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Somos las manos, los pies y el corazón palpitante de Jesús para la inclusión LGBTQ+

Lunes, 12 de junio de 2023
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IMG_9875La reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0 Yunuen Trujillo, cuya biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Fiesta del Corpus Christi se pueden encontrar aquí.

Hace unas semanas, regresé a mi parroquia de origen para participar en la primera misa de un buen amigo que acababa de ser ordenado diácono de transición. No había estado en esa parroquia al menos desde antes de la pandemia. Desde el momento en que estacioné en el estacionamiento sentí una sensación de paz. “Estoy en casa“, cantó mi corazón.

Esta parroquia fue el primer lugar donde me sentí verdaderamente parte del Cuerpo de Cristo, mi cuna de la fe. En esta parroquia, pasé años en el ministerio de adultos jóvenes, canté en cientos de misas, hice amigos, reí, lloré, me abrí en oración y crecí en mi fe. Después de que salí, la comunidad no tan progresista continuó dándome la bienvenida, incluso cuando comencé a usar una cinta de arcoíris en cada misa cada vez que servía como lector o ministro eucarístico. La comunidad me conocía y se preocupaba por mí; ser gay aparentemente no era un problema.

Sin embargo, justo al comienzo de la pandemia, tuve un episodio de “noche oscura del alma“. Desanimado por algunos desafíos en el Ministerio LGBTQ, agradecí un descanso de servir en la parroquia cuando comenzó la pandemia. Más tarde me casé y me mudé a una ciudad lejana y no había regresado hasta la Misa de mi amigo.

Cuando llegó el momento de tomar la Comunión, caminé en la fila para recibirla, usando mi cinta de arcoíris, ahora felizmente casada. “¿Mi amigo me negará la Eucaristía? ¿Él dudará? ¿Se está entrenando a los seminaristas para pelear las guerras culturales en la línea de la Comunión?”

“El cuerpo de Cristo”, dijo, mientras levantaba la cabeza y esbozaba una sonrisa cuando se dio cuenta de que era yo. “Amén”, respondí, y suspiré aliviada.

Jesús les dijo: “Amén, amén, les digo, a menos que coman la carne del Hijo del Hombre y beban su sangre, no tienen vida dentro de ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. (Juan 6:53-54)

Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, exaltando la Presencia Real del Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Eucaristía. Celebraciones como la de hoy pueden traer cierto nivel de ansiedad a los católicos LGBTQ y a otras personas a las que se les ha dicho que deben excluirse de participar en la Eucaristía simplemente por un estado civil particular o por la falta de él. Sin embargo, al final del día, la decisión de recibir es un asunto de conciencia del comulgante.

¿Eres uno con Cristo? ¿Estás en estado de gracia? Esta pregunta debe ser respondida por cada individuo. Ningún grupo de personas debe creer que la respuesta siempre es “” o “no” simplemente basándose en un aspecto de sí mismo. Un examen de conciencia debe incluir todos los aspectos de nuestra vida.

Para quien no sepa responder a esas dos preguntas, o no se sienta a gusto con las respuestas, le recomiendo buscar un buen director espiritual o un confesor que le proporcione un acercamiento pastoral y le pueda guiar en su proceso de discernimiento. No deberíamos tener que saltar bucles y aros para encontrar una respuesta. Encuentro muy útil la guía del Papa Francisco en la Alegría del Evangelio: “La Eucaristía, aunque es la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino una poderosa medicina y alimento para los débiles”. (núm. 47).

Como seguidores de Jesús, todos estamos tratando de ser mejores. Todos tenemos desafíos y defectos, pero también tenemos virtudes y dones dados por Dios. Nuestra sexualidad es un regalo ya que Dios nos hizo perfectamente quienes somos. Entonces, para responder a esas preguntas, debemos mirar más allá de los paradigmas de género dominante y gay/heterosexual.

La fiesta del Corpus Christi es también un momento para reflexionar sobre el Cuerpo Místico de Cristo. En virtud de nuestro bautismo, todos somos parte de una unión mística en un Cuerpo espiritual de Cristo. Este día puede ser un momento para reflexionar sobre nuestro compromiso en este Cuerpo:

¿Sientes que eres parte de este Cuerpo?

TSe sientes bienvenido en tu parroquia y parte de la comunidad?

¿Hay una parroquia más acogedora a la que puedas asistir en tu zona?

