás también prepararte, querido Pinocho.

Sobre este punto, algunos defienden hoy una moral muy permisiva. Pero, aún admitiendo que en el pasado se ha sido un poco demasiado rígidos en este tema, los jóvenes no deben aceptar esa permisividad. Su amor debe ser con A mayúscula, hermoso como una flor, precioso como una joya, y no vulgar como un fondo de vaso.

Conviene que acepten imponerse algún sacrificio y mantenerse alejados de personas, lugares y diversiones que les sirvan de ocasión de mal. “No tenéis confianza en mí”, dices, “Sí, la tenemos, pero no es desconfianza recordar que todos estamos expuestos a tentaciones. Y sí es, en cambio, amor quitar del camino, al menos, las tentaciones innecesarias”.

Mira a los automovilistas: encuentran policías de tránsito, semáforos, pasos peatonales, sentidos únicos, prohibiciones de estacionamiento, cosas todas que, a primera vista, parecen fastidios y límites contra el conductor, cuando en realidad están ahí en su favor, porque lo ayudan a conducir con mayor seguridad.

Y si un día tienes novia – Shepherd o Larkins o Dora -, respétala. Defiéndela de ti mismo. ¿Quieres que se conserve intacta para ti? Muy bien, pero tú consérvate del mismo modo para ella y no hagas caso de ciertos amigos que cuentan sus “hazañas”, alardeando y creyéndose “unos machotes” por sus aventuras con mujeres. El verdadero “machote”, el hombre fuerte, es el que sabe conquistarse a sí mismo y toma su puesto en las filas de los jóvenes, que son la aristocracia de las almas. Mientras se es novio, el amor debe procurar no tanto el placer sensual cuanto la alegría espiritual y sensible; ha de manifestarse de manera afectuosa, sí, pero correcta y digna.

Consejos parecidos han de impartirse también a la otra parte, con tal que sepa aguantar los “sermones”.

Querida Dora (o señorita Larkins o Shepherd) – le dice su madre -, déjame que te recuerde una ley biológica. La chica, por lo general, tiene mayor dominio de sí que el chico en el aspecto sexual. Si el hombre es más fuerte físicamente, la mujer lo es espiritualmente. Podría casi decirse que Dios decidió hacer depender la bondad de los hombres de la de la mujer. Mañana dependerán un poco de ti el alma de tu marido y las de tus hijos. Hoy, la de tus amigos y la de tu novio. Debes, pues, tener sentido común por dos y saber decir que no en ciertas cosas, incluso cuando todo parecería invitar a decir que sí. El novio mismo, si es bueno, te lo agradecerá en sus mejores momentos y se dirá: ‘Mi Dora tiene razón. Tiene una conciencia y la obedece. Mañana me será fiel’. La novia demasiado fácil, en cambio, no ofrece las mismas garantías y corre el riesgo de sembrar desde ahora, con su condescendencia demasiado despreocupada, semillas peligrosas, de las que brotarán en un futuro celos y sospechas por parte del marido”.

Aquí paro, Pinocho, pero no me salgas ahora con que no venía a cuento hablar de Dora. Cuando eras niño, tenías al Hada, primero como hermana y luego como madre. Ahora eres adolescente y joven; la única hada que puede hacerte compañía es una novia o una esposa. ¡A no ser que quieras meterte a cura!

¡Pero no te veo la vocación!

Junio 1972

Fuente Ilustrísimos Señores

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“Escribo temblando… A Jesús”, por Albino Luciani (Juan Pablo I)

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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Querido Jesús,

He sido objeto de algunas críticas. “Es obispo, es cardenal – dicen – ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: “¡No soy nada más que un niño, Señor, y no sé hablar!”

***

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: He aquí a tu madre.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Los instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”. También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: “Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir”.

En el Cenáculo los pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión – es la que yo tengo – de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: “¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: “No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. Dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad”.

Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar: sí, sí, no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras.

Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso cuando le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.

En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas!

***

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y estos volvieron con las manos vacías. “¿Por qué no lo habéis detenido?” Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el Cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.

Tú, por el contrario: Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo… Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como Señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.

***

Hoy todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?” Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero.

Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

***

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste Señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente – a pesar de todo -, esto sigue ocurriendo también hoy.

