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Mujeres diaconisas: cristianas subalternas

Miércoles, 22 de mayo de 2019
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766BF1F1-2474-4AE7-9A51-41830C729E34Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid,
Madrid.

ECLESALIA, 17/05/19.- En la Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales celebrada en Roma en mayo de 2016, le preguntaron al papa Francisco si había algún impedimento para incluir a las mujeres entre los diáconos permanentes, al igual que ocurrió en la iglesia primitiva, y por qué no creaba una comisión oficial para estudiar el tema.

Unos meses después el papa despejó la incógnita y creó una Comisión, formada por seis hombres y seis mujeres, presidida por el entonces secretario –hoy presidente- de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo español Luis Ladaria Ferrer- hoy cardenal- , para el estudio del diaconado femenino en la Iglesia católica. De la Comisión fueron excluidos cuatro continentes: Asia, África, América Latina y Oceanía. Había doce miembros europeos y una estadounidense. El inicio de dicha comisión no podía ser más asimétrico y desigual.

En la rueda de prensa ofrecida el 7 de mayo en el avión de vuelta de su viaje a Macedonia el papa reconoció la disparidad de criterios de los miembros de la Comisión tras dos años de estudio e, implícitamente, se refirió a la disolución de la misma sin que hubiera emitido un informe al respecto. A la vista de la falta de resultados, el papa no ha tomado ninguna decisión.

Mejor, así, porque, en mi modesta opinión, se trataba de una Comisión tan innecesaria como ineficaz, como se ha demostrado por la falta de resultados y su rápida disolución. Era innecesariaporque el estudio ya está hecho por exegetas, teólogos, teólogas, historiadoras e historiadores del cristianismo. Las conclusiones cuentan con un amplio consenso entre quienes vienen investigando desde siglos sobre el tema: Jesús de Nazaret formó un movimiento contrahegemónico igualitario de hombres y mujeres que lo acompañaron por los caminos de Galilea, compartieron su estilo de vida itinerante y asumieron responsabilidades sin discriminación alguna por razones de género.

En los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres sacerdotes, diaconisas y obispas que ejercieron funciones ministeriales y tareas directivas hasta que la Iglesia se jerarquizó, clericalizó, patriarcalizó y las mujeres fueron reducidas al silencio. El libro de la teóloga estadounidense Karen Jo Torjesen Cuando las mujeres eran sacerdotes. El liderazgo de las mujeres en la iglesia primitiva y el escándalo de su subordinación con el auge del cristianismo (El Almendro, Córdoba, 1996) lo demuestra con todo tipo de argumentos: arqueológicos, históricos, teológicos y hermenéuticos. Y más recientemente Sacerdotas. La mujer en las diferentes liturgias y religiones, de Yolanda alba /Almuzara, Córdoba, 2018).

La Comisión me parecía ineficaz, si faltaba voluntad de incorporar a las mujeres a las funciones eclesiales directivas, al acceso directo a lo sagrado sin mediación patriarcal y a la participación en la elaboración de la doctrina y de la moral. Hoy puede afirmarse que faltaba dicha voluntad. A los hechos me remito. En la encíclica Inter insigniores, el papa Pablo VI cerró a cal y canto la puerta al acceso de las mujeres al ministerio sacerdotal alegando que Jesucristo solo ordenó a varones.

Sus sucesores han repetido tan falaz argumento como un mantra. Juan Pablo II, asesorado por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, radicalizó el cierre al afirmar que el asunto quedaba zanjado definitivamente. Benedicto XVI, conocedor como teólogo que era, de la existencia de mujeres diaconisas, sacerdotes y obispas en el cristianismo primitivo, se mostró igualmente contumaz y siguió el mismo camino de obstrucción al sacerdocio de las mujeres. El papa Francisco ha vuelto a ratificarlo citando la contundente afirmación excluyente de Juan Pablo II.

No puedo compartir la idea del diaconado femenino, porque, de instaurarse institucionalmente y atendiendo a las funciones auxiliares que se les asignaría, las mujeres seguirían siendo subalternas y estarían al servicio de los sacerdotes y de los obispos, no de la comunidad cristiana. Más que de entrar en el estatus de colaboradoras directas de los sacerdotes y obispos, pasarían a un estado de servidumbre permanente.

Creo que es hora de pasar de la subalternidad de las mujeres a la igualdad; de la sumisión al empoderamiento; de su estatuto de dependencia a la autonomía; de ser objetos decorativos a sujetos activos. Y eso con el diaconado femenino no se lograría, sino todo lo contrario: se prolongaría la minoría de edad de las mujeres bajo el espejismo de que se está dando un importante paso hacia adelante y de que se les concede protagonismo.

