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El teólogo católico David Berger lo tiene claro: ‘Más del 50% de los sacerdotes en el Vaticano son homosexuales’

Sábado, 10 de octubre de 2015
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david-berger-pressefoto-300x199Berger ha hecho estas incendiarias declaraciones tras saltar un nuevo escándalo que ha salpicado al Vaticano por el que ha sido destituido el prelado polaco del Santo Oficio gay, Krzysztof Charamsa, quien presentó públicamente a su novio catalán. David Berger es un teólogo católico de origen alemán que, además, es filósofo y redactor jefe de la revista gay Männer. Su principal campo de trabajo ha sido la historia y la doctrina de Santo Tomás de Aquino, así como la homosexualidad y la Iglesia católica. A su salida del armario como homosexual le siguió una controversia sobre el estatus de los homosexuales en la Iglesia católica. En mayo de 2011 el arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, le retiró la missio canonica, el derecho a enseñar religión católica en las escuelas, con lo que perdió su puesto de trabajo.

El controvertido teólogo asegura que el Lobby Gay tiene un gran poder en el interior del estado papal. Según su propia experiencia, ‘’En el Vaticano experimenté que el número de hombres gay era aún mayor”, ha dicho en una entrevista con la revista alemana Stern.

 Berger, que presume de no tener pelos en la lengua, también dijo que la Santa Sede emplea a hombres gay porque trabajan excepcionalmente bien ya que la culpabilidad de lo que son les lleva a ser mejores sacerdotes’, y añadió, “Por un lado hay la homosexualidad sigue estando demonizada en la Iglesia. Es un pecado muy grave, Y, por otro lado, la imagen de un sacerdote célibe, que nunca se cuestionó la idea de no tener una esposa, era muy atractiva para los hombres gays’.

Durante la entrevista Berger explicaba el funcionamiento de la Iglesia de Roma, ‘Todos son ventajas: Tener muchos hombres gays con una conciencia culpable. Hacen todo lo posible para ser especialmente inteligente, leales al Papa y trabajan muy duro”, dijo, “Es por eso que tienen las mejores posibilidades de tener una carrera brillante que les permite entrar en el Vaticano. Y allí se encuentran con una red de hombres gays que se ayudan entre sí”.

noticias_file_foto_1025464_1444139600Berger también ha dicho que la regla más importante en el Vaticano era que ‘mientras que se pudiera tener sexo gay, en público siempre deben permanecer fieles a los principios de la Iglesia y no hablar de ello’.

David Berger se muestra duro y muy crítico con su carrera en la Santa Sede, ‘Después de ser expulsado me di cuenta de que me frustraron todas las expectativas’.

En su libro Der heilige Schein: Als schwuler Theologe in der katholischen KircheLa santa hipocresía: en la Iglesia católica como teólogo gay»; el título es un juego de palabras entre Heiligenschein como «aureola» y heilige Schein, «santa apariencia», en la que Schein toma el significado de «hipocresía» o «falsa apariencia»), que fue reeditado en tres ocasiones en las primeras seis semanas tras su aparición, Berger analiza de forma crítica el trato que la Iglesia católica da a la homosexualidad.

Desde 2005 la Iglesia prohíbe explícitamente a los homosexuales la entrada al sacerdocio, lo que es empleado por los superiores para mantener a los curas leales, lo que en el contexto de la Iglesia de Benedicto XVI significaba ser conservadores.

El libro de Berger tiene una fuerte componente autobiográfica, dando una visión en determinadas fases de su vida. En ellas aclara, también de forma autocrítica, en el sentido de una revisión y superación de su comportamiento anterior, su pertenencia a determinados círculos católicos, a los que entretanto ha dado la espalda.

El periodista Christian Geyer escribió: «Como mínimo me parece claro en cuanto a la evaluación moral teológica de la homosexualidad: el Vaticano ya no puede avanzar con su mezcla de discreción y represión después de este libro.» Thomas Assheuer consideró en su charla en Die Zeit: «Este libro pertenece a los más increíble que se puede leer en este momento sobre la Iglesia católica».

Fuente Ragap

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“Dios nos libre de según qué cardenales”, por Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara.