Mayo 1974

Fuente Ilustrísimos señores

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En el 40 Aniversario del Papa Luciani (Juan Pablo I)

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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9788899461171_0_0_0_75Hoy hace 40 años fallecía, de forma sorpresiva, el papa Juan Pablo I, de nombre secular Albino Luciani que fue el papa número 263.º de la Iglesia católica desde el 26 de agosto de 1978 hasta su muerte, ocurrida 33 días después. Su pontificado fue uno de los más breves de la historia, dando lugar al más reciente año de los tres papas… Tan solo 33 días que nos hicieron abrigar una esperanza que quedó truncada…

Braulio Hernández
Tres Canto (Madrid).

ECLESALIA, 07/09/18.- “Te escuchen o no te escuchen, tú sigue con el asunto” (Ez 2,7), es lo que viene a decirnos el profeta Ezequiel, aquel sacerdote que se hizo profeta incómodo. Una misión que se hace actual en quien ha asumido la difícil tarea (y la marginación institucional) de intentar esclarecer el asunto del papa Luciani (Juan Pablo I), de quien se acaba de cumplir, el pasado domingo 26 de agosto, el 40 aniversario de su elección papal y cuyo pontificado, que duró tan sólo 33 días, dejó muchos interrogantes en torno a su figura y muerte misteriosa. Es previsible que el Vaticano utilice el 40 aniversario de Juan Pablo I para beatificarlo, ‘por sus virtudes heroicas(una vez que se le ha reconocido un milagro en Brasil). Por otro lado, el retraso en la apertura de la causa de su beatificación, tal vez haya ido jugando a favor de la versión oficial (en torno a la causa de la muerte) al no tener en frente el testimonio de valiosos testigos de la línea caliente ya fallecidos.

Con ocasión de este 40 aniversario del ‘Papa de la sonrisa’, se han publicado tres libros con enfoques contradictorios. El primero, Papa Luciani. Crónica de una muerte, de Stefania Falasca, vicepostuladora del proceso de beatificación de Juan Pablo I. El segundo, Albino Luciani. Papa Giovanni Paolo I, la biografía oficial del proceso de beatificación. El tercero, que refuta los dos anteriores, Albino Luciani. Un caso abierto, del sacerdote y teólogo español Jesús López Sáez, quien ya lo había publicado en español y que ahora, en una nueva edición, ha sido publicado, el pasado 11 de julio, en italiano, tras haber estado años anunciado (sin salir a la luz) en la editorial italiana (LibreriadelSanto). El cura Jesús, inspirador y presidente de la Comunidad de Ayala de Madrid, vuelve a incidir sobre las situaciones y documentos que avivan las sospechas y plantea que una respuesta definitiva solo depende de que el Vaticano permita la exhumación del cadáver de Luciani. Si en 1988 el Vaticano analizó con un escáner el cadáver del Papa Celestino V, muerto, en extrañas circustancias, hacía la friolera de setecientos años, en 1296, (en el cráneo se detectó un clavo), ¿por qué no se hace lo mismo con un Papa reciente que tuvo una muerte sembrada de tantos interrogantes? Sor Vincenza, la monja que le atendía y encontró su cadáver, a la que se le obligó a guardar silencio, lamentaba la ausencia de un verdadero certificado médico oficial sobre la verdadera causa mortis del Papa Luciani, como sin embargo se había hecho con sus antecesores, el Papa Juan y con Pablo VI. Lo confesaba ante Camilo Bassotto, el periodista veneciano, el amigo fiel de Luciani y “la principal fuente veneciana”. Él fue recogiendo el testimonio de la línea caliente de testigos que, con el tiempo, empezaron a hablar.

En Albino Luciani. Un caso aperto el sacerdote Jesús López Sáez incluye un apéndice sobre la versión sostenida por la vicepostuladora Falasca en el que argumenta que se trata del “enésimo intento de corromper la verdad para hacer callar a todos aquellos que aún hoy, y son tantos también dentro de la Iglesia, tienen fuertes dudas sobre la muerte de Luciani”. Como paso previo, necesario, antes de declararle beato o santo a Juan Pablo I, urge reabrir el caso y que se esclarezcan, con independencia, las causas de su muerte. “Eso sería dejar hablar a la Ciencia”. De no ser así, podría ser una ‘beatificación viciada de raíz”. No es lo mismo declararlo beato por sus virtudes heroicas, o por ser un Papa bueno que por haber muerto “mártir por la purificación de la Iglesia”: por oponerse a los mercaderes del templo.

