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Sor Rita Mboshu: “Algunas monjas venden lo que entregaron al Señor para poder vivir”

Miércoles, 10 de junio de 2015
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Darío Menor

La religiosa denuncia la explotación sexual en la Iglesia africana

“Tienen que pedir limosna: sus benefactores las someten y explotan su cuerpo”

(Darío Menor, Vida Nueva).- En la misa celebrada a mediodía del domingo 31 de mayo, en la basílica romana de Santa María sopra Minerva, las lecturas y las peticiones las leyó sor Rita Mboshu Kongo, religiosa congoleña que enseña en la Pontificia Universidad Urbaniana. Fue el celebrante de la misa, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, quien pidió que ella acudiera al ambón. Reconocía así la intervención de Mboshu Kongo durante el reciente seminario sobre la condición de la mujer en la Iglesia celebrado en el Vaticano y que concluía con esa eucaristía.

La ponencia de sor Rita en el encuentro, organizado por Donne Chiesa Mondo -el suplemento femenino de L’Osservatore Romano y que Vida Nueva publica en español- impresionó al auditorio por poner al descubierto una realidad muchas veces ocultada: los abusos que sufren algunas monjas africanas por parte de eclesiásticos y el maltrato al que les someten sus propias superioras.

Vida Nueva tuvo la oportunidad de entrevistar a esta religiosa de las Hijas de María Santísima Corredentora antes de empezar una de las sesiones del seminario.

¿Se ha enterado del reciente suicidio de una monja congoleña cerca de Florencia? Tenía un amor enorme por la vida. No debe tomarse con banalidad su muerte, diciendo que se quitó la vida porque estaba deprimida. Hay que buscar las causas profundas que la empujaron a hacer este acto feo para la Iglesia y para la mujer”, cuenta a este semanario.

Las claves, para sor Rita, están en la “falta de formación y de acompañamiento”. “Vivía en un túnel de total oscuridad, sufrió sola sin asistencia espiritual o psicológica, se queja, comparando este caso con el de una religiosa latinoamericana que dio a luz un bebé en enero en Macerata. “¿De quién es la culpa? ¿De esta chica que al final ha tenido que dejar el convento?”.

La falta de recursos es una de las causas subyacentes de este problema que acaba estallando en casos como el de esas dos monjas. “Hay muchas congregaciones africanas pobres que mandan a religiosas a estudiar sin proporcionar los medios para su sustento”. Para salir adelante, las consagradas se ven en ocasiones abocadas a pedir limosna. En esa situación, “quien te da la mano es el que manda”.

“Sus benefactores las someten y explotan su cuerpo. Si no tienen nada que dar a cambio, venden lo que tienen: la parte que entregaron al Señor la tienen que coger y comerciar con ella para poder vivir“, denuncia sor Rita, asegurando que son muchas las religiosas que conocen esta realidad.

El miedo hace que no hablen de ello. “Solo se trata cuando surge un problema como el de la religiosa embarazada. En esos casos se condena a menudo a la monja echándola del convento. Es lo habitual en África. La congregación y la Iglesia no saben dónde acaban estas pobrecillas. Se considera una vergüenza. Son como los leprosos del Antiguo Testamento. Ninguna hermana quiere dirigirles la palabra”.

Para leer el reportaje completo, pinche aquí

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La esclavitud del tercer sexo

Miércoles, 14 de enero de 2015
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1420458432_855858_1420461406_noticia_normalVeena S., primera transexual que se presenta a unas elecciones en India. / Z. A.

