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“Actualidad y futuro de la Teología de la liberación”, por Jorge Costadoat, SJ

Domingo, 17 de agosto de 2014
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¿Fue contrario Jorge Mario Bergoglio años atrás a la Teología de la liberación? Probablemente en más de un punto. ¿Es hoy el Papa Francisco un opositor a esta teología? No da la impresión.

Consta, sí, que los simpatizantes de la Teología de la liberación están exultantes con él. Es cosa de ver las páginas electrónicas. Los sectores católicos liberacionistas se han identificado rápidamente con el nuevo Papa. El nombre de Francisco, la sencillez, los ataques contra la economía liberal, la ya famosa frase: “cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres…”, han sido señales inequívocas de un giro que el progresismo social católico interpreta como un guiño favorable.

¿Qué importancia pudiera tener que el Papa llegue a reconocer valor a esta teología? ¿Y a los movimientos, congregaciones religiosas y comunidades de base que se han inspirado en ella, dándole a la vez suelo para su desarrollo?

Juan Pablo II no la condenó, pero le hizo críticas arteras y mantuvo a raya a sus teólogos. El Cardenal Ratzinger, que ejerció este control desde el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el documento Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” (1984), desaprobó el uso acrítico de categorías marxistas: no distinguir entre materialismo histórico y materialismo dialéctico, y la lucha entre clases. Pero no puso en duda la opción por los pobres. Es más, en otro documento titulado Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986) subrayó la raigambre bíblica de los planteamientos teológicos liberacionistas. Por cual no debe extrañar demasiado que el año pasado Ratzinger, convertido en Benedicto XVI, haya nombrado a cargo de aquella Congregación a Gerhard Müller, un obispo alemán que en 2005 había escrito junto a su amigo Gustavo Gutiérrez un libro titulado “Del lado de los pobres. Teología de la liberación“. El mismo Ratzinger -se sabía- siempre había sentido simpatía por Gutiérrez, llamado el “padre” de esta teología. El nombramiento de Müller ha sido una señal de un viraje que puede terminar siendo decisivo.

No lo será, empero, si los simpatizantes de Gutiérrez, Boff, Segundo, Sobrino, Gebara, Támez, Andrade, Codina, Galilea, Trigo, Muñoz, Ellacuría y los otros muchos teólogos liberacionistas pretenden revitalizar tal cual la teología que motivó el compromiso cristiano de los años sesenta y setenta. Hoy el tema no es la reforma agraria, ni el imperialismo yankee, ni el marxismo, ni la guerrilla del Che o de Camilo Torres, ni los años grises de la dictadura de Pinochet. Debe recordárselo, porque la tendencia a revivir esos tiempos es una tentación inútil y, para colmo de la torpeza, infiel al método de la misma Teología de la liberación.

La Teología de la liberación nunca fue condenada. El mismo Juan Pablo II advirtió que ella, en algunos casos, era incluso “necesaria” (Brasil, 1986). Tampoco habría sido fácil hacerlo, pues fue el mismo Magisterio latinoamericano que formuló la opción por los pobres, núcleo de la convicción mística y teológica de esta teología. Su actualidad estriba en esta convicción y en su método. Los obispos del continente se aproximaron a la realidad en la clave del “ver, juzgar y actuar”. Ellos popularizaron este procedimiento metodológico. Ellos impulsaron a la Iglesia a reconocer la acción de Dios en la historia presente y a sumarse a ella.

Debe reconocerse al Vaticano II la paternidad ulterior de este método. El documento Gaudium et spes quiso comprender los “signos de los tiempos”: “discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales (el Pueblo de Dios) participa juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11). Es decir, que en acontecimientos humanos especialmente significativos es posible reconocer la acción de Dios y reflexionar sobre ella. Esto ha exigido a la Iglesia no querer “enseñar” al mundo qué es lo que Dios quiere, sin “aprender” del mundo qué es lo que Dios quiere.

En adelante la teología ha podido considerar que el contexto histórico no solo autoriza a interpretar la doctrina tradicional acomodándola, adaptándola, a nuevas circunstancias, sino que el contexto mismo tiene algo que decir sobre Dios y sobre su voluntad. Dios que se reveló en la historia, en la historia continúa revelándose. La Iglesia no vino al mundo con un canasto de doctrina debajo del brazo. Ella fue amasando durante siglos su doctrina, la cual no ha sido sino interpretación de la Escritura como Palabra de un Dios que continúa hablando en el presente y que, porque seguirá haciéndolo en el futuro, obliga a considerar las formulaciones teológicas como provisorias.

Así las cosas, la Iglesia hoy debe atender a la historia si quiere ser históricamente relevante. ¿Cómo hacerlo? Ella debe arraigar hondamente en la humanidad sufriente, sufrir con ella, esperar con ella, indagar sus necesidades de liberación y de dignificación. Debe, en suma, sintonizar con el Espíritu de Cristo que clama en los pobres; y por otra parte, debe recurrir al servicio de las ciencias sociales que le permitirán comprender mejor qué está sucediendo con las personas y las sociedades.