Domingo, 16 de febrero de 2014
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papa-Francisco-330x350Leído en la página web de Redes Cristianas

Con estos amigos, al Papa no le hacen falta enemigos. Los cardenales tienen, todos, un título de una iglesia romana. Son una especie de cabildo de la diócesis de Roma. Es decir, como consiliarios del Pontífice en su condición de Obispo de Roma. Pero tienen un problema: que envejecen. Y por muy cardenal que sea uno, no está exento de los achaques de la edad. Y el más benévolo de éstos es el chocheo. Yo no sé si no debería haber una especie de ITV cardenalicia, cada año, para retirarles esa condición pública de honor. Porque si fuera uno cualquiera, tomando una buena cerveza en una cervecería de Colonia, el que ha proferido una auténtica barbaridad, que más abajo aclaro, no se habría montado el revuelo que se ha organizado.

Pero es que ha sido el cardenal de Colonia, Joachim Meisner, el que ha soltado esta perla, en una reunión con una comunidad neo-catecumenal: “Cada una de vuestras familias vale fácilmente por tres familias musulmanas”. Este señor cardenal, de 80 años, no debe haber leído el Evangelio, o lo ha olvidado. Ni la Biblia, en la que, insistentemente, se recuerda que es Dios quien escruta el corazón, y los riñones, y la mente, y los entresijos de las personas. Alguien tendrá que advertir a sus eminencias, -otro título fantásticamente evangélico-, que no son quienes para juzgar a nadie, ni a título individual ni familiar. Y, de paso, repetirle aquello de que “las prostitutas os precederán en el Reino de Dios”.

Hace unos días fue en nonato cardenal Sebastián, a quien, por cierto, el parlamento de Navarra le ha dedicado una especie de moción de censura por sus palabras, el que despotricó, sin medida, y sin ápice de misericordia, contra las mujeres que abortaban, como si ese fuese un trago dulce y agradable, y contra los homosexuales, y el feminismo. O el cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani Thorne, quien llegó a afirmar que los derechos humanos son una “cojudez”, (estupidez, idiotez, en el lenguaje coloquial peruano).

¡Ojalá que el papa Francisco pueda acabar con todo este escándalo de tanto príncipe y eminencia en su Iglesia! Alguno puede pensar, objetándome: ¿Es que los títulos y los honores son malos en la Iglesia? Malos, no sé. Pero antievangélicos, seguro, desde luego, con toda seguridad. Hablando de los poderes y gobernantes del mundo, criticándolos, por su abuso y su codicia, termina: “pero entre vosotros, no sea así. El que quiera ser el primero, sea el último, y el servidor de todos”. Es chocante, y nos debería extrañar a todos, que lo que más llama la atención, y a algunos molesta, y a otros escandaliza de Francisco, es que demuestre sin rubor que cree, confía, y quiere pautar su actuación eclesial por el Evangelio. Sin querer hacer de menos a sus antecesores en la sede romana, es preciso decir que si los papas, durante siglos, han creído en el Evangelio, han tenido serios problemas para demostrarlo, con esa sacralización que han permitido de su persona. Nunca debían permitir el tratamiento cotidiano de “Santo Padre”. Santo solo Dios, y, todos los bautizados, por participación en la santidad divina.

Y volviendo a los cardenales, el hecho de su elevación, por tradición, a alturas principescas y eminentes, ya es, de por sí, como he dicho, un tremendo hándicap para vivir la sencillez y el servicio que nos enseñó Jesús en el Evangelio. Pero la cosa se complica cuando, como hemos visto más arriba, esas alturas provocan una altivez y orgullo desmedidos, que los hace capaces, o se lo creen, de juzgar, condenar, y pontificar sobre cualquier aspecto de la vida, sobre todo de índole moral, social y político. Me recuerda, y me inclina, demasiadas veces, a da la razón, a un buen periodista, bueno como profesional, pero con tantas luces de análisis crítico como mala leche, cuando escribió: “Pero fulano, que es cardenal, ¿puede creer en Dios?”. Pero esta no es de las veces en que consienta que el agudo columnista me incline a esa duda temeraria.

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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