Interesante reportaje que hemos podido leer en El País:

Aunque la legislación india los reconoce desde abril como ‘tercer género’, los transexuales todavía viven segregados y condenados a una grave discriminación

La estimación del PNUD es que en India hay entre 200.000 y dos millones de personas transgénero

La mayoría de los transexuales de India se ven obligados a la prostitución o la mendicidad

La operación de cambio de sexo está cercana a los 4.000 euros, algo inalcanzable para la inmensa mayoría

FOTOGALERÍA Transexuales indios: una vida de miseria y discriminación

 India reconoce a los transexuales como un “tercer género

Letras contra la homofobia y los prejuicios

Probar la homosexualidad

Zigor Aldama Bangalore / Nueva Delhi 5 ENE 2015

Teena Sen sabe perfectamente que le espera un amargo futuro, pero está dispuesta a hacer lo que haga falta para que su cuerpo y su mente estén en consonancia. Porque nació varón, pero se siente mujer. “Ya en los primeros años del colegio supe que algo no cuadraba. Me sentía mucho más cercano a las niñas que a los niños, pero era demasiado pequeño para entender por qué”. Tuvo que esperar hasta llegar al instituto para comenzar a cuadrar las piezas de su sexualidad. “Me sentía atraído a los chicos, y, como todos me llamaban maricón, pensé que era homosexual”. Pero en la universidad confirmó que no. “Con mis primeras relaciones sexuales comprendí que era una mujer. Así que comencé a pintarme los labios y a vestir de forma más afeminada. Decidí no esconderme más. Hasta que en diciembre de 2011 mi padre me preguntó qué me pasaba. Le conté la verdad y me sorprendió la calma con la que respondió y el apoyo que me dio”.

1420461722_471390_1420461985_album_normalTeena con su madre

Ahora, con 23 años, Teena —el nombre de mujer que ha adoptado— está a la espera de que le den cita para iniciar las operaciones quirúrgicas de cambio de sexo. A pesar de que algunos estados ofrecen subvenciones, son muy caras. Así que irá paso a paso. “He ahorrado lo suficiente para la castración, que cuesta unas 15.000 rupias (200 euros) y supone el punto de partida”. La reconstrucción de los pechos multiplica por cuatro esa factura, mientras que el mayor desembolso —100.000 rupias, 1.300 euros— corresponde a la neovaginoplastia para formar su nuevo aparato genital. “Mi vida ya es muy diferente de la del resto, pero sé que cuando me opere ya nada volverá a ser lo mismo. Es posible que jamás me den un trabajo acorde con mis cualificaciones, y sé que posiblemente me vea condenada a la mendicidad o la prostitución”.

No en vano, esas son las dos actividades que más se relacionan con las hijra, un término ampliamente utilizado en el subcontinente indio y que engloba a todos los colectivos transgénero. “La sociedad nos da la espalda y nos discrimina, de forma que son las dos únicas salidas que nos quedan”, se lamenta Teena. No importa que en abril el Tribunal Supremo diese un paso de gigante al sentenciar que “todo ser humano tiene derecho a elegir su sexo” y exigir que los hijra sean reconocidos como tercer género. “Las leyes son un importante primer paso, pero tardan en calar en la sociedad. Y, aunque miembros del tercer sexo aparecen incluso en las ancestrales historias hindúes del Ramayana y el Mahabharata, algo que demuestra su existencia desde hace siglos, lo cierto es que son tratados peor incluso que los intocables”, afirma Tajuddin Khan, director de la organización local Deepshikha, que, con financiación parcial de la ONG española Ayuda en Acción, lucha contra el estigma de gais y transexuales.

Un detallado informe publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) confirma el drama que sufren las personas transgénero, cuyo número en India se estima entre 200.000 y dos millones. Las estadísticas son contundentes a la hora de mostrar la vulnerabilidad de las hijra, en gran medida relacionada con la exposición a prácticas sexuales de riesgo. De hecho, una encuesta llevada a cabo en el estado de Tamil Nadu descubrió que el 81% de las hijras que se prostituyen no utilizaba preservativo durante el sexo anal con clientes, y el porcentaje crecía hasta el 85% en el caso de sexo sin fines lucrativos. Así, la prevalencia del VIH (68%) y de la sífilis (57%) es muy superior a la media nacional entre los transgénero. Además, su acceso a la Sanidad es también menor, y se han dado casos incluso de gente a la que se ha dejado morir sin recibir tratamiento.

