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“Nuestra esperanza”. 26 de marzo de 2023. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?».

Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo, y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres», está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman como «una sociedad de incertidumbre». Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, tal vez nunca se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los seres humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras, que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá… ¿Crees esto?».

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Solo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 26 de marzo de 2023. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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18-CuaresmaA5Leído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa. Leer más…

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26.3.23. Catequesis pascual, catacumba de Lázaro: resucitar a los muertos, matar a los resucitados

Domingo, 26 de marzo de 2023
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FF318F2C-4E1F-4837-9FD0-BB8D47A41B38Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 5 de Cuaresma: Jn 11, 1-45, catequesis de pascua. La más importante esMc 16 1-8: Entrar en la tumba de Jesús con las mujeres, culminar allí el camino (en las subidas cavernas de la roca: Juan de la Cruz, Cántico)…

Pero también esta catequesis de Lázaro (Jn 11) esmuy importante. Ella nos habla de morir con Jesús, quedar muriendo (con tristeza y protesta amorosa de las dos hermanas, Marta y María), para descubrir que él, Jesús, el gran Amigo (tu amigo está enfermo, le dicen) nos resucita…

Esta “enfermedad” de la tierra (sepulcro de roca)  no es de muerte eterna, sino de amor y resurrección.

Por eso, en el fondo, somos ya unos resucitados, en la tumba de Jesús, con Lázaro, en la Vida de Dios. Pero estamos en riesgo, porque los poderes del mundo pueden perseguirnos; no  qieren esucitados, necesitan súbditos,  muertos.

Catacumba de Lazaro… cavernas de la roca.

 Ésta es una imagen clave de la vigilia de pascua, conforme a Mc 16, 1-8: Entrar en la tumba de Jesús, con las tres Marías… para morir con él, para compartir su muerte, en el gran sepulcro, en la inmensa caverna de la roca…; y para resucitar de un modo màs alta, a la vida del banqute sin fin, con Jesus, como Juan de la cruz ha cantado al final de Cántico B 37-38:

  • Y luego a las subidas cavernas de la piedra
  • nos iremos, que están bien escondidas,y
  • allí nos entraremos,
  • y el mosto de granada  gustaremos.
  • Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía,
  • y luego me darías allí tú, vida mía,
  • aquello que me diste el otro día:

  Empecemos leyendo el texto de Jn 11, un prodigio de emociones y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; sus hermanas y amigos, todos debemos asumir la gracia y desafío de la resurrección.

Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial, un día en el que tántos que mueren sin sentido sobre el mundo, como si Dios no existiera… para comenzar desde aquí, ya, ahora (primavera/otoño 20237) el camino de la resurrección.

Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra:Situémonos en una catacumba de Roma, el gran imperio, nosotros, aquellos que con Lázaro nos sentimos inmersos en la inmensa catacumba,bajo la gran piedra de la muerta.

Arriba está el Coliseo y el Vaticano (antiguo y moderno), arcos triunfales, palacios imperiales, senado y cuartel de la Guardia Pretoriana, falsa Ara Pacis y sepulcro de Adriano…

Abajo la catacumba… con el sepulcro de Lázaro, el nuestro, tapado  y sellado con una gran losa. Lázaro dentro, atado, envuelto en un sudario….

Jesús resucita a Lázaro… Pero las autoridades quieren matar a Jesúa y a Lazaro, porque es muy peligroso hacer que resucitan los muertoa.

(todas las imágenes están tomadas de la catabumbas de Roma, las primer imágenes cristianas).

Texto (Jn 119. Parte…) L

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.

Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea.” Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.]

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”…

 Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar.” Y Lázaro salió, corrida la piedra del sepulcro, rotas la vendas, caído el sudario…  Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho [resucitando a Lázaro]. 

Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían: –¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.  Entonces uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada; ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación (Jn 11, 46-50).

Un comienzo ¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los vivos, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Estamos ante el dolor de Jesús que (en un plano) llora y solloza impotente ante la muerte de su amigo, en un mundo que huele, mundo de asesinos concretos, de mentiras extensas, de llanto y de muerte. Es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque ve al amigo muerto. Pero le ofrece (a él, a sus hermanas) la esperanza de la resurrección.

Lázaro murió de muerte natural y a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la muerte, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite, dé vida a los muertos. … pensando que así pueden obtener ventajas políticas, sociales o de cualquier tipo que sea, ignorando que con la muerte sólo se consigue más muerte. El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

Jesús no impidió la muerte de Lázaro. Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

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Fe en la vida después de la vida. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A

Domingo, 26 de marzo de 2023
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RESURRECCION_DE_LAZARODel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

(La escena tiene lugar al otro lado del Jordán, donde Jesús ha huido con sus discípulos para que no lo apedreen en Jerusalén por blasfemo. El grupo está sentado a la orilla del río. Caras serias. Unos preocupados, otros irritados. La aparición de un muchacho que llega corriendo y sudoroso los pone alerta. Se dirige directamente a Jesús.)

