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“Antes de separarse”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 3 de octubre de 2021
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Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente: «Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta», «mi esposo tiene un ligue, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?», «es que sola con mi marido me aburro».

Algunas parejas consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse «de manera civilizada».

No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de que ya no se aman, pero siguen juntos, sin que puedan explicarse exactamente por qué. Solo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación. Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren perderse nada, ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus padres.

Estas parejas no necesitan una «receta» para salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Ciertas crisis no se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor se puede convertir en odio secreto y mutua agresividad.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. La frase de Jesús: «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.

José Antonio Pagola

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“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 3 de octubre de 2021. Domingo 27º ordinario

Domingo, 3 de octubre de 2021
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54-ordinarioB27 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne.
Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.

Una nota crítica:

Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?

Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.

La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.

Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…

Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.

Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza… Leer más…

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Dom 3.10.21 (27 TO) ¿Puede el hombre expulsar a la mujer por cualquier causa?

Domingo, 3 de octubre de 2021
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1575D863-A8DD-4912-A5D0-6619A74B9DDD-576x1024Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje de Mc 10, 2-12, ha sido y sigue siendo entendido y resuelto de diversas formas, personales y sociales, jurídicas e incluso dogmáticas. Aquí sólo puedo evocar sus presupuestos. ¿Puede el hombre expulsar a su mujer?

En principio, el tema no era la indisolubilidad del matrimonio, sino el poder que el marido tenía en ciertos momentos de expulsar a la mujer dándole un “libelo” (documento) de repudio, según ley (Dt 24, 1-3)

Jesús responde diciendo que éste no es asunto de ley, sino de vida: Dios ha hecho que hombre y mujer sean personas, y puedan unirse formando una carne (sarx), proyecto y camino de convivencia en amor y libertad. Lo primero no es fijar leyes, sino impulsar “convivencias”, maneras gozosas, gratuitas, fecundas de comunicación.

La ley se cumple en el amor; por eso, el hombre no puede expulsar a la mujer ni la mujer al hombre, pues ambos deben vincularse en amor, y amorosamente han buscar lo mejor, uno para el otro (juntos o por separado).

(Pero la historia real es más compleja. Así lo muestra la primera imagen: Abraham expulsa a Agar, por envidia de Sara… En la segunda imagen, tomada de mi libro sobre el tema, las dos mujeres de Abraham cabalgan sobre camellos, mientras Abraham da la mano a los dos hijos, uno de cada mujer).

Mc 10, 2-9

 Y acercándose unos fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al varón despedir a su mujer. Y respondiendo les dijo: ¿Qué os prescribió Moisés?  Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra.  Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne.  Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-9).

 Introducción 

            Mc 10, 2  afirma que los fariseos “quieren tentarle”. Esto supone, según el contexto, que ellos conoce la actitud de Jesús, que se ha opuesto al derecho que cierta “ley” concede a los varones, afirmando que ellos pueden “expulsar” a sus mujeres, con tal de darles un documento o “libelo” de repudio.  Ésta es la pregunta que Marcos  plantea en un lugar abierto, en medio de camino de Jesús, que va pasando por las fronteras entre Judea y Perea (Mc 10, 1): Los fariseos preguntan, y él responde, mostrando que su forma de actuar (¡niega a los varones el derecho de expulsar a las mujeres!) forma parte de su doctrina abierta, conocida por todos (cf. Mc 10, 2-9). El texto ofrece después una profundización eclesial, que tiene lugar en la casa, es decir, en el ámbito privado de la comunidad (10, 10-12).

Ésta es una pregunta con trampa, para tentar a Jesús (peiradsontes auton: 10, 2). Si él dice que el hombre no puede expulsar a la mujer, le acusarán de oponerse a la Escritura que lo permite (cf. Dt 24, 1.3). Por el contrario, si dicen que puede expulsarla le acusarán de laxista pues deja desamparada a la mujer. En el fondo está el hecho de que la tradicióntiende a concebir el matrimonio como un contrato de dominio: el varón adquiere a la mujer y puede repudiarla (divorciarse de ella). Parece que los fariseos tientan a Jesús, para mostrar que su ideal de fidelidad resulta imposible y que, además, va en contra de la Ley, que concede al varón el poder de “expulsar” a su mujer, dentro de un orden jerárquico donde el marido (que está arriba), puede y debe dominar a la mujer (que es inferior).

Ellos piensan así que el matrimonio debe regularse a través de una ley que está en manos del varón (no del Estado, como en tiempos posteriores), suponiendo que allí donde esa ley jerárquica pierde importancia y el varón pierde su derecho preferencial, el matrimonio quiebra y queda a merced del puro deseo cambiante de los hombres (varón y mujer); precisamente para asentarlo de manera firma, ellos reconocen al varón el poder de divorciarse. El tema no es en general el divorcio, sino si el varón (anêr) puede expulsar (apolysai), a la mujer (gynê), conforme a una la ley o concesión bíblica (Dt 24, 1-3).

Interpretación de la Escritura. La Familia en la Biblia

Los fariseos tientan a Jesús con un texto bíblico y Jesús les responde con otro más profundo, para fundamentar así el carácter básico de la fidelidad matrimonial, suponiendo que Gen 1, 27, tiene primacía sobre unas leyes posteriores que Moisés habría formulado sólo para hombres que son duros de corazón, como suponen estos fariseos que le tientan (cf. hymin: 10, 3). Jesús supera así una ley particular (restrictiva, al servicio de algunos), para buscar la voluntad original de Dios, en una línea cercana a la de Rom 5 (que pone la promesa universal de salvación antes del cumplimiento de la ley israelita).

Como buen hermenéutica, este Jesús de Marcos busca la palabra original de Dios (Gen 1-2) por encima de la ley particular y patriarcalista de Moisés (Dt 24), recuperando de esa forma el sentido de la nueva humanidad mesiánica (con un argumento paralelo al de Mc 7, 8-13). Todo nos permite suponer que esta primera respuesta ha sido formulada por el mismo Jesús:

El un plano jurídico, Jesús acepta la Ley del divorcio (Mc 10, 3-4), concedida o, mejor dicho, presupuesta por Moisés (Dt 24, 1-3), pero la interpreta como una concesión (¡Por la dureza de vuestro corazón…! Mc 10, 5), es decir, como una norma provisional, que sirve para controlar jurídicamente una situación de ruptura injusta, en un contexto de poder jerárquico, donde los más fuertes (varones) pueden controlar a sus mujeres, pero no al contrario (aunque se exigía a los varones que dieran a las mujeres divorciadas un documento de libertad y les impedía casarse de nuevo con ellas). Pues bien, a juicio de Jesús, incluso con sus atenuantes (documento de repudio, prohibición de nuevo matrimonio con las divorciadas…) esa ley refleja el duro corazón de algunos varones, su deseo posesivo, su violencia.

− Superando esa ley, Jesús apela a la fidelidad original del Dios de la alianza, que no ha rechazado a su pueblo, tal como lo prueba el texto de la creación: «Al principio (arkhê) Dios los hizo macho y hembra… de manera que no han de ser ya dos, sino una carne» (Mc 10, 6-9; cf. Gén 1, 27; 2, 24). Al citar ese pasaje, Jesús sitúa al ser humano en su mismo origen, esto es, en el lugar donde varón y mujer pueden vincularse para siempre, en igualdad (sin dominio de uno sobre otro). Por encima de una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva de varón, Jesús apela a la experiencia originaria de varones y mujeres que celebran el amor de manera no impositivo, en fidelidad personal, retomando así el mensaje de los grandes profetas (cf. Tema 5) que habían destacado la fidelidad de Dios: Si él no expulsa a su pueblo Israel, tampoco el hombre puede expulsar a su mujer.

Esa respuesta ha vinculado dos pasajes fundamentales del principio de la Escritura, Gen 1, 27 (varón y mujer los creo) y Gen 2, 24 (de manera que no son ya dos, sino una carne), interpretando el uno desde el otro, conforme a una técnica exegética que podían emplear (y han empleado) en un plano formal diversos grupos del judaísmo de su tiempo. Pero Jesús no ha unido esos pasajes de un modo puramente formal, sino volviendo, de manera programada, al origen de la comunidad humana, entendida a partir de la unión personal del varón y la mujer, antes de toda imposición de un sexo sobre el otro, y de toda ley patriarcalista que permite a los varones el derecho al divorcio, para controlar de esa manera a las mujeres.

Al negar al varón ese derecho, Jesús quiere situar a varones y mujeres en las fuentes de la creación, tal como ha sido propuesta en la Escritura (Génesis), en línea de unión personal. En ese sentido podemos afirmar que Jesús redescubre y ratifica en su verdad más honda (en su proyecto mesiánico) aquello que un judío puede considerar como la realidad y verdad más antigua: Que hombres y mujeres puedan unirse (vincularse) en igualdad y entrega mutua, para siempre, sin dominio de uno sobre el otro. En esa línea, él vuelve a la arkhê ktiseôs (10, 6), al principio de la creación, distinguiendo, según eso, dos niveles.

‒  En el principio (Gen 1-2) está la voluntad de Dios, expresada a modo de igualdad de varón y mujer, pues ambos forman una sola carne, uniéndose así en el nivel de “las cosas que Dios ha unido” (Mc 10, 9), en clave de entrega de la vida y no de dominio o poder de unos sobre otros (en contra de Pedro, cf. Mc 8, 33). La fidelidad del Dios de la alianza (tal como aparece en los profetas de Israel) funda la alianza fiel del matrimonio, que puede compararse y se compara con el amor de de Dios por Israel (profetas) y con la entrega mesiánica de Jesús (evangelio). Es evidente que aquí no se formula de manera expresa el “fondo cristológico” del tema (como hará Ef 5, 21-33, aunque con peligro de volver a un tipo de patriarcalismo), pero ese fondo está al principio de esa unidad originaria del hombre y la mujer. Jesús se “entrega” a favor del Reino, en gesto de plena fidelidad plena; de un modo semejante han de entregarse varón y mujer, sin que el varón tenga el poder expulsar a la mujer (o viceversa).