Otros elementos ligados a la marginación, como son el uso de estupefacientes y de alcohol, también se disparan entre las hijra, cuya tasa de suicidios multiplica por cinco la media de India. Además, los trastornos mentales severos son habituales. El informe del PNUD enumera algunos de los elementos que los provocan: “Vergüenza, miedo y una transfobia subyacente en la fase de confusión inicial; inadaptación social y presión del círculo más cercano en el momento de afirmación sexual —conocido como salir del armario—; y miedo a la pérdida de relaciones y una limitación autoimpuesta en las aspiraciones personales, después”.

No obstante, lo que se menciona en pocas ocasiones es la violencia interna de la propia comunidad, que se rige en muchas ocasiones por los dictados de una hijra gurú cuyo poder es casi total. Lo sabe Tamana, a quien su hermano violó cuando solo tenía 10 años y todavía era varón. “Fue a partir de entonces cuando comencé a sentir atracción hacia los hombres. Mis padres se enteraron y tuve que abandonar mi casa a los 15 años”. Encontró consuelo y comida en la comunidad hijra de la ciudad de Hyderabad, pero no fueron gratuitos. “Comenzaron a presionarme para que mendigase y me prostituyera, y los gurús terminaron forzándome a la castración porque dijeron que así ganaría más dinero. De lo contrario, me dijeron, no podría continuar recibiendo su protección. Yo habría preferido seguir siendo un hombre, pero no me quedó más remedio”.

1420461722_471390_1420462024_album_normalSamjana

Actualmente, Tamana se prostituye en unos baños públicos en los que también vive, ubicados en la periferia de Bangalore. “Cada día puedo ganar entre 500 y 1.000 rupias (entre 6,5 y 13 euros), pero la mitad de mis ingresos se los tengo que entregar a los gurús. Además, tengo que pagar el alquiler de mi parte del baño, y siempre cabe la posibilidad de que aparezca la Policía pidiendo su tajada a cambio de no arrestarme. Como en comisaría las palizas y las violaciones son habituales, saben que pagaremos”, asegura incapaz de contener las lágrimas. “Si no nos condena la sociedad, nos condenamos nosotras mismas con las mafias que creamos. En cualquier caso, somos esclavos”.

Afortunadamente, hay quienes trabajan con ahínco para darle un vuelco a la situación. Como el caso de Madhu Kinnar, de 35 años y primer alcalde transgénero del país. O el de Veena S., que fue primera transexual candidata a unas elecciones en el sur de India. Fue la única de cinco hermanos que nació varón en el seno de una familia “que nunca comía tres veces al día”. El padre, que trabajaba en el sector de la construcción, murió cuando ella tenía 12 años, una edad a la que comenzó a sentirse diferente. “Me gustaban particularmente las actividades extraescolares como el baile o el canto, y sentía que prefería estar entre chicas. Los niños me insultaban, pero pronto comencé a sentirme atraída por ellos”.

La muerte del padre supuso un punto de inflexión en su vida. Tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar, como el resto de hermanas. Poco más tarde, comenzó a cuestionarse su identidad. “No entendía por qué había nacido varón y me sentía mujer”. Los vecinos no tardaron en darse cuenta de su carácter afeminado y la discriminación dio un salto cualitativo. “Empezaron a abusar físicamente de mí, algunos incluso me dieron una paliza”. Sus padres la terminaron echando de casa, avergonzados, y, después de perder el trabajo en una fábrica, comenzó a prostituirse. “Curiosamente, cuando vieron que empezaba a ganar más dinero que ellos, mis padres decidieron aceptar mi sexualidad y permitieron que regresara”, recuerda. Con lo que le reportaba el sexo pagó las dotes de sus hermanas y consiguió respeto y seguridad en sí misma. Tras haberse castrado en 1997, en 2005 comenzó a tramitar su reconocimiento como mujer.

“Comencé pidiendo un cambio de nombre. Tuve que publicar en diferentes periódicos que renunciaba a Vittala para llamarme Veena, un proceso largo y costoso que dio resultado. Ahora en el certificado de sexo obligatorio se me considera mujer transexual, porque carezco de útero y tengo próstata, pero en el pasaporte que me acaban de dar, después de dos años y medio intentándolo, mi sexo ya consta como mujer. Creo que es el primero que se expide así, y ahora quiero que mi lucha sirva para muchas otras personas como yo”.

