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“Véndelo todo”, por Carlos Osma

Jueves, 28 de octubre de 2021
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3B3570DB-8AF2-4FFE-84BB-A9C4DACB2FFELeído en su blog Homoprotestantes:

En una ocasión había una joven trans, su amiga bisexual, un madurito gay, una anciana lesbiana, su prima intersexual, y un cuarentón heteroflexible, que se acercaron a Jesús para preguntarle: «Maestro bueno, ¿qué haremos para alcanzar la vida eterna?». Antes de escuchar la respuesta, se añadieron poco a poco una infinidad de personas con la misma inquietud: una veinteañera no binaria, un adolescente de género fluido, un teórico queer… Jesús les miró, carraspeó, y les dijo: «Los mandamientos ya los sabéis», pero no pudo continuar porque comenzaron a quejarse: «es injusto que tengamos que cumplir las leyes heteronormativas y dejar de ser quienes somos para poder alcanzar la vida eterna». «No, no», prosiguió Jesús, «me refiero a no adulteres, no mates, no hurtes, no mientas…». La respuesta pareció tranquilizarles, y todxs mintieron al unísono: «Maestro todo eso lo hemos cumplido desde que éramos niñxs queer». Entonces Jesús les miró, les amó, y les dijo: «Una cosa os falta, vended todo lo que tenéis y dádselo a los pobres». En ese momento se hizo el silencio, y fueron alejándose afligidxs porque tenían muchas posesiones. [1]

Las vidas dignas, las que quieren dejar una huella eterna a su alrededor, o aspiran a la trascendencia, guardan las normas, se portan bien, al menos de cara a la galería. No menosprecio dichas normas, al menos las que son útiles y nos permiten vivir en comunidad. Sin embargo, también es cierto que algunas de ellas son un privilegio que no está al alcance del común de los mortales. Dile a quien todo le ha sido quitado, que no robe para poder sobrevivir, obliga a quien es explotada sexualmente a no adulterar, explícale a un adolescente queer que no debe mentir haciéndose pasar por heterosexual cisgénero en una familia fundamentalista, exígele a una persona que honre a sus padres maltratadores, o pídele a quien sufre en nombre de dios que no lo maldiga. Se puede mentir, de hecho es lo que suele hacerse, pero lo más útil para las personas de vidas no tan dignas, sería contestarle a Jesús que esas leyes son inalcanzables para ellas, que son un lujo que no pueden permitirse. Y después, preguntarle, qué pueden hacer para pasar los años de vida que les quedan con algún propósito y sentido, y si es con felicidad, pues mucho mejor. No creo que, en ese caso, Jesús las mirase sin amarlas, o que les dijese algo diferente a las demás: «Una cosa te falta, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres».

¿Cuáles son los mandamientos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué se espera de nosotras? ¿Cómo podemos alcanzar una vida digna? ¿Cómo heredamos la vida eterna? ¿Cómo tenemos que comportarnos para ser respetados? ¿Qué hay que hacer para ser feliz? Hay muchas discusiones alrededor de estas preguntas, muchos debates airados para decidir quién es bueno y quién no lo es, qué se puede hacer y qué no, cómo nos salvamos o cómo ardemos en el infierno. Existen infinitas normativas dependiendo de la religión que profesemos, numerosas éticas no escritas, pero si impuestas, en entornos que se definen como no religiosos. Se publican miles de libros de autoayuda que prometen una vida con sentido, coaches de todos los tipos se ofrecen para acompañarnos hacia la plenitud, las marcas publicitarias nos bombardean prometiéndonos la felicidad inmediata al comprar su producto. Pero Jesús dice: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres».

La exigencia de Jesús desestabiliza, para empezar porque el nivel económico determina muchas de nuestras identidades. Dárselo todo a los pobres nos haría pasar de ricos a pobres, pero también de gay a maricón, de turista a inmigrante sin papeles, de ciudadano a una carga para las arcas públicas, de consumidor a ser invisible, de humano a obra social, de promesa a amenaza. Si ni siquiera la mayoría de personas cis heterosexuales, a las que les han regalado dicha identidad, estarían dispuestas a abrazar por un día una identidad diferente, tendríamos que estar nosotras locas para hacer caso a la propuesta de Jesús tirando por la borda identidades que nos han costado tanto alcanzar. Si no fuera porque Jesús es maricón, pensaría que su propuesta pretende reforzar el poder de los de siempre para volver a dejarnos a su merced. Así que, alguna razón tendrá para pedirnos cosas tan imposibles si queremos heredar la vida eterna o, al menos, tener una vida con cierto sentido.

Creo que Luis Alegre tiene razón cuando dice que las personas LGTBIQ traemos ya ganada de casa la posibilidad de salir de nuestras identidades, él las llama jaulillas, para mirarlas desde fuera. Y que esta distancia da un margen de juego y una libertad que los heterosexuales, por lo general, no tienen. [2] Supongo que, reconociendo que la exigencia de Jesús nos supera, y dando por hecho que lo de la vida eterna está complicado si depende solo de nosotras, el primer paso necesario para venderlo todo y dárselo a los pobres es salir de nuestra identidad, más o menos ventajosa, para aproximarnos a aquellas otras que por diferentes injusticias no lo son tanto. Poner en práctica lo que tanto pedimos a las personas LGTBIQfóbicas, y aproximarnos a quienes carecen de algunos privilegios para ver en qué podemos ayudarles, sabiendo que eso puede suponer perder alguno de los nuestros, y que no va a salirnos gratis. Dice también Luis Alegre que las identidades siempre tienen algo de artificial, que son útiles para muchas cosas, pero tiránicas si no se las controla. [3] Y hay que reconocer que a veces se nos escapan de las manos y las convertimos en una atalaya que nos proporciona seguridad, pero donde vivimos prisioneros. La exigencia imposible de Jesús, urge a lo humano, por delante de cualquier identidad.

Lo más sorprendente de todo es, que podríamos hacer caso a Jesús y quedarnos con una mano delante y otra detrás, pero seguir estando atrapadas en alguna identidad a la que demos más importancia que a los seres humanos: santa, buena persona, defensora de los derechos LGTBIQ, héroe queer… Y en ese caso olvidaríamos que el valor principal de la ética cristiana no es renunciar a todo, sino el amor. Esa es la llave que nos falta para abrir el candado de cada una de nuestras identidades y aproximarnos a aquellas otras con las que oprimimos a tanta gente. Eso es lo que da sentido a las demandas sin sentido de Jesús, lo que al final de cuentas nos falta. Porque como dice Pablo: «Si reparto entre los pobres cuanto poseo, y aun si entrego mi cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve» [4].

Carlos Osma

 NOTAS:

[1] Mc 10,17-31.

[2] Luis Alegre, Elogio de la homosexualidad, Barcelona: Arpa Editores 2017, p.69.

[3] Ibid. 146.

[4] 1 Cor 13,3.

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“Volver a Galilea e ir a casa “, por Carlos Osma.

Sábado, 10 de noviembre de 2018
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paralitico-de-cafarnaum-descendo-pelo-telhadoDe su blog Homoprotestantes:

En los últimos versículos del evangelio de Marcos, el ángel le dice a María Magdalena, a María la madre de Jacobo, y a Salomé, que Jesús había resucitado y que ya no estaba en el sepulcro. Les pide además que informen a los discípulos de que han de volver a Galilea, solo allí encontrarán de nuevo a Jesús. Tiene muy claro que la buena noticia tiene poco recorrido en Jerusalén, la ciudad del Templo, que es el símbolo del poder religioso dispuesto a todo para que no cambie nada. Por eso los discípulos tienen que salir de allí y dirigirse al espacio donde reside el contrapoder del Reino: Galilea. Justo hacia ese lugar nos desplazamos en esta reflexión, y hacemos parada en los doce primeros versículos del capítulo dos del evangelio de Marcos.