Insisto, lo que se haría sería perpetuar la humillación y la servidumbre, la subalternidad y la dependencia del clero sacerdotal, episcopal y papal. Para que se produzca un cambio real en el estatuto de inferioridad de las mujeres es necesario que sean reconocidas como sujetos religiosos, eclesiales, éticos y teológicos, cosa que ahora no sucede.

Y para que esto suceda es necesario mirar al pasado, ciertamente, pero no con la añoranza de reproducir acríticamente la tradición, sino con el objetivo de recuperar creativamente el protagonismo que las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús y en los primeros siglos de la Iglesia cristiana. Pero, sobre todo, hay que mirar al presente y al futuro para poner en práctica en el interior de la Iglesia el principio de igualdad y no discriminación de género que rige, aunque imperfectamente, en la sociedad.

Cualquier discriminación y cualquier injusticia de género son, antropológicamente, contrarias a la igual dignidad de todos los seres humanos; teológicamente, van en contra de la creación de ser humano como hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios; eclesialmente, son contrarias al movimiento igualitario de Jesús de Nazaret, al principio de fraternidad-sororidad que debe regir en la Iglesia y a la igualdad de las cristianas y los cristianos por el bautismo.

Sin igualdad y justicia de género, la Iglesia seguirá siendo una de los últimos, si no el último, de los bastiones del patriarcado que quedan en el mundo. En otras palabras, se mantendrá como una patriarquía perfecta. Y para justificar dicha patriarquía no podrá apelar a Jesús de Nazaret, su fundador, sino al patriarcado religioso, basado en la masculinidad sagrada, que apela al carácter varonil de Dios para convertir al hombre en único representante y portavoz de la divinidad.

Como afirmara la filósofa feminista Mary Daly, “Si Dios es varón, entonces el varón es Dios”. ¡Patriarcado en estado puro! Como escribe la intelectual feminista de la tercera ola, Kate Millet, en su libro Política sexual, “el patriarcado tiene a Dios de su parte”. Es verdad. Y lo es desde su alianza y complicidad con Adán en contra de su primera esposa, Lilith, defensora de la igualdad entre ella y Adán, como cuenta un Midrash del siglo XII,

O quizá habría que decir, mejor, que son las masculinidades sagradas, las que se arrogan la representación patriarcal de Dios y es a ellas a quienes el patriarcado ha tenido y sigue teniendo de su parte. ¿Hasta cuándo? De nosotros y nosotras depende que esa situación se perpetúe o, por el contrario, cambie.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Las “mujeres diácono” en la era apostólica y subapostólica, por Giancarlo Pani

Martes, 26 de septiembre de 2017
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image-13La figura de la mujer en la sociedad ha cambiado radicalmente en comparación a los tiempos antiguos, y las perspectivas para el futuro podrían cambiar en el seno de la iglesia. Por el momento, el Papa Francisco quiere escuchar a las mujeres con la guía del Espíritu y se ha comprometido a instituir una comisión para estudiar el papel de la mujer en la iglesia católica. Es por eso que en el siguiente post os dejamos una reflexión de carácter histórico de la mano del escritor Giancarlo Pani S.I.

El 12 de mayo de 2016, en ocasión de la audiencia general a las superioras generales de las órdenes religiosas, una hermana preguntó al papa Francisco por qué las mujeres estaban excluidas de los procesos de decisión en la Iglesia y de la predicación en la celebración eucarística, siendo así que, según sus mismas palabras, «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad».[1]

En su respuesta, Francisco hizo referencia a la existencia de diaconisas en la Iglesia antigua: «Parece que el papel de las diaconisas era ayudar en el bautismo de las mujeres […], también para hacer las unciones sobre el cuerpo de las mujeres».

Y tenían también otra tarea: «Cuando había un juicio matrimonial porque el marido golpeaba a la mujer y ella iba al obispo a lamentarse, las diaconisas eran las encargadas de ver las marcas en el cuerpo de la mujer por los golpes del marido e informar al obispo».

Por último dijo el Papa: «Quisiera constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión: creo que hará bien a la Iglesia aclarar este punto; estoy de acuerdo, y hablaré para hacer algo de este tipo».[2]

Tres meses más tarde, el 2 de agosto, el Papa hizo honor a su compromiso e instituyó la comisión para estudiar el tema del diaconado femenino sobre todo en la historia. La comisión ya ha comenzado su trabajo. En espera de conocer sus conclusiones, queremos realizar aquí una reflexión de carácter histórico.