¿Cómo puedes crear espacios más acogedores para los demás?

Hay mucho trabajo por hacer en el ministerio LGTBQ, pero todos somos las manos, los pies y el corazón palpitante de Jesús, moviendo este Cuerpo de Cristo que es la iglesia en una dirección más acogedora.

Si está buscando una comunidad acogedora, consulte la lista de parroquias y comunidades de fe LGBTQ-friendly del Ministerio New Ways, disponible aquí. Para obtener información sobre cómo hacer que su parroquia sea más acogedora, visite el programa “Next Steps” (“Próximos pasos“) haciendo clic aquí.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 11 de junio de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Pan y vino”. 11 de junio de 2023. Cuerpo y Sangre de Cristo. Juan 6, 51-58.

Domingo, 11 de junio de 2023
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corpuschristiEmpobreceríamos gravemente el contenido de la eucaristía si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia. Es cierto que la eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente si olvidamos la unión con Cristo, que se nos da como alimento.

Algo semejante hemos de decir de la presencia de Cristo en la eucaristía. Se ha subrayado, y con razón, esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestras vidas.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descuido, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otra son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se convertirán para los creyentes en «pan de vida» y «cáliz de salvación». Ahí encontramos los cristianos esa «verdadera comida» y «verdadera bebida» que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna

José Antonio Pagola

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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 11 de junio de 2023. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 11 de junio de 2023
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34-CorpuschristiALeído en Koinonia:

Deuteronomio 8,2-3.14b-16a: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Salmo responsorial: 147:
Glorifica al Señor, Jerusalén.
1Corintios 10,16-17:
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo
Juan 6,51-58:
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida

El Deuteronomio pone en boca de Moisés tres grandes y solemnes discursos ante el pueblo, antes de entrar en la tierra prometida. Algunos han catalogado el Deuteronomio como el “testamento de Moisés”, refiriéndose a sus últimas palabras, llenas de unción y de una honda espiritualidad. Moisés hace memoria del pasado, para dar sentido al hoy de cada generación. La primera palabra de nuestro texto es “recuerda”. Recordar, hacer memoria, conectar con el pasado glorioso, es parte de la historia de fe, o de la salvación. Dios no sólo ha irrumpido en un momento dado en la historia de este pueblo, sino que ha estado presente en todos los momentos alegres y tristes. Nunca le ha abandonado. Más aún las pruebas sufridas en el desierto, fueron necesarias para madurar, para confiar, para vivir exclusivamente de Yahvé, sin apoyos humanos. El desierto es símbolo de la fe pura. El hambre, necesidad básica y urgente se convirtió en prueba para medir la fe-confianza en el Dios que sacia plenamente. Más tarde en una sociedad próspera y consumista el pueblo se olvidó de Yahveh. Fue entonces cuando estos discursos de Moisés adquirieron plena actualidad. Se les recuerda que: “no sólo de pan vive el ser humano sino de cuanto sale de la boca de Dios“. Desde esta perspectiva el ayuno adquiere su sentido profundo. Recuérdese que Mateo retomará este verso para enfrentar las tentaciones de Jesús. En la fiesta de hoy proclamamos a Jesús, Pan de vida, ante las hambres de nuestros desiertos. El es el verdadero maná que Dios da a la humanidad. Todos los demás panes (el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder…) no logran saciar plenamente las ansias de hambre del corazón humano, más aún dejan un hambre mayor… Viene entonces Jesús con su palabra y sus gestos, con su propuesta de Reino y Alianza y hace posible un mundo lleno de posibilidades en donde todo se comparte y nadie pasa necesidad.

Pablo orienta a una comunidad de los peligros de división. Aprovecha el contexto comunitario de la Eucaristía para hacer algunas aplicaciones prácticas a este respecto. La palabra clave es: el Cáliz, el Pan… ¿no nos “une” a todos, en la sangre, en el cuerpo de Cristo?. El tema es: La unión de todos en el cuerpo y la sangre de Cristo. De este modo revela el grave compromiso de unidad (común – unión) entre todos. Beber el Cáliz, comer el Pan…expresan el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega, a los hermanos en Cristo. Si esto no está claro, nuestras Eucaristías están vacías de sentido, o son un mero rito religioso intimista, muy lejos de lo que lo que Pablo quiso inculcar a su comunidad. Acto seguido el Apóstol de los gentiles remacha el tema con la comparación “el Pan es uno… nosotros somos muchos”… para concluir que al comulgar “formamos un solo cuerpo”. La unidad en la universalidad, es un tema de gran actualidad. Pero también “el cuerpo” expresa la dimensión sacramental de la Iglesia que en la diversidad de razas y culturas visibiliza al Cristo total.

