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Olvidarse y perderse…

Miércoles, 17 de marzo de 2021
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Quien sabe olvidarse y perderse en la ofrenda de sí mismo, quien puede sacrificar “gratuitamente” su corazón, es un hombre perfecto. En el lenguaje bíblico, poderse dar, poder entregarse, poder llegar a ser “pobre“, significa estar cerca de Dios, encontrar la propia vida escondida en Dios; en una palabra, esto es el cielo.

Girar sólo alrededor de uno mismo, atrincherarse y hacerse fuerte significa, por el contrario, condenación, infierno. El hombre puede encontrarse a sí mismo y llegar a ser verdaderamente hombre solamente atravesando el dintel de la pobreza de un corazón sacrificado.

Este sacrificio no es un vago misticismo que hace perder consistencia al mundo y al hombre, sino, al contrario, es una toma de consideración del hombre y del mundo. Dios mismo se ha acercado a nosotros como hermano, como prójimo; en resumen, como otro hombre cualquiera

[…].

El amor al prójimo no es algo distinto del amor a Dios, sino, por así decir, su dimensión que nos toca, su aspecto terreno: ambas realidades son esencialmente una sola. Así queda garantizado nuestro espíritu de pobreza, nuestra disposición a la donación y al sacrificio desinteresado, por el que actualizamos nuestro ser humanos, siempre y necesariamente en relación con el hermano, con el prójimo. Dichoso el hombre que se ha puesto al servicio del hermano, que hace suyas las necesidades de los demás. Y desdichado el hombre que con su rechazo egoísta del hermano se ha cavado un abismo tenebroso que lo separa de la luz, del amor y de la comunión; el hombre que solamente ha deseado ser “rico” y “fuerte“, de suerte que los demás sólo constituyan para él una tentación, el enemigo, condición y componente de su infierno. En el sacrificio que se olvida totalmente de sí, en la donación total al otro es donde se abre y se revela la profundidad del misterio infinito; en el otro, el hombre llega contemporáneamente y realmente a Dios.

*

J. B. Metz,
Pobreza en el espíritu. Meditaciones teológicas
Brescia 1968, 42-45, passim.

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

Luis Lorenzo: “El pensamiento de Metz sigue vivo, vigente, actual y necesario”

Martes, 19 de enero de 2021
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8209En el primer aniversario de la muerte de J. B. Metz, el teólogo de la compasión

J.B. Metz muestra la mirada y el rostro de los que sufren. Pasión por la justicia en un mundo de tantas injusticas. No fue una tarea fácil para él, ni sigue siéndolo en nuestros días

Metz nos enseña que la fe es un don, un optimismo existencial primario, un acto de resistencia contra toda desesperanza, un grito desde la profundidad de esta pandemia. Una fe con sensibilidad solidaria

Tras un año de su fallecimiento, nos deja en herencia una teología, que puede dar respuesta “horizontal” a la situación cultural en esta nueva realidad tras la pandemia

Metz, Auerbach, Alto Palatinado, Alemania, 5 de agosto de 1928-Múnich, Baviera, 2 de diciembre de 2019

Cuando está en juego la dignidad y la fe del ser humano que sufre, el destino esperanzador del cristiano y la integridad de la cultura en la historia, todo esfuerzo que se haga (en ese ser para los demás), tiene su peso a pesar de la dificultad. Los comienzos del cristianismo, tampoco fueron fáciles, como se refleja en la Epístola a Diogneto. Texto emblemático de cómo era la presencia en aquella comunidad, donde los cristianos eran una minoría, pero una minoría con conciencia de hacer una aportación a la sociedad. Metz también hizo la suya, en clave teológico-política.

 En nuestros días, hay: muerte (la “pandemia” de los muertos en el Mediterráneo), genocidios, contaminación, persecución, mal , incomprensión, pérdida de esperanza (ni siquiera se habla de realidad, sino de nueva realidad)…etc.

Eso hace, que la teología no exista en abstracto, sino que de forma activa, responsable y consciente, abrace todas esas oscuridades, y no pueda callar.

J.B. Metz muestra la mirada y el rostro de los que sufren. Pasión por la justicia en un mundo de tantas injusticas. No fue una tarea fácil para él, ni sigue siéndolo en nuestros días.

Con Teología de ojos abiertos, también hoy, debemos mostrar una mirada realista y esperanzada al entorno, de sentir, abordar y tocar las necesidades del prójimo. En el centro el amor a Dios y a los hermanos que sufren las pérdidas de sus seres queridos, prácticamente en soledad y que serán golpeados duramente por otra crisis económica.

 El mismo Papa Francisco nos exhorta a actuar, a ser actores en el mundo y a comprometerse en la sociedad para intentar cambiar la realidad y transformarla profundamente. Empatía con las víctimas reales y que en algunos casos en este tiempo de pandemia, han sido auténticos mártires entregando su vida. Quizás ahora podamos entender mejor las palabras de Martin Buber. “cada uno de nosotros hemos sido un nosotros antes de ser un yo.”

Metz nos enseña que la fe es un don, un optimismo existencial primario, un acto de resistencia contra toda desesperanza, un grito desde la profundidad de esta pandemia. Una fe con sensibilidad solidaria.

Nuestro-enfoque-determina-nuestro-equilibrio-incluso-cuando-nuestros-ojos-estanDe hecho, el sufrimiento, no lo contempla desde fuera, separado del universo como el Primer Motor aristotélico, sino desde dentro, soportando en su carne toda clase de escarnios y agravios. Pascal, que lo entendió perfectamente, afirmó que Jesús estará en la Cruz hasta el final de los tiempos.

Dios no consintió la infamia de Auschwitz, sino que la soportó como una víctima más. Su presencia hoy Divina-humana en los crematorios y cementerios de nuestro País, no es un hecho empírico, sino la garantía de que la injusticia en nuestros días, no es lo último y definitivo.

La Cruz preserva el rostro de las víctimas, clamando por un mañana. No es un canto al dolor, sino una promesa de reparación y una exigencia ética que concierne indistintamente a todos los hombres, convocados a mantener viva la memoria de los inmolados por el odio, el fanatismo y la indiferencia.

Su pensamiento, sigue vivo, vigente, actual y necesario. Tras un año de su fallecimiento, nos deja en herencia una teología, que puede dar respuesta “horizontal” a la situación cultural en esta nueva realidad tras la pandemia. Volvamos, a poner a Dios, como luz en el sufrimiento del hombre de hoy, con una memoria hermenéutica y comprometida (la cooperación en este tiempo de Covid 19 ha sido clave).

El Dios de la compasión y la misericordia, sigue abrazando la historia pobre del hombre en la interpretación de la vida. El Reino de Dios, como proyecto, tiene que seguir siendo el centro. Este mundo sufriente y golpeado por la pandemia mundial, es templo de Dios. Dios nos habla a través de las personas, las cosas y los acontecimientos que hay en ellos. Tengamos una actitud misionera, escuchando su clamor y actuando proféticamente en un horizonte escatológico de humanización universal.

