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“Tenemos que decirle a la Iglesia que somos parte de ella y que no nos puede apartar”

Martes, 4 de noviembre de 2014
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javier-erik--575x323Javier y Erik posan frente a la catedral del Buen Pastor en Donostia/San Sebastián. / PEDRO MARTÍNEZ

La Curia abre el debate para acoger a los homosexuales y permitir la comunión de divorciados

Erik Ríos y Javier Gómez relatan cómo ven el intento aperturista del Vaticano hacia los colectivos a los que pertenecen

“Supondría un apoyo para muchos gays que la Iglesia dijera: estamos con vosotros”

“La doctrina católica puede llevar a los divorciados a tener que elegir entre amor y fe”

Dani Soriazu

Si existe en la Tierra una institución con una estructura rígida y poco proclive a los cambios, esa es sin duda la Iglesia Católica. Ahora bien, soplan nuevos tiempos en su seno. Al menos, esa es la sensación que ha quedado tras el último sínodo extraordinario sobre la familia celebrado en Roma y en el que se han cuestionado y debatido conceptos que llevaban inmóviles desde hacía siglos, como el divorcio o a la aceptación de las uniones entre personas del mismo sexo. Temas de suma importancia para cientos de miles de fieles y que han salido a la palestra por influencia del nuevo tono del papa Francisco.

«Supondría un apoyo para muchos homosexuales el que la Iglesia les dijera: estamos con vosotros», cuenta Erik Ríos. Este joven pasaitarra y creyente de 26 años asegura que el inmovilismo de la institución católica puede hacer daño a muchos que, como a él, les gustan las personas del mismo sexo. «Porque si ya de por sí para muchos es difícil salir del armario por el rechazo social que pueda haber, siendo religioso la situación puede ser mucho peor».

No obstante, los deseos de los más progresistas tuvieron que quedarse en solo un borrador. El texto definitivo, que se aprobó al finalizar el sínodo -en el que participaron 191 prelados y padres sinodales- quedó bastante más descafeinado en sus aspiraciones aperturistas. No obstante, Bergoglio ha sido capaz de sembrar un debate que todavía no ha terminado y que da esperanza a aquellos cristianos de base que sienten un vacío porque la doctrina católica no les termina de hacer un hueco.

En el caso de los divorciados que no se pueden volver a casar por la iglesia «se puede quedar como una herida que no cierra. Sentirte como alguien incompleto o un cristiano de segunda categoría», explica Javier Gómez, madrileño que lleva viviendo en Donostia desde hace seis años, divorciado y con una hija. «Es una gozada escuchar este tipo de nuevos planteamientos. Se ve que en el Vaticano hay una mentalidad más humana, más abierta y más cercana a los que sufren, algo que se echaba de menos», añade.

Los dos protagonistas se lamentan de que la Iglesia, sobre todo entendida como las altas instancias que la gobiernan, no debería avanzar tan alejada de los pasos de la sociedad y en asuntos que los cristianos y religiosos de base ya tienen más que asumidos. «Yo siempre he tenido el apoyo de mi parroquia y nunca me han puesto ninguna pega por estar divorciado, por ejemplo, para poder comulgar», asegura Javier.

En el mismo sentido se pronuncia Erik: «Ser homosexual y creyente no es incompatible. Las enseñanzas católicas enseñan a respetar al prójimo, sea como sea». No obstante, se felicita del paso que se ha dado, «y aunque no es suficiente, entiendo que esta institución no puede cambiar de golpe», añade.

“Hacen una lectura torticera”

Cuando el sínodo se encontraba en su ecuador se hizo pública la ‘Relatio post disceptationem’, el documento que hacía una síntesis de las discusiones que estaban produciéndose en el seno de este cónclave sobre los temas a debate.

En el texto se aceptaban como un hecho las relaciones entre el mismo sexo ya que se podían encontrar afirmaciones como que «las personas homosexuales tienen dotes y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana». Y también se hacía una pregunta: «¿Somos capaces de acoger a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad (…) aceptando y valorando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica y el matrimonio?».

Erik tiene clara la respuesta: sí. «Lo que pasa es que hay ciertos sectores que han hecho una lectura bastante torticera de lo que son las enseñanzas de Jesucristo». Se refiere a los sectores más conservadores. Los mismos que un día después de conocer este documento lamentaron que no se mencionara en él ni la palabra «pecado» ni la «ley natural». Algo que, por otra parte, algunos llegaron a describir como ausencias muy reveladoras de ese cambio de aires. Al final del sínodo, los epígrafes referidos a la apertura a los gays quedaron reducidos a parafrasear el catecismo, pidiendo respeto para ellos y evitar discriminaciones. Los cambios en relación a los divorciados también siguieron el mismo camino.

«Aún así creo que hay que lanzar un mensaje de esperanza», apunta Erik, quien pide al resto de personas del colectivo LGTB que no renuncien a sus creencias ni a su condición sexual. «Porque somos nosotros los que tenemos que decirle a la Iglesia que estamos aquí, que somos parte de ella y que no nos puede apartar. Que si las cosas cambian será gracias a nuestras reivindicaciones».

El dilema de tener que elegir

Javier explica que, al igual que cualquier divorciado, si quisiera volver a casarse por la iglesia debería declarar la nulidad de su anterior matrimonio. Para ello, el derecho canónico pide que se aduzcan razones como que se carecía de suficiente uso de razón o que ha existido un engaño doloroso. «Y no lo veo bien. Estuve enamorado y tuve una hija. Y por eso mismo no puedo renegar así de aquel matrimonio». En este sentido, varios padres sinodales han expuesto durante el reciente sínodo la necesidad de «hacer más accesibles y ágiles los procedimientos para el reconocimiento de casos de nulidad», una de las reivindicaciones.

«Vivir con otra persona es una decisión muy importante, pero la religión también», apunta Javier. En estos momentos no tiene intención de volver a casarse aunque entiende que otros divorciados se puedan ver obligados a tener que elegir, enfrentándose a dos sentimientos muy profundos. «Porque no quieres renunciar a una nueva vida en pareja, pero tampoco a la fe. Y ahora mismo la única opción que les queda a muchos es casarse por lo civil y después organizar una misa que luego no pasa por los registros», explica.

Una vez abierta la puerta a acoger al colectivo gay, la siguiente pregunta es: ¿Y al matrimonio? ¿Y las adopciones? A la primera, la ‘Relatio post disceptationem’ sostenía que las uniones del mismo sexo no pueden «equipararse» al matrimonio entre un hombre y una mujer pero que, sin negar «las problemáticas morales» relacionadas con las uniones homosexuales, hay casos en que «el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas». En cuanto a las adopciones, el texto expresó «una atención» especial hacia los niños de estas parejas, pero no fue más allá en sus líneas rojas.

«Pero qué es mejor, ¿que los niños estén esperando en un orfanato? Hay contradicciones entre aquellos que dicen defender a la familia y a la vez la destruyen», se queja Erik, que asegura que le gustaría casarse por la iglesia, «en la basílica de San Ignacio de Loyola».

Fuente Diario Vasco

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