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Credo de la Comunidad

Viernes, 12 de abril de 2024

Del blog de Miguel Ángel Mesa Otro mundo es posible:

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Creo en Dios, Madre y Padre, Fuente, Vida, Aliento y Comunión de cada comunidad. Sustento de la entera creación. De todo el universo y de cada hombre o mujer.

La Divinidad nos ayuda a ser y a sentirnos más unidos, en comunidad de vida con todo lo que nos rodea, pues Ella misma es el más elevado ideal de Comunidad, la mejor Comunidad.

Creo en el Espíritu de Dios, que no es estático, sino que camina a nuestro lado,fluye muy dentro de nosotros y nosotras, que nos impulsa y alienta a renovarnos para revitalizar e impulsar a nuestra comunidad.

Creo en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios como nosotros y nosotras, que nos reveló con su vida la mejor forma de acercarnos a Dios, para vivirle en comunidad. Siguiéndole, desde el espíritu de las bienaventuranzas, construimos un mundo nuevo, renacemos cada día como comunidad y crecemos como personas en humanidad.

Creo que la Iglesia debería de ser una comunidad de comunidades, pobre, sencilla y alegre, que anuncie la buena noticia de Jesús, y se esfuerce por construir cada día otro mundo más justo, sororal y fraterno, solidario, en paz.

Creo en mi comunidad, en mis hermanos y hermanas, con quienes recorro cada día el camino señalado por el espíritu de Jesús, una senda de felicidad, justicia, solidaridad, armonía y encuentro.

Creo que sin mi comunidad no sería quien soy ahora. Ni llegaría a ser lo que estoy llamado a intentar día tras día, junto a ellos y ellas. En mi comunidad suplen cualquiera de mis carencias y me ayudan a crecer como cristiano, como ser humano.

*

Miguel Ángel Mesa
13.03.2024

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

José María de Llanos: El credo que ha dado sentido a mi vida.

Miércoles, 22 de marzo de 2023
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6393272ace42eEl Padre Llanos con Dolores Ibarruri, Pasionaria.

A los 31 años de su muerte (1906-10 de febrero de 1992). El jesuita José Mª Llanos y el barrio del Pozo del Tío Raimundo a donde él llegó como vecino y párroco en pleno nacionalcatolicismo de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, fue un referente  en el cristianismo progresista de antes y después del Concilio. Él publicó su Credo en el segundo de la famosa serie de Desclée (sobre la que escribía hace diez años un artículo en su Blog el viejo amigo de Atrio Miguel Ángel Velasco). Hoy nos recuerda ese aniversario otro amigo, Juan Antonio Delgado de la Rosa, doctor en Historia, que ha dedicado mucho trabajo a recoger la memoria de tantas figuras importantes de aquella época: Diez Alegría, Mariano Gamo, García Salve, Eugenio Rollo… AD.

Con solo siete años, el pequeño Llanos quedaría huérfano de madre. Esa orfandad, más que un mero dato histórico, se hizo en Llanos “espacio y misterio” que le marcará íntimamente de forma indeleble. Es como un virus, el de la soledad más honda. Un sentimiento que horadaba el alma (cuando golpea la circunstancia vital de un niño privado de la ternura de su madre). La orfandad fue el origen de sus depresiones, que se incrementaron con la muerte de su hermano Nicomedes. Por tanto, para Llanos la orfandad se pagaría de por vida como sentida carencia, que le hiere las entrañas. Esta orfandad tan hondamente vivida, sería para Llanos clave para reconocer sus taras y su carácter difícil. De sus humores casi crónicamente bajos, de sus irascibilidades y sus repliegues.

La esperanza pone al hombre a la tarea de este mundo, citándonos hoy para mañana y mañana para pasado, sin saltos ni evasiones, pero sin puntos finales ni autoderrotas, porque esta esperanza cristiana incluye el Maranatá. Esperanza absoluta ante la cual la muerte no es sino un mañana más original y serio. Y así escribió su Credo, que hoy 31 años después, de la usencia sentida de Llanitos, nos ilumina en el camino de la vida:

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“Creo que la vida es buena,
la que experimenté, la que experimento, la del “a pesar de todo”,
la que besa por sorpresa, la que guarda las espaldas,
la que cita desde las cosas tan sencillas y en las horas más calladas.

Creo en los hombres como son,
en aquellos que fueron amigos entrañables, y en los que me moldearon diestramente,
en aquellos a los que me atreví a moldear también un poco,
y en todos con los que marché y marcho por la vida,
confesando al amor como artículo de fe. Creo en la acción,
la que me fue despertando e irguiendo, según tomaba parte en la aventura humana, la que me salvó del naufragio
al par que me quemaba, en dialéctica feroz, la acción que es pensamiento, saber, curiosidad, palabra y pluma,
tareas, mando…y la poesía.

Creo en las “causas” humanas,
las que fui descubriendo una tras otra, a las que serví,
y al fin de ellas, en esta,
la de la justicia y libertad para todos,
según estructura socialista compartiendo entonces el llanto, la rabia y la lucha
con los hombres del pueblo.

Creo en el sentido de los fracasos,
en el de las perplejidades, la impotencia y el mal,
en el de la vulgaridad, el egoísmo, el cansancio, en la depresión, el absurdo y la náusea,
en mis “retiradas” mil, y en la muerte tan callando.

Creo en el misterio,
como telón de fondo, interrogante,
el que asoma detrás de cada triunfo y de cada derrota,
de cada flor, de cada latido y de cada hermano, tras la luz tan abierta y el silencio profundo.

Creo con otra fe, que ya no es mía del todo, creo en Jesús de Nazaret, Señor y hermano,
su muerte y su victoria, su vida aquí y ahora, su mensaje liberador, su llama exigente,
su profecía cifrada…y en Él.

Creo en Dios Padre, y en su don, el Espíritu, por Jesús y según su palabra,
creo en la alianza jurada y la promesa,
creo en una su presencia inexperimentable y en una su acción incomprensible,
creo por ello en la paz, y en la plegaria.

Creo en la Iglesia y en la humanidad,
creo en la Iglesia como levadura humilde, sacramento y llamada,
creo en mi ministerio entonces, en mi puesto, aquí desde hace 47 años,
creo en la humanidad entera, como pueblo que marcha trabajando por Dios,
en libertad y progreso, estructurado y ya púber, con sus vivos y sus muertos, hacia el Reino.

Creo al fin y por fin en la esperanza,
en el “ya sí pero todavía no”,
en el “a pesar de los pesares”,
en el “mañana, pues, y pasando mañana”…,
en el “todo es posible porque Dios es y más…”

LLANOS-LIBRO

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Fuente Redacción de Atrio

(Pinchando las fotos puedes agrandarlas.)

 

Fuente Atrio

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“Navidad cristiana y Navidad universal”, por José Arregi

Lunes, 26 de diciembre de 2022
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7A54C862-5242-491C-BD6C-A6B505966B52Leído en su blog Umbrales de Luz:

Puede que la Navidad de las calles iluminadas, la propaganda consumista, los villancicos rayados, las reuniones desganadas, los regalos obligados… nos guste más o menos o que incluso nos disguste. Sin embargo, si acertáramos a liberarla de su explotación comercial, de nuestras ambiciones engañosas, también de nuestras liturgias insulsas, palabrería vacía y dogmas trasnochados, si abriéramos los ojos y la miráramos en su hondura universal, la Navidad podría tocarnos el corazón, encender en él una llama de paz creadora, volverlo más humano para nuestro bien y el bien común de la Tierra.

Me refiero no solo a la Navidad cristiana, sino también a la Navidad universal, la del sol en los solsticios de cada año y en el milagro del amanecer de cada día, la Navidad de las azaleas en flor, la Navidad de cada nacimiento deseado y esperado en cualquiera de sus formas, la Navidad del renacimiento del bien y de la esperanza en el mundo a pesar de todo. ¡Bendita sea la Navidad universal de la Vida en todas sus formas!

Bendita sea también la Navidad de Jesús de Nazaret con ese entrañable imaginario que llevo grabado en las entrañas desde niño: el pesebre, la gruta, los pastores y campesinos, los campos de Belén, el coro de ángeles en medio de la noche, la estrella que guía a los sabios de Persia, los cofres de oro, incienso y mirra. Esa fue mi primera Navidad y es aún hoy la primera para el niño que sigo siendo. Pero para el viejo de 70 años en que sin darme cuenta me he convertido, la Navidad de Jesús es ni más ni menos que mi icono más cercano e inspirador de la Navidad universal. Y a esta Navidad de Jesús no sé si llamarla cristiana, porque el cristianismo vino cien años después y porque, en el fondo, Navidad no hay más que una.

Ya se celebraba con otros nombres mucho antes de Jesús. Milenios antes, muchos pueblos festejaban el solsticio de invierno, en torno al 21 de diciembre en el hemisferio norte y en torno al 20 de junio en el hemisferio sur, cuando la inclinación de la luz solar sobre la Tierra es máxima y la noche empieza a ser más corta y el día más largo. Era y sigue siendo la fiesta del sol y de la Tierra, la fiesta de sus frutos dados en comida común, la fiesta de la Vida.

Los mayas, aimaras, incas y mapuches celebraban y todavía celebran el retorno o la nueva salida del sol. Y lo mismo los maoríes de Nueva Zelanda, los dogos de Mali y los sami de Laponia. E igualmente en Japón, en China, en la India y en Persia. Y los pueblos eslavos, como Rusia y Ucrania, al igual que los celtas. Los germanos y escandinavos evocaban el nacimiento de Frey, dios del sol, de la lluvia y de la fertilidad, representando la divinidad con un árbol de hoja perenne. En Roma celebraban “la Natividad del Sol invicto” el 21 de diciembre, y los practicantes del culto mitraico en todo el imperio romano conmemoraban el nacimiento de Mitra en una cueva el 25 de diciembre.