Fuente Religión Digital

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Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor eficaz (I)

Jueves, 4 de junio de 2020
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Monsenor-Agrelo-junto-migrantes-africanos_2113598686_13528262_660x371Leído en su blog:

2020 es un año para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”

Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión

Estamos celebrando este año el décimo aniversario del fallecimiento de Raimon Panikkar, místico itinerante, que supo aunar en su vida y su pensamiento ambas dimensiones –mística e itinerancia- con una extraordinaria coherencia y fue capaz de conciliar en su persona experiencias místicas de diferentes religiones: judía, cristiana, hinduista, budista, y la mística secular.

2020 es también un año de para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte de la liberación, en busca de nuevos valores humanistas y ecológicos y desde el compromiso por la transformación personal, comunitaria y estructural.

Me refiero a Gustavo Gutiérrez, para quien el método de la teología de la liberación es la espiritualidad; a Johan Baptist Metz, fallecido el año pasado, que propone una “mística de ojos abiertos”, que lleva a con-sufrir, a sufrir con el dolor de los demás; a Pedro Casaldàliga, que vive la mística en el bien decir estético de su poesía, en el compromiso con los pobres de la tierra y en defensa de los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes; a Hans Küng, ejemplo de mística interreligiosa que conduce al diálogo simétrico de religiones, espiritualidades y saberes; a Dorothee Sölle, fallecida en 2003, que supo compaginar en su vida y su teología armónicamente mística y feminismo desde la resistencia.

Celebramos el ochenta y dos aniversario del nacimiento Leonardo Boff, que definió a los cristianos y cristianas como “contemplativos en la liberación” y de Jon Sobrino, testigo de la mística vivida en torno al martirio y de la “liberación con espíritu”, convencido como está de que “sin práctica, el espíritu permanece vago, indiferenciado, muchas veces alienante”; el ochenta y cinco aniversario de Juan Martín Velasco, fallecido en abril pasado, místico en tiempos de ausencia de Dios, y el ochenta aniversario del nacimiento de la carmelita Cristina Kauffmann, fallecida en 2006, cuya vida fue, en palabras suyas “un correr hacia Dios”.

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”.

Preguntas

Pero llegados aquí me surgen no pocas preguntas. Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológica, si se justificaba dedicarle tiempo y energía a la teología en las condiciones de urgencia que vivía América Latina y si los teólogos no estarían dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Se trata de la búsqueda de una “nueva espiritualidad” o, más bien, de una especie de “tapa-agujeros” en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad? ¿No puede parecer una distracción ociosa hablar de mística en medio de la pandemia provocada por el coronavirus con cerca de cuatro millones de personas contagiadas en el mundo y doscientas setenta mil fallecidas y con una postpandemia de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad?

A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres, hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrzhumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.

Son preguntas que me golpearon durante la visita que hice hace un par de años a la Casa Museo de la Memoria de Medellín (Colombia), donde vi las estremecedoras imágenes que representaban a las 8.731.000 víctimas (oficiales, las reales son muchas más) del conflicto colombiano. Son víctimas de masacres, desapariciones forzosas, violencia sexual, amenazas múltiples, homicidios, reclutamientos forzosos, desplazamientos forzosos, torturas, despojo de bienes, separaciones familiares, etc.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo poesía lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación hoy en relación con la mística?

Aquí dejo planteados los interrogantes. Mi respuesta, en el siguiente artículo. Dejo tiempo suficiente para que los lectores y lectoras puedan responder a partir de las preguntas que vayan plantándose.

[1] Tomo la cita de Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013, p. 182.

[2] Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima, 1979 (Sígueme, Salamanca, 1982).

[3] Theodor W, Adorno, Notas sobre literatura. Obra completa. Edición de Rolf Tiedemann, con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, t. 11, Akal, Madrid, 2003, p. 406.

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Félix Placer: “Los nuevos paradigmas exigen una profunda descentralización de la teología”

Sábado, 25 de abril de 2020
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image4“El pluralismo religioso: al servicio de la justicia y la paz desde una ética común”

“Si la teología quiere ayudar, colaborar para una salida significativa y eficaz de la Iglesia en el mundo de hoy, debe afrontar esos desafíos que le exigen o plantean una salida de sí misma, de sus paradigmas clásicos para abrirse a nuevos paradigmas plurales que provienen de esos lugares ‘teológicos’ actuales”

“Sin la definitiva experiencia de la encarnación en la vida de las víctimas, sin compasión y empatía con ellas, no es posible hacer teología y ser persona seguidora de Jesús, creer en Él”

“El Parlamento de las Religiones del Mundo (1993), abogó por una ética mundial para conseguir un orden mundial nuevo, sin predominio de una religión sobre otra”

“La destrucción de la tierra es no sólo una injusticia social, sino una profanación ecocida, biocida y geocida, un pecado contra Dios como Creador, contra Jesucristo como Liberador y contra su Espíritu como Vivificador”

Ante la interesante iniciativa de Religión Digital de una colaboración teológica para la propuesta e invitación del Papa Francisco de “una Iglesia en salida”, pienso que la primera aportación deberá ser, como indica Enrique Dussel, “una descolonización epistemológica eurocéntrica de la teología… En la Edad Transmoderna que se acerca, se hará necesario rehacer la teología más allá de la Modernidad y el capitalismo… para retornar a un cristianismo mesiánico profundamente renovado”.

Los nuevos paradigmas exigen una profunda descentralización de la teología, salir de sí misma para ir al encuentro en su epistemología y métodos a fin de ser capaz, como pide el Papa Francisco a la Iglesia, de “observar y escuchar” los signos de los tiempos.

Indico aquellos lugares o campos hacia los que, a mi entender, debe salir la teología si quiere ser un servicio a la llamada papal.

a) El mundo de quienes sufren la desigualdad, pobreza, marginación

Señala Félix Wilfred, que “gran parte de la teología actual evade frecuentemente la cuestión de la pobreza, de la desigualdad y de la exclusión… Necesita volver su mirada al mundo e intentar responder a aquella cuestiones cruciales que los seres humanos encuentran justo en el centro de su existencia… Exiliar a Dios y al prójimo del horizonte de la economía para perseguir una craso egoísmo e individualismo, constituye el mayor desafío para la teología actual”.

José María Castillo insiste en que “el ser o no ser de la teología se juega en su conexión o desconexión con la vida, en especial de quienes sufren las consecuencias de una economía injusta, de la inequidad y de la injusticia”.

La mirada primordial de Jesús, como insistía Metz, no se dirigió principalmente al pecado de los demás, sino al dolor humano. Por ello, continuaba el teólogo alemán, “para el cristianismo, la pregunta de partida no es ¿quién habla?, sino ¿quién sufre?”. Es decir, sin la definitiva experiencia de la encarnación en la vida de las víctimas, sin compasión y empatía con ellas, no es posible hacer teología y ser persona seguidora de Jesús, creer en Él.

