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M. Villalobos, Cuerpos Abyectos (Ed. Herder): Una conversación abierta

Viernes, 18 de junio de 2021
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332462F5-3E7A-4F3A-89E6-15197D54441FDel blog de Xabier Pikaza:

Hoy, jueves, 10 de junio a las 11 am (México/Colombia) y las 18h (España), estaremos en directo en nuestro canal de Youtube junto a Manuel Villalobos Mendoza, Raúl Lugo Rodríguez y Xabier Pikaza para presentar el libro Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos. (https://www.youtube.com/watch?v=7Ft5jahafQk )

Hablaremos de Filosofía y Teología, de la deconstrucción de género, la performatividad, la masculinidad, la vulnerabilidad y la abyección en el evangelio de Marcos. El acto será dirigido por X. Pikaza y dialogarán en directo M. Villalobos y R. Lugo.  Habrá al final una ronda de intervenciones de los participantes.

1. El Prof. Xabier Pikaza presentará brevemente el libro, y a los dos participantes principales: Manuel Villalobos y Raul Lugo.
2. Durante algo más de media hora, M. Villalobos y R. Lugo conversarán sobre los temas de fondo del libro.
3. Se abrirá el acto a quienes quieran presentar sus observaciones y preguntas. (https://www.youtube.com/watch?v=7Ft5jahafQk )
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Participantes
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Manuel Villalobos Mendoza
 es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia de México (1993). Obtuvo la Maestría en Biblia y en Teologia en el Catholic Theological Union de Chicago (2000 y 2002) y es Doctor en Biblia por el Garrett Evangelical Theological Seminary de Chicago (Illinois 2010). En la actualidad es profesor adjunto de Nuevo Testamento en el Chicago Theological Seminary. Es miembro de las siguientes asociaciones bíblicas: Society of Biblical Literature, Catholic Biblical Association, Asociación para la Educación Teológica Hispana (AETH) y Asociación Biblica Mexicana. Ha publicado Cuerpos Abyectos en el Evangelio de Marcos (2014); When Men Were not Men (2014) y Cristianos de la Segunda Generación. Las Epístolas Pastorales desde el otro lado (2013). En su quehacer como exégeta, Manuel Villalobos Mendoza desarrolla una hermenéutica que denomina “del otro lado” y que tiene que ver con conceptos como alteridad, masculinidad, marginalidad, raza, género y orientación sexual.
Raúl H. Lugo Rodríguez, sacerdote de la Arquidiócesis de Yucatán desde 1982, es licenciado por el Pontificio Istituto Biblico de Roma. Realizó estudios en el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén y ha sido profesor en el Seminario de Yucatán, en el Instituto Teológico Pastoral para América Latina (ITEPAL) de Bogotá y en la Universidad Pontificia de México.
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Tema principal:
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El evangelio de Marcos traspasa todos los límites en su relato de la pasión. Los personajes que presenta, incluido Jesús, tienen en común que son del otro lado: transgreden todo tipo de fronteras y causan confusión en la unidad y el orden promovidos por los judíos de la época. Marcos describe algunos personajes del relato como excluidos de la sociedad y del templo debido a su género, enfermedad o afeminamiento. La abyección es lo que distingue lo totalmente humano de lo que no lo es.

El proceso de convertirse en humano o inhumano es un mecanismo de exclusión, rígido y bien orquestado. Jesús define un nuevo orden y unas nuevas fronteras gracias a su celo por anunciar buenas noticias para todos los cuerpos abyectos.
El autor investiga en este libro sobre temas como la deconstrucción de género, la performatividad, la masculinidad, la vulnerabilidad, la abyección, la precariedad de los cuerpos, la dialéctica del poder que existe entre el acto de mirar a otro cuerpo masculino y la subversión y transgresión de fronteras, tanto reales como simbólicas. Muestra cómo todos estos elementos están presentes en el evangelio de Marcos. Su hermenéutica se apoya sustancialmente en el pensamiento de Judith Butler, especialmente en sus nociones de género, performatividad y sexo.
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Cinco razones para leer el libro: Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos de Manuel Villalobos:
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1. La filosofía y la religión se dan la mano: Villalobos utiliza los versos del Evangelio de Marcos para exponer nuevas ideas libres de prejuicios y dogmatismos. Para ello, intercala los versos religiosos con una visión más filosófica, incluyendo desde el pensamiento de Cicerón a teorías más modernas como Judith Butler o Julia Kristeva..

2. Reinterpretación bíblica como desafío:
Cuerpos abyectos rompe con los conceptos homofóbicos que, durante siglos, han sido sinónimo de la religión. Examina con gran detalle el texto bíblico encontrando pruebas de que Jesús, mediante sus acciones, rechaza los prejuicios, la homofobia y la masculinidad tóxica y fomenta, en cambio, una comunidad alternativa e inclusiva entre todos sus discípulos.

3. Nueva concepción de lo abyecto
. Villalobos presenta lo abyecto como todo aquello que no respeta o rompe las reglas, las fronteras, los límites o la normativa. Invita a todos los cuerpos abyectos, aquellos que son marginados, rechazados y humillados por la sociedad, y particularmente por la religión, a sentirse identificados con el cuerpo abyecto de Jesús.

4. Ver la muerte y vida de Jesús con nuevos ojos, con una mirada crítica:
Cuerpos abyectos ofrece una nueva visión de la muerte de Jesús, que le quita todo su heroísmo para darle una nueva perspectiva mucho más humana, de violencia y dolor. Jesús ya no es un ser inmortal, inalcanzable, sino que es uno más entre sus discípulos, otro cuerpo abyecto que sufre el rechazo y la humillación de una sociedad que no lo acepta.
5. Más relevante que nunca: Ahora es el momento de revisar y desaprender todo lo que se ha aceptado como válido durante siglos. Es el momento de impulsar la deconstrucción de roles de genero, el rechazo a la masculinidad toxica y a la supremacía de la hetero-normalidad. Acompaña a Villalobos en este viaje de examinar los viejos conceptos y llegar a nuevas conclusiones.
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Preguntas abiertas (Prof. X. Pikaza):
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1. La exégesis bíblica como biografía,  es decir, como testimonio personal. 
La exégesis de la biblia ha estado dominada por un tipo de “filosofía intemporal” e impersonal, como si no importara la vida, la experiencia y testimonio de los lectores. En contra de eso, R. Villalobos propone una lectura “situada” de los textos. La verdadera lectura de la Biblia son los creyentes, como personas y como iglesia.

2. Una exégesis “parcial”, es decir, “marcada” desde la perspectiva de los “cuerpos”, no de un tipo de almas separadas de los cuerpos, parcial para ser universal.
 Más que a salvar almas en el sentido posterior de la palabras, Jesús vino a “liberar” cuerpos, especialmente “cuerpo abyectos”, de mujeres dominadas, de varones enfermos (conforme a la visión dominante”. Vino ante todo para acompañar a muchos “del otro lado”, que no cabían en la ortodoxia oficial del templo. Es una exégesis parcial, y sólo así puede ser universal.
3. Una exégesis que reconstruya el texto de Marcos,  un evangelio “truncado”, escrito para personas “truncadas”, acortadas, en sentido integral (personal y social, sexual y económico…), superando la función  establecida y dominante de unos “géneros” impuestos desde la autoridad oficial del sistema.

4. Una exégesis gozosamente liberadora, al servicio de la vida, en el sentido radical del término.
  Una exégesis eclesial y social, abierto a todos los hombres y mujeres, al servicio de Dios del amor y de la vida, de la libertad y el gozo de los cuerpos, en la línea de la “resurrección de la carne.”

 

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“Se les escapó desnudo (Mc 14,52)”, por Dolores Aleixandre.

Miércoles, 31 de marzo de 2021
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tumblr_n4795vxaML1s3px5po1_500Un artículo que ya habíamos publicado pero que volvemos a traer por este nuevo personaje, también misterioso, como el hombre del cántaro y que aparece en el relato de la Pasión escrito por Marcos y que parece indicarnos al Jesús despojado al que hemos de seguir despojados nosotros también…

De su blog Un grano de mostaza:

«Lo seguía también un muchacho envuelto en una sábana sobre la piel. Lo agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo» (Mc 14,51-52). En este personaje misterioso del evangelio de Marcos y más allá de las preguntas que despierta (¿por qué aparece ahí? ¿qué tipo de seguidor representa? ¿qué significa ese lienzo de lino que le arrebatan? ¿está anticipando al otro joven que aparecerá después en el sepulcro?…), nos es posible contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión.

Conocía los preceptos que acompañaban la celebración de la Pascua: «la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano…» (Ex 12,11) y se preparó para vivirla (“se dispuso” diría Ignacio) como aquel rey de la parábola que, antes de lanzarse a combatir, se sentó a calcular con qué fuerzas contaba (Cf. Lc 14,31).

¿Podemos saber algo sobre ello? “Saber” no es el verbo adecuado, como tampoco lo serían “constatar” o “comprobar”: el modo de aproximación sería una lectura contemplativa de las acciones y palabras de Jesús que preceden en Marcos al relato de la Pasión, disponiéndonos también nosotros a recibirlas, hospedarlas y ser alcanzados por ellas. Y esperar pacientemente, por si nos ofrecen algún indicio de cómo Jesús se iba disponiendo, cómo se iba simplificando, qué iba dejando atrás, qué convicciones y actitudes iba reforzando para que fueran el cinturón, las sandalias y el bastón que lo acompañarían en su viaje.

«Entró en Jerusalén y se dirigió al templo» (Mc 11,11)

La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén tiene un final extraño: en el comienzo, la narración se demora ofreciendo todo tipo de detalles: envío de dos discípulos para buscar al borrico, resultado de su búsqueda, diálogo con los que preguntan el por qué de su acción y más tarde descripción de los gestos y aclamaciones de la comitiva que le acompaña. En cambio, la conclusión de esa entrada se resume en un solo verso: «Cuando entró en Jerusalén se dirigió al templo y observó todo a su alrededor pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los doce» (Mc 10, 11).

Un viaje tan largo para un desenlace tan breve; tantos preparativos para una llegada que no suscita ninguna reacción; tanta solemnidad para entrar ahora en la ciudad a pie, sin cabalgadura, sin compañía y sin tumulto: un hombre solo haciendo un callado acto de presencia en el lugar que es para él «casa de oración» (Mc 11,17). Muy pronto se va a enfrentar con los que la han convertido en cueva de ladrones y va a pronunciar anuncios, enseñanzas y parábolas: ahora sólo importa su presencia de Hijo en ese espacio en que late la presencia de aquel a quien él llama Padre y que le ofrece tienda para hospedarse (Sal 15,1), recinto protector en el que guarecerse durante el peligro, escondite en el que abrigarse (Sal 27,5).

«Shema Yisrael: ´Adonay Elohenu Adonay ejad»: el Dios que es uno pide la respuesta de un corazón entero, único, no dividido y es eso lo que Jesús pone ante Él: ha dejado atrás cualquier pretensión de disponer de sí, cualquier previsión, estrategia o búsqueda propia. Está más allá de toda preocupación o inquietud: «Una sola cosa pido al Señor, eso voy buscando: habitar en su casa todos los días de mi vida…» (Sal 27,4). Había llegado para él el momento de descansar solo en Dios, de poner en Él solo la esperanza (Cf. Sal 62,6). Por eso aquella tarde no necesitaba ya hacer ni decir nada: le bastaba estar ahí, hacerse presente al Padre y contemplarlo todo con su mirada penetrante. Empezaba a anochecer. Ya era tiempo de emprender, silenciosamente, el retorno a Betania.

«Ha hecho una obra bella conmigo» (Mc 14,6)

Gracias a los evangelistas sabemos algo acerca de la extraña manera de Jesús de usar adverbios y adjetivos, tan poco coincidente con la nuestra: para él estaban dentro, cerca y arriba los que nosotros solemos considerar fuera, lejos y abajo y su criterio sobre lo más y lo menos, lo mucho o lo poco aparece con claridad en su juicio sobre el donativo de aquella viuda pobre: sus dos moneditas eran para él más que el mucho de los fariseos (Mc 13,43). Ella, junto a tantos otros pequeños, insignificantes y últimos, pertenecía a los que para el Reino son grandes, importantes y primeros.

Sabemos lo poco que le impresionaba la grandeza de las edificaciones del templo que tanto admiraban sus discípulos (Mc 13,1-2) y en la escena del joven que acudió a él llamándole «Maestro bueno”, conocemos su reacción ante otro adjetivo:

«- ¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno» (Mc 10,18).

Y sobre lo bello ¿qué opinaba? Solo conservamos su apasionada defensa del gesto de la mujer que ungió su cabeza con perfume: «¡Dejadla! Ha hecho una obra bella conmigo» (kalós en griego es a la vez “bello” y “bueno”). Para él, la acción de la mujer no era sólo un ejemplo de generosidad o de bondad sino de belleza y así se va a recordar «allí donde se anuncie la buena noticia» (Mc 14,3-9).

El narrador se detiene en detalles sobre la calidad y el valor del frasco y del perfume, como si pretendiera conectar con lo que suele ser la reacción normal y espontánea ante lo valioso: guardarlo, retenerlo, administrarlo con cuidado y precaución. Por eso sorprende que el gesto de la mujer sea tan inadecuado e imprudente tratándose de un recipiente tan costoso y de un perfume tan exquisito: «lo rompió» y «lo derramó». La opinión de los asistentes a la cena (qué derroche, qué desperdicio, cuánto despilfarro, qué afrenta para los pobres…) descubre cuánto valoraban las posesiones caras y qué modo de manejarlas les parecía apropiado y satisfactorio. Pero la opinión de Jesús es otra: él encuentra bella la acción excesiva, desbordante y carente de medida de la mujer, tan parecida a su manera de amar. Por eso le brinda el juramento solemne de que su gesto, nacido de la gratuidad del amor, va a convertirse en una profecía viva de la que todos podrán aprender.

