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Entradas Etiquetadas ‘Gregorio de Nisa’

Asombro

Martes, 23 de noviembre de 2021
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Del blog Nova Bella:

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Sólo el asombro puede comprender su incomprensible poder

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Gregorio de Nisa

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Deseo

Lunes, 28 de enero de 2019
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Del blog Nova Bella:

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Moisés insiste en ver a Dios. No le bastan los encuentros vividos en el fuego y en la oscuridad…y es que el deseo de Dios lleva consigo la gozosa paradoja de que la satisfacción del deseo agranda la capacidad para un nuevo deseo, pues en esto consiste ver verdaderamente a Dios, en quien lo ve no cesa jamás en su deseo.

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Gregorio de Nisa

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Espíritu de Dios, memoria de Jesús

Lunes, 6 de junio de 2016
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24.the_trinity-blanchard-lowresT0más Maza Ruiz
Madrid

ECLESALIA, 20/05/16.- Los relatos de la venida del Espíritu Santo en la liturgia de Pentecostés parecen contradictorios: en Hechos 2, 1-11 hay un ruido como de “un viento recio” y aparecen unas como lenguas de fuego que se posan sobre las cabezas de cada uno de ellos y llenos del Espíritu Santo empezaron a hablar lenguas extranjeras. Sin embargo en el evangelio de Juan (20, 19-23) dice simplemente que Jesús se apareció a los discípulos encerrados por miedo a los dirigentes judíos, les dio la misión de predicar su mensaje y soplando sobre ellos les dijo “recibid el Espíritu Santo”.

En las predicaciones se nos dice que el Espíritu Santo es el gran desconocido y se nos exhorta a tener devoción hacia este Espíritu Santo. Pero nos quedamos igual porque en nuestro interior pensamos: ¿y quién es el Espíritu Santo?

Parece que el llamado dogma de la Santísima Trinidad lo formularon los llamados Padres capadocios, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo en el siglo IV. Como dice Karen Armstrong en su precioso libro “Una historia de Dios”: “los Padres capadocios elaboraron este paradigma imaginativo, entre otras razones, para evitar que Dios se convirtiera en una realidad tan racional como lo había sido en la filosofía griega… La Trinidad recordaba a los cristianos que la inteligencia humana no puede comprender la realidad de lo que llamamos Dios… En lugar de considerarla una afirmación sobre Dios, se ha de tener, quizá por un poema o una manifestación teológica que se encuentra a caballo entre lo que los simples mortales piensan y aceptan sobre “Dios” y el reconocimiento tácito de que cualquier afirmación de este tipo sólo puede ser provisional…. En el Concilio de Nicea (325) sólo hubo tres teólogos occidentales. Muchos cristianos de Occidente no estaban a la altura de la discusión y como no podían comprender parte de la terminología griega se sentían descontentos con la doctrina de la Trinidad. Quizá no era completamente traducible a otra lengua. Cada cultura ha de crear su imagen de Dios.”

Yo diría que no solamente cada cultura sino que cada persona cristiana debe hacerse una imagen (simbólica, claro está) de lo que representa Dios para él. Así, aunque sea muy difícil de explicar quiero decir lo que significan para mí Dios, Jesús y el Espíritu Santo.

Cuando visitamos Toledo decimos que el espíritu de El Greco se respira en aquel lugar y si estamos en Salzburgo sentimos el espíritu de Mozart. Son expresiones metafóricas que no tienen nada que ver con que los fantasmas de El Greco o de Mozart estén deambulando por aquellos lugares. También cuando recordamos a nuestros padres o a las personas que han dejado huella en nuestras vidas sentimos como su presencia entre nosotros.

Dios no está arriba en el cielo. El cielo es la metáfora de lo que no podemos alcanzar. Dios, creo que lo decía San Agustín, es más íntimo para cada uno de nosotros que nuestro más profundo interior pero como no podemos definir lo que sentimos más profundamente tampoco podemos definir a Dios. El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, no es un soplo, una paloma o una lengua de fuego. Está siempre actuando desde nuestro yo más profundo. Los relatos bíblicos como los que se refieren a la liturgia de Pentecostés no son otra cosa que imágenes metafóricas de cómo se manifiesta Dios a cada uno de nosotros.