Por tanto es necesario interpretar la revelación divina y mesiánica de la economía de la salvación hoy –misión de la teología- desde los nuevos paradigmas de la liberación integral universal y concreta, “desde la voz del sujeto débil y marginal, desde el clamor de los inocentes y de los justos, pero que también incluye a los verdugos y los invita a un cambio de mentalidad y a la conversión del corazón”, como expone Carlos Mendoza Álvarez. Porque, en definitiva, “sólo un Dios que sufre puede socorrer” (D. Bonhöffer).

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b) El pluralismo religioso: al servicio de la justicia y la paz desde una ética común

El concilio Vaticano II abrió las puertas a una colaboración con otras religiones y no “rechaza lo que en ellas hay de verdadero y santo”. Reprobó, en consecuencia, toda discriminación e invitó a la solidaridad, al respeto de la dignidad humana y de sus derechos para lograr la paz.

El Parlamento de las Religiones del Mundo (1993), abogó por una ética mundial para conseguir un orden mundial nuevo, sin predominio de una religión sobre otra, basado en el muto reconocimiento, en la no violencia y respeto a toda vida, en el compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo, la tolerancia y la igualdad.

Andrés Torres Queiruga propuso la palabra “inreligionación” para expresar la acogida y el ofrecimiento, desde la verdad de cada religión, para un encuentro fructífero y creativo. La teología será fecunda, como afirma Luiz Carlos Susin, si sabe escuchar y ser fiel (salir) a la experiencia religiosa de los pueblos pobres y a sus testimonios.

c) El ecofeminismo y su teología

Teólogas de diferentes países y culturas han “deconstruido” modelos clásicos, reproductores de dependencias y esquemas androcéntricos y contribuyen a reconstruir otra visión de Dios, de la revelación, del Reino de Dios, restaurando la plena dignidad e igualdad de las mujeres en todos los órdenes de la existencia humana; también en la Iglesia.

Como subraya Elizabeth A. Johnson “si la idea de Dios no logra penetrar y alumbrar la complejidad humana de la experiencia presente, más aún, si la idea de Dios no va al mismo ritmo que la realidad en evolución, entonces la experiencia de Dios muere borrándose de la memoria… La relación mutua de iguales-diferentes aparece como paradigma último de la vida personal y social… y abarca todo el tejido de la realidad” solidario, compasivo , en comunión fuente de energía para vencer al sufrimiento y sus causas con su “poder liberador de relación en su amor compasivo que penetra el dolor del mundo para transformarlo, como un aliado en la resistencia y manantial de esperanza”.

Podemos decir con Rosemary Radford Ruether: “aquello que promueve la plena humanidad de las mujeres viene del Espíritu Santo, refleja una verdadera relación con lo divino, constituye la plena naturaleza de las cosas, el auténtico mensaje de redención y la misión de la comunidad redentora”.

d) Desde una nueva visión del universo y nuevos paradigmas

Todos somos fruto de un mismo Creador y formamos parte inseparable de esta creación divina, en donde estamos relacionados profunda e íntimamente, afirma el papa Francisco en su encíclica Laudato Si¨. Por tanto, cuando se hace daño a la tierra, se hace daño a la humanidad y viceversa; el pobre, el necesitado, el oprimido es el primer daño ecológico de esta casa común.

En consecuencia, la destrucción de la tierra es no sólo una injusticia social, sino una profanación ecocida, biocida y geocida, un pecado contra Dios como Creador, contra Jesucristo como Liberador y contra su Espíritu como Vivificador. Por tanto, las acciones que se inscriben en una línea de defensa y protección de la vida son signos de la presencia de Dios que con su Espíritu sigue aleteando sobre la tierra (Gn 1,1-2), fecundando iniciativas que protejan la vida, que creen vida. Por ello hoy, en medio del diluvio destructor de la globalización, se renueva la promesa de la alianza en los signos de los tiempos ecológicos (Gn 9,8-15).

La tierra es símbolo de Dios, manifestación de su Espíritu. Los dinamismos que en ella brotan, defendiéndola, renovándola, protegiéndola -en especial a quienes están más desprotegidos y son víctimas de explotación- siguen siendo experiencia de su presencia creativa y compasiva, que comunica vida, de su alianza con la humanidad y su casa.

Las actuales investigaciones científicas y su concepción del universo abren un campo inmenso para una visión ecoteológica donde adquiere sentido nuevo la misma interpretación de la vida, de la evolución, de la realidad. Se plantea lo que llaman algunos un paradigma posreligional desde una ‘teología planetaria’ (J.M.Vigil) que pide a la teología salir de su esquema religioso para elaborarse en las claves de ser nueva concepción que supera los clásicos dualismos clásicos y descubre una relación con Dios en lo más profundo de la existencia del universo en continua expansión y creación.

Si la teología quiere ayudar, colaborar para una salida significativa y eficaz de la Iglesia en el mundo de hoy, debe afrontar esos desafíos que le exigen o plantean una salida de sí misma, de sus paradigmas clásicos para abrirse a nuevos paradigmas plurales que provienen de esos lugares “teológicos” actuales.

Félix Placer Ugarte

Profesor jubilado

Facultad de Teología. Vitoria-Gasteiz

WILFRED,F. La función de la teología en las luchas por un mundo más equitativo e inclusivo: Concilium 364 (2016)26.

METZ, J.B. Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, , Barcelona 2013,

TAMAYO, J.J. Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo, Barcelona 2011.

DUSSEL,E. Descolonización epistemológica de la teología: Concilium 350 (2015) 34.

CASTILLO, J.M. Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la Teología de la Liberación?, Bilbao 1998.

JOHNSON, E.A. La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista, Barcelona 2002.

RUETHER, R.R. Sexism and God-talk. Toward a feminist theology. With a new introduction, Boston 1993.

VIGIL, J.M. (coord.), Por los muchos caminos de Dios: Hacia una Teología Planetaria. Quito, 2010.

MENDOZA ÁLVAREZ, C. Deus ineffabilis. Una teología posmoderna de la revelación del fin de los tiempos, México 2015.

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General , , , , , , , , , , , , , , , ,

Jesús Martínez Gordo: “Ante estos dramas, es normal que se asista al derrumbe del imaginario de un Dios todopoderoso”

Martes, 7 de abril de 2020
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31444Etty Hillesum

“Tenemos, nos guste o no, fecha de caducidad”  

 “La muerte, prematura e injusta, y la que se ceba en los más débiles, nos afecta a todos: seamos deístas y teístas, ateos o agnósticos-ateos”

“Es más sensato reconocer que el cristianismo, no teniendo la respuesta racional a este problema, habilita, sin embargo, para afrontarlo de manera coherente y lúcida”

“Por qué lo hemos mirado como algo ajeno a nosotros mientras campaba por China y otros países y por qué es capaz de sacar lo mejor y lo peor de nosotros”

“Ahora que nos hemos dado cuenta de que Dios y rezar no sirven para nada, sería la ocasión para dar el presupuesto de la Iglesia a la sanidad”. Así se leía en uno de los whatsapps que he recibido estos días. Más allá de que siempre haya quien, aprovechando que San José era carpintero, quiera hablar de la confesión, me interesa reflexionar en voz alta sobre una vieja cuestión que, formulada hace más de dos milenios por Epicuro, reaparece en estos tiempos con particular fuerza y que se puede reformular en estos términos: “¿Quiere Dios evitar el coronavirus, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Sí puede y quiere? Entonces, ¿por qué existe el coronavirus?”.