Los Evangelios y las mujeres

La novedad saltó de inmediato a los medios del mundo católico y no católico, provocando reacciones diversas y opuestas. Algunos consideran que el diaconado permanente de las mujeres es un regreso a lo que estaba en vigor en la Iglesia antigua, y, por tanto, algo legítimo. Otros, por el contrario, lo consideran el primer paso hacia el sacerdocio de las mujeres y estiman que esto no es posible en la Iglesia católica.

Los Evangelios muestran, respecto de la mujer, una actitud nueva y positiva, libre de prejuicios: Jesús habla en público con mujeres, comportamiento que en la época se consideraba poco digno de un maestro. Él «se opone a todos los hombres que en nombre de la ley judía querían condenar a la adúltera, defiende el gesto afectuoso de María de Betania contra las críticas, alaba en la pecadora arrepentida una actitud de amor muy superior a la de Simón el fariseo, en el tiempo de la resurrección se aparece a María Magdalena antes de mostrarse a los apóstoles».[3] Esta última elección es, tal vez, la más significativa: el Señor confió a María Magdalena el primer mensaje de la resurrección, sobre el cual se funda el cristianismo, y su testimonio se difundió en el mundo entero mediante el anuncio evangélico.[4]

Jesús sabía bien que el testimonio de las mujeres iba a ser recibido como «delirio» (cf. Lc 24,11), pero las eligió igualmente para una tarea primordial de testimonio en la Iglesia y para iluminar a los mismos apóstoles.[5] Análogamente, la primera comunidad cristiana tiene un modo innovador de relacionarse con la mujer, hasta tal punto que este período es considerado por los estudiosos como «una primavera para el ministerio femenino. […] Varios historiadores están convencidos de que, en el tiempo de la primera evangelización, las mujeres no solo participaban en la misión, sino que dirigían también ekklēsíai domésticas».[6]

Las «mujeres diácono» en la era apostólica y subapostólica

En cuanto a las «mujeres diácono», pocos son los pasajes del Nuevo Testamento en los que se hace referencia a ellas. La carta a los Romanos habla de ellas en el último capítulo, donde Pablo dice: «Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que además es servidora [diákonos] de la Iglesia que está en Céncreas» (Rom 16,1). Febe es la única mujer diácono de la Iglesia del siglo I cuyo nombre se conoce.[7] Su condición de «diácono de la Iglesia» está en femenino,[8] algo puesto de manifiesto por la estructura misma de la frase, que hace resaltar su función diaconal pero sin especificar los ámbitos de servicio. Pablo le asocia otra cualificación, la de prostatis (el que se ocupa, el benefactor), para indicar otra tarea específica de Febe.[9]
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El cardenal Sarah se reafirma en su cerrazón homófoba hacia el colectivo LGBT

Jueves, 7 de septiembre de 2017
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Cardinal-SarahMüller fue relevado en Doctrina de la Fe por negarse a presidir la comisión sobre las diaconisas

Francisco prefirió trabajar, desde el comienzo de su pontificado, con Ladaria 

(Cameron Doody).- Aunque lo cesara como Prefecto de Doctrina de la Fe en julio de este año, el Papa Francisco nunca tuvo confianza en el cardenal Gerhard Müller, hasta el punto de que prefirió trabajar desde el comienzo de su pontificado con el actual cabeza del Santo Oficio, el arzobispo Luis Francisco Ladaria, sj.

Lo ha revelado un teólogo protestante amigo del purpurado alemán, Thomas Schirrmacher, autor de un libro sobre las múltiples reuniones que ha sostenido con el pontífice.

En una entrevista con kath.net, Schirrmacher afirma no solo que Ladaria ha estado ayudando al actual obispo de Roma como su “principal asesor teológico” desde 2013. También sostiene que la marginación del cardenal Müller se remonta hasta tiempos de Benedicto XVI, dada la colaboración estrecha que Ratzinger y Ladaria habían venido realizando en documentos tales como Dominus Iesus o el texto sobre la existencia del limbo.

El teólogo alemán, secretario general asociado de la Alianza Evangélica Mundial, revela nuevos detalles sobre el cese formal de Müller. La razón última de su destitución, sostiene Schirrmacher hasta en dos ocasiones, fue que el purpurado se negó a presidir la comisión establecida por el Papa sobre el diaconado femenino histórico. “Müller lo rechazó; lo vio como una puerta de entrada para la ordenación de mujeres”, defendió Schirrmacher.