‒  En contra de esa voluntad de Dios (que es fuente de fidelidad) se alza el deseo (=dureza de corazón) de los aquellos varones (cf. Mc 10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y divorcio) su autoridad sobre la mujer («separando aquello que Dios ha unido»: 10, 9). Esos varones piensan al modo de los hombres, como se dice de Pedro, no al modo de Dios (cf. 8, 33). Por eso, en ese plano, Jesús supone que la misma Ley de Moisés ha de entenderse como una “concesión” (hoy se diría un mal menor), que no responde la voluntad original de Dios. Eso significa que el divorcio, en la línea de Moisés, es sólo un “mal menor”, una “excepción” (mientras dure el “mal” de los varones).

 Al interpretar la Ley de esa manera, Jesús choca con la exégesis normal de muchos escribas, pues declara que una parte de su ley (que está al fondo de Dt 24, 1-3, es creación de hombres, varones) y no expresión de la voluntad original de Dios (como Pablo ha visto de un modo más argumentativo en Gal y Rom en relación con el conjunto de la misma Ley). De todas formas, la reinterpretación (y superación) de un pasaje bíblico por (con) otro forma parte de los recursos de la exégesis judía. Por otra parte, es evidente que Jesús no propone una nueva ley matrimonial, pues en ese plano puede seguir la de Moisés o alguna otra, creada por los hombres (en clave de imposición), sino que apela a la voluntad original de Dios, entendida como revelación del sentido de la vida.

 En busca de la norma originaria.

La interpretación bíblica de Jesús es radicalmente israelita, pero va en contra del tipo de judaísmo de los fariseos (cf. Mc 10, 1-2), que aparecen aquí como tentadores, con su interpretación del divorcio. Ellos necesitan regular por ley la relación del hombre con la mujer, y así tienden a pensar, además, que entre el origen (creación) y la promulgación positiva de las leyes de Moisés existe una identidad de base. Pues bien, en contra de eso, Jesús descubre un desfase entre ambos planos, de manera que a su juicio el “judaísmo legal” (más centrado en Moisés) representa una caída respecto al origen (Génesis), donde se revela la identidad del ser humano.

No es que Jesús rechace a Moisés, pero, como otros muchos apocalípticos, él ha querido fundar la raíz de su movimiento mesiánico en un principio anterior, más allá de Moisés (e incluso de Henoc, de Matusalén o de otros patriarcas antidiluvianos), para retomar el fundamento de Adán y Eva, conforme a la misma Biblia (como hace Pablo en Rom). En ese sentido, podríamos decir que él supera la visión de un Moisés particular (con la ley concesiva de Dt 24, 1-3), para llegar al Moisés originario, que se expresa en Gen 1-2. Aquí se arraigan sus dos afirmaciones, fundadas en dos textos complementarios del principio de la Biblia, que ratifican la unión y la igualdad de varón y mujer:

‒ Según Gen 1, 27, Dios no creo al varón con poder sobre la mujer (como suponen los fariseos), sino que los creo varón y hembra (arsen kai thêly: 10, 6; cf. Gen 1, 26-27). En este contexto no se puede hablar, por tanto, de un Adam/primero y de una Eva/posterior o derivada (como podría suponer el nuevo relato de la creación, en Gen 2, 5-25), sino que ambos han surgido al mismo tiempo, como seres complementarios de una humanidad dual. Conforme a este pasaje, el anêr/varón fariseo (Mc 10, 2) no puede arrogarse el poder de expulsar a la gynê/mujer, pues ambos se hallan principio en igualdad, sin que uno pueda presentarse como superior al otro. Según eso, la superioridad del varón sobre la mujer en el caso del matrimonio va en contra del relato originario de la creación en Gen 1, 27

‒ Según Gen 2, 24, el anthropos/varón dejará al padre/madre y se unirá a su gynê/mujer y serán ambos una sóla sarx o realidad humana(Mc 10, 7-8). Pasamos así de Gen 1 (texto más sacerdotal), donde varón y mujer se hallaban juntos, desde el principio) a Gen 2 (más profético), donde parece que la historia empieza a contarse desde la perspectiva del varón/Adán, del que provendría la mujer/Eva), pero añadiendo, en ese mismo contexto, que, para realizarse en su verdad, el hombre/varón ha de “superar” su origen (padre/madre) y vincularse en unidad definitiva y concreta con su esposa (formando una sarx con ella). En esa línea, el mismo varón, que podría parecer anterior a la mujer, debe superar su origen (padre y madre), para vincularse ella de manera definitiva.

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El problema del divorcio y la bendición de los niños. Domingo XXVII. Ciclo B

Domingo, 3 de octubre de 2021
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divorcio1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y no sigue un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer, y reciben su respuesta (10,2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10,10-12). Aquí terminaría la lectura breve que permite la liturgia. La larga añade el episodio de la bendición de los niños (10,13-16), muy relacionado con lo anterior, porque mujeres y niños son los seres más débiles de la sociedad familiar. Y Jesús se pone de su parte.

El ideal inicial del matrimonio (Génesis 2,18-24)

En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia. Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad del matrimonio: el varón y la mujer se convierten en un solo ser.

El Señor Dios se dijo:

-No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude.

Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera. Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase.

Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adán dijo:

-¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer”, porque ha salido del varón.

Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. 

La triste realidad del divorcio

De acuerdo con lo anterior, cualquier judío sabe que Dios crea al hombre y a la mujer para que se compenetren y complemen­ten. Pero también sabe que los problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves conflictos.

Por eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».

La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa…»

Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como un televisor o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús. En cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por eso resulta desconcertante, a primera vista, la pregunta de los fariseos a Jesús.

Los fariseos y Jesús (Mc 10,2-9)

En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba:

‒ ¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer?

Él les replicó:

‒ ¿Qué os ha mandado Moisés?

Contestaron:

‒ Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.

5Jesús les dijo:

‒Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

Cualquier judío piadoso habría respondido: «Sí, el hombre puede repudiar a su mujer». Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que lo acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren colocar a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.

La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana. Al recordar «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.

La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.

Los discípulos y Jesús (Mc 10,10-12)

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:

‒Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

  Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.

Reflexión sobre el divorcio

Cada vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para que los que siguen unidos den gracias a Dios y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.

Los niños, los discípulos y Jesús (10,13-16)

La escena anterior ha tenido lugar «en casa». Ahora se supone que han salido a la calle y ocurre lo siguiente.

Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:

-Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él.

Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Si llevan los niños a Jesús para que los toque, es porque sus padres piensan que el contacto físico con un personaje religioso excepcional será beneficioso para ellos.

¿Por qué los reprenden los discípulos? ¿Porque molestan a Jesús? ¿Porque lo distraen de cosas más importantes? En el fondo, late la idea de que los niños no merecen atención.

La importancia de los niños en relación con el reinado de Dios la hemos visto en el Domingo 25, a propósito de Mc 9,36-37. A lo comentado entonces podemos añadir que en Israel se valoraba especialmente la inocencia de los niños; un midrás tardío decía que la Sekiná marchó al destierro, no con el Sanedrín ni con las secciones sacerdotales, sino con los niños (Eka Rabbati 1,6).

Al final, los padres obtienen mucho más de lo pedían. Querían que Jesús tocase a sus hijos. Él los toma en brazos y los bendice.

Reflexión sobre el bautismo de niños

Desde el siglo II hasta san Agustín se discutió acaloradamente en la Iglesia si los niños debían ser bautizados, o debía esperarse a que fueran adultos. En nuestros tiempos vuelve a plantearse el problema. Lo que no admite duda es que el niño bautizado recibe el reino de Dios como puro regalo, sin mérito alguno, por la fe de sus padres. En este sentido, es un ejemplo perfecto para quienes piensan que forman parte de Dios por sus propios méritos. Nos invitan a todos a recordar nuestro bautismo con agradecimiento y humildad.

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 03 de octubre de 2021

Domingo, 3 de octubre de 2021
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Al verlo, Jesús se enfadó”.

(Mc 10, 2-16)

El evangelio de hoy viene con un paréntesis. Hay un texto entre paréntesis que puede omitirse por razones pastorales. Sucede en más de una ocasión y es cierto que a veces el texto es muy largo pero en lugar de quitarle al evangelio podríamos acortar homilías…

Nos racionan el evangelio igual que la comunión. Las formas con las que comulgamos se parecen poco al pan que se come en una cena.

Sea como sea cuesta creer que exista alguna razón pastoral por la cual haya que omitir estos tres versículos de hoy, en un evangelio que, por otra parte, es corto.

Es cierto que parece que habla de dos temas que no tienen nada que ver. Por un lado, la obstinación de los varones con el divorcio. Por el otro, los niños que se acercan a Jesús.

Lo que hay de fondo es lo mismo: exclusión. Los varones (los judíos y los discípulos) están a favor de excluir a las mujeres, dejarlas fuera. Y los discípulos también quieren dejar fuera a los niños. Excluirlos. Impedir que toquen a Jesús.

Es la tentación del poder que nos hace creer que solo un pequeño grupo, o una sola persona es la que conoce y sabe lo que es mejor para todas las demás. A más poder, mayor tentación. Y cuántos más años se ostenta el poder más nos aliamos con él. Hasta el punto de volvernos ciegas a nuestras propias injusticias.

Todos los poderes son peligrosos pero quizá el peor de todos es el poder “religioso” que en último término nos hace creer que nuestro punto de vista es la voluntad de Dios.

Jesús no se cansó de advertirnos en este sentido: “No llaméis Padre…”, “escoged el último puesto”, “el que quiera ser el primero…” Nos sabemos de memoria las palabras de Jesús, pero aun así caemos una y otra vez.

Es muy complicado ser hermanas y hermanos, siempre buscamos algo que nos coloque en un escalafón diferente. “Que si yo llevo ya muchos años”, “que si a mí me han encargado esto…” Nos guste o no todos tenemos dentro el virus de la exclusión y más activo de lo que queremos reconocer.