Veena decidió presentarse a las elecciones municipales de 2010 como adalid de los derechos de los transgénero y para evitar las mafias que los explotan. “Tenemos que utilizar las armas que nos da la democracia para combatir una sociedad retrógrada que nos condena a la mendicidad y a la prostitución solo por nuestra orientación sexual. Los transexuales no nos organizamos porque, generalmente, pertenecemos a castas bajas y se nos ha negado la formación necesaria para entender cómo funciona el poder político. Nos han infravalorado tanto que ni siquiera nos creemos con el derecho a participar en las elecciones”. Quizá por eso, Veena solo obtuvo 671 votos de un censo de 16.000, pero continúa con su lucha.

1420461722_471390_1420462137_album_normalNaaz con su marido Arian

El objetivo es conseguir que casos como el de Naaz sean lo habitual y no la excepción. A sus 23 años, es una de las pocas transexuales que ha encontrado marido en India. Y el pequeño apartamento que comparten es un oasis de color en un barrio gris de la capital, Delhi. Igual que su historia, que representa un rayo de esperanza en el negro panorama que sufren quienes deciden cambiar de sexo. “Conocí a Arian cuando yo tenía 18 años. Desde el principio, yo le advertí de que había nacido hombre y que no tenía todavía los atributos de mujer”. A pesar de ello, él lo aceptó. “No voy a negar que en un primer momento no me sorprendiese, pero decidí seguir viéndola”, reconoce Arian. Hasta que se enamoró. No fue una relación fácil, ya que tuvo que aguantar la burla de casi todos sus conocidos. Y un día reventó: tras la discusión por los insultos que ella tenía que aguantar en la calle, Arian decidió comprometerse con ella. “Se hizo un corte en la mano y me puso su sangre entre las cejas”. Sin duda, fue una conmovedora forma de dibujar el punto rojo del bindi, una marca que distingue a las mujeres casadas en el subcontinente indio.

Sus respectivas familias accedieron a la unión, y Naaz comenzó a reunir el dinero necesario para convertirse en mujer. 100.000 rupias (1.300 euros) para los pechos, y casi otras 200.000 (2.600 euros) para la vaginoplastia por inversión peneana. “Era mucho dinero, pero conseguimos reunirlo con la ayuda de familiares y amigos. Curiosamente, después de haber sufrido tanto, nos sorprendió la ayuda que recibimos: incluso algunos vecinos donaron algo”. Un año después, Naaz fue reconocida oficialmente como mujer, y se casaron. “Ahora estamos pensando en adoptar hijos”, reconoce ella. Su objetivo es “tener una familia normal”. Y nadie diría que no lo vaya a conseguir. A diferencia de otras parejas indias, ellos no tienen problema en mostrar afecto frente a la cámara. Hay miradas cómplices, y las manos buscan zonas prohibidas. “Nuestro caso demuestra que algo está cambiando en India”, sentencia ella. Afortunadamente, no es el único ejemplo de apertura. Ya hay ciudades que incluso celebran concursos de mises trans y en septiembre Padmini Prakash dio la campanada al convertirse en la primera presentadora de televisión transexual.

A Teena le gustaría ser como Naaz o como Prakash, pero quizá no haya escogido el camino más adecuado para conseguirlo. Porque ahora es una de las dos chelas —nombre que dan a quienes aspiran a entrar en la comunidad hijra— de Samjana, un discreto hombre de familia de día y prostituta travesti de noche. Pronto será gurú en la comunidad hijra a pesar de que no se ha castrado, porque tiene que “mantener a la familia y cumplir con los deberes del marido”, y ofrece protección a Teena a cambio de parte de sus ingresos. “No me considero un proxeneta. Ella me ayuda económicamente, y yo hago lo propio en todo lo que puedo”, zanja. No obstante, reconoce que los gurús con mayor número de chelas gozan de una vida mucho más cómoda.

