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Si se pierde un hermano

Lunes, 11 de septiembre de 2023
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HIJO-PRODIGO

Si se pierde un hermano,
si se pierde un hijo,
si se pierde el vecino, el compañero,
el amigo o el enemigo…
¿qué he de hacer, Dios mío?

Lo buscaré sin descanso, día y noche,
por senderos, charcos y bosques,
playas y desiertos, montañas y valles,
pueblos y ciudades e inhóspitos lugares,
con mis pies cansados y corazón anhelante.

Lo llamaré, con mi voz rota, por su nombre
y no cejaré hasta encontrarlo y abrazarlo;
y le diré con ternura y pasión de hermano:
Estoy preocupado y angustiado por ti
y siento que nuestras vidas necesitan dialogarse.

Y si no se detiene y me da la espalda,
o hace oídos sordos a mis palabras,
o me desafía con los hechos o su mirada,
juntaré, antes que oscurezca, la ternura de dos o más
para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.

Y si el fuego de tu Espíritu y de los hermanos
no hace mella en sus gélidas entrañas,
juntaré centenares de cálidos hogares
para que alumbren su noche oscura
y derritan sus hielos invernales.

Y si tal torrente de ternura, gracia y respeto
no doblega su tronco altivo y yermo,
lo cubriré con mi ropa para protegerlo
y lo lavaré sin descanso con mis lágrimas
hasta cicatrizar sus heridas y devolverle la alegría.

Y si a pesar de ello no sigue tu camino,
le perdonaré como tú nos enseñaste;
y si es preciso me convertiré en rodrigón
de su vida, historia y suerte,
renunciando a otros proyectos personales.

Y así ganaré a mi hermano
y la vida que nos prometiste.

¡Bendito seas, Señor, que nos haces fuertes
para curar y ser curados, hoy y siempre,
para amar al hermano y ser por él amados!
¡Bendito seas, Señor, por invitarnos a crear,
vivir, salvar y cultivar la fraternidad!

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

***

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La inmensidad del amor de Dios es deliciosamente refrescante

Lunes, 11 de septiembre de 2023
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9B1DB9FD-D2B5-43DB-BD55-A71F0D3B22A1M. Hakes

La publicación de hoy es del colaborador de Bondings 2.0, M. Hakes (ellos), cuya biografía y publicaciones anteriores se pueden encontrar aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 23º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Si hoy oís su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. (Salmo 95:8)

Mientras el resto de Estados Unidos se ha estado derritiendo por el calor histórico de este verano, nuestro clima en Duluth (apodada “la ciudad con aire acondicionado”) se ha visto atenuado, como cada verano, por las aguas frescas, a menudo heladas. del Lago Superior. Una de mis cosas favoritas para hacer en verano, especialmente en los raros días “calurosos“, es ir a nadar. Es difícil expresar con precisión lo deliciosamente refrescante que es estar envuelto por las olas de la Madre Superiora en un día de ochenta y tantos grados y nadar en sus aparentemente infinitas profundidades.

El lago Superior, o gichigami (el nombre de esta masa de agua en anishinaabemowin, el idioma ojibwe), se extiende por 31.700 millas cuadradas, aproximadamente la misma superficie que el país de Austria. Contiene alrededor del 10% del agua dulce del mundo. Se necesitan 551 mil millones de galones de agua para elevar el nivel del agua del lago una pulgada. Si se vaciara el lago, el agua cubriría toda la masa continental de América del Norte y del Sur con aproximadamente 12 pulgadas de agua. Estos y otros hechos sobre el Lago Superior nos ayudan a comprender la incomprensible grandeza de este lago, pero este intento de comprensión intelectual es incomparable a ser sacudido por las olas del Superior en un día de verano bañado por el sol. Nunca podré comprender del todo lo grande que es el lago Superior, pero sí sé lo que se siente al estar sostenido en su inmensidad.

Me pregunto cuántos lagos Superiores podrían llenarse con los galones de tinta que se han derramado a lo largo de los siglos intentando articular lo que “sabemos” acerca de Dios. Innumerables y gruesos tomos teológicos con cautivadora destreza académica se esfuerzan por describir al Dios a quien el escritor de la Primera Carta de Juan llama sucintamente “Amor”. Pero nuestro Dios no es alguien que pueda ser aprehendido mediante gimnasia mental. Más bien se conocen (y sólo entonces en parte) a través de la experiencia. En el corazón de la fe cristiana está la idea de que el infinito y santo misterio de Dios no permanece para siempre remoto, sino que se acerca al mundo. Este santo misterio nos toca por la encarnación y por la gracia. Nuestro Dios ha abrazado nuestra humanidad tan plenamente que “se hicieron carne y habitaron entre nosotros”. Parafraseando al teólogo Edward Schillebeeckx, nuestro Dios es Deus humanissimus, el Dios sumamente humano; un Dios que es humano hasta lo más profundo de lo que significa ser humano; un Dios que es capaz de contener todas las complejidades de lo que significa ser humano dentro de sí mismo.

IMG_0513El lago superior

He escuchado homilías en la lectura del evangelio de hoy que reducen las palabras de Jesús sobre el perdón a una especie de plan de acción para corregir a los pecadores descarriados, para traerlos de regreso al redil. Como católico queer, innumerables personas han intentado “corregirme“. Me han dicho que las identidades que mi Dios creó son pecaminosas y asquerosas. Me han dicho que mi “estilo de vida” es una mala elección y que si confiara más en Dios, Él me quitaría esta terrible carga y sería “normal”. Durante mucho tiempo no supe lo que es no sentirme destrozada; saber, en cambio, a nivel del corazón, que soy bueno, amado y digno. En medio del calor de esta retórica odiosa, el amor incontenible y difícil de manejar de Dios ha sido un bálsamo refrescante.

El Camino de Jesús no nos aleja de nuestra humanidad, de nuestras identidades creadas por Dios. Más bien, nos llama cada vez más profundamente al misterio de lo que significa ser humano. Nos llama a abrazar con valentía todo lo que somos (lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo) y a entregarnos plenamente al amor incomprensible, transformador y vivificante de Dios. Como escribe el padre jesuita Greg Boyle en su libro Tattoos on the Heart (Tatuajes en el corazón), “[Dios] quiere aceptar todo lo que somos y ve nuestra humanidad como el lugar privilegiado para encontrar este amor magnánimo. Ninguna parte de nuestro cableado o de nuestro desordenado yo debe ser menospreciada. Donde estamos, con todos nuestros errores e imperfecciones, es tierra santa. Es donde Dios ha elegido tener intimidad con nosotros y no de otra manera que no sea esta”.

Dios está presente donde la vida se vive con valentía, entusiasmo, amor y autenticidad; incluso sin ninguna referencia explícita a la religión. Nos encontramos en, con y bajo el misterio Divino cuando aceptamos la inmensidad silenciosa que nos rodea como algo infinitamente distante y sin embargo inefablemente cercano, cuando la recibimos como una cercanía protectora y un amor tierno que no conlleva reservas, y cuando tener el coraje de aceptar nuestra propia vida en todas sus complejidades.

Así como sé que los datos sobre el Lago Superior no son nada comparados con la experiencia de nadar en él, sé que nunca podré comprender plenamente cuán grande es Dios. Pero sí sé lo que es estar en la inmensidad de Dios, y es deliciosamente refrescante.

-M. Hakes, Ministerio New Ways, 10 de septiembre de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Una Iglesia reunida en el nombre de Jesús”. 23 Tiempo ordinario – A- (Mateo 18, 15-20)

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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Multiracial Young People Holding Hands in a Circle

Multiracial Young People Holding Hands in a Circle

Cuando uno vive distanciado de la religión o se ha visto decepcionado por la actuación de los cristianos, es fácil que la Iglesia se le presente solo como una gran organización. Una especie de «multinacional» ocupada en defender y sacar adelante sus propios intereses. Estas personas, por lo general, solo conocen a la Iglesia desde fuera. Hablan del Vaticano, critican las intervenciones de la jerarquía, se irritan ante ciertas actuaciones del papa. La Iglesia es para ellas una institución anacrónica de la que viven lejos.

No es esta la experiencia de quienes se sienten miembros de una comunidad creyente. Para estos, el rostro concreto de la Iglesia es casi siempre su propia parroquia. Ese grupo de personas amigas que se reúnen cada domingo a celebrar la eucaristía. Ese lugar de encuentro donde celebran la fe y rezan todos juntos a Dios. Esa comunidad donde se bautiza a los hijos o se despide a los seres queridos hasta el encuentro final en la otra vida.

Para quien vive en la Iglesia buscando en ella la comunidad de Jesús, la Iglesia es casi siempre fuente de alegría y motivo de sufrimiento. Por una parte, la Iglesia es estímulo y gozo; podemos experimentar dentro de ella el recuerdo de Jesús, escuchar su mensaje, rastrear su espíritu, alimentar nuestra fe en el Dios vivo. Por otra, la Iglesia hace sufrir, porque observamos en ella incoherencias y rutina; con frecuencia es demasiado grande la distancia entre lo que se predica y lo que se vive; falta vitalidad evangélica; en muchas cosas se ha ido perdiendo el estilo de Jesús.

Esta es la mayor tragedia de la Iglesia. Jesús ya no es amado ni venerado como en las primeras comunidades. No se conoce ni se comprende su originalidad. Bastantes no llegarán siquiera a sospechar la experiencia salvadora que vivieron los primeros que se encontraron con él. Hemos hecho una Iglesia donde no pocos cristianos se imaginan que, por el hecho de aceptar unas doctrinas y de cumplir unas prácticas religiosas, están siguiendo a Cristo como los primeros discípulos.

Y, sin embargo, en esto consiste el núcleo esencial de la Iglesia. En vivir la adhesión a Cristo en comunidad, reactualizando la experiencia de quienes encontraron en él la cercanía, el amor y el perdón de Dios. Por eso, tal vez, el texto eclesiológico más fundamental son estas palabras de Jesús que leemos en el evangelio: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

El primer quehacer de la Iglesia es aprender a «reunirse en el nombre de Jesús». Alimentar su recuerdo, vivir de su presencia, reactualizar su fe en Dios, abrir hoy nuevos caminos a su Espíritu. Cuando esto falta, todo corre el riesgo de quedar desvirtuado por nuestra mediocridad.