El capítulo 6 del evangelio según San Juan está consagrado al llamado “discurso eucarístico”. Los versos del 51-59 revelan una unidad en la expresión: “vivirá para siempre“, con la que comienza y termina nuestro texto. Jesús mediante una fórmula de auto revelación se declara: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo“. Los judíos no entendían. Sucede lo mismo en nuestros días. Sin fe es imposible entender este gran misterio. Aunque lo explique el mismo Jesús, sin fe es imposible captar el sentido que encierran estas palabras y su alcance en la vida. Partiendo entonces de la fe, podemos afirmar con propiedad que Jesús es el Pan de Vida. Es decir, es aquel que ha venido, no de este mundo limitado e insaciable, sino de arriba, de Dios, para saciar definitivamente las hambrunas enraizadas en el corazón humano. Las profundas insatisfacciones, que son muchas, el cansancio de la vida, el sin sentido, los anhelos del corazón… encuentran en este Pan de vida un remedio saludable. La terrible soledad se transforma en habitación de comunión de vida. El creyente ya no vive para sí, es un consagrado, un poseído por una presencia transformadora que le eterniza y da pleno sentido a su existencia. Un dato interesante de este Evangelio es la relación que hace de esta comida (única y sin precedentes), con el sacrificio de Jesús: se trata de comer su cuerpo, beber su sangre. Al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo el creyente no solo recibe, se identifica, se une a… sino que es capacitado para dar, ofrecer, entregar una vida digna… a semejanza de aquel a quien comulga.

 Mi Cuerpo es Comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

(Pedro CASALDÁLIGA)

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 058 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «El gemido del viento». Leer más…

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11.5.2023. Cuerpo y Sangre de Dios, fiesta del Corpus

Domingo, 11 de junio de 2023
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para-celebrar-fiesta-del-pan,-fiesta-del-vinoDel blog de Xabier Pikaza:

Ésta es una fiesta religiosa y social, fiesta cristiana abierta al mundo entero universal, fiesta de todos aquellos que quieren vincularse entre sí, de un modo concreto, compartiendo el pan, bebiendo juntos el vino de la vida, en alegría y esperanza, dispuestos a entregarse en amor, unos a otros, por los otros.Aquí ofrezco un resumen del sentido de  esta fiesta,  desde una vertiente bíblica, católica, en la línea de  Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía.  


Iglesia, el barco del pan. Ante la fiesta del Corpus (Mc 8, 14-21)

 Jesús no ha sido un profeta de ayunos, sino que ha sabido beber y ha bebido, compartiendo con los marginados de su pueblo, el pan y los peces, como han destacado los evangelios en los diversos relatos de las “multiplicaciones”, que debemos entender como comidas mesiánicas de Jesús, a cielo abierto, con todos los que vienen (cf Mc 6,30-44; (, 1-10 par). En ese fondo se sitúa mejor su manera de asumir la muerte.

Sintiéndose amenazado, Jesús quiso beber con sus amigos el vino de fiesta final, prometiendo que la próxima vez lo bebería con ellos en el Reino. Por eso, es normal que las iglesias de Jerusalén y Antioquía (representadas por los textos de la institución eucarística) y luego todas las iglesias hayan conservado las palabras de la última cena sobre el vino como expresión radical de la entrega y esperanza de Jesús (uniéndolas a la palabra sobre el pan), como seguiremos indicando.

a. Mc 14, 25a par. Compromiso po la vida, el pan compartido

«En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vid…». Este pasaje vincula dos elementos:

(1) Voto de renuncia: Jesús se compromete a no tomar más vino mientras siga existiendo el mundo actual.

(2) Promesa de abundancia: Jesús anuncia a sus amigos el vino del Reino. El texto comienza de un modo elevado (en verdad os digo…), y sigue con una triple negación (no, no, no: ouketi ou mê…), que debe interpretarse como juramento o voto sagrado, en el que el mismo Dios actúa como testigo, en fórmula que podría traducirse: «así me haga Dios en el caso de que…».