Tan familiar que ni lo vemos y todos sus efectos nos parecen razonablemente justificables. Lo que en otras personas apuntamos como pecado, racismo o exclusión, cuando está en nuestro “haber” le cambiamos el nombre. Si negamos información a alguien es para su bien o por el bien de una tercera persona. Cuando no escuchamos a alguien es porque no sabe del tema.

Nuestra empatía no es tan amplia y acogedora como nos gustaría y lo más fácil es “culpar” al otro, como hacían los varones al excluir a las mujeres o como hacían los discípulos al excluir a los niños.

Oración

Trinidad Santa, no permitas que ande buscando piedras con las que castigar a las demás cuando mi pecado es el mismo. Amén.

 

 

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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El matrimonio es el marco más adecuado para una plena humanización.

Domingo, 3 de octubre de 2021
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matrimoniogay1Mc 10, 2-16

Seguimos en el contexto de subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Marcos, no es verosímil. El divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.

En tiempo de Jesús el matrimonio era un contrato entre familias. Ni el amor ni los novios tenían nada que ver con en el asunto. La mujer pasaba de ser propiedad del padre a ser propiedad del marido. El divorcio era renunciar a una propiedad que solo podía hacer el propietario, el marido. Querer entender el evangelio desde nuestra perspectiva actual es una quimera. Los conocimientos humanos que hoy tenemos nos obligan a otro planteamiento.

No podemos hablar hoy de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares donde se desarrolla una verdadera humanidad. En la materia que más puede afectar al progreso de lo específicamente humano, debemos aprovechar al máximo los conocimientos de las ciencias humanas y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy espirituales que parezcan.

El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos externos. ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar aún si se tuviera esto en cuenta! La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo.

La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de esa tendencia, humanizándola al máximo. La capacidad humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Es verdad que tampoco los hay al utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla.

Lo importante no es el acto sino la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, deshumaniza. El matrimonio no es un estado en que todo está permitido. Estoy convencido de que hay más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él.

Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo complicado es aquilatar lo que queremos decir con amor. Es una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella en cada caso. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo del otro, también le llamamos amor.

El afán de buscar el beneficio personal arruina toda posibilidad de unas relaciones humanas. Esta búsqueda del otro, para satisfacer mis necesidades, anula todas las posibilidades de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos.

Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean la unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera. También puede darse el caso de encontrar otra persona que dándome lo mismo, me exige menos.

El amor consiste en desplegar la capacidad de darse sin esperar nada a cambio. No tiene más límites que los que ponga el que ama. Aquel a quien se ama no puede poner los límites. Pero la superación del falso yo y el descubrimiento de mi auténtico ser es limitado y debo reconocerlo. Debemos tomar conciencia clara de cuál es la diferencia entre el servicio y el servilismo. Jesús dijo que tan letal es el someter al otro como dejarse someter. Si la pareja ha superado mi capacidad de aguante, debo evitar que me someta y aniquile.

Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de una mayor humanidad.

Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener.

El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. No es tan difícil de comprender. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que se acabó. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor, es decir, egoísmo que solo pretendía el provecho personal interesado y egoísta.

Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Es muy sencillo: si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento.

Fray Marcos

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El amor conyugal.

Domingo, 3 de octubre de 2021
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los_amores_oscurosMc 10, 2-16

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

Sin ánimo de interpretar el texto, sino de reflexionar sobre él, vemos que la respuesta de Jesús va, como siempre, mucho más allá de la pregunta planteada: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse dándole acta de repudio a su mujer? … Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»… Tradicionalmente hemos caído en el error de pensar que Dios une por medio del sacerdote y a través del rito matrimonial, pero no es así. La unión ya existía desde mucho antes de llegar a la ceremonia, y esa unión que proclama el oficiante es en unos casos obra de Dios… y en otros no.

Dios une en el amor, y el amor conyugal es probablemente la experiencia que más nos acerca a Dios; su mejor reflejo; lo que más nos ayuda a intuir su esencia. Es por ello que esta unión siempre se ha considerado un sacramento; es decir, un hito excepcional en el encuentro con Dios. Nos equivocamos al identificar el sacramento con la ceremonia; la ceremonia es solo el signo, el sacramento es la vida en común de los esposos.

Esta unión basada en el amor es indisoluble, y el hombre no puede separarla porque es mucho más fuerte que él. Pero no debemos olvidar que el amor no es el único vínculo que lleva a una pareja al pie del altar, pues las hay que llegan unidas por el dinero, la conveniencia social, los intereses familiares o la mera atracción física… No parece que Dios haya tenido mucho que ver en ellas, y por tanto serán efímeras (a no ser que de ese primer vínculo surja el amor).

Tampoco todo lo que parece amor es amor. Muchas parejas se casan muy enamoradas y luego fracasan, y la causa está en que el enamoramiento se parece mucho al amor —Fromm lo define como una intoxicación por amor—, pero no es amor, y por tanto, no basta y produce uniones precarias… Entonces, ¿cómo distinguir el amor verdadero de lo que no lo es?

El amor se manifiesta en un deseo de la felicidad del otro, en sentirse bien si el otro está bien aun cuando esto suponga sacrificio propio. Porque amar es básicamente dar, no recibir. La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo y cuando se da así, no se puede dejar de recibir; de hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado (Fromm).

El enamoramiento es pasión —somos pasivos ante él— y el amor es esencialmente acción, y por ello, el salto del uno al otro requiere esfuerzo, trabajo, respeto y compromiso… No es gratis, pero cuando se logra, todo esfuerzo parece poco.

Un último apunte. La Iglesia  se basa en el texto del evangelio de hoy para defender a ultranza el ideal del matrimonio indisoluble basado en el amor. Y es un ideal admirable que se funda en una de las manifestaciones humanas más positivas y humanizadoras como es el amor conyugal. Pero un ideal es un ideal, y no es bueno convertirlo en una exigencia cuya quiebra lleve aparejada un alejamiento de Dios y de la Iglesia.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Igualdad del hombre y la mujer.

Domingo, 3 de octubre de 2021
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Jesus abrazo mujerNO VIVIMOS EL PLAN DE DIOS DESDE LA CREACIÓN Y ASÍ NOS VA

Vaya por delante que es únicamente por el compromiso adquirido con Fe Adulta de comentar la liturgia de este domingo, que me dispongo a escribir unas letras porque si por mí fuera, no gastaría ni tinta ni esfuerzo en comentar unas lecturas en las que tenemos que emplear un montón de tiempo en explicar lo que no quieren decir, y entresacar el auténtico mensaje de liberación y de vuelta a los orígenes al principio de la Creación.

Por eso, resulta muy doloroso, y quienes establecen los textos bíblicos para las lecturas litúrgicas tendrían que saberlo, volver una y otra vez a escuchar esos pasajes que no nos proporcionan un juicio moral de Jesús ante situaciones como el divorcio, porque ese no era en ningún momento su propósito, y sin embargo nos vuelven a recordar que no vivimos el ideal por el que fuimos creados: la igualdad, la mutualidad, la complementación entre los sexos.

La cuestión del evangelio del domingo se centra en la pregunta con doble intención por parte de los fariseos a Jesús sobre si le está permitido al marido repudiar a la mujer. ¿Por qué le hacen esa pregunta si saben que la ley mosaica lo permite? ¿Qué quieren, que Jesús diga que no, y “pillarle” contradiciendo la ley de Dios dada a Moisés?

Para darles respuesta Jesús se remonta al Génesis (parte del texto que se nos presenta como primera lectura de la liturgia de hoy) Gn 2: 18-24. “Dios los hizo varón y hembra por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser”.

Por lo obstinados que sois”… les dice Jesús os dejó escrito Moisés ese mandamiento. El plan de Dios era otro muy distinto…pero el egoísmo, la búsqueda de placer instantáneo, la falta de compromiso real en una relación de amor maduro lleva a “destrozar” la vida de tantas mujeres que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo tratadas como objetos.

Jesús, con su predicación del Reino de Dios, cimienta las relaciones humanas en el amor, en el entendimiento mutuo, en el respeto y en el servicio bien entendido. Precisamente Jesús nos presenta a un Dios Abba que está por encima de la ley y los preceptos: la ley mata, el espíritu da vida.

Resulta imposible reconciliar el Dios ley y el Dios Abba de Jesús. Son dos lenguajes tan diferentes, dos experiencias tan distintas que solo pueden llevar al conflicto.

¿Buscamos en Jesús respuestas a cuestiones concretas que tienen que ver con las decisiones morales? Jesús apela a nuestra conciencia, a nuestra dignidad, de manera personal. No hay una ley que aplique a todos los casos por igual.

Y además, ¿cómo vamos a entender esa pregunta hoy cuando en aquellos tiempos la mujer era vista como propiedad del marido, su alianza de matrimonio era algo acordado entre dos varones: él y el padre de la novia? Se podía deshacer de ella como quien se deshace de algo que ya no le sirve. ¿Cómo podemos usar este texto para decir que en nuestra religión no aceptamos el divorcio? ¿Tenía entonces la mujer alguna posibilidad de romper el compromiso con su marido?

Recientemente, ante la noticia de la vuelta de los talibanes al gobierno de Afganistán después de tantos años de guerra, el mundo occidental se ha puesto en pie y reaccionamos entre otras cosas a su “maltrato y abuso” de las mujeres.

Las mujeres estamos cansadas de tener que defender nuestros derechos con respecto a los varones en múltiples áreas de nuestras vidas y cómo no, en la iglesia católica. Sí, puntualizo en la iglesia católica, porque otras iglesias cristianas hace tiempo que se han dado cuenta de que el patriarcado ha dominado durante demasiados siglos nuestras culturas y también ¡cómo no!, nuestra manera de hacer iglesia. No es que otras comunidades lo tengan ya todo conseguido, pero desde luego sus decisiones responden más a los signos de los tiempos que las nuestras.