José Antonio Pagola

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“Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Domingo 10 de septiembre de 2023. 23º domingo de tiempo ordinario

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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46-OrdinarioA23Leído en Koinonia:

Ezequiel 33,7-9: Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
Romanos 13,8-10: Amar es cumplir la ley entera
Mateo 18,15-20: Si te hace caso, has salvado a tu hermano

La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre nuestra corresponsabilidad comunitaria. La fe, o más ampliamente dicho, nuestra vida espiritual, es un asunto personal, una responsabilidad absolutamente intransferible, pero como humanos que somos –seres simbióticos al fin y al cabo– la vivimos en el seno de una comunidad. Por eso, también, todos somos de alguna manera responsables de la vida de cada hermano.

Ezequiel es profeta del tiempo del exilio. Se presenta como el vigilante de su pueblo. Otros profetas han utilizado también esta imagen para caracterizar su misión. La actitud vigilante es un rasgo de los profetas. Estar atento a lo que pasa, para alertar y prevenir al pueblo. Y estar siempre atento también a escuchar la Palabra de Dios. Leer los acontecimientos de la historia y interpretarlos a la luz de la Palabra de Dios. El vigilante, celador, velador, centinela o como se le llame en nuestro medio, está pendiente de los peligros que acechan al pueblo. Por eso, el profeta es responsable directo de lo que le pueda pasar. El profeta tiene la misión de abrir los ojos del pueblo. Pero también el pueblo puede aceptar o rechazar esa interpelación profética. Lo que no está bien es pasar por alto y no darse cuenta del peligro.

Pablo en la carta a los romanos invita a los creyentes que edifiquen su vida sobre la base del amor para que puedan responder a los desafíos del momento histórico que a cada creyente y a cada comunidad le toca vivir. El amor es resumen, síntesis vital, compendio de todo tipo de precepto de orden religioso. Así, Pablo entra en perfecta sintonía con la propuesta evangélica. Ciertamente, no es un rechazo rotundo de la ley. Pero el amor supera la fuerza de la ley. Quien ama auténticamente no quiere hacer daño a nadie; por el contrario, siempre buscará la forma de ayudarle a crecer como persona y como creyente. La conversión, la metanoia, es cambio rotundo de mente y corazón. Quién se convierte asume el amor como única “norma” de vida. El amor se traduce en actitudes y compromisos muy concretos: servicio, respeto, perdón, reconciliación, tolerancia, comprensión, verdad, paz, justicia y solidaridad fraterna.

El evangelio de Mateo nos presenta el pasaje que se ha denominado comúnmente la corrección fraterna. El texto revela los conflictos internos que vivía la comunidad mateana. Nos encontramos, entonces, ante una página de carácter catequético que pretende enfrentar y resolver el problema de los conflictos comunitarios. El pecado no es solamente de orden individual o moral. Aquí se trata de faltas graves en contra de la comunidad. El evangelista pretende señalar dos cosas importantes: no se trata de caer en un laxismo total que conduzca al caos comunitario. Pero tampoco se trata de un rigorismo tal que nadie pueda fallar o equivocarse. El evangelista coloca el término medio. Se trata de resolver los asuntos complicados en las relaciones interpersonales siguiendo la pedagogía de Jesús. No es un proceso jurídico lo que aquí se señala. El evangelista quiere dejar en claro que se trata ante todo de salvar al trasgresor, de no condenarlo ni expulsarlo de entrada. Es un proceso pedagógico que intenta por todos medios salvar a la persona. Ahora bien, si la persona se resiste, no acepta la invitación, no da signos de arrepentimiento… entonces sí la comunidad se ve obligada a expulsarse de su seno. Al no aceptar la oferta de perdón la persona misma se excluye de la comunión.

Nuestro compromiso como creyentes es luchar por la verdad. Nuestras familias y comunidades cristianas deben ser, ante todo, lugares de reconciliación y de verdad. Exigir respeto por las personas que se equivocan pero que quieren rectificar su error es imperativo evangélico. Tampoco se trata de caer en actitudes laxistas o que respalden la impunidad. Pero ante todo, el compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética.

¿Cómo vivimos los valores de la verdad, la justicia, la reparación y la reconciliación al interior de nuestras comunidades? ¿Qué actitud asumimos frente a los medios de comunicación que manipulan y tergiversan la verdad? ¿Nos sentimos corresponsables de la suerte de nuestros hermanos?

El evangelio de hoy habla también de la comunidad como sujeto de perdón: «Todo lo que aten ustedes en la tierra será atado en el cielo…». Puede ser una oportunidad interesante para hablar tanto de la grave crisis que atraviesa este sacramento en la práctica más extendida en la Iglesia, como de la posibilidad y legitimidad de la reconciliación comunitaria. Véase al respecto el libro de Domiciano Fernández que comentamos más abajo. Leer más…

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10.9.23, Dom 23 TO. Si tu hermano peca contra ti convoca a la Iglesia (Mt 18, 15-20)

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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amen-a-sus-enemigos-jesus-con-islamicoDel blog de Xabier Pikaza:

He planteado el tema en FB y RD, 3.9.23 (Confesión de Policarpo), insistiendo en la celebración eclesial del perdón, con o sin obispo.

Este es el mensaje del evangelio del domingo (Mt 18, 15-20), el texto más importante de la justicia/perdón del cristianismo, que ha de ser completado con 1 Cor 6,1-1 y con la historia posterior de la iglesia.

Tres son sus presupuestos. (a) La comunidad es anterior al obispo. (b) La iglesia no es una instancia sólo espiritualista sino de juicio. (c) Quien no acepta el juicio fraterno  de la iglesia queda en manos del juicio de publicanos y gentiles (es decir, de no-hermanos, según lenguaje eclesial).

Introducción.

 Este pasaje supone que hay iglesias, comunidades de hermanos. Por eso, los “pecados entre hermanos” han de resolverse apelando a la iglesia. El mundo de fuera (publicanos/gentiles) tiene un sentido, con un derecho muy importante, al que en otro plano pueden apelar los cristianos; pero en clave de comunión ellos han de apelar a la iglesia que es comunión (escuela y camino de fraternidad).

 Las iglesias no “nacen” de los obispos, y en esa línea el evangelio de Mateo nos describe una iglesia perfectamente estructurada y sin obispos. Pero en un momento determinado (en el siglo II-III) han podido nacer y han nacido en las iglesias  obispos  con la finalidad no siempre cumplida de unificar y realizar “monárquicamente” ciertas tareas eclesiales). De eso trataba mi “postal” sobre el caso Policarpo. De eso trato ahora, comentando el evangelio del domingo.

Este evangelio de Mateo no es todo el NT, ni toda la tradición de la iglesia. Pero es quizá (con 1 Cor 12-14) el texto eclesial más importante sobre Pedro, sobre las comunidades cristianas y sobre lo que han de hacer los obispos  (todavía no existentes) , como he puesto de relieve en comentario de Mateo, donde he puesto de relieve cuatro rasgos:

  1. Giro Petrino (Mt 16, 13-20). Mateo asume desde Pedro (con Pedro) la misión universal de Pablo, la apertura universal del evangelio sobre la ley nacional judía.
  2. Autonomía de cada Iglesia/comunidad (Mt 18, 15-20), que hereda como propias las “llaves” de Pedro (como queda claro uniendo Mt 18 con Mt 16). Según eso, cada iglesia es autónoma, portadora de la autoridad de Cristo
  3. Mateo rechaza la autoridad monárquica de los obispos (Mt 23, 1-11), definida por las primera cátedras (prôto-kathredias) en la comunidad y los primeros asientos (prôtoklisias) en las comidas/eucaristías. El principio y esencia de la iglesia no son unos obispos, sino las comunidades.
  4. El evangelio de Mateo está lleno de autoridades (apóstoles, profetas, sabios, escribas, mujeres pascuales), pero de tipo ministerial, en una línea paulina no episcopal. Esas autoridades carismáticas bien organizadas, pero no episcopales, definen la esencia y misión de las iglesias.

   La iglesia no es solo Mateo… En ella surgieron pronto tendencias que han desembocado en el establecimiento de un episcopado (cf. Ignacio de Antioquía, Ireneo…), pero quedando siempre firme la prioridad de las comunidades: No son las iglesias las que surgen de los obispos, sino los obispos los que surgen de las comunidades para realizar en su nombre algunos servicios, como puse de relieve en la postal anterior sobre el “caso Policarpo”, apoyándome en F Campenhausen. Y con esto paso ya al análisis y comentario de Mt 18, 15-20.

01.- Mt 18, 15-17. Norma general.

En un primer momento, las comunidades cristianas se parecen a la otros grupos judíos del entorno, como los esenios de Qumrán, que han buscado formas semejantes de integración y organización comunitaria. Pero en Qumrán hay una fuerte instancia jerárquica, con sacerdotes o miembros más altos que deciden las cuestiones; en Mateo, en cambio, decide toda la comunidad, como instancia de apelación universal:

18 15 Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.  16 Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos,  pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.  17 Y si no les escucha llama a la iglesia, y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano [1].

 Este pasaje ratifica el derecho de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo. Su fondo parece de tipo judeo-cristiano y define a los de “fuera de la iglesia comopublicanos/gentiles (cf. 15, 21-28; 21, 31), sin matiz peyorativo. Publicanos y gentiles  son los del mundo externo, los que no forman parte de la hermandad de la iglesia.

 − Paradoja. La Iglesia no puede mantenerse como instancia mesiánica ni ofrecer la salvación a publicanos y gentiles (tema clave de 9, 10-11; 11, 19, 21, 31; 28, 16-20), si no instaura y defiende su identidad, trazando unos espacios de fraternidad interior fuera de los cuales no se puede vivir el evangelio en forma eclesial.

Ortodoxia práctica. Son comunidad los que se dejan perdonar y perdonan; pero quienes rechacen el perdón no puede formar parte de ella. Ésta es la norma central de la Iglesia: quienes excluyen a los otros (pobres y pequeños) se excluyen a sí mismos de la comunidad de los perdonados (cf. 18, 23-35).