― Te traigo un recado de Marta y María. Me han dicho que te diga: «Señor, tu amigo está enfermo».

(Ninguno de los discípulos pregunta de qué amigo se trata. Saben que es Lázaro, el de Betania, el hermano de María y Marta. Jesús mira al mensajero, luego afirma.)

― Esta enfermedad no acabará en la muerte, servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

(No entienden muy bien qué quiere decir, pero prefieren no preguntar. Jesús permanece sentado junto a la orilla, como si la noticia no le hubiera afectado. Pedro le comenta a Juan: “Seguro que mañana salimos para Betania”. Pero al día siguiente Jesús sigue inmóvil y no dice nada. Pasa otro día, igual silencio. Al tercero, en cuanto comienza a clarear, despierta a los discípulos.)

― Vamos otra vez a Judea.

(Las caras reflejan sueño, temor y preocupación)

― Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos. ¿Vas a volver allí?

― ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

(Advierte que no han entendido nada y añade:)

― Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.

― Señor, si duerme, se salvará.

(Ha sido Pedro quien ha hablado en nombre de todos. Jesús los mira con gesto de cansancio).

― No me refiero al sueño natural, me refiero al sueño de la muerte. Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. ¡Vamos a su casa!

(Se miran con miedo, indecisos. Tomás anima a los demás.)

― Vamos también nosotros y muramos con él.

(Las escenas siguientes tienen lugar en Betania, pueblecito a unos tres kilómetros de Jerusalén. La cámara comienza enfocando la casa de la familia, donde se han reunidos numerosos judíos para dar el pésame. Una muchacha se acerca a Marta y le dice algo al oído. Se levanta de prisa y sale de la casa. La cámara la sigue hasta las afueras del pueblo, donde encuentra a Jesús. No se postra ante él. Le habla con una mezcla de reproche y confianza.)

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

― Tu hermano resucitará.

― Sé que resucitará en la resurrección del último día.

― Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

― Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

― Llama a María. Dile que venga.

(Marta entra en el pueblo, se dirige a la casa y habla en voz baja a María.)

― El Maestro está ahí y te llama.

(María se levanta y sale a toda prisa. Los visitantes la siguen pensando que va al sepulcro a llorar. Cuando llega adonde está Jesús se echa a sus pies y le dice llorando).

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.

(Jesús, viéndola llorar a ella y a los judíos que la acompañan, se estremece y pregunta muy conmovido.)

― ¿Dónde lo habéis enterrado?

― Señor, ven a verlo.

(Jesús se echa a llorar. Algunos de los presentes comentan: «¡Cómo lo quería!» Uno se les queda mirando irónicamente y dice: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, si ha oído algo, no se da por enterado. Solloza de nuevo. Finalmente llegan al sepulcro, una cavidad cubierta con una losa.)

(Jesús) ― Quitad la losa.

(Marta) ― Señor, ya huele mal, lleva cuatro días muerto.

(Jesús) ― ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

(Se acercan unos hombres y hacen rodar la losa dejando visible la entrada del sepulcro.)

(Jesús, levantando los ojos al cielo) ― Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

(Echa una mirada en torno a los presentes. Luego, mirando a la tumba, grita)

― Lázaro, ven afuera.

(La cámara permanece fija en la entrada de la tumba, por la que aparece poco a poco Lázaro. Un sudario le cubre la cara y lleva los pies y las manos atados con vendas. Estupor y miedo entre la gente. Jesús, en cambio, sereno, casi indiferente, da una breve orden.)

― Desatadlo y dejadlo andar.

(Voz en off)

Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Cinco facetas de Jesús

            El relato de la resurrección de Lázaro es otro ejemplo magnífico de narración, con un final tan seco como inesperado, y distintas facetas de la persona de Jesús.

            ¿Un mal amigo?

            El relato comienza hablando de Lázaro de Betania y de sus dos hermanas. No es un simple conocido de Jesús. Es alguien a quien Jesús «ama», como le recuerdan las hermanas. Sin embargo, su reacción ante la noticia no tiene la empatía de un amigo, sino la reacción, aparentemente fría, de un teólogo: «Esta enfermedad no provocará la muerte, sino la gloria de Dios, la gloria del hijo de Dios». La misma reacción que antes de curar al ciego de nacimiento: «Este no ha nacido ciego por culpa suya o de sus padres, sino para que se manifieste la obra de Dios en él». El evangelista añade de inmediato que no se trata de frialdad. «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Pero no acude de inmediato a curarlo. Permanece donde está.

            Un amigo decidido y arriesgado.

            Al cabo de cuatro días decide subir a Jerusalén. Una decisión arriesgada, porque poco antes han intentado apedrearlo. La objeción de los discípulos no le hace cambiar: debe ir despertar a Lázaro. Expresión desconcertante, que le obliga a decir claramente: Lázaro ha muerto. Jesús piensa en resucitarlo, pero Tomás está convencido de lo contrario: no va a resucitar a nadie, sino que va a morir. Pero habla en nombre de todos: «Vamos también nosotros y muramos con él».