No podemos admitir en pleno siglo XXI que las mujeres sigamos sufriendo el “dominio” de los varones. Sin embargo, nos deberíamos preguntar en nuestras comunidades cristianas, ¿cómo vivimos la igualdad, la mutualidad, la paridad entre mujeres y hombres? ¿Se hace real el mensaje de Jesús de liberación de cargas culturales, religiosas, tradiciones en lo que se refiere a los ministerios, las tomas de decisiones? LAS MUJERES DECIMOS QUE NO. El plan de Dios desde el principio de la creación no lo vivimos… y así nos va.

Carmen Notario, SFCC

Fuente espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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La verdad, realidad y tarea.

Domingo, 3 de octubre de 2021
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66800546-02F8-4F14-9CF2-87DC5F4D3E83Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

3 octubre 2021

Mc 10, 2-16

Suele ser habitual que los seguidores de una religión –en particular, de las llamadas “religiones del libro” o teístas– absoluticen los textos fundantes de la misma. El motivo es creer que tales textos provienen directamente de Dios mismo. El riesgo grave –dejando aparte las peleas internas motivadas por la existencia de interpretaciones diferentes– es caer en algún tipo de fundamentalismo que pretende someter la realidad presente a la exigencia de aquellos textos, erigidos en criterio absoluto de juicio.

En realidad, el riesgo es triple: en primer lugar, porque el fundamentalismo ignora en la práctica el cambio social y cultural, con las consecuencias que ello implica. En segundo lugar, porque exige una heteronomía que puede llegar a ser alienante, al promover la adhesión a unas creencias, en lugar de estimular la búsqueda autónoma que responda lo más adecuadamente posible a cuestiones presentes. Y, en tercer lugar, porque esa misma adhesión previa a unos textos concretos actúa como factor de separación e incluso de enfrentamiento con otras personas y grupos que no comparten su creencia.

Solo una actitud fundamentalista puede sostener la pretensión de hablar sobre cuestiones como el divorcio o la homosexualidad a partir de textos de hace dos mil años. Desde ella, los exegetas -o “interpretadores” de los textos- se enzarzan en discusiones tan estériles como interminables.

La verdad no cabe en la mente… ni es posible encerrarla en ningún texto escrito, por más que se proclame “revelado”. Esa es nuestra paradoja: somos verdad, pero no podemos poseer la verdad. El mismo Jesús, hombre sabio, dijo “Yo soy la verdad”, pero nunca dijo “Yo tengo la verdad”. Y eso es aplicable para todos nosotros: nuestra identidad profunda es verdad, bondad y belleza, una con todo lo que es; pero, en el día a día, hemos de ir “construyendo” -o descubriendo- la verdad en todo nuestro mundo personal. Por lo que, cuanto más en conexión vivamos con nuestra identidad profunda -en el silencio de la mente pensante-, más estaremos posibilitando que la verdad se abra camino a través de nuestra persona. A más identificación con el ego, más ignorancia y confusión; a más desidentificación, más verdad.

Por todo ello, frente al fundamentalismo y su pretensión de poseer la verdad, no encuentro palabras más sabias que las del poeta Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

¿Soy capaz de cuestionar todas mis construcciones mentales?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

 

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¿Y qué es lo que Dios ha unido?

Domingo, 3 de octubre de 2021
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hqdefaultDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Afectividad – sexualidad.

Todos los humanos, hombres y mujeres, casados y célibes, quedamos emplazados en la vida ante estas cuestiones del amor, afectividad, sexualidad, amistad, familia, etc. Todos vivimos obligados a tomar decisiones ante la experiencia fundamental del amor-afectividad. Esta cuestión es de tal calado que de ella depende el equilibrio, la madurez y la felicidad de cada persona.

El amor es el campo donde más se sufre, se goza, se fracasa y también se realiza la persona humana.

  1. Ha cambiado mucho la sociología de la sexualidad y del matrimonio.

En 2019 se celebraron 165.578 bodas en toda España. 129.240 fueron civiles.

El 80 % de los matrimonios celebrados en España son civiles. (En el País Vasco el número de matrimonios civiles alcanza el 87,4%) Por tanto, solamente el 20% de los matrimonios son canónicos.

Por otra parte, en el plano de la sexualidad, afectividad, etc. estamos viviendo notables cambios culturales y sociológicos que -según me parece- no están del todo resueltos:

  • o El gran movimiento feminista está haciendo que el papel de la mujer haya cambiado y mejorado notablemente en la sociedad: en cuanto a respeto hacia su dignidad, trabajos y competencias fuera del hogar, fuente de economía. Esto planteará otros problemas, como cuál sea el·”rol” de hombre y mujer, ¿quién cuida los hijos? (¿terminarán en casa de ó con los abuelos?)
  • o La familia era amplia en la sociedad rural: en el caserío, en el pueblo rural las familias tenían muchos miembros, hijos, nietos, algunos tíos que quedaban “descolgados”. Hoy la familia es “mínima”, los pisos no tienen ni la amplitud del caserío, ni la vida más sencilla del mundo rural. El consumismo tampoco permite tener muchos hijos.
  • o La concepción de la sexualidad hoy en día es muy diversa a la que tradicionalmente hemos conocido: homosexualidad, transexualidad, etc. / LGBT es la sigla compuesta por las iniciales de las palabras Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero. Esta visión de la swexualidad “está ahí” en la sociedad, no sé si bien o mal resueltas.
  1. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

    Recojamos las palabras de Jesús: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Bueno pero ¿qué es lo que Dios ha unido? Entendemos que Dios ha unido en amor a dos personas que se quieren.

Pero, ¿Qué hacer cuando -por las razones que fueren- desaparece el amor y no se quieren? No quedan sino los papeles, “papel mojado” decimos en castellano. Y Dios no mantiene una unión, que ya no es unión. Dios no pretende una unión meramente legal, unos papeles firmados, una “unión” que en muchos casos es un infierno. Dios no quiere infiernos para nadie.

Infidelidades profundas, desavenencias, enfermedades ocultas, conflictos, interferencias familiares, etc. pueden hacer que un matrimonio sea ya inviable.

Al menos la Iglesia debiera mostrarse comprensiva y bondadosa con quienes han visto fracasar su amor.

  1. Tras un accidente, todo el mundo tiene derecho a curarse.

    Tras un fracaso, tras una ruptura matrimonial, todo el mundo tiene derecho a recomponer y reestructurar su vida. Los separados / divorciados también. Y en el plano eclesial pastoral los divorciados / separados merecen un trato, un tratamiento mejor que el que la Iglesia les da.

El papa Francisco es muy consciente de ello:

“A veces la separación puede incluso ser moralmente necesaria cuando se intenta proteger al cónyuge más débil o a los hijos más pequeños de las heridas causadas por la prepotencia, la violencia, la humillación, la extrañeza y la indiferencia”. (24.06.2015)

Pero no se han dado más pasos. Francisco lo tiene muy difícil para reformar esta y otras cuestiones

En todo caso, no seamos legalista ni en esto ni en nada y tengamos siempre misericordia con quien se ha divorciado o ha fracaso en su vida afectiva, matrimonial.

  1. Frivolidad y fidelidad.

    Los criterios y esquemas de vida con los que funcionamos tampoco ayudan mucho a pensar y preparar matrimonios y familias.

La confusión entre placer y felicidad, entre erotismo y amor, el desajuste entre eros y ágape, el deseo de una vida cómoda, rápida, etc. no contribuyen a una madurez personal y convivencial.

No todo en la vida es de color de rosa, ni es todo sencillo y feliz. La vida tiene momentos y etapas de esfuerzo y sufrientes. La convivencia es hermosa y dura al mismo tiempo. ¿Dónde y en qué pueblo, familia, comunidad, parroquia, etc. no hay discrepancias, conflictos y sufrimiento?

La vida es placer y muerte: eros y thanatos, decía Freud.

    En una sociedad tan erotizada, que vive o propone como “paraíso terrenal” casi exclusivamente el eros, es muy difícil ¿imposible? que se pueda vivir una madurez afectiva.

    Por otra parte quizás hemos olvidado la fidelidad, la lealtad a los compromisos adquiridos en la vida con nosotros mismos y con las personas: compromisos de matrimonio, de vocación, de responsabilidades, de fidelidad a los talentos que Dios nos ha dado.

    El ágape, el amor la entrega y la donación personal enmarca bien la amistad y el eros.

    Los divorcios y separaciones quizás disminuyan en la medida que el amor (ágape) forme parte también de la vida.

Permanezcamos en el amor

y que lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

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La Comisión Bíblica del Vaticano ‘reinterpreta’ la visión bíblica sobre la homosexualidad o el divorcio… y el secretario de Doctrina de la Fe enmienda la plana al texto de la Comisión Teológica: “No existe ninguna ‘apertura’ a las uniones de personas del mismo sexo”

Sábado, 21 de diciembre de 2019
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bodas-taiwan-lgtbLas uniones gay , son “una expresión digna y legítima del ser humano”

La Comisión Bíblica, a petición del Papa, publica ‘¿Quién es el hombre?’, una relectura de las Escrituras acerca de las relaciones homosexuales, el divorcio, el adulterio o el celibato

“¿Quién soy yo para juzgar a un gay?” dijo en su día el Papa Francisco. Ahora, Roma le respalda

Será requerida una atención pastoral, en particular frente a las personas individuales, para llevar a cabo aquel servicio de bien que la Iglesia debe asumir en su misión para los hombres”

“Ciertas formulaciones de los autores bíblicos, como las directivas disciplinarias del Levítico, requieren una interpretación inteligente que salvaguarde los valores que el texto sagrado intenta promover”

La persona que “decide separarse de aquellos que amenazan la paz o la vida de la familia, no realiza por ello un acto contrario al matrimonio”

Una “nueva relectura bíblica”. Esta es la base de ‘¿Quién es el hombre?’, un documento publicado, a petición del Papa, por la Comisión Bíblica y con el que el Vaticano ‘reinterpreta‘ las interpretaciones clásicas que se han hecho sobre la visión de las Escrituras acerca de la homosexualidad, el divorcio, el adulterio o el celibato.