A medida que el cristianismo se extendió y que a partir de Constantino se impuso, sucedió lo que ha sucedido en todos los tiempos, culturas y religiones: la nueva religión asimiló la fiesta antigua y la revistió de un nuevo nombre, motivo y significado. Así, la fiesta de la luz y de la naturaleza que renace se convirtió en fiesta del nacimiento de Jesús, nueva luz –la misma Luz– que ilumina y consuela la vida. Nada se pierde, todo se transforma. Cambian los calendarios y los nombres, los rituales y los significados concretos, pero vuelve el mismo Sol sobre la misma Tierra. Vuelve a revelarse, a hacerse presente, el misterio vivificador de la Luz.

Sobre el nacimiento de Jesús, nadie sabe nada salvo que fue hijo de María y de José (o quizás de un padre desconocido) y que nació en Nazaret en una familia numerosa y pobre. Fue libre y hermano, compasivo y sanador. Por eso sus seguidores le reconocieron como el Cristo o Mesías, aquel que esperaban y que había de anunciar la buena noticia a los pobres, curar a los enfermos, liberar a los cautivos, y con el tiempo poetas como Lucas crearon bellos relatos simbólicos que narran su nacimiento. Hubo también quienes le confesaron como el Verbo o el Logos divino creador del mundo. “La Palabra se hizo carne”, se lee en el Evangelio de Juan. En el siglo IV se elaboró el actual Credo que confiesa a Jesús como el único Hijo de Dios, “de la misma naturaleza del Padre”, que “se encarnó de María Virgen”. Y así empezaron a celebrar de manera ritual el nacimiento de Jesús.

Yo lo sigo haciendo, pero no puedo creer el Credo a la letra. No puedo pensar razonablemente en un Dios Omnipotente, Creador anterior y exterior al mundo que, en los 13.700 millones de años de este universo en expansión con cientos de miles de millones de galaxias que albergan probablemente incontables planetas con vida, en este universo que tal vez no sea más que uno entre otros universos sin número, se haya encarnado plenamente solo una vez, y lo haya hecho justamente en el planeta Tierra, en esta especie pasajera que es el Homo Sapiens, hace 2000 años, en un varón judío llamado Jesús, que habría sido concebido sin gametos masculinos y habría venido a la Tierra para expiar nuestros pecados.

Ya no puedo creer en el dogma de la encarnación entendido a la letra, pero celebro la Navidad de Jesús. Cada día, en estas fiestas miraré y me inclinaré con ternura ante nuestro Belén de casa. Bet-lehem, casa del pan. Entrañable Belén en un mundo lleno de deseos y dolores. Me uniré a la pequeña comunidad de Aizarna y cantaré con ella de corazón y de boca las palabras del Credo cristiano: “Se encarnó de María Virgen”, sin sujetarme al significado tradicional, trasnochado, de las palabras. Celebraré la Navidad cristiana de Jesús, símbolo de la Navidad del corazón sin fronteras, la Navidad de la humanidad, la Navidad del planeta, la Navidad del Cosmos infinito, hecho de fuego o de luz. Cosmos eterno hecho de materia espiritual. Misteriosa matriz animada de Creatividad de la que nacen universos, soles, planetas, azaleas, petirrojos y corderillos, y este admirable y tan contradictorio Homo Sapiens que tal vez desaparezca antes de alcanzar el equilibro que busca, su verdadera divinidad: la bondad feliz creadora.

No faltarán quienes digan que esta Navidad que celebro no es cristiana. No sé a qué llaman cristianismo. En cuanto a mí, pienso que ser cristiano no requiere profesar a la letra doctrinas hoy incomprensibles, en instituciones jerárquicas hoy sin sentido, y que ese cristianismo desaparecerá, ya está desapareciendo. Pienso que ser cristiano, en el fondo, consiste en crear y cuidar la vida, tan maravillosa y frágil, la vida hermanada y gozosa, siguiendo el Espíritu o la inspiración de Jesús, bendito sea.

Aizarna, 22 de diciembre de 2022

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“Lo que yo creo II: Jesús de Nazaret”

Miércoles, 26 de octubre de 2022
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untaljesusTomás Maza Ruiz
Madrid.

ECLESALIA, 30/09/22.- La palabra creer es polisémica, es decir puede tener varios significados. En este caso no es lo mismo creer en Dios que creer en Jesús. No es sólo afirmar que éste ha existido en contra de los que niegan su existencia, Aunque hay algunos que han negado su existencia, la inmensa mayoría afirman que la vida de Jesús es tan real como la de Julio César o Miguel de Cervantes o la de cualquier personaje histórico. Pero cuando digo que creo en Jesús no afirmo únicamente su existencia humana, sino que me siento especialmente unido a él, que participo de su mensaje, que creo que su vida y su muerte han servido y siguen sirviendo de inspiración y ayuda para millones de personas desde hace dos mil años y seguirán siéndolo en el futuro.

¿Se puede saber con exactitud cómo fue la vida de Jesús y su mensaje? Retazos de su vida se hallan reflejados en los evangelios que son relatos escritos por seguidores suyos varias décadas después de su muerte. Pero estos relatos no pretenden ser biografías suyas, sino una transmisión de su mensaje, tal como lo entendían los redactores de los evangelios. En estos escritos se mezclan los datos históricos con otros míticos que intentan transmitir una enseñanza y sobre todo reflejar el impacto emocional que sintieron los primeros seguidores al convivir estrechamente con Jesús. Para explicar su vida recurrieron a la experiencia religiosa de la lectura de la Biblia en la sinagoga judía. Recordaron los escritos de los profetas de Israel e interpretaron, con mayor o menor acierto, estos escritos como anuncios de lo que había de ser la vida y el mensaje de Jesús.

Se puede pensar que como personas implicadas emocionalmente por la persona con la que habían compartido íntimamente su vida, su testimonio era parcial y, por tanto, poco creíble. Sin duda alguna su testimonio no era imparcial, como lo podía ser el de un espectador desinteresado, pero el entusiasmo de los seguidores era consecuencia del impacto y la sorpresa que les provocaban las palabras y los hechos de Jesús. Lo cual no quiere decir que entendieran exactamente la persona de Jesús. En varias ocasiones se preguntan: ¿Quién es éste que hace estas cosas? También Jesús reprocha a sus discípulos su falta de fe y que no entienden sus parábolas.

Otros datos que influyeron en la redacción de los evangelios y el más importante es que estos escritos no fueron los primeros que se escribieron. Los primeros testimonios escritos fueron los de Pablo en los años cincuenta de la era cristiana. Pablo era un discípulo que no había conocido a Jesús y que escribió sus cartas unos veinte años antes de la redacción del primero de los evangelios, el de Marcos en la década de los años setenta. Pablo, antiguo perseguidor de la comunidad de Jesús, se convirtió en seguidor de Jesús tras una experiencia mística. Pero su conversión no fue al Jesús terreno, al que no conoció, sino al Cristo resucitado y sentado en el Cielo a la derecha del Padre. Su interpretación de la vida y la muerte de Jesús estaba inspirada en la literatura judía.

Según las tradiciones judías Dios había establecido una alianza con el pueblo hebreo, pero éste había quebrantado una y otra vez esta alianza. La fiesta de la Pascua había sido establecida para obtener la reconciliación divina mediante el sacrificio de un cordero sin mancha; la sangre del cordero conseguía el perdón de Dios. Pablo establece un paralelismo de la fiesta de la Pascua con la muerte de Jesús: “El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores. Así demuestra Dios el amor que nos tiene” (Rm 5,8), “Ahora Dios nos ha rehabilitado por la sangre del Mesías” (Rm 5,9), “Dios derramó sus bendiciones sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual con su sangre nos ha obtenido la liberación” (Ef 1,7). Esta interpretación de la muerte de Jesús influyó de tal modo en la primitiva comunidad cristiana que se reflejó en la redacción de los evangelios; por ello se identifica a Jesús con “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y por eso en el evangelio de Juan cuando los soldados quiebran las piernas a los dos dos crucificados que acompañaban a Jesús y no lo hacen con Jesús por haber fallecido ya, dice el evangelista que se cumple la profecía que dice “No le quebrarán ningún hueso”. Se refiere al cordero pascual, sin mancha, al que no se le debe quebrar ningún hueso.

Este interpretación ha prevalecido en el desarrollo de la Iglesia cristiana, sobre todo por los escritos de Agustín de Hipona que basándose en el relato mitológico del pecado de Adán y Eva y que este teólogo consideró que este pecado fue hereditario y que todos los humanos al nacer lo heredamos. Al estar toda la humanidad en pecado hacía falta el sacrificio de Jesús, reconocido como Dios y hombre verdadero en los primeros concilios. Su sangre era lo único que nos podía procurar el perdón de Dios. Pero según esta interpretación Dios no es el Padre misericordioso que predicaba Jesús, sino un dios intolerante que sólo perdona por medio del derramamiento de sangre. Todavía en nuestras liturgias aclamamos a Jesús como el Cordero sin mancha que nos ha liberado de nuestros pecados, todavía seguimos creyendo que el sacramento del Bautismo nos borra el pecado original, todavía creemos en el dogma proclamado por el papa Pío IX en 1854 que María, la madre de Jesús, fue concebida sin la mancha del pecado original y por eso la llamamos la Inmaculada.