Cuando hay que enfrentarse con semejante drama (y con la contradicción –existencial y racional– que funda), es normal que se asista no solo al derrumbe del imaginario de un Dios todopoderoso e incluso bondadoso, sino también a la defensa de la mayor consistencia racional del ateísmo o del agnosticismo-ateo frente a las explicaciones deístas o teístas. Uno de los ejemplos, probablemente el que me ha resultado más llamativo estos últimos años, es el testimonio del pastor estadounidense Bart D. Ehrman sobre su tránsito de la fe cristiana a la increencia por no haber podido soportar esta contradicción entre un Dios omnipotente y bueno con la existencia, en su caso, del mal, en general.

 Pero tengo que recordar, como necesario e ineludible contrapunto, no solo la existencia de personas (en el caso de Etty Hillesum) que descubrieron la fe en plena Shoah o exterminio nazi, sino que tampoco faltan en nuestros días las que sostienen que éste -el problema del mal o del Coronavirus y Dios- ha de afrontarse en términos estrictamente racionales. Y así ha de ser porque la muerte, prematura e injusta, y la que se ceba en los más débiles, nos afecta a todos: seamos deístas y teístas, ateos o agnósticos-ateos e incluso antiteístas e indiferentes. Ya no vale, apuntan, criticando a estos últimos, creer haber alcanzado una explicación racional más consistente que la teísta negando la existencia de Dios y quedarse, según los casos, plácida, tranquila o angustiosamente sumidos en el silencio o en el mutismo. Semejante respuesta o ensayo de explicación alternativa –que no acaba de eludir la perplejidad que atenaza a todos, teístas o ateos– no es, cuando se dé, una explicación racionalmente más firme que la creyente. De ninguna manera.

Quizá, por ello, en los últimos años los teólogos han seguido reflexionando sobre la cuestión. En concreto, he encontrado tres ensayos de explicación que merecen la pena ser tenidos en cuenta estos días. Me tomo la libertad de indicar lo que considero más sustancial de sus respectivas aportaciones en estas circunstancias: la de J. A. Estrada; la de J.-B. Metz y la de A. Torres Queiruga.

Juan Antonio Estrada declara “imposible” el intento de armonizar racionalmente el mal con un Dios bueno y omnipotente. No se puede exculpar a Dios. Cuando se intenta, se acaba favoreciendo el imaginario de un ser malvado a costa del sacrificio de las personas. Es más sensato reconocer que el cristianismo, no teniendo la respuesta racional a este problema, habilita, sin embargo, para afrontarlo de manera coherente y lúcida, muy lejos de la indiferencia o la desesperanza: quien, como es su caso, se autocomprende como un cristiano, sabe que el problema le sobrepasa racionalmente pero, a la vez, que también tiene motivos más que sobrados para combatir el mal, en particular, el injusto y antes de tiempo, como lo hizo Jesús de Nazaret, estando al lado de los que lo padecen, curando, acompañando, alentando.

Sin dejar de reconocer el silencio (racional) en el que habitualmente nos adentra la petición de una respuesta congruente por parte de Epicuro, no hay que descuidar los gritos y las demandas de justicia que, a pesar de todo, siguen dirigiendo a Dios las víctimas. He aquí el punto de partida de la explicación ofrecida por J.-B. Metz. La atención a tales demandas le lleva a erigir dichos gritos y lamentos en el principio cognoscitivo de todo y, a la par, a entender la fe cristiana como “memoria de la pasión”, es decir, como memoria de un Crucificado cuyo drama se actualiza en el clamor de todas las víctimas. En nuestro caso, en primer lugar, como principio cognoscitivo: preguntarse por qué irrumpe el Coronavirus; por qué se ceba en los más débiles del mundo y de nuestra sociedad; porqué lo hemos mirado como algo ajeno a nosotros mientras campaba por China y otros países y por qué es capaz de sacar lo mejor y lo peor de nosotros. Y, en segundo lugar, como actualización en el tiempo presente de la tragedia acontecida hace dos mil años en el Calvario y, por ello, en quienes, como así sucede estas últimas semanas, mueren, porque son ancianos, enfermos, débiles o profesionales de la medicina o trabajadores en servicios imprescindibles para la ciudadanía; y, además, sin poder despedirse de sus seres queridos.

“Entender la fe cristiana como “memoria de la pasión”, es decir, como memoria de un Crucificado cuyo drama se actualiza en el clamor de todas las víctimas”

Andrés Torres Queiruga, prolongando la vía abierta en su día por G. Leibniz, sale críticamente al paso de las explicaciones que subrayan la oscuridad, el silencio o el retraimiento –el “zimzum”– de Dios y sitúa la clave explicativa del mal en la fragilidad en cuanto tal; por tanto, no en Dios mismo: tenemos, nos guste o no, fecha de caducidad, habida cuenta de nuestra constitutiva finitud. Nos somos dioses. La suya es una propuesta dispuesta a mostrar la articulación existente, y sin estridencias de ninguna clase, entre la insuperable idoneidad del amor divino –que caracteriza no tanto como el todopoderoso, sino como el Antimal– y el mal (en nuestro caso, el Coronavirus) que se aloja en la constituyente limitación de lo finito y, sobre todo, en el perecimiento prematuro e injusto. Éste, recuerda, es un problema, ante todo y, sobre todo, racional, propio de la condición humana en cuanto tal; no solo de los creyentes. Por eso, nos atañe a todos y requiere una explicación por parte de todos, más allá de nuestra fe o ausencia de ella, aunque los creyentes tengamos sobrados motivos y razones para no desesperar e implicarnos en su erradicación.

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Finalmente, creo que no está de más traer a colación lo sostenido por Paolo Flores d’Arcais en su debate con J. Ratzinger el año 2008, pocos meses antes de que fuera elegido papa: En lo que toca al “apoyo a los marginados, a los últimos, respecto al deber de la solidaridad”, los creyentes –sostuvo– sacaban a los no creyentes bastantes puntos de ventaja. Y, probablemente, carecer de fe hacía “mucho más difícil la capacidad de renunciar al egoísmo, de sacrificarse por los demás”.