      Esta paradoja estaba implícita desde el comienzo de Mt 18 (las ovejas pueden rechazar el redil mesiánico), pero aquí se establece como norma jurídica, es decir, como proto-derecho, precisamente para salvaguardar el principio y fundamento de la gracia según la cual la iglesia es capaz de regularse (trazar su regla o canon), creando espacios abiertos (y al mismo tiempo resguardados) de comunión, superando así el pecado perdón.

De esta forma se instaura el centro y la frontera instituyente del evangelio: El centro es el perdón siempre ofrecido; la frontera no nace de la iglesia (que no excluye, ni condena), sino del pecador, que se define en este pasaje como aquel que  no acepta la fraternidad eclesial (ni acepta el perdón, ni perdona),  queda fuera de la hermandad del perdón (en el ancho mundo de las leyes se publicanos/pecadores, conforme a este lenguaje).  La misma comunidad traza y delimita así el espacio de perdón propio de la hermandad de perdón de la iglesia. De un modo normal, este pasaje no apela a una instancia exterior, ni deja la respuesta en manos de una jerarquía separada, sino que ella misma aparece y actúa como instancia de vida y comunión.

 El texto comienza diciendo “si peca contra ti tu hermano”, es decir, un miembro de la comunidad. No se trata pues de un pecado intimista (sólo entre el creyente y Dios), sino de tipo social, que enfrenta a unos creyentes con otros, poniendo en riesgo la unidad y vida de los hermanos.  Esa fórmula (si tu hermano peca contra ti: eis sé.) puede indicar que se trata de un problema entre dos, pero el ofrece aquí un carácter colectivo, y así lo interpretan, en el fondo, aquellos manuscritos que ponen simplemente “quien peca” (sin añadir contra ti: cf. GNT y NTG). Se trata, pues, de un pecado de ruptura fraterna.

Por eso, a fin de restaurar la comunión se instituye un proceso  juríco en regla, primero entre algunos hermanos concretos a quienes empieza afectando la ruptura y después entre todos los miembros de la comunidad. El principio y norma es el perdón, pero allí donde ese perdón no se acoge ni ofrece se rompe la comunión, centrada en la salvación de los pobres y en la universalidad mesiánica. Por eso, los que no perdonan, se desligan ellos mismos de la Iglesia.

Ese proceso de separación resulta doloroso, pero es necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de otra instancia, como podría suceder en la administración imperial, donde las autoridades o instancias inferiores podían apelar al Cesar, que era juez supremo, por encima de las ciudades o provincias del imperio.

Según Mateo, cada comunidad de creyentes es autónoma, presencia de Dios, pues está formada por personas capaces de juntarse y resolver dialogando sus problemas, en un proceso en regla, que permite conocer las exigencias y límites de las comunidades.   Quien no acepta el perdón, ni se deja cambiar se excluye a mismo de la comunidad. Le dijo Pedro ¿Señor, cuantas veces debo perdonar…? Respondió Jesús ¡Has de perdonar setenta veces siete! (18, 21-22).El perdón se entiende así como palabra final de la Iglesia.  El perdón es, según eso, una experiencia de comunión universal, de la que se excluyen solamente aquellos que no perdonan ni se dejan perdonar [2].

02.- Razón teológica y cristológica (18, 18).

 18 18 En verdad os digo: todo lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo;  y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo [3]

Según el testimonio de Lucas, en Hch 15, 28 ss., los participantes del llamado concilio de Jerusalén, donde coincidieron las grandes líneas de la Iglesia primitiva (Pedro, Santiago, Pablo), habían alcanzado un consenso de base, proclamando nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…, para fijar de esa manera los principios básicos de la misión y mensaje de la iglesia.

Pues bien, en esa línea, tras haber ratificado la tradición petrina (cf. Mt 16, 19), afirmando según ella el carácter universal de la Iglesia, edificada sobre la Roca de la confesión de Pedro, Mateo ha formulado en este nuevo pasaje su experiencia de la Iglesia, que se expresa y concreta en cada una de las comunidades, que poseen una autoridad definitiva, en comunión con otras posibles comunidades, pero sin depender de ellas, y recibiendo así el nombre universal de Iglesia. No se puede hablar, según eso, de una Iglesia superior (universal) de la que dependen las iglesias concretas, ni de una suma de iglesias particulares, que forman así la Iglesia universal. Al contrario, cada comunidad es la Iglesia universal, concretada en un tiempo y lugar, con la misma autoridad creadora que había recibido y ejercicio Pedro en el principio. Así lo ratifica esta primera palabra de institución eclesial:

Estas palabras, lo que atareis y lo que desatareis  se dirigen a cada comunidad de cristianos, afirmando que ella tiene la autoridad suprema, que se concretiza en la doble sentencia de atar y desatar, es decir, de acoger o no acoger, de confirmar o abrogar.

Los judeocristianoshabían sostenido sostenían que nadie puede desatar (lyô) los mandamientos de la ley (5, 19); pero Pedro había recibido las llaves del Reino, como primer escriba, intérprete de Jesús, y así pudo atar y desatar, estableciendo los principios de vida de la comunidad (cf. 16, 18-19). Pues bien, lo que hizo Pedro (para toda la iglesia) puede y debe hacerlo cada comunidad, avalada por el Cielo (=Dios), no para fundar otra iglesia, sino para expresar y actualidad en cada comunidad el fundamento y sentido de la Iglesia entera (evidentemente, en la línea de Pedro).

     Eso significa que, en un sentido muy judío (y muy cristiano) la autoridad fundante la tiene y despliega cada iglesia, esto es, “vosotros”, los creyentes reunidos en comunidad, que podrán decir lo que dijeron los reunidos del “concilio de Jerusalén”: “nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros” (Hch 15, 28). En línea de evangelio, cada expresa en su vida la Vida del Cristo, siendo así comunidad mesiánica autónoma, gestionada por sí misma.

Ciertamente, pasado un tiempo, los mismos cristianos, herederos de Mateo, podrán nombrar y nombrarán presbíteros y obispos delegados, con autoridad para animar a las comunidades, pero, en su raíz, la autoridad (los llamados más tarde sacerdotes, en un sentido poco judío: presbíteros, obispos) sino la comunidad en cuanto tal, pues el diálogo de vida (de comunión y perdón) de los creyentes constituye la raíz y esencia de su autoridad, que no puede delegarse plenamente en nadie, pues no hay nadie por encima de la comunidad reunida [4].

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     La verdad (autoridad) eclesial de Jesús es la comunión dialogal de los creyentes, y no puede delegarse en manos de organismos o sistemas exteriores, pues ello iría en contra de la raíz del evangelio. La iglesia reunida puede y debe atar y desatar, es decir, vincular a los creyentes, en la línea de Jesús, sabiendo que algunos pueden quedar “fuera de ella”, no por ley impositiva, sino por experiencia de gracia, precisamente para bien de los niños y pequeños (18, 1-14), pues lo que va en contra de ellos va en contra de la comunión de la iglesia [5].

Signo y presencia de Dios es por tanto el diálogo concreto de perdón de la comunidad sobre cualquier ley punitiva, de manera que la misma comunión fraterna es revelación y signo de Dios, en la línea de Jesús, al servicio de los niños y pequeños. Según eso, una comunidad que es incapaz de reunirse, expresando su perdón y trazando sus caminos en diálogo de gracia (en defensa de los más pequeños), no es cristiana. 

Diversos grupos judíos de aquel tiempo (qumramitas, fariseos…) lo sabían y practicaban (al menos en principio), afirmando que Dios está presente allí donde concuerdan los hermanos, pero corrían el riesgo de convertir la comunidad en unidades elitistas de puros, centrados en la observancia de la Ley. Los cristianos, en cambio, quisieron edificar su comunidad sobre los excluidos y pequeños, esto es, sobre los mismos pecadores perdonados.

Dos hermanos son ya comunidad, son iglesia, orando y perdonando

Ésta ha sido la experiencia clave de la iglesia, éste su razonamiento y su dogma inicial, que se identifica con el mismo diálogo comunitario, en una línea abierta a todos los hombres, sin separación de judíos y gentiles, conforme a la decisión fundacional de Pedro en 16, 15-19. Eso significa que la comunidad no puede delegar el despliegue de su vida en algunos individuos  superiores  (desentendiéndose ella), pues al hacerlo negaría su identidad evangélica. Por eso:

− 18 19 En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan en la tierra, sobre cualquier cosa que pidieren, les será dado por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

     De esa forma se vinculan el plano teológico (pues el mismo amor mutuo, expresado en forma de concordia o sinfonía entre los hermanos, es una oración que Dios Padre escucha) y el plano cristológico, pues Jesús está en aquellos que se reúnen en su nombre, siendo como es Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10). Esa comunión fraterna de la Iglesia no es el resultado de unas obras, que pueden regularse por ley, ni se organiza en forma de sistema judicial, sino que emerge y se cultiva en forma de oración, esto es, como encuentro personal de unos hermanos que dialogan entre sí dialogando con Dios. Leer más…

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¡Qué fácil es criticar, qué difícil corregir! Domingo 23 Ciclo A.

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La formación de los discípulos

A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de los diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados:

  1. Los peligros del discípulo:

                        * ambición (18,1-5)

                        * escándalo (18,6-9)

                        * despreocupación por los pequeños (18,10-14)

  1. Las obligaciones del discípulo:

                        * corrección fraterna (18,15-20)

                        * perdón (18,21-35)

  1. El desconcierto del discípulo:

                        * ante el matrimonio (19,3-12)

                        * ante los niños (19,13-15)

                        * ante la riqueza (19,16-29)

                        * ante la recompensa (19,30-20,16)

            De estos temas, la liturgia dominical ha seleccionado el 2, corrección fraterna y perdón, que leeremos en los dos próximos domingos (23 y 24 del Tiempo Ordinario) y el último punto del 3, desconcierto ante la recompensa (domingo 25).

La obligación de corregir (Ezequiel 33,7-9)

Al tratar de la corrección fraterna, es muy buen punto de partida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta. Si el profeta calla por comodidad o miedo, se le pedirá cuenta de su silencio.

Así dice el Señor: A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.

El modo de corregir (Mateo 18,15-20)

En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos: 1) tratar el tema entre los dos; 2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos; 3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad; 4) si ni siquie­ra entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano».

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

― Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.

Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.

Si no les hace caso, díselo a la comunidad,

y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.