Con estos comentarios no pretendo minimizar las enseñanzas de las cartas de Pablo ni las de los evangelios que junto con el resto de la Biblia siempre son considerados en nuestras liturgias “palabra de Dios”. Dios se nos revela de diferentes formas y una de ellas es la palabra escrita en la Biblia, pero esta palabra tiene que ser transmitida por personas humanas que la entienden según su cultura, sus ideas, sus tradiciones y creencias religiosas: es decir que en frase de un querido teólogo, José María Díaz- Alegría, “la Biblia es palabra de Dios, pero también es palabra de los hombres”. Por lo tanto la Biblia, las palabras de los teólogos, los dogmas y las enseñanzas de los dirigentes religiosos han de ser respetadas, pero también entendidas como palabras humanas sujetas a la reflexión y al discernimiento de cada uno de los cristianos.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Lo que yo creo I: Dios”

Martes, 25 de octubre de 2022
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diosTomás Maza Ruiz
Madrid.

ECLESALIA, 30/09/22.- Yo creo en Dios. Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿En qué Dios creo? El catecismo de mi infancia describía a Dios como un ser todopoderoso que habita en el Cielo, todo Sabio, todo Justo, creador del Cielo y de la Tierra con todo lo que ella contiene: plantas, animales y sobre todo los seres humanos a los que nos ha impuesto leyes que si las cumplimos nos premiará y en caso contrario nos castigará.

Esta idea del antiguo catecismo no es la de Jesús que veía a Dios como a un Padre amoroso que quiere a todos los seres humanos como hijos y que desea que todos nos amemos unos a otros y que nuestra vida en este mundo sea feliz. Jesús nos pide que amemos a todos, aunque sean enemigos y esta máxima, contenida en las principales religiones, es la llamada “Regla de oro”: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti” o bien “haz a los demás lo que quisieras que te hagan a ti”.

Sin embargo las iglesias cristianas han preferido siempre ver a Dios como todopoderoso y han insistido en el pecado de los seres humanos y el consiguiente miedo al castigo eterno.

La idea de un Dios o varios dioses ha sido constante en todas las religiones. Generalmente Dios o los dioses imponían a los humanos obligaciones que en caso de incumplimiento merecían un castigo. De este modo cuando a una persona le sucede una desgracia lo considera un “castigo de Dios” por sus pecados. Por eso las religiones imponen penitencias y los humanos ofrecen sacrificios a las divinidades para tenerlas propicias. Así han nacido las liturgias regidas por los sacerdotes que se consideran intermediarios entre los humanos y la divinidad.

Esta imagen de un Dios castigador que está presente en toda la historia del Pueblo de Israel y que ha seguido siendo omnipresente en la historia del cristianismo ha sido una pesada losa en nuestra civilización cristiana. Es necesario, pues, volver a la idea de Jesús de un Dios que nos ama como hijos y no como el dios que está pendiente de nuestros actos para premiarlos o castigarlos en esta o en la otra vida.

Por otra parte, la imagen de Dios que nos ofrece la Biblia es propia de las creencias que tenían los autores que la redactaron. La idea que tenían estas personas del Universo era que éste estaba situado en tres planos:

  1. La bóveda celeste donde el Sol alumbraba el día, la Luna la noche y las estrellas eran luminarias que lucían en la noche. Más arriba de esta bóveda estaba el Cielo donde Dios reinaba acompañado de sus ángeles y desde allí regía la vida humana y toda la Creación.
  2. La Tierra, que era plana y que era el lugar de la humanidad, de los animales y las plantas.
  3. Y el inframundo, en el interior de la Tierra, donde moraban los muertos y, en otras religiones, los demonios.

Esta visión ingenua del Universo choca con los actuales conocimientos que la Ciencia nos ha descubierto a través de los siglos. Sin embargo todavía tenemos en el imaginario cristiano gran parte de estas ideas. Todavía nos imaginamos el Cielo como lo que está “allá en lo alto”. Todavía muchos creemos que Jesús, su madre María y otros personajes como el profeta Elías ascendieron en cuerpo y alma a los cielos.

Esta creencia tiene una dificultad: si las personas ascienden al cielo en cuerpo humano hay que deducir que este cielo es un espacio físico, con dimensiones determinadas. ¿Dónde se sitúa este espacio en la inmensidad del Universo? La idea de un Dios “allá arriba” le permitió al cosmonauta ruso Yuri Gagarin bromear diciendo: “Yo he subido al Cielo y no he visto a Dios”.

El relato del Génesis nos dice que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. Por lo tanto pintamos a Dios como un anciano con barba. Lo mismo que los cristianos las religiones anteriores al cristianismo como la greco-romana imaginaban a sus dioses con figuras humanas e incluso con las mismas pasiones humanas. O sea que ha sido el ser humano el que ha creado a sus dioses “a su imagen y semejanza”. Los templos y los museos abundan en esta clase de imágenes de los seres supuestamente celestiales.

Sin embargo la misma Biblia en la que Dios mismo hablaba con Adán y Eva y con los antiguos patriarcas como Noé o Abraham, cuando se aparece a Moisés en el Sinaí no se deja ver sino como una zarza ardiente que no se apaga y dice a Moisés que su nombre es Yahvé, que quiere decir “El que soy”. Los judíos no pronunciaban este nombre por respeto y para nombrar a Dios utilizaban otros nombres como El, Elohin o simplemente “El Cielo”. Por eso en el evangelio se dice muchas veces “el Reino de los Cielos” en lugar del ”Reino de Dios”.

Los cristianos nos hemos imaginado a Dios como alguien semejante a los humanos, aunque eso sí, adornado con poderes y sabiduría en grado superlativo. Los místicos de varias religiones y especialmente de la cristiana nos enseñan que Dios no puede ser conocido por los humanos y por eso cada vez que tratamos de conocerlo, de atribuirle una imagen o una naturaleza podemos estar seguros de que esa imagen es completamente falsa. Dios, o como se le llame en cada una de las religiones, es el gran desconocido. Por eso Jesús no lo describe sino que utiliza una metáfora: el Padre. El Padre en Jesús no es un Dios todopoderoso, que premia y castiga sino el Padre amoroso que quiere a todos por igual, y desea la felicidad de todos y especialmente de los más pobres y desvalidos, lo mismo que en una familia el padre y sobre todo la madre, cuidan con especial cuidado a sus hijos más débiles o enfermos. Siguiendo a Jesús podemos llamar a Dios Padre o mejor Madre y por consiguiente considerar a nuestros semejantes como hermanos. Los que siguen la Regla de Oro y tratan a los demás como quieren ser tratados ellos mismos, esos son los verdaderos creyentes, aunque sigan otras religiones, sean agnósticos o incluso ateos.

Por lo tanto creer en Dios no es cuestión de imaginarlo o menos de entenderlo mediante sofisticados sistemas teológicos, como el de la Trinidad, elaborado en el siglo IV de nuestra era por los Padres Capadocios. El verdadero creyente es el que siente la presencia de Dios en su interior, el que respira su aliento, como la sentía Jesús, como una inspiración de amor hacia toda la creación, como también la sentía Francisco de Asís. Podemos imaginarnos a Dios no como una persona, sino como la fuente de todo amor, de toda sabiduría, de la que ha brotado todo el Universo. Dios o como se le llame en otras religiones, es la fuerza que mueve al mundo y que está en el fondo de nuestro ser y nos inspira a cada uno para seguir el camino ascendente para conseguir ese Reino que predicaba Jesús que es el de una humanidad unida y feliz.

La metáfora de Jesús de que Dios es “El Padre” no nos aclara el misterio divino, pero si nos sirve para seguir el camino de Jesús de amar a nuestros semejantes y sentirnos hermanos de todo lo creado. La naturaleza de Dios y la cuestión de cómo se ha creado todo el Universo siguen y seguirán siendo un misterio insondable. Podemos ir conociendo, mediante los progresos de la ciencia las leyes que rigen en la Naturaleza pero ni los sistemas científicos ni la imaginación humana podrá nunca conocer cómo apareció el Universo. Los religiosos hablan de una Creación a partir de la nada y los científicos del Big Bang, pero ni unos ni otros nos pueden explicar cómo se puede crear algo donde no hay nada, ni de dónde procedió la materia que hizo explosión y que determinó el nacimiento de todos los astros que pueblan el Universo, ni si este Universo es eterno o si tiene un principio y un fin.

Tenemos que aceptar que ni la inspiración religiosa ni el conocimiento científico nos van a aclarar nunca cómo es Dios o cómo ha sido su actuación en la aparición del Universo. Los humanos, tal como somos actualmente, somos el resultado de una larga evolución, desde una minúscula molécula, pasando por los habitantes del mar y una larga sucesión de seres animados de todos los tamaños y formas que a lo largo de miles de millones de años hemos llegado a tener conciencia de nuestra individualidad e ir avanzando por medio de la ciencia para conocer cada vez más profundamente el mundo que nos rodea, las leyes que rigen el Universo, el modo de crecer y reproducirse las plantas, los animales y los humanos, cómo se ha formado nuestro planeta y las leyes que rigen el movimiento del mar y la formación de los continentes, cómo se ha formado el aire que respiramos, cómo funciona nuestro organismo, cómo podemos aprovechar las sustancias vegetales o animales para mantener la salud, etc.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Gonzalo Haya: Lo que creo que creo (II).

Miércoles, 3 de noviembre de 2021
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     rosto-de-jesus-na-multidao       Hace más de diez años publiqué un librito titulado Lo que creo que creo [Fe Adulta] en el que recogía diversos artículos que iban marcando mi revisión de la teología y de la espiritualidad, con más atención y tiempo tras la jubilación del trabajo.

Ahora, cumplidos los 90 años, la reunión con antiguos compañeros me da pie para ver adónde me ha llevado esta revisión. Seré más conciso y sólo apuntaré cómo interpreto las creencias fundamentales de mi religión cristiana, sin extenderme a justificarlos filosófica o teológicamente.

Dios. Creo en un Dios “transpersonal”, título confuso que viene a decir que lo considero con caracteres personales (conocimiento, amor, decisiones) pero no como individuo. Individual es un coche o una persona, porque son separados  e independientes de otro coche y de otra persona. Dios no es individual porque no es un ser separado de nosotros, sino el ser que nos constituye de tal manera que la separación significaría nuestro aniquilamiento.