            Jesús y Marta: el teólogo

            Cuando llegan a Betania, Jesús no se dirige directamente a la casa, permanece en las afueras del pueblo. ¿Una más de sus rareza? No. Será allí, lejos de la multitud que ha acudido a dar el pésame, donde podrá entrevistarse a solas con Marta y transmitirle el mensaje fundamental para todos nosotros, y la reacción que debemos tener ante sus palabras. Marta debe de ser la hermana mayor, porque es a ella a quien dan la noticia de la llegada de Jesús.

            Marta comienza con un suave reproche («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»), pero añade de inmediato la certeza de que cualquier cosa que pida a Dios, Dios se la concederá. ¿En qué piensa Marta? ¿Qué pedirá Jesús a Dios y este le concederá? ¿Qué su hermano vuelva a la vida, como el hijo de la viuda de Sarepta que resucitó Elías, o como el niño de la sunamita que revivió Eliseo?

            La respuesta de Jesús («Tu hermano resucitará») no parece satisfacerla. Aunque la idea de la resurrección no estaba muy extendida entre los judíos, Marta forma parte del grupo que cree en la resurrección al final de la historia, como profetizó Daniel. Pero eso no le sirve de consuelo en este momento. Ella no quiere oír hablar de resurrección futura sino de vida presente.

            Y eso es lo que le comunica Jesús en el momento clave del relato: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Jesús es resurrección futura y vida presente para los que creen en él. Los que hayan muerto, vivirán. Los que viven, no morirán para siempre. Algo rebuscado, muy típico del cuarto evangelio, pero que deja claro una cosa: quien ha creído o cree en Jesús tiene la vida futura y la presente aseguradas. Todo depende de la fe. Por eso, termina preguntando a Marta: «¿Crees eso?».

            Su respuesta sorprende porque no tiene nada que ver con la pregunta: «Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo». Esta falta de conexión entre pregunta y respuesta esconde un importante mensaje para nosotros. La idea de la resurrección y de la inmortalidad puede provocar dudas incluso en un buen cristiano. Quizá no se atreva a afirmarla con certeza plena. Pero puede confesar, como Marta: «Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo».

            Jesús y María: el amigo profundamente humano

            Esta escena representa un fuerte contraste con la anterior. El encuentro de Jesús y María no será a solas. Ella acudirá acompañada de todos los que han ido a darle el pésame, y serán testigos de la reacción de Jesús. María dirige a Jesús el mismo suave reproche de Marta («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»). Pero no añade ninguna petición, ni Jesús le enseña nada. El evangelista se centra en sus sentimientos. Dice que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, «se estremeció» (evnebrimh,sato), «se conmovió» (evta,raxen) y «lloró» (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido.

            Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.

            Jesús y Lázaro: la gloria del enviado de Dios

            Cuando llegan al sepulcro, Marta demuestra que, a pesar de lo que ha dicho, no cree que su hermano vaya a resucitar. Han pasado ya cuatro días, más vale no abrir la tumba. Jesús le insiste: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?».

            Cuando se compara este relato con las resurrecciones de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Naín se advierte una interesante diferencia. En esos dos casos, Jesús no reza; no necesita dirigirse al Padre para impetrar su ayuda, como hicieron Elías y Eliseo. En cambio, el cuarto evangelio introduce de forma solemne una oración de Jesús: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas. Pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Esta oración no pretende disminuir el poder de Jesús. Se inserta en la línea del cuarto evangelio, que subraya la estrecha relación de Jesús con el Padre y la idea de que ha sido enviado por él. De hecho, el milagro se produce con una orden tajante suya («¡Lázaro, sal fuera!»).

            El relato termina de forma sorprendente. No se cuenta la reacción de las hermanas, el asombro de la gente, la admiración de los discípulos. No vemos a Lázaro liberado de sus vendas, agradeciendo a Jesús su vuelta a la vida. Como si todo fuera un sueño y, al final, solo nos quedara la certeza de que Lázaro resucitó, de que todos resucitaremos un día, aunque ahora no tengamos la alegría de ver y abrazar a los seres queridos.

            Nota sobre la fe en la resurrección

            La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.

            Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»

            Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere solo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).

            Primera lectura

            Culmina la síntesis de la Historia de la salvación, recordada por las primeras lecturas durante los domingos de Cuaresma. En este caso existe estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel.

            Reflexión final

            Nos queda poco para celebrar la Semana Santa. Recordar el sufrimiento y la muerte de Jesús es relativamente fácil. Aceptar que resucitó, y que en él tenemos la resurrección y la vida, es más difícil, un regalo que debemos pedir a Dios.

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Quinto Domingo de Cuaresma, 26 Marzo, 2023

Domingo, 26 de marzo de 2023
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«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba».