Como en tantas otras ocasiones, estaba dejando atrás la instintiva costumbre humana de retener y guardar y se adentraba en el ámbito de la gratuidad. Aquel frasco hecho mil pedazos sobre el suelo, se convertía en la parábola silenciosa que el Padre le narraba aquella noche y que convocaba su existencia al vaciamiento y a la entrega. Pero estaba también la promesa de que aquel perfume derramado y libre que él iba entregar cuando llegara su hora, iba a convertirse en la vida y la alegría del mundo. Y en su extrema y paradójica belleza.

«Al atardecer llegó con los doce» (Mc 14,17)

En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes. Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar. Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

«Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza. Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

«El Hijo del hombre se va» (Mc 14,20)

Hay muchas maneras de narrar las cosas. En lugar del enunciado: «mi final está próximo», «emprendo el camino hacia la muerte»…, o alguna otra expresión semejante, en el anuncio de Marcos se elude el término “muerte” o el verbo “morir” y aparece el verbo hypagō que sugiere un modo de caminar no escogido por propia iniciativa sino guiado, conducido, sometido, bajo presión de algo o de alguien. “Irse” no significa “morir”, aunque haya que pasar por ahí: es el modo de caminar de Jesús como «Hijo del hombre», es consecuencia de haber elegido una determinada forma de existir. Según el texto, él no « se entrega» sino que «es entregado». Han sido su manera de vivir, sus elecciones, sus palabras, sus gestos, sus compañías, las que han ido tejiendo la trama en la que ahora tropieza y queda apresado. Con frecuencia, para hablar de situaciones así empleamos frases como: “él se lo ha buscado”, “se veía venir…”, “ahora, que se atenga a las consecuencias…”. Y esas son precisamente las causas del hypagō: si no se hubiera señalado tanto, si hubiera sido un poco más prudente, si hubiera medido más sus palabras, si no hubiera frecuentado ciertas compañías, si no hubiera provocado a los poderosos, si…

Y además ¿no ha elegido entrar en lo más hondo de la condición humana?, ¿no se ha atrevido a descender a donde están los últimos?, ¿no ha abrazado su misma condición, comportándose como un hombre cualquiera? No puede quejarse ahora y por eso «se va» de esa manera: sometido a las leyes que rigen la vida de los que carecen de privilegios, arrastrado por las consecuencias de sus opciones, aplastado por los resultados de conductas que podía haber evitado.

«El Hijo del hombre se va…», sometido como tantos seres humanos al poder de la violencia y de la injusticia pero promete: «Cuando sea puesto en pie, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). El “Pastor herido” se pone a la cabeza de quienes avanzan tras él recorriendo su «camino nuevo y vivo» (Heb 10,20). Y lo hacen con la confianza de saberse precedidos por el que no retuvo ávidamente la elección de su propio destino y se dejó conducir por Otro, también por las cañadas oscuras de la humilde obediencia.

«Servir y dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45)

«Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor» (Is 63,16). Posiblemente algún sábado en la sinagoga escucharía Jesús esta invocación profética que hablaba de Dios como go’el. Y aprendería también en las tradiciones de su pueblo que, cuando la vida de alguien estaba en juego, ahí tenía que estar su go’el como pariente más próximo para hacerse cargo de su rescate (Lv 25, 47); y que si era sometido a la esclavitud, se arruinaba o moría sin descendencia, su go’el debía acudir a liberarle, a pagar sus deudas e impedir que su nombre se perdiera para siempre (Cf. Lv 25,25; Rt 4,1-11). Había sido un paso de gigante para Israel atreverse a invocar al Altísimo como go’el , considerarle como su familiar más próximo, recordarle que era cosa suya sacarles de la opresión y arrancarlos de la muerte.

«El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45), afirmó Jesús un día, como quien ha comprendido y asumido el sentido de su existencia: quería estar junto a sus hermanos cuando su vida estuviera en juego, cuando peligrara su libertad, cuando les amenazaran la ruina y el olvido. No había venido a establecer principios, a imponer normas o a corregir errores, sino a alcanzar a los que se sentían lejos de Dios, sanar sus heridas, contarles historias de pastores que buscan y de hijos que vuelven a casa. Estaba entre ellos para querer a cada uno tal como era y a ponerse a su lado para llevarle más allá de donde estaba, hacia esa vida buena y abundante de la que afirmaba poseer el secreto.

Por eso se compadeció de la situación de aquella mujer encorvada y la enderezó (Lc 13,10-17); por eso sintió el clamor de vergüenza de la mujer del flujo de sangre y su respuesta fue hacer fluir hacia ella la fuerza sanadora que había recibido del Padre (Mc 6,21-34); por eso supo ver en la sirofenicia una oveja perdida más allá de la casa de Israel y curó a su hija (Mt 15, 21-28); por eso se dejó atraer por la llamada silenciosa del hombrecillo que le observaba oculto detrás de las ramas de una higuera y le pidió hospedarse su casa (Lc 19,1-10).

Había elegido estar entre sus hermanos como uno de tantos, sirviendo en los lugares de abajo, allí donde estaba la gente más hundida por sentencias que los aplastaban: “está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”… Él hacía saltar por los aires aquellos yugos y los levantaba hacia la vida con la autoridad de su palabra: «queda limpio», «vete en paz», «recobra la vista», «está dormida», «¡sal fuera! ».

Realizó en medio de ellos los signos de su presencia de go’el y dominó el arte de acoger, amparar y ofrecer asilo entre sus brazos a las vidas heridas y a los cuerpos maltrechos de tantos hombres y mujeres: apiñados en torno a él, le escucharon proclamarlos «dichosos”, probaron el mejor de los vinos en una boda de pueblo, se sentaron en la hierba y comieron pan y peces hasta saciarse.

La noche en que iba a ser entregado, se quitó el manto, y con él toda pretensión de poder o de dominio. Se ciñó la toalla y, de rodillas, como el último de todos, fue lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir el Nombre sobre todo nombre.

«Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 14,22)

Una vez contó la historia de un hombre que, para guardar su cosecha, derribó sus graneros y construyó otros mayores (Lc 12,18). Era una conducta incomprensible para él, que no sabía nada sobre acumular, guardar o retener y que tenía costumbres pródigas: dar, perder, dejar, vender, derramar, partir, entregar. Había nacido a la intemperie para que ninguna barrera le separara de nosotros y para hacer desaparecer cualquier miedo al tocar la carne frágil de un niño; murió fuera de los muros de la ciudad, sin protección ni defensas, porque nada hay tan vulnerable como el costado de un hombre crucificado. Sobre su cruz pusieron un titular malintencionado y equívoco que le arrebataba la verdad de su nombre y le imponía una identidad que nunca pretendió: ser «Rey de los judíos» (Jn 19,19).

Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la escena final de la vida de Jesús coincide con la de su nacimiento: en Belén lo contemplamos en un establo, un lugar abierto, sin puertas, cerrojos o alambradas. En el Calvario echan a suertes su túnica y vuelve a estar tan desnudo como en el pesebre. No era un extraño final para alguien que, a lo largo de toda su vida, había formado parte del colectivo de los que carecen de estrategias para proteger lo suyo: desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado. Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los posesivos para decir «mi Padre» y «mis hermanos».

«Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echando a suertes lo que le tocaba a cada uno» (Mc 15,24). La expresión griega es escueta: tís tí are, «quién cogía qué» sería su traducción elemental; o esta otra: “que cada cual coja lo que quiera”. Una trampa compleja y sombría, tejida con ocultos intereses, había caído sobre él atrapándolo como a un pájaro en la red de un cazador, pero él escapaba desnudo y su libertad despojada se convertía en la palabra definitiva de Dios al mundo. Ya no le quedaba nada, salvo su amor hasta el extremo y la túnica que ahora echaban a suertes. Le habían escuchado decir: «Mi vida es para vosotros: tomad, comed…» Ahora esas palabras cobraban un nuevo sentido: cada uno podía tomar de él lo que quisiera.

Y seguir haciendo lo mismo en memoria suya.

Dolores Aleixandre

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J. L. Sicre, Evangelio de Marcos, libro de Navidad para el 2021

Jueves, 24 de diciembre de 2020
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131904313_1736438553199996_2534370612287287678_nDel blog de Xabier Pikaza:

José Luis Sicre, uno de los pocos clásicos vivos del estudio de la Biblia en lengua castellana, ha publicado una guía de lectura y comentario del Evangelio de Marcos, para el próximo 2021.

Marcos no incluye un relato de Navidad, pero ofrece el punto de partida y la clave de comprensión no sólo del nacimiento, sino de la vida y presencia de Jesús a lo largo de los siglos. Este libro de Sicre, maestro de exegetas y guía de estudiosos de la Biblia, será para muchos el mejor testimonio de la Navidad a lo largo del 2021.

Gracias, José Luis, por acudir nuevamente a la cita de los que queremos recorrer, como tú y contigo,  el camino de la Biblia y de la vida de la Iglesia, desde esta Navidad 2020. Felicidades a Verbo Divino  por publicar esta obra.

Sicre, José Luis (1940- ).

               Exegeta y teólogo, de la Compañía de Jesús. Nació en Cádiz, estudió en el Instituto Bíblico de Roma y ha enseñado en la Facultad de Teología de Granada, de San Miguel de Buenos Aires y en el Instituto Bíblico de Roma. Ha colaborado con L. Alonso Schökel en la elaboración de un comentario básico a los Profetas I-II (Madrid 1980); cf. también sus grandes comentarios a Job (con L. Alonso, Madrid 1983) y  Josué(Estella 2002).

Se ha especializado en el estudio de la tradición profética y mesiánica de Israel, ofreciendo una aportación muy significativa en la visión de Dios y la riqueza-pobreza en la Biblia, y en el mensaje de transformación personal, social y religiosa  de los profetas, como muestran: Los dioses olvidados (Madrid 1979); Con los pobres de la tierra: la justicia social en los profetas… (Madrid 1985).

Ha ofrecido también una visión de  la historia y contenido de la Biblia:  Introducción al Antiguo Testamento (Estella 2011);  Las tradiciones del Pentateuco en la época del exilio (Estella 1999); De David a Moisés (Estella 1995).

   Su obra más significativa en perspectiva de narración didáctica es  quizáEl Cuadrante, que consta de cuatro volúmenes: (I. La búsqueda. II. La apuesta. III. El encuentro. IV. Memoria de Andrónico. Parte novelada del El Cuadrante (Estella 1999/2000). En ella, de la mano de Andrónico, personaje de ficción, Sicre va ofreciendo un panorama certero y hermoso de la historia de las comunidades en donde se mantuvo la tradición de la historia de Jesús y de donde surgieron los sinópticos.

    Publicó hace un año el Comentario y guía del evangelio de Mateo (Estella 2019), como introducción a las lecturas del año litúrgico (ciclo A).  Fielmente, publica ahora, con mano de maestro, la introducción y comentario a las lecturas del ciclo B, para el año 2021.

La obra

     Quien quiera conocer el índice del libro, con la introducción donde presenta sus  temas principales puede acudir a la extensa y valiosa presentación editorial del libro, que culmina con una bibliografía básica, de la que recojo únicamente su referencia a los Comentarios científicos: Además del clásico de J. Gnilka, El evangelio según san Marcos l (2 vols.; Salamanca: Sígueme, 1986-1987), tenemos tres grandes comentarios:

  1. Marcus, El evangelio según Marcos (2 vols.; Salamanca: Sígueme, 2011);
  2. Mateos y F. Camacho, El evangelio de Marcos. Análisis lingüístico y comentario exegético (3 vols.; Córdoba-Barcelona: El Almendro-Herder, 1993-2016);
  3. Pikaza, X., El evangelio de Marcos. La Introducción al evangelio de Marcos, 37 Buena Noticia de Jesús (Estella: Verbo Divino, 2012).

Véanse también:

  1. Carrillo Alday, S., El evangelio según san Marcos (Estella: Verbo Divino, 2008);
  2. Castro Sánchez, S., El sorprendente Jesús de Marcos (Madrid: UP Comillas, 2005);
  3. Navarro, Marcos (Estella: Verbo Divino, 2006).

El momento de Marcos

Marcos supo trazar en su evangelio la biografía pascual de Jesús Nazareno, el Crucificado (16, 6), y lo hizo de un modo tan intenso que su obra fue y sigue  siendo clave todavía para entender el cristianismo.

Cuando parecía que la división de visiones del Cristo y de prácticas sociales de las comunidades podía conducir al  surgimiento de iglesias totalmente distintas, cuando la caída de Jerusalén, destino y meta del proyecto de Jesús, parecía implicar el derrumbamiento de todo el cristianismo, Marcos supo volver a la raíz y elevarse de nivel, situando en el centro de todos los posibles cristianismos la figura (biografía) humana de Jesús, reinterpretada desde una perspectiva de pascua, pues, a su juicio, en la recta comprensión de la vida y muerte de Cristo se encuentra la respuesta a todos los problemas de la vida humana (y en especial de la Iglesia). En esa línea, el evangelio de Marcos podría titularse: “Para renacer en  Cristo: Muerte y vida del resucitado como Navidad mesiánica”.

 No les faltaba entonces (hacia el año 70) ni nos falta hoy (2020/2021)  a los cristianos  buena reflexión de fondo. Pablo había trazado ya en sus cartas la novedad del evangelio; Pedro y Santiago, hermano del Señor, habían desplegado también sus visiones del Cristo (aunque no las escribieron o no conservemos sus escritos). Hubo otros grandes pensadores como Apolo (cf. Hech 18, 24; 1 Cor 3, 4-6). Había buenas teologías. Pero Marcos fue el primero que, asumiendo y recreando tradiciones anteriores, trazó (narró) la historia pascual de Jesús, al que presentó como centro del cristianismo, cuando todo parecía derrumbarse, tras el 70 d.C., cuando muchos suponían que no había solución (cayó Jerusalén, su templo; no había venido Jesús como esperaban los cristianos primeros).