Creo muy probable la teoría de la no-dualidad. Pertenecemos a la esfera divina, al amor; aunque nos encontramos en un estado diferente, sometidos al tiempo y el espacio; como el corpúsculo respecto a la onda, como el hielo respecto al agua, con características y leyes (constantes) distintas.

Creo en el Dios de Jesús, pero interpretado con la filosofía y cultura actual. Puedo considerar a Dios como Padre, porque es amor; pero evito considerarlo como individuo separado de mí y del universo. Entiendo mejor a Dios como espíritu, porque es inseparable del universo, al que transmite la vida y el ser.

Creo que este Dios Espíritu influye en el universo y en la historia humana (en la medida en que le dejamos influir), no de una manera directa pero sí ejerciendo una influencia en la conciencia como los padres o los amigos influyen en nosotros.

Jesús de Nazaret. Es un gran profeta con una intensa experiencia mística, hasta tal punto que podemos considerarlo como “el rostro humano de Dios”. Podemos decir también que es Dios, porque todos nosotros somos manifestaciones de Dios, aunque más o menos desfiguradas. Jesús nos transmitió una visión de Dios como padre (como amor), y de toda la humanidad como seres iguales y hermanos, y arriesgó su vida por difundir el Reino de Dios (el proyecto de Dios). Y yo quiero seguir a Jesús y su proyecto.

Espiritualidad. Es una vivencia inherente a todo ser humano, anterior a cualquier religión, y de mayor amplitud que cualquier religión, que solamente logra encauzarla y socializarla. La espiritualidad es propia del ser racional (inteligencia racional e “inteligencia sentiente”), y se manifiesta en el razonamiento lógico, en la conciencia ética, en la percepción de la belleza, y en la apertura a la trascendencia de algo infinito, inabarcable e indecible en nuestros limitados conceptos.

El cristianismo. Es una organización religiosa humana basada en el mensaje de Jesús, recogido (más o menos fielmente) en los evangelios y en los testimonios de sus inmediatos seguidores. Esta organización pretende adaptar y socializar la práctica del mensaje de Jesús en una sociedad universal, en tiempos  lugares y cultura muy distintas, como han hecho otras organizaciones con los mensajes de sus místicos fundadores. Lamentablemente, con el tiempo, estas organizaciones van perdiendo el carisma de su fundador y se van contaminando con los egoísmos propios de todo ser humano (nuestro instinto de conservación).

Dogmas, preceptos, y ritos. Toda institución social se basa en unas creencias, se disciplina con unas normas de convivencia, y expresa sus sentimientos con unos rituales comunes. La diversidad de los participantes, la complejidad de los razonamientos, y la variedad de situaciones, tienden a la dispersión; como reacción, para mantener la cohesión, la institución impone normas preceptos y ritos, cada vez más estrictos. Sin embargo la verdadera cohesión tiene que venir de la vivencia del carisma fundacional, no de la imposición autoritaria de normas cada vez más restrictivas de la libertad y de la autonomía humana. Y para volver al carisma fundacional, volvamos a los evangelios, a una lectura personal, sentida y vital.

Pecado. Es toda manifestación de nuestro egoísmo que trata de imponerse contra los intereses y necesidades de los demás. Puede ser grave o leve, ya sea por el daño objetivo que causa o por la intención de quien lo comete.

Infierno. Un castigo eterno es incompatible con un Dios amor. Jesús utilizó el lenguaje pedagógico de los profetas para un pueblo infantil con el objetivo de evitar, al menos por temor, el daño causado a los indefensos (¡la rueda de molino!) y para hacer ver la gravedad del delito. Además la resurrección inicialmente se concibió como premio o compensación a la fidelidad de los mártires y al sufrimiento de los marginados; por el contrario el castigo sería la no resurrección, la muerte completa.

Salvación. Es la plena identificación con la divinidad que somos. Algunos la han experimentado brevemente en un “encuentro tangencial con la eternidad”, todos la pregustamos de alguna manera en el amor, y la obtendremos plenamente cuando rebasemos el espacio y el tiempo; como “la muñeca de sal que se adentró en el mar”.

Conciencia. Es el Tribunal supremo de nuestras decisiones, la voz de Dios, la Presencia de Dios en nosotros; pero frecuentemente esa voz sufre las interferencias de nuestros egoísmos, que a veces llegan a sofocarla totalmente, o incluso a suplantarla. Para limpiar esas interferencias, la conciencia debe confrontar sus decisiones con algún referente ético (una persona o una comunidad; para un cristiano es Jesús de Nazaret) y con los Signos de los tiempos, expresión de una conciencia universal.

Estas reflexiones son, por ahora, la mejor explicación que tengo en la penumbra de mi fe en el-la-lo trascendente. Personalmente, como cristiano, me considero heredero del proyecto de Jesús, y me pregunto en qué medida he contribuido a la malversación de esta herencia, y qué puedo hacer para vivir y reavivar este proyecto.

Gonzalo Haya

gonzalohaya@telefonica.net

Fuente Atrio

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El príncipe de Liechtenstein se pronuncia en contra de la adopción homoparental

Miércoles, 24 de febrero de 2021
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Flag-map_of_Liechtenstein.svghans AdamEl príncipe de Liechtenstein vuelve a hacer exhibición de su homofobia. Hans-Adam II, que como jefe de Estado disfruta de amplios poderes ejecutivos que ha delegado en su hijo, ha expresado su rechazo a que las parejas del mismo sexo puedan adoptar menores. Sus declaraciones se producen cuando empieza a abrirse un tímido debate sobre la apertura del matrimonio a las parejas del mismo sexo en el microestado alpino. El soberano de Liechtenstein no se opone, pero cree que los menores deben crecer en una «familia normal». «No está exento de problemas que dos homosexuales adopten niños», opinó.

Las elecciones del pasado 7 de febrero en Liechtenstein abrieron la puerta a una posible mayoría a favor del matrimonio igualitario, que por ahora no está permitido. Preguntado a este respecto por la radio pública del país, Hans-Adam II aseguró que no se opondría si se cumple una condición: la prohibición de la adopción para las parejas casadas del mismo sexo. «En principio no tengo nada en contra», aseguró el príncipe, «siempre que a los matrimonios homosexuales no se les dé el derecho a adoptar niños». Añadió que, en su opinión, los menores tienen derecho a crecer en «familias normales» porque «no está exento de problemas que dos homosexuales adopten niños».

Si el Parlamento llegara a aprobar una ley de matrimonio igualitario con equiparación de todos los derechos, el príncipe da por hecho que su hijo y heredero Alois ejercería su poder de veto. Hans-Adam II le delegó sus poderes en 2004. El soberano de Liechtenstein ostenta, a diferencia de otras monarquías europeas, amplios poderes ejecutivos como el nombramiento de jueces, el cese de ministros, el veto a leyes aprobadas por el Parlamento o la convocatoria de referendos.

Las declaraciones homófobas de Hans-Adam II, vinculando de manera sutil la homosexualidad con la pederastia, no constituyen por desgracia ninguna novedad. Hace cinco años, el jefe del Estado del país alpino ya mostraba su posición favorable al veto a la adopción homoparental. «Creo que debemos mantenerla», manifestaba en 2016. «Si yo me imagino que dos hombres homosexuales adoptan un muchacho —quizás incluso de países en vías de desarrollo—, entonces hay que decir efectivamente que si lo permitimos sería una irresponsabilidad», añadía, distinguiendo también entre «familias normales» y las demás. El príncipe se mostraba incluso partidario de ignorar una posible sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que obligara al Estado a reconocer la adopción homoparental.

Liechtenstein: un microestado rezagado en materia de igualdad LGTBI

De manera similar a otros microestados, Liechtenstein le va a la zaga a la mayoría de los países de Europa occidental en el reconocimiento de los derechos LGTBI. En el principado alpino, las decisiones parlamentarias suelen basarse en el acuerdo entre los dos grandes partidos, ambos de carácter conservador. Esto sin duda influyó en que hasta 1989 las relaciones homosexuales estuvieran prohibidas, y que sólo en 2001 fueran equiparadas las edades de consentimiento para relaciones homo y heterosexuales.

No obstante, los cambios sociales han ido llegando también este país. En 2011, hubo un apoyo masivo en referéndum a las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Dicha ley había sido aprobada en marzo de ese año por unanimidad de las fuerzas políticas representadas en el Parlamento del Principado de Liechtenstein, y concedía a las parejas del mismo sexo derechos similares a los de los matrimonios heterosexuales en terrenos como la herencia, seguridad social y pensiones de jubilación, normativa de inmigración y naturalización, así como en el terreno fiscal. Quedaban fuera de la regulación tanto la adopción como el acceso a los procedimientos de reproducción asistida.

Esta ley fue desafiada en referéndum por Vox Populi, una organización constituida al efecto. La convocatoria fue recibida con alegría por Credo, organización católica que había encarnado la oposición a la ley pero que se había mostrado reacia a la idea de promover por sí misma un referéndum. Cuatro años antes, en 2007, el arzobispo de Vaduz, Wolfgang Haas, había declarado que «la homosexualidad es un pecado grave» y que «el reconocimiento de un pecado es un escándalo»Sin embargo, el referéndum fracasó, y el principado de Liechtenstein adoptó la norma que reconocía por primera vez las relaciones entre personas del mismo sexo.

Fuente Dosmanzanas

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Propuesta de un Credo cristiano

Jueves, 14 de febrero de 2019
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credo-logo-ogJuan Alemany
Mallorca.

ECLESALIA, 01/02/19.- Creemos en Dios, Misterio profundo que nos constituye sin separación alguna.

Vivimos confiados en Él, sabiendo que habita en cada uno de nosotros.