En el momento más solemne de su vida, rodeado por sus discípulos, tomando con ellos la última copa, Jesús se compromete a no beber más hasta que llegue en plenitud el Reino que él ha prometido e iniciado (cf. Mc 9, 1; 13, 30), Este juramento puede interpretarse como voto de abstinencia escatológica, de tal manera que, de ahora en adelante, Jesús puede presentarse como nazareo del reino, renunciando al vino. Lógicamente, al acercarse el momento decisivo, Jesús proclama que ya no beberá más vino en este mundo viejo, en este orden de cosas, pero añade que llega (se está acercando de inmediato) el reino.

b. Mc 14, 25b. Vino nuevo del Reino.

Jesús promete abstenerse de beber vino “hasta que beba (con vosotros) el vino nuevo del Reino”. Eso significa que ha puesto su destino al servicio de la viña de Dios, es decir, de la plenitud escatológica. Con el “vino de este mundo”, en la fiesta de su despedida (entrega), ha prometido a sus amigos el “vino nuevo” (es decir, el vino de la nueva cosecha del Reino).

Este juramento escatológico deriva de todo su camino de evangelio: Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a los publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, él declara y proclama delante de sus amigos que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: sólo queda pendiente la respuesta de Dios, el vino del “año nuevo”, la fiesta del Reino.

Así pasa del “vino viejo” de esta fiesta de despedida (que el ritual de la institución eucarística interpreta como sangre de alianza: Mc 14, 23-24) al “vino nuevo” de la promesa de culminación mesiánica: al beber la última copa (copa vieja), en compañía de sus discípulos, Jesús les está invitando a tomar la “nueva copa” en el Reino, es decir, en la vida compartida para siempre. Entendido de esta forma, este logion desborda el nivel de los elementos centrales de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado), abriéndose a la nueva tierra y vino del Reino.

Para Patio Global. Pinturas religiosas en China

2. Cena de Jesús.

Fundación de la Eucaristía. Podemos recordar los datos básicos

(a) Los defensores del sistema (imperio  templo) han condenado a Jesús como socialmente peligroso. Los sanedritas pueden acusarle de blasfemo, diciendo que ha querido colocarse en el lugar más alto, como Dios para su pueblo (cf. Mc 14, 64); en realidad le han rechazado por a-social o antisocial: no encaja dentro del orden de su “templo” (cf. Mc 12, 10-11). Los romanos le condenan a muerte porque quiere hacerse Rey de los judíos (Mc 15, 12), ocupando así un lugar que estaba ya ocupado por el César, rey de Roma y portador de un “orden sagrado” sobre el mundo.

(b) Jesús ha muerto como representante mesiánico de Dios. Profundizando en esa experiencia, los cristianos han comprendido que la última razón de su condena no ha sido la dureza de aquellos sus jueces y verdugos, sino el modo de actuar del mismo Jesús. Su forma de vida, su proyecto de reino, le ha convertido en un hombre peligroso. Por portarse como se ha portado, por defender lo que ha defendido, ha tenido que estar dispuesto a morir. Ciertamente, le han matado.

Pero ha sido él quien ha dado la vida, la ha puesto en manos de Dios Padre. Pues bien, precisamente allí donde los poderes de este mundo le condenan como hombre peligroso, quitándole la vida, se eleva Jesús en la mesa de la despedida y ofrece a los suyos el pan y vino de su reino. Este recuerdo está en el fondo del relato litúrgico de la fundación de la eucaristía, que sirve para interpretar el sentido de la muerte de Jesús y de su presencia en la comida de la comunidad: «Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y bebieron todo de él. Y les dijo: Ésta es la sangre de mi alianza que se derrama por muchos» (Mc 14, 24)

Así aparece Jesús como iniciador de estirpe, fundador de la nueva familia de aquellos que comparten su cuerpo y su forma de vida (sangre). El judaísmo era en aquel tiempo un grupo de solidaridad de sangre (descendencia, vida) y de cuerpo (vinculado en torno al pan y la casa). Pues bien, el mismo Jesús que ha superado (ha roto) la estructura de familia antigua, fundada en el poder del los padres y de una genealogía clasista, fundamenta en su entrega la nueva familia de los hijos de Dios, vinculados en carne y sangre. Desde aquí queremos evocar los dos signos.