Pues bien, en ese momento, Marcos pensó que la respuesta era contar la historia “real” (esto es, pascual) de Jesús, el mesías galileo a quien habían matado en Jerusalén, según ley, porque anunciaba y preparaba la llegada del Reino de Dios. Esa historia suponía una vuelta atrás, pues en vez de mirar al futuro y mostrar lo que había de venir, Marcos insistió en la vida de aquel que había muerto, centrando así en Jesús (profeta campesino de Galilea) la verdad del evangelio y trazando desde Galilea (no de Jerusalén) un camino apasionante de vida y esperanza. La historia que Marcos contó de esa manera fue y sigue siendo un prodigio literario, teológico y humano: Es el relato (narración fundante) del “fracaso mesiánico” (esto es, salvador) de Jesús Nazareno, que anunció la llegada del Reino de Dios en Galilea y que fue asesinado en Jerusalén, para  volver a extender su mensaje desde Galilea, como Cristo y Señor resucitado, Hijo de Dios, a través de sus seguidores.

Jesús no fue Cristo por haber “levantado en armas” al pueblo de Jerusalén, y haber vencido en la guerra final, sino por haber muerto, por fidelidad al mensaje de Dios, siendo asesinado precisamente en Jerusalén. Pues bien, mirados desde esa perspectiva, los terribles acontecimientos del 70 d.C. podían y debían entenderse como elementos de una historia salvadora, y así, en la línea de los viejos profetas de Israel (como Jeremías), Marcos pudo afirmar que la misma ruina del templo de Jerusalén formaba parte de la historia de salvación, querida por Dios, que los seguidores del Cristo retomaban desde Galilea.

 Marcos no es una “historia de puros hechos” (una crónica) de Jesús, sino un evangelio, es decir, una biografía mesiánica y eclesial, filtrada e interpretada (actualizada) a lo largo de cuarenta años de vida eclesial, en una línea paralela a la de Pablo, reflejando así las carestías y las aportaciones de los grupos cristianos en los años decisivos del surgimiento y consolidación de las comunidades, desde la muerte de Jesús (30 d.C.) hasta los años 70 en que Marcos escribe su libro.

Ciertamente, Marcos quiso escribir sobre Jesús, pero no sobre el puro Jesús del pasado (en la línea de aquello que Pablo llama el Cristo de la carne: 2 Cor 5, 16), sino sobre Jesús el Cristo (Jesucristo, Hijo de Dios; Mc 1, 1), cuya memoria se ha conservado e interpretado en las comunidades, a pesar de que parecieran más urgentes otros temas (la muerte/resurrección de Jesús y su venida final). De esa forma, desarrollando rasgos y momentos que quedaban velados en  Pablo (que se centra en el Hijo de Dios, que el Cristo resucitado), Marcos ha querido recuperar (sin duda, desde la fe pascual), las obras y el destino del Jesús-Mesías, Hijo de Dios, que no ha sido ni es héroe mítico, ni figura angélica, ni “hipóstasis” de Dios, pero tampoco un mesías davídico fracasado (como parece suponer Rom 1, 34), sino un profeta mesiánico, mensajero del Reino de Dios, que murió crucificado precisamente por aquello que hacía y decía. Por eso es importante la historia humana (mesiánica) de Jesús resucitado.

Esa historia humana de Jesús, que en un sentido (a juicio de Pablo) ha sido un pretendiente mesiánico crucificado, viene a mostrarse para Marcos, en un nivel más alto, como presencia y revelación salvadora del mismo Hijo de Dios. Marcos vuelve así a Jesús como personaje histórico, recogiendo en su evangelio algunos rasgos esenciales de su biografía, situándonos de nuevo (y para siempre) ante la Navidad pascual de Jesús.

 Algunos datos básicos de esa vida de Jesús (que era judío, que murió crucificado por Poncio Pilato, que sus discípulos afirmaron que había resucitado…) los conocemos en parte por otras fuentes cristianas (especialmente por Pablo, de quien hemos hablado) y no cristianas (como Flavio Josefo). Pero ha sido Marcos quien los ha recogido y reinterpretado desde su misma experiencia eclesial, con los ojos de la fe, que le permiten descubrir y presentar a Jesús como revelación definitiva de Dios. En una línea, podemos afirmar que Jesús ha sido un mesías “fracasado” de Israel (como decía Pablo, persiguiendo a los cristianos de Damasco); pero, en otra línea, en perspectiva de fe, descubrimos con Marcos que ese mismo Jesús, crucificado y maldito (cf. Gal 3, 10.13), ha sido en su historia y sigue siendo, por la pascua, el salvador de Dios para Israel y para todas las naciones.

Marcos ha escrito, según eso, la historia mesiánica (pascual) de Jesús, de manera que nos sitúa ante su verdadero nacimiento en la vida de los hombres, en la Iglesia.Esto es lo que J. L. Sicre ha querido poner de relieve esta guía de lectura y comentario litúrgico del evangelio para el año 2021. Marcos escribe, pues, desde la fe (desde eso que se suele llamar el Cristo de la fe), pero lo hace de un modo histórico, recuperando, organizando y reformulando en su perspectiva creyente los datos más significativos de la vida  y mensaje de Jesús. Escribe desde la fe, pero de un modo históricamente fiable (pues la misma fe se lo exige), ofreciendo así, con sus “seguidores sinópticos” (Mateo y Lucas, y en otro nivel  con Juan Evangelista) una biografía “verdadera” de Jesús.

Escribe desde la fe, pero no puede “inventar” porque son muchos los que todavía, en su tiempo, en torno al año 70, pueden recordar de un modo directo o indirecto la línea básica de la historia de Jesús, que sucedió cuarenta años atrás (sobre todo, si pensamos que él escribió su evangelio en una zona no muy lejana de Galilea, como puede ser Damasco). Eso significa que Marcos podía (y debía) perfilar e interpretar los datos de la vida de Jesús, pero no inventarlos, pues en su comunidad existía ya una “figura” de Jesús, bastante bien perfilada.

En ese sentido, podemos afirmar que (como hace J. L. Sicre a lo largo de este comentario) que Marcos nos ha ofrecido a un Jesús recordado y actualizado. (a) Es un Jesús recordado, no sólo en las narraciones o relatos que se contaban entre los cristianos, sino también, y de un modo especial, en la liturgia y en la predicación, en la oración y en la forma de vida de las comunidades cristianas. (b)Es, al mismo tiempo, un Jesús actualizado y reinterpretado por el mismo Marcos, en la línea de lo que hemos puesto de relieve en el apartado anterior, al hablar de Pablo. (c) Es, finalmente, un Jesús que nosotros, cristianos del siglo XXI, en momento de gran crisis personal y social, en medio de las diversas pandemias que nos azotan, podemos y debemos recrear, con la ayuda de J L. Sicre.

 

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“Lamentarse ante nuestra tumba”, por Carlos Osma

Miércoles, 30 de septiembre de 2020
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portrait-4573464_1920De su blog Homoprotestantes:

“Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirlo. Muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro recién salido el sol” (Mc 16,1-2).

Carmen Bernabé, profesora de Sagrada Escritura en la Universidad de Deusto, explica en un artículo publicado en el libro Reimaginando los orígenes del cristianismo[1] que la tradición de la visita al sepulcro por parte de las mujeres para ir a ungir el cuerpo de Jesús, ha sido elaborada con un interés teológico comunitario por parte de cada uno de los evangelistas. Sin embargo, considera que tras ella existe una tradición oral con diferentes versiones, que tiene su origen en la visita a la sepultura de Jesús de varias discípulas para hacer duelo y lamentarse. Una costumbre que los estudios sociológicos y la arqueología han corroborado a pesar de estar condenada oficialmente en el judaísmo. Las visitas a las tumbas de los difuntos se habían extendido entre la población judía del siglo primero, y las mujeres probablemente lo hacían al amanecer o el atardecer para intentar no encontrarse a nadie en el camino.

Al leer el texto evangélico y el comentario de Carmen Bernabé me he preguntado por la relación de los cristianos LGTBIQ con la sepultura donde enterraron su yo heterosexual y/o cisgénero, pero probablemente también su comunidad de fe, su familia, algunos proyectos y sueños, el trabajo, la ciudad, la Biblia, o incluso la fe. Hay personas que afirman que hace mucho tiempo que dejaron atrás esa sepultura, otras que lo suyo no fue una sepultura sino más bien una incineración, y que las cenizas resultantes se las llevó el viento. Personalmente me cuesta creerlo porque esas sepulturas, o cenizas, no están fuera de nosotros, sino que forman parte de quienes somos ahora. No nacimos el día en el que nos liberamos y dijimos al mundo entero quienes éramos, el día en el que asumimos nuestra identidad ante nosotros y ante los demás. Nacimos tiempo antes, y lo que ocurrió entre ambos nacimientos siempre nos acompaña. Podemos esconder en lo más profundo nuestro sepulcro o urna particular, pero está ahí, y quizás como las mujeres del evangelio, deberíamos acercarnos a él para lamentarnos.

Dice Carmen Bernabé que las mujeres eran las encargadas de ir a las tumbas, de cuidarlas, y que ante ellas realizaban lamentos rituales. Con esos lamentos, que eran composiciones poéticas que se cantaban sin instrumentos musicales, expresaban el dolor que sentían. Es verdad que en algunas ceremonias también había lugar para que los hombres pudieran cantar, pero sus canciones servían más bien para elogiar a los difuntos, recordando sus acciones heroicas. Por una parte, creo que la forma en la que los hombres se comportaban frente a la tumba de quienes habían fallecido podría servirnos de ejemplo a las personas LGTBIQ para aproximarnos a nuestro sepulcro, al dolor padecido, a la pérdida. Y es que tenemos razones más que de sobra para elogiarnos y subir nuestra autoestima: nos hemos enfrentado a la LGTBIQfobia con determinación, hemos luchado por la justicia, no hemos agachado la cabeza, y hemos ganado muchas batallas. Sin embargo, tengo la impresión que más que una aproximación a la sepultura en la que un día vivimos (morimos), con esta estrategia estamos intentando huir de ella. Y es lógico, porque nos trae a la memoria tanta humillación, que preferimos imaginarnos como héroes y heroínas. Sentimos tanta claustrofobia al volver a recordarnos dentro de ella, que nos refugiamos en la libertad que nos ofrece la vida que ahora hemos construido.

Las mujeres frente al sepulcro con sus lamentos intentaban elaborar su pérdida. Una visión superficial de esta forma de actuar puede parecer poco liberadora, pero si nos aproximamos y la analizamos un poco, descubriremos que tiene mucho que aportarnos. Para empezar porque con sus lamentos querían mantener vivo el recuerdo y la presencia del difunto, y las personas LGTBIQ no deberíamos olvidar nunca la experiencia opresiva que vivimos, ni pasar por alto que esa experiencia todavía hoy influye en muchas de nuestras acciones sin darnos cuenta. También pretendían reivindicar la historia de quien había fallecido, y en nuestro caso, nadie reivindicará nuestra historia si no lo hacemos nosotros. Al niño marica, a la adolescente trans, a la joven bollera, que no tenía las herramientas necesarias para enfrentarse a un sistema opresivo que lo ocupaba todo, podemos darle el último golpe de gracia para deshacernos de él o de ella. Podemos borrarlo, avergonzarnos de ella, de sus contradicciones y mentiras para sobrevivir, podemos decir que no existió. Pero también tenemos la posibilidad de mirarlo con amor y reconocer que hizo todo lo que supo y pudo para sobrevivir.

Hay una función más que tenían los lamentos ante las tumbas de los difuntos: la de denunciar las injusticias sufridas. Para hacernos una idea de lo subversivas que podían llegar a ser las lamentaciones de las mujeres en los ritos de duelo, en la antigua Grecia se regularon por temor a provocar alteraciones del orden. También se intentaron controlar más tarde en el cristianismo introduciendo como modelo el comportamiento sereno de María, la madre de Jesús, a los pies de la cruz. Pero las seguidoras de Jesús que lamentaban la muerte de su maestro, reivindicaban también su vida y, por tanto, condenaban las acciones de quienes habían acabado con ella en una cruz. Acercarnos a nuestras propias tumbas, al lugar donde dejamos a aquella persona que un día fuimos, se puede hacer con la determinación de denunciar la LGTBIQfobia que padecimos y a las instituciones que las promueven, algunas en nombre de dios. Ante nuestra acción determinada siempre habrá la voluntad de desprestigiarnos, de silenciarnos, o de decirnos cuál es la manera correcta y “cristiana” de lamentarse, pero nuestro ejemplo a seguir son los gritos y las lágrimas de unas mujeres a las que nadie pudo impedir que denunciaran una injusticia.

Pasar página para tratar de construir una nueva vida tratando de olvidar aquella en la que la LGTBIQfobia nos crucificó, es una acción que creo que al final no libera, no ayuda a curar las heridas. La experiencia que tuvieron las mujeres que fueron al sepulcro tres días después de la muerte de Jesús para lamentar su pérdida, nos permite ver que el lamento no siempre es un círculo vicioso del que no se puede salir, algo que nos revictimiza y que no puede liberarnos. El lamento puede ser una manera de no dejar atrás la persona que un día fuimos, de reivindicarla, y de denunciar el sufrimiento padecido. Según el Evangelio de Marcos la experiencia de la resurrección de Jesús no fue dada a los hombres que habían huido de la cruz y del sepulcro, sino a las mujeres que asumieron la tarea de acompañar a su maestro y lamentar su muerte. El grito de dolor puede ser creativo, y tiene la capacidad de abrirnos a la resurrección. Una resurrección que nos trae esperanza no solo a nosotros, sino a todas aquellas personas cuyo cuerpo ha sido introducido en un sepulcro. No nos avergoncemos, por tanto, atrevámonos a gritar y lamentarnos por la injusticia de la LGTBIQfobia que todavía trata de destruir la vida de tantas personas, y a las instituciones e iglesias que la amparan.