Reconocemos a Jesús, como el hombre que captó su filiación divina y la nuestra.

Que desveló el rostro amoroso de Dios.

Que proclamó su mensaje de Amor, practicando el bien y la compasión.

Nos adherimos a la Comunidad cristiana, la Iglesia, para compartir, celebrar y practicar las enseñanzas de Jesús.

Damos gracias por nuestra existencia, que nos permite conocer, vivir y experimentar la Presencia que todo lo abraza.

Humildemente esperamos el perdón de los pecados y entendemos la resurrección, como el retorno al Misterio infinito que nos constituye, origen nuestro y de todo cuanto existe.

Amén.

Justificación
1963
(Continuación de “Creencia en Dios”, ECLESALIA.- 25/01/2019)

Al crear en un acto de amor, Dios sólo puede darse a sí mismo, puesto que fuera de Dios no hay nada y todo está comprendido en Él. Por eso al esbozar el credo, decimos que estamos constituidos por Él sin separación alguna y que sabemos que habita en cada uno de nosotros de forma tal, que respetando nuestra libertad, quiere compartir nuestra experiencia vital. Se puede decir que somos consustanciales con Él.

La Buena Noticia se produce con la aparición de Jesús de Nazaret, el hombre que toma conciencia de que Aquello que le constituye en el fondo de su ser, en ese rincón secreto en el que no entra más que uno mismo y Dios, es Dios.

A partir de ese momento, la revelación es definitiva y la clave la da Jesús: el hombre es lugar donde Dios dice quien es. El hombre es la imagen del Dios viviente y la gloria de Dios. No hay kénosis ni abajamiento, Dios se gloría con la humanidad.

Ahora ya sabemos dónde está Dios: en el hombre, en el hermano, en el que sufre, en el enfermo, en el marginado y también en el que es feliz y trabaja, alegrándose de sus triunfos y sufriendo con sus fracasos. Igual está en el pecador, al que ve como al hijo que va por mal camino y al que no deja de amar. Así podemos decir que Dios habita en cada uno de los seres humanos, porque respetando siempre su libertad, desea compartir su infancia, juventud, madurez, su profesión, su matrimonio, etc., acompañándoles siempre con su amor.

Al reconocer a Jesús como revelación completa de Dios, decimos que captó su filiación divina, en una experiencia íntima, profunda y espiritual, fruto de su interiorización que le llevó a ese rincón oculto, secreto , bodega o cogollo que todos tenemos y en el que no entra, como ya se ha dicho, más que un mismo y Dios.

Ahí fue donde esa percepción tan intensa y fuerte le condujo a pronunciar la palabra Abba, Padre. Pero esta palabra Padre no es preciso entenderla como la entendemos en el sentido biológico. Cuando atribuimos a Cervantes la paternidad del Quijote o decimos que Descartes es el padre de la Filosofía moderna, expresamos una relación de dependencia, pero no en el sentido estricto de paternidad biológica, sino como expresión analógica, cosa que referida a Dios es aún más difícil, ya que no es comparable con nada.

Esa revelación era algo que Dios hacía desde el primer momento de la Creación, a todos los hombres, mujeres y pueblos y que no acababan de captar. Pero como en todos los descubrimientos, siempre hay uno que es el primero que capta algo que estaba al alcance de todos, pero que nadie era capaz de ver, Es el ejemplo de Newton y la ley de la gravedad, Galileo y la rotación de la Tierra, Einstein y la teoría de la relatividad, etc.

Captada su filiación divina y sabiéndose habitado por Dios, Jesús no se reservó el descubrimiento y lo comunicó a los demás diciéndoles:” cuando oréis al Padre decid: Padre nuestro” no dijo a mí Padre sino nuestro Padre, primera persona del plural, lo que significa nuestra filiación divina, igual que la de Jesús. Hemos sido creados por Dios, ex-amore, desde el amor y engendrados por nuestros padres como Jesús, por lo que podemos decir que somos suspiros de amor de Dios.

Seguimos diciendo que descubrió el rostro amoroso de Dios y lo hizo mediante la parábola de Hijo Pródigo, en la que el Padre no espera la llegada de hijo, sino que sale al encuentro y perdona, dando por no hecho el mal producido.

El resto de sus aportaciones las hace también por medio de sus parábolas y predicación. Pautas de comportamiento. El buen samaritano que ayuda al atracado frente a la indiferencia del sacerdote y del levita, expresa el deseo de Dios de ayudar al necesitado al quería atender desde el primer momento, pero no podía hacerlo porque necesitaba las manos de alguien. Y es que Dios actúa el mundo, pero no actúa en el mundo (Karl Rhaner), porque nos ha hecho co-creadores y con la libertad somos responsables de nuestros actos.

El Sermón de la Montaña, la preocupación por los enfermos, hambrientos o sedientos, la parábola del perdón, de los trabajadores de la viña, etc., son ejemplos de una actitud humana querida por Dios y una invitación a seguirla.

Entendemos la adhesión a la Comunidad cristiana o Iglesia, como la forma fraternal de compartir y practicar las enseñanzas de Jesús y difundir su mensaje colaborando responsablemente y entendiéndola como un camino y no como sujeto y fin en sí misma.

Vivimos con agradecimiento nuestra existencia terrenal, experimentándola como un don que nos permite percibir el Amor infinito que nos constituye y al que estamos destinados a volver.

Conscientes de nuestra limitación y finitud, como todo lo creado, pero también de nuestra libertad, capacidad de decisión y responsabilidad, pedimos perdón por nuestros errores culpables durante la vida y tenemos la esperanza de la resurrección como retorno a nuestro origen, igual que las olas lo hacen a la profundidad del océano del que proceden.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Creo en las estrellas de Navidad.

Martes, 25 de diciembre de 2018
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Meditar-en-el-universo-yoga-indaloCreo en la paz del corazón y en el esfuerzo por llevar esa paz al mundo en que vivimos.

Creo que Belén es la Casa del Pan, un pan partido, repartido, compartido, para que no haya más hambre en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro mundo.

Creo en los pastores que escuchan la buena noticia y dónde se encuentra el «Dios con nosotros», que salen a su encuentro y, por lo tanto, comparten lo que son y tienen con los marginados y excluidos de nuestra sociedad.

Creo en las estrellas que ya murieron, pero que nos han dado vida y conducido a donde nos encontramos hoy, a lo que somos, a lo que anhelamos ser.

Creo en las estrellas que continúan naciendo y nos siguen abriendo nuevos caminos, inéditas sendas a recorrer, ilusiones que prender en nuestro ojal, destellos llenos de fulgor para nuestros ojos apagados.

Creo en la buena noticia de Jesús de Nazaret, la más profunda humanización del misterio del amor de Dios, en la alegría y la esperanza que nos infunde y, a través de nosotros, en los demás.

Creo en ese otro mundo posible que nos animó a construir, por la dignidad y la felicidad de los seres humanos, para eliminar la injusticia, el odio, el llanto, la desilusión.

Creo que la Navidad acontece cada día del año, cuando trabajamos por la paz y la justicia, por el amor encarnado, por una nueva humanidad más fraterna, libre, en paz. Junto a la naturaleza y el universo que nos rodean, nuestro verdadero hogar, en el que nacimos y al que volveremos, para ser de nuevo polvo de estrellas luminosas, ardientes.

Miguel Ángel Mesa Bouzas

Fuente Fe Adulta

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El príncipe de Liechtenstein se pronuncia contra la homoparentalidad y sugiere desoír una posible sentencia europea en ese sentido

Miércoles, 13 de enero de 2016
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hans AdamEl pequeño principado de Liechtenstein vuelve a destacar como uno de los países más conservadores de Europa, más por sus gobernantes que por sus pobladores. Su jefe de estado, el príncipe Hans-Adam, se ha declarado contrario a la homoparentalidad, llegando a señalar que el país podría ignorar una eventual sentencia europea que obligara al reconocimiento de las familias con progenitores del mismo sexo.

Recientemente, por mandato de su Tribunal Constitucional, Austria ha aprobado la equiparación de parejas del mismo y distinto sexo en lo referido a la adopción. Esto no ha pasado desapercibido en su pequeño vecino, el principado de Liechtenstein, situado en un valle de los Alpes entre Austria y Suiza. En una entrevista radiofónica con Martin Frommelt, el príncipe Hans-Adam, de 70 años, fue preguntado si tras la reforma austriaca Liechtenstein podía seguir manteniendo la prohibición de adoptar que pesa sobre las parejas del mismo sexo. Respondió afirmativamente: “Creo que debemos mantenerla. Nosotros comprobamos con toda precisión si una adopción es en interés del niño; y si yo me imagino que dos hombres homosexuales adoptan un muchacho —quizás incluso de países en vías de desarrollo—, entonces hay que decir efectivamente que si lo permitimos sería una irresponsabilidad”. El niño tiene derecho, afirma, a crecer en una “familia normal”. Eso sí, ve menos problema cuando es criado por una pareja de mujeres y una de ellas es la madre biológica, aunque ahí también que “hay que poner ciertos límites”.

Más grave, si cabe, fueron sus declaraciones acerca de lo que debería hacer su país si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos les obligase a reconocer la homoparentalidad. Señala, sencillamente, que podrían ignorar la sentencia: “Creo que siempre podemos ignorar ese Tribunal. Si no cumplimos una sentencia judicial, ¿qué harían?”, y es que el Tribunal “no tiene tropas que pudieran invadirnos”.

Como era de esperar, estas declaraciones han traído polémica. Lucas Oehry, líder del colectivo LGTB Flay del principado alpino, afirmó no estar sorprendido con las declaraciones del príncipe pero sí “algo impactado y descolocado“. Por su parte, la diputada Helen Konzett-Bargetze ha afirmado en radio Liechtenstein que “no debe quedar sin respuesta lo que ha dicho el príncipe“.