Sabemos que Francisco Papa es un hombre conectado con el sufrimiento del mundo. Bien quiere la liberación de los diversos oprimidos de este mundo. Será muy importante, además, que tome en serio el aporte de las ciencias modernas. Sin estas, el discernimiento de la viabilidad de la liberación es hoy culturalmente imposible. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de la homosexualidad. La doctrina de la Iglesia ha podido variar en la medida que el conocimiento de esta realidad humana ha evolucionado. La psicología moderna en algún momento dejó de considerarla una perversión, pues descubrió que ella era una enfermedad. Sucesivamente dejó de considerarla una enfermedad, para afirmar que es una variante de la sexualidad humana. La Iglesia, en este campo, se está sirviendo de la psicología para mejorar su doctrina. Algo parecido hizo con la comprensión de fenómeno del suicidio.

Hoy la Iglesia necesita que el Papa Francisco estimule y se sirva de la Teología de la liberación, entendida esta como una apertura reflexiva y crítica al actuar humano contemporáneo, especialmente a aquel de quienes padecen algún tipo de discriminación y exclusión. Si no lo hace, la humanidad continuará llevándole la delantera a la Iglesia en materias en las que la Iglesia ha presumido tener la razón. El mero desarrollo de las ciencias no ha elevado a la humanidad a su cota más alta. A veces la ha hundido en involuciones atroces y aterra pensar en las experimentaciones en curso. Pero la Iglesia solo puede tratar legítimamente de atajar los excesos de la modernidad o encauzarla si reconoce que, para anunciar que Cristo es una Buena Noticia, se hace necesario usar la razón –la ciencia y la técnica- para atinar con una fe en Dios auténticamente humanizadora.

A la Teología de la liberación hoy, por una cuestión de método, se le abren nuevas posibilidades de interés. Ella, que se ocupa de la liberación, suele también dar suma importancia a la creatividad que amplía los horizontes de la vida. Los seres humanos combaten la opresión, la injusticia, las nuevas y viejas esclavitudes. Pero también crean y recrean mundos insospechados, innovan en la estética y en la moral. En las innumerables experimentaciones de la humanidad, Dios mismo puede estar dándose a reconocer como el Creador. Dios no se cansa ni se repite. La Teología de la liberación desde hace años valora las distintas culturas, e incluso las diferentes religiones, pues cree, por principio, que Dios acontece incesantemente en el mundo. Su aporte más característico en esta apertura suya a todo lo real, ha consistido en valorar la creatividad de los pobres. Para esta teología los pobres no solo han de ser objeto de caridad y de justicia. Ellos deben ser considerados sujetos que inventan un mundo nuevo con escasos materiales pero con la comprensión vital de un Evangelio que ha sido anunciado a ellos antes que a nadie. El aporte mayor de la Teología de la liberación, y de aquí su futuro, estriba en creer en la creatividad de los pobres.

Esto explica que los simpatizantes de la Teología de la liberación aplaudan al Papa Francisco. Ven en él a alguien que apuesta por los pobres.

Jorge Costadoat, SJ

Cristo en Construcción

Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Iglesia Católica , , , , , , , , , , , , , , , , ,

“Canonizaciones, una invitación a pensar”, por Ivone Gebara, Brasil.

Domingo, 11 de mayo de 2014
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canonizacion-Juan-Pablo-II-y-Juan-XXIII-plaza-san-pedro-4Leído en Adital:

Muere la última testigo del asesinato de Romero

La multitud de fieles en la Plaza de San Pedro fue impresionante el pasado veinte de abril. La fuerza del catolicismo reapareció nuevamente públicamente con todo su vigor, particularmente, en su capacidad de proponer a los fieles vivos, su adhesión a algunos muertos como símbolos de un cristianismo/catolicismo bien vivido. Juan XXIII y Juan Pablo II fueron elevados a los altares y ahora son “sujetos” de veneración del pueblo católico de todo el mundo. Muchas dudas y críticas así como adhesiones y elogios circulan en los medios de comunicación social en relación a los nombres indicados. No es posible llegar a un consenso entre las opiniones, debido a la pluralidad del “Pueblo de Dios”. La jerarquía clerical responsable de las decisiones, juzgó las indicaciones y tomó la decisión final ejecutada por el papa en solemne misa. Desconozco si los jerarcas recordaron las devociones de los más pobres, poco aficionados a venerar papas muchas veces identificados como reyes o señores poderosos. Las devociones de los pobres son más vinculadas a la Virgen María, a Jesús y a los santos más tradicionales como San Francisco, San José, San Expedido, tipos de santos que piensan más capaces de entender su sufrida vida cotidiana.

La cuestiones sobre las que quiero reflexionar, hasta cierto punto van más allá de las personas canonizadas y pretenden abrirse a otra problemática. ¿Podemos imitar a los santos, a los mártires, a los héroes, a grandes líderes? ¿Cómo puede hacerse tal imitación? Es que ellos después de muertos, ¿serian poseedores de cualidades superiores y estarían exentos de los límites de su propia historia? ¿No estaríamos nosotros alienándonos de nuestra responsabilidad histórica o personal de reconocer que cada uno tiene que vivir su historia y opciones propias? ¿No estaríamos dejando de lado las opciones de mujeres y hombres en la construcción de nuestra historia actual, para seguir modelos que, aunque hayan tenido su valor, no podrán ser imitados? ¿Que imitar en ellos? Y ¿Cómo hacerlo de hecho? Las preguntas son existenciales, no abstractas, tomando en cuenta que van a exigir comportamientos personales en nuestra historia actual.