(Jn 11, 1- 45)

Estamos ya muy cerca de nuestro destino final que es la Pascua y que es hacia donde nos lleva el camino de la Cuaresma.

Betania está muy cerca de Jerusalén y es ahí donde vivían estos tres hermanos amigos queridos de Jesús.

La Cuaresma esta semana nos conduce hacia un lugar de amistad, de intimidad y de descanso, pero en un momento de incertidumbre, dolor y muerte.

La enfermedad grave deja al descubierto nuestra vulnerabilidad, tanto si la enfermedad la padecemos nosotras mismas como si es alguien cercano quien está enfermo. Y la muerte… la muerte nos adentra en el misterio. La pérdida de alguien muy querido nos quiebra por dentro. Se lleva algo muy íntimo y valioso y en su lugar abunda la tristeza, el llanto.

En Betania hoy se oye murmullo de llanto. Se entremezclan los silencios con los sollozos y las palabras de consuelo. Pasan los días sin Lázaro y la ausencia parece que crece sin medida. En medio del dolor Marta y María reciben a Jesús.

Marta que es la que siempre toma la iniciativa es capaz de confesar a Jesús como Mesías en medio de su dolor. María, deshecha, se echa una vez más a los pies de Jesús con todo su dolor. Y Jesús llora con sus amigas, se conmueve.

Ahora se acercan todos juntos a la tumba de Lázaro. Y ante el asombro y el desconcierto Jesús lo prepara todo para la vida. “Quitad la losa”. Es necesario quitar aquello que nos separa tanto por dentro como por fuera. Hay que quitar la losa que cierra la entrada de la cueva pero también esas losas que cierran nuestra mente y nuestro corazón.

Y así, sin losas, la vida sale. Lázaro sale, pero no puede apenas moverse. “Desatadlo y dejadlo andar.”

Terminamos nuestro recorrido de Cuaresma con un muerto que vuelve a la vida. Con Jesús que nos devuelve la esperanza y nos ayuda a crecer en confianza. Con un amigo que sabe llorar con nosotras.

Oración

Habita, Trinidad Santa, nuestros duelos, acompaña nuestros llantos y haz crecer en medio de nuestro dolor esa fe que tú has puesto en nosotras. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Como Jesús, poseo la verdadera VIDA.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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DOMINGO 5º DE CUARESMA (A)

Jn 11,1-45

Hoy en Juan se va más allá que los domingos pasados. No hay agua que pueda dar Vida definitiva. No hay ningún barro que pueda dar la visión trascendente. Pero sobre todo no hay ningún poder ni divino ni humano que pueda devolver la vida a un cadáver ya corrompido. Son tres grandes metáforas que intentan lanzarnos más allá de toda lógica. Si nos empeñamos en seguir entendiéndolas al pie de la letra, estamos distorsionando el texto y nos quedamos en ayunas del verdadero mensaje.

Todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Cuando dice Jesús: “esta enfermedad no acabará en la muerte sino para revelar la gloria de Dios”; y al decir: “Lázaro está dormido: voy a despertarlo”, nos está indicando el verdadero sentido de todo el relato.

Si nos preguntamos si Lázaro resucitó físicamente, es que seguimos muertos. La alternativa no es, esta vida aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida, física y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no tiene sentido. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es sorprendente que ni los demás evangelios ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido.

Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios. Esa Vida anula los efectos catastróficos de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue aparece como renovación de la vida que termina. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro. No hay que esperar a la muerte para conseguir la Vida.

Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere la adhesión a Jesús. A esa adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, que nos sitúa más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva” (5,24). Todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús, participa de esa Vida. Esa Vida es la misma que vive Jesús.

Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Juan, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee. Hoy seguimos con la fe para el más allá, que Jesús declara insuficiente.

¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos y los vivos, muertos.

Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin “muerte” no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte solo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere…” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes.

Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. La Vida es compatible con la muerte.

Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera divina. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que pida nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en gestos y palabras, pero manifiesta una actitud permanente.

Al gritar ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro donde le habían colocado no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro porque, aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús muestra a Lázaro vivo. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Deben convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente, sería absurdo gritar para que el muerto oyera.

Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Parecía un cadáver, pero estaba vivo.

Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. La comunidad tiene que tomar conciencia de su nueva situación, que escapa a toda comprensión racional. Por eso se utiliza la gran metáfora “desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida como Jesús.

Meditación

El relato nos invita a pasar de la muerte a la Vida.
Se trata de la Vida que no termina, la definitiva.
Es la misma Vida de Dios, comunicada al hombre.
Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo.
No es algo que Dios nos da o deja de darnos.
Es Dios comunicándonos su mismo ser.
Su ser es el fundamento de nuestro verdadero ser.
Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La vida.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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Juan 11, 1-45

«Yo soy la resurrección y la vida»

Tras el signo del Agua (la samaritana) y el signo de la Luz (el ciego de nacimiento), Juan nos ofrece hoy el tercero de sus tres grandes signos, la Vida (Lázaro), y quizá sea una buena ocasión para pararnos a reflexionar brevemente sobre ella.