Una vez allí nos situamos en Cafarnaúm, un pueblo pesquero ubicado en Galilea, y entramos con mucha dificultad en la casa de Pedro. Dicen los arqueólogos que posteriormente se convertiría en una iglesia, en un lugar tan venerado por algunos como el Templo. Pero a nosotros no nos interesa el edificio religioso que llegó a ser, sino la casa donde vive un pescador junto a su esposa, sus hijos e hijas, su hermano, su suegra, y posiblemente: junto a Jesús también. Y vemos como la casa de una familia de simples pescadores en la Galilea de los Gentiles, en la frontera permeable de la impureza, está ocupada por una multitud que quiere ver, aprender, y estar cerca del maestro.

Los templos de los santos no permiten cambios, se ven pero no se tocan, no vaya a ser que se vengan a bajo a la primera de cambio. Pero las estancias de quienes tienen unas normas de pureza más relajadas, pueden montarse y desmontarse a conveniencia. Por eso cuando cuatro hombres que querían entrar con un paralítico en camilla han visto que era imposible hacerlo por la puerta, han subido por la escalera lateral de la casa hasta la azotea. Una vez allí, después de separar las ramas del techo, ante nuestra sorpresa han hecho bajar al inmóvil hasta donde está Jesús. ¿Quería venir el paralítico? ¿O han sido los cuatro hombres quienes cansados de llevarlo a cuestas han decidido traerlo? Jesús ha afirmado que ha visto la fe de ellos [1]… pero en ese ellos: ¿está contenido también el paralítico?

Se atribuye a Rosa de Luxemburgo la frase: “Quien no se mueve, no siente las cadenas”. En este caso podríamos añadir que quien se mueve en camilla, tampoco las siente. Y creo que este matiz es pertinente para las personas LGTBIQ, porque es posible que consideremos que ya no estamos atados a la LGTBIQ-fobia porque no estamos quietos, porque avanzamos, porque incluso podemos descender del cielo ante la mirada atónita de todo el mundo y ponernos delante del mismo Jesús. Y lo mismo pensarán nuestros amigos que, contra lo que opinan otros cristianos y otras iglesias, se preocupan por nuestra dignidad. El problema es que en vez de animarnos a levantarnos y hacer visibles las cadenas de injusticia con las que todas colaboramos, prefieren llevarnos a cuestas. Prefieren cargar con nosotras, no sé si para hacer penitencia por lo mal que nos trataron, porque no quieren que suframos, o porque les preocupa que el mundo heteronormativo cambie demasiado si nos atrevemos a caminar. Sea lo que fuere, esta forma de resolver la situación tiene poco recorrido. Y si uno no quiere levantarse, porque le es más cómodo estar tumbado, y los amigos no quieren decirle que se levante, porque no saben cómo les afectará si esto ocurre, la solución que han encontrado es traerlo delante de Jesús para que resuelva su problema.

Fe en Jesús tienen, eso queda claro, sino no hubieran gastado tiempo y energías en traerlo hasta aquí. Fe en ellos mismos, en su capacidad para superar la situación, parece que no tanto. Pero con tanta gente de pie dentro de la casa no logro ver la expresión que se les ha quedado en la cara a los cinco cuando, en vez de una acción milagrosa, Jesús ha dicho al paralítico: “Hijo mío, tus pecados quedan perdonados”. Parece que nuestra LGTBIQ-fobia, esa que tenemos incrustada en el alma, nos es perdonada. Algunos piensan que más que perdón, lo que tenía que haber hecho Jesús es decirle que se levante de una vez y se marche para su casa. Pero yo creo que nuestro paralítico todavía no está preparado, y si se levanta ahora, corre el peligro de ir arrastrando las cadenas toda la vida. La parálisis, esa que impide la libertad de movimientos, en Galilea es considerada fruto del pecado. En el Templo el pecado es justamente lo contrario: el movimiento y la expresión libre.

Yo pensaba que en la casa solamente habíamos entrado la purria, las marginadas, los aventureros y alguna que otra constructora de sueños. Pero justo cuando Jesús hablaba con el paralítico, se ha girado y le ha dado por preguntar a los maestros de la ley (que al contrario que el resto de los presentes llevan todo el rato sentados), por qué piensan de esa manera. Y bueno, la pregunta creo que es completamente actual y pertinente: ¿qué hace tanta gente en las comunidades marginales cristianas pensando que hay que cumplir la ley? Uno se queda siempre sorprendido cuando entre los últimos se topa con esas personas que, aunque que ya no están tumbadas y paralizadas, se niegan a levantarse y mirar a Jesús a los ojos. Posiciones intermedias, posiciones de cobardes, de esos que viven en Galilea pero tienen el corazón en el Templo de Jerusalén.

Defender lecturas literalistas excluyentes, jerarquías homófobas, entidades que nos ignoran y echan sobre nosotras toda la basura de la que son capaces, comunidades que predican la discriminación e incitan a ejercer violencia sobre las personas LGTBIQ… Todo eso se hace también dentro de las casas de las suegras de Pedro, en la Galilea marginal donde el ángel nos prometió volver a encontrar a Jesús. Proteger la ley del patriarcado y la LGTBIQ-fobia, desear formar parte de la religiosidad del Templo. Y muchos y muchas no lo dicen abiertamente, pero lo piensan. Y lo que es peor, anhelan convertirse en jueces, en repetir los esquemas opresivos que los marginan. Son incapaces de ver otras posibilidades, otras formas de actuar más acordes con el Reino. Tienen la mente cauterizada. ¿Qué es más fácil perdonarles los pecados o recordarles que el ser humano está por encima de cualquier ley?

Algo ha ocurrido, parece como si al paralítico la discusión entre Jesús y los puritanos de la casa impura, le ha hecho entender cuál era el pecado que le había sido perdonado. Y no era otro que el de no haber creído que la vara con la que los templos nos miden, no tiene nada que ver con el seguimiento de Jesús. Que siempre es mejor levantarse, que es absurdo vivir moviéndose gracias a la ayuda de otras personas que nos llevarán donde ellas consideran más adecuado, pero que a lo mejor no es dónde nosotras querríamos ir. Jesús siempre nos llama al movimiento completamente libre, solo así es posible el seguimiento. Los cristianos LGTBIQ que en este momento viven más seguros dejándose transportar por las necesidades y criterios de comunidades y creyentes LGTBIQ-friendly, lo hacen porque en el fondo siguen pensando como los maestros de la ley que tienen la mente ligada al Templo. Porque no han aceptado realmente el mensaje del evangelio. Buscan religión, seguridad y ser bien vistos por los demás. Pero el evangelio va de libertad, de levantarse y caminar.

¡Nunca había visto nada igual!, dice la persona que tengo justo a mi lado. No la conozco de nada, habrá venido aquí como yo, para encontrar a Jesús tal y como el ángel había anunciado a las mujeres. Y tiene bastante razón, es difícil ver a paralíticos que se levantan obedeciendo a las palabras de Jesús. Cuesta ver curaciones tan rápidas, porque normalmente necesitamos tiempo para vernos reflejados en los maestros de la ley. No es fácil tener el coraje de decir: yo no quiero ser como ellos, ni vivir tras los barrotes de su cobardía. Pero es aquí, en aquellas que se levantan de las camillas que los buenos cristianos les construyeron para que se quedaran allí toda la vida, donde entendemos lo que la resurrección de Jesús significa.

Las personas LGTBIQ podemos levantarnos y movernos libremente, caminar hacia nuestra propia casa en Galilea. Quedarnos en la de Pedro puede servir para que quienes allí estamos demos la gloria a Dios por un tiempo. Pero no hay mayor testimonio del poder que tiene el evangelio, que ver a una persona que un día vivió paralizada, caminando determinada en busca de su propio lugar, de su propia casa. En ese camino, es donde el evangelio es predicado, donde se hace presente. Un camino sin buenas personas que nos llevan en camilla, ni maestros de la ley que nos miran sentados desde su posición de privilegio. Un camino incierto, pero un camino nuestro, que nos lleva a donde Jesús nos espera: a casa.