Carlos Osma

[1] Bernabé, C. & Gil, C. Reimaginando los orígenes del cristianismo (Estella; Editorial Verbo Divino, 2008), pp. 307-352.

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”

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Un texto clave del evangelio de Marcos: Escapó sin ropa: Iglesia desnuda, amigo “effeminato” de Jesús, Mc 15, 51-52 (con M. Villalobos)

Jueves, 7 de mayo de 2020
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tumblr_n4795vxaML1s3px5po1_500Del blog de Xabier Pikaza:

“Se les escapó desnudo (Mc 14,52)”, por Dolores Aleixandre.

Desnudarse del todo, para reiniciar con Jesús el camino de la Iglesia

Es un texto enigmático (Mc 14, 51-52), tanto por el lugar y forma en que el Evangelio de Marcos lo introduce, como por su contenido. El cuadro A. da Correggio (1489-1534I, El joven que escapa,dejando su túnica/sindón en manos de los perseguidores que llevan a Jesús, en el Huerto de los Olivos, Galería N.de Parma, Italia, lo muestra bastante bien.

‒ Por orden de los Sumos Sacerdotes, la muchedumbre armada, dirigida por Judas, ha venido a prender a Jesús. Todos sus discípulos huyen. Sólo queda  un joven (neaniskos) envuelto en un sindón (rica túnica de lino o sábana de noche) queda hasta el final.  Ese “effeminato” (afeminado), muchacho joven, con cuerpo adolescente, casi de muchacha, somos quizá  nosotros, en la noche del huerto de Jesús, cuando parece que la iglesia acaba (los “grandes”, varoniles, huyen).

Sólo queda él, el afeminado, en la noche, siguiendo a Jesús, con la túnica o sábana sobre lo desnudo… La muchedumbre adversa, airada le agarra con fuerza, pero él es escurre, se escapa, dejando en manos de sus prendedores una túnica/sábana de “effeminato”… Éste es un texto enigmático… y la mayor parte de los comentaristas hemos vacilado al interpretarlo, empezando por Mateo y Marcos, que no supieron (o quisieron) entenderloy lo borraron de sus evangelios). Es muy posible que ahora, en tiempos de coronavirus y de recreación de la Iglesia podamos entenderlo mejor, como haré, con mi amigo Manuel Villalobos:

Personalmente tiendo a entenderlo de un modo más social, en la línea de mi Comentario de Marcos. Todos nosotros somos aquel joven, y es como si vinieran a prendernos ¿Quién? ¿De dónde? ¿El coronavirus? No se sabe. Ni se sabe siquiera el el vestido que llevamos es una túnica flotante de “effeminado” rico o un sudario/sábana para que nos entierren, pues morimos.   Alguien no quiere agarrar y prender, y si queremos escapar sólo podemos hacerlo absolutamente desnudos, como destaca por dos veces el texto.

Este es el enigma y tarea actual de la Iglesia. Cuando los grandes varones eclesiásticos fallan (han marchado ya) no queda más que este joven effeminato, chico o chica, da lo mismo. Este es uno de los signos mas fuerte de la Iglesia que empezamos a ser este 2020, año de la pandemia. No nos hemos dado cuenta (ni Mateo ni Lucas quisieron admitirlo, pero Marcos lo dijo para siempre, en este enigmático pasaje…, que no es todo el evangelio, pero es muy importante).

Mi amigo Manuel Villalobos, experto biblista mexicano, profesor de una Universidad de Chicago (USA) interpreta el texto  desde la perspectiva del vestido y desnudez del joven, al que interpreta, con muchas y buenas razones, como un “effeminato”, amigo de Jesús, al que sigue hasta el final, cuando Pedro y el resto de los Doce le han abandonado. Ésta es el argumento que desarrolla con gran erudición en el último número de Concilium, cuyo resumen presentaré después. Mi interpretación y la suya son algo distintas, pero no se oponen. Es para mí un honor poder compartir una línea de trabajo con Manuel Villalobos (cuya imagen con la portada de algunos de sus libros presentaré en lo que sigue).

Texto:

51 Y un joven le iba siguiendo (a Jesús), cubierto/envuelto con una túnica/sábana sobre lo desnudo (el cuerpo) y le agarraron, 52 pero él, soltando la túnica/sábana, se escapó desnudo Mc 14, 51‒52) [1].

Lectura de X. Pikaza, Comentario de Marcos

evangelio-de-marcosA primera vista este joven ofrece rasgos de discípulo/amigo y parece tener intimidad con Jesús (o con el huerto donde Jesús ora) y es el único que le sigue (synakolouthei) tras el prendimiento. Sigue a Jesús de cerca cuando todos han huido, manteniéndose a su lado, como su compañero final, y así permanece por un momento. Pero después, cuando quieren agarrarle, huye (con ephygen, 14, 52, como se decía de los discípulos 14, 50), pero lo hace de un modo especial, que en texto ha resaltado de manera provocadora, diciendo por dos veces que va desnudo (gymnos): cubierto con un tipo de túnica/sábana sobre la piel, y así escapa en la noche, dejando la túnica/sábana en manos de los que han prendido a Jesús.

(a) Todos habían huido de Jesús (le habían dejado); no escaparon de los que le habían prendido (de la muchedumbre con palos y espadas), sino del mismo Jesús, de su maestro; se escandalizaron de su debilidad (14, 27), no entendieron ni aceptaron su mesianismo, sino que le rechazaron, en vez de mantenerse a su lado o de padecer por él, muriendo en el intento de defenderle.

(b) Por el contrario, este joven no escapa de Jesús sino de aquellos que quieren prenderle (pues a Jesús le han amarrado ya). No tiene ninguna defensa, ni armadura ni espada, de manera que al agarrarle se puede afirmar sin más que está perdido… pero él logra escaparse totalmente desnudo, dejando manos de los perseguidores la rica túnica o sábana con que se cubre (syndona), quizá como aquella con la que José de Arimatea enterrará a Jesús en el sepulcro. Y sin embargo “se escapa”, como escapará Jesús del sepulcro. Éste es el texto, breve y enigmático.                              Quieren agarrarle y de hecho le agarran con fuerza (kratousin auton), como han agarrado a Jesús (ekratêsan auton). Pero a Jesús han logrado mantenerle aferrarle y le llevan prendido para el juicio, como seguirá contando la historia de la pasión. Éste, en cambio, escapa, a pesar de que le agarran con fuerza, dejando la túnica o  (sindona) que cubre su cuerpo nocturno en manos de aquellos que llevan a Jesús. Eso significa que en realidad no le han agarrado a él, sino sólo a sus vestidos.

        Otros no podrían haberse librado (escapado),porque llevaban los vestidos  bien unidos al cuerpo… En cambio, esta joven, llevaba la túnica o sábana como flotando sobre el cuerpo desnudo, de manera que pudo escapar. ¿Quién era?  ¿Qué hacía en el huerto, así vestido… Los comentaristas han dejado flotar su imaginación:

Algunos han dicho que este joven era el dueño del huerto (khôrion, 14, 32) donde Jesús ha estado con sus discípulos, un lugar de cierta intimidad, donde sólo otro íntimo, como Judas, ha podido encontrar a Jesús y a los suyos en la noche. En el huerto, que por su nombre (Getsemaní significa “prensa de aceite”) parece cubierto de olivos, debía haber una “casa/molino” donde habría estado su dueño, ese joven desnudo, descansando. Despertado por el alboroto del prendimiento de Jesús, habría salido “con lo puesto”, es decir, con la sábana de dormir. Conociendo el lugar como lo conocía pudo escaparse y su recuerdo, como el de Simón Cireneo (15, 21), serviría para certificar la historicidad del relato de Marcos. Pero, en este caso, resulta difícil de explicar el signo de la sábana, que en aquel contexto no se empleaba de ordinario para dormir, sino para enterrar a los muertos.

Otros afirman dicen que éste era un discípulo amado de Jesús, cuyo recuerdo habría pervivido en el “Evangelio Secreto de Marcos”, un joven que puede compararse al discípulo amado del Cuarto Evangelio. Según ese Evangelio Secreto de Marcos (frag. 2), la madre y la hermana de este joven discípulo se relacionarían con Salomé (recuérdese que Salomé está vinculada con María Magdalena y la madre de Jacob en 15, 40 y 16, 1). Éste sería (frag. 1 del evangelio secreto de Marcos) el joven al que Jesús resucitó en Betania, conforme a una historia parecida a la de Lázaro (cf. Jn 11, 41-44), en la que se añade que este joven amigo solía visitar a Jesús, y así vino a verle en el huerto la última noche, desnudo bajo la túnica flotante o la sábana, para huir luego dejando su flotante “vestido” en manos de los perseguidores[2].

Otros han dicho que éste es el mismo joven de la tumba vacía (16, 5), es decir, un ángel, pues en ambos casos se emplea la misma palabra (neaniskos). Marcos habría querido indicar así que a Jesús le han podido prender, para que cumpla su misión (según las Escrituras: 14, 49), pero al joven mensajero de la tumba vacía no han podido prenderle. De esa manera, Marcos ha introducido aquí (al comienzo de la pasión) un signo de resurrección.

De todas formas hallamos algunas diferencias muy significativas, pues el joven de la tumba vacía va cubierto con una stolê (estola o túnica larga) de color blanco, es decir, con vestido de cielo (de triunfo final), como indica el Apocalipsis (7, 9.13-14). En contra de eso, este joven de 14, 51-52 va envuelto en una sindone (que puede ser túnica rica para el día o sábana de muerte, como aquella con la que entierran a Jesús, en 1, 46). Por eso, aunque exista semejanza entre ambos textos, hay que afirmar que los dos jóvenes son distintos.

Quizá este este joven es un símbolo del mismo Jesús que vence a la muerte. Ésta parece la solución probable, que se sitúa en una línea cercana a la que ofrece el “Evangelio Secreto”. Mientras prenden a Jesús y le llevan, emerge a su lado y le sigue (va con él, synakolotheiautô) este joven, compartiendo su mismo destino. Va desnudo, cubierto con una sábana, como Jesús en la tumba donde le encerrarán (también con sindona), corriendo bien la piedra, para impedir que se escape (15, 46). Le agarran con fuerza (kratousin auton), pero no pueden retenerle, pues agarran su  ropa flotante (como en la imagen), de manera que él se escapa, desnudo (como los muertos que resucitan), dejando en las manos de los que pretenden aferrarle la sábana inútil[3]. Esto significaría que Jesús tiene aquí dos identidades: (a) Por un lado es el que muere…; le prenden y le matan; (b) por otro lado no pueden prenderle y se escapa, dejando en sus manos la túnica/sábana con la que está envuelto.

En una línea semejante podría avanzar Jn 20, 6-7, cuando afirma que Jesús ha “salido” (se ha escapado) de la tumba, desnudo, dejando allí sus vestiduras de muerte (unos lienzos u othonia, y pañuelo de sudor, soudarion, cubriendo su rostro). Es posible que cierta tradición haya vinculado la sábana/sindona de Marcos (del joven desnudo que huye y de Jesús que sale del sepulcro) con los lienzos/othonia de Juan.  De todas formas, esa vinculación no es segura, pues el relato de la resurrección de Marcos (16, 6) no alude a la sábana/sindona con la que habían enterrado a Jesús, sino que dice sólo “mirad el lugar” donde le habían colocado a él, sin aludir a la sábana; en contra de eso, Jn 20, 6-7 insiste en la importancia del signo del sudario y de los lienzos/kthonia con los que habían cubierto a Jesús. En otras palabras, el Jesús de Marcos deja al resucitar un lugar vacío; por el contrario, el Jesús del Cuarto Evangelio deja un sudario y unos lienzos[4].

Sea como fuere, este joven del huerto es un signo de que, precisamente allí donde parece que Jesús ha fracasado se abre un camino de esperanza…   Prenden a Jesús, pero no logran “apagar” (destruir) su memoria… Este joven escapa desnudo, para iniciar así, desde su desnudez, el nuevo camino de la Iglesia.

INTERPRETACIÓN DE MANUEL VILLALOBOS (Revista Concilium)

faculty-villalobos  Manuel Villalobos es profesor asistente de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de Chicago. Es autor de Abject Bodies in the Gospel of Mark (2012; trad. esp.: Cuerpos abyectos en el Evangelio de Marcos (Córdoba: El Almendro, 2013); When Men Were Not Men: Masculinity and Otherness in the Pastoral Epistles (2014), y Masculinidad y Otredad en crisis en las Epístolas Pastorales (2019).

DESHACER LA MASCULINIDAD: LECTURA DE MARCOS 14,51-52 DESDE EL OTRO LADO

(De un modo muy denso, M. Villalobos, por su vestido y conducta, interpreta a este joven con un effeminnatus. No es un hombre vestido de varón… sino un hombre de túnica lujosa, ostentosa… Es el único que sigue a Jesús hasta el final en el huerto, y no logran agarrarle, se escapa… Desde aquí se entiende el resumen del texto que ofrezco en lo que sigue; para entender el argumento de Manuel Villalobos habrá que leer todo su trabajo en la revista Concilium, cosa que recomiendo a todos mis lectores.)

1. Tema monográfico: Masculinidades: desafíos teológicos y religiosos  7
1.1. Raewyn Connell: Los hombres, la masculinidad y Dios                              13
1.2. H.Anderson: Una teología para reimaginar las masculinidades                   27
1.3. Manuel Villalobos Mendoza: Deshacer la masculinidad:
Lectura de Marcos 14,51-52 desde el otro lado                                        41
1.4. Ezra Chitando: Masculinidades, religión y sexualidades                             55

masculinidades-desafios-teologicos-y-religiosos¿Qué significaba ser viril o masculino en el mundo del Nuevo Testamento? Ser un «hombre» o una «mujer» tenía poco que ver con la biología en la cultura grecorromana. Un hombre debe realizar y demostrar su masculinidad siempre para ser considerado como un «hombre de verdad» (verus vir). Así pues, resulta extraño que Marcos 14,51-52 presente, durante el arresto de Jesús, a un joven cuya masculinidad está en contradicción con las normas sociales. Su juventud y su lujosa túnica de lino (sindôn) revelan su identidad como effeminatus.