Cuando un niño se asoma a la vida, todo le parece extraordinario y maravilloso. No deja de sorprenderse por cada cosa nueva que ve o cada nueva sensación que experimenta. Luego crece y pierde su capacidad de asombro. Se amolda a la rutina de la vida, y no vuelve a preguntarse de dónde procede todo lo que ve, toca, imagina o siente; ni qué pinta él en este mundo… o si está aquí para algo…

Probablemente le espera una vida acelerada, impulsada por la inercia imparable del sistema, inmersa en mil ocupaciones que no le dejarán un instante para plantearse lo que más le atañe. Es posible que acumule mucho conocimiento y sea siempre un ignorante, porque la verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en saber vivir. En saber vivir con sentido. ¿Y cuál es el sentido de su vida?

En el fondo, instintivamente, es la búsqueda de la felicidad lo que impulsa la vida de los seres humanos, pero no es tan sencillo encontrarla. La muestra la encontramos en quien la busca en lo inmediato y sensual, y encuentra vacío y angustia porque no puede ignorar lo eterno que hay en él. O en el extremo opuesto, en quien la busca a través de un apasionado compromiso con el deber y las normas, y acaba hastiado del permanente sometimiento a códigos y criterios que otros le han marcado.

Kierkegaard situa la felicidad en el abandono en manos de Dios. Según la mentalidad del “mahayana”, todos los desgraciados lo son por haber buscado su propia felicidad, y los que son felices, por haber buscado la felicidad de los demás. Nosotros, los cristianos, contamos con los criterios que nos legó Jesús para encontrarle sentido a nuestra vida y alcanzar felicidad: “¡Qué felices seríais si no os pudiese la ambición, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir, si trabajaseis por la paz y la justicia, si atendieseis la necesidad ajena, si fueseis francos y veraces!” …

Tenemos el mejor guía para vivir con sentido y alcanzar nuestro Destino, pero nadie puede relevarnos de la responsabilidad de marcar el rumbo de nuestra vida. Puede parecer una obviedad, pero esta tarea requiere hacernos conscientes de que estamos vivos; de que la vida es una aventura misteriosa e irrepetible que se puede estropear. Tampoco podemos ignorar nuestra condición de personas humanas dotadas de una concepción natural del bien y del mal, en posesión de una conciencia que nos interpela, unos valores que nos dignifican, una inteligencia que nos permite ser conscientes de nosotros mismos y un ansia evidente de trascender a la muerte.

¿Dejarnos llevar por la rutina, o coger las riendas de nuestra vida?… ése es el reto. Si se acepta, hay que romper la inercia, aparcar las prisas, desprogramarse y bucear en nosotros en busca de unas respuestas que aparentemente, sólo aparentemente, no necesitamos.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Yo soy la resurrección y la vida.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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DOMINGO 5º CUARESMA (A)

¿Hay algo más valioso que la vida para el ser humano? La amamos y cuidamos con ahínco, la buscamos ante cualquier anomalía o temor de perderla, incluso hay quienes arriesgan su vida (a veces con temeridad) y hasta quienes dan su propia vida. La muerte física, nos angustia, nos descoloca. Pero hay otra muerte que nos ronda sin cesar, al menos en determinadas épocas de nuestra existencia: la ausencia del sentido de la vida. ¿Para qué vivimos, luchamos y morimos? ¿Es una oportunidad, un don, o más bien, algo inevitable y aun insoportable?

Y, sin embargo, queremos seguir viviendo. Del núcleo mismo del ser humano surge un anhelo que nos mueve a desearla, a amarla, a cuidarla, a aceptarla. Y es tan valiosa que el centro mismo de la revelación cristiana es el anuncio de la salvación como vida ofrecida a todo ser humano. Dios nos ofrece y nos garantiza la salvación de nuestra propia vida. El creyente sabe que la existencia no acaba con la muerte, en la nada, en el absurdo. Confiamos en que Dios recoge y abraza la vida de toda criatura y la lleva a su plenitud. Son como dos modos de experimentarla: la precaria y de paso abocada al olvido, y la esperanzada y bendecida.

Es lo que proclama el profeta Ezequiel: “Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (37,12-14). El Salmo 129 lo canta con júbilo: “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Y Pablo, frente a miedos y angustias, nos recuerda: “El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros” (Rom 8,8-11). No es una espiritualidad cristiana de espaldas al cuerpo que somos, ni al mundo, ni a la historia o a las realidades que experimentamos, sean alegrías o desgracias. Se trata de que mi alma, mi “Yo soy” profundo, descubra la piedra angular sobre la que descansa mi existencia, mi vida entera, más allá de acontecimientos secundarios, aparentes.