Carlos Osma

Notas:

[1]              Mc 2, 5

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“El cuerpo de Jesús”, por Carlos Osma

Jueves, 29 de marzo de 2018
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crossDe su blog Homoprotestantes:

Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo (Mc 14,22).

El cuerpo de Jesús es un elemento central de la experiencia cristiana. De hecho, según la tradición, fue partido por todos nosotros (1 Cor 11:24). Muchos cristianos LGTBI al hablar sobre su propio cuerpo, podrían repetir aquella famosa frase que acuñó el colectivo de mujeres francés Ma Colère: “Mi cuerpo es un campo de batalla”. Por eso me propongo hacer una lectura sobre los últimos días de la vida de Jesús, desde esa experiencia tan nuestra de cuerpos que todavía están expuestos a la voluntad de poderes religiosos y políticos, para ser sometidos, transformados o eliminados.

“Entrando Jesús en el Templo comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas” (Mc 11,15).

Esta acción de Jesús al poco tiempo de entrar en Jerusalén, nos permite ver a un hombre que, a pesar de ser consciente del peligro, se mueve libremente y critica con su comportamiento un pilar fundamental de la sociedad y la religión israelita: el Templo. El cuerpo de Jesús no es un cuerpo hegemónico, es cierto que hay muchos otros “por debajo” del suyo, pero su acción no tiene un origen en el derecho de su cuerpo a actuar de una manera que a todas luces se nos presenta como violenta. Algunas personas podrían entender que el cuerpo de Jesús al ser dotado de la categoría “hombre”, tenía más libertad para reaccionar de esa forma. Pero la incomodidad que el texto ha supuesto siempre para la mayoría de intérpretes cristianos, indica que dentro del espacio sagrado, un “hombre” debía de comportarse de otra forma. De hecho, se nos avisa que para los poderes religiosos, para las buenas personas, esta acción justifica una condena a muerte.

Los cuerpos de las personas LGTBI suponen indudablemente un ataque a muchos de los presupuestos sagrados que existen en nuestras sociedades. O mejor dicho, los cuerpos de las personas LGTBI que se atreven a moverse con libertad denunciando la compra venta de dignidades e indulgencias, ponen nerviosos a quienes han divinizado construcciones culturales como hombre y mujer, han dividido a los seres humanos en machos y hembras, y han determinado cuál debe ser el objeto de deseo de cada ser humano. La voz profética de las personas LGTBI anuncia, ante el escándalo de quienes viven de los beneficios de la heteronormatividad y el patriarcalismo, que los Templos erigidos por estas ideologías, y que los cuerpos creados a su imagen y semejanza, serán destruidos por el mismo Jesús. Los ladrones que intentaron utilizar la casa de Dios en beneficio de sus intereses, se quedarán sin nada. Y aparecerá un nuevo Templo a través del cual todas las naciones, todos los cuerpos, independientemente de cualquier condicionante; podrán hacer sus oraciones a Dios. Los negocios humanos habrán acabado, y todo ser humano, tendrá libre acceso para hablar con Dios.

“Y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar” (Mc 14,17).

Hay quien cree estar vendiendo el cuerpo de un amigo, para ganar unas monedas, y al cabo de unos días acaba colgando el suyo por el cuello en un árbol. Evidentemente quien no respeta el cuerpo de quien ha sido capaz de actuar con dignidad, es difícil que lo haga con el suyo. Es posible que todo tenga un precio, también los seres humanos, el de Jesús fueron 30 monedas de plata, o mejor dicho, ese fue el precio por el que Judas Iscariote se vendió. La traición siempre comienza cuando el traidor determina el valor que él mismo tiene. Estoy convencido de que los sacerdotes le hubieran dado mucho más si lo hubiera pedido, las arcas del Templo estaban a rebosar en esa época por las ofrendas que los peregrinos realizaban, pero Judas tenía interiorizado que valía muy poco. No es fácil desprenderse del autodesprecio, de la baja autoestima; hay muchas personas a las que les cuesta tener la seguridad necesaria para que no haya suficientes monedas en los templos que puedan comprarles.

La experiencia nos dice que nuestros mayores enemigos se sientan a la mesa con nosotros. Muchas de las personas a las que les gustaría enchufar cientos de cables a nuestro cuerpo para sanarlo, entregarlo a los Sumos Sacerdotes de la ortodoxia para que lo declaren impuro, o simplemente nos lanzan piedras todos los días; son personas LGTBI. Hombres y mujeres que se autodesprecian, que no son capaces de valorarse, que no saben lo que es amarse a uno mismo ni a otro ser humano. Ellos y ellas se viven a sí mismos y a los demás únicamente como cuerpos que se compran y se venden, desprendiéndoles de todo sentimiento y de toda empatía. El cuerpo es solo un objeto, y ellos han vendido el suyo para ser aceptados. El beso de Judas a Jesús puso en contacto dos cuerpos muy distintos: uno que tenía la dignidad suficiente para llegar hasta el final y mostrar su verdadera identidad, y otro invadido por el miedo y la culpa. Los dos acabaron siendo colgados, pero uno es origen de vida y redención, y el otro una muestra total de traición a uno mismo y a los demás.

“Y le golpeaban la cabeza con una vara, le escupían y, doblando la rodilla, le hacían reverencias. Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo” (Mc 15,19-20).

Un Jesús que se movía libremente por un espacio, y en un momento, que debían controlar los poderes religiosos y políticos, era demasiado peligroso. En los márgenes, allí donde sus palabras eran solo incómodas, pero que no pasaban de ser las de un charlatán; su riesgo era mucho menor. Se pueden aceptar ciertos cuerpos incómodos, siempre que estos acepten formar parte de la marginalidad, de la insignificancia que no trastoca nada. Pero Jesús al no reconocer esta división espacial y temporal de los cuerpos, permite hacernos ver que ningún poder, por grande que sea, puede hacer lo que quiera. Por eso los sacerdotes, por miedo a las revueltas, tienen que buscar el momento y el lugar necesario para apresar a Jesús. Sus acciones inhumanas también tienen lugar en los márgenes, en la oscuridad de la noche y fuera de la ciudad. Y después de allí, una vez aislado el cuerpo de Jesús del resto de cuerpos, es juzgado. La ley, no es quien salvaguarda la convivencia, sino que es una herramienta que el poder utiliza en beneficio propio. No hace falta forzarla, leerla literalmente es suficiente para condenar a quien no rige con ella su vida. Y entonces, aquel cuerpo que se movió libremente anunciando la salvación y un mundo nuevo, se convierte en un mensaje claro del poder opresor y piramidal que pueden leer el resto de seres humanos. Los latigazos, los golpes, la corona de espinas, el camino obligado arrastrando una cruz, deforman el cuerpo de Jesús convirtiéndolo simplemente en una caricatura de quien realmente era. Esos cuerpos maltratados solo tienen una posibilidad, la crucifixión y la muerte; en ellos escribe el poder su violencia. Esa es la forma de asegurar la paz, de hacer cumplir la ley, y de ser fieles a la voluntad divina.