¿Y cómo se manifiesta Dios? Ya lo dice el apóstol Juan: “Dios es Amor”. Por lo tanto lo que transmite el Espíritu de Dios es amor. Pero también el Espíritu es memoria de Jesús. Jesús repite a los discípulos que todo lo que Él enseña no lo pueden asimilar de momento. El Espíritu se encargará de recordárselo todo y entonces comprenderán. Así es la naturaleza humana. Cada uno va acumulando recuerdos que muchas veces pasaron inadvertidos en su momento y al rememorarlos caemos en la cuenta de su significado. A lo largo de nuestra vida hemos acumulado recuerdos de personas, de situaciones y palabras que al cabo del tiempo adquieren un significado nuevo. Las enseñanzas que recibimos como revelaciones de Dios en el pasado hay que rememorarlas, digerirlas para interpretarlas a la luz de los acontecimientos de la vida. En esto nos acompaña el Espíritu de Dios. Los dogmas no son fósiles que hay que conservar en un altar. Son semillas para nuestro crecimiento interior que tenemos que desarrollar para que nos ayuden en el camino de la vida. Como en la parábola de los talentos no hay que enterrar la moneda sino hacerla fructificar.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“El viento sopla”, por Gema Juan OCD

Domingo, 15 de febrero de 2015
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15546344562_311b260b4e_mDe su blog Juntos Andemos:

A Nicodemo, un hombre que parece del siglo XXI, a pesar de ser coetáneo de Jesús, le parecía imposible que Dios fuera capaz de hacer renacer a los seres humanos. Y Jesús le decía que sí podía, que es posible «nacer de nuevo», pero que hay que dejar al Espíritu de Dios que sople, que sea Él quien lo haga.

Por eso, le decía: «No te cause tanta sorpresa lo que te digo… El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». Y, tan cabal y prudente como escurridizo, Nicodemo no entendía. A pesar de que intuía en Jesús una luz nueva y un soplo fresco; quizás había percibido algún rumor.

La vida está llena de planes, organigramas, proyectos. Son necesarios, y hasta imprescindibles; van dando forma al quehacer cotidiano, propiciando una eficiencia que hace avanzar al mundo. Pero, de pronto, «oyes su rumor»… ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

La historia sigue su curso. Trabajos y fatigas, deseos y esperanzas, logros y reveses, encuentros y despedidas, barbechos y vegas… un amasijo de fuerzas vivas parece mover el universo. Pero, de pronto, «oyes su rumor». ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

Algo se mueve, en otra dirección. No contra la dirección del mundo, que está en permanente creación, sino atravesándolo. Y solo se percibe un rumor, como un misterio que horada la realidad y llama a renacer.

Teresa de Jesús decía que, a veces, estaba leyendo, o haciendo otras cosas y le venía «a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él». Sentía el rumor, sin saber de dónde venía, ni a dónde la podía llevar.

Dios no solo se deja encontrar, sino que busca. Eso es lo que entendió Teresa. No solo espera con una larga e inagotable paciencia, sino que otea y sale al encuentro, y se apresura a veces. «El viento sopla», Dios no está quieto. No es el ser inmóvil e impasible que observa el universo, se mueve, su Espíritu actúa y se puede sentir.

«Muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y… penetra toda el alma en un punto», apuntaba ella en sus papeles. A ese deseo lo llamaba Gregorio de Nisa «deseo universal» y decía a Dios: «El deseo universal, el gemido de todos, tiende a Ti. Todo lo que existe te reza, y todo ser que piensa tu universo hacia Ti eleva un himno de silencio».

Así es como sopla el viento, el Espíritu… donde quiere y como quiere. En el gemido de todos, en los anhelos que transitan invisiblemente el mundo, en el silencio del pensamiento que trabaja diariamente. Viene a deshora, irrumpe más que interrumpe y se queda sin instalarse porque su misión es mover y llamar a un nuevo nacimiento.

Mueve los miedos y las oscuridades –dirá Teresa¬– de modo que basta «aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo». «El viento sopla».

Mueve la vida para crear con el Dios creador y servir con el Cristo de los caminos: «Parece viene una inflamación deleitosa… mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos» y eso, aunque esté «con descuido de cosa interior». Porque «sopla donde quiere».

«No sabes de dónde viene ni a dónde va», pero «así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien» —repetía Teresa, al sentir el rumor que movía su vida.

El evangelio dice que el viento sopla, que su rumor se siente y que no se deja predecir ni apresar, pero añade que «lo mismo sucede con el que nace del Espíritu»: se mueve, no se estanca ni tampoco alardea del viento que le mueve. No se aprovecha ni se detiene, se deja llevar porque ha sido alcanzado por el rumor de Dios.

«Estas almas» –dice Teresa– «el sosiego que tienen en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Son como el viento, se van asemejando a Dios, a quien el amor le hace estar activo a favor de todos. Son del Espíritu y dejan oír su rumor porque «su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» y porque saben que «nacer de nuevo» es dejar nacer en ellos el deseo de Jesús: «el deseo del bien de las almas».

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Recordatorio

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