Son muchos los que mantienen las mismas sospechas que tuvo el cardenal Aloisio Lorscheider, de Brasil, cuando en 1998, rompiendo el silencio oficial, declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”. Seguimos ahí. “Te escuchen o no te escuchen, tú sigue con el asunto…”. O lo que es lo mismo: “lo que veas, escríbelo en un libro” (Ap 1.11)

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Espiritualidad, Iglesia Católica

Juan Pablo I no murió asesinado… aunque los cardenales tuvieron serias dudas

Lunes, 20 de noviembre de 2017
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Roma declarará las virtudes heroicas de Albino Luciani, paso previo a la beatificación

Una investigación desvela que el Papa sufrió un fuerte dolor en el pecho la noche antes de fallecer 

(J. Bastante/Agencias).- Juan Pablo I no murió asesinado… aunque los propios cardenales que eligieron a su sucesor tuvieran serias dudas. Estas son algunas de las principales conclusiones de la investigación ‘Papa Luciani. Crónica de una muerte’, de Stefania Falasca, vice-postuladora de la causa de canonización, que hoy sale a la venta en Italia, cuando todo parece indicar que la Congregación para las Causas de los Santos declarará las “virtudes heroicas” del Papa de la sonrisa.

“Podemos decir, con toda la documentación, que Luciani murió por un ataque al corazón. Esta es la verdad desnuda y cruda”, subraya Falasca en una entrevista con Radio Vaticano. En el libro, prologado por el cardenal Parolin, la investigadora ha tenido acceso a toda la documentación clínica, a datos inéditos y a una entrevista con Sor Margherita, una de las religiosas que atendía al Pontífice y quien revela cómo, poco antes de cenar por última vez, Luciani sufrió una indisposición física a la que no dio importancia, pero que resultó vital para su muerte.

En la entrevista, sor Margherita desmiente que Juan Pablo I estuviera fatigado, o agobiado por el peso de la responsabilidad. “Siempre lo vi tranquilo, sereno, lleno de confianza, seguro”, relata. Ella entró, junto a sor Vincenza Taffarel, la religiosa que cuidó durante dos décadas del Papa veneciano, en la mañana del 29 de septiembre de 1978 a los aposentos papales.

Luciani “no seguía dietas particulares, comía lo que comían los demás“, según la religiosa, quien habla para el libro de Falasca de cómo fue el último día del Papa. “Estaba planchando en la habitación con la puerta abierta y lo vi pasar varias veces. Caminaba en el apartamento con varios folios en la mano que estaba leyendo. Recuerdo que viéndome planchar me dijo: ‘Hermana, os hago trabajar tanto… pero no se preocupe en planchar tan bien la camisa porque hace calor, sudo y tengo que cambiarla a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve…'”.

Tanto la monja como el ayudante de cámara, Angelo Gugel, declaran cómo el Papa sufrió esa misma noche una indisposición mientras cenaba con uno de sus secretarios, el irlandés John Magee. Así se relata en un documento inédito, encargado por la Curia, días después de la muerte del Pontífice. El informe, enviado a la Secretaría de Estado el 9 de octubre de 1979, desvela el episodio de dolor localizado en la parte superior de la región esternal, sufrido por el S. Padre hacia las 19.30 del día de la muerte, prolongado durante más de cinco minutos, que se verificó mientras el Papa estaba sentado y preparado para rezar con el padre Magee y retrocedió sin ninguna terapia“.

De hecho, sor Vicenza, que era enfermera, y que habló esa misma noche con el médico personal del Papa, Antonio Da Ros, no hizo ninguna referencia al malestar papal. La Farmacia Vaticana no tuvo que abrir y, por tanto, al Papa no se le suministró fármaco alguno, por más que Luciani sufriera un fuerte dolor en el pecho, que seguramente fue un síntoma del ataque esa misma noche acabó con su vida. Según Magee, fue el propio Papa quien no quiso advertir al doctor, quien solamente fue informado al día después. Ya era tarde.

Siguiendo el testimonio de sor Margherita, no fueron los secretarios quienes encontraron el cuerpo del Pontífice, sino ella y sor Vicenza. Al parecer, el Papano había tocado el café que le habían dejado en la sacristía y que siempre tomaba en torno a las 5,15 de la mañana. Sor Vicenza, relata la religiosa, entró en la habitación del Pontífice después de haber llamado varias veces a la puerta.