Las personas LGTBI en realidad no somos ningún problema para nadie siempre y cuando nos mantengamos en la periferia. Llenas están las iglesias y las sociedades de este tipo de personas que utilizan su libertad para sobrevivir intentando pasar desapercibidas, y levantando su voz solo cuando saben que no habrá ninguna consecuencia. Y tienen todo el derecho a hacerlo, seguir el camino de Jesús no es una obligación para nadie, y nadie debería seguirlo sin saber cuáles pueden ser sus consecuencias. No es cierto que no podamos cambiar las cosas, que no podamos hacer caer el sistema heteronormativo y patriarcal que nos rodea, de eso nos percatamos cuando vemos las reacciones de los poderes opresores cuando ocupamos con nuestros cuerpos los lugares que ellos consideran de su propiedad. Los cuerpos de lesbianas, gais, trans, intersexuales, bisexuales, queer… que se atreven a pedir leyes, normas, acciones, lecturas que les integren; son rápidamente interpretados como una amenaza por los cuerpos dominantes. Y es entonces cuando se revela la verdadera naturaleza de estos poderes dispuestos a todo por defender sus privilegios. Su forma de actuar siempre es la misma, separarnos del resto de cuerpos, asilarnos y juzgarnos con unas leyes que no son las nuestras para declararnos culpables. Después comienza el proceso de degradar y destrozar nuestros cuerpos, mostrándolos al resto del mundo como no son, para justificar que son dignos de ser crucificados; y para advertirles que no se permitirán disidencias, que habrá que pagar un precio muy alto. La cruz de Jesús es el lugar por el que las personas LGTBI no queremos pasar, pero paradójicamente sabemos que la liberación de nuestros cuerpos transita necesariamente por ella. A unos nos lo dice la experiencia, a otras la evidencia.

“Después se apareció Jesús, bajo otra forma, a dos de ellos que caminaban dirigiéndose al campo” (Mc 16,12).

Decía Pablo que “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también nuestra fe” (1Cor 15,14). En el evangelio de Marcos se nos explica que el cuerpo traspasado de Jesús fue bajado de la cruz y depositado inerte dentro de un sepulcro. Pero se afirma también que el silencio no fue la última palabra que Dios pronunció sobre ese cuerpo, sino que él mismo lo llamó de nuevo a la vida y lo resucitó. El Dios creador dignificó el cuerpo que el poder religioso y político pretendió humillar. Y no lo hizo borrando las huellas de las heridas recibidas, sino manteniéndolas, para mostrar que el nuevo cuerpo no es una aniquilación del anterior, sino una recreación suya. El cuerpo golpeado, azotado y traspasado de Jesús, no es el que Dios deseaba para él, ni tampoco para ningún otro ser humano; pero fue ese cuerpo desechado por todos, el que Dios levantó de la muerte para hablarnos de esperanza. La esperanza no es la ausencia de corporeidad, ni el olvido, ni la negación de lo ocurrido; la esperanza es la transformación de cuerpos que yacen muertos en la oscuridad de algún sepulcro, en cuerpos llenos de vida que se mueven con libertad en un mundo más justo. No se trata de una nueva creación estrictamente, sino de una recreación. No se trata de la revelación de un Dios todopoderoso que es capaz de volver a crear tantas veces como sea necesario, sino de anunciar a un Dios que se pone del lado de los que han padecido la humillación en sus propios cuerpos, para dignificarlos y llamarles hijas e hijos.

La última palabra para las personas LGTBI no es la cruz y la muerte, sino la resurrección y la vida. Aquí reside verdaderamente la esencia de la fe cristiana para nosotras, no en la repetición de unos versículos sacados de contexto o en la sumisión a una jerarquía determinada. El daño que lesbianas, queer, intersexuales, bisexuales, gais… hemos sufrido, las crucifixiones que padecidas en nombre de la seguridad, la tradición o la voluntad divina; han generado un impacto imborrable en nuestra vida y en nuestro cuerpo. Pero si nos quedamos atrapados en este paso, y nos resistimos a bajar de la cruz y a salir después del sepulcro; no habrá resurrección para nosotros. El mensaje cristiano no es el abrazo del dolor y los padecimientos, sino la esperanza de que a pesar de nuestras heridas podemos tener una vida plena. No ganarán los verdugos, ganará la voluntad de Dios, del Dios de Jesús, ese que siempre está al lado de los que son negados. Y ese Dios no quiere nuestros cuerpos colgando de un madero, allí lo han puesto quienes ven amenazado su poder por ellos; los quiere vivos, dando testimonio de que el Reino irrumpe irremediablemente. Esa es la comisión que se nos ha encomendado: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia” (Mc 16,15) de que al final, gana la vida.

Carlos Osma

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“De teologías y lugares santísimos”, por Carlos Osma

Viernes, 18 de agosto de 2017
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traserosDe su blog Homoprotestantes:

En la primera carta que Pablo escribió a la iglesia de Corinto les recordaba: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo1, además explicaba que unos eran mano, otros ojo, oreja, o píe. Es decir, que cada uno tenía una función en ese cuerpo que era la comunidad de Corinto, y gracias a todos ellos y ellas, la comunidad funcionaba correctamente. Posteriormente esta metáfora se ha utilizado para hablar de todos los cristianos y cristianas que forman la Iglesia independientemente de cualquier condición. Y como la reflexión cristiana se hace siempre desde el lugar simbólico que ocupamos, la Iglesia se ha visto influenciada por teologías que provienen de diferentes lugares corporales. Dicho de otro modo, la teología no sólo ha modelado cuerpos, sino que los cuerpos también han construido teologías.

Algunas se han elaborado desde el cerebro, situándolo a él como el elemento principal desde el que entender quien es Dios y qué quiere de nosotros. Otras, alejándose o no del cerebro, creen que el lugar privilegiado desde el que podemos hablar de Dios son las manos. Gracias a la labor que ellas realizan el Reino de Dios se puede hacer presente. También hay teologías que se centran en la boca, en repetir como cacatúas lo que antes han dicho otros, sin pasar en ningún momento esa información por el cerebro, y mucho menos utilizando las manos para verificar que se está diciendo algo con sentido. Por descontado también están las que se hacen desde el ombligo, desde la reflexión en uno mismo, en lo que necesito, lo que quiero, lo que es mío. Y podríamos seguir y seguir enumerando el resto de lugares del cuerpo y las teologías que de ellas se desprenden, pero para no aburrir a nadie acabaré recordando la teología indecente que hacía Marcella Althaus-Reid quitándose las bragas.

Antes de seguir avanzando con mi reflexión, animo a mis lectoras y lectores más conservadores en lo teológico a que aborten su lectura en ese momento y vayan en busca de otros u otras autoras que no les pongan de los nervios con sus experimentaciones teológicas. Y es que al leer el otro día un comentario que me envió una lectora y que decía: “Dios no creó el ano para que lo penetre un hombre”, caí en la cuenta de que siguiendo el símil corporal de Pablo había personas que en el cuerpo de Cristo debían ocupar el ano, y por tanto su reflexión teológica debía proceder de allí. Entonces me pregunté porqué después de tantos años de haber escuchado comentarios similares, nunca antes me había percatado de que las teologías homófobas que padecemos los cristianos y cristianas LGTBI, están elaboradas a partir de los traseros presuntamente impenetrables de muchos especialistas.

Dice el mismo Pablo que ese cuerpo que los creyentes formamos es el Templo del Espíritu Santo2, y si en la Biblia hay un Templo, así con mayúsculas, es el que construyó Salomón en Jerusalén en el siglo X a.C. Así que para un judío como Pablo es posible que el templo que forman todas las cristianas y cristianos fuera muy similar al de Salomón. Si alguien tiene interés en saber como era, solo tiene que buscar en su Biblia, o si no la tiene a mano, hacer una búsqueda en Google. Allí descubrirá que el Templo de Jersusalén estaba dividido en tres zonas: el vestíbulo, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Supongo que el superlativo habrá ayudado a deducir que el Lugar Santísimo era el más importante. Tan importante que nadie podía entrar ya que allí dentro se creía que residía la presencia de Dios en toda su plenitud. Por todo lo dicho anteriormente uno ata cabos y deduce que la relevancia del ano en muchas teologías se debe a que éstas lo consideran su Lugar Santísimo, el espacio privilegiado donde pueden encontrar al Dios del que nos hablan. Un Dios que rechaza a quienes se atreven a entrar en sus aposentos, y que acepta a quienes sumisamente se niegan a traspasar el bello y fino velo que les permitiría estar en la gloria (la gloria de Dios me refiero).