No se trata de ninguna revolución, como explica el jesuita Piero Bovati, secretario de la citada Comisión, sino de ofrecer una herramienta autorizada para los expertos, catequistas y formadores y también “un texto de referencia del que derivar principios para la reflexión sobre temas que están en el centro del debate social y civil: el divorcio, el adulterio, la homosexualidad o, de otra manera, el celibato sacerdotal, por citar sólo algunos ejemplos”.

A lo largo de 330 páginas, el texto se zambulle en temas polémicos, aunque el propio Bovati sostiene, en una entrevista con Vatican News, que hay preguntas que la gente se hace hoy que no encuentran una respuesta inmediata y precisa en la Biblia”. La visión más sorprendente es la que se hace del matrimonio y de las uniones homosexuales.

Ejemplos de uniones gays reconocidas

La relación erótica homosexual no debe ser condenada”, se lee en el texto, según algunas agencias, que recuerda que no existen “ejemplos de unión legalmente reconocida entre personas del mismo sexo” en la tradición bíblica. Por ello se insta a aceptar “la homosexualidad y las uniones homosexuales como expresión legítima y digna del ser humano”.

La Biblia poco o nada dice acerca de este tipo de relación erótica, que por lo tanto no debe ser condenada, también porque a menudo indebidamente se confunde con otros comportamientos sexuales aberrantes”, se lee en el texto, que subraya cómo “ciertas formulaciones de los autores bíblicos, como las directivas disciplinarias del Levítico, requieren una interpretación inteligente que salvaguarde los valores que el texto sagrado intenta promover evitando, por lo tanto, repetir literalmente aquello que también trae consigo rasgos culturales de aquel tiempo. Será requerida una atención pastoral, en particular frente a las personas individuales, para llevar a cabo aquel servicio de bien que la Iglesia debe asumir en su misión para los hombres”.

No todos los divorcios son pecado

Otros temas, como el de la indisolubilidad del matrimonio, también tienen una lectura renovada en el documento. Así, la Comisión Bíblica sostiene cómo “el cónyuge que, observando que la relación conyugal ya no es una expresión de amor, decide separarse de aquellos que amenazan la paz o la vida de la familia, no realiza por ello un acto contrario al matrimonio sino que “atestigua la belleza y la santidad del vínculo precisamente al declarar que no se da cuenta de su significado en condiciones de injusticia e infamia”.

Giacomo Morandi:No existe ninguna ‘apertura’ a las uniones de personas del mismo sexo”

La institución del matrimonio, constituida por la relación estable entre marido y mujer, se presenta constantemente como evidente y normativa en toda la tradición bíblica”

“El documento de la Pontificia Comisión Bíblica sigue exactamente esta línea y ciertamente no se “abreal divorcio, como algunos, de manera distorsionada o instrumental, creen o quisieran

(Vatican News).- El Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, monseñor Giacomo Morandi, comenta el reciente estudio de la Pontificia Comisión Bíblica “¿Quién es el hombre?”. Algunos argumentan ideológicamente sobre este tema, pero dice que en la Biblia “no hay ejemplos de ‘unión’ legalmente reconocida entre personas del mismo sexo”.
Excelencia, ¿puede explicar el significado del documento sobre antropología que acaba de publicar la Pontificia Comisión Bíblica? ¿Cuál es su propósito?

El mismo documento afirma que pretende ser “una interpretación fiel de toda la Sagrada Escritura respecto del tema antropológico”. Este se basa “en un procedimiento expositivo original que ha tomado como texto de referencia el relato fundacional de Génesis 2-3… porque estas páginas bíblicas son consideradas fundamentales por la literatura neotestamentaria y por la tradición dogmática de la Iglesia”. En definitiva, el texto pretende “promover una visión global del proyecto divino sobre el hombre, que comenzó con el acto de la creación y se realiza en el transcurso del tiempo, hasta su cumplimiento en Cristo, el hombre nuevo, que constituye la clave, el centro y la meta de toda la historia humana”.

Algunos se sorprendieron por la declaración sobre la posibilidad de que los cónyuges se separen, a pesar de que esta es la posición tradicional de la Iglesia. ¿Eso significa “abrir” al divorcio? ¿Qué significa ese pasaje y cómo se relaciona con la enseñanza de la indisolubilidad?

La enseñanza de la Iglesia, con el Código de Derecho Canónico, ya concede a los cónyuges válidamente unidos por el sacramento del matrimonio el derecho a separarse en ciertos casos particulares. Pero este hecho no ha significado nunca ninguna legitimación del divorcio, entre otras cosas porque un sacramento del matrimonio válidamente contraído permanece así y nunca puede ser anulado por ningún otro acto. Por el contrario, es diferente la hipótesis en la que el matrimonio se reconoce como nulo desde el principio: este es el caso de los procedimientos para la declaración de nulidad del matrimonio. Sin embargo, a veces hay situaciones en las que la convivencia entre los cónyuges se hace prácticamente imposible por diversas razones. Es precisamente en estos casos que la Iglesia admite la separación física de los cónyuges y el fin de la cohabitación. Sin embargo, los cónyuges que están válidamente unidos por el sacramento del matrimonio no dejan de ser marido y mujer ante Dios y, por lo tanto, no son libres de contraer una nueva unión. La comunidad cristiana está llamada a estar cerca de estas personas y a ayudarlas a vivir cristianamente su situación, como recuerda con autoridad el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1649. El documento de la Pontificia Comisión Bíblica sigue exactamente esta línea y ciertamente no se “abre” al divorcio, como algunos, de manera distorsionada o instrumental, creen o quisieran.

Otros párrafos que han llamado la atención son los relativos a la homosexualidad. Hay quienes han leído en el documento de la Pontificia Comisión Bíblica una apertura a las uniones entre personas del mismo sexo. ¿Es así?

Desde hace algún tiempo, sobre todo en la cultura occidental, se han alzado voces de disensión respecto al enfoque antropológico de la Escritura, tal como la Iglesia la entiende y la transmite en sus aspectos normativos; todo ello se juzga a menudo como el simple reflejo de una mentalidad arcaica e históricamente condicionada. Sabemos que diversas afirmaciones bíblicas, en el ámbito cosmológico, biológico y sociológico, han sido consideradas gradualmente como superadas con la progresiva afirmación de las ciencias naturales y humanas. En este sentido, algunos dicen que una nueva y más adecuada comprensión de la persona humana impondría una reserva radical sobre el valor exclusivo de la unión heterosexual, a favor de una aceptación análoga de la homosexualidad y las uniones homosexuales como una expresión legítima y digna del ser humano. Además – se argumenta a veces – la Biblia dice poco o nada sobre este tipo de relaciones, que por lo tanto ya no deberían considerarse ilícitas desde el punto de vista moral. Se trata de una aproximación ideológica y parcial a la antropología. En realidad, el documento en el n. 185 dice textualmente: “La institución del matrimonio, constituida por la relación estable entre marido y mujer, se presenta constantemente como evidente y normativa en toda la tradición bíblica. No hay ejemplos de ‘unión’ legalmente reconocida entre personas del mismo sexo”. Por lo tanto, no existe ninguna “apertura” a las uniones entre personas del mismo sexo, como algunos lo han afirmado erróneamente.

Fuente Religión Digital

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“Acoger a los pequeños”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 7 de octubre de 2018
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27_to_b-600x401Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: «¿Le es lícito al marido separarse de su mujer?».

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley «machista», en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la dureza del corazón de los varones, que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.

Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios «los creó varón y mujer». Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para «ser una sola carne» e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre».

Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la «dureza de corazón» de los varones?

José Antonio Pagola

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“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 7 de octubre de 2018. Domingo 27º ordinario

Domingo, 7 de octubre de 2018
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54-ordinarioB27 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne.
Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.

Una nota crítica:

Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?

Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.

La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.

Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…

Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.

Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza… Leer más…

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7.10.18. Encarnación a cuatro manos: matrimonio (Mc 10, 2-9 par)

Domingo, 7 de octubre de 2018
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43000467_1090628861114305_9107683648173244416_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 27, tiempo ordinario. Mc 10, 2-9La Palabra de Dios se ha encarnado no sólo en Jesús (Jn 1,4), sino en todo matrimonio, que es “palabra de Dios”, siendo palabra de dos, un hombre,una mujer, dos personas, que descubren uno en otro y con el otro sentido más hondo de su vida, y deciden compartirla, en comunión de amor, sobre toda ley particular, como alianza permanente, “matrimonio”.

La palabra matrimonio significa etimológicamente munus o tarea de madre, al servicio de la gestación y educación de los hijos. Pero según el evangelio de Jesús el matrimonio es algo anterior: es la “matriz” o fuente común de vida donde dos personal (en general un varón y una mujer)con‒viviendo y existen co‒existiendo.

Significativamente, al referirse al matrimonio, Jesús ha puesto de relieve la fidelidad o comunión de dos personas, que son al con‒vivir, por humanidad, antes de toda ley positiva de poder de uno sobre otro (en este caso del marido).

Este evangelio plantea la gracia original del matrimonio rechazando la pregunta de poder, según ley, del fariseo: ¿Puede el hombre despedir a la mujer? (Mc 10, 2). Ésta es una pregunta patriarcal que se plantea desde el poder del hombre sobre la mujer, poder que Jesús rechaza, con palabras de la misma tradición israelita (Gen 1, 27; 2, 24-25).

Ésta era la pregunta que por entonces planteaban ciertos grupos, más interesados por resolver el tema en clave de ley, con superioridad del varón (como en ciertos lugares “cristianos” de la actualidad), que por descubrir y potenciar el principio superior de vida en comunión, en línea de fidelidad personal y de igualdad en la tarea de hacerse personas, uno al otro y en el otro.