En la propuesta de imitación que presentan algunos grupos de la Iglesia Católica, ciertamente no entran consideraciones más críticas en relación a los escogidos para la santidad. ¿Por qué no llamar la atención también sobre los errores cometidos en el pasado que no deberían repetirse? Así percibiríamos, tal vez con mayor claridad la mezcla y contradicciones presentes en el ser humano y en sus acciones.

Pero, probablemente este procedimiento crítico y realista mancharía la figura del santo o del héroe y saldría del esquema de perfección dualista, presente en la Iglesia. Quedaría también fuera de la oposición, firmemente mantenida por la mayoría entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres, entre el bien y el mal, entre ángeles y demonios. De hecho se admite en los medios de iglesia que el santo o el héroe no haya sido perfecto, pero no se habla directamente de lo que podría haber sido evitado, o de lo que puede parecer criticable, en la perspectiva del bien común, concretamente situado y fechado.

na21fo01Los escogidos para la santidad institucional aparecen como prototipos de bien, de valentía, de justicia, de tal forma que sus debilidades y cobardías no salen a luz. Una vez más, el “hombre ideal” o idealizado y “la mujer idealizada” según algunos parámetros establecidos, es presentado como modelo a los fieles. Este modelo pasa encima de lo ordinario de la vida y es capaz de acentuar sacrificios inútiles y neurosis de muchos tipos en los fieles. Conocemos, además, vidas de santos/as que se infligieron torturas y sacrificios corporales que ya no tiene sentido imitar.

Intuyo que muchas veces tenemos poca conciencia del significado alienante de las imitaciones. Al imitar a alguien, dejo de mostrar mis dones personales, dejo del lado mi propia manera de ser, dejo de reconocer mi capacidad personal y, de cierta forma, me disminuyo buscando en la persona ajena, mi realización personal. La imitación propuesta en el catolicismo no es como el arte del teatro, en que el actor o actriz interpretan a un romántico apasionado o un cruel dictador y después vuelven a ser ellos mismos, a la espera de nuevos papeles.

La imitación que la Iglesia propone es una especie de conformidad a un ideal de vida considerado más perfecto que otro y por eso digno de ser imitado. Sin duda muchos fieles saben que ciertas vivencias personales u opciones, no pueden ser imitadas. En ese caso se exaltan las virtudes que presumiblemente el santo/a habría vivido y esas virtudes comienzan a ser proclamadas porque fortalecen las convicciones de la institución religiosa. Es interesante notar que las virtudes de obediencia a un modelo de ser humano que la Iglesia considera más próximo a la voluntad divina, parece ser una constante en los modelos de santidad. Los santos son, salvo excepciones, sumisos a la Iglesia jerárquica y si no lo fueron durante su vida, pasan a serlo después de muertos. La vida del santo/a es reinterpretada de forma que pueda servir a los intereses y a los valores defendidos por la institución.

Otra cuestión es la de saber qué criterios seguir para elevar a los altares y decretar que la vida de esa persona es digna de imitación. ¿Que motiva a algunas personas a querer declarar santo/a a alguien? ¿Pensarían ellas que eso promovería y agregaría valor y gloria a los fieles difuntos? ¿Qué razones tiene el papado para escoger y decretar su santidad? ¿Cómo pueden los jueces de una causa de beatificación o de santificación, juzgar que aquel individuo fue agradable a Dios? ¿De qué Dios se está hablando? ¿Qué modelos de Dios, están en juego? ¿Qué implicaciones políticas y económicas tienen esas acciones que de repente ponen una aureola en la cabeza de un “muerto” y mandan imprimir estampas para ser vendidas o distribuidas a los fieles? Todo lo anterior sin hablar de los extraordinarios milagros muchas veces exigidos, como forma de probar la santidad de alguien.

¿Por qué no decir que las personas y en ellas se incluye ciertamente a quienes físicamente ya salieron de esta historia, nos inspiran, nos ayudan a llevar nuestras cargas, nos enseñan según nuestras necesidades? La inspiración parece un fenómeno que indica una mayor libertad que la imitación. Pero la canonización no va por ese camino. Tiene que ver con Canon, con leyes que se establecen para los fieles, aunque se diga que cada uno es libre de escoger o no la vida de este o de aquel santo como su modelo.
Soy consciente de tener más preguntas que respuestas y en las preguntas manifiesto mi inquietud por los rumbos que está tomando el Papa Francisco sobre el lugar de devoción en la vida de los católicos.

Si bien reconozco la calidad de su persona, sus discursos y acciones en relación con los pobres de este mundo, me inquieta la contradicción en su teología. Y esta contradicción, en mi opinión, disminuye el poder de su palabra, especialmente cuando se trata de la justicia en las relaciones humanas.

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