El comentario que me envió mi lectora y que ha dado pié a esta reflexión, no tiene en cuenta que en el caso de los hombres es recomendable que a partir de cierta edad visitemos un urólogo para que éste, previamente enguantado, haga la revisión pertinente de nuestra próstata. Así que como todo en la vida, las normas tienen sus excepciones, y si es un doctor con tan buenas intenciones, y en nuestra cara solo se vislumbra el malestar por el difícil trago que hemos de pasar, pues tendremos que estar agradecidos de que Dios haya creado tan sensible orificio para que, con la única intención de salvarnos la vida, pueda ser penetrado por los dedos firmes y precisos de un urólogo. Llegados a este punto me percato de que también en el Lugar Santísimo había excepciones y que en el día de Yon Kipur el Sumo Sacerdote (¿un urólogo espiritual?) podía introducir sus deditos y el resto del cuerpo dentro de esta pequeña estancia para intentar salvar la vida de todo el pueblo de Israel, pidiendo a Dios perdón por los pecados realizados el año anterior. A día de hoy muchas personas sin ser judías siguen viviendo su particular Yon Kipur cuando se percatan de la intención de algún Sumo Sacerdote o Sacerdotisa (las cosas avanzan que es una barbaridad) de introducirse dentro de su trasero con la intención de pedir perdón por no se qué pecados y excesos cometidos.

Personalmente no soy mucho de dar prioridad a unas partes del cuerpo más que a otras, y por muy interesante que me puedan parecer algunos Lugares Santísimos, me niego a creer que las teologías que intentan hacer de ellos un lugar impenetrable sean cristianas. Para empezar porque creo que es bastante significativo que el evangelio nos aclare que tras la muerte de Jesús el velo del Templo se rasgó3. Una manera de decir que el Dios de Jesús no está encerrado en ningún lugar en particular, y que del Lugar Santísimo podemos ahora entrar y salir sin temor alguno a estar realizando una aberración castigada con la muerte. No sé si esto ayudará a quienes tan preocupados están por los anos de los demás, y supongo que por el suyo, aunque mucho me temo que no, porque lo que a estas personas les motiva es decir a la gente como tienen que vivir, pensar o incluso que pueden o que no pueden hacer con su culo. Lo que les hace tilín, y así entre nosotras, lo que les pone tontorrones y tontorronas, es crear un mundo donde la naturalidad, espontaneidad, felicidad, placer, o las ganas de experimentar, brillen por su ausencia. No hace falta mirarles el trasero, su cara deja bien claro lo infelices e insatisfechos que viven con su teología.

Volviendo a lo que la muerte de Jesús puede decirnos sobre lugares privilegiados para hacer teología, supongo que pensando un poco, y desdiciéndome de lo dicho en el párrafo anterior, sólo la teología hecha desde el corazón es netamente cristiana. Esa fue la máxima de Jesús, el amor, por mucho que no les guste a los teólogos y teólogas del ano. Por eso creo que más que la cabeza, las manos, la boca o el ano, Jesús es el corazón del cuerpo que formamos todos los creyentes. Y su sangre la que nos da vida y nos dignifica. Cualquier teología que privilegie un lugar del cuerpo que no sea el corazón, que no sea Jesús, lo hace para humillar o hacer sufrir a algún ser humano. Y las teologías que se centran únicamente en el corazón, y olvidan la importancia del resto de partes del cuerpo (el prójimo), son teologías muertas, incapaces de bombear la sangre necesaria al resto de órganos para seguir con vida. Así que a todas esas teólogas y teólogos del ano, yo le diría que se pasen al corazón, a un corazón que bombee vida constantemente, que por muy Santísimo que les parezca el trasero de algunas personas, no hay nada más Santo que el amor.

Carlos Osma

1  1 Cor 12,27
2  1 Cor 3,16

3  Mc 15,38)

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“Llevar el agua moviendo las caderas”, por Carlos Osma

Sábado, 18 de junio de 2016
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yanis-marshall-1De su blog Homoprotestantes:

No siempre podemos vivir en una zona de confort, predicando a quienes nos aplauden digamos lo que digamos, hay veces que las circunstancias nos empujan a llevar hasta las últimas consecuencias aquello por lo que decimos luchar. Es cierto que podemos resistirnos a ese empuje, o más aún, hemos de reconocer que en más de una ocasión lo hemos hecho. Pero es que se vive tan cómodo siendo un predicador de mensajes que no hacen daño a nadie, que cuesta tirar por la borda nuestra imagen de cristianos progresistas que en el fondo sólo trabajan por mantener el status quo.

Jesús en sus últimos días de vida, se dirigió de Galilea a Jerusalén, de un lugar en el que era percibido como un soñador o un charlatán incómodo, a otro en el que su mensaje chocaba directamente con el poder religioso. Decidió jugársela conscientemente, enfrentarse a quienes de verdad estaban en contra de la justicia y del Reino. Y lo hizo entrando en el Templo, volcando las mesas de los vendedores y gritando que aquella casa de oración la habían convertido en una cueva de ladrones [1]. Una acción que a la postre le llevaría a la cruz.

Salvando todas las distancias, los cristianos lgtbi sabemos muy bien lo que significa que unos ladrones se hayan apoderado de nuestros templos, de la teología e incluso del nombre de Dios. Desde esos lugares de poder venden seguridad, consuelo y sensación de pertenencia, a cambio de dignidad, libertad o dinero. La mayoría accede al chantaje, al fin y al cabo no es a Dios a quien buscan en el templo, sino la satisfacción de su necesidad de aceptación. Y quienes se atreven a denunciar estas prácticas “sagradas”, o afirmar que la casa de Dios es para todas las naciones y no sólo para quienes están al servició del dios heterosexual que diviniza a sus adoradores, son directamente condenados a muerte. Una muerte que en nuestro contexto cristiano occidental se traduce en la negación o el vacío más absoluto. Sin embargo, quienes como Jesús están decididos a no perder su vida en manos de los usurpadores de la verdad absoluta, salen lo antes posible de sus templos buscando un lugar seguro.

Para Jesús ese lugar fue la casa de Simón el leproso en Betania, una casa de inmundicia. Sorprende que el maestro no se acercase hasta allí para curar a quien los sacerdotes habían declarado impuro, sino para sentarse a su mesa. No se comportó como quienes huyen de un apestado al que los dioses caprichosos han decidido marcar como peligroso para el resto de la comunidad. La casa de Simón el leproso, formaba parte de la comunidad alternativa de Jesús, un lugar donde se podía ver de forma incipiente la irrupción del Reino de Dios, y donde los considerados últimos eran los primeros. Y justo en aquel lugar, una mujer se atrevió a derramar un perfume sobre la cabeza de Jesús mientras el resto de invitados se indignaba porque el frasco de perfume era muy caro, y podía haberse vendido para entregar el dinero a los pobres [2]. O al menos esa fue la excusa que dieron los puritanos de la casa impura para mostrar su indignación por la libertad con la que una mujer se atrevió a expresar su amor por Jesús y anunciar su muerte.