“Santidad, ¡usted no debería gastarme estas bromas!”, dijo la religiosa, que tenía problemas de corazón. “Me llamó impresionada -cuenta sor Margherita- entonces entré y le vi yo también… Toqué sus manos, estaban frías, y me llamaron la atención sus uñas un poco oscuras”.

Entre los documentos inéditos en el apéndice del libro están recogidos losregistros clínicos en los que se evidencia que ya en 1975, durante un ingreso hospitalario, le había sido diagnosticada la mínima patología cardiovascular tratada con anticoagulantes y considerada resuelta. E incluye las preguntas que los cardenales que quisieron hacer antes del nuevo cónclave, en la más absoluta discreción, a los médicos que habían atendido al Papa con motivo del embalsamiento.

En este sentido, los púrpurados querían saber si “el examen del cuerpo” permitía “excluir lesiones traumáticas de cualquier naturaleza”; si era correcto el diagnóstico de “muerte repentina” y finalmente preguntaron: “¿La muerte repentina es siempre natural?”. Y es que los cardenales, antes de entrar al Cónclave que eligió a Karol Wojtyla, tenían serias dudas acerca de si la muerte de Luciani fue provocada.

Fuente Religión Digital

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Juan Pablo I: ¿Una vía de beatificación equivocada?

Jueves, 22 de junio de 2017
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lucianiBraulio Hernández
Tres Cantos (Madrid).

ECLESALIA, 15/05/17.- “Pepe, ven enseguida aquí. Tienes que ir a Roma, al Vaticano. Tienes que llevar en persona esta carta a Albino Luciani. El Papa está en grave peligro”. El texto no está sacado de una película de ficción, ni de una novela de intrigas. Es la confesión de un octogenario, Giuseppe Pedullá, 85 años, quien durante décadas ha tenido que cargar con esa pesada losa por haberse negado a llevar, el 26 de septiembre de 1978, la carta de su amigo el Arzobispo Perantoni a Juan Pablo I que era amigo del arzobispo. “Te arrepentirás”, le reprochó el arzobispo al joven Giuseppe. Tres días después de aquella llamada telefónica de urgencia, el Papa Luciani era encontrado muerto en los aposentos papales en circunstancias extrañas.

Cada vez van quedando menos testigos de la línea caliente en torno a la enigmática muerte de Juan Pablo I, producida sólo 33 días después de ser nombrado Papa. Es como si el tiempo corriera a favor de la versión oficial. Decía Santa Teresa de Jesús que “la verdad padece pero no perece”. Y el testimonio de Giuseppe Pedullá, en el otoño de su vida, es como un milagro patente. Apesadumbrado durante décadas por no haber podido salvar a Juan Pablo I (“no me sentí con fuerzas para hacerme portador de un mensaje tan espantoso, tuve miedo y pensé que el arzobispo Perantoni exageraba”), un buen día decidió liberarse de ese peso que le oprime y le impide dormir, y no llevarse el secreto a la tumba. Su confesión pública fue mostrada a la luz justo hoy hace dos años, el 26 de abril de 2015. Fue ante el periodista Stéfano Lorenzetto, en una larga entrevista, publicada en ‘Il Giornale’. Un extracto de la misma se puede ver en el escrito del cura Jesús López Sáez Pudo avisar a Juan Pablo I, en la página web de la Comunidad de Ayala, de Madrid.

Meses después de aquella entrevista, Giuseppe Pedullá se presentó en Madrid, para dar testimonio, en una eucaristía en la Comunidad de Ayala, y conocer en vivo y en directo a la persona que más se ha implicado en hacer justicia a la figura de Juan Pablo I: el sacerdote Jesús López Sáez (abulense como Teresa de Jesús) que desde 1985 viene manifestando a través de sus libros, artículos, conferencias y en la página web de la Comunidad de Ayala -de la que es presidente y fundador- que Juan Pablo I (de quien se dijo que estaba enfermo y que murió abrumado por el peso del papado) fue un Papa mártir: que su muerte no fue natural sino provocada. Por hacer frente a los mercaderes del templo (a los escándalos vaticanos del Instituto para las Obras de Religión -IOR-), a la masonería y a la mafia. El cura Jesús López ha sufrido el calvario de la marginación eclesial por apostar, desde el Evangelio, que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Su viacrucis comenzó en 1985 cuando se publicó su Pliego “La incógnita Juan Pablo I” en la revista de información religiosa “Vida Nueva”, lo que provocó que el entonces Presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, Elías Yanes, le conminara a callar: “Sobre eso, ni una palabra más”, si quieres conservar tu puesto. Poco después el cura Jesús sería despedido de su brillante puesto como Responsable de Catequesis de Adultos en el Secretariado homónimo de la CEE. Y, años después, tras escribir, en edición privada, su segundo libro sobre el asunto: “El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen”, el que fuera obispo de Ávila, Adolfo González, le amenazó con retirarle las licencias ministeriales si salía publicado en edición pública. Sea por lo que fuere, monseñor Adolfo fue trasladado poco después a Almería.