 Además, su cuerpo desnudo y su huida cobarde en medio de la noche demuestran su incapacidad para demostrar su masculinidad. Introducción Para los biblistas es casi una obligación «salir del armario» en el campo bíblico para revelar su ubicación social. En mi situación, me he resistido a la tentación de describirme como latino o hispano debido a la ambigüedad de ambos términos. Así pues, he creado una hermenéutica que puede abarcar mi «otredad» como también mi existencia negada debido a mi raza, situación económica y orientación sexual.

En México, las personas que se desvían de las prácticas heteronormativas y son incapaces de realizar correctamente una «masculinidad tóxica» son situadas sin piedad en la no existencia del otro lado. En consecuencia, denomino mi hermenéutica una hermenéutica del otro lado. En otro lugar he descrito cómo esta hermenéutica del otro lado privilegia cuestiones y voces de otredad, masculinidad, marginalidad, género, sexualidad, orientación sexual, etnicidad, economía y límites en el texto bíblico y en mi interpretación bíblica.

978848005202Algunas de estas cuestiones resultarán obvias en la lectura que hago de Marcos 14,51- 52, donde el autor narra una escena muy extraña durante el arresto de Jesús: «Un joven le seguía y llevaba solo una túnica de lino. Le echaron mano, pero él dejó la túnica y huyó desnudo» (NRSV). En este artículo me interesa principalmente cómo Marcos nos presenta a este joven y lo sitúa en un terreno peligroso donde aparecen cuestiones conflictivas de la masculinidad.

No es mi objetivo valorar la historicidad del fragmento. La interpretación que hago desde el otro lado no se ocupa de si este joven era un personaje histórico o una creación del autor. Mi interés reside en analizar cómo la construcción textual de la masculinidad de este joven puede desafiar otras construcciones textuales de la masculinidad en la cultura grecorromana del siglo i, contemporánea del evangelio de Marcos. En esta perspectiva, uso las categorías «viril» y «afeminado» tal como eran entendidas en la cultura grecorromana del siglo I.

Estas categorías no reflejan necesariamente nuestra comprensión actual de la «masculinidad». En la antigüedad (¿como en la actualidad?) ser un «hombre de verdad» se entendía principalmente como una relación de poder entre el que penetra y el que es penetrado. Un «hombre de verdad» era el que penetra otro cuerpo, ya fuera de una mujer, de un niño, de un hombre «afeminado» o de un esclavo. La norma de la masculinidad era simple y estaba bien delimitada: penetrar a otro y no ser penetrado.

En esta lucha de poder y dominación, los romanos se consideraban como los «penetradores impenetrables» ; los otros eran simplemente lo contrario, el cuerpo indigno, abyecto y afeminado. Si tales eran las normas con respecto a la masculinidad y el hecho de «ser un hombre de verdad» en la antigüedad, me pregunto por qué Mc 14,51 presenta a un joven corriendo desnudo en medio de la noche. ¿Es este el comportamiento propio de un verus vir tal como se entendía en el contexto grecorromano de Marcos? ¿Cuál es la relación de este joven con Jesús? ¿Está la comunidad de Marcos subvirtiendo o redefiniendo la noción de masculinidad de su sociedad? ¿Cuáles podrían ser las implicaciones para nosotros en la actualidad, especialmente para todos aquellos que han sufrido por una «masculinidad tóxica»? Estas son algunas de las cuestiones que abordo en este artículo.

  ¿Joven y hermoso?: ¡La masculinidad en peligro! Marcos lo describe como neaniskos (joven). Este término aparecerá de nuevo en Mc 16,5, donde el joven aparece con una larga túnica blanca y explica a las mujeres por qué no se encuentra en la tumba el cuerpo de Jesús. Es interesante que, en su obsesión por revelar la identidad histórica de este enigmático joven desnudo, los biblistas hayan prestado poca atención a las cuestiones de la masculinidad que desde la hermenéutica del otro lado resultan evidentes y sugerentes.

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Año de la Biblia. Febrero: el Evangelio de Marcos

Viernes, 28 de febrero de 2020
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evangelio-de-marcosPor error, no lo publicamos al comienzo del mes, pero sigue siendo válido…

Importancia

Comenzamos nuestra lectura de la Biblia por los evangelios, porque  Cristo, el Mesías, es el cumplimiento de toda la Escritura y la clave que nos permitirá interpretarla. La evolución de la conciencia bíblica fue perfilando la figura del Cristo (el ungido, el Mesías), con borradores más o menos acertados, y no pocas veces con borradores contaminados. Desde la cúspide miramos los caminos recorridos con sus avances y sus retrocesos.

Y de los evangelios, iniciaremos con el evangelio de Marcos que fue la primera biografía escrita de Jesús, y que sirvió de base para las posteriores de Mateo y Lucas. La primera biografía escrita, pero no el primer escrito cristiano. Las cartas de Pablo, las auténticas, fueron los primeros escritos cristianos.

Marcos, a quien se atribuye este primer evangelio, conocía aquellos escritos porque acompañó a Pablo, y siguió fundamentalmente su teología, pero aquellos escritos exaltaban al Jesús resucitado, constituido en su resurrección como Señor y Mesías, y no se interesaban en absoluto por la vida  terrenal de Jesús en la fragilidad de la carne. (Rom 1, 1-4; 2Co 5,16-17).

Marcos se separó de Pablo y tuvo la gran inspiración de valorar la vida corporal de Jesús,  considerando la experiencia mística en el Jordán como el momento en que fue declarado hijo de Dios (se sintió con libertad para cambiar la interpretación de Pablo). De este modo, en vez de las consecuencias idealistas de un Cristo resucitado, Marcos pudo ofrecer a las comunidades cristianas la vida de Jesús como ejemplo concreto de cómo vivir el Reino de Dios.

Para elaborar la biografía de Jesús, reunió los testimonios orales o escritos ya existentes y compuso un relato desde la perspectiva de la resurrección, y siguiendo el modelo de los símbolos y relatos (leyendas, curaciones, maná) del Antiguo Testamento.

Características

Antes de iniciar la lectura, conviene leer la introducción que cada Biblia antepone a cada libro sobre el autor, fecha, contexto, y contenido del libro. Nosotros destacamos aquí algunas características de mayor relevancia.

Los relatos originales estaban destinados a ser leídos en las reuniones de las comunidades judeocristianas, y acomodados a sus necesidades; especialmente a evitar un creciente gnoscitismo espiritualista, y a mostrar las exigencias del seguimiento de Jesús.

Marcos presenta un Cristo quizás demasiado humano, apasionado tanto en la violencia como en la ternura, radical, incluso con sus momentos de ira ante la obcecación de los fariseos, y que Mateo y Lucas procuraron suavizar, como explico ampliamente en los videos de Fe Adulta. Sería conveniente confrontar algunos pasajes con sus correspondientes paralelos en Mateo y Marcos (esta referencia suele estar indicada al comienzo de cada pasaje; o, mejor aún, si se dispone de una Sinopsis de los cuatro evangelios, como la de la Sociedad Bíblica Española o la de Desclee de Brouwer).

Marcos termina su evangelio recomendando a los discípulos que vuelvan a Galilea para retomar los caminos de Jesús. Lucas les recomienda que permanezcan en Jerusalén para recibir el Espíritu Santo e iniciar su expansión hasta Roma. ¿Ruptura con Jerusalén (el Templo) o permanencia como punto de partida del naciente cristianismo?

Observar las discrepancias entre los cuatro evangelistas es el mejor antídoto contra una interpretación literalista de los evangelios; no son palabra inalterable de Dios, sino interpretaciones de las primeras comunidades sobre la vida y el mensaje de Jesús, que fueron aceptadas por el conjunto de todas ellas.

Para percibir el mensaje del evangelio no basta con unas orientaciones técnicas, es necesario leerlo pausadamente, atentos al eco que suscita en nuestra conciencia.

Estructura del evangelio de Marcos

1,1-13 Presentación

1,14 a 8,26 Actividad y enseñanza de Jesús por las aldeas de Galilea. Termina simbólicamente con la curación de un ciego y la confesión de Pedro de Jesús como el Mesías.

8,27 a 15,47 Camino a Jerusalén para anunciar la llegada del Reino, y preparación de los discípulos para el rechazo del Sanedrín, su juicio y muerte.

18,1-8 Resurrección, y envío de los discípulos a Galilea (la “casilla de salida”), para reiniciar, como Jesús, su seguimiento.

El Apéndice de 16,9-20 no es de Marcos, y fue añadido por otras comunidades para aceptarlo junto con los otros evangelios.

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Vídeos de la Escuela de Formación de Fe Adulta

Pope Godoy: El evangelio de Marcos. Pope nos da unas claves para entender el mensaje del evangelista, desmonta algunas traducciones erróneas y algunos errores de concepto, y destaca los hallazgos más relevantes de las últimas investigaciones sobre las escrituras. Se trata del evangelio más antiguo de los cuatro. Es el que más detalles aporta y el que mejor describe los sentimientos de Jesús y de los que le rodean. En esta interesantísima clase, Pope nos da unas claves para entender el mensaje que el evangelista ha querido transmitir con su libro. Desmontando algunas traducciones erróneas y algunos errores de concepto, nos comenta algunos pasajes como el Bautismo de Jesús o la Multiplicación de los panes y los peces, destacando de paso los hallazgos más relevantes de las últimas investigaciones sobre las escrituras.

Gonzalo Haya: Marcos ¿un Cristo demasiado humano? I Jesús de Galilea. Gonzalo destaca las características de Marcos al comparar algunos pasajes con los paralelos de otros  evangelistas, que omiten o corrigen algunos detalles.

Gonzalo Haya: Marcos, ¿un Cristo demasiado humano? II Las ocho palabras en la cruz. Son especialmente significativas las palabras de Jesús en la cruz que transmite cada evangelista. Las primeras comunidades no podían comprender que el Mesías libertador muriera crucificado, incluso recordaban la sentencia del Deuteronomio “maldito todo el que cuelga de un leño”; por eso necesitaban buscar una explicación acorde con la Biblia.

José Arregi: Bautizados por Juan (I). El hecho del Bautismo de Jesús es muy revelador si se analizan las versiones de los diferentes evangelios. Que Juan bautizara a Jesús resultaba difícil de entender para las primeras comunidades cristianas y resulta clave para entender cómo la idea sobre la humanidad y la divinidad del Nazareno no fue la misma desde los primeros siglos.

José Arregi: Bautizados por Juan (II). Otra reflexión a la que invita la lectura del Bautismo de Jesús es la revisión del concepto de pecado y pecado original, que no ha sido igual a lo largo de los siglos y cuya desviación más influyente tiene su origen en San Agustín. También comenta las imágenes del Bautismo y su simbología para nosotros, cristianos del siglo XXI. Para terminar hay un interesante diálogo con los asistentes.

Lecturas recomendadas

Gonzalo Haya: Volver al Jesús de Galilea. Comentario y exegesis al evangelio de Marcos.  Exposición relativamente breve de todo el evangelio que recoge lo más importante de la exégesis actual, y con referencia a las discrepancias con los textos paralelos de los otros tres evangelios canónicos. Ed Fe Adulta 2015.

Xabier Pikaza: El evangelio de Marcos. La buena noticia de Jesús. Análisis exegético, amplio comentario teológico de cada pasaje, y un estudio introductorio sobre Marcos y las comunidades cristianas de su entorno. Ed. Verbo divino 2012.

Salvador Santos: Un paso un mundo. Exposición del evangelio de Marcos bien documentada pero en lenguaje coloquial, con especial atención al compromiso social. Ed El Almendro 2009 agotada. Acceso libre a un resumen en http://www.atrio.org/un-paso-un-mundo/.

Juan Mateo y Fernando Camacho: El evangelio de Marcos. Especial atención al análisis lingüístico y al sentido sociorreligioso, aplicable actualmente. Ed. El Almendro 2008.

Mercedes Navarro: Marcos. Amplio análisis de cada pasaje con atención a sus implicaciones culturales y psicológicas, en un estilo sencillo y pedagógico. Ed. Verbo divino 2006.

 

Lecturas online recomendadas:

Introducción al evangelio de Marcos, Patxi Loidi

Evangelio y no-dualidad, Enrique Martínez Lozano

Los milagros de Jesús, Fray Marcos

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“Se les escapó desnudo (Mc 14,52)”, por Dolores Aleixandre.

Miércoles, 28 de marzo de 2018
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tumblr_n4795vxaML1s3px5po1_500Un artículo que ya habíamos publicado pero que volvemos a traer por este nuevo personaje, también misterioso, como el hombre del cántaro y que aparece en el relato de la Pasión escrito por Marcos y que parece indicarnos al Jesús despojado al que hemos de seguir despojados nosotros también…

De su blog Un grano de mostaza:

«Lo seguía también un muchacho envuelto en una sábana sobre la piel. Lo agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo» (Mc 14,51-52). En este personaje misterioso del evangelio de Marcos y más allá de las preguntas que despierta (¿por qué aparece ahí? ¿qué tipo de seguidor representa? ¿qué significa ese lienzo de lino que le arrebatan? ¿está anticipando al otro joven que aparecerá después en el sepulcro?…), nos es posible contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión.

Conocía los preceptos que acompañaban la celebración de la Pascua: «la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano…» (Ex 12,11) y se preparó para vivirla (“se dispuso” diría Ignacio) como aquel rey de la parábola que, antes de lanzarse a combatir, se sentó a calcular con qué fuerzas contaba (Cf. Lc 14,31).