El episodio de la resurrección de Lázaro, que hemos escuchado cientos de veces, se encuadra dentro de un numeroso conjunto de milagros que Jesús realiza durante su itinerario evangelizador. Milagros que son signo del poder de Jesús sobre el aspecto corporal pero que, salvo excepciones, no implica a la persona receptora del mensaje, que pasa por alto el poder del Espíritu de Jesús en lo que concierne a la salvación de las almas, de la mía en concreto, cuando asumo mi existencia como dormida, enferma o muerta. “Había un cierto enfermo, Lázaro…” (11,1).

Dejando a un lado la historicidad de los hechos, que no es objeto de nuestro comentario, urge adentrarse en una reflexión paralela que nos arroje luz para percibir los signos que el texto presenta y nos sirva de referencia y de guía fiable.

Jesús va a visitar a sus amigos a los que quiere mucho. Pero los datos que leemos en el evangelio de Juan tienen un hondo significado y nos revela la búsqueda del alma con la Verdad y los vínculos de Amor que se establecen entre ella y el Espíritu. Sin embargo, corremos el riesgo de desatender lo esencial de nosotros mismos, dejarnos llevar por la mundanidad, la cultura de lo efímero que nos rodea, la superficialidad que atraviesa nuestra sociedad… Las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús: “Tu amigo está enfermo”, pero él dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte” (11,3-4). Más adelante les dice: “Nuestro amigo Lázaro está dormido, voy a despertarlo”.

¿De qué sueño/enfermedad habla Jesús? Quien ignora, desdeña o niega su Luz esencial, quien después de haber descubierto la Verdad se desentiende y se olvida de alimentarla, fortalecerla. Así pues, el ego toma ventaja, las dependencias se van adueñando de la existencia, ¿para qué molestarse en buscar, en ir contra corriente? Es entonces cuando el alma, aun en la noche oscura, cuando experimenta el vacío, grita su dolor, su impotencia, con la esperanza de ser escuchada (Señor, ¿por qué a mí?). Solo la acogida del Espíritu, quien se deja iluminar por su Luz, incluso en medio del vaciamiento, del quebranto, de la kénosis, puede proporcionarnos ser receptivo a la voluntad de Dios. “Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado” (11,17). Marta le dijo: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (11,21). Jesús le respondió: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y el que vive y cree en mí no morirá jamás” (11,25-26).

La repetición de ambos versículos: “Cuando María llegó… le dijo: Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto” (11,32), muestran con claridad que solo la Presencia del Espíritu es signo de vida y salud verdaderas para toda persona, mientras que sin la consciencia del Espíritu, el ser humano permanece enfermo, ignorante, abocado al sepulcro, aprisionado por la losa de su abandono, su falta de búsqueda, su in-consciencia, su indiferencia, lo cual le impide estar atento, despierto y tener acceso a una vida plena, real, verdadera. A veces, nos metemos en cuevas, egos, estados emocionales insanos o nos dejamos vencer por la rutina, “los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario” (11,44), por la inercia, las apariencias.

Cuando quitaron la piedra, Jesús mirando al cielo exclamó: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (11,41). Desde lo hondo de nuestra alma escuchamos su voz: “Desatadlo y dejadle andar” (11,44) y así despertamos de la no-vida, del sueño alienante, del letargo inútil, vacuo.

Somos humanos. Todos/as vivimos situaciones que nos ocultan la Luz, la Presencia del Espíritu-Ruah que nos habita, nos alienta y nos impulsa a ver la gloria de Dios. Atrévete a salir fuera: somos resurrección y vida. “Muchos judíos que habían ido a visitar a María, al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él” (11,45). Los creyentes sabemos por la fe que el que muere “vivirá”, “no morirá para siempre”.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Morir a la identificación con el yo.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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8AC9FC72-AD05-434D-B5D2-C5D960B15D69 Domingo V de Cuaresma 

26 marzo 2023

Jn 11, 1-45

En un nuevo relato catequético, el evangelista presenta a Jesús como “resurrección y vida”, constituyendo esa frase el centro nuclear de todo el texto: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?”.

Progresivamente, a lo largo del texto, el autor del evangelio va presentando a Jesús con varias metáforas: pan de vida, agua viva, luz del mundo, puerta, pastor, resurrección, vid, camino, verdad y vida…

Todas ellas tienen un elemento común: Jesús es reconocido como portador y dador de vida. Y todas pretenden un mismo objetivo: que la comunidad de discípulos se asiente sobre esa creencia. De ahí, la pregunta alrededor de la cual giran todas esas catequesis: ¿crees esto?

“Creer” significa, en el evangelio, adhesión cordial y efectiva a la persona de Jesús, con lo que subraya la dimensión de confianza y entrega. Sin embargo, aún sigue considerando la vida como una realidad separada, que tiene que ser dada “desde fuera”. Porque toda esa presentación se basa en el apriorismo que hace del yo nuestra identidad.