Eso no quería decir, matizó, que lo hiciera imposible. Evidentemente, prosiguió, también se daba entrega y generosidad entre los ateos e increyentes; sobre todo en los momentos más trágicos de la historia de la humanidad. Pero era una entrega que, sin saber muy bien por qué, se mostraba intermitente cuando había que afrontar el compromiso –discreto y paciente– del día a día: “Ni qué decir tiene –indicó– que un ateo puede sacrificar su vida. No obstante –balbució–, tengo la impresión de que resulta más fácil…, o sea, más fácil…, menos difícil, sacrificarla en momentos excepcionales que hacer sacrificios menores, pero cotidianos (para quien no cree que para quien cree o, por lo menos, que para algunos que no creen)”. En síntesis, concluyó, “la piedra donde tropezar es para el ateo la incapacidad de caridad”.

Se agradece poder escuchar (y recordar) un testimonio como el reseñado. Y más, en estos tiempos en los que creyentes e increyentes compartimos la tarea de erradicar algo de tanta desolación en este tiempo de coronavirus; resabios anticlericalistas al margen.

Fuente Religión Digital

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Fallece Johann Baptist Metz, padre de la “teología política” y uno de los grandes del postconcilio

Jueves, 5 de diciembre de 2019
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8209Metz, el hombre que colocó a las víctimas en el centro

Su trabajo sobre la ‘nueva teología política’ fue la semilla que sirvió a Gustavo Gutiérrez para crear la Teología de la Liberación

Metz fue uno de los cofundadores de la revista Concilium, junto a personalidades de la talla de Antonie van den Boogaard, Paul Brand, Yves Congar, Hans Küng, Karl Rahner o Edward Schillebeeckx.

No hacer teología de espaldas al atónito sufrimiento de los pobres y oprimidos del mundo”

“Ha sido uno de los teólogos que más ha influido en mi manera de vivir y de entender el cristianismo”

“La fe no es puramente contemplativa, sino operativa; no se orienta al pasado en actitud añorante, sino al futuro en busca de alternativas. La esperanza cristiana es creadora. La caridad se verifica en la acción transformadora tanto de las estructuras como de las conciencias”

“En su metodología incorpora el grito de los pobres, de los marginados, de los excluidos, de las mayorías populares que viven en situación de extrema pobreza”

Es esa “mística de los ojos abiertos”, unida de forma indisoluble a la política, que ve (mira) y acoge solidariamente todas estas asimetrías, sufrimientos y muerte que padecen las víctimas, esa pasión de los pueblos crucificados por el mal e injusticia.

90 años de Johann Baptist Metz, padre de la “teología política”

Juan José Tamayo Johann Baptist Metz: la voz de las víctimas en la teología

Xabier Pikaza: J. B. Metz (1928-2019). Teología política, memoria de las víctimas

Mariano Delgado: “Como ‘correctivo judío’, la teología de Metz es una de las aportaciones más importantes de la teología postconciliar”

El legado del pensamiento de J. B. Metz y la teología política

El teólogo alemán Johan Baptist Metz, considerado por muchos fundador de la Nueva Teología Política’, germen de lo que posteriormente fue la Teología de la Liberación, falleció ayer Münster, tal y como confirmó la Universidad de esta localidad. Uno de los grandes, el teólogo que se preguntó si se puede hablar de Dios después de Auschwitz.

Metz nació el 5 de agosto de 1928 en Welluck. Coetáneo de Ratzinger, fue profesor de Teología fundamental en la Universidad de Münster entre 1963 y 1993 en cuyas aulas defendió el paradigma de la teología política, y el protagonismo de los sufrientes anónimos. La experiencia del exterminio nazi fue clave para entender su teología, y también el Concilio Vaticano II.

Así, Metz fue uno de los cofundadores de la revista Concilium, junto a personalidades de la talla de Antonie van den Boogaard, Paul Brand, Yves Congar, Hans Küng, Karl Rahner o Edward Schillebeeckx.

Ordenado sacerdote en 1954, su obra teológica da una importancia fundamental a la política, desde la experiencia de la Shoah y el recuerdo de los ‘anónimos sufrientes’. “¿Cómo se puede hablar de Dios después de Auschwitz?”, se preguntó Metz, rebatiendo la ‘teología de los triunfadores’.

Cristo en AuschwitzCristo en Auschwitz

Tal y como señala Saturnino Rodríguez, “el análisis y la crítica de la teología política contemporánea de Europa, presenta puntos de convergencia con la teología de la liberación de América Latina, que aporta como ingredientes fundamentales para una nueva sociedad y una nueva cultura, la larga historia de resistencias y luchas de las clases explotadas, las razas despreciadas y las culturas discriminadas, resultado de la modernidad. Lo que no tiene nada que ver con los actuales movimientos reaccionarios de centralización, subordinación, sometimiento y estandarización, dentro y fuera de la Iglesia”.

Fuente Religión Digital

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“Teología de la liberación: ayer maldita y perseguida, hoy bendita y elogiada”, por Benjamín Forcano

Sábado, 17 de enero de 2015
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pag10_iglesia_web-15-aa01bLeído en Cristianismo y justicia:

Voces. Benjamín Forcano. [Cuarto poder] No me interesaría la Teología de la Liberación si no fuera por tres razones: primera, porque hubo muchísima gente que, sin informarse, desconfiaron de  ella y la condenaron  siguiendo el dictamen de la jerarquía eclesiástica;  segunda, porque esa gente no llegó a conocer la novedad de la Teología de la Liberación y lo que supuso  de represión y sufrimiento  para muchos teólogos; y tercera, porque sin ella se privó  a la Iglesia de un nuevo modo de anunciar el Evangelio, que le hizo perder credibilidad y la distanció aún más del mundo moderno.

Nunca en la historia de la Iglesia se suscitó  tanta preocupación sobre un tema que, a primera vista, parecía  irrelevante. Algo inesperado saltó a la sociedad con la Teología de la Liberación, pues puso en alarma a los centros más sensibles del Poder civil y religioso. Estamos en los años  posteriores al concilio Vaticano II y al primer Encuentro del Episcopado Latinoamericano en Medellín año 1968, y ya pudimos leer: “Si la Iglesia latinoamericana  cumple los acuerdos de Medellín , los intereses de Estados Unidos están en peligro en América latina” (Rockefeller). La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la Teología de la Liberación tal como es utilizada en América latina  por el clero de la Teología de la Liberación” (Documento de Santa Fe, siendo presidente Reagan).

Vieja novedad de la Teología de la Liberación: recuperar a Jesús

La Teología de la Liberación traía a primer plano la vida de Jesús de Nazaret, con todo el escenario sociocultural y político de su tiempo. Era imposible comprender al Jesús de la fe, al Jesús resucitado, si se lo desposeía de su condición humana histórica. La suerte de Jesús, su calvario y crucifixión, no habían sido efecto del azar, del fatalismo o de la voluntad divina, sino del hecho de haber vivido una opción radical por la verdad, por  la justicia y por la liberación de los oprimidos. Su proyecto, –el anuncio del reino de Dios–, era incompatible con el proyecto imperial romano y con  el  proyecto religioso de Jerusalén. Y por ello ambos –imperio y sinagoga- se unirían para eliminar a Jesús y su proyecto.