Liechtenstein: un lento camino hacia la igualdad

liechtensteinEstas declaraciones deben entenderse en el contexto de un país donde el príncipe goza de poderes efectivos y no meramente representativos (actualmente los poderes los ejerce su hijo desde que los delegó en 2004). Además, las decisiones parlamentarias suelen basarse en el acuerdo entre los dos grandes partidos, ambos de carácter conservador. Esto sin duda influyó en que hasta 1989 las relaciones homosexuales estuvieran prohibidas, y que sólo en 2001 fueran equiparadas las edades de consentimiento para relaciones homo y heterosexuales.

No obstante, los cambios sociales han ido llegando también este país. En 2011, hubo un apoyo masivo en referéndum a las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Dicha ley había sido aprobada en marzo de ese año por unanimidad de las fuerzas políticas representadas en el Landtag (Parlamento) del Principado de Liechtenstein, y concedía a las parejas del mismo sexo derechos similares a los de los matrimonios heterosexuales en terrenos como la herencia, seguridad social y pensiones de jubilación, normativa de inmigración y naturalización, así como en el terreno fiscal. Quedaban fuera de la regulación tanto la adopción como el acceso a los procedimientos de reproducción asistida.

Esta ley fue desafiada en referéndum por Vox Populi, una organización constituida al efecto. La convocatoria fue recibida con alegría por Credo, organización católica que había encarnado la oposición a la ley pero que se había mostrado reacia a la idea de promover por sí misma un referéndum. Recordemos que apenas cuatro años atrás, en 2007, el arzobispo de Vaduz, Wolfgang Haas, había declarado que “la homosexualidad es un pecado grave” y que “el reconocimiento de un pecado es un escándalo”. Sin embargo, el referéndum fracasó, y el principado de Liechtenstein adoptó así una regulación equivalente a la de sus dos países vecinos, Suiza y Austria (el Parlamento de Austria había aprobado su ley de uniones en diciembre de 2009, mientras que Suiza lo había hecho, también en referéndum, en junio de 2005).

Precisamente, esta equiparación se ha roto ahora en el caso de Austria, con la reforma mencionada antes, y parcialmente en Suiza, que abrió en 2012 la adopción a los hijos de la pareja. Esto ayuda a entender las declaraciones del príncipe: sus dos referencias más importantes dan pasos adelante, lo que inmediatamente deja al pequeño país en una situación, como mínimo, de desequilibrio.

Fuente Dosmanzanas

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Creo

Jueves, 8 de octubre de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

 

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Creo

Creo en Dios. Por él el universo y nuestra existencia.
son creados siempre de nuevo.
En la construcción del mundo, su Espíritu nos anima y nos lleva.
Él da cada día a nuestra vida un sentido positivo,
una dignidad fundamental, una vocación creadora.
Dios es el futuro de la humanidad.
Su presencia eterna sobrepasa los espacios y los tiempos.
Creo que Jesús, profeta, nos hace entender Su palabra.
Es al que escuchamos y al que miramos
para saber quién es Dios y quién es el hombre:
un Dios de amor, según la Biblia; un Dios para el cual el ser humano
y la tierra entera son una esperanza invencible.
En Jesús, el hombre y Dios están reunidos para siempre e inseparables.
Él es un ejemplo para nosotros y para el mundo.
Reconocemos una sola Iglesia, universal
y que sólo Dios conoce.
Existe más allá de las instituciones cristianas
y las fronteras religiosas.
Creo en el amor más fuerte que la muerte.

*

Laurent Gagnebin

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Nicea 325. Y en un solo Señor Jesucristo

Miércoles, 29 de julio de 2015
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300px-Council_of_Nicea_-_Nuremberg_chronicles_f_130v_3Del blog de Xabier Pikaza:

Hoy (25.7.2015) se cumplen los 1690 años de la clausura del Concilio I de Nicea, de cuya doctrina he tratado de manera más extensa hace cuatro días (21.7.15). Vuelvo al tema porque resulta esencial en un tiempo en que la Iglesia vuelve a plantear la posibilidad y la forma de un nuevo Concilio fundamente, para recrear su identidad. Retomo para ello elementos de mi libro sobre la Trinidad.

Durante casi trescientos años, la iglesia había vivido en condiciones de marginación o clandestinidad, de manera que sus obispos no pudieron (ni necesitaron) celebrar concilios universales, pues la “reunión” del año 49 en Jerusalén (cf. Gal 2; Hch 15) había tenido otro sentido, lo mismo que los muchos sínodos parciales que se fueron celebrando en muchas zonas (como en Cartago: años 220, 251, 252 etc.).

Sólo tras la paz de Constantino (313 dC), y con ocasión de las disensiones sobre el carácter humano y divino de Jesús (arrianismo), fueron necesarios y posibles los concilios, que se celebraron con el apoyo de la autoridad imperial. El primero de ellos fue el de Nicea (bajo el emperador Constantino), el segundo el de Constantinopla (Bajo Teodosio).

imagesCon esta ocasión quiero evocar aquí los siete primeros concilios de la iglesia universal, para fijarme después (tras una breve semblanza de Arrio) en el que hoy recordamos de un modo especial (Nicea 325) y evocar después el otro gran concilio, complementario al de Nicea, que fue (Constantinopla I, 381), para retomar de esa manera los principios de la historia y actualidad de la Iglesia.

Los siete primeros concilios, una iglesia conciliar

Tuvieron carácter imperial, pues fueron convocados por el “basileus” romano de oriente (Bizancio), aunque hayan sido ratificados y aceptados por el conjunto de las iglesias (a excepción de las monofisitas y nestorianas, no calcedonenses). Ellos siguen siendo base y fuente de unidad de las grandes iglesias (católica, ortodoxa, protestante):

1. Nicea: 325. Divinidad de Jesús. Convocado por Constantino, condenó la “herejía” de Arrio, definiendo la divinidad de Jesucristo. Sentó las bases del credo posterior de la Iglesia (símbolo niceno-constantinopolitano), y en su parte cristológica confiesa: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente… y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre» (Den-H. 125).

2. Constantinopla I: 381. Divinidad del Espíritu Santo. Bajo presidencia de Teodosio, definió la divinidad del Espíritu Santo y puede considerarse una continuación de Nicea, cuyo credo acepta, añadiendo las palabras básicas: «Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede el Padre…y que con el Padre y el Hijo es adorado…» (Denz-H. 150). Este credo ha fijado la confesión cristiana en categorías ontológicas (griegas), con los valores (y posibles riesgos) que ello implica.

3. Éfeso: 431. María, Madre de Dios. Convocado por el emperador Teodosio II, contra Nestorio, que parecía distinguir y dividir en Jesús lo humano y lo divino. Puso de relieve la unidad personal de Jesús, y presentó a María su Madre como theotokos, “Madre de Dios” (Denz-H. 25-273). Fue más discutido que los anteriores y su propuesta y chocó y sigue chocando con resistencias, pues no se formuló a través del diálogo entre las diversas partes, sino por imposición de una de ellas (el partido de Alejandría).

4. Calcedonia: 451. Humanidad y divinidad de Jesús. Convocado por el emperador Marciano, fue el último de los grandes concilios “dogmáticos” y fijó definitivamente (y de un modo especial para las iglesias ortodoxas de Roma y Bizancio) el dogma cristológico, distinguiendo las dos naturalezas de Jesús (Dios y hombre verdadero), poniendo de relieve su unidad personal. Su formulación puede parecer demasiado racional (lógica), de forma que debe completarse a partir de la experiencia de los evangelios. No lo aceptaron nestorianos y monofisitas.

5. Constantinopla II: 553. Humanidad de Jesús. Fue el concilio de Justiniano, y se desarrolló de un modo programático, para dictar la condena de “todas las herejías”. Reafirmó la doctrina de los concilios anteriores, fijando la teología trinitaria (distinguiendo y vinculando las “personas” de Dios) y la doctrina cristológica (divinidad y humanidad de Jesús). Condenó de nuevo el monofisismo o doctrina de los que suponen que la naturaleza humana de Jesús ha quedado absorbida en la divina y se opuso, de forma quizá apresurada, al pensamiento de Orígenes, al que acusa de helenismo.

6. Constantinopla III: 680-681. Contra monoteletas y monoenergetas (sólo hay una voluntad de Jesús, sólo una acción, que es la divina), defiende la voluntad y acción humana de Jesús. Convocado y presidido por Constantino IV, insiste en la integridad de Jesús, contra aquellos que le toman como teofanía superior, sin verdadera interioridad, sin autonomía y creatividad humana. De esa forma lleva a sus últimas consecuencias el dogma de Calcedonia condenando de manera radical el riesgo de un monofisismo, esto es, la visión de un Jesús Dios sin verdadera humanidad. Quizá debe añadirse que, a pesar de su “ortodoxia” teórica, parte de la Iglesia posterior ha sido y sigue siendo contraria a este concilio, pues no acaba de asumir y entender las implicaciones de la humanidad histórica de Jesús.

7. Nicea II: 787.Contra los iconoclastas. Convocado por la emperatriz Irene, rechazó la doctrina de aquellos que condenaban el culto a las imágenes de Jesús, de la Virgen y de los santos. En el fondo de esa actitud latía el riesgo de negar la humanidad de Jesús, para centrarse sólo en la absoluta trascendencia de Dios, sin encarnación (en una línea más concorde con el judaísmo y el Islam). Es el último de los concilios ecuménicos, admitidos por todas las iglesias, y ha sido esencial para la piedad de los cristianos orientales y occidentales (aunque algunos grupos protestantes han vuelto a rechazar el culto a las imágenes).