Esta práctica recuerda en parte la costumbre de la comunidad de Qumrán. La Regla de la Congregación, sin expresarse de forma tan sistemática como Mateo, da por supuestos cuatro pasos: 1) corrección fraterna; 2) invocación de dos testi­gos; 3) recurso a los miembros más antiguos e importantes («los grandes»); 4) finalmente, si la persona no quiere corregirse, se le excluye de la comunidad.

La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana. Hay otra diferencia notable entre Qumrán y Jesús: en Qumrán se estipulan una serie de sanciones cuando se ofende a alguno, cosa que falta en el Nuevo Testamento. Copio algunas de ellas en el Apéndice.

                Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué signifi­ca la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal («considéralo»), aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura.

¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad:

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Relacionado con este tema están las frases finales.

Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón.

El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La correc­ción fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación.

El mejor modo de corregir: el amor (Romanos 13,8-10)

            Los textos de Ezequiel y del evangelio suponen situaciones conflictivas en la comunidad; hablan de malvados y de personas que pecan. La carta a los Romanos también conoce el peligro del adulterio, el asesinato, el robo, la envidia… Pero no se centra en denunciar esos pecados, sino en fomentar la caridad. «Uno que ama a su prójimo no le hace daño». El que ama cumple toda la ley, y su amor puede ser el mejor modo de corregir.

Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robaras, no envidiarás», y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso, amar es cumplir la ley entera.

Apéndice: la práctica de la comunidad de Qumrán

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           En el siglo II a.C., un grupo de judíos descontentos del comportamiento del clero y de las autoridades de Jerusalén, se retiró al desierto de Judá y fundó junto al Mar Muerto una comunidad. Se ha discutido mucho sobre su influjo en Juan Bautista, en Jesús y en los primeros cristianos. El interesado puede leer J. L. Sicre, El cuadrante. Vol. II: La apuesta, cap. 15.

            Los cuatro pasos en la Regla de la congregación

1) «Que se corrijan uno a otro con verdad, con tranquilidad y con amor lleno de buena voluntad y benevolencia para cada uno» (V, 23-24).

2 y 3) «Igualmente, que nadie acuse a otro en presencia de los “grandes” sin haberle avisado antes delante de dos testigos» (VI, 1).

4) «El que calumnia a los “grandes”, que sea despedido y no vuelva más. Igualmente, que sea despedido y no vuelva nunca el que murmura contra la autoridad de la asamblea. (…) Todo el que después de haber permanecido diez años en el consejo de la comunidad se vuelva atrás, traicionando a la comunidad… que no vuelva al consejo de la comunidad. Los miembros de la comunidad que estén en contacto con él en materia de purificación y de bienes sin haber informado de esto a la comunidad serán tratados de igual manera. No se deje de expulsarlos» (VII,16-25).

            Algunos castigos en Qumrán

«Si alguien habla a su prójimo con arrogancia o se dirige a él groseramente, hiriendo la dignidad del hermano, o se opone a las órdenes dadas por un colega superior a él, será castigado durante un año…»

«Si alguno habló con cólera a uno de los sacerdotes inscri­tos en el libro, que sea castigado durante un año. Durante ese tiempo no participará del baño de purificación con el resto de los gran­des.»

«El que calumnia injustamente a su prójimo, que sea castiga­do durante un año y apartado de la comunidad.»

«Si únicamente hablo de su prójimo con amargura o lo engañó conscientemente, su castigo durará seis meses.

«El que se despereza, cabecea o duerme en la reunión de los “grandes” será castigado treinta días».

 

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 10 Septiembre, 2023

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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D-XXIII

 

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.”

(Mt 18, 15-20)

Realmente el tema del perdón, de la reconciliación, es algo “sagrado”. Incluso diría que hace de puente entre lo divino y lo humano. Dicho de otra manera: el perdón nos hace parecernos más a Dios.

Este fragmento del Evangelio de Mateo es una hermosa lección de lo que es la reconciliación y de lo implicadas que estamos todas en el buen o mal camino de nuestras hermanas.

El texto empieza diciendo: “si tu hermano peca”, es decir, si descubres que alguien cercano va por mal camino tienes el deber de avisarle. Si te das cuenta de que su vida toma un rumbo deshumanizante, ¡díselo!

No, no se trata de que vayamos por la vida dando lecciones a los demás, ni que juzguemos como pecado ajeno todo aquello que no cuadra con nuestros esquemas. No, eso no. Pero si tenemos a alguien cercano precipitándose por malos caminos no podemos quedarnos callados.  Con respeto y humildad hay que saber decir lo que una ve.

Es curioso cómo insiste el evangelio:  “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos… y si no hace caso, díselo a la comunidad…”

A quien se equivoca hay que darle más de una oportunidad. Hay que hacer todo lo posible por aquellas personas que andan perdidas. Salir a buscarlas una y otra vez. Cargarlas sobre los hombros y alegrarnos de recobrarlas. En eso nos parecemos a Dios Abba, que no quiere que ni uno solo se pierda.

Sí, Dios necesita que nos apuntemos a “mujer que barre la casa” o “a pastor que busca ovejas perdidas”. A Él le interesan las últimas, las pequeñas, las perdidas…, y siente una enorme predilección por ellas.

Oración

Aquí nos tienes, Trinidad Santa, dispuestas a buscar la moneda o la oveja perdida. Deseosas de que nuestro corazón se parezca cada vez más al tuyo y se movilice ante la debilidad humana. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Sin comunidad no puede haber persona humana.

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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abrazoDOMINGO 23 (A)

Mt 18,15-20

Del capítulo 16 hemos pasado al 18. Mateo comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado.

Lo que nos relata el evangelio de hoy es lo que se venía practicando en la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos sin violencia.

En la primera frase tenemos un problema en el mismo texto, porque han llegado a nosotros distintas versiones: ‘si tu hermano peca’, ‘si tu hermano peca contra ti’, ‘si tu hermano te ofende’. Lo que está claro es que ninguna de estas versiones se puede remontar a Jesús. Los evangelios ponen en boca de Jesús lo que era práctica de la comunidad para darle valor definitivo. Al fallo debía responder perdón y corrección. El próximo domingo, Jesús dirá a Pedro que tiene que perdonar ‘setenta veces siete’.

Si tu hermano peca no debemos entenderlo con el concepto que tenemos hoy de pecado. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando solo en torno a los pecados contra la comunidad, no se tenía en cuenta ni se juzgaba la actitud personal con relación a Dios sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino el daño que había hecho a la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros.

La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar. Hoy tenemos la dificultad añadida de que no existe una verdadera comunidad.

Tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en cuanto algún miembro de la comunidad falla ponemos el grito en el cielo. La verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle y humillarle, pero es más difícil todavía aceptar que me corrija otro que es pecador como yo.

Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar muy claro que buscamos el bien del corregido y no nuestra vanagloria. Debemos ser capaces de demostrarle que no solo se aleja él de la plenitud humana, sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Radicalmente apartado de los demás, ningún ser humano conseguiría el más mínimo grado de humanidad.

Atar y desatar. Es una imagen del AT muy utilizada por los rabinos de la época. Se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o excluirlo. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran todos judíos. El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, no fue objeto de reflexión en la primera comunidad. No se trata de un poder conferido por Dios para perdonar los pecados entendidos como ofensas contra Él.

Todo lo que atéis en la tierra…” Hace dos domingos, el mismo Mateo ponía en boca de Jesús exactamente las mismas palabras referidas a Pedro. El poder de decidir ¿lo tiene Pedro o lo tiene la comunidad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra una autoridad que toma decisiones. En el contexto, podemos concluir que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos ha querido hacer ver.

“Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos (comunidad). La relación de amor es el único marco idóneo para que Dios se haga presente. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo. Esto lo hemos olvidado por completo.

Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad donde se han desarrollado lazos de fraternidad y todos se conocen y se preocupan los unos de los otros. Lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de las comunidades de entonces, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.

La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios. Es absurdo pretender una directa relación con Dios para solucionar mis fallos. El texto evangélico insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño al resto de los miembros de la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo.

El objetivo de la comunidad es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud humana. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Atar y desatar.

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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Brothers in Christ

Brothers in Christ

Mt 18, 15-20

«Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo»

Esta frase le ha servido tradicionalmente a la Iglesia para basar en ella su poder, pero existe otra interpretación más profunda y humanizadora: Si perdonáis y compadecéis, habrá perdón y compasión en el mundo, y si no, no los habrá

Jesús está diciendo una obviedad: que el mundo será finalmente lo que nosotros hagamos de él; que cada persona y la humanidad entera están por construir, y que en nuestras manos está que esa realidad que vamos conformando día a día sea plena y armoniosa, o un desastre fruto de nuestras pasiones. Cada uno de nosotros, el mundo, la humanidad, se pueden estropear, y está en nuestra mano evitarlo.

Esta interpretación implica que el mundo tiene sentido, que está dirigido a un fin, y que el sentido de nuestra vida está íntimamente ligado al destino del mundo. Dios nos ha engendrado por amor y nos ha confiado a nosotros, sus hijos, la terea de completar su obra. Para poder hacerlo, nos ha insuflado su espíritu, es decir, nos ha dotado de la capacidad de amar y compadecer, y también, de inteligencia y libertad. Pero aquí surge el problema, porque la libertad nos permite obrar el mal, y el mal nos complica sobremanera el camino hacia la meta.

Por eso, nuestra tarea, el sentido de nuestra vida, es la lucha contra el mal, una lucha que requiere confianza en el resultado; confianza en que si no cejamos alcanzaremos un mundo donde el mal haya sido definitivamente erradicado. Confianza también en que Dios está de nuestro lado en esta lucha. Sin la implicación de Dios tendríamos la batalla perdida de antemano, porque el mal es mucho más fuerte que nosotros, y porque lo tenemos tan arraigado, que en muchas ocasiones nos sentimos a su merced (Romanos 7,15).