Mientras tanto, el cardenal Robert Sarah, Prefecto de Culto Divino y aliado del cardenal Müller en su intento por desestabilizar el pontificado de Francisco, ha arremetido en una tribuna en el Wall Street Journal contra una de las voces más sensatas en el ministerio de la Iglesia a las personas LGBT, el jesuita norteamericano James Martin.

“Aquellos que hablan por la Iglesia tienen que ser fieles a las doctrinas invariables de Cristo, dado que solo viviendo en armonía con el diseño creativo de Dios encontramos una satisfacción profunda y duradera”, escribe Sarah en su artículo. Así alude a los llamados repetidos de Martin de que la Iglesia demuestre más respeto, compasión y sensibilidad con las personas de diferentes orientaciones afectivas.

Hablando con Crux, Martin ha respondido al purpurado ghanés, y aunque le ha felicitado por utilizar el término ‘LGBT‘ -una etiqueta que los católicos más conservadores suelen evitar- el jesuita lamenta que las advertencias del cardenal sobre “las consecuencias tristes del rechazo del plan de Dios” en las vidas de las personas LGBT representan una oportunidad perdida.

“Me gustaría haber leído algo de las consecuencias tristes de lo que pasa cuando a los LGBT se les trata como ciudadanos de segunda clase, o lo que es peor, a manos del clero y de la jerarquía“, ha lamentado el jesuita.

 

Fuente Religión Digital

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Nosotros hemos impartido la extrema unción

Domingo, 29 de mayo de 2016
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uncion_560x280Emotivo artículo que hemos leído en su blog:

“Rasgaduras de vestiduras”

“Pensó que siendo todos laicos, nosotros teníamos más derecho a impartir la unción a nuestro hijo”

(Isabel Gómez Acebo).- Sonó el teléfono de mi marido, un domingo de invierno, cuando tomábamos café después de almorzar. Por la cara que puso, mientras hablaba, supe que algo malo había ocurrido.

En efecto, nos llamaba un amigo de nuestro hijo Jaime para decirnos que había tenido un accidente cuando esquiaba en Suiza y que estaba en un hospital de Berna, con pronóstico grave. Cogimos un avión y casi no hablábamos pues nos quedamos en shock.

Al llegar al hospital nos esperaba lo peor pues nos dijeron que a nuestro hijo le daban pocas horas de vida. Cuando se enteraron los médicos de que éramos católicos se acercó a vernos el capellán del hospital, un hombre maravilloso de mediana edad que nos propuso darle a Jaime la extremaunción, aceptamos y los tres entramos en la UVI. Seguimos sus instrucciones repitiendo sus palabras y haciendo las cruces preceptivas con los óleos sobre el cuerpo de nuestro hijo.

Yo, inmersa en una enorme pena, no me daba mucha cuenta de lo que estábamos haciendo pero me pareció raro que nosotros tomáramos tanta parte activa en el sacramento y le pregunté: Padre, ¿ha cambiado el rito? Su contestación me impactó, no era sacerdote y cuando el obispo le encomendó la capellanía del hospital, el servicio venía con los santos óleos incluidos y con las palabras: haz lo que puedas. Pensó que siendo todos laicos, nosotros teníamos más derecho a impartir la unción a nuestro hijo pues era el último servicio que le podíamos hacer en vida.

No se me olvidará nunca ese capellán que era empleado de un banco y venía a vernos a mediodía en su hora libre para almorzar y cuando salía del trabajo por la tarde. Buscó un sacerdote para que dijera una misa corpore insepulto y la verdad es que hubiéramos preferido una liturgia con el capellán que había pasado muchas horas con nosotros y nos conocía.

Cuento esta trágica historia, no me gusta hacerlo porque aunque han pasado muchos años todavía lloro, con motivo de las rasgaduras de vestiduras de algunos ante la propuesta del papa de ordenar diaconisas, mujeres que no podrán, en caso de ser ordenadas, administrar el sacramento de la unción. Una vez lo comenté en Roma, en un curso que estaba dando, y al terminar se me acercó una señora francesa para decirme si era consciente de la invalidez de ese sacramento que habíamos impartido ¿Válido para quién? Fue mi respuesta.

Comprendo que la Iglesia como institución tiene que tener unas normas pero también me parece que los obispos deben velar por el buen servicio a la feligresía y en estos momentos de escasez de sacerdotes en muchas diócesis, están en la obligación de tirar de lo que puedan. Eso hizo el obispo de Berna con nosotros hace unos años y le estamos muy agradecidos.

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Fuente Religión Digital

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