Kangana tiene 20, pero ni las prostituye ni las obliga a mendigar. Como gurú importante, considera que es su responsabilidad mejorar la imagen que los transgénero tienen en India. “Nos quejamos mucho de la discriminación que sufrimos, y no se puede negar que sea real, pero luego entramos en una peligrosa rueda de la que es casi imposible salir, porque terminamos explotando a nuestros propios allegados”. Ella, que hace unos años completó la cirugía para ser considerada mujer, busca otras vías “decentes” para obtener ingresos: aprovecha la extraña dualidad con la que son vistas las hijra por una sociedad, que, “como sucede con los gitanos en otros países”, les concede poderes cercanos a lo sobrenatural. “Lo mismo que cuando damos palmas creen que lanzamos una maldición y nos pagan para que no lo hagamos, también nos contratan para bendecir a recién nacidos y a novios que van a casar. Es un buen negocio alternativo hasta que en India podamos acceder a trabajos de todo tipo como cualquier otro ser humano. Pero, a pesar de los cambios, eso no sucederá hasta dentro de muchos años”.

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Transexual en Honduras: con la muerte en los talones

Sábado, 28 de junio de 2014
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6a00d8341bfb1653ef01a3fd25c44e970b-400wiPor: Mercè Rivas Torres | 27 de junio de 2014

“Está dura, ¿la botamos o la troceamos?”. Estas fueron las últimas palabras que, medio inconsciente, escuchó la hondureña Alejandra antes de que echasen su cuerpo por un barranco. A sus 34 años, explica a EL PAÍS su historia y su pecado: ser transexual. Ahora vive en Madrid, el Gobierno le ha concedido el estatuto de refugiada, trabaja de limpiadora y dice tener una pareja que la quiere, aunque ella sigue desconfiando de todo lo que le rodea.

No puede olvidar la frase: “Esta dura, ¿la botamos o la troceamos?”. La dijeron los mismos hombres que la secuestraron, según su relato siguiendo órdenes de la policía, por el hecho de ser una conocida luchadora por los derechos de los transexuales. Pensaron que había muerto tras las duras torturas recibidas.

“Cuando descendía violentamente, con las manos y pies atados por el barranco quisieron rematarme con varios disparos, pero estaba viva”, explica Alejandra desde el Centro de Acogida de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). Pero en esos segundos de desesperación pudo recordar cómo una noche un grupo de cinco hombres tiraron la puerta de entrada de su casa y la anestesiaron con un algodón que le introdujeron en la boca.

Durante un mes fue golpeada, le cortaron al cero el pelo, la violaron, se orinaron sobre ella y, sin dejarla descansar, volvían de nuevo a pegar, a violar, a orinar. “No podía cerrar los ojos de lo hinchados que estaban, pero quizás uno de los peores momentos fue cuando me clavaron un punzón en la cabeza y después me lo intentaron clavar dentro de la boca” recuerda con fuerza Alejandra.

No sentía su cuerpo y en varias ocasiones se quiso suicidar. “Me intenté comer el algodón de un colchón pero no tuve éxito, después me quise ahorcar pero se me cayó el alambrado encima. Sólo le pedía a Dios que se me llevase”, se lamenta. Cuando llegó al fondo del barranco, se dio cuenta que además de recibir dos balazos se había roto varios huesos. “Gracias a una vecina pude salir de allí, me dio una bata azul y algunas monedas con las que pude llamar a mi madre”, explica emocionada.

La familia la llevó al centro Renacer y allí durante varios días le estuvieron cuidando las heridas hasta que el grupo Arco Iris, que defiende los derechos de gais, lesbianas y transexuales, la ayudó a salir del país vía Nicaragua.

Tras una mala experiencia en ese país y con la ayuda de su amiga Alaska llegó a Río de Janeiro. Pero las pesadillas de lo vivido no la dejaban ni vivir ni dormir. Su vida continuaba siendo una pesadilla. Hasta que un buen día, su madre -la cual en este intervalo de tiempo sufrió dos infartos-, le comunica que tras muchos años de convivencia, su padre y ella han decidió casarse por la iglesia.