Pero no estamos inermes ante el mal. Como decía Juan Antonio Estrada en su libro “La pregunta por Dios”, tenemos la capacidad de luchar contra el mal físico, usando la razón, y contra el mal moral, movidos por nuestra conciencia que nos empuja a defender los derechos de todos. Es el soplo de Dios que alienta en nosotros el que nos da la fuerza necesaria para evitar que el mal se adueñe de nosotros, para impedir que nos esclavice, para afrontar los sucesos negativos con esperanza, para combatir su potencial destructivo, para impedir que el mal termine doblegando al hombre; para seguir soñando con un final feliz donde el mal haya sido aniquilado…

En Jesús hemos conocido el sueño de Dios, y también hemos conocido que tenemos la capacidad de contribuir a él. «Pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él». La forma de luchar contra el mal es sembrando el bien, es decir, perdonando, compadeciendo y ayudando. Ésa es la tarea de quien sigue a Jesús: sembrar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fe Adulta

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Atar o desatar, esa es la cuestión.

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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correccion-lev-1917COMENTARIO AL EVANGELIO Mt 18,15-20

10 de septiembre de 2023

El evangelio que hoy nos propone la liturgia, es muy paradójico, complejo de vivir y sencillo de entender. Ahora bien, entre esa complejidad y la simplicidad del mensaje, estaría la determinación de cada persona para encarnarlo en la vida.

El texto nos puede confundir porque está cortado por delante y por detrás. Habría que leer los versículos anteriores y posteriores para poder situar bien estas palabras. Hoy va de relaciones humanas y reconciliación, es decir, el pan nuestro de cada día. Importante comenzar a destacar que Mateo introduce una novedad en la vida de sus seguidores. Es la primera vez que utiliza la palabra “hermano” para referirse al vínculo existente entre los discípulos de Jesús.

Este discurso de Jesús forma parte de la respuesta que da a los discípulos cuando le preguntan: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? La respuesta de Jesús puede resultar desconcertante: hacerse como niños y cuidar a los niños. Leído desde la superficialidad habrá personas que disfruten con esta respuesta; puede dar la razón a quienes opinan que la religiosidad, la fe, la espiritualidad, es una vivencia infantilizante y que genera personas poco hechas, débiles, pequeñas, sin terminar. Leído con un poco más de profundidad, podríamos acercarnos a lo que tal vez Jesús pretendía expresar.

En la época de Jesús sabemos que los niños no eran reconocidos socialmente, mucho menos las niñas. Los niños, por el hecho de no ser personas maduras, serias, acabadas, parece que no tienen mucho que aportar. Jesús nos remite al niño, a la niña que todos llevamos dentro, al que vivía con intensidad, con confianza, el que no entendía de tiempos y de espacios, el que vivía conectado a lo ilimitado y el que pensaba en libertad y poco le importaba quedar bien ante los demás. Y, especialmente, ese niño, esa niña, con una profunda y sana capacidad de reconciliación, sin rencor y sin rivalidad.

Este breve discurso de Jesús podría parecer el de un psico-pedagogo que busca reconstruir unas relaciones sanas entre iguales. Jesús nos plantea el proceso para hacernos conscientes de nuestros actos y su alcance en los demás. Nos propone agotar todas las posibilidades. “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas”. ¿Cómo vivimos la herida que otros nos hacen? ¿Y cuándo somos nosotros quienes herimos y nos reprenden? Invito a los lector@s a pararse y ahondar en este asunto porque puede haber sorpresas cuando somos muy honestos con la verdad que vivimos.

El paso maduro, equilibrado y sano, es decírselo a la persona en cuestión. Ahora bien, para ello, necesitamos soltar dos trampas de nuestra mente: intentar quedar bien ante el otro, aunque perdamos, y una actitud reactiva de devolver de inmediato el daño recibido. Si nos liberamos de ello, si realmente le decimos que nos ha herido y le hablamos de manera que le llegue una vibración de sinceridad, de búsqueda de la verdad, dice Jesús que “habremos salvado al hermano”. ¿Salvado de qué o de quién”? Si salvar es librar a una persona o a una cosa de un peligro o de una amenaza, Jesús tiene razón. ¿Quizá salvarle del peligro de la tiranía y de darle un poder que no le corresponde?

A veces es imposible poder hacer consciente a la persona de sus actos Si esto no es posible porque, a veces, las personas nos cerramos a cualquier verdad que no sea la nuestra, busquemos ayuda, no por incapacidad de resolución del asunto, sino para ampliar el horizonte y objetivar todo lo posible la corrección fraterna.

Continúa el texto con unas palabras de Jesús que considero esenciales y que hacen referencia a la dinámica de nuestro vínculo con Dios: En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Siempre se ha hablado de que estas palabras se refieren al poder de perdonar los pecados en un sentido más sacramental y ejercido por los ministros. Sinceramente no lo tengo claro, tampoco lo niego, pero creo que el poder para perdonar es propio de toda persona, poseemos esta capacidad, este poder, de una manera innata y es la máxima expresión de autenticidad y madurez a la que se puede llegar.

Perdonar los pecados de los demás cuando no va conmigo es muy fácil y, si eso te da un poder y un status, no hay mucho más qué decir; ahora bien, perdonar a quien nos hiere y recibir el perdón de la persona a la que hemos herido, es una manera de conectar la tierra con el cielo, lo humano y lo divino.

Los vínculos que existen entre nosotros son más que simples lazos humanos: comprometen al “Cielo”, como expresa el texto, porque el “Cielo” se ha comprometido con nosotros y somos prolongación de Dios en la tierra y la tierra es prolongación de lo humano en el Cielo. Utilizo Cielo-Tierra como alegoría para designar la dimensión humana y divina que conforma nuestra existencia. Atar o desatar, dos movimientos que nos llevan a conectarnos desde una vida auténtica o desconectarnos de nuestra “casa” y de nuestra verdad.

Cierra Jesús este breve discurso con su convencimiento de la fuerza de la comunidad, no como convivencia sino como comunión, importante matiz. Es un poder que podemos llegar a vivir los seres humanos con un impacto transformador en un mundo tan separado, divido, diverso, frenético… ¿podríamos conectarnos unos a otros para que la vida fluyera en unidad y capacidad de transformación? Ya veremos.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Normas comunitarias y realidad abierta.

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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IMG_0458Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

10 septiembre 2023

El capítulo 18 del evangelio de Mateo contiene una serie de normas que habían de regir la vida comunitaria de aquellos primeros grupos de discípulos de Jesús que se iban constituyendo.

No son, por tanto, palabras del propio Jesús, sino una creación posterior, exigida por la situación. La constitución de cualquier grupo humano requiere normas que regulen su funcionamiento.

El problema aparece cuando las normas se absolutizan, otorgándoles valor por encima de las personas. Suele ser una tendencia habitual en grupos sectarios y, más en general, en comunidades impregnadas de autoritarismo, y dan lugar a un modo de vida legalista y moralista. Riesgos que no están ausentes en el texto que comentamos, que insta a considerar como “pagano” o “publicano” a quien no se ajuste a las normas.

Sea como sea el modo en que los diferentes grupos tratan de solventar la cuestión de su propio funcionamiento, lo que parece obvio es que tanto el legalismo como el moralismo mostrarán pronto sus efectos negativos: no solo porque se coloca la norma o la ley por encima de la persona -en contra de lo que el propio Jesús había advertido: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”-, sino porque se ignora el carácter abierto de lo real.

Que la realidad sea abierta significa que, en contra de lo que suele ser la rigidez mental -que casa mejor con actitudes legalistas y moralistas-, permite diferentes niveles de consciencia, de los que brotarán, lógicamente, lecturas y comportamientos diversos.

Esto no significa caer en un relativismo vulgar para el que todo vale lo mismo y que justifica cualquier cosa, sino reconocer el modo abierto como se expresa lo real. No todo vale igual, pero cada persona tiene un camino propio que recorrer. Caminos bien diferentes que, sin embargo, tienen cabida y son acogidos dentro de la realidad, esencialmente abierta.

Sin embargo, el nivel mítico de consciencia -que, en mayor o menor medida, pervive en todos nosotros- impide verlo. Porque para ese nivel, solo existe una verdad -la propia- y un único modo correcto de ver y de hacer las cosas. Solo un nivel de consciencia pluralista y aperspectivista regala una mirada omnicomprensiva, respetuosa, tolerante y constructiva.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Desde dónde un acto / actitud es moralmente buena o mala?

Domingo, 10 de septiembre de 2023
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IMG_0459Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- El problema de la ética y la moral.

    Las lecturas de hoy dan pie para abordar un problema que no solemos tratar en las homilías, es la cuestión de la moral y de la ética en su perspectiva de Moral Fundamental. ¿De dónde surge la moralidad en la vida?

(Al menos hoy vamos a pensar estas cosas en la brevedad de una homilía).

¿Cuál es el fundamento de la ética y de la moral?

Ética es un término griego y moral es una palabra latina; ambas significan más o menos lo mismo: “costumbre” y, por prolongación: estilos y esquemas de vida y comportamiento. De manera que, la ética y la moral configuran, ordenan los comportamientos humanos desde la perspectiva del bien y mal.

02.- ¿Cuál es el fundamento de la moral-ética? (Consideraciones)

¿De dónde le viene la moralidad a un acto, a una actitud, a un modo de vivir? ¿Por qué y desde dónde podemos decir que determinado comportamiento es bueno o malo?

  Hasta hace no mucho tiempo todos vivíamos en un mismo universo cultural y, por tanto, también en un mismo entramado ético-moral. Comúnmente se admitía una fuente de moralidad: Dios. La ética-moral judeo cristiana tenía su fundamento en el Sinaí, en los diez mandamientos y en las pautas de comportamiento de la vida se regulaban desde ahí. Al mismo tiempo la moralidad surgía del evangelio de Jesús, del seguimiento de Jesús.

+   Pero esa cierta uniformidad moral (y cultural) ha saltado por los aires. Los cambios socio-culturales, las migraciones, las ideologías políticas, han hecho que los criterios y comportamientos hayan cambiado en muchos aspectos de la vida: trabajo, economía, sexualidad, política, familia, educación, etc.

+   Por otra parte, en nuestro contexto cultural Dios ha muerto (Nietzsche), lo hemos matado pensando que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos, siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a ser realmente libres y perfectos, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener que doblegarnos a nadie.

+   Pero no parece que, cuando Dios desaparece de escena, el hombre no llega a ser más libre, más honrado. Al contrario, más bien parece que perdemos dignidad.

¿Es cierto que cuanta menos religión, cuanta menos ética y moral, más libre y mejor vive el hombre?