La Teología de la Liberación no buscaba sino aplicar a nuestro tiempo lo que Jesús hizo en el suyo: denunciar la opresión que, en nombre del emperador y de Dios, se sigue ejerciendo sobre las personas y los pueblos. Era, así, la Teología de la Liberación una teología nueva, que reivindicaba la dignidad y derechos de toda persona, sacudía la alianza de la religión con el poder dominante, devolvía dignidad y esperanza a los despreciados y excluidos, soliviantaba a quienes veían en ella una amenaza para su seguridad e intereses y todo ello porque bebía de la fuente del Evangelio.

Sonaron falsas las alarmas, pero fue calumniada y perseguida

Comenzando por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez (iniciador y llamado “padre” de la teología de la liberación) han sido luego centenares los teólogos que la cultivaron y defendieron, miles  los libros y artículos que sobre ella se han escrito, miles las iniciativas y actividades  pastorales que en ella se han inspirado, miles las comunidades de base que en ella se han fraguado y miles y aun millones los cristianos (políticos, sindicalistas, maestros, catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas, etc.) que la generaron y recibieron de ella luz y fuerza para su caminar comprometido.

Pero surgieron pronto las alarmas que la  señalaban como heterodoxa y reclamaban para ella controles y sanciones. Había  grupos eclesiales donde mencionar la Teología de la Liberación era tabú. Aún recuerdo el comentario que un amigo hacía de otra persona al enterarse que un teólogo iba a hablar de este tema,  – Es la peste, dijo.  Y ayudé a una joven que, interesada por el tema, escuchó de su directora estas palabras: – ¡Pero si los teólogos de la liberación son como los masones dentro de la Iglesia!

Y los prejuicios y la hostilidad se hicieron irreversibles después que el mismo cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, expresara que los grandes males de la Iglesia actual se deben sobre todo al pos concilio, pero también al Concilio mismo. Y, refiriéndose a la Teología de la liberación, sentenció  ver en ella “un error sobre un núcleo de verdad”, elaborada por teólogos que “han hecho  propia la opción  fundamental marxista” y que “se ha dejado sugestionar por el punto de vista inmanentista, meramente terrenal, de los programas  de liberación secularizados”.

Ratzinger fue recibiendo contestación adecuada a sus infundadas  afirmaciones. Cito por lúcida y contundente la dada por el obispo Pedro Casaldáliga: “Siempre lo hemos dicho, la Teología de la Liberación es teología y es de liberación no porque optó por Marx sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud. La situación de los 2/3  de la humanidad es contraria a la voluntad de Dios y la Teología de la Liberación asume el compromiso de transformar esa situación. Sólo a los enemigos del pueblo irrita la Teología de la Liberación. Y por eso la han calumniado y la han  perseguido”.

Se entenderá fácilmente que, a partir de esta posición oficial, fueran creciendo las falsedades sobre la Teología de la Liberación y  sus teólogos:

– Los teólogos de la liberación hacen suya la filosofía marxista.

– Reducen el Cristo del Evangelio  al Cristo de la “sola liberación temporal”.

– La Buena Noticia del Evangelio es sólo para los pobres, pero entendidos  “como una opción de clase” y según criterios puramente políticos e ideológicos y con sentimientos de odio y lucha  entre hermanos.

– Presentan una  “iglesia popular” en contra de “una iglesia burguesa” reintroduciendo de esta manera los conflictos de clase en el interior  mismo de la Iglesia.

– Se someten a  ideologías extrañas y olvida la “doctrina social de la Iglesia” por  considerarla inviable.

Estas calumnias, que no se encuentran en ningún teólogo de la liberación, fueron difundidas desde muchas plataformas de la Iglesia oficial.

La novedad de la teología de Liberación 

Es ahora cuando, después de lo mucho que se la difamó, considero esencial señalar lo más básico de la Teología de la Liberación.

– La Teología de la Liberación surge de las necesidades de un mundo mayoritariamente pobre y oprimido y al que quiere liberar desde la fe. Incluye negativamente una liberación del pecado, de la esclavitud y de la muerte y positivamente una liberación centrada en el Reino de Dios, en la creación de un hombre nuevo y en la consumación de la historia. Liberar es la finalidad última de la teología de la Liberación, con lo que deslegitima el  ataque que la Ilustración siempre lanzó contra la teología de ser esclavizadora de la subjetividad y libertad humanas y legitimadora de la opresión histórica. La Teología de la Liberación se mueve sobre la necesidad absoluta de liberar a la realidad oprimida, a los pueblos que mueren lentamente o son crucificados, a las personas y pueblos que  son oprimidos. Y tiene como destinatario a esa gran mayoría en cuanto no-hombres y en cuanto no-pueblos.

– La Teología de la Liberación hace hincapié en la liberación del otro y de lo otro, a diferencia de la teología europea que se centra en el propio sujeto creyente; habla del Reino de Dios como referente y medida de la transformación que hay que realizar en este mundo y afirma además que tal Reino es para implantarlo ya en este mundo y lograr así que la vida de los pobres llegue a ser realidad.

– La Teología de la Liberación tiene como fuente de conocimiento la revelación de Dios en la  Escritura, la Tradición eclesial y el Magisterio de la Iglesia. Pero, también y  previo a la revelación de Dios en los textos, existe la real revelación de Dios en la historia, del pasado y del presente. Dios sigue manifestándose en los llamados signos de los tiempos: “La miseria colectiva que clama al cielo y el anhelo de liberación de todas la esclavitudes”,  fue sancionado por el Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) como uno de esos signos.

– En esta línea, la revelación de Dios se halla sobre todo en la respuesta que los fieles, con su praxis , dan a esa revelación a través del seguimiento de Jesús, de la misericordia, la defensa de la vida, etc. Hacer todo esto, “Significa asumir dentro del conocimiento la dialéctica del mismo Dios  en cuanto encarnado en la historia, privilegiadamente en Jesucristo; significa que Dios no es puramente alteridad trascendente con respeto a la historia sino que se da él mismo a la historia” (J. Sobrino).

 La Teología de la Liberación no se contenta con que la inteligencia se reduzca a la captación del sentido del ser:  “La inteligencia en este quehacer teológico tienen una triple dimensión: el hacerse cargo de la realidad, el cargar con la realidad y el encargarse de la realidad” (Ignacio Ellacuría).

Conocer es estar en la verdad de las cosas y para estar en la verdad de las cosas hay que encarnarse en la verdad de la realidad, dejar que hable y dejarse afectar por ella, lo cual lleva a utilizar los conocimientos necesarios: científicos, filosóficos, ético-sociales, etc.