En Honduras muchas parejas comienzan casándose por lo civil y cuando ya tienen cierta posición económica, lo hacen en un altar. “Mi madre me dijo que volviese al país, que su mayor ilusión es que yo, como peluquera de éxito que había sido, tenía que ser quien la maquillase y la peinase para la boda”, comenta sonriendo Alejandra mientras me enseña una y otra vez fotos de su madre en el móvil.

6a00d8341bfb1653ef01a511d54bc8970c-400wiPero su estancia en Honduras volvió a ser complicada. Se tuvo que ir a vivir a un pequeño pueblo, Jesús de Otoro, para que nadie la reconociese. El día de la boda todos los asistentes se quedaron muy impresionados al verla, ya que pensaban que realmente Alejandra había muerto en el barranco.

“Al día siguiente tuve que salir corriendo de Tegucigalpa y volver de nuevo a la montaña, pero rápidamente me localizó la policía. Lo que ocurre es que esta vez en lugar de apuñalarme a mí lo hicieron a mi mejor amiga ya que nos confundieron por la calle”.

En ese momento tuvo claro que no podía vivir en un país en donde gobernaba el presidente Porfidio Pepe Lobo, que había dicho nada más llegar al poder que iba a acabar con la mayor “lacra del país”. No se refería a las Maras (violentos grupos que  se dedican a la extorsión y el robo u operan como sicarios de los cárteles del narcotráfico), sino a los transexuales. Era su gran obsesión. La situación no ha cambiado con el presidente actual, Juan Orlando Hernández.

Un informe, elaborado por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos denunciaba constantes asesinatos a abogados, periodistas, gays, transexuales o maestros, con el agravante de que todos los casos siguen en la impunidad. Más de medio centenar de miembros de la comunidad LGTB fueron asesinados en los últimos tres años de la administración Lobo y se calcula que hay cientos de desaparecidos. En estos momentos se calcula que hay en Honduras alrededor de 500 asesinatos mensuales.

Ante tal situación, los padres de Alejandra vendieron sus pertenencias y sacaron del banco los únicos ahorros que tenían para comprarle un billete para España. Atrás dejaba muchos recuerdos. Algunos buenos pero muchos muy duros, ya que en plena adolescencia se tuvo que ir de su casa, ya que sus padres la rechazaban por querer ser una chica. Al principio se sentía bien  simplemente como un chico gay, pero poco a poco sintió la necesidad de convertirse en una mujer. El primer paso fue dejarse el pelo largo.

Junto a su transformación física llegó también la combativa y comenzó a militar en la organización Arco Iris llegando a ser dirigente. Pero junto a esta lucha por defender los derechos de los transexuales llegaron los insultos, las palizas en medio de la calle, los atropellos de coches o las persecuciones de las Maras. Honduras está catalogado como el país más violento del mundo, según Naciones Unidas. Su tasa de homicidios es de 90,4 por cada 100.000 habitantes.

Al aterrizar en Barajas, Alejandra pensó que a partir de ese momento ya podría vivir con tranquilidad, pero todavía le quedaba un último obstáculo que superar. La policía le denegó la entrada y le hizo firmar una orden de expulsión, pero horas antes de subir de nuevo en un avión con destino Honduras un abogado de CEAR se acercó a ella y le informó que tenía derecho a pedir asilo político, ya que en su país estaba siendo perseguida y si retornaba lo más seguro es que fuese asesinada.

Ahora, Alejandra, con la seguridad que le da estar legalmente en España, sueña con poder vivir tranquilamente con Oscar, su novio pintor, y poder seguir trabajando. Por ahora, y hasta septiembre, lo hace como limpiadora pero su sueño es volver a ser peluquera como lo era en Honduras, donde llegó a regentar dos peluquerías. Mientras tanto prepara su currículum para entregarlo en las peluquerías de Madrid.

Fuente El País, blog Mujeres

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