libro_1362412334Pedro Zabala
Logroño

ECLESALIA, 11/01/21.- Este tiempo de pandemia y fríos me tiene retenido en casa muchas horas. Las aprovecho sobre todo para leer y para escribir. Y, con fruición, releo libros que tenía hace tiempo, ensayos y novelas.

Acabo de terminar EL HEREJE de mi dilecto Miguel Delibes. Todavía no me explico cómo no fue propuesto para el premio Nobel de literatura. Lo tenía más merecido, a mi juicio, que otros de nuestra lengua que lo ganaron.

Hace una recreación riquísima de la Valladolid de aquel siglo, desde el urbanismo, sus distintos estamentos sociales, sus vestimentas, hasta sus variadas formas de hablar con palabros arcaicos, cultos y vulgares.

El meollo de la novela, aparte de las peripecias de sus personajes, estriba en el contagio del luteranismo en los reinos de las Españas y la durísima represión de la Inquisición para exterminarlo. Culminará en un solemne Auto de Fe, en presencia del monarca, donde fueron quemados sus cabecillas.

Su lectura me lleva a plantearme interrogantes. ¿Se debe seguir lo que nos dicta nuestra conciencia o hemos de acatar lo que nos mandan los poderosos, religiosos o civiles? En estos tiempos en que predomina la libertad religiosa -admitida por la Iglesia Católica desde el Concilio Vaticano II- o de conciencia, la respuesta parece clara. Pero en algunas partes de Occidente, existe potente un “cristofascismo” que hace de la religión una muralla política. O el Islam fanático que hace de la sharía una norma aplicable contra todos sus súbditos y que reverdece el antiguo “cree o muere”. Tampoco se libran el budismo y el hinduismo del fanatismo de alguno de sus adeptos.

¿Hasta qué punto tenía razón Lutero en sus denuncias contra las arbitrariedades de la Iglesia romana? Hace tiempo que muchos católicos hemos superado las creencias en el limbo y en el purgatorio. Con ello, estaba justificada la venta escandalosa de indulgencias que este reformador denunció. La pregunta surge ahora ¿por qué la jerarquía sigue prometiendo indulgencias, plenarias o parciales, condicionadas a prácticas piadosas o jubileos? Seguramente, ahora no es por las almas del purgatorio, sino por la visión judicial del perdón divino, que deja intacto lo que llamaban el reato de culpa. ¿No creen en la generosidad total del perdón divino?

La interpretación exagerada que nos hacían de la visión luterana de la fe que hacía innecesarias las buenas obras ¿hasta qué punto era exacta? Cierto que la salvación no depende de nuestro esfuerzo. Solo la misericordia divina nos la otorga. Pero la libertad humana puede rechazarla. ¿Qué clase de fe es esa que no se traduce en obras? ¿Y qué obras son esas? Jesús nos lo dejó claro: dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al preso… Es el programa de las Bienaventuranzas el que nos marca ese camino.

Es el dilema cuya opción da sentido a la existencia humana. Xabier Pikaza lo pone de manifiesto. Si la palabra clave del Antiguo Testamento era el YO SOY de Yaveh, en el Nuevo es el TÚ ERES MI HIJO AMADO que nos convierte en personas y nos hace vivir el nosotros fraterno. La esfera de la gratuidad. En palabras de Carlos Díaz: “La vida es tacaña con quien tacañea con la vida… eso exige rehusar la mera condición de consumidor de la vida para convertirse en un agradecido donante de vida”. ¿Qué elegimos?

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