Por la información de que disponemos a día de hoy, se sabe que el proceso de beatificación de Juan Pablo I está muy avanzado. Desconocemos si se habrá tenido en cuenta los testimonios de personas valiosas, ya fallecidas, que aparecen en el libro (Venecia en el Corazón) del periodista veneciano Camilo Bassotto, amigo de Albino Luciani, a quien el cardenal argentino Eduardo Pironio (la misteriosa Persona de Roma) hizo entrega de un documento (quizá el testimonio más importante en palabras del cura Jesús) para que lo publicara, pero sin firma, conteniendo las confidencias que le confió el papa Juan Pablo I sobre los cambios, arriesgados, que pensaba hacer.

Si la causa de la beatificación se fundamenta en que ‘era un Papa bueno’, o “por sus virtudes heroicas” será una beatificación viciada de raíz, denuncia el cura Jesús en un nuevo Pliego: Justicia para Juan Pablo I. Beatificación viciada de raíz.  Porque su heroicidad “está en otra parte: tomar hasta el último respiro las decisiones oportunas y arriesgadas, ser mártir de la purificación y renovación de la Iglesia. No hacen falta milagros. Se trata de hacerle justicia”. Es decir, en el proceso de beatificación de Juan Pablo I hay que cambiar de agujas e ir por otra vía.

Y es que en la causa de beatificación se mantiene la versión oficial: que Juan Pablo I no gozaba de buena salud y que murió por causas naturales. Incluso un alto eclesiástico llegó a decir que su nombramiento como Papa “fue un descuido del Espíritu Santo”. Algo que contradice la versión de personas cercanas, testigos calientes, algunos ya fallecidos, entre ellos su médico personal el Dr. Da Ros quien, tras años de silencio, declaró que “Juan Pablo I estaba bien de salud”. En la misma línea se manifestó quien durante siete años fuera secretario personal de Albino Luciani, Mario Senigaglia: “Todos los años íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1.500 hasta los 2.400 metros, a buena velocidad”. Y añade: “Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo del corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años”. Según una en cuesta publicada en Italia (Ya, 8-10-1987) más de quince millones de italianos, el 33 por ciento de la población, se mostraban convencidos de que la muerte de Juan Pablo I fue provocada. En 1998 el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider, rompiendo el silencio oficial, declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Dios me ha dado…

Viernes, 26 de agosto de 2016
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__V___V___by_Elrisha

“El señor nos ha dado este cuerpo, animado de un alma inteligente, y una bella voluntad. Y ha dicho: esta máquina es buena, pero trátala bien.”

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“Estoy pensando en estos días que conmigo el Señor actúa con un viejo sistema suyo: toma a los pequeños del fango de la calle y los pone en alto; toma a la gente de los campos, de las redes del mar, del lago, y hace de ellos apóstoles. Es su viejo sistema”

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“Dios es Padre, más aún, es madre”

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“Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo”

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“Personalmente, cuando hablo solo con Dios y la Virgen, más que adulto prefiero sentirme niño. La mitra, el solideo, el anillo desaparecen; mando de vacaciones al adulto y también al obispo, para abandonarme a la ternura espontánea que tiene un niño delante de papá y mamá. El rosario, oración simple y fácil, a su vez, me ayuda a ser niño y no me avergüenzo de ello en absoluto”

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Juan Pablo I
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Juan Pablo I, 32 días y una noche

Viernes, 26 de agosto de 2016
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luciani“Luciani se iba a tomar en serio el Vaticano II”

“La Iglesia tendría que plantearse seriamente la posibilidad de la autopsia, o de hacerla pública”

(José Luis Ferrando).- El largo pontificado de Juan Pablo II no ha podido con la memoria del Papa Juan Pablo I. A pesar de su brevedad, el recuerdo de su personalidad permanece en la mente de muchos hombres y mujeres.