¿Podemos saber algo sobre ello? “Saber” no es el verbo adecuado, como tampoco lo serían “constatar” o “comprobar”: el modo de aproximación sería una lectura contemplativa de las acciones y palabras de Jesús que preceden en Marcos al relato de la Pasión, disponiéndonos también nosotros a recibirlas, hospedarlas y ser alcanzados por ellas. Y esperar pacientemente, por si nos ofrecen algún indicio de cómo Jesús se iba disponiendo, cómo se iba simplificando, qué iba dejando atrás, qué convicciones y actitudes iba reforzando para que fueran el cinturón, las sandalias y el bastón que lo acompañarían en su viaje.

«Entró en Jerusalén y se dirigió al templo» (Mc 11,11)

La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén tiene un final extraño: en el comienzo, la narración se demora ofreciendo todo tipo de detalles: envío de dos discípulos para buscar al borrico, resultado de su búsqueda, diálogo con los que preguntan el por qué de su acción y más tarde descripción de los gestos y aclamaciones de la comitiva que le acompaña. En cambio, la conclusión de esa entrada se resume en un solo verso: «Cuando entró en Jerusalén se dirigió al templo y observó todo a su alrededor pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los doce» (Mc 10, 11).

Un viaje tan largo para un desenlace tan breve; tantos preparativos para una llegada que no suscita ninguna reacción; tanta solemnidad para entrar ahora en la ciudad a pie, sin cabalgadura, sin compañía y sin tumulto: un hombre solo haciendo un callado acto de presencia en el lugar que es para él «casa de oración» (Mc 11,17). Muy pronto se va a enfrentar con los que la han convertido en cueva de ladrones y va a pronunciar anuncios, enseñanzas y parábolas: ahora sólo importa su presencia de Hijo en ese espacio en que late la presencia de aquel a quien él llama Padre y que le ofrece tienda para hospedarse (Sal 15,1), recinto protector en el que guarecerse durante el peligro, escondite en el que abrigarse (Sal 27,5).

«Shema Yisrael: ´Adonay Elohenu Adonay ejad»: el Dios que es uno pide la respuesta de un corazón entero, único, no dividido y es eso lo que Jesús pone ante Él: ha dejado atrás cualquier pretensión de disponer de sí, cualquier previsión, estrategia o búsqueda propia. Está más allá de toda preocupación o inquietud: «Una sola cosa pido al Señor, eso voy buscando: habitar en su casa todos los días de mi vida…» (Sal 27,4). Había llegado para él el momento de descansar solo en Dios, de poner en Él solo la esperanza (Cf. Sal 62,6). Por eso aquella tarde no necesitaba ya hacer ni decir nada: le bastaba estar ahí, hacerse presente al Padre y contemplarlo todo con su mirada penetrante. Empezaba a anochecer. Ya era tiempo de emprender, silenciosamente, el retorno a Betania.

«Ha hecho una obra bella conmigo» (Mc 14,6)

Gracias a los evangelistas sabemos algo acerca de la extraña manera de Jesús de usar adverbios y adjetivos, tan poco coincidente con la nuestra: para él estaban dentro, cerca y arriba los que nosotros solemos considerar fuera, lejos y abajo y su criterio sobre lo más y lo menos, lo mucho o lo poco aparece con claridad en su juicio sobre el donativo de aquella viuda pobre: sus dos moneditas eran para él más que el mucho de los fariseos (Mc 13,43). Ella, junto a tantos otros pequeños, insignificantes y últimos, pertenecía a los que para el Reino son grandes, importantes y primeros.

Sabemos lo poco que le impresionaba la grandeza de las edificaciones del templo que tanto admiraban sus discípulos (Mc 13,1-2) y en la escena del joven que acudió a él llamándole «Maestro bueno”, conocemos su reacción ante otro adjetivo:

«- ¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno» (Mc 10,18).

Y sobre lo bello ¿qué opinaba? Solo conservamos su apasionada defensa del gesto de la mujer que ungió su cabeza con perfume: «¡Dejadla! Ha hecho una obra bella conmigo» (kalós en griego es a la vez “bello” y “bueno”). Para él, la acción de la mujer no era sólo un ejemplo de generosidad o de bondad sino de belleza y así se va a recordar «allí donde se anuncie la buena noticia» (Mc 14,3-9).

El narrador se detiene en detalles sobre la calidad y el valor del frasco y del perfume, como si pretendiera conectar con lo que suele ser la reacción normal y espontánea ante lo valioso: guardarlo, retenerlo, administrarlo con cuidado y precaución. Por eso sorprende que el gesto de la mujer sea tan inadecuado e imprudente tratándose de un recipiente tan costoso y de un perfume tan exquisito: «lo rompió» y «lo derramó». La opinión de los asistentes a la cena (qué derroche, qué desperdicio, cuánto despilfarro, qué afrenta para los pobres…) descubre cuánto valoraban las posesiones caras y qué modo de manejarlas les parecía apropiado y satisfactorio. Pero la opinión de Jesús es otra: él encuentra bella la acción excesiva, desbordante y carente de medida de la mujer, tan parecida a su manera de amar. Por eso le brinda el juramento solemne de que su gesto, nacido de la gratuidad del amor, va a convertirse en una profecía viva de la que todos podrán aprender.

Como en tantas otras ocasiones, estaba dejando atrás la instintiva costumbre humana de retener y guardar y se adentraba en el ámbito de la gratuidad. Aquel frasco hecho mil pedazos sobre el suelo, se convertía en la parábola silenciosa que el Padre le narraba aquella noche y que convocaba su existencia al vaciamiento y a la entrega. Pero estaba también la promesa de que aquel perfume derramado y libre que él iba entregar cuando llegara su hora, iba a convertirse en la vida y la alegría del mundo. Y en su extrema y paradójica belleza.

«Al atardecer llegó con los doce» (Mc 14,17)

En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes. Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar. Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

«Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza. Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

«El Hijo del hombre se va» (Mc 14,20)

Hay muchas maneras de narrar las cosas. En lugar del enunciado: «mi final está próximo», «emprendo el camino hacia la muerte»…, o alguna otra expresión semejante, en el anuncio de Marcos se elude el término “muerte” o el verbo “morir” y aparece el verbo hypagō que sugiere un modo de caminar no escogido por propia iniciativa sino guiado, conducido, sometido, bajo presión de algo o de alguien. “Irse” no significa “morir”, aunque haya que pasar por ahí: es el modo de caminar de Jesús como «Hijo del hombre», es consecuencia de haber elegido una determinada forma de existir. Según el texto, él no « se entrega» sino que «es entregado». Han sido su manera de vivir, sus elecciones, sus palabras, sus gestos, sus compañías, las que han ido tejiendo la trama en la que ahora tropieza y queda apresado. Con frecuencia, para hablar de situaciones así empleamos frases como: “él se lo ha buscado”, “se veía venir…”, “ahora, que se atenga a las consecuencias…”. Y esas son precisamente las causas del hypagō: si no se hubiera señalado tanto, si hubiera sido un poco más prudente, si hubiera medido más sus palabras, si no hubiera frecuentado ciertas compañías, si no hubiera provocado a los poderosos, si…

Y además ¿no ha elegido entrar en lo más hondo de la condición humana?, ¿no se ha atrevido a descender a donde están los últimos?, ¿no ha abrazado su misma condición, comportándose como un hombre cualquiera? No puede quejarse ahora y por eso «se va» de esa manera: sometido a las leyes que rigen la vida de los que carecen de privilegios, arrastrado por las consecuencias de sus opciones, aplastado por los resultados de conductas que podía haber evitado.

«El Hijo del hombre se va…», sometido como tantos seres humanos al poder de la violencia y de la injusticia pero promete: «Cuando sea puesto en pie, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). El “Pastor herido” se pone a la cabeza de quienes avanzan tras él recorriendo su «camino nuevo y vivo» (Heb 10,20). Y lo hacen con la confianza de saberse precedidos por el que no retuvo ávidamente la elección de su propio destino y se dejó conducir por Otro, también por las cañadas oscuras de la humilde obediencia.

«Servir y dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45)

«Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor» (Is 63,16). Posiblemente algún sábado en la sinagoga escucharía Jesús esta invocación profética que hablaba de Dios como go’el. Y aprendería también en las tradiciones de su pueblo que, cuando la vida de alguien estaba en juego, ahí tenía que estar su go’el como pariente más próximo para hacerse cargo de su rescate (Lv 25, 47); y que si era sometido a la esclavitud, se arruinaba o moría sin descendencia, su go’el debía acudir a liberarle, a pagar sus deudas e impedir que su nombre se perdiera para siempre (Cf. Lv 25,25; Rt 4,1-11). Había sido un paso de gigante para Israel atreverse a invocar al Altísimo como go’el , considerarle como su familiar más próximo, recordarle que era cosa suya sacarles de la opresión y arrancarlos de la muerte.

«El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45), afirmó Jesús un día, como quien ha comprendido y asumido el sentido de su existencia: quería estar junto a sus hermanos cuando su vida estuviera en juego, cuando peligrara su libertad, cuando les amenazaran la ruina y el olvido. No había venido a establecer principios, a imponer normas o a corregir errores, sino a alcanzar a los que se sentían lejos de Dios, sanar sus heridas, contarles historias de pastores que buscan y de hijos que vuelven a casa. Estaba entre ellos para querer a cada uno tal como era y a ponerse a su lado para llevarle más allá de donde estaba, hacia esa vida buena y abundante de la que afirmaba poseer el secreto.

Por eso se compadeció de la situación de aquella mujer encorvada y la enderezó (Lc 13,10-17); por eso sintió el clamor de vergüenza de la mujer del flujo de sangre y su respuesta fue hacer fluir hacia ella la fuerza sanadora que había recibido del Padre (Mc 6,21-34); por eso supo ver en la sirofenicia una oveja perdida más allá de la casa de Israel y curó a su hija (Mt 15, 21-28); por eso se dejó atraer por la llamada silenciosa del hombrecillo que le observaba oculto detrás de las ramas de una higuera y le pidió hospedarse su casa (Lc 19,1-10).

Había elegido estar entre sus hermanos como uno de tantos, sirviendo en los lugares de abajo, allí donde estaba la gente más hundida por sentencias que los aplastaban: “está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”… Él hacía saltar por los aires aquellos yugos y los levantaba hacia la vida con la autoridad de su palabra: «queda limpio», «vete en paz», «recobra la vista», «está dormida», «¡sal fuera! ».

Realizó en medio de ellos los signos de su presencia de go’el y dominó el arte de acoger, amparar y ofrecer asilo entre sus brazos a las vidas heridas y a los cuerpos maltrechos de tantos hombres y mujeres: apiñados en torno a él, le escucharon proclamarlos «dichosos”, probaron el mejor de los vinos en una boda de pueblo, se sentaron en la hierba y comieron pan y peces hasta saciarse.

La noche en que iba a ser entregado, se quitó el manto, y con él toda pretensión de poder o de dominio. Se ciñó la toalla y, de rodillas, como el último de todos, fue lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir el Nombre sobre todo nombre.

«Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 14,22)

Una vez contó la historia de un hombre que, para guardar su cosecha, derribó sus graneros y construyó otros mayores (Lc 12,18). Era una conducta incomprensible para él, que no sabía nada sobre acumular, guardar o retener y que tenía costumbres pródigas: dar, perder, dejar, vender, derramar, partir, entregar. Había nacido a la intemperie para que ninguna barrera le separara de nosotros y para hacer desaparecer cualquier miedo al tocar la carne frágil de un niño; murió fuera de los muros de la ciudad, sin protección ni defensas, porque nada hay tan vulnerable como el costado de un hombre crucificado. Sobre su cruz pusieron un titular malintencionado y equívoco que le arrebataba la verdad de su nombre y le imponía una identidad que nunca pretendió: ser «Rey de los judíos» (Jn 19,19).

Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la escena final de la vida de Jesús coincide con la de su nacimiento: en Belén lo contemplamos en un establo, un lugar abierto, sin puertas, cerrojos o alambradas. En el Calvario echan a suertes su túnica y vuelve a estar tan desnudo como en el pesebre. No era un extraño final para alguien que, a lo largo de toda su vida, había formado parte del colectivo de los que carecen de estrategias para proteger lo suyo: desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado. Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los posesivos para decir «mi Padre» y «mis hermanos».

«Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echando a suertes lo que le tocaba a cada uno» (Mc 15,24). La expresión griega es escueta: tís tí are, «quién cogía qué» sería su traducción elemental; o esta otra: “que cada cual coja lo que quiera”. Una trampa compleja y sombría, tejida con ocultos intereses, había caído sobre él atrapándolo como a un pájaro en la red de un cazador, pero él escapaba desnudo y su libertad despojada se convertía en la palabra definitiva de Dios al mundo. Ya no le quedaba nada, salvo su amor hasta el extremo y la túnica que ahora echaban a suertes. Le habían escuchado decir: «Mi vida es para vosotros: tomad, comed…» Ahora esas palabras cobraban un nuevo sentido: cada uno podía tomar de él lo que quisiera.

Y seguir haciendo lo mismo en memoria suya.

Dolores Aleixandre

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“Se les escapó desnudo (Mc 14,52)”, por Dolores Aleixandre.

Domingo, 29 de marzo de 2015
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tumblr_n4795vxaML1s3px5po1_500De su blog Un grano de mostaza:

«Lo seguía también un muchacho envuelto en una sábana sobre la piel. Lo agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo» (Mc 14,51-52). En este personaje misterioso del evangelio de Marcos y más allá de las preguntas que despierta (¿por qué aparece ahí? ¿qué tipo de seguidor representa? ¿qué significa ese lienzo de lino que le arrebatan? ¿está anticipando al otro joven que aparecerá después en el sepulcro?…), nos es posible contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión.