Superada esa falsa identificación, venimos a comprender de modo más profundo la proclamación que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: “Yo soy la vida”. Caemos en la cuenta de que, con esas palabras, está nombrando nuestra verdadera identidad, que es una con la suya. De hecho, cuando una persona sabia habla, lo que dice es válido, no solo para ella, sino para todo ser humano.

Más allá de la persona -cuerpo, mente, psiquismo- en la que nos estamos experimentando, podemos decir que en nuestra verdad más profunda somos vida.

Ahora bien, el sujeto de esa afirmación no es en ningún caso el yo separado, sino la propia vida. Es de Perogrullo: solo la vida puede decir “yo soy la vida”. Con otras palabras: la vida es una realidad transpersonal, que el yo no se puede apropiar sin caer en el engaño.

Por ese motivo, las voces de los teólogos que acusan de “orgullo” a la postura de quienes no esperan una salvación -la vida- de “fuera”, carecen de sentido y, en el fondo, denotan ignorancia. Porque en ningún caso se afirma que el sujeto de aquella expresión sea el yo, sino la vida misma.

De hecho, todo es vida -no hay nada que no lo sea- y solo la vida es lo único realmente real. Somos vida. Pero únicamente podremos verlo y vivirlo en la medida en que, paradójicamente, vayamos soltando la identificación con el yo. Solo quien sabe experiencialmente que no es el yo, puede escuchar a la vida en él que dice: “Yo soy la vida”. En concreto: no te busques como yo, no sueñes con la perpetuación del yo -sería como Lázaro saliendo de la tumba-; reconócete en la vida… y deja que la vida sea.

¿Qué sentido tiene para mí la expresión “Yo soy la vida”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

 

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Jesús amaba a su amigo Lázaro y por eso no le deja “tirado” en la muerte. Todos somos “lázaros”

Domingo, 26 de marzo de 2023
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Un relato simbólico

    Las lecturas de hoy nos sitúan ante el problema definitivo del ser humano: la muerte.

    Mejor que dejemos de lado una curiosidad algo infantil y nos quedemos en el núcleo del relato: Yo soy la Resurrección y la vida.

02.- Lázaro, el hombre sin rostro.

De Lázaro no se nos dice nada, no sabemos nada de él. Bueno sabemos que era amigo de Jesús, que enfermó y que murió, que ya es saber mucho.

Podemos pensar que todos somos “Lázaros” en la vida: Jesús es amigo de todos, todos “enfermamos” y todos morimos.

Todos somos enfermos. El ser humano es –somos- mortales. La vida es una enfermedad mortal. Nos puede parecer un poco fuerte, algo tenebroso, pero es así. “No hay cosa que mate más que la vida”.

    Por otra parte, la muerte no es un problema religioso, es un problema humano. Nos morimos todos.

Una persona adulta Tiene –tenemos- que habérselas con la muerte. Hemos de mirar de frente a la muerte.

«Porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más».

(Sancho Panza a Don Quijote) [1]

La muerte no es el punto final de la vida. La muerte está en el corazón de la vida. La vida es un continuo defendernos de la muerte: la alimentación, la higiene, la medicina, la psicología, nos protegen, más o menos, de la muerte.

También la fe en Cristo, en la resurrección es una defensa al mismo tiempo que una salida al problema de la muerte.

03.- Jesús lo amaba y lo resucitó.

    Jesús era amigo de Lázaro. Dios también nos ama a todos: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, (1Tim 2,4). Dios es amor. Dios nos llama a la vida. Cada uno de nosotros somos el rostro, la persona, a quien JesuCristo ama.

    Marta le hace llegar la noticia a Jesús: el que tú amas, está enfermo.

    Todos somos amados y todos estamos enfermos, todos morimos al menos físicamente y todos estamos en la vida de Dios.

+   ¿Siento la amistad y el amor de Dios, de Jesús? ¿Me siento amado por Dios? ¿Amo la vida y espero en la resurrección aunque no sepamos cómo haya de ocurrir?

    El evangelio de Juan es tardío en el NT, se redactó llegando o llegado el año 100, por lo que iban muriendo muchos cristianos sin que el Hijo del Hombre llegara (segunda venida, Parusía, fin de la historia). Los hermanos que seguían en esta vida se entristecen al pensar que esos hermanos que han muerto ya no resucitarán hasta la resurrección del último día (Jn 11,24).

El mensaje de este relato es que esos hermanos no están muertos, sino que siguen viviendo en Cristo: Yo soy la resurrección y vida, (Jn 11,25).

+   ¿Confío y espero en la vida, confío en la vida de nuestros mayores y hermanos?

+   ¿Dentro del enigma y del silencio que supone la muerte, mantengo la esperanza?

+   ¿Creo en el ser, en la vida o en la nada?

04.- Muertos en vida.

    Lo que se opone a la vida no es la muerte física, sino el mal profundo, el pecado. Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.