43066061_1090628287781029_474601256371879936_n‒‒ Los fariseos (Mc 10, 1-2) suscribían un tipo de “ley” (Dt 24, 1-3) que concede a los varones el poder de expulsar a las mujeres (divorciarse de ellas) con la condición de darles un documento (libelo) de repudio, pues para ellos el matrimonio es una relación de poder y conveniencia, no de Reino de Dios. Así defendían un tipo de patriarcalismo, aunque “moderado por ley” (la mujer tenía el derecho de exigir un documento de libertad, al ser expulsada)

‒‒ Jesús relativiza esa ley, al entenderlo como una concesión («por la dureza de vuestro corazón… »), apelando a la palabra originaria del Génesis que vincula de forma radical a los esposos, declarando que el varón no tiene poder para expulsar a su mujer según ley (ni viceversa), pues el matrimonio como toda relación radicalmente humana va más allá de toda forma de dominio de unos sobre otros (patriarcalismo) o de un tipo de ley que se impone sobre todos.

En este pasaje ofrece Jesús su palabra originaria sobre el matrimonio, oponiéndose al poder que los maridos sobre las mujeres, insistiendo en el don y tarea de la fidelidad personal dentro de su proyecto de familia mesiánica, abierta a los pobres y extendida hasta abarcar cien madres-hermanos-hijos (tema central del evangelio de Marcos en todo lo que sigue: Mc 10‒11).

Al final quedan pendientes muchos temas, que el Papa Francisco ha planteado en parte en su ministerio pastoral (y en su documento sobre la familia: Amoris Laetitia, 2016…), con escándalo y rechazo de algunos, que indica la importancia, y la belleza, la novedad y dificultad de la propuesta de Jesús.

Antes de seguir comentando el texto (a la luz de algunas cosas que he escrito sobre el tema) he de volver a recordar que Jesús no trata (en este contexto) de los hijos, que son importantes, pero vienen más tarde. El tema son los mismos esposos: la capacidad que tienen de fundar y desplegar una vida de fidelidad y unión definitiva, desde la igualdad y libertad de ambos.
Imagen 1: matrimonio judío,una puerta abierta y misteriosa, otra cerrada
Imagen 2: ante el riesgo de la ley, un anillo en el aire
Imagen 3: una palabra del papa Francisco.

Palabra central (Mc 10, 2-9), una carne

Este pasaje, enigmáticamente denso, recoge una sentencia de Jesús, reformulando el sentido de la vinculación original de los seres humanos entre sí. Unos fariseos quieren tentarle, afirmando que su proyecto de familia va en contra de la “ley” que concede a los varones el poder de “expulsar” a sus mujeres, con tal de darles un documento o “libelo” de repudio. Jesús rechaza esa concesión, apelando al principio del Génesis, donde se afirma que ambos, marido y mujer, forman una sola carne, y que su proyecto de humanización compartida es anterior a toda ley.

Y acercándose unos fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al varón despedir a su mujer. Y respondiendo les dijo: ¿Qué os prescribió Moisés? Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-9).

Ésta es una pregunta con trampa, para tentar a Jesús (peiradsontes auton: 10, 2).

‒‒ Si él dice que el hombre no puede expulsar a la mujer, le acusarán de oponerse a la Escritura que lo permite (cf. Dt 24, 1.3).

‒‒ Si dice que puede expulsarla le acusarán de laxista pues deja desamparada a la mujer. En el fondo está el hecho de que una parte de la tradición israelita tiende a concebir el matrimonio como un contrato de dominio: el varón adquiere a la mujer y puede repudiarla (divorciarse de ella).

evangelio-de-marcosDesde ese contexto, los fariseos tientan a Jesús, para mostrar que su ideal de fidelidad resulta imposible y que, además, va en contra de la Ley, que concede al esposo el poder de regular el matrimonio, situándole jerárquicamente sobre la esposa.

Está en juego un tema de hecho (¡las cosas son así!) y otro de derecho: La Ley (Deuteronomio) ha dado la autoridad al marido (no al Estado o a la Iglesia, como en tiempos posteriores), pudiendo suponerse que allí donde esa ley jerárquica se anula y el varón pierde su derecho preferencial, la unión de los esposos quiebra y queda sin apoyo. Precisamente para asentar la unidad del matrimonio, los fariseos resaltan el poder de esposo, suponiendo que la mujer ha de permanecer sometida. El tema de fondo no es el divorcio en general, sino si el varón (anêr) puede expulsar (apolysai), a la mujer (gynê), según ley o concesión del Deuteronomio (Dt 24, 1-3).

1. Una interpretación radical de la Escritura.

Los fariseos tientan a Jesús con un texto De Moisés (del Deuteronomio) y Jesús les responde con otros anteriores (Gen 1, 27 y 2, 24-25) más importantes, que vienen del mismo Dios. Jesús supera así la ley particular de Dt 24 (restrictiva, creada por la dureza de corazón de algunos), para buscar la voluntad original de Dios, en una línea cercana a la que seguirá Pablo en Rom 5 (cuando ponga la fe y la promesa universal de salvación antes del cumplimiento de la ley israelita). Leer más…

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El problema del divorcio. Domingo 27. Ciclo B

Domingo, 7 de octubre de 2018
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divorcio1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).

Advertencia previa

            El evangelio de Mt, al contar este episodio, introduce un cambio fundamental: los fariseos no preguntan si «le está permitido al hombre separarse de su mujer», sino si «le está permitido separarse de su mujer por cualquier motivo». Con esto quieren que Jesús se decante entre dos escuelas rabínicas: la radical de Hillel, que solo acepta el divorcio en caso de adulterio, y la amplia de Shammay, que lo acepta por cualquier motivo. En Mc, el pasaje no tiene el sentido de debate entre escuelas.

Los fariseos y Jesús

Desde allí se encaminó al territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente y, según su costumbre, los enseñaba. 2Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:

            ‒ ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?

         Les contestó:

            ‒ ¿Qué os mandó Moisés?

        Respondieron:

            ‒ Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.

        Jesús les dijo:

            ‒ Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.

La pregunta de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institu­ción divina lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer para que se compenetren y complemen­ten. Pero el judío sabe también que los problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves conflictos.

            Por eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».

            La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente:

«Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa…»

Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como un televisor o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús.

En cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por consiguiente, la pregunta de los fariseos resulta desconcertante. Cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer. Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.

La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.

En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia.

Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.

La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.

(Si aplicamos este mismo criterio a la historia de la moral cristiana comprenderemos su importancia: hay cosas que hoy se permiten o se mandan, pero eso no significa que sean automáticamente buenas o mejores que la propuesta inicial del evangelio.)

Los discípulos y Jesús

 Entrados en casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:

   ‒ Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.

            Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana sí admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.

Reflexión final

            Cada vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para dar gracias a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 07 de octubre de 2018

Domingo, 7 de octubre de 2018
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d-xxvii

“Al verlo, Jesús se enfadó”.

(Mc 10, 2-16)

El evangelio de hoy viene con un paréntesis. Hay un texto entre paréntesis que puede omitirse por razones pastorales. Sucede en más de una ocasión y es cierto que a veces el texto es muy largo pero en lugar de quitarle al evangelio podríamos acortar homilías…

Nos racionan el evangelio igual que la comunión. Las formas con las que comulgamos se parecen poco al pan que se come en una cena.

Sea como sea cuesta creer que exista alguna razón pastoral por la cual haya que omitir estos tres versículos de hoy, en un evangelio que, por otra parte, es corto.

Es cierto que parece que habla de dos temas que no tienen nada que ver. Por un lado, la obstinación de los varones con el divorcio. Por el otro, los niños que se acercan a Jesús.

Lo que hay de fondo es lo mismo: exclusión. Los varones (los judíos y los discípulos) están a favor de excluir a las mujeres, dejarlas fuera. Y los discípulos también quieren dejar fuera a los niños. Excluirlos. Impedir que toquen a Jesús.

Es la tentación del poder que nos hace creer que solo un pequeño grupo, o una sola persona es la que conoce y sabe lo que es mejor para todas las demás. A más poder, mayor tentación. Y cuántos más años se ostenta el poder más nos aliamos con él. Hasta el punto de volvernos ciegas a nuestras propias injusticias.

Todos lo poderes son peligrosos pero quizá el peor de todos es el poder “religioso” que en último término nos hace creer que nuestro punto de vista es la voluntad de Dios.

Jesús no se cansó de advertirnos en este sentido: “No llaméis Padre…”, “escoged el último puesto”, “el que quiera ser el primero…” Nos sabemos de memoria las palabras de Jesús, pero aun así caemos una y otra vez.

Es muy complicado ser hermanas y hermanos, siempre buscamos algo que nos coloque en un escalafón diferente. “Que si yo llevo ya muchos años”, “que si a mí me han encargado esto…” Nos guste o no todos tenemos dentro el virus de la exclusión y más activo de lo que queremos reconocer.

Tan familiar que ni lo vemos y todos sus efectos nos parecen razonablemente justificables. Lo que en otras personas apuntamos como pecado, racismo o exclusión, cuando está en nuestro “haber” le cambiamos el nombre. Si negamos información a alguien es para su bien o por el bien de una tercera persona. Cuando no escuchamos a alguien es porque no sabe del tema.

Nuestra empatía no es tan amplia y acogedora como nos gustaría y lo más fácil es “culpar” al otro, como hacían los varones al excluir a las mujeres o como hacían los discípulos al excluir a los niños.

Oración

Trinidad Santa, no permitas que ande buscando piedras con las que castigar a las demás cuando mi pecado es el mismo. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Darse totalmente sería el ideal del matrimonio.

Domingo, 7 de octubre de 2018
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matrimoniogay1Mc 10, 2-16

Sigue el evangelio en el contexto de la subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Mc no es verosímil, ya que el divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mt dice: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.

No podemos hablar de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares del templo donde puede desarrollarse una verdadera humanidad. En las materias que más pueden afectar al progreso de lo específicamente humano, debemos aprovechar al máximo los últimos conocimientos de las ciencias humanas y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy espirituales que parezcan. Tampoco en esta materia hay verdades absolutas.

El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos externos, pene o pecho. ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar aún si se tuviera esto en cuenta! La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo.

La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de esa tendencia, humanizándola al máximo. La capacidad humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Es verdad que tampoco los hay al utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla.