Éstos son los siete concilios de la iglesia universal, pues los posteriores serán propios de la Iglesia Occidental y estarán determinados básicamente por la autoridad del Papa. En estos siete primeros concilios, convocados y, en algún sentido, presididos por el emperador, las Iglesias se organizaron en línea de comunión de comunidades, dando la última palabra a los obispos, de manera que ellos pudieron definir por consenso la propia identidad cristiana en temas de fe y de convivencia creyente.

Esta constitución conciliar de la Iglesia se sigue manteniendo básicamente, al menos de forma ideal, hasta la actualidad (2015), aunque en línea católica el Papa se ha puesto de hecho por encima del Concilio. En esta línea convergen dos elementos fundamentales de la identidad y de la historia cristiana:

‒ Comunión eclesial, una experiencia compartida. Los concilios desarrollan el carácter colegiado de la autoridad (identidad) cristiana, tal como había aparecido en la reunión apostólica de Jerusalén (Hch 15; Gal 2). Según eso, las comunidades cristianas, representadas ya por sus obispos (o por otros delegados suyos), deciden por consenso los temas básicos de la iglesia, pues la fe en Dios resulta inseparable de la comunión humana.

‒ Episcopalidad. Por su parte, los concilios confirmaron de hecho la autoridad de los obispos,
que aparecen como representantes de sus comunidades, de manera que ellos tienden a presentarse como los únicos que se reúnen y deciden los temas eclesiales, por consejo y sentencia común, partiendo de la experiencia original de las Escrituras (aunque bajo supervisión del emperador).

2. Arrio (256-336), la gran disputa sobre Dios y Cristo. Ocasión del primer concilio

En los siglos anteriores, los problemas básicos se habían resuelto por consenso indirecto, esto es, por convergencia práctica entre las iglesias principales (Antioquía, Alejandría, Éfeso, Roma…), de manera que antes (y después) de la paz (edicto de Milán, 313) las comunidades compartían una fe y se reconocían entre sí, superando los posibles riesgos de ruptura. Pero, de hecho, tras la paz, las cosas se volvieron diferentes, no sólo por los nuevos riesgos que surgieron, sino también, y sobre todo, por la situación de las iglesias, que aparecían dotadas de poder público.

El conflicto comenzó con Arrio (256-336), presbítero y teólogo de Alejandría, de origen probablemente libio, a quien se recuerda como promotor de un cisma (herejía) que dividió la iglesia en el siglo IV y V. La discusión comenzó en torno al 319 cuando Arrio acusó a su obispo Alejandro de seguir la doctrina de un tal Sabelio (que tendía a identificar al Hijo con el Padre). Condenado por su obispo Alejandro, Arrio buscó la protección y ayuda de otros obispos, iniciando una larga disputa que se extendió a casi todas las Iglesias de oriente.

Hasta aquel momento, los cristianos afirmaban sin gran dificultad que Jesús era Hijo de Dios, vinculado al Padre, pero sin precisar mejor sus relaciones. Pues bien, retomando y formulando de modo riguroso una visión latente en tiempos anteriores, y elaborando, de manera lógica, unos principios platónicos, Arrio forjó tres afirmaciones que marcaron desde entonces (por contraste) la forma en que la Iglesia entendió a Jesús:

‒ Arrio decía que Jesús es una creatura excelsa, Hijo de Dios, sido creado por el Padre, partiendo de la nada, de manera que no forma parte de su divinidad, es decir, de su ousia o sustancia, sino que posee una realidad inferior aunque muy excelsa (perteneciendo según eso al mundo y no a Dios), de manera que puede presentarse de hecho como intermediario entre el mundo y Dios. Esta tesis responde al “genio” del platonismo, que entiende la realidad como un proceso descendente, desde lo más alto a lo más bajo.

‒ Ha surgido en el tiempo. Arrio afirmaba, según eso, que hubo un tiempo o, quizá mejor, una “eternidad” en la que el Hijo no existía, pues él no forma parte de la eternidad de Dios, esto es, de su identidad divina, sino del transcurso de la historia de los hombres. Cristo, Hijo de Dios, forma parte del despliegue temporal de la realidad. Este carácter temporal de Cristo parece ir en contra de la nueva visión del Dios cristiano.

‒ Inferior a Dios, segunda divinidad. En un sentido extenso, los seguidores de Arrio podían afirmar Jesús era divino, como ser excelente o elevado, primera de todas las creatura, pero añadiendo que su divinidad era diferente a la del Padre, de manera no convenía llamarle Dios verdadero. El problema de fondo es el sentido que la palabra “divinidad” tiene al aplicarse a Dios y a Cristo. Un tipo de divinidad ontológica, platónica, podía resultar inconciliable con el cristianismo.

Los libros en los que Arrio formuló su pensamiento (en especial uno llamado Talia) fueron destruidos, de manera que resulta difícil precisar lo que él decía. A pesar de ello, por las acusaciones de sus críticos, conocemos básicamente su doctrina, que aparece como una elaboración judeo-helenista coherente del cristianismo, a partir de dos presupuestos: uno racional (de especulación filosófica) y de otro religioso (de carácter piadoso):

‒ Presupuesto racional: jerarquía de los seres. Arrio concibe la realidad de forma escalonada, como despliegue jerárquico de una divinidad que desciende desde lo más perfecto (Dios trascendente) a lo imperfecto (mundo inferior). Pues bien, en el intermedio entre Dios y el mundo (sobre nuestra humanidad, pero bajo de Dios) se encuentra el Logos. Los hombres formamos parte del mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien superior a nosotros pero inferior a Dios, nos revele su misterio (ese será el Logos/Cristo). Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que humano, pero menos que divino.

‒ Presupuesto religioso: subordinación piadosa. Este presupuesto resultaba (y resulta) muy atractivo para muchos fieles que identificaban la religión con el sometimiento. Los arrianos confesaban que Jesús había sido siempre un individuo humilde, y obediente a Dios, de gran piedad y obediencia religiosa. La nota esencial de su vida era la sumisión, un ejemplo para sus seguidores. A su juicio, era osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. La grandeza de Jesús estaría en su sometimiento. Por eso debemos concebirle y venerarle como inferior a Dios, siervo suyo, un inter-mediario que sufre, por un lado, con nosotros y que, por otro, nos vincula a lo divino.

El arrianismo constituye una forma lógica y piadosa de entender el evangelio: Dios seguiría alejado (más alto), de manera que nada ni nadie le puede alcanzar, sino Jesús que ocupa el lugar intermedio de la escala teo/cósmica (entre Dios y el mundo), tocando por un lado a Dios y por otro a los hombres, siendo de esa forma ejemplo de plena dependencia (de obediencia suma), en una línea que podría aceptar el judaísmo (y que ha desarrollado más tarde el Islam).

Pues bien, en contra de eso, la iglesia de Nicea señaló que la actitud más propia de los cristianos no es la sumisión/sometimiento, sino el amor mutuo entre iguales, la identidad de naturaleza entre al Padre y el Hijo.

3. Nicea (325), primer concilio: Jesús, de la ousía o esencia de Dios Padre

Los arrianos parecían más religiosos, pues afirmaban que la respuesta lógica del hombre (y de Cristo) ante Dios era el sometimiento, conforme a una visión posterior muy extendida entre los católicos, para quienes la religión aparece como expresión de “absoluta dependencia”, es decir, de una jerarquía sagrado, que concibe la realidad como pirámide de seres que descienden desde al Alto Dios por Cristo hasta los seres inferiores.

En contra de eso, los Padres de Nicea defendieron la igualdad total (no el sometimiento) entre el Hijo Jesús y Dios Padre. La razón y la piedad (y un tipo de oportunismo político) se ajustaban mejor al arrianismo, que ponía de relieve la sumisión más que la igualdad (al decir que Jesús era inferior al Padre, no de su misma naturaleza).

Pues bien, los 318 obispos reunidos en el palacio imperial de Nicea, bajo presidencia del emperador, rechazaron la postura arriana, y afirmaron que Jesús no es dependiente de Dios, sino divino, con-substancial (=homo-ousios) al Padre. Eso significa que Jesús y Dios están vinculados como iguales, en comunión, sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. Nicea supera así una interpretación jerárquica del cristianismo:

‒ Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles.
‒ Y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
‒ Y en el Espíritu Santo.
‒ Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica (Denz-H. 125-126, p. 91-93).

Esta fórmula contiene tres implicaciones o consecuencias, que paradójicamente se vinculan. (1) Define a Dios (implícitamente) como diálogo de Vida entre el Padre y Jesús. (2) Define al hombre (implícitamente) como aquel en quien el mismo Dios (no un delegado suyo) puede revelarse y se revela de hecho, de manera que Jesús es Dios (Hijo de Dios), no un ser intermedio entre Dios y los hombres. (3) Vincula a los hombres con Dios en Cristo. Así responde a los presupuestos teológicos de Arrio:

‒ Perspectiva religiosa. La religión no es sometimiento de inferior a mayor, sino comunión de iguales. En esa línea, la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo pensamiento y comunión cristiana. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento, Nicea ha destacado la comunión personal: no somos súbditos unos de otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma “esencia”.

‒ Perspectiva filosófica. Nicea ha rechazado una visión jerárquica de Dios, una ontología descendente y gradual, que divide y separa en el Todo sagrado lo más alto (Dios arriba) y lo más bajo (humanidad mundana). Sabe que hay distinción (Dios es divino, el hombre es criatura), pero esa distinción no conduce a la jerarquía (uno sobre otro, uno mandando y el otro obedeciendo), sino a la vinculación personal en un diálogo maduro, de tipo personal.

‒ Perspectiva social:
Las iglesias son comunidades de iguales, y en ellas la comunión (no el poder) es signo y presencia de Dios. Por eso, se puede afirmar que Jesús es hombre tiene la misma ousia de Dios. Esa ousía o identidad divina se expresa y despliega a través de la comunión en igualdad entre los hombres.