Nuestras comunidades inclusivas son también lugares de inmundicia alejados del poder de los hombres y las mujeres de bien. Lugares a los que los justos no se acercan por miedo a ser marcados como impuros, pero donde Jesús se refugia del peligro que representan los grandes defensores de la voluntad de Dios. Jesús sólo tiene posibilidad de vivir sentándose a la mesa de los excluidos, de los defectuosos a ojos de quienes se consideran perfectos. Y allí, las últimas, anuncian la necesidad de pasar por la cruz, de crucificar nuestros mesías, para entender exactamente que significa eso del Reino. Y justo cuando ese anuncio se hace presente, en las comunidades donde se predica la inclusividad total, hay impuros que quieren seguir viviendo atados a las teologías del Templo. La libertad que ofrece ser rechazado y excluido, pone nerviosos a quienes no han podido desprenderse todavía de una mentalidad opresiva que tratan de imponer a los demás. La inclusividad es imposible cuando se tiene el alma aferrada al dios del Templo, cuando se está preocupado por el precio que tiene cada uno de nuestros comportamientos. En las nuevas comunidades inclusivas, en las casas donde los impuros se sientan con Jesús a la mesa, sobran los tenderetes donde vender frascos de perfumes para sacar algunas monedas que nos hagan parecer buenos a ojos de los demás. Desde el Templo jamás nos verán como puros, porque no lo somos. ¿Para que gastar energías en intentar satisfacerles? ¿Para qué seguir pagando el precio de parecer decentes y aceptables? En la casa de Simón el leproso, no hay personas ejemplares, sólo seres humanos que han encontrado en el mensaje de Jesús una manera liberadora para entenderse a si mismos, entender al prójimo y acercarse a Dios.

Antes de que finalmente Jesús fuese apresado, torturado y asesinado; quiso cenar con sus discípulos en Jerusalén para celebrar la Pascua. Jesús, que por seguridad seguía fuera de la ciudad, envió a dos de sus discípulos para que preparasen una cena que, a la postre, se convertiría para los cristianos en el símbolo del sacrificio de Jesús. Para que sus enviados encontrasen el lugar donde se tenía que celebrar la cena, les dijo: “Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y donde entre decid al señor de la casa: -El maestro dice:¿Dónde está el aposento donde he de comer la Pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto. Haced allí los preparativos para nosotros [3]”. Llama la atención que la persona que llevó a los discípulos hasta el lugar donde debía celebrarse la última cena fuese un hombre que transportaba un cántaro de agua, una actividad que hacían las mujeres de aquel tiempo.

En su libro “Cuerpos abyectos [4]el teólogo Manuel Villalobos nos cuenta la historia de Nachito el Machito, un niño delicado y refinado que vivía en una tierra de “machos”. En aquel lugar las mujeres eran las encargadas de llevar el cántaro hasta la fuente para conseguir agua, y cuando por cualquier razón eran ellos quienes tenían que hacerlo, unían dos botes a un trozo de madera. Jamás con un cántaro como las mujeres. Pero Nachito el Machito descubrió que le gustaba ir hasta la fuente con el cántaro en su cabeza mientras se contoneaba “como una mujer”. Hasta que su tío se enteró, y muy ofendido por el comportamiento de Nachito, fue hasta dónde éste estaba, le golpeó y rompió su cántaro mientras le gritaba que no toleraba esas mariconerías.

La comunidad de Mateo, como el tío de Nachito, tampoco toleraba mariconerías. Quizás fue por eso que al contar la historia del envío de los discípulos de Jesús para preparar la cena de Pascua, el intermediario que les llevó hasta la casa ya no transportaba un cántaro, y además se había convertido en el dueño de la casa. Los intermediarios hasta la Cena del Señor deben parecer aceptables, nada maricones, y tienen que ejercer el rol de poseer, no de poder ser poseídos. Es verdad que la comunidad de Mateo no excluye al maricón del cántaro totalmente, el trato para poder permanecer en ella es comportarse como “un hombre”, pagar el precio de ser aceptable.

Supongo que quienes quieren ser dueños de algo, o no ser excluidos de comunidades tolerantes que dicen ser inclusivas, están dispuestos a venderse y esconder sus mariconerías. Seguro que con los beneficios obtenidos podrán después ayudar a los pobres. Pero existen comunidades inclusivas como las del evangelio de Marcos que entienden que la única manera de acercarse a la mesa del Señor junto al resto de leprosos y leprosas, es seguir a un maricón con un cántaro que se niega a ser domesticado por teologías pseudoprogresistas. ¿Para qué salimos huyendo del Templo donde querían acabar con nosotros? ¿Para formar parte de comunidades donde todas y todos somos reducidos a lo tolerable? ¿O para vivir desde la realidad de quienes somos el evangelio de la gracia? El evangelio de Marcos nos da una pista importante: no se trata de imitar a quienes cumplen roles aceptables, sino de guiar moviendo nuestras caderas, soltando todas nuestras plumas, al resto de discípulos y discípulas hasta la mesa del Señor donde sólo quienes se saben indignos e indignas pueden sentarse. No nos confundamos con mensajes más o menos progresistas que vienen desde las iglesias en las que nos “perdonan la vida” porque son “buenos cristianos”. No nos vendamos por unas monedas. Somos nosotras y nosotros, junto a otras muchas personas excluidas, quienes en este momento mostramos el camino al resto de discípulos hacia una comunidad de hermanos y hermanas donde Jesús es verdaderamente el centro.

Carlos Osma

NOTAS:
[1] Mc 11, 15-19

[2] Mc 14, 3-9

[3] Mc 14,13-15

[4] Villalobos, M. “Cuerpos Abyectos en el evangelio de Marcos”. (Ediciones el Almendro. Córdoba 2015).

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“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, por Carlos Osma.

Viernes, 13 de mayo de 2016
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Negación de PedroNegación de Pedro, Sagrada Familia, Barcelona

De su blog Homoprotestantes:

“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, eso es lo que le dijo Pedro a Jesús cuando este último le avanzó que antes de que el gallo cantase por segunda vez lo negaría tres veces. Según los entendidos el cacareo de los gallos no tiene como finalidad darnos los buenos días, sino más bien demostrar su status de macho dominante frente al resto de gallos, y lanzar un claro mensaje a las gallinas para que sepan donde se encuentra y que está activo sexualmente. Así que más que marcar un límite horario, quizás lo que Jesús le estaba diciendo a Pedro, es que en el momento en el que el gallo ejerciese a la perfección su rol de macho, y proclamase a los cuatro vientos su heterosexualidad, Pedro se daría cuenta de que él no estaba a la altura de lo que iba pregonando delante del resto de machotes discípulos con los que convivía.

Sorprende la energía que constantemente utilizaba Pedro para que las cosas fueran como debían ser, para que nadie se saliese de los roles y los moldes que se habían construido para ellos. La primera vez que Jesús conoció a Pedro le cambió el nombre, le dijo más o menos que su identidad no era la que su entorno le había dado, que más que creerse que sabía todo lo que Dios podía decirle, necesitaba ser fuerte y persistente para ser útil a la causa de Jesús. Y Pedro decidió seguir al maestro, pero comportándose como Simón, como quien le habían enseñado a ser, pensar y sentir. Por eso en más de una ocasión, cuando Jesús no se comportó como el Mesías que todos esperaban, Pedro se atrevió a reprenderle, a llamarle al orden para que volviese al redil de los Mesías aceptables. No había dejado él su casa y su vida, para seguir a un Mesías indecente. ¡Cuánto miedo a la libertad! ¡Cuando miedo a la vida! Cuando miedo a dejar que las cosas sean como son, observándolas, sin esa continua necesidad de valorarlas y decir si entran en el terreno de lo aceptable. A esa actitud tan represiva Jesús la denominó demoníaca, satánica, blasfema; y exigió a Pedro que la abandonase si quería seguirle.

Quizás por eso cuando Jesús fue arrestado y llevado a casa del sumo sacerdote para ser interrogado, Pedro se atrevió a hacer algo distinto al resto de machos alfa seguidores del maestro. Si todos los discípulos abandonaron a Jesús y salieron huyendo en búsqueda de un lugar seguro donde nadie pudiese relacionarles con aquel Mesías indeseable; Pedro tiró de corazón y decidió desprenderse de su hombría para comportarse como las mujeres que siguieron a Jesús hasta el último momento. El patio del sumo sacerdote, no era un lugar para hombres cristianos, para ellos había una casa bien lejos en la que esconderse. Pedro siguiendo a Jesús, atemorizado e inseguro, se atrevió a ocupar un espacio distinto al del resto de discípulos. Quizás por vez primera intentó ser aquella roca fuerte que Jesús vio en él cuando se conocieron.