    En ocasiones la muerte no es solamente física, “hay muertos en vida”:

+   Hay muertes psicológicas, morales, espirituales, como el hijo pródigo. Podemos estar muertos en vida. +    ¿Tal vez, Cristo no está en mi vida y por eso estoy “medio muerto”?

05.- Quitad la losa. sal afuera. quitadles las vendas

Son tres pasos que se dan en la muerte y en vida.

La losa

    Cuando vamos al cementerio, vemos las losas que muestran lo definitivo de la separación de los dos mundos: los muertos y los que seguimos viviendo.

Quitad la losa: no os dejéis aplastar por el peso del miedo a la muerte.

+     También puede que en nuestra vida haya losas que no nos dejan volver a la vida, a la familia, a la sociedad, a la comunidad eclesial…

+   La droga, la armas, el tráfico de personas son auténticas losas de la muerte.

sal afuera.

Quitemos las losas de nuestras vidas y “salgamos afuera”, a la luz del día, de la creación, de la vida. Como en los evangelios sinópticos, los malos espíritus nos llevan a vivir en la muerte, en sepulcros. Hay losas que pesan toneladas de muerte: odios, racismos, poder, dinero, etc…

desatadle las vendas

    Recuerda un poco los relatos de la resurrección de Cristo.

+   Como Lázaro, quizás también nosotros vivimos atados de pies y manos por el peso de la muerte, por las ligazones a ideologías, a situaciones eclesiásticas, al dinero.

+   Para vivir hay que andar sueltos y ágiles por la vida: sin dinero, sin alforja, sin pretensiones

+   La vida es libre y liberadora…

06.- Yo soy la resurrección y la vida, (Jn 11,25).

    Es el eje central del relato evangélico y de nuestra existencia. ¿Crees, confías en esto? le pregunta Jesús a Marta.

    Marta responde con un hondo acto de fe: Si, Señor, yo creo, (Jn 11,27).

+   Podemos atravesar por noches y valles de tinieblas, incluso por muertes psicológicas.¿Me fío, confío en Dios en lo profundo de mi sufrimiento?

    Dios no nos va a ahorrar la muerte física / biológica, pero nos abre las puertas de la esperanza: quien confía en el Señor, vive.

    Marta no entiende bien cómo será todo esto (tampoco nosotros), pero descansa, cree en Cristo como mesías, señor de la vida, Hijo de Dios.

        +   ¿Amo, confío en la vida y en Dios?

07.- ¿Cómo será la vida eterna? soy la resurrección y la vida.

    ¿Cómo será la vida eterna?

    Si buscamos una respuesta concreta y gráfica: no lo sabemos.

Poco antes de ser ejecutado en 1945, Dietrich Bonhoeffer decía que ante la muerte lo único que vale es la confianza en Dios. Nuestra oración, nuestra actitud ante la muerte puede ser la de Jesús en la cruz: en tus manos encomiendo mi vida.

Morir confiando en Dios es una buena forma de morir. Luego Él ya sabrá lo que tiene que hacer. Confiemos en Dios en la vida y en la muerte.

Ante la muerte, ante nuestra muerte, la salida está en la confianza en Dios, que es amor. El cielo, muestra meta final, no es un lugar, sino el amor de Dios.

Posiblemente no tenemos miedo tanto a la muerte cuanto a Dios, a la condenación en el infierno. El pensamiento católico condena pronto, pero el Evangelio perdona siempre.

    Reunirse con nuestros mayores, con Cristo, con la Virgen es una hermosa manera de terminar el tiempo y comenzar la eternidad.

Yo soy la resurrección y la vida.

[1] Don Quijote, II, capítulo. 74.

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“Una puerta abierta”. 29 de abril de 2020. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 29 de marzo de 2020
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img_men_1024_2011-4-10_1Estamos demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos que el desarrollo técnico pone en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en la que nos movemos.

¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No es mejor gastar todas nuestras fuerzas en organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en vivir esta vida de ahora y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?

Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Cualquiera que sea nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?

Peter Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte». Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea, que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla y eludir al máximo su trágico desafío.

Más honrada parece la postura de personas como Eduardo Chillida, que en alguna ocasión se expresó en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que difícilmente puede ser entendida «desde fuera» y que solo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Crees esto?

José Antonio Pagola

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Dignidad

Sábado, 1 de julio de 2017
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Un hombre tiene que tener siempre el nivel de la dignidad

por encima del nivel del miedo.

*

Eduardo Chillida

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“Un profeta que llora”. 6 de abril de 2014. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 2 de abril de 2017
Comentarios desactivados en “Un profeta que llora”. 6 de abril de 2014. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

img_men_1024_2011-4-10_1Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.

Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.

Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?

El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?

Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?

Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.

Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.

Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.

José Antonio Pagola

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“Un profeta que llora”. 6 de abril de 2014. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 6 de abril de 2014
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img_men_1024_2011-4-10_1Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.

Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.

Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?

El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?

Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?

Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.

Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.

Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.

José Antonio Pagola

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