Conocía los preceptos que acompañaban la celebración de la Pascua: «la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano…» (Ex 12,11) y se preparó para vivirla (“se dispuso” diría Ignacio) como aquel rey de la parábola que, antes de lanzarse a combatir, se sentó a calcular con qué fuerzas contaba (Cf. Lc 14,31).

¿Podemos saber algo sobre ello? “Saber” no es el verbo adecuado, como tampoco lo serían “constatar” o “comprobar”: el modo de aproximación sería una lectura contemplativa de las acciones y palabras de Jesús que preceden en Marcos al relato de la Pasión, disponiéndonos también nosotros a recibirlas, hospedarlas y ser alcanzados por ellas. Y esperar pacientemente, por si nos ofrecen algún indicio de cómo Jesús se iba disponiendo, cómo se iba simplificando, qué iba dejando atrás, qué convicciones y actitudes iba reforzando para que fueran el cinturón, las sandalias y el bastón que lo acompañarían en su viaje.

«Entró en Jerusalén y se dirigió al templo» (Mc 11,11)

La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén tiene un final extraño: en el comienzo, la narración se demora ofreciendo todo tipo de detalles: envío de dos discípulos para buscar al borrico, resultado de su búsqueda, diálogo con los que preguntan el por qué de su acción y más tarde descripción de los gestos y aclamaciones de la comitiva que le acompaña. En cambio, la conclusión de esa entrada se resume en un solo verso: «Cuando entró en Jerusalén se dirigió al templo y observó todo a su alrededor pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los doce» (Mc 10, 11).

Un viaje tan largo para un desenlace tan breve; tantos preparativos para una llegada que no suscita ninguna reacción; tanta solemnidad para entrar ahora en la ciudad a pie, sin cabalgadura, sin compañía y sin tumulto: un hombre solo haciendo un callado acto de presencia en el lugar que es para él «casa de oración» (Mc 11,17). Muy pronto se va a enfrentar con los que la han convertido en cueva de ladrones y va a pronunciar anuncios, enseñanzas y parábolas: ahora sólo importa su presencia de Hijo en ese espacio en que late la presencia de aquel a quien él llama Padre y que le ofrece tienda para hospedarse (Sal 15,1), recinto protector en el que guarecerse durante el peligro, escondite en el que abrigarse (Sal 27,5).

«Shema Yisrael: ´Adonay Elohenu Adonay ejad»: el Dios que es uno pide la respuesta de un corazón entero, único, no dividido y es eso lo que Jesús pone ante Él: ha dejado atrás cualquier pretensión de disponer de sí, cualquier previsión, estrategia o búsqueda propia. Está más allá de toda preocupación o inquietud: «Una sola cosa pido al Señor, eso voy buscando: habitar en su casa todos los días de mi vida…» (Sal 27,4). Había llegado para él el momento de descansar solo en Dios, de poner en Él solo la esperanza (Cf. Sal 62,6). Por eso aquella tarde no necesitaba ya hacer ni decir nada: le bastaba estar ahí, hacerse presente al Padre y contemplarlo todo con su mirada penetrante. Empezaba a anochecer. Ya era tiempo de emprender, silenciosamente, el retorno a Betania.

«Ha hecho una obra bella conmigo» (Mc 14,6)

Gracias a los evangelistas sabemos algo acerca de la extraña manera de Jesús de usar adverbios y adjetivos, tan poco coincidente con la nuestra: para él estaban dentro, cerca y arriba los que nosotros solemos considerar fuera, lejos y abajo y su criterio sobre lo más y lo menos, lo mucho o lo poco aparece con claridad en su juicio sobre el donativo de aquella viuda pobre: sus dos moneditas eran para él más que el mucho de los fariseos (Mc 13,43). Ella, junto a tantos otros pequeños, insignificantes y últimos, pertenecía a los que para el Reino son grandes, importantes y primeros.

Sabemos lo poco que le impresionaba la grandeza de las edificaciones del templo que tanto admiraban sus discípulos (Mc 13,1-2) y en la escena del joven que acudió a él llamándole «Maestro bueno”, conocemos su reacción ante otro adjetivo:

«- ¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno» (Mc 10,18).

Y sobre lo bello ¿qué opinaba? Solo conservamos su apasionada defensa del gesto de la mujer que ungió su cabeza con perfume: «¡Dejadla! Ha hecho una obra bella conmigo» (kalós en griego es a la vez “bello” y “bueno”). Para él, la acción de la mujer no era sólo un ejemplo de generosidad o de bondad sino de belleza y así se va a recordar «allí donde se anuncie la buena noticia» (Mc 14,3-9).

El narrador se detiene en detalles sobre la calidad y el valor del frasco y del perfume, como si pretendiera conectar con lo que suele ser la reacción normal y espontánea ante lo valioso: guardarlo, retenerlo, administrarlo con cuidado y precaución. Por eso sorprende que el gesto de la mujer sea tan inadecuado e imprudente tratándose de un recipiente tan costoso y de un perfume tan exquisito: «lo rompió» y «lo derramó». La opinión de los asistentes a la cena (qué derroche, qué desperdicio, cuánto despilfarro, qué afrenta para los pobres…) descubre cuánto valoraban las posesiones caras y qué modo de manejarlas les parecía apropiado y satisfactorio. Pero la opinión de Jesús es otra: él encuentra bella la acción excesiva, desbordante y carente de medida de la mujer, tan parecida a su manera de amar. Por eso le brinda el juramento solemne de que su gesto, nacido de la gratuidad del amor, va a convertirse en una profecía viva de la que todos podrán aprender.

Como en tantas otras ocasiones, estaba dejando atrás la instintiva costumbre humana de retener y guardar y se adentraba en el ámbito de la gratuidad. Aquel frasco hecho mil pedazos sobre el suelo, se convertía en la parábola silenciosa que el Padre le narraba aquella noche y que convocaba su existencia al vaciamiento y a la entrega. Pero estaba también la promesa de que aquel perfume derramado y libre que él iba entregar cuando llegara su hora, iba a convertirse en la vida y la alegría del mundo. Y en su extrema y paradójica belleza.

«Al atardecer llegó con los doce» (Mc 14,17)

En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes. Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar. Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

«Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza. Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

«El Hijo del hombre se va» (Mc 14,20)

Hay muchas maneras de narrar las cosas. En lugar del enunciado: «mi final está próximo», «emprendo el camino hacia la muerte»…, o alguna otra expresión semejante, en el anuncio de Marcos se elude el término “muerte” o el verbo “morir” y aparece el verbo hypagō que sugiere un modo de caminar no escogido por propia iniciativa sino guiado, conducido, sometido, bajo presión de algo o de alguien. “Irse” no significa “morir”, aunque haya que pasar por ahí: es el modo de caminar de Jesús como «Hijo del hombre», es consecuencia de haber elegido una determinada forma de existir. Según el texto, él no « se entrega» sino que «es entregado». Han sido su manera de vivir, sus elecciones, sus palabras, sus gestos, sus compañías, las que han ido tejiendo la trama en la que ahora tropieza y queda apresado. Con frecuencia, para hablar de situaciones así empleamos frases como: “él se lo ha buscado”, “se veía venir…”, “ahora, que se atenga a las consecuencias…”. Y esas son precisamente las causas del hypagō: si no se hubiera señalado tanto, si hubiera sido un poco más prudente, si hubiera medido más sus palabras, si no hubiera frecuentado ciertas compañías, si no hubiera provocado a los poderosos, si…

Y además ¿no ha elegido entrar en lo más hondo de la condición humana?, ¿no se ha atrevido a descender a donde están los últimos?, ¿no ha abrazado su misma condición, comportándose como un hombre cualquiera? No puede quejarse ahora y por eso «se va» de esa manera: sometido a las leyes que rigen la vida de los que carecen de privilegios, arrastrado por las consecuencias de sus opciones, aplastado por los resultados de conductas que podía haber evitado.

«El Hijo del hombre se va…», sometido como tantos seres humanos al poder de la violencia y de la injusticia pero promete: «Cuando sea puesto en pie, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). El “Pastor herido” se pone a la cabeza de quienes avanzan tras él recorriendo su «camino nuevo y vivo» (Heb 10,20). Y lo hacen con la confianza de saberse precedidos por el que no retuvo ávidamente la elección de su propio destino y se dejó conducir por Otro, también por las cañadas oscuras de la humilde obediencia.

«Servir y dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45)

«Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor» (Is 63,16). Posiblemente algún sábado en la sinagoga escucharía Jesús esta invocación profética que hablaba de Dios como go’el. Y aprendería también en las tradiciones de su pueblo que, cuando la vida de alguien estaba en juego, ahí tenía que estar su go’el como pariente más próximo para hacerse cargo de su rescate (Lv 25, 47); y que si era sometido a la esclavitud, se arruinaba o moría sin descendencia, su go’el debía acudir a liberarle, a pagar sus deudas e impedir que su nombre se perdiera para siempre (Cf. Lv 25,25; Rt 4,1-11). Había sido un paso de gigante para Israel atreverse a invocar al Altísimo como go’el , considerarle como su familiar más próximo, recordarle que era cosa suya sacarles de la opresión y arrancarlos de la muerte.

«El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45), afirmó Jesús un día, como quien ha comprendido y asumido el sentido de su existencia: quería estar junto a sus hermanos cuando su vida estuviera en juego, cuando peligrara su libertad, cuando les amenazaran la ruina y el olvido. No había venido a establecer principios, a imponer normas o a corregir errores, sino a alcanzar a los que se sentían lejos de Dios, sanar sus heridas, contarles historias de pastores que buscan y de hijos que vuelven a casa. Estaba entre ellos para querer a cada uno tal como era y a ponerse a su lado para llevarle más allá de donde estaba, hacia esa vida buena y abundante de la que afirmaba poseer el secreto.

Por eso se compadeció de la situación de aquella mujer encorvada y la enderezó (Lc 13,10-17); por eso sintió el clamor de vergüenza de la mujer del flujo de sangre y su respuesta fue hacer fluir hacia ella la fuerza sanadora que había recibido del Padre (Mc 6,21-34); por eso supo ver en la sirofenicia una oveja perdida más allá de la casa de Israel y curó a su hija (Mt 15, 21-28); por eso se dejó atraer por la llamada silenciosa del hombrecillo que le observaba oculto detrás de las ramas de una higuera y le pidió hospedarse su casa (Lc 19,1-10).

Había elegido estar entre sus hermanos como uno de tantos, sirviendo en los lugares de abajo, allí donde estaba la gente más hundida por sentencias que los aplastaban: “está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”… Él hacía saltar por los aires aquellos yugos y los levantaba hacia la vida con la autoridad de su palabra: «queda limpio», «vete en paz», «recobra la vista», «está dormida», «¡sal fuera! ».

Realizó en medio de ellos los signos de su presencia de go’el y dominó el arte de acoger, amparar y ofrecer asilo entre sus brazos a las vidas heridas y a los cuerpos maltrechos de tantos hombres y mujeres: apiñados en torno a él, le escucharon proclamarlos «dichosos”, probaron el mejor de los vinos en una boda de pueblo, se sentaron en la hierba y comieron pan y peces hasta saciarse.

La noche en que iba a ser entregado, se quitó el manto, y con él toda pretensión de poder o de dominio. Se ciñó la toalla y, de rodillas, como el último de todos, fue lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir el Nombre sobre todo nombre.

«Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 14,22)

Una vez contó la historia de un hombre que, para guardar su cosecha, derribó sus graneros y construyó otros mayores (Lc 12,18). Era una conducta incomprensible para él, que no sabía nada sobre acumular, guardar o retener y que tenía costumbres pródigas: dar, perder, dejar, vender, derramar, partir, entregar. Había nacido a la intemperie para que ninguna barrera le separara de nosotros y para hacer desaparecer cualquier miedo al tocar la carne frágil de un niño; murió fuera de los muros de la ciudad, sin protección ni defensas, porque nada hay tan vulnerable como el costado de un hombre crucificado. Sobre su cruz pusieron un titular malintencionado y equívoco que le arrebataba la verdad de su nombre y le imponía una identidad que nunca pretendió: ser «Rey de los judíos» (Jn 19,19).

Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la escena final de la vida de Jesús coincide con la de su nacimiento: en Belén lo contemplamos en un establo, un lugar abierto, sin puertas, cerrojos o alambradas. En el Calvario echan a suertes su túnica y vuelve a estar tan desnudo como en el pesebre. No era un extraño final para alguien que, a lo largo de toda su vida, había formado parte del colectivo de los que carecen de estrategias para proteger lo suyo: desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado. Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los posesivos para decir «mi Padre» y «mis hermanos».

«Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echando a suertes lo que le tocaba a cada uno» (Mc 15,24). La expresión griega es escueta: tís tí are, «quién cogía qué» sería su traducción elemental; o esta otra: “que cada cual coja lo que quiera”. Una trampa compleja y sombría, tejida con ocultos intereses, había caído sobre él atrapándolo como a un pájaro en la red de un cazador, pero él escapaba desnudo y su libertad despojada se convertía en la palabra definitiva de Dios al mundo. Ya no le quedaba nada, salvo su amor hasta el extremo y la túnica que ahora echaban a suertes. Le habían escuchado decir: «Mi vida es para vosotros: tomad, comed…» Ahora esas palabras cobraban un nuevo sentido: cada uno podía tomar de él lo que quisiera.

Y seguir haciendo lo mismo en memoria suya.

Dolores Aleixandre

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“Desnúdate a tí mismo”, por Fernando Frontan

Viernes, 13 de febrero de 2015
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24565_Top_mediumTema: “DESNUDATE A TI MISMO…” (16’16”)
Texto: Marcos 14:51-52

“Pero cierto joven lo seguía,
cubierto su cuerpo con una sábana.
Lo prendieron, pero él,
dejando la sábana, huyó desnudo.”
(Mc.14:51-52)

*

La desnudez, es quizá, la expresión de vulnerabilidad, más íntima y controversial a la que podemos vernos expuestos. Ese acto de quitarnos los ropajes que cubren nuestra extensa y ancha piel, hasta sus límites más extremos, con sus redondeces así tal cual son… inevitablemente nos confronta con todo aquello que nos gusta y no nos gusta de nuestro propio cuerpo… vernos al espejo tal cual somos, sin las ropas que disimulan, que distraen y a su vez destacan una imagen de nosotros mismos construida a partir de lo externo, de lo accesorio, posiblemente signifique enfrentarnos a una verdad a la que pocas veces queremos ver tal cual es… y por tanto nos desafía a la aceptación o al rechazo de lo que somos… de quienes somos, así como somos radicalmente, más allá de lo aparente.