Pero Pedro no estuvo finalmente a la altura porque intentó jugar a la ambigüedad, y aunque se atrevió a estar en el lugar adecuado, no tuvo la valentía de hacerlo a cara descubierta. Quiso estar al lado de Jesús, al lado de la verdad, pero haciendo como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Quizás si le hubieran dado tiempo, podría haber intentado defender a Jesús en nombre de la justicia, o habérselo llevado de allí a la fuerza. Pero una de las sirvientas le reconoció:“Tú andabas con Jesús, el de Nazaret”, tú eres uno de ellos, le vino a decir. Y Pedro atemorizado mintió para protegerse: “No le conozco ni sé de qué estás hablando”, yo no soy uno de esos. Y salió fuera de la casa, como intentando buscar un lugar menos cercano a Jesús que fuera más seguro, pero no hubo tregua para él e inmediatamente volvió a encontrarse con la sirvienta que explicó a todo el mundo que Pedro era “uno de ellos”.

Sorprende que una sirvienta se atreviese a hablar directamente con un hombre, pero quizás ella sabía que Pedro estaba a su nivel, que no era un hombre como los demás, que también él estaba preso del poder patriarcal. Por eso le habló de tú a tú. Y Pedro, al sentirse amenazado, intentó negar lo evidente y se ocultó tras una identidad que no era la suya, hizo un último esfuerzo para parecerse al resto de hombres cristianos que conocía y estaban escondidos muy lejos de allí. Quizás fue su manera de moverse, o su forma de hablar la que le delató definitivamente: “Seguro que eres uno de ellos”, afirmaron todos los que estaban allí. Y Pedro juró y perjuró que no era así, que él no era quien ellos decían, que él era otra persona. A lo mejor deseaba ser otro, volver a ser el Simón de antes, y no estar a medio camino entre quien se comporta como “Dios manda” y quien se libera de la opresión religiosa para vivir el evangelio de Jesús.

Supongo que Pedro se sintió perdido, sin saber hacia donde tirar. Podía huir y esconderse junto al resto de discípulos, entrar de nuevo a la casa para intentar ver al maestro, o volver de nuevo a su barco y a sus redes. Pero justo en ese momento el gallo cantó por segunda vez y Pedro rompió a llorar al recordar las palabras de Jesús. Había sido absurdo fingir tanto para estar a la altura de lo que los demás esperaban, haber jugado a ser otra persona y haberle dicho a tanta gente como tenían que vivir para no enfrentarse a su propia falta de vida. Había sido tan incoherente vivir durante años siguiendo a Jesús sin haber sido sincero con él. ¿Le había seguido de verdad? ¿Había entendido realmente que significaba ser uno de sus discípulos?

El evangelio de Juan nos explica que tras la muerte de Jesús, Pedro decidió volver a su tierra y seguir su vida junto al resto de discípulos como si nada hubiera pasado. Decidió enterrase en vida, apostar por lo aparentemente más fácil, por ser un cobarde, por ser el hombre que antes era: Simón. Pero el Jesús que venció a la muerte volvió al infierno en el que Pedro vivía y le preguntó: “Simón, ¿me amas?”, y él avergonzado, pero con la sinceridad que jamás antes había tenido, le respondió: “Señor, tú lo sabes todo”.  Y es verdad que Jesús lo sabía, pero Pedro probablemente lo había olvidado, por eso vivía como quien tiene miedo, como un cobarde, como un mentiroso, como si no existiera una vida distinta y un amor diferente. Y tras examinar sus sentimientos le respondió: “Tú sabes que te amo”. Sabía ahora con toda seguridad que amaba a aquel hombre que le pedía que lo dejase todo, su familia, su sinagoga, sus amigos, sus ideas preconcebidas, sus planteamientos sobre lo santo y lo pecaminoso. Un precio muy alto por una vida junto al maestro…, aunque más alto es el precio de la muerte. Por eso no dudo ni un momento cuando Jesús se dirigió a él para decirle: “Pues entonces, sígueme”.

Carlos Osma

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Impurezas y posesiones diabólicas.

Lunes, 27 de abril de 2015
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mathisDel blog Homoprotestantes:

Segunda parte del estudio: Un Mesías saliendo del armario

Una lectura queer de Mc 3,20-6,6

  1. UNA CASA Y DOS LUGARES. ESTAR DENTRO Y ESTAR FUERA (3,20-3,34)
  • 1. ¿Quién está dentro?

El evangelista nos sitúa ahora dentro de una casa, probablemente la de Pedro. Jesús está allí con sus discípulos y la casa comienza a llenarse de gente. La acción no tiene lugar en Jerusalén, lo que allí ocurre está alejado del discurso religioso oficial. Estamos en los márgenes del poder, en un espacio donde éste es cuestionado. Es por eso que, como ya vimos anteriormente, los representantes religiosos reaccionan defendiendo el lugar que ocupan. Su lugar es Jerusalén, pero deciden salir de allí, para acercarse al entorno de Jesús y sus discípulos y desacreditarle. La manera es sencilla, intentan resignificar las acciones salvíficas y sanadoras de Jesús como diabólicas. Pretenden que la mirada de sus seguidoras y seguidores no se dirija hacía las acciones liberadoras de Jesús sobre las personas oprimidas, sino que se centren en un discurso teórico que condena al maestro: “los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios [1]”. En otras palabras, las personas que habían sido liberadas de los poderes opresivos que las hacían sufrir, lo habían sido no por un maestro, no por voluntad divina, sino por el más grande de los poderes opresivos. Ese Jesús que daba esperanza a la gente, pero que cuestionaba la enseñanza de los religiosos, era un embaucador.

Sabemos que las mujeres y hombres de la comunidad marcana se reunían todos los domingos en una casa, no en las sinagogas, para recordar la resurrección del maestro que les había liberado; ese era su alimento. Su fe en Jesús, basada en la experiencia vivida de sentirse salvados por él, convierte al maestro en el centro de su espiritualidad, en aquel que resignifica todo discurso teórico, toda acción religiosa. Eso, hizo que el discurso oficial de la religión judía reaccionara negando el lugar que se le estaba dando a Jesús, en detrimento de la Ley y el monoteísmo. El Jesús que usurpa lo establecido por el poder religioso, aunque pueda haberse revelado como un salvador, no es más que un poder demoníaco. Un mentiroso que llevará a la perdición.

Los espacios abiertos en el mundo por las personas LGTBI para poder vivir libremente y poder dar expresión a todas sus potencialidades, son cada vez mayores, aunque no deberíamos dejarnos llevar por lo que ocurre en las grandes urbes de muchas ciudades occidentales; esos espacios, aunque ya no son anecdóticos, sólo existen para una pequeña minoría de la población LGTBI mundial. Y esos terrenos ganados a la exclusión, son para cristianas y cristianos, como la casa donde Jesús se reúne con sus discípulos y discípulas. Lugares de liberación, donde los poderes opresivos desaparecen, y donde los seres humanos se sienten a salvo. Ante eso, como el evangelio nos indica, los poderes patriarcales intentan desviar la mirada de la experiencia sanadora que han vivido las personas LGTBI que forman parte de estos espacios, para lanzar un discurso teórico que hace de nuestro Jesús liberador un demonio. Sólo el Jesús de sus leyes, el de sus dogmas, el de sus costumbres, es el verdadero. El Jesús en el que creen muchos cristianos y cristianas LGTBI es un engaño, una falacia. La justicia por la que trabajan miles de entidades LGTBI es una opresión.  Lo que la realidad muestra, sólo es un espejismo, la verdad es la de siempre: el patriarcalismo, la naturaleza y la doctrina. Y las tres dicen, que vuestro Jesús es demoníaco.