(a) Esto es mi cuerpo (sôma), simbolizado en el pan que se parte (entrega y comparte) a fin de que todos se vinculen en una misma vida y comunión, rotas las barreras que dividen a varones y mujeres, puros e impuros, enfermos y sanos, judíos y gentiles. Éste es el sacramento mesiánico, el descubrimiento y despliegue de la vida, que Jesús ofrece, no por nacimiento biológico, solidaridad personal, entrega mutua y palabra compartida.

(b) Es la sangre de mi alianza… Esta sangre que vincula con Jesús (desde Jesús) a todos los hombres no es la fuerza biológica de generación (como la que buscan en ese tiempo los judíos), no es una sacralización de los aspectos nacionales o raciales de la vida; tampoco es la sangre ritual de los sacrificios compartidos, la violencia de los animales muertos, pues Jesús transciende el carácter sacral de las religiones de violencia, que identifican la presencia de Dios con un ritual de sacrificios, sino aquella que se expande y crea vida por medio de la entrega de la propia vida. Así aparece Jesús, como padre/madre de nueva humanidad, creador de una estirpe universal de hermanos, vinculados desde el Padre.

El cuerpo y la sangre de Jesús vinculan en alianza (comunión de solidaridad humana) a todos los que quieran asumir su proyecto, vivir su evangelio. Normalmente, los hombres transmiten su nombre y recuerdo a través de la generación física. Pues bien, Jesús transmite vida, crea familia, suscita la comunión de los hijos de Dios, entregando su propio ser, como verdadero padre/madre, hermano/compañero de la nueva humanidad.

Así viene a presentarse como el hombre pleno, el ser humano, que engendra y sostiene la vida entregándose a sí mismo como principio de humanidad. Situadas así, en el principio y centro de la manifestación de Dios, las dos palabras clave (pan-cuerpo, sangre-alianza) evocan el principio generador y unificador de la realidad humana. No son las partes materiales de un cadáver, como a veces se ha pensado (el cuerpo lo sólido y la sangre lo líquido), sino la totalidad de la vida interpretada como fuente de existencia para todos los humanos. Para los judíos, el cuerpo o familia se fundaba en la solidaridad biológica (semen, sangre engendradora) y en la vinculación sacrificial de la sangre animal, vertida en nombre y para unión del pueblo. Pues bien, en contra de eso, la unidad y fuerza del pueblo de Jesús está en la experiencia del pan compartido y de la alianza de la sangre, ofrecida (derramada) por todos.

3. Los tres elementos de la fiesta

Conforme a esta experiencia de Jesús y de sus seguidores, la Iglesia cristiana se configura como vinculación concreta de personas que comen y beben, recordando a Jesús. Ciertamente, la Iglesia tiene otros rasgos (es comunidad de fe y de oración). Pero el más importante de ellos, el que define todos los restantes, es el que está vinculado a la comida. Los cristianos son iglesia porque comen juntos. En este contexto se sitúan las tres palabras fundamentales de la liturgia:

a. Eucaristía.

Significa acción de gracias y esto es lo que proclama el celebrante principal en el momento más solemne del prefacio: situado ante el misterio de Dios, que aparece de forma generosa en los dones del pan y del vino, en nombre de todos los celebrantes, eleva la voz presentando ante Dios una fuerte acción de gracias, reasumiendo las palabras del Gloria: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Dios ha creado al hombre gratis, como madre generosa que regala a su hijo lo mejor que tiene y puede; no le debemos nada, pero es bello que le agradezcamos su regalo. Gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya exigirnos por ella. En contra de todas las teorías contractuales que imponen al humano el deber de agradecer a Dios sus dones (de servirle), la eucaristía muestra que no tenemos ninguna obligación de hacerlo.

Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos; de igual manera podemos y debemos (si queremos) responderle, con el pan y vino de Jesús, haciendo que resuene en nuestra voz la voz de toda la creación. De esa forma, el Dios de la eucaristía se muestra Padre/Madre en el principio, centro y el fin de su camino. De esa forma, después de habernos dado lo que es y lo que tiene, queda frágil e indefenso en nuestras manos, esperando una respuesta de amor, sin poderla imponer, sin imponerse jamás sobre nosotros. De esa forma, siendo Padre/Padre y fundamento de Vida en nuestra vida, se vuelve Amigo, presencia enamorada (cf. Ap 21-22).

b. Memorial o recuerdo de Jesús (Anámnesis).