Pero,  y además, encarnarse en la realidad es encarnarse en el  mundo de los pobres, lo que exige ser parcial. Y si  es cierto que ningún lugar parcial es la totalidad,  cada vez se demuestra con mayor claridad que desde los pobres, desde el Tercer Mundo, se conoce mejor la totalidad que desde su contrario: “Desde el Tercer Mundo se conoce la verdad de éste y se descubre mejor la verdad del primero; lo cual no acaece a la inversa” (J. Sobrino). Convéncete, me decía Casáldaliga en una entrevista: “Sólo en la medida  en que el Primer Mundo deje de ser Primer Mundo podrá ayudar al Tercer Mundo. Para mí esto es dogma de fe. Si el Primer Mundo no se suicida como Primer Mundo, no puede existir “humanamente” el Tercer Mundo. Mientras haya un Primer Mundo habrá privilegio, exclusión, dominación, lujo y marginación. Si vosotros en el Primer Mundo no resolvéis ser un Mundo humano, nosotros no podemos serlo”.

– La Teología de la Liberación confiere un determinado talante a quienes se guían por ella y no debiera faltar en ningún otro tipo de teología. Este tipo de teología está siempre dispuesta a verificar si se hace con fidelidad a lo revelado por Dios y si produce en el pueblo de Dios lucidez y ánimo para la construcción de su Reino. Si una teología produce desinterés por el Evangelio y se hace incomprensible a las mayorías debe cambiar. Nunca un método del quehacer teológico puede absolutizarse, sino que debe estar abierto al cambio.

La Teología de la Liberación debe ser servicio para la liberación histórica y transcendente, y esto le hace convertirse en práctica de amor, como debe serlo todo quehacer cristiano. La teología debe ser compasiva y desde la compasión descubrir las causas que a tantos empobrecen y los hace sufrir, y buscar creativamente soluciones, por lo que, introducida en los conflictos de la historia, se enfrentará a las falsas divinidades y difícilmente podrá escapar a la persecución de los poderes de este mundo.

Esta teología debe hacerse dentro del pueblo de Dios, en relación y solidaridad con todos sus estamentos, de él recibirá ayuda y con él, y en medio de él, podrá  responder a los problemas reales. Si la Iglesia es Pueblo de Dios y es una Iglesia de los pobres debe ejercer su responsabilidad en medio de ella.

La teología de la Liberación, poseída por el espíritu de las Bienaventuranzas, será profundamente espiritual, misericordiosa, limpia de corazón, creativa, motivadora de oración, de confianza y disponibilidad, hasta adentrarse en el misterio de Dios.

Y, finalmente, junto al rigor de su método, avanza con esos ojos nuevos, que recibe del compartir con los pobres. Sólo así puede tocar lo más sagrado que es experimentar a Dios, su Reino y a Jesús como buenos, buenos para el hombre y la historia, buenos porque humanizan  y salvan, buenos sobre todo para los pobres y su liberación.

La Teología de la Liberación de la Periferia, contra la Teología del Centro.

Se había establecido un Orden socioeconómico y político mundial de acuerdo a las leyes del más fuerte, consagrado éticamente y bendecido  por la voluntad de Dios. De esa manera, ese Orden quedaba consolidado en países tradicionalmente cristianos y obtenía legitimidad de la teología oficial. Cualquier intento de cambio era considerado sacrílego.

Externamente los centros financieros y políticos no dudaban en apropiarse de esta Teología que en nada los cuestionaba, fomentaba la resignación y mostraba  las desigualdades sociales y los males como pruebas mandadas por Dios para santificarse y acumular méritos para el cielo. Una teología ésta, indiferente, que enaltecía la gloria de  Dios y, a la par, justificaba la conculcación de los derechos humanos y en especial de los más pobres.

En 1984, 32 teólogos de la revista europea Concilium, escribieron: “La Teología de la Liberación busca afrontar el problema de los oprimidos a la luz de la fe y promover su liberación integral. Sabemos que existen grupos integristas o neoconservadores que al rechazar un cambio social y pregonar una religión que pretende ser apolítica, luchan contra los movimientos de liberación y defienden una línea que es, de hecho, una ofensa contra los pobres y oprimidos. Un signo de fecundidad del Evangelio es hoy el hecho de que  el mensaje cristiano sea vivido en contextos diferentes y de diversas maneras. Nuestra revista Concilium se manifiesta solidaria con los teólogos de la liberación no sólo en cuanto a su pensamiento teológico sino en cuanto a sus compromisos concretos. Creemos que en los movimientos y teólogos de la liberación se decide de alguna manera el futuro de la Iglesia, la llegada del Reino de Dios y el juicio de Dios sobre el mundo.

En el mismo año 1984, 40 teólogos españoles de la Asociación Juan XXIII escribían: “Compartimos con los teólogos de la liberación la tarea de elaborar en la “óptica del pobre” una reflexión cristiana rigurosa, una espiritualidad del seguimiento de Jesús , una Iglesia comunitaria y una acción pastoral solidaria con los desheredados de la tierra en el interior de un pluralismo de opciones que no rompe con la comunión eclesial”.

Por supuesto, de estos movimientos de liberación y de sus comunidades de base surgía un nuevo impulso de reforma y una nueva teología que ponía en cuestión el quehacer teológico tradicional. “La teología que se forma dentro de este impulso y que los sustenta no se presenta en contra de la autoridad de la Iglesia, sino bajo la autoridad del Espíritu… En el seguimiento al Hijo del Hombre, aquellos que han vivido hasta ahora  “como si fueran hijos de nadie” se convierten en sujetos en el resplandor de Dios” (Johann Baptist Metz).

El ensimismamiento de la Iglesia en sí misma, acompañado de una teología indiferente ante el dolor y esclavitud de mayorías, desarrollaba continuas y pomposas ceremonias religiosas, orientadas a asegurar el negocio de la propia salvación; enarbolaba preceptos, doctrinas, leyes y dogmas que se habían de saber de memoria; promovía rezos y misas interminables, pero todo a la postre quedaba como obras piadosas, sin plantear para nada lo que la vida de Jesús pedía denunciar y hacer en cada lugar y momento de la sociedad.

Esperamos que cuantos por ignorancia u otras causas abominaron de la teología de la liberación, se abran a ella y se dejen convertir como lo hizo el actual Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, Gerhard Müller: “La teología de la liberación está unida para mí al rostro de Gustavo Gutiérrez, a su enseñanza y al encuentro vivo con los pobres; con él experimenté un giro decisivo en mi enfoque teológico. El nos enseñó que aquí se trata de teología y no de política, de un programa práctico y teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del Hombre. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano porque procede de la verdadera fe”.

Imagen extraída de: alandar

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José María Castillo: ¿Otro restauracionismo preconciliar?