Esto no parece cierto:

  • Cada minuto gastan los países del mundo casi 2 millones de dólares en armamento militar. (Desde aquí se explica la guerra Ucrania-Rusia y otras guerras).
  • 700.000 niños mueren al año de hambre o de enfermedades causadas por el hambre. (En la media hora que puede durar una misa, habrán muerto de hambre 750 niños).
  • Cada año se destruye para siempre una superficie de bosque tropical equivalente a la mitad de España.
  • Pensemos en la violencia de género, los malos tratos, el rol de la mujer en el mundo y en la Iglesia.

+   La cuestión que se nos plantea es ¿cuál es el principio de moralidad?

+   Gran parte de la sociedad piensa que la ética y la moralidad provienen de la ley –legislación- que emanan los parlamentos. Es bueno o malo lo que dice la ley.

    Pero no parece que esto sea cierto, pues no todo lo legal es moralmente bueno. El sistema económico es legal, pero profundamente injusto e inmoral.

+   La moralidad y la ética no nacen de comparar la vida, las actitudes con mis intereses ideológicos de partido y por tanto es bueno o malo, lo que favorece mi ideología, mi nación, mi cuenta corriente, mi modo de vida o mi religión. Una actitud, una legislación no es buena porque consiga votos o contribuya a lograr determinado fin político.

Incluso en el mismo mundo eclesiástico muchos  (laicos y clero) pensamos que el bien y el mal surgen del cumplimiento o no de la ley eclesiástica, es decir del Derecho Canónico y no del Evangelio. Cuando en realidad el bien y el mal surgen del seguimiento de JesuCristo y -en última instancia- del mandamiento del amor desde el interior del ser humano.

+   En muchas personas flota la idea de que la moralidad es una cuestión privada, cada uno hace lo que cree, lo que le parece en su conciencia. Por eso, las cuestiones ético-morales ni se tocan y de ellas  no se habla, no se enseñan, cada uno hace lo que cree.

    Pero tampoco esto es cierto porque la mayor parte de las cuestiones importantes no son meramente individuales, sino comunitarias: el asesinato, las guerras, el hambre, el trabajo, la familia, no son cuestiones que han de quedar meramente a la decisión de un individuo, fanático o no. La sexualidad, el aborto,  el consumismo convulsivo occidental, la convivencia de la ciudad, la política,  el cuidado de la tierra (ecología) no son meras cuestiones de mi conciencia, sino de todos.

    Por tanto la ética y la moral son una cuestión comunitaria, social del ser humano que vive en un pueblo. Y estas cosas hay que enseñarlas, -en términos educativos se llama “socialización”-. Toda sociedad ha de transmitir a las nuevas generaciones su idioma, su cultura, sus valores, sus costumbres y su ética.

03. Los creadores de nuevas éticas

    Las ideologías imponen su ética y su ley de tipo económico o de tipo nacional. Los medios de comunicación son los “nuevos Moisés o los nuevos Sinaí”, que imponen las pautas de comportamiento desde la tiranía de la ideología a quien sirven.

    Pero las mayorías –en cuanto mayorías- no son fuente de moralidad. Ni los parlamentos, ni la banca,  ni los medios de comunicación son fuente sana de moralidad. Las mayorías. La economía, la política pueden tener poder, pero no verdad, ni bien, ni belleza.

04.- La moralidad nace de ver la vida desde el ser humano y desde Dios (Ultimidad).

Dios es la ultimidad de la existencia, y -para nosotros los cristianos- esa ultimidad es Padre, con lo que ello supone de creación, vida, protección, amor y perdón: todos ellos valores éticos de gran calado.

    A Moisés caminando con el pueblo por el desierto no le fueron escritos milagrosamente los “mandamientos” en dos tablas de piedra, sino que, caminando por la vida, afrontando los problemas de la vida, pensando, dialogando con los suyos y aprendiendo de la vida, fue –fueron-descubriendo las pautas de conducta que le parecían mejores para el bien de su pueblo. Después, Moisés como persona religiosa que era, Dios comprendiendo que aquellos criterios eran buenos, eran también queridos por Dios, fueron propuestos al pueblo como salidos de la propia boca divina. Son palabra de Dios.

(Es una revelación ascendente: del ser humano a Dios).

La palabra humana confrontada con lo que sea bueno para el ser humano y confrontada con la ultimidad, llega a ser Palabra de Dios.

  Por otra parte, van surgiendo muchas cuestiones nuevas, y otras, que siendo viejas, se replantean desde modernas perspectivas antropológicas, sociológicas, psicológicas, médicas, etc. Y esas cuestiones requieren pensamiento, lucidez, trabajo, camino…

Pensemos en los problemas que plantea la genética con sus posibilidades de curación y sus peligros de manipulación; pensemos en la bioética, la fecundación in vitro, la homosexualidad, el LGBTQ, la pena de muerte, etc. Son tareas humanas: hemos de encontrar pautas de conducta que llevan a una vida más auténtica y a una convivencia más humanizadora.

    Para ir concretando la ética en normas, leyes, etc., se requiere calma, pensamiento, estudio, amplitud de mente, libertad de espíritu, desinterés, bondad humana.

  • El problema de la homosexualidad no está bien tratado ni resuelto por una mera ley. Hay que estudiar más el problema desde la antropología, la psicología, la medicina, la Biblia, la moral.
  • Los malos tratos y los asesinatos de parejas no se van a resolver por una ley (siendo necesaria). Hay que pensar –y estudiar- un poco más en una mejor educación sexual; ¿qué podemos esperar de una sistemática concepción erótica de la vida, de los medios de comunicación?
  • ¿No habrá que repensar algunos aspectos y criterios en cuestiones políticas? Porque ni la economía, ni la nación, ni el placer son criterios últimos de moralidad.

La ética judía fue naciendo poco a poco en el camino del desierto, cuando las tribus hebreas se iban constituyendo como pueblo. En el Sinaí se plasmó el decálogo.

05.- La moral cristiana.

    JesuCristo sitúa la moralidad en lo profundo de la humanidad: es bueno o malo lo que sale del interior del hombre y lo que contribuye –o destruye- la construcción de una humanidad conforme al reino de Dios, o lo que es lo mismo: verdad, libertad, justicia, amor, perdón.

Para que tengamos una ética y una moral sanas habremos de mirar y pensar libre y creativamente a Dios y al ser humano.

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Tu dolor es mi dolor

Viernes, 8 de septiembre de 2023
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Compasión significa hacerse cercano al que sufre. Pero podemos acercarnos a otra persona solo cuando estamos dispuestos a hacernos vulnerables nosotros mismos. Una persona compasiva dice: Soy tu hermano; soy tu hermana; soy humano, frágil y mortal, igual que tú. No me escandalizan tus lágrimas, ni me da miedo tu dolor. Yo también he llorado. Yo también he sentido dolor. Podemos estar con el otro solo cuando el otro deja de ser “otro” y se hace como nosotros.”

*

Henri Nouwen

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Déjame llorar por ti.

Viernes, 12 de noviembre de 2021
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Déjame llorar por ti, hermano.
Déjame abrazarte, hermana mía,
tu corazón dolorido latiendo al ritmo del mío,
nuestras lágrimas mezclándose,
nuestra vieja ira acumulada roja alrededor de nuestros pies.
Y cuando nuestros corazones se sequen y nuestras lágrimas disminuyan,
que podamos ver los unos en los ojos de los otros
todas las verdades del amor y el dolor
grabadas en nuestros corazones rotos
y escritas en un lenguaje común,
no de dioses, sino de nuestro amor.

*

Gretta Vosper

www.grettavosper.ca

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vía, blog de José Arregi, Umbrales de luz

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“Habitar en un espacio creado por Jesús”. 23 Tiempo ordinario – A- (Mateo 18, 15-20)

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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forgivenessAl parecer, a las primeras generaciones cristianas no les preocupaba mucho el número. A finales del siglo I eran solo unos veinte mil, perdidos en medio del Imperio romano. ¿Eran muchos o eran pocos? Ellos formaban la Iglesia de Jesús, y lo importante era vivir de su Espíritu. Pablo invita constantemente a los miembros de sus pequeñas comunidades a que «vivan en Cristo». El cuarto evangelio exhorta a sus lectores a que «permanezcan en él».

Mateo, por su parte, pone en labios de Jesús estas palabras: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». En la Iglesia de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres.

Reunirse en el nombre de Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y desde su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.

El centro de este «espacio Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir creciendo como discípulos y seguidores suyos.

En este espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la rutina y tan paralizada por los miedos.

Este espacio dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús.

José Antonio Pagola

 

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“Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Domingo 06 de septiembre de 2020. 23º domingo de tiempo ordinario

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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46-OrdinarioA23Leído en Koinonia:

Ezequiel 33,7-9: Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
Romanos 13,8-10: Amar es cumplir la ley entera
Mateo 18,15-20: Si te hace caso, has salvado a tu hermano

La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre nuestra corresponsabilidad comunitaria. La fe, o más ampliamente dicho, nuestra vida espiritual, es un asunto personal, una responsabilidad absolutamente intransferible, pero como humanos que somos –seres simbióticos al fin y al cabo– la vivimos en el seno de una comunidad. Por eso, también, todos somos de alguna manera responsables de la vida de cada hermano.

Ezequiel es profeta del tiempo del exilio. Se presenta como el vigilante de su pueblo. Otros profetas han utilizado también esta imagen para caracterizar su misión. La actitud vigilante es un rasgo de los profetas. Estar atento a lo que pasa, para alertar y prevenir al pueblo. Y estar siempre atento también a escuchar la Palabra de Dios. Leer los acontecimientos de la historia y interpretarlos a la luz de la Palabra de Dios. El vigilante, celador, velador, centinela o como se le llame en nuestro medio, está pendiente de los peligros que acechan al pueblo. Por eso, el profeta es responsable directo de lo que le pueda pasar. El profeta tiene la misión de abrir los ojos del pueblo. Pero también el pueblo puede aceptar o rechazar esa interpelación profética. Lo que no está bien es pasar por alto y no darse cuenta del peligro.