La diferencia está, no en los actos en sí, sino en la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, es deshumanizadora. El matrimonio no es una patente de corso, en el cual todo está permitido. Estoy convencido de que hay más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él, pero he tenido que dejar de decirlo porque escandalizaba.

Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio y sexualidad sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo realmente complicado es aquilatar lo que queremos decir cuando hablamos de amor. Se trata de una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella en cada caso. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo del otro, también le llamamos amor. No es fácil descubrir lo que significa el amor.

El único enemigo del amor es el egoísmo. El afán de buscar en todo el beneficio propio y personal, arruina toda posibilidad de unas relaciones verdaderamente humanas. Esta búsqueda de otro para satisfacer las necesidades de mi ego, anula todas las posibilidades de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos.

Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean la unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera. También puede darse el caso de encontrar otra persona que dándome lo mismo, me exige menos.

El amor consiste en desplegar la capacidad de darse sin esperar nada a cambio. No tiene más límites que los que ponga el que ama. Aquel a quien se ama no puede poner los límites. Pero la superación del falso yo y el descubrimiento de mi auténtico ser es limitado y debo reconocerlo sin ambages. Debemos tomar conciencia clara de cuál es la diferencia entre el servicio y el servilismo. Jesús dijo que tan letal es el someter al otro como dejarse someter. Si la pareja ha superado mi capacidad de aguante, debo evitar que me someta y aniquile.

Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de mayor humanidad.

Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener.

El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. No es tan difícil de comprender. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que se acabó. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor, es decir, egoísmo que solo pretendía el provecho personal interesado y egoísta.

Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Es muy sencillo si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento.

Es muy corriente confundir el sacramento con el rito externo. Un sacramento es el resultado de la unión de un signo con una realidad significada. En este sacramento, el signo son las palabras que se dicen mutuamente los contrayentes. Lo significado es el verdadero amor. Si no hay amor, el signo que no significa nada, no es más que un garabato sin sentido. Puede haber verdadero amor sin sacramento. No puede haber sacramento sin auténtico amor. ¿Qué es lo que nos interesa? ¿que se quieran de verdad o la apariencia del rito externo?

El domingo pasado decíamos que en Dios todos estamos identificados. Lo que intenta el sacramento es que descubramos esta realidad y la vivamos de manera especial con la persona que elegimos para compartir nuestra vida. Esta es la razón por la que el matrimonio se le ha considerado sacramento, es decir, signo del Amor que es Dios, desplegado entre dos seres humanos. Podíamos identificarnos con cualquiera, pero elegimos una persona y en esa relación especial con ella, pretendemos desplegar toda nuestra capacidad de amar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Estar cerca ser de Jesús.

Domingo, 7 de octubre de 2018
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cristo_y_la_mujer_adultera_de_domenico_morelli_museo_del_prado“Ninguno de nosotros sabe lo que podría suceder ni siquiera el próximo minuto, pero seguimos adelante porque confiamos, porque tenemos fe” (Paulo Coelho)

7 de octubre. Domingo XXVII TO

Mc 10, 2-16

Y los acariciaba y bendecía poniendo sus manos sobre ellos

En uno de los cuadros de Domenico Morelli (1826-1901), Cristo y la mujer adúltera, Jesús aparece junto a una mujer sorprendida en adulterio, a la que salvó de ser apedreada por su pecado. Ella está cerca de Jesús, mientras que los acusadores se alejarán de él cuando se sientan acusados“Quien de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra” (Jn 8, 7).

Ya el AT se hace eco de las grandes ventajas de la cercanía. “Para mí año bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio contar todas tus acciones”, canta el salmista en Ps 73, 28; Isaías dice: “Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí?” (Is 50, 8); y Jehová dice a los profetas: “¿Soy yo sólo Dios de cerca y no de lejos?”  (Jr 23, 23).

Así lo entona también hoy André Rieu, acompañado por su orquesta:

“Cerca de ti, Señor, yo quiero estar.
Pasos inciertos doy, el sol se va,
más si contigo estoy, no temo ya”.

La proximidad de Jesús hace que nuestros vacilantes pasos por los tortuosos caminos del vivir sean seguros, aunque se ponga nuestro entorno. Estar con él nos da confianza para seguir andando. Y lo mejor en estos casos es avanzar cogidos del brazo del sabio consejo de David Thoreau, que un bello día dijo: Ve con confianza en la dirección de tus sueños. Vive la vida que has imaginado”Hay que seguir soñando.

Tuvieron en la Biblia sueños: Cuenta Génesis 2, 19, cuando vieron venir a su hermano José, dijeron: “¡Ahí viene ese soñador! Vamos a matarlo y echarlo en un aljibe; después diremos que lo ha devorado un a fiera, y veremos en que paran sus sueños; En Jueces 7, 13, uno de los del campamento estaba contando: “Mira lo que he soñado: una hogaza de pan de cebada venía rodando contra el campamento de Madián, llegó a la tienda, la embistió, cayó sobre ella y la revolvió de arriba abajo”; lo tuvo también Pilatos tuvo un sueño que Camilo Sexto canto en Jesucristo Superstar“Soñé un sueño muy extraño, que no sé interpretar”; y Martín Luther King, dijo: “I have a dream”, que era su lucha por la libertad y por todos los derechos del ser humano.

¿De qué categoría son los míos? ¿Son de cercanía, como los que maravillosamente cantaba don Miguel de Unamuno en su Diario íntimo?: Cada día hago nuevos descubrimientos en la vieja fe. Parece como se extiende la luz de un alba y su creciente lumbre el campo oscuro, que formaba una pastosa mancha, va cobrando contornos y contenidos y figuras y vida. ¡Cuándo saldrá el Sol!”

Saldrá, sin duda, cuando los dedos de la aurora pulsen las cuerdas de la lira enamorada, lo que sucederá en cualquier momento: “Ninguno de nosotros sabe lo que podría suceder ni siquiera el próximo minuto, pero seguimos adelante porque confiamos, porque tenemos fe” (Paulo Coelho)

PASADO, FUTURO Y PRESENTE

Cuando los dedos de la aurora pulsan
las cuerdas de la lira enamorada
los sueños se desmayan. 

Los del Pasado son pasados
e ignoramos el cielo donde vuelan
sobre nubes perdidas del recuerdo. 

Los del Futuro son futuro, y vuelan presurosos,
queriendo huir lejos
del mundo y de los hombres.

Sólo los del Presente son presente,
y sin cesar batallan
por estar cerca de nosotros

Jesús siempre es Pasado,
es Futuro y Presente
que alienta el caminar de nuestros sueños.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El divorcio, ayer y hoy.

Domingo, 7 de octubre de 2018
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divorcioEn mi comentario, desarrollaré el siguiente esquema:

Ayer: El divorcio en el siglo I en la cultura mediterránea y la alternativa de Jesús de Nazaret.

Hoy: El divorcio en el siglo XXI en la cultura occidental y la propuesta de la “Amoris Laetitia”.

Conclusión: El amor gratuito y servicial; meta y camino antidivorcio.

¿Desde dónde escribo? Soy creyente laica. Vivo en matrimonio desde hace 43 años. He dedicado muchas horas de mi vida profesional a terapia de pareja. Colaboro en los “Cursos para Novios” desde hace diez años. Seguí con mucho interés los preparativos y desarrollo de los dos Sínodos de los obispos sobre la familia en la comunidad eclesial y en el mundo y doy gracias a Dios por la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” del papa Francisco sobre el amor en la familia.

En el Evangelio de hoy, Marcos nos presenta a los fariseos haciendo a Jesús una pregunta difícil para ponerle a prueba. Es una pregunta sobre el divorcio. Si los fariseos hacen a Jesús esta pregunta-trampa es porque el divorcio era ya problemático en ese momento. El divorcio es muy problemático porque es muy importante para la persona. Preocupaba a la sociedad judía de entonces y nos sigue ocupando a nosotros ahora. El divorcio, como ruptura de una pareja humana, que se han unido por un amor que creían duradero y exclusivo, que se comprometieron con un proyecto vital común y descubren un día que la vida en pareja no es lo que soñaron, que la convivencia ha perdido sentido y se ha vuelto imposible, es un fracaso que acarrea muchos problemas. El divorcio ha sido y es un fracaso, un fallo, una herida en la evolución personal y de la pareja.

La pregunta de los fariseos a Jesús es sobre el derecho del varón al divorcio (Deut, 24). Solo el varón tendría ese derecho. En tiempos de Jesús el supuesto del que se parte es la desigualdad, a favor del varón, entre hombre y mujer. La mujer es propiedad del varón y tiene que estar sometida y dependiente del marido como de soltera lo estaba del padre. Contra esa desigualdad responde Jesús: “Al principio de la creación Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gén 1, 27), y serán una sola carne (Gé, 2, 24). De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido”. Y luego “en casa” a los discípulos les matiza la respuesta dada a los fariseos “si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro comete adulterio”. Así Jesús defiende la igualdad de derechos y deberes en el hombre y en la mujer. La desigualdad es antievangélica.

Hoy, la igualdad entre el hombre y la mujer es un derecho y la libertad y la autonomía son valores irrenunciables de la persona con independencia del género. Hoy, ni la sumisión ni la resignación son coherentes con estos valores ni con nuestra cultura. De ahí la crisis del modelo tradicional de matrimonio. Este cambio antropológico-cultural exige la renovación de dicho modelo. Veamos cómo y en qué dirección.

Plan originario: El Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude” (Gén 2, 18). Dios crea al hombre y la mujer y ve que es bueno (Gén 1, 31). Ser hombre y mujer iguales pero diferentes es bueno. La unión en una sola persona (proyecto común) es bueno. La ayuda mutua y el amor contra la soledad es bueno. Desde estos orígenes el matrimonio cristiano se concibe como comunidad de vida y amor. Unión por amor entre dos personas iguales en dignidad, derechos y deberes. La finalidad es la ayuda muta, una comunidad de vida y de amor para que los hombres sean felices y colaboradores libres y responsables en la transmisión de la vida humana. Además para el cristiano el amor matrimonial es encarnación y manifestación del Dios a los hombres. El matrimonio es sacramento del amor de Dios. Dios ha creado al hombre y a la mujer para que para la felicidad. Todo lo demás es “dureza de corazón”. Y lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre ni la mujer (Deut 24). Igualdad de derechos y deberes en la pareja.