Elegido el 26 de agosto de 1978, moría en extrañas circunstancias 33 días después. En pocos días supo transmitir una aire nuevo a la Iglesia. Sus escritos e intervenciones apuntaban, sin duda a un camino de renovación profunda. La impresión era que Albino Luciani se iba a tomar en serio el Concilio Vaticano II. En septiembre se cumplirán 38 años de su misteriosa muerte. De acuerdo con el comunicado oficial de la Santa Sede, falleció de un infarto de miocardio agudo. Sin embargo, las contradicciones, testimonios forzados, silencios y desmentidos en torno a este acontecimiento, que la Curia zanjó en su momento de manera definitiva, son absolutamente incontestables. Son pocos los que piensan que esa noche las cosas se sucedieron de forma natural…

Unos pocos años, después de estos hechos, cenando en el hotel Notre Dame de Jerusalén con un cardenal francés jubilado, ya fallecido, le pregunté a bocajarro: ¿Es posible que el Papa haya podido ser asesinado? Mi interlocutor mi miró fijamente y me dijo: en Roma todo es posible. Y añadió: “eres jóven, lee la historia de los Papas”. Sin duda, este hombre culto me reenviaba, precisamente a un periodo particularmente tétrico, que justifica ampliamente la denominación de «edad oscura» aplicada indiscriminadamente a todo el medioevo por la Ilustración. El cardenal Baronio, en sus famosos Anales, llamó a esta época «saeculum ferreum» (el Siglo de Hierro). La mayor parte de asesinatos de Papas corresponde precisamente a este tiempo, marcado por los manejos políticos de dos poderosas familias emparentadas: los Albericos o Tusculanos y los Crescencios. Estas familias y, particularmente sus mujeres, se erigieron en árbitros de Roma y de sus Pontífices. No ha habido, gracias a Dios, nada equiparable a esta nefasta etapa en la historia de los Papas. Muchos Pontífices en este período murieron envenenados por sus familiares, coperos o servidores más cercanos. Otros estrangulados u otras muertes más horribles y sofisticadas. En resumen, la violencia ha penetrado muchas veces los muros de San Pedro.

La lista de asesinatos, gracias a Dios, se cierra en una época ya lejana, pero pudo haber sido reabierta en al menos un par de ocasiones. La primera, durante el viaje de Pablo VI por Asia y Oceanía en noviembre y diciembre de 1970. En la escala de Manila, en las Filipinas, se le acercó un loco que logró asestarle una puñalada por la espalda, antes de que fuera reducido por el corpulento monseñor Paul Marcinkus, que acompañaba al Papa en sus periplos. La segunda ocasión en que en los tiempos recientes se ha intentado acabar con la vida de un Papa fue en 1981, cuando el terrorista turco Ali Agca, disparó en plena plaza de San Pedro a Juan Pablo II. No consta de otros Pontífices que muriesen asesinados. Evidentemente, en estos dos casos, nos referimos a intentos de asesinato desde instancias exteriores a la Iglesia. No es el caso de Juan Pablo I, ya que difícilmente, desde el exterior alguien hubiera podido penetrar en los Palacios Apostólicos para perpetrar un crimen.

Por eso: ¿Qué pasó aquella tarde-noche misteriosa? ¿Qué razones había para elim inarle, si ese fue el caso? ¿Qué reformas, que no interesaban a algunos, estaba planteando? De este tema hay mucha literatura, pero han pasado varios años y las incógnitas permanecen. Probablemente, la Iglesia tendría que plantearse seriamente la posibilidad de la autopsia. O de hacer pública, la que algunos afirman que se hizo, a no ser que fuera destruída inmediatamente, por que no interesaba. Así de sencillo. No creo que esta práctica médica afecte a la “santidad” del cuerpo papal, pero si puede ser una medida de seguridad adicional de cara al presente y al futuro. Igual que en épocas recientes han desaparecido papeles de la mesa Papal, pueden suceder otras cosas. La tentación está siempre presente. Esperemos que algún día, del mismo modo que se examinan los cuerpos años después para cuestiones relacionadas con beatificaciones y santificaciones, se pudiera hacer lo mismo para clarificar los enigmas de la muerte de este Papa de la sonrisa. La Iglesia le debe una explicación y una clarificación al mundo, o al menos a los cristianos, a los que este Pontífice despertó a la esperanza y a la alegría.

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