Pablo en la carta a los romanos invita a los creyentes que edifiquen su vida sobre la base del amor para que puedan responder a los desafíos del momento histórico que a cada creyente y a cada comunidad le toca vivir. El amor es resumen, síntesis vital, compendio de todo tipo de precepto de orden religioso. Así, Pablo entra en perfecta sintonía con la propuesta evangélica. Ciertamente, no es un rechazo rotundo de la ley. Pero el amor supera la fuerza de la ley. Quien ama auténticamente no quiere hacer daño a nadie; por el contrario, siempre buscará la forma de ayudarle a crecer como persona y como creyente. La conversión, la metanoia, es cambio rotundo de mente y corazón. Quién se convierte asume el amor como única “norma” de vida. El amor se traduce en actitudes y compromisos muy concretos: servicio, respeto, perdón, reconciliación, tolerancia, comprensión, verdad, paz, justicia y solidaridad fraterna.

El evangelio de Mateo nos presenta el pasaje que se ha denominado comúnmente la corrección fraterna. El texto revela los conflictos internos que vivía la comunidad mateana. Nos encontramos, entonces, ante una página de carácter catequético que pretende enfrentar y resolver el problema de los conflictos comunitarios. El pecado no es solamente de orden individual o moral. Aquí se trata de faltas graves en contra de la comunidad. El evangelista pretende señalar dos cosas importantes: no se trata de caer en un laxismo total que conduzca al caos comunitario. Pero tampoco se trata de un rigorismo tal que nadie pueda fallar o equivocarse. El evangelista coloca el término medio. Se trata de resolver los asuntos complicados en las relaciones interpersonales siguiendo la pedagogía de Jesús. No es un proceso jurídico lo que aquí se señala. El evangelista quiere dejar en claro que se trata ante todo de salvar al trasgresor, de no condenarlo ni expulsarlo de entrada. Es un proceso pedagógico que intenta por todos medios salvar a la persona. Ahora bien, si la persona se resiste, no acepta la invitación, no da signos de arrepentimiento… entonces sí la comunidad se ve obligada a expulsarse de su seno. Al no aceptar la oferta de perdón la persona misma se excluye de la comunión.

Nuestro compromiso como creyentes es luchar por la verdad. Nuestras familias y comunidades cristianas deben ser, ante todo, lugares de reconciliación y de verdad. Exigir respeto por las personas que se equivocan pero que quieren rectificar su error es imperativo evangélico. Tampoco se trata de caer en actitudes laxistas o que respalden la impunidad. Pero ante todo, el compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética.

¿Cómo vivimos los valores de la verdad, la justicia, la reparación y la reconciliación al interior de nuestras comunidades? ¿Qué actitud asumimos frente a los medios de comunicación que manipulan y tergiversan la verdad? ¿Nos sentimos corresponsables de la suerte de nuestros hermanos?

El evangelio de hoy habla también de la comunidad como sujeto de perdón: «Todo lo que aten ustedes en la tierra será atado en el cielo…». Puede ser una oportunidad interesante para hablar tanto de la grave crisis que atraviesa este sacramento en la práctica más extendida en la Iglesia, como de la posibilidad y legitimidad de la reconciliación comunitaria. Véase al respecto el libro de Domiciano Fernández que comentamos más abajo. Leer más…

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6.9.20.Dom 23 tiempo ordinario. Dos o tres reunidos en mi nombre (Mt 18, 15-20): Antes que hubiera obispos o presbíteros

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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03.06.Santa-Trinidad_Teofanes-el-Griego_Fresco-Iglesia-de-la-Transfiguracion-en-la-calle-Ilyin_NovgoroDel blog de Xabier Pikaza:

Cada comunidad, en diálogo con otras, puede y debe organizarse en línea de evangelio como Iglesia, pues dos o tres reunidos en nombre de Jesús son autoridad para crear iglesia, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, con inmensa pena, la exclusión de aquellos que se excluyen a sí mismos, si es que no perdonan, ni aceptan el perdón, ni quieren ser Iglesia

Hablé el otro domingo (cf. RD 25.8.20) de la “refundación” de la Iglesia, insistiendo en la función de las mujeres, como han indicado bien, en este mismo portal (RD) algunos amigos y colegas a quienes agradezco muchísimo la atención que me dedican. Pero quizá debo añadir no trataba allí de la fundación jerárquica de la iglesia, finales del II y principios del III d.C.,retomada por la Reforma Gregoriana del XI y por la nueva Adaptación Jerárquica del XXI, sino de la fundación originaria, según el evangelio de Mateo, en el I d.C., cuando no había ministerios episcopales o presbiterales, masculinos ni femeninos, sino comunión de creyentes.

    De la fundación primera, antes que hubiera obispos/as o presbíteros(as habla Mt 18, 15-20, texto principal de la Biblia , que la iglesia lee este domingo 6.9.20.  No había obispos y presbíteros (varones y/o mujeres), pero había iglesias, comunidades mesiánica,  autogestionadas desde Cristo. Este evangelio, que se divide en tres partes, constituye la “carta magna” de esas iglesias, primitivas y actuales:

  1. Norma fundante, el perdón (18 15). Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.  16 Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos,  pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.  17 Y si no les escucha llama a la iglesia, y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano
  2.  Autoridad comunitaria. Lo que atareis en la tierra (18, 18). En verdad os digo: todo lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo;  y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo[4]
  3. Presencia de Dios y de Cristo (18 19-20) En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan en la tierra, sobre cualquier cosa que pidieren, les será dado por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

 1.NORMA FUNDANTE, EL PERDÓN (18, 15-17)

         En contra de lo que suelen pensar jerarcas y teólogos/as, conforme a este evangelio central (el único que habla de Iglesia, con Mt 16, 18),la primera autoridad cristiana no es la de impartir el bautismo o presidir la eucaristía, sino la de perdonar. En un libro famoso, no superado ni criticado todavía (Kirchliches Amt und geistliche Vollmacht in den ersten drei Jahrhunderten. Mohr, Tübingen 1953, trad. inglesa en en Baker, Edinburg 1971), Von Campenhausen, historiador del cristianismo primitivo, demostró que un tipo de jerarquía nació precisamente cuando algunos asumieron el poder exclusivo de perdonar, dominando así,con miedo al pecado y al infierno a los demás creyentes. Éstas son las palabras fundamentales de Mateo:

18 15 Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.  16 Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos,  pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.  17 Y si no les escucha llama a la iglesia, y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano[2].

  Este pasaje ratifica el derecho de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo. Su fondo parece de tipo judeo-cristiano y define a los de “fuera” en términos que podrían decirse contrarios a Jesús, que acogió a los publicanos y gentiles (cf. 15, 21-28; 21, 31), y contrarios al mismo Mateo, que concluye su evangelio con una palabra de envío universal, sin exclusión de gentiles y publicanos (cf. 28, 16-20). En esa línea, paradójicamente, nuestro pasaje parece volver a un esquema legalista, que Jesús habría superado. Pero ésta es una paradoja necearia: Precisamente para garantizar el perdón (y buscar a las ovejas errantes: cf. 18, 12-14), la iglesia ha de trazar sus límites:

Paradoja. La Iglesia no puede mantenerse como instancia mesiánica ni ofrecer la salvación a publicanos y gentiles (tema clave de 9, 10-11; 11, 19, 21, 31; 28, 16-20), si no instaura y defiende su identidad, trazando unos espacios fuera de los cuales no se puede vivir el evangelio en forma eclesial.

Ortodoxia práctica. Son comunidad los que se dejan perdonar y perdonan; pero quienes rechacen el perdón no puede formar parte de ella. Ésta es la norma central de la Iglesia: quienes excluyen a los otros (pobres y pequeños) se excluyen a sí mismos de la comunidad de los perdonados (cf. 18, 23-35).

     De manera sorprendente, aquí no hay presbíteros ni obispos (varones o mujeres), sino  hermanos en comunidad… y la comunidad reunida, como única instancia de apelación y solución de los problemas

El texto comienza diciendo “si peca contra ti tu hermano”, es decir, un miembro de la comunidad. No se trata pues de un pecado intimista (sólo entre el creyente y Dios), sino de tipo social, que enfrenta a unos creyentes con otros, poniendo en riesgo la unidad y vida de los hermanos.  Esa fórmula (si tu hermano peca contra ti: eis se.) puede indicar que se trata de un problema entre dos, pero el ofrece aquí un carácter colectivo, y así lo interpretan, en el fondo, aquellos manuscritos que ponen simplemente “quien peca” (sin añadir contra ti: cf. GNT y NTG). Se trata, pues, de un pecado de ruptura fraterna.

Por eso, a fin de restaurar la comunión se instituye un proceso en regla, primero entre algunos hermanos concretos a quienes empieza afectando la ruptura y después entre todos los miembros de la comunidad. El principio y norma es el perdón, pero allí donde ese perdón no se acoge ni ofrece se rompe la comunión, centrada en la salvación de los pobres y en la universalidad mesiánica. Por eso, los que no perdonan, se desligan ellos mismos de la Iglesia. Ese proceso de separación resulta doloroso, pero es necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de otra instancia, como podría suceder en la administración imperial, donde las autoridades o instancias inferiores podían apelar al Cesar, que era juez supremo, por encima de las ciudades o provincias del imperio.

Según Mateo, cada comunidad de creyentes es autónoma, presencia de Dios, pues está formada por personas capaces de juntarse y resolver dialogando sus problemas, en un proceso en regla, que permite conocer las exigencias y límites de las comunidades. El criterio de fondo es el evangelio, como indica una visión de conjunto de las tres formulaciones de perdón en Mateo:

 Este pasaje ha de unirse a otros pasajes de perdón, como Mt 5, 23-24 (si llevas tu don al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti…”.) y 18, 21-22; “¿Señor, cuantas veces debo perdonar…? Respondió Jesús ¡Has de perdonar setenta veces siete! (18, 21-22).

Estos pasajes sirven para trazar la frontera interna de la Iglesia: Sólo una comunidad de personas dispuestas a perdonar siempre pueden y deben trazar una norma que regule el perdón,  de manera que aquellos que no se dejan perdonar ni perdonan se excluyen a sí mismos de la Iglesia. El perdón es, según eso, una experiencia de comunión universal, de la que se excluyen aquellos que no perdonan ni se dejan perdonar[3].