En el matrimonio el amor es origen, meta y camino. El ideal deseado y deseable es que este amor sea estable, duradero y exclusivo, solo a ti y para siempre. Es el ideal, el anhelo, al que la pareja humana tiende. A ese ideal se llega, o al menos te acercas, a través de un proceso coextensivo con la vida. La meta está clara pero el camino no es fácil, tiene dificultades y desafíos. Y para esa carrera hay que prepararse y usar todos los recursos disponibles que faciliten la tarea. El amor y la convivencia hay que “trabajarlos”. No se regalan.

El matrimonio es un banco de prueba de la madurez personal y del amor gratuito y servicial, propio y específico de la naturaleza humana. Por eso, a más madurez en esta variable, más felicidad. Y si este ideal no se alcanza o fracasa el amor, hay que buscar alternativas para que la persona sobreviva al fracaso y siga siendo humanamente plena y feliz. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad.

En la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” del Papa Francisco se aborda el amor en familia en la sociedad actual y se proponen medidas de prevención y tratamiento para los desafíos que hoy tiene que afrontar el matrimonio cristiano. Entre ellas destaco:

Preparación al matrimonio: Curso prematrimonial. Más vale prevenir que curar. La mayoría de matrimonios son nulos de origen porque no saben lo que hacen. Falta de conocimiento y madurez. Catecumenado permanente.

Acompañamiento pastoral en las primeras etapas y en momentos de dificultad: La madurez y la felicidad son un proceso de realización personal y de pareja coextensivos con la vida en matrimonio.

Revisión de la Pastoral de divorciados vueltos a casar: Discernimiento acompañado. No bastan los principios universales. Necesidad de personalizar el hecho del fracaso en el amor matrimonial y búsqueda guiada de una alternativa exitosa.

Atención a la fragilidad (vulnerabilidad) humana. Llevamos un tesoro en vasijas de barro: el ideal está claro, el conseguirlo es problemático. Ante la posibilidad de fracaso, aplicación del Principio Misericordia.

Para cerrar: Es frecuente elegir como lectura en la celebración del sacramento del matrimonio el texto de 1 Cor, 13. Es una intuición genial porque es un texto “sapiencial”. Es el mejor resumen de cómo debería ser el amor en el matrimonio a base de: Generosidad, comprensión y fidelidad. Presenta el amor gratuito y servicial como meta y camino de la felicidad humana en el matrimonio.

África de la Cruz Tomé

Fuente Fe Adulta

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¿Y qué es lo que Dios ha unido?

Domingo, 7 de octubre de 2018
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hqdefaultDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. EL AMOR. NO ES BUENO QUE SER HUMANO ESTÉ SOLO.

El ser humano es “a dos tiempos”: hombre y mujer. Dios nos hizo así y se dio cuenta de que “No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada“. (Génesis 2, 18).

Entonces Dios creó a la mujer con la misma dignidad del hombre, puesto que es “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2, 23). De ahí que “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2, 24).

La piedra angular de la afectividad y del matrimonio es el amor.

El matrimonio surge cuando se da el amor entre dos personas y deciden compartir y realizar juntos su existencia. Naturalmente que el amor no va a eliminar los modos de ser de cada cual, la diversa proveniencia familiar, los modos de entender las realidades de la vida, etc. Sería de ilusos pensar que no se da la diversidad, la conflictividad en la vida matrimonial y familiar. Pero -con todo y con eso- surge el matrimonio, es posible compartir y co-realizarse juntos.

02. EL DIVORCIO / SEPARACIÓN: UN FRACASO.

Es posible que el amor inicial de un matrimonio llegue a punto muerto y a desaparecer. Muchas veces presentamos el divorcio o las separaciones como un éxito. Un divorcio / separación es un amor ha llegado a vía muerta: hasta aquí hemos llegado y “esto no va más”. Todo lo que había de amor, ilusión, proyectos, encuentro, etc., ha concluido. Las razones pueden ser múltiples: desencuentros por incompatibilidades, por infidelidades, por discrepancias ideológicas, educativas, quizás por economía, etc.

03. TRAS UN ACCIDENTE, TODO EL MUNDO TIENE DERECHO A CURARSE.

Tras un fracaso, tras una ruptura matrimonial, todo el mundo tiene derecho a recomponer y reestructurar su vida. Los separados y divorciados también.

En el ámbito eclesial los divorciados / separados merecen un trato y un tratamiento mejor que el que les hemos dado. (Hemos visto cómo algún cura negaba la comunión apartándoles de la fila a alguna pareja que convivía tras su primer matrimonio)

Decía el papa Francisco:

“A veces la separación puede incluso ser moralmente necesaria cuando se intenta proteger al cónyuge más débil o a los hijos más pequeños de las heridas causadas por la prepotencia, la violencia, la humillación, la extrañeza y la indiferencia”. (24.06.2015)

El mismo papa Francisco repite con frecuencia afirmaciones de muy diverso tono y talante de las que, por desgracia, estábamos acostumbrados: La Iglesia no cierra las puertas a nadie.

Refiriéndose a los divorciados que han vuelto a tener pareja y a casarse, dice el mismo Francisco que son personas que “no están excomulgadas, como algunos piensan”, sino que “forman parte siempre de la Iglesia”. Es necesaria una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, hacia estas personas que en efecto no están excomulgadas, como algunos piensan: ellas forman parte siempre de la Iglesia. La Iglesia casa paterna en la que hay espacio para todos” y de la que también los divorciados “pueden formar parte

El mismo Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia episcopal española, decía que los divorciados forman parte de la Iglesia.

La misericordia, la acogida hacia quien se ha divorciado o ha fracasado en su vida afectiva, matrimonial son características claramente cristianas.

Lo anticristiano y burdo es separar de la Eucaristía, de la fila de la comunión al divorciado que se acerca a comulgar. Cosa que se hace en la vida pastoral.

Francisco decía en su visita a Cuba: Las personas están por encima de las ideas. El servicio a los demás nunca es ideológico, ya que no sirve a las ideas, sino que sirve a las personas. La ley, el sábado, está al servicio del hombre y no el hombre esclavo de la ley, del sábado. (Mc 2,27)

La misericordia y la acogida de Dios (y esperemos que de la Iglesia) han de llegar también a los divorciados y separados, como llegan a todos los que andamos como podemos en la vida en tantos aspectos morales.

04. ENFRENTAMIENTOS AL PAPA FRANCISCO.

El “enfrentamiento” de algunos cardenales y de algunos obispos en gran medida tiene su raíz en que consideran al actual papa como un hombre de criterios y moral laxa, tolerante

Resulta un poco escandaloso que, mientras en muchos aspectos de la teología y de la vida eclesial, los mismos que exigían, esgrimían y empleaban descalificaciones y expulsiones para muchas personas y teólogos en la Iglesia etc., ahora -en esta cuestión “familiar-matrimonial”– se permitan enfrentarse olímpicamente a la bondad de Francisco.

05. LO QUE DIOS HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE.

Recogiendo las palabras de Jesús se aplica casi fanáticamente a los matrimonios: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Bueno pero ¿qué es lo que Dios ha unido? Entendemos que ha unido en amor a dos personas que se quieren. Dios ha unido el amor de dos personas.

Pero, ¿cuándo desaparece el amor y no se quieren? No quedan sino los papeles, “papel mojado” decimos en castellano.

¿Es cristiano -y humano- pensar que Dios quiera mantener unidas a personas con sufrientes problemas de alcoholismo, drogas, malos tratos, desprecios, continuas fugas de los problemas en la familia, los hijos, etc.?

Dios ha unido el amor, difícil, pero amor. Dios no condena a nadie al infierno de una convivencia imposible.

06. FRIVOLIDAD Y FIDELIDAD.

Los criterios y esquemas de vida con los que funcionamos, tampoco ayudan mucho a pensar y preparar matrimonios y familias. La confusión entre placer y felicidad, entre erotismo y vida afectiva, la confusión entre eros y amor, el deseo de una vida cómoda, rápida, etc., no contribuyen a una madurez personal y convivencial.

No quiero decir que cuanto peor, mejor, pero sí que la vida tiene momentos y etapas de esfuerzo y sufrientes. La convivencia es hermosa y dura al mismo tiempo. ¿Dónde, quién y en qué familia, comunidad, parroquia, etc. no hay discrepancias y conflictos?

Los tres niveles de la afectividad humana son eros, filia y ágape: el mundo del placer genital, la amistad y el amor-donación. La sexualidad humana adulta implica las tres dimensiones.

Pero en una sociedad tan erotizada, que vive o propone como “paraíso terrenal” casi exclusivamente el eros, es muy difícil ¿imposible? que pueda vivir una madurez afectiva.

Si el esquema ideal de vida es el que nos presentan en los programas rosa o cosa parecida, es muy difícil subsistir afectivamente en pie

Por otra parte hay una cosa que se llama fidelidad, lealtad a los compromisos adquiridos en la vida. Los humanos somos “trenes” de largo recorrido. Hemos de mantener los compromisos existenciales: padres, hermanos, enfermedades, ayudas personales, económicas, compromisos propios personales: de matrimonio, de vocación, de responsabilidades, de fidelidad a los talentos que Dios nos ha dado, fidelidades a las personas que conviven con nosotros, al pueblo, a la Iglesia.

El ágape, la entrega y la donación personal han de enmarcar la amistad y el eros. Los divorcios y separaciones quizás disminuyan en la medida que el amor (ágape) forme parte también del eros en todos los sentidos: erótica del poder, sexual, apaciguar el poder del consumismo, etc.

Mantengámonos en el amor y que LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE.

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Recordatorio

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