La formulación de Nicea (a pesar de los riesgos que implica el término ousia o sustancia al hablar del Hijo y del Padre) sigue siendo esencial para superar la pretensión de aquellos que defienden el sometimiento eclesial o teológico, e insisten en la obediencia religiosa. Dios no es obediencia del Hijo al Padre, sino consubstancialidad personal, la igualdad en el diálogo.

4. Complimiento: Constantinopla I (381), el concilio del Espíritu Santo

A pesar de la “definición” de Nicea (325), donde se afirmó que el Hijo es homoousios, consustancial al Padre, los presupuestos de Arrio siguieron influyendo a lo largo del siglo IV, expresándose en varias disputas sobre la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo, a lo largo de 56 años cruciales (hasta el concilio de Constantinopla: 381), mezclándose aspectos doctrinales y políticos, religiosos y sociales, vinculados en parte a la nueva situación y al poder social de la Iglesia en el imperio. En el siglo III la Iglesia se había mantenido en situación de tranquilidad básica, a pesar de (o quizá por) las persecuciones, y en esa línea ella había superado la crisis mayor del gnosticismo, que podía haberle convertido en un tipo de secta intimista. Pero, alcanzada la “paz” y conseguido el “poder” social, ella entró en una larga de crisis, motivada por temas dogmáticos y sociales, que siguieron marcando su historia hasta el Concilio de Constantinopla (381).

Resulta imposible resumir (e incluso evocar) las disputas de esos años (del 325 al 381), entre arrianos, medio arrianos, y ortodoxos de diverso tipo, bajo la dirección cambiante de unos emperadores que se inclinaban, según conveniencia, de un lado o del otro. Hubo condenas mutuas, con movimientos estratégicos de diversos grupos y concilios particulares.

En ese momento destacó la aportación teológica extremada de Atanasio de Alejandría, con la de otros más moderados como Basilio de Cesárea, que llegaron a la conclusión de que debía defenderse no sólo la “consubstancialidad” del Hijo, sino también la del Espíritu Santo, en contra de semi-arrianos como Eunomio o Macedonio, que tendían a pensar que el Espíritu Santo no puede ser radicalmente divino.

La formulación que triunfa en el Concilio de Constantinopla (381), convocado por el Emperador Teodosio, en un momento clave de su reinado (tras declarar el cristianismo como religión oficial del Imperio, en Tesalónica 380), parece apoyarse en la formulación de Basilio de Cesárea, cuando alude a la unidad de esencia divina (mia ousia) y a la trinidad de personas (tres hypostaseis), que está implícita en el credo de Constantinopla, que asume y completa el de Nicea, expandiendo su doctrina al Espíritu Santo:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén. (Diversas formas del texto Denz-H. 150, pag. 109-111).

Éste credo, aceptado desde entonces como expresión de fe católica, para responder a los arrianos y a los que negaban la divinidad del Espíritu Santo, retoma las afirmaciones de Nicea (325), añadiendo algunas precisiones sobre el Espíritu Santo.

Es un verdadero símbolo o profesión de fe, suele llamarse Niceno-constantinopolitano y es utilizado en la liturgia de Oriente y Occidente desde el siglo VI. Es el único credo oficial de las iglesias, en línea trinitaria (confiesa la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y también cristológica (asume el carácter divino de Jesús) y pneumatológica (vincula al Espíritu Santo con el Padre y el Hijo). No aplica al Espíritu Santo la palabra conflictiva (homoousios, consubstancial a Dios), que Nicea había atribuido a Jesucristo, por evitar discusiones de palabras, pero supone y afirma lo que esa palabra implica:

‒ A nivel de historia de salvación, el credo afirma que el Espíritu Santo habló por los profetas. En contra de una posible tendencia gnostizante, que interpreta al Dios de la historia de Israel como perverso, los cristianos declaran que ese mismo Dios es bueno y añaden que su Espíritu “habló por los profetas”. Eso significa que actuó y sigue actuando no sólo en Israel, sino en todo el despliegue de la historia humana, en la cultura social y religiosa de los pueblos.

‒ A nivel intradivino, el credo añade que el Espíritu Santo es Señor y Vivificador. Le llama Kyrios/Señor (2 Cor 3, 17), y de esa forma asegura que es divino, que pertenece a Dios y sustenta, de manera poderosa, todo lo que existe. Dice también que es Vivificador (dsoopoion), como supone Pablo en 2 Cor 3, 5, cuando afirma que la letra mata, el Espíritu vivifica, y como sigue diciendo Jn 6, 63, al afirmar que el Espíritu vivifica, la carne en cambio no aprovecha para nada. Éste es el Espíritu que da vida, es decir, que crea y resucita (cf. Jn 5, 21; Rom 4, 17; 1 Cor 15, 22.36.45; 1 Ped 3, 18), como ha resucitado a Jesús y resucitará a los que mueren en (con) él (cf. Rom 8, 11), ofreciéndoles su Vida (que es la vida eterna).

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El cardenal Sandoval rechaza que Iglesia reconozca a los gays y afirma que las uniones homosexuales son contranatura e inaceptables para la Iglesia

Sábado, 18 de octubre de 2014
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F1¿Predicando?

Cuando nos agreden, nos persiguen, nos insultan… hay alguien que antes ha preparado el terreno. Que este  personaje cuya vida ostentosa de gustos suntuosos y oscuros intereses, le alejan del Evangelio se atreva a decir lo que dice tiene bemoles… y muy poca vergüenza.

Por cierto, Francisco…. Callar es ser cómplice: Ni has condenado la homofobia que nos asesina en África, ni haces callar a obispos homófobos como este personaje  o el obispo de Alcalá, por poner dos ejemplos del inmenso lobby mitrado homófobo… Tu silencio va a alejar definitivamente de la Iglesia a miles y miles de personas LGTB.

El cardenal mexicano Juan Sandoval Íñiguez aseguró en conferencia de prensa, durante la presentación de su libro “Credo” en la Universidad Anáhuac del Sur, que los matrimonios de personas del mismo sexo van “contra la naturaleza y contra la obra de Dios que creó al hombre varón y mujer”. Respecto al sínodo que se celebra en Roma ha dicho que pese a las opiniones de algunos prelados católicos, favorables a reconocer cierto valor en las uniones homosexuales, en el marco del Sínodo de Obispos, sus posturas no determinan el rumbo que adoptará la Iglesia Católica: “en un sínodo no se lleva línea, eso que quede muy claro, no se lleva línea. Cada uno de los sinodales habla con libertad, dice lo que le pegue la gana y por eso unos han dicho cosas que no van”.

aCardenal-albercaSu austera piscina particular

El cardenal fue tajante:ni hablar del matrimonio de personas del mismo sexo; que se les respeten sus gustos, su dignidad, que se tenga compasión o misericordia, está bien, pero que no invadan la institución del matrimonio (…) el matrimonio es un yugo de Dios para la transmisión de la vida con la obligación de educar” y remarcó que se debe respetar siempre la “santidad del matrimonio” que tiene que ser “de hombre y mujer“.

En caso de aceptar uniones de parejas del mismo sexo el siguiente paso serían las relaciones de tipo zoofílicas, advirtió hoy el cardenal Juan Sandoval Iñiguez, quien llamó a la sociedad a respetar el modelo de la familia cristiana con base en la fe y no en el concepto de evolución.

“Si no hay fe en un Dios creador no hay remedio, porque si no hay un Dios creador todo resulta por casualidad; entra de lleno la teoría de la evolución y en la evolución si hasta ahora fue hombre y mujer después será hombre con hombre, mujer con mujer, hombre con gato, gato con perro, perro con mujer, porque es evolución ¿verdad?”, comentó el prelado.

acardenal-golfo¿Impartiendo catequesis?

Luego de darse a conocer que la Iglesia Católica Universal reconoció esta semana que los homosexuales tienen “dones y atributos para ofrecer”, el arzobispo emérito de Guadalajara se manifestó en rechazo al reconocimiento del matrimonio homosexual.

Durante la presentación de su libro “Credo”, en la Universidad Anáhuac del Sur, el religioso explicó que pese a las declaraciones de jerarcas católicos que han generado diversas interpretaciones en pro de la comunidad homosexual, en el marco del Sínodo de Obispos, las mismas posturas no determinan el rumbo que adoptará la Iglesia Católica.

“En un Sínodo no se lleva línea, eso que quede muy claro, no se lleva línea. Cada uno de los sinodales habla con libertad, dice lo que le pegue la gana y por eso unos han dicho cosas que no van”, explicó.

Sandoval Iñiguez sostuvo que en el matrimonio cristiano la unión hombre-mujer es muy clara, ya que entre sus principios existe la enmienda de que la pareja se vuelvan “prolíficos”.

Fuente SDP Noticias

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Credo

Domingo, 12 de octubre de 2014
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je-crois

Creo

Creo en el hombre creador del hombre.

Creo en la trinidad humana, Padre, Madre e hijo.

Creo en la virginidad de la paternidad

y de la maternidad auténticas.

Creo en la virginidad del amor.

Creo en la comunión de la luz

en la que las personas se engendran

y se reconocen recíprocamente.

Creo en el valor infinito del cuerpo humano y en su eternidad.

Creo que Dios es la Vida

y el secreto del cuerpo tal como él se revela en él.

Creo que Dios se hace cuerpo en tanto que se hace hombre.

Creo que el cuerpo no llega a ser él mismo

  más que desarrollando su dimensión mística que lo personifica

y que escapa a toda posesión,

Creo que el amor es un sacramento

que hay que recibir de rodillas.

Dios es ciertamente el dios de los cuerpos, tal como nuestros cuerpos son

llamados a  convertirse en el cuerpo de Dios para dar las lágrimas

en su dolor y más todavía hacernos sensible:

la sonrisa de su amor.

*

Maurice Zundel

***

 

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