 2. AUTORIDAD COMUNITARIA(18, 18). 

    Ciertamente, la iglesia antigua conoce autoridades especiales, es decir, fundacionales, como la de Pedro y Pablo, la de Santiago o Magdalena… Pero ya en concreto, en cada comunidad constituida no existe más autoridad  que la formada por la comunidad de creyentes, sin obispos, sin presbíteros, varones o mujeres (que pueden tener otra función). Cada iglesia es “auto-jerárquica”, si se puede utilizar esa palabra:

Leer más…

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¡Qué fácil es criticar, qué difícil corregir! Domingo 23 Ciclo A.

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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med-2Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La formación de los discípulos

 A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de los diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados:

  1. Los peligros del discípulo:

                        * ambición (18,1-5)

                        * escándalo (18,6-9)

                        * despreocupación por los pequeños (18,10-14)

  1. Las obligaciones del discípulo:

                        * corrección fraterna (18,15-20)

                        * perdón (18,21-35)

  1. El desconcierto del discípulo:

                        * ante el matrimonio (19,3-12)

                        * ante los niños (19,13-15)

                        * ante la riqueza (19,16-29)

                        * ante la recompensa (19,30-20,16)

             De estos temas, la liturgia dominical ha seleccionado el 2, corrección fraterna y perdón, que leeremos en los dos próximos domingos (23 y 24 del Tiempo Ordinario) y el último punto del 3, desconcierto ante la recompensa (domingo 25).

 La obligación de corregir (Ezequiel 33,7-9)

 Al tratar de la corrección fraterna, es muy buen punto de partida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta. Si el profeta calla por comodidad o miedo, se le pedirá cuenta de su silencio.

 Así dice el Señor: A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.

El modo de corregir (Mateo 18,15-20)

En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos: 1) tratar el tema entre los dos; 2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos; 3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad; 4) si ni siquie­ra entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano».

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

― Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.

Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.

Si no les hace caso, díselo a la comunidad,

y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.

Esta práctica recuerda en parte la costumbre de la comunidad de Qumrán. La Regla de la Congregación, sin expresarse de forma tan sistemática como Mateo, da por supuestos cuatro pasos: 1) corrección fraterna; 2) invocación de dos testi­gos; 3) recurso a «los grandes», los miembros más antiguos e importantes; 4) finalmente, si la persona no quiere corregirse, se le excluye de la comunidad.

La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana. Hay otra diferencia notable entre Qumrán y Jesús: en Qumrán se estipulan una serie de sanciones cuando se ofende a alguno, cosa que falta en el Nuevo Testamento. Copio algunas de ellas en el Apéndice.

                Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué signifi­ca la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal («considéralo»), aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura.

¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad:

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Relacionado con este tema están las frases finales.

Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón.

El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La correc­ción fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación.

El mejor modo de corregir: el amor (Romanos 13,8-10)

            Los textos de Ezequiel y del evangelio suponen situaciones conflictivas en la comunidad; hablan de malvados y de personas que pecan. La carta a los Romanos también conoce el peligro del adulterio, el asesinato, el robo, la envidia… Pero no se centra en denunciar esos pecados, sino en fomentar la caridad. «Uno que ama a su prójimo no le hace daño». El que ama cumple toda la ley, y su amor puede ser el mejor modo de corregir.

Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robaras, no envidiarás», y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso, amar es cumplir la ley entera.

Apéndice: la práctica de la comunidad de Qumrán

            En el siglo II a.C., un grupo de judíos, descontentos del comportamiento del clero y de las autoridades de Jerusalén, se retiró al desierto de Judá y fundó junto al Mar Muerto una comunidad. Se ha discutido mucho sobre su influjo en Juan Bautista, en Jesús y en los primeros cristianos. El interesado puede leer J. L. Sicre, El cuadrante. Vol. II: La apuesta, cap. 15

            Los cuatro pasos en la Regla de la congregación

1) «Que se corrijan uno a otro con verdad, con tranquilidad y con amor lleno de buena voluntad y benevolencia para cada uno» (V, 23-24).

2 y 3) «Igualmente, que nadie acuse a otro en presencia de los “grandes” sin haberle avisado antes delante de dos testigos» (VI, 1).

4) «El que calumnia a los “grandes”, que sea despedido y no vuelva más. Igualmente, que sea despedido y no vuelva nunca el que murmura contra la autoridad de la asamblea. (…) Todo el que después de haber permanecido diez años en el consejo de la comunidad se vuelva atrás, traicionando a la comunidad… que no vuelva al consejo de la comunidad. Los miembros de la comunidad que estén en contacto con él en materia de purificación y de bienes sin haber informado de esto a la comunidad serán tratados de igual manera. No se deje de expulsarlos» (VII,16-25).

            Algunos castigos en Qumrán

«Si alguien habla a su prójimo con arrogancia o se dirige a él groseramente, hiriendo la dignidad del hermano, o se opone a las órdenes dadas por un colega superior a él, será castigado durante un año…»

«Si alguno habló con cólera a uno de los sacerdotes inscri­tos en el libro, que sea castigado durante un año. Durante ese tiempo no participará del baño de purificación con el resto de los gran­des.»

«El que calumnia injustamente a su prójimo, que sea castiga­do durante un año y apartado de la comunidad.»

«Si únicamente hablo de su prójimo con amargura o lo engañó conscientemente, su castigo durará seis meses.

«El que se despereza, cabecea o duerme en la reunión de los “grandes” será castigado treinta días».

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 06 Septiembre, 2020

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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D-XXIII

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.”

(Mt 18, 15-20)

Realmente el tema del perdón, de la reconciliación, es algo “sagrado”. Incluso diría que hace de puente entre lo divino y lo humano. Dicho de otra manera: el perdón nos hace parecernos más a Dios.

Este fragmento del Evangelio de Mateo es una hermosa lección de lo que es la reconciliación y de lo implicadas que estamos todas en el buen o mal camino de nuestras hermanas.

El texto empieza diciendo: “si tu hermano peca”, es decir, si descubres que alguien cercano va por mal camino tienes el deber de avisarle. Si te das cuenta de que su vida toma un rumbo deshumanizante, ¡díselo!

No, no se trata de que vayamos por la vida dando lecciones a los demás, ni que juzguemos como pecado ajeno todo aquello que no cuadra con nuestros esquemas. No, eso no. Pero si tenemos a alguien cercano precipitándose por malos caminos no podemos quedarnos callados.  Con respeto y humildad hay que saber decir lo que una ve.

Es curioso cómo insiste el evangelio:  “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos… y si no hace caso, díselo a la comunidad…”

A quien se equivoca hay que darle más de una oportunidad. Hay que hacer todo lo posible por aquellas personas que andan perdidas. Salir a buscarlas una y otra vez. Cargarlas sobre los hombros y alegrarnos de recobrarlas. En eso nos parecemos a Dios Abba, que no quiere que ni uno solo se pierda.

Sí, Dios necesita que nos apuntemos a “mujer que barre la casa” o “a pastor que busca ovejas perdidas”. A Él le interesan las últimas, las pequeñas, las perdidas…, y siente una enorme predilección por ellas.

Oración

Aquí nos tienes, Trinidad Santa, dispuestas a buscar la moneda o la oveja perdida. Deseosas de que nuestro corazón se parezca cada vez más al tuyo y se movilice ante la debilidad humana. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Sin comunidad no puede haber persona humana.

Domingo, 6 de septiembre de 2020
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abrazoMt 18, 15-20

Del capítulo 16 hemos pasado al 18. Mt comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado.

Lo que nos relata el evangelio de hoy es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mt. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos sin violencia. Sería muy interesante que esto lo tuviéramos en cuenta en las relaciones de familia.

En la primera frase tenemos un problema en el mismo texto, porque han llegado a nosotros distintas versiones: ‘si tu hermano peca’, ‘si tu hermano peca contra ti’, ‘si tu hermano te ofende’. Lo que está claro es que ninguna de estas versiones se puede remontar a Jesús. Los evangelios ponen en boca de Jesús lo que era práctica de la comunidad para darle valor definitivo. Al pecar contra ti, debía corresponder el perdón. El próximo domingo, Jesús dirá a Pedro que tiene que perdonar ‘setenta veces siete’.

Si tu hermano peca”, no debemos entenderlo con el concepto que tenemos hoy de pecado. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad. No se tenía en cuenta, ni se juzgaba, la actitud personal con relación a Dios sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino el daño que había hecho a la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros.

La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar. Hoy tenemos la dificultad añadida de que no existe una verdadera comunidad.

Hoy tendría mucha más aplicación a la familia. Tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en cuanto algún miembro de la familia falla ponemos el grito en el cielo. La verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle, pero es más difícil todavía aceptar que me corrijan.

Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y de que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar muy claro que buscamos el bien del corregido y no nuestra vanagloria. Debemos ser capaces de demostrarle que no solo se aleja él de la plenitud humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Radicalmente apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad.

Atar y desatar. Es una imagen del AT muy utilizada por los rabinos de la época. Se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o excluirlo. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran todos judíos. El concepto de pecado como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, no fue objeto de reflexión en la primera comunidad. No se trata de un poder conferido por Dios para perdonar los pecados entendidos como ofensas contra Él.

Todo lo que atéis en la tierra…” Hace dos domingos, el mismo Mt ponía en boca de Jesús exactamente las mismas palabras referidas a Pedro. El poder de decidir ¿lo tiene Pedro o lo tiene la comunidad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra una autoridad que toma decisiones. En el contexto podemos concluir que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos ha querido hacer ver.

“Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos (comunidad). La relación de amor es el único marco idóneo para que Dios se haga presente. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo. Esto lo hemos olvidado con frecuencia.

Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, donde se han desarrollado lazos de fraternidad y todos se conocen y se preocupan los unos de los otros. Lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mt, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.

La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios. Es absurdo pretender una directa relación con Dios para solucionar mis fallos. El texto evangélico insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo.

El sentido de la comunidad es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud del hombre. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades.

Meditación

La máxima manifestación de desamor es la indiferencia.
Camuflarla bajo el manto de respeto, o tolerancia, es cobardía.
Si no me comprometo con el bien espiritual del otro,
es que su presente y su futuro me importan un comino.
Debo ir al encuentro del otro para ayudarle, sin juzgarle.
Si no busco el bien del otro, mi plenitud quedará truncada.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Recordatorio

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