  • 2. ¿Quién está fuera?

Fuera de la casa están la madre, los hermanos y las hermanas de Jesús que han creído a los maestros de la Ley y dan por hecho que su hijo está “fuera de sí”. No hay en ellos una crítica a quienes pretenden etiquetar a su hijo como desviado, les creen a pies juntillas, no ponen en duda los poderes establecidos. Quizás porque sería poner en duda el suyo propio, y la familia tenía por aquel entonces un lugar central en la estructuración de la sociedad. A primera vista parece que la familia de Jesús actúa desde el amor y se preocupa por la salud de su hijo, por eso quieren sacarlo del lugar que ocupa en aquella casa donde predica, para situarlo en su lugar, en el hogar familiar. Pero lo que la madre, las hermanas y los hermanos de Jesús vienen a hacer, es sacar a Jesús de un espacio que les avergüenza. El comportamiento de Jesús trae la deshonra para la familia, y ante eso sólo tienen dos posibilidades: intentar convencerlo para que salga de allí o rechazarlo.

Lo que representa en el texto la familia no es más que una estructura al servicio del poder semejante a los fariseos. Pero a diferencia de la estructura religiosa, que ejerce un ataque directo a lo que Jesús es, la familia aquí representada tiene otra estrategia. Lo que parece mover su comportamiento es el amor, la responsabilidad, la preocupación por Jesús. Quieren que Jesús viva dentro de la casa familiar sin tanta estridencia, sin hacer ruido. Es evidente que la finalidad tanto de la familia como la de los fariseos es la misma: hacer callar a un Jesús que cuestiona el modelo social y religioso que ellos representan. Leer más…

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“Un Mesías saliendo del armario”, por Carlos Osma.

Lunes, 16 de marzo de 2015
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FB_IMG_1424896978274Leído en el blog Homoprotestantes:

Una lectura queer de Mr 1,1-3,19

  1. INTRODUCCIÓN
  • 1. Para empezar situémonos…. ¿Cuándo, quién, dónde, cómo y porqué?

El Evangelio de Marcos fue escrito alrededor del año setenta. Tradicionalmente se atribuía a Juan Marcos que lo habría escrito en Roma basándose en las enseñanzas del discípulo Pedro[1]. Los estudios actuales apuntan más bien a Siria como lugar aparición, y a un desconocido Marcos, que no tendría nada que ver con el anterior, como autor[2].

Marcos lo escribió utilizando un Relato de la Pasión, escrito en Jerusalén en la década 40/50, relatos orales o escritos de exorcismos y sanaciones con las que la gente envolvió desde el principio la figura de Jesús, y tradiciones apocalípticas[3]. Es importante tener en cuenta que el autor uniendo todos estos elementos creó el género literario llamado “evangelio” que después seria imitado y adaptado por otros autores.

Los primeros seguidores de Jesús provenían del judaísmo pero más tarde, sobre todo gracias a la predicación del apóstol Pablo, personas no judías aceptaron el mensaje de Jesús (importante tener en cuenta que en aquel momento los cristianos, aunque con peculiaridades y ciertas tensiones, formaban parte del judaísmo). La conversión de paganos al evangelio produjo una fuerte discusión dentro del cristianismo que reflejan las Cartas Paulinas. ¿Tenían éstos que circuncidarse y cumplir la Torah? El Concilio de Jerusalén, hacía el año 50, aborda este tema y decide que no era necesario, sólo se les pide “abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación[4].

Pero han pasado 20 años desde el Concilio y la comunidad para la que Marcos escribe, con intención canónica y relativizando la Torah, está formada mayoritariamente por personas que proceden del paganismo. Aún así, era una comunidad que todavía estaba dentro del judaísmo, y eso le generaba dos tensiones muy fuertes. Por una parte era percibida socialmente como una amenaza tras las revueltas judías que pretendían liberarse del poder de Roma, y por otra, era vista como una amenaza por el judaísmo ya que cuestionaba pilares básicos como la observancia de la Ley y el monoteísmo.

Sin embargo el Evangelio de Marcos muestra como, a pesar de las circunstancias, la comunidad marcana no se dejó llevar simplemente por estas dos tensiones, sino que se atrevió a reflexionar su fe en Jesús desde sus propias categorías, desde su propia experiencia y necesidades. No sólo como una respuesta a las preguntas que les venían desde fuera, sino buscando respuestas a las preguntas que en ella misma se producían.

  • 2. Compartiendo experiencias

Hacer una identificación entre la experiencia de los cristianos y cristianas LGTBI y la de aquella comunidad para la que Marcos escribió sería absurdo. Pero es evidente que salvando muchas distancias puede haber puntos de contacto. Si la comunidad marcana entendió que aceptar a Jesús no implicaba la aceptación de la Ley y normas judías; las cristianas y cristianos LGTBI entienden cada vez de una manera más clara que el seguimiento del evangelio no implica la aceptación del sistema heteronormativo con el que ha sido envuelto. Es posible vivir la buena noticia de Jesús desde la propia experiencia, y preguntarse con honestidad si aún hoy tiene algo que decir. Enrocarse en justificarse ante unas comunidades que viven con mayor o menor controversia la diversidad sexual y de género, forma parte de un paradigma ya caduco en el que se mueve con facilidad el patriarcalismo y el fundamentalismo. Las nuevas comunidades inclusivas formadas mayoritariamente por personas LGTBI reflexionan el evangelio desde lo que son, tratando de abrirse con honestidad a lo que creen que Dios quiere decirles.

La lectura del Evangelio de Marcos que sigue a continuación pretende ser una de esas reflexiones.

  1. PREPARACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS (1,1-13)
  • 1. Comienza el evangelio de Jesús

La palabra evangelio, como verbo, indica la proclamación de un cambio inminente en el poder; Dios reinará y liberará a su pueblo. Como sustantivo significa el nacimiento o entronización de un emperador. Alrededor del año 68 d.C. Vespasiano llega al poder, saca al Imperio de una profunda crisis y trae la paz y la estabilidad. Sin embargo Vespasiano no formaba parte de una dinastía legitimada por nacimiento, por eso, para legitimarlo se decía que había sido elegido por los dioses y se cuentan historias de curaciones milagrosas que había realizado[5].

Los cristianos que predicaban y esperaban la vuelta de su Mesías Jesús para liberarlos, se encuentran que quien había venido en realidad era Vespasiano, el Emperador romano. En ese momento Marcos escribe su evangelio, mejor dicho su anti-evangelio. El mensaje será claro a lo largo de su obra: para ser un actor de ese cambio inminente que cristianos y cristianas esperan, se necesita entrar en el discipulado del sufrimiento, renunciar a toda propiedad y afrontar la persecución. La liberación pasa siempre por la entrega y por asumir riesgos.

Uno de los poderes que hoy envuelve a cristianos y cristianas LGTBI y al que tienen que hacer frente es el patriarcalismo.  Si anhelan la liberación que promete el evangelio, se enfrentaran a la opresión de quienes dicen que no pueden ser, sentir, o actuar tal y como son. Que la naturaleza o los dioses no los han elegido a ellas y ellos, y que tienen que renunciar y someterse. El evangelio, la buena noticia, parecen predicarla quienes les oprimen, porque da la impresión de que sólo ellos pueden asegurar una vida plena y en paz. Pero el evangelio del que Marcos habla comienza proponiendo a las personas LGTBI ser sujetos del cambio y afrontar con valentía los riesgos con los que el patriarcalismo les amenaza: exclusión social, religiosa, bullying, negación de derechos, ocultamiento, patologización, etc. Leer más…

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