Domingo, 4 de enero de 2015
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20603720aLeído en su blog Teología sin Censura:

El Papa ve “escandaloso” las listas de precios en las iglesias para recibir los sacramentos

Las “quince enfermedades de la Curia“, según Francisco

El Papa pide perdón “por mis errores y los de mis colaboradores, y por los escándalos que han hecho tanto daño

“Francisco está amenazado, tan amenazado como la unidad de la Iglesia”

“Estamos ante un nuevo y desesperado intento de restauracionismo preconciliar”

“Con razón advierte A. Torres Queiruga que estamos ante un ‘escándalo'”

“Al Papa se le acepta, en sus enseñanzas y en su forma de proceder, en la medida (y sólo en la medida) en que dice y hace lo que a Müller (y a sus colegas) les parece bien “

¿No tuvimos bastante en la Iglesia con el restauracionismo que Juan Pablo II promovió y defendió con firmeza, durante su largo pontificado, para frenar y – si hubiera sido posible – incluso bloquear el impulso renovador que representó el concilio Vaticano II? ¿No ha quedado patente que aquel intento ha desembocado en un alejamiento mayor de la Iglesia en sus relaciones con la cultura de nuestro tiempo? A estas alturas, hay motivos fundados para pensar que aún no hemos reflexionado a fondo lo que ha significado para la Iglesia el hecho de que un papa teólogo, de la talla de Benedicto XVI, se haya visto en la apremiante necesidad de tener que presentar su renuncia al papado.

Sea cual sea el motivo determinante por el que el papa Ratzinger tomó semejante decisión, parece razonable pensar que Benedicto XVI se vio en la apremiante urgencia de dejar el gobierno de la Iglesia en otras manos porque, sin duda alguna, él vio que la situación no podía ponerse peor de lo que ya estaba. A partir de entonces, el cónclave que eligió a Francisco se dio cuenta de que la Iglesia necesitaba un rumbo nuevo. Y, a la vista de todo lo que ha sucedido, ¿vamos a tener el atrevimiento de tropezar dos veces en la misma piedra?

Pues sí. Efectivamente, da la impresión de que hay quienes se aferran al empeño por repetir la misma historia. Como es bien sabido, ya no es un secreto para nadie que cinco eminentes cardenales (Müller, Caffarra, De Paolis, Brandmüller y Burke) han buscado el apoyo del ex-papa Ratzinger para que les ayude en su intento de corregir el nuevo proyecto de papado y de Iglesia que estamos viendo en el papa Francisco. Se sabe también que Benedicto XVI se negó a aceptar las pretensiones de los cinco purpurados. Y no contento con eso, avisó de inmediato a Bergoglio que se pusiera en guardia por lo que se le venía encima con las pretensiones de los cinco cardenales mencionados y del “bloque preconciliar” de Iglesia que, sin duda, esos purpurados representan.

¿Ha quedado todo resuelto con este intento frustrado de un más que probable enfrentamiento de cinco importantes cardenales con el papa Francisco? Nada de eso. Después del fracaso de los mencionados cinco cardenales, los purpurados han seguido, erre que erre, en su empeño. Y ahora, lo que han hecho ha sido publicar un libro, en el que colaboran los cinco, y del que con razón advierte el profesor A. Torres Queiruga que estamos ante una “sorpresa mayúscula”, incluso ante un “escándalo”.

¿Por qué? Sin duda, los cinco eminentes eclesiásticos (y el bloque preconciliar de Iglesia, que ellos representan) están persuadidos de que el proyecto pastoral de cercanía al Evangelio, y al sufrimiento de los pobres y excluidos de este mundo, será un proyecto “enteramente responsable” si “presupone una teología que se abandona a Dios que se revela, presentándole el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad” (Card. G. L. Müller).

cinco-cardenales-vs-papa-720_560x280Si yo me he enterado bien, estas palabras del Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, vienen a decir que el papa actual, con sus gestos de profunda humanidad y cercanía a los que sufren, da pie para pensar (y decir) que no presupone “una teología que se abandona a Dios”, ni le presenta así (a ese mismo Dios) “el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad”. ¿Se puede hacer semejante insinuación contra el papa y quedarse tan fresco? ¿No sospecha este eminente cardenal que así, al decir eso, lo que en realidad está indicando es que hasta el papa se tiene que someter a lo que piensa el cardenal prefecto del Santo Oficio?

Al hacer estas preguntas, estoy afrontando un problema bastante más serio de lo que algunos se imaginan. Porque, echando mano de argucias teológicas de este calibre, lo que en realidad se pone al descubierto es que el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le está diciendo a la Iglesia que al Papa se le acepta, en sus enseñanzas y en su forma de proceder, en la medida (y sólo en la medida) en que el Papa dice y hace lo que a este Cardenal (y a sus colegas) les parece bien que se debe decir y enseñar. Pero, entonces y si es que eso es así, ¿no estamos haciendo trizas la tradición secular de la Iglesia y las enseñanzas de los concilios Vaticano I y Vaticano II (Denz.-Hün. 3060; LG 22) cuando nos han explicado la naturaleza y la razón de ser del Romano Pontífice?

No estoy alambicando sobre el sexo de los ángeles o cosas parecidas. El momento, que estamos viviendo en la Iglesia, es mucho más grave de lo que seguramente muchos piensan. El problema de fondo del Vaticano II se repite. Y, de la misma manera que sucedió entonces, la resistencia al cambio se hace fuerte, seguramente más fuerte de lo que imaginamos. El papa Francisco quiere a toda costa una Iglesia que viva el Evangelio, cercana al sufrimiento humano y dispuesta, ante todo, a remediar los dolores, humillaciones y violencias que azotan sobre todo a los más débiles. Y es decisivo comprender que Francisco quiere una Iglesia entregada a semejante tarea aun cuando para ello sea necesario anteponer el logro de la felicidad de los que más sufren a tradiciones, normas y rituales que, en definitiva, lo que consiguen es tranquilizar conciencias satisfechas por sus “ortodoxias” y sus “observancias”.

Al decir esto, estamos tocando el nudo del problema. Si las quince enfermedades, que Francisco explicó y aplicó a los hombres de la Curia, en su discurso del pasado día 22, son la expresión de lo que realmente ocurre en el Vaticano, se comprende perfectamente que, en las oficinas de la Curia, abunden los funcionarios eclesiásticos (de todos los rangos) que no pueden comprender el genuino carácter cristiano de los dogmas y de las confesiones de fe. Porque se trata de personas que, en las dignidades, cargos y privilegios alcanzados, se han situado en un status que, si quieren mantenerlo, por eso mismo no pueden comprender que “el genuino carácter cristiano de los dogmas de fe está en la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora, con la que actualizan el mensaje” de Jesús, de forma que “los hombres se asusten de él y, no obstante, se vean avasallados por su fuerza” (J. B. Metz; cf. D. Bonhoeffer).

Así las cosas, yo entiendo perfectamente que estemos ante un nuevo y desesperado intento de restauracionismo preconciliar. Como entiendo igualmente que mucha gente piense en el papa Francisco como un hombre amenazado. Tan amenazado como la unidad de la Iglesia. Y, por tanto, el futuro de esta Iglesia a la que queremos de verdad. Una Iglesia en la que no pretendemos ser más papistas que el papa. Y en la que siempre, y en cualquier caso, aceptamos al sucesor de Pedro, coincida o no coincida con nuestros puntos de vista.

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