Desnudarse es por demás un pudor ancestral… mítico, que nos remite al paraíso primero, en donde sus protagonistas Adán y Eva…, inocente e inconscientemente, convivían en paz y armonía con su desnudez hasta que apareció el pecado… ese acto por el cual fueron separados de su inocencia y despertados abruptamente a la realidad consciente de su humanidad. Humanidad que es compleja, contradictoria, animal y racional, santa y mundana. Humanidad con capacidad para la bondad y la maldad en desafiante convivencia; humanidad categóricamente imperfecta aunque bella…

En definitiva, desnudarnos, no es más que la acción de despojarnos de la pureza imaginaria que tenemos acerca de nosotros mismos y de la realidad, para asumir la condición más humana que se nos ha dado: la conciencia de libertad… Sí, conciencia de libertad. Libertad que exige discernimiento, decisión, compromiso, acción ante cualquier pensamiento, idea, acto, relacionamiento, sueño, o plegaria… Libertad que condiciona ver la realidad tal cual es… para poder asumir la existencia con responsabilidad.

Adan y Eva — prototipos míticos del género humano- al ser confrontados con su propia desnudez fueron cautivos de su imagen externa y extraviados de su intimidad interna… Y tan distorsionado fue el reflejo que vieron de sí mismos, tan profundo fue el impacto de conciencia real, que en ese instante se creó, con su acto interpretativo, una nueva realidad condicionante y hereditaria: el pudor.

1011507_481116438650321_390104164_nEl pudor como una mirada que no resiste ver la realidad en toda su cabal dimensión y completud y por tanto necesita cubrir lo que más temor dio ver: los cuerpos, pero más aún, el sexo, la sexualidad, el placer, la alteridad, la misma libertad…

Marcos nos presenta un evangelio donde la “normalidad” queda expuesta como un viejo ropaje que ya no sirve más: basta con echar un vistazo sobre las y los actores de su relato para confirmar que no representan normalidad alguna perfecta.

Y este pasaje tan pequeño que escogimos, en medio de una escena drámatica — el arresto de Jesús en el monte de los olivos minutos antes del juicio y condena — mecha a un joven cubierto por una sábana que estaba allí, siguiéndolo, el msmo es descubierto y también apresado… pero finalmente este se escapa de los guardias que sólo pueden retener la sábana que lo cubría y huye desnudo…

Por más que el poder opresor lo intente, jamás podrá cautivar, ni doblegar en su imposición la conciencia de libertad de un ser humano, que siempre tiene la capacidad de huir de sus garras deshumanizantes.

Hoy muchos están prisioneros de su imagen exterior, cautivos de sus ropajes, aletargados en la conciencia pudorosa de la normalidad impuesta… Este relato es una invitación clara a huir, si es necesario desnudos, de cualquier atadura que nos deshumaniza. Es una exhortación increíblemente liberadora a tomar por nuestra la conciencia de libertad, y decidir ser quienes somos digna y plenamente.

Reflexiones Bíblicas libres de homofobia
por el Rev. Fernando Frontan
Pastor de las Iglesias de la Comunidad Metropolitana
Miembro de la Comisión de Justicia Global de ICM

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Evangelio de Marcos. El Manuscrito de la Momia

Domingo, 25 de enero de 2015
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CientA-ficos-encontrado-Andong-National-University_CYMIMA20150120_0007_13Del blog de Xabier Pikaza:

RD acaba de publicar una nota de agencia donde se afirma que han encontrado y que pronto publicarán “un fragmento” del Evangelio de Marcos, escrito ente el año 80 y el 90 de nuestra era”, en la máscara de una momia egipcia.

La noticia es de tipo sensacionalista, ha dado la vuelta al mundo, y RD ha hecho muy bien en publicarla quizá debía haber preguntado la opinión de algún especialista de su grupo, como podía ser en este caso el Prof. A. Piñero, pues mucho me temo que estemos ante una “serpiente de invierno boreal” (aunque parece cierto que en el fondo puede haber un núcleo de verdad).

(cf. http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2015/01/21/hallan-la-copia-del-evangelio-mas-antigua-del-mundo-en-la-mascara-de-una-momia-egipcia-religion-iglesia-egipto.shtml ).

No soy experto en papiros, pero algo estudié y algo sé de Marcos, y así puedo ofrecer unas anotaciones críticas, presentando después un trabajo autorizado sobre el tema (en inglés):

1. El texto formaría parte de una máscara de momia egipcia, de “segunda categoría”, del siglo II d.C., para la que se habría utilizado un papiro pre-escrito, con un pasaje del evangelio de Marcos. La momia parece haber sido “saqueada” por ladrones de tesoros, que habrían vendido la máscara (hecha de pobre papiro, no de oro, como en las momias de faraones y altos dignatarios). Eso indica que la procedencia del texto sería “ilegal” (en Egipto no se pueden saquear máscaras, ni venderlas al extranjero). No sabemos pues a ciencia cierta de dónde ha venido el texto.

2. El Prof. Craig Evans, de la Acadia Divinity College in Wolfville (un buen “escolar”, como indico en la nota final de esta postal, afirma que ha investigado bien el texto y que, por la escritura y tinta, es del 80 al 90 d.C., y que contiene un texto de Marcos, pero nadie “neutral” ha visto el papiro manuscrito con el texto, ni ha ofrecido una foto auténtica de su contenido. Por otra parte, partiendo solo de un análisis de la tinta y escritura resulta difícil fijar la fecha en que ha sido escrito un texto.

3. Todo lo referente al descubrimiento y presentación de ese presunto “manuscrito de Marcos” resulta “poco científico”: No se puede hablar de un texto sin publicarlo, determinando modo y locación del descubrimiento, indicando el lugar dónde se encuentra, con “documentación fotográfica” o foto-mecánica. Mucho tememos que en el fondo haya un pequeño fraude quizá “bondadoso” (o una noticia que debe cernirse y decantarse entre los investigadores). Un caso famoso, de tipo semejante, fue y sigue siendo “memorable” evangelio secreto de Marcos, que nadie ha visto tampoco (al parecer). Lo cierto es que se siguen saqueando tumbas… y que en esas tumbas se encuentran a veces papiros y manuscritos (miles y miles se conservan aún en los museos e instituciones oficiales de Egipto y de fuera de Egipto, sin haberse catalogado del todo, pues ello exige mucho tiempo).

4. La antigüedad del texto griego de Marcos fue postulada por el difunto prof. Josep O’Callaghan Martínez SJ, catalán de Tortosa (1922-2001), gran papirólogo, que creyó haber descubierto fragmentos griegos de Marcos del 50-60 d. C. entre las ruinas de Qumrán. Su “descubrimiento” científicamente publicado y estudiado no ha logrado convencer a la comunidad científica, pues las letras griegas esparcidas en cuevas Qumran pueden recomponerse en palabras que se encuentran no sólo en Marcos, sino en diversos libros del AT griego (LXX). O’Callaghan presentó su “descubrimiento” con todas las garantías científicas, la comunidad de los investigadores no aceptó (ni acepta en general) su propuesta, aunque la sigue estudiando. En esa línea, la mayoría de los estudiosos creen (creemos) por análisis interno de su libreo, que Marcos escribió su evangelio en torno al año 70 d.C.

5. Los primeros papiros que tenemos por ahora del NT, bien catalogados y estudiados, son de Mateo (entre ellos el POzy 4404, con una docena más de finales del II y principios del III), lo que indica que fue un texto muy extendido. De Juan tenemos algunos papiros de la colección Bodmer (P.Bod II) y también de Oxirrinco. Los testimonios de Marcos son algo más tardíos. El primero parece el papiro Cherter Beatty delsiglo III (lo mismo que de Lucas). Sería sensacional que contáramos con un papiro antiguo de Marcos, lo que indicaría la rápida extensión de este evangelio.

6. Ciertamente, Marcos pudo escribir su libro entre 70/75 en Siria (o quizá en Roma, como dicen los “descubridores” de este manuscrito de momia)… un texto que viajó pronto y hallaba en Egipto hacia el año 80…, de manera que se escribió una copia, desechada y reciclada luego para “máscara de momia”… Eso no es imposible, aunque no nos parece probable. De todas formas, sabemos que hubo pronto textos de Marcos en Antioquía (donde Mateo los “recreó” en su evangelio, hacia el 89/90) y en Éfeso (donde Lucas hizo lo mismo, hacia el 90/100). Pero nos parece raro que hubiera ya textos u hojas volantes de Marcos “danzando” por Egipto para ser recicladas luego como papiro de momia. Imposible no es, raro me parece.

7. Quien quiera estudiar el tema de los papiros (y textos) más antiguos del evangelio de Marcos y del NT puede seguir leyendo el gran trabajo de L. W. Hurtado, Los primitivos papiros cristianos (Sígueme, Salamanca 2010). Quien siga estudiando e intente situar el tema dentro de la investigación y teología actual, puede leer la introducción de mi libro, El Evangelio de Marcos (Verbo Divino, Estella 2012, 120-138). No es necesario que diga más en esta rápida nota de prensa, sino sólo pedirles a los amigos de RD (que es también mi casa) que pongan un signo de interrogación sobre lo que han dicho este Marcos de momia.

Ofrezco a continuación una nota crítica del tema, escrita por Joel Baden and Candida Moss y enviada por A. Álvarez Valdés, a quien agradezco como siempre su bien hacer crítico.

(Imagen: Foto que acompaña al “lanzamiento de la noticia”, con el texto de un papiro que no es precisamente el de Marcos).

Was oldest gospel really found in a mummy mask?
By Joel Baden and Candida Moss, special to CNN

(http://edition.cnn.com/2015/01/21/living/gospel-mummy-mask/ )

Media outlets have been abuzz this week with the news that the oldest fragment of a New Testament gospel — and thus the earliest witness of Jesus’ life and ministry — had been discovered hidden inside an Egyptian mummy mask and was going to be published.

The announcement of the papyrus’ discovery and impending publication was made by Craig Evans, professor of New Testament at Acadia Divinity College in Wolfville, Nova Scotia. Evans described the papyrus as a fragment of the Gospel of Mark. Leer más…

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Hallan la copia del evangelio más antigua del mundo en la máscara de una momia egipcia

Jueves, 22 de enero de 2015
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la-momia-halladaLa momia en la que se encontró la copia del Evangelio

Se trata de un fragmento de San Marcos escrito ente el año 80 y el 90 de nuestra era

Hasta ahora, las copias más antiguas de los evangelios databan del siglo segundo después de Cristo

Un grupo de científicos encontró la copia más antigua que se conoce hasta ahora de un evangelio en un papel de papiro que fue reutilizado para crear la máscara de una momia egipcia, según explicó Craig Evans, doctor en Estudios Bíblicos y uno de los responsables del descubrimiento.

Se trata de un fragmento del evangelio de San Marcos, encontrado hace tres años y que, ahora, un grupo de expertos de la Universidad evangelista de Acadia (Canadá) sitúa como el primer manuscrito del Nuevo Testamento de la Biblia del que se tiene conocimiento.

Los científicos creen que su origen se remonta al primer siglo de nuestra era, entre el año 80 y el 90 D.C., lo que supone una gran novedad pues, hasta ahora, las copias más antiguas de los evangelios databan del siglo segundo después de Cristo.

Los expertos creen que alguien escribió un fragmento del evangelio en el papiro y que, luego, otras personas reciclaron este material, muy caro en la época, para elaborar la máscara funeraria.

Este tipo de “máscaras de papel maché” solían utilizarlas las clases humildes y no tenían nada que ver con las máscaras de oro y joyas que cubrían los rostros de los grandes faraones, detalló Evans.

Se cree que San Marcos escribió su evangelio en Roma, a donde había acompañado a San Pedro, pero, ¿cómo viajó la copia desde Roma a Egipto? El experto afirma que el camino no es tan largo.

En el Imperio Romano el correo se movía casi a la misma velocidad con la que lo hace ahora. Una carta escrita en Roma podía ser leída en Egipto en unas semanas. Marcos escribió su evangelio al final de la década de los 60 después de Cristo, así que era posible encontrar una copia en Egipto en la década de los 80″, argumenta.

lugar-donde-encontraron-las-copias-del-evangelioLugar del hallazgo

Para conseguir saber la fecha de los papiros, los científicos se valieron de una técnica que permite deshacer el pegamento que une los papiros de las máscaras sin dañar la tinta, de forma que los textos se pueden seguir leyendo con la misma claridad.

Este evangelio es uno de los cientos de documentos que analiza el equipo de Evans, compuesto por más de tres decenas de expertos.

“Estamos recuperando antiguos documentos del primero, del segundo y del tercer siglo después de Cristo. No solo documentos bíblicos, sino también textos griegos clásicos o cartas personales”, explicó Evans, que detalló que algunos de los documentos que analizan son del poeta griego, Homero, autor de grandes obras clásicas como “La Odisea” y “la Ilíada”.

En el caso del fragmento del evangelio de San Marcos, las pistas las dieron el resto de papiros que formaba la máscara, su diseño y decoración, así como el estilo de la escritura y la datación del material mediante el isótopo carbono-14.

A finales de año, los científicos darán a conocer en una revista especializada sus descubrimientos y solo entonces el público sabrá cuáles son las líneas del evangelio de San Marcos que se escondía entre los papiros de una máscara egipcia.

Fuente Religión Digital

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