Los diversos ritos recuerdan y actualizan un misterio anterior, algo que sucedió al principio de los tiempos (mito pagano) o en el momento histórico concreto de la fundación de un movimiento religioso (aquí en la Cena de Jesús, que se expresa en la Eucaristía). En ese sentido, la Eucaristía es recuerdo y presencia de la historia de Jesús, Hijo de Dios, el Hombre plenamente realizado (Hijo del humano). Por eso, al celebrarla los cristianos retornan a las raíces mesiánicas y aprenden el oficio gozoso de ser hombre y /o mujer, en el rito liberador y enamorado de darnos mutuamente el pan, compartir el cuerpo y regalarnos la vida (sangre) unos a otros, en camino de resurrección. Éste es el único oficio, la tarea gozosa y salvadora de la historia: aprender a ser (hacerse) humanos en plenitud, con el mismo Dios que por Jesús ha venido a convertirse en compañero de sus fieles, entregándoles su vida (cuerpo, sangre).

Recordar significa repetir y actualizar, no por obligación, como si nada hubiera pasado desde entonces, sino en libertad creadora. La iglesia no puede limitarse a copiar lo que hizo Jesús, sino que ha de hacerse ella misma Jesús (=comunidad mesiánica), actualizando en la historia actual la fiesta mesiánica del pan compartido y la sangre entregada, en camino de resurrección.

2. Epíclesis o invocación del Espíritu Santo.

Desde el origen de los tiempos llegan las grandes invocaciones, llamadas sacrales, dirigidas a los dioses o genios protectores de la vida. Pues bien, la Eucaristía es invocación dirigida al Espíritu de Dios, para que exprese y realice su obra, por Jesús, en esta misma historia. Reunidos en su nombre, los cristianos pueden invocarle confiados, sabiendo que su fuerza les alienta, que su vida les sostiene. Por dos veces, en el centro de la gran Oración Eucarística, los fieles invocan al Espíritu Santo: para que actúe sobre los dones ofrecidos (pan y vino), convirtiéndolos en cuerpo de Cristo; para que venga sobre los fieles, de forma que ellos mismos sean en su plenitud Cuerpo mesiánico y puedan mantenerse en unidad, dando la sangre (vida) unos por otros.

De esa forma, la eucaristía aparece al fin en como aquello que ha sido siempre: la forma primordial de la oración humana; la misma vida concebida y realizada a modo de oración, ante los dones compartidos, en agradecimiento a Dios, en recuerdo de Jesús. De esa manera se supera la distancia que se había establecido entre Dios y los humanos. Sin dejar de ser divino, Dios se ha vuelto, por Jesús, la Vida de la vida humana, en el pan y vino de la fraternidad, en el camino de la sangre derramada en favor de los demás. Aquí se expresa Dios, aquí se manifiesta la verdad del ser humano, como eucaristía y resurrección en Cristo, por medio del Espíritu

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El maná y el pan de vida. Fiesta del Corpus Christi. Ciclo A.

Domingo, 11 de junio de 2023
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corpus-christiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            Sin embargo, las lecturas del ciclo A conceden más importancia al tema de la vida, con el que es fácil sintonizar en un mundo de guerras y atentados como el que vivimos. El evangelio de hoy comienza y termina con las mismas palabras: «el que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».

Sobrevivir y vivir eternamente

            El 1 de junio de 2009, el vuelo 447 de Air France entre Rio de Janeiro y París desapareció en mitad de la noche con 216 pasajeros y 12 tripulantes. Se salvó un matrimonio, no recuerdo si porque llegó tarde al embarque o por un cambio de última hora. Pero ese matrimonio se hizo famoso porque murió en un accidente de automóvil pocos días después. La supervivencia a un accidente, a un ataque terrorista, a una calamidad, no garantiza vivir eternamente.

            Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella, como Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, no me da la gana de morirme». El cuarto evangelio también se rebela contra la muerte. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.

            Para expresar el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna” las lecturas de hoy contrastan el maná con el alimento que nos ofrece Jesús. El Deuteronomio (1ª lectura) habla del maná como de un alimento sorprendente, novedoso, «que no conocías tú ni conocieron tus padres». Pero no se detiene, como hace el libro del Éxodo, en sus cualidades sorprendentes y su carácter milagroso. Es un alimento de pura supervivencia, que no garantiza la inmortalidad. En el evangelio, las palabras de Jesús subrayan este aspecto: el pan que comieron vuestros padres no los libró de la muerte. En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras, tomadas del largo discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, anticipan la resurrección de Lázaro y el destino de todos nosotros.

Inmortalidad y vida eterna

            Sin embargo, el alimento que ofrece Jesús no se limita a garantizar la inmortalidad. Tiene también valor para el presente. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Este es el sentido que tiene a veces el término «vida eterna» en el cuarto evangelio. No es vida de ultratumba, sino vida aquí y ahora, en una dimensión distinta, gracias al contacto íntimo, misterioso, con Jesús.

Unión con Jesús y unión con los hermanos

            La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16ª

Moisés habló al pueblo, diciendo:

El camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17

Hermanos:

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

―Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Disputaban los judíos entre sí:

―¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

―Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

 

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Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 11 Junio, 2023

Domingo, 11 de junio de 2023
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«Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.»

(Jn 6, 51-58)

Jesús nos habla del pan vivo. Nos habla de un elemento material, que es el pan, y de  un verbo, que habla de dinamicidad y vida, es decir, habla del espíritu.

Nos sitúa en  la realidad total que somos y de cómo hemos de alimentarnos desde nuestra humanidad, para llenarnos de divinidad.

¿Cómo no comer y beber la vida de Jesús si es lo que me permite unificar mi vida? Nuestros cuerpos vibran  al llenarse de la energía que aportan el pan y el vino. Pero no es una energía cualquiera, es la que aporta el espíritu. Vivificando nuestras vidas. Llenándolas de esa vibración incontenible, de quién renueva haciendo novedad su vida todos los días, a través  de la  Eucaristía.

Jesús se nos entrega de una manera total. Entrega todo lo que es. Y eso nos  permite a nosotras entregarnos  también en todo lo que somos. Una entrega que se renueva todos los días, porque todos los días recibimos lo que somos  y entregamos lo que somos.

Muchos hablan de la Eucaristía como un símbolo, y esta palabra, símbolo  significa reunir.  La reunificación de una materia llena de espíritu, puede ser un símbolo. Pero para mí es auténtica presencia de quién se deja comer para dar nueva vida.

Es cierto que hay muchas más presencias de Jesús en el mundo, porque todo lleva semillas de divinidad si lo sabemos “mirar” con los ojos de la transparencia. Pero la Eucarística es la que recibimos a través del saboreo, diluyéndose Dios en nosotras en una unidad llena de común –unión.

La Eucarística es una Presencia viva que todos los días se quiebra para entregarse. Es una invitación a vivir en la plenitud que somos. En  totalidad. Porque sólo podemos  entregarnos cuando somos una con todo.  Entonces sí, la parte es el todo y el todo, la parte.

Dejarnos amasar en las vulnerables semillas que se unifican para formar la masa y, posteriormente, llenas de ese fuego que impregna, entregarse sin miedo, en una donación confiada para ser parte y todo de la humanidad.

ORACIÓN

Gracias Jesús por entregar tu cuerpo y sangre todos los días, siendo alimento de Vida Nueva, que nutre, vivifica y nos hace comprender que nuestra vida, como la tuya, es un entrega sin medida ni tiempo.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La eucaristía es el signo del verdadero amor que se manifiesta en la entrega.

Domingo, 11 de junio de 2023
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Panes y pecesJn 6,51-59

CORPUS (A)

Jn 6,51-59

La eucaristía es una realidad muy compleja que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), sacrificio, presencia, recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su riqueza. Vamos a intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión debe estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa solo con la intención de comulgar es sencillamente una trampa alejada de lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Juan en el discurso del pan de vida. Juan hace referencia al alimento, pero alimentarse es creer en él, identificarse con él.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Jesús. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero descubría en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, una vida totalmente entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos (sacerdocio de los fieles).

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando necesito el signo del amor es cuando me siento separado de Dios. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades.  Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía sin comprometernos con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristíala fracción del pan. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Es más tajante aún el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del “ego” que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, de la unidad, de la Presencia. Si la celebración no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Conformarnos con asistir a Misa sin celebrar la eucaristía es un engaño total.

Hoy me siento incapaz de comunicaros la enorme cantidad de cosas que me gustaría trasmitiros. Me gustaría poder hablar horas y horas con cada uno de vosotros para sacaros de todos los disparates que se han dicho sobre este sacramento. Muchas veces os he dicho que de las realidades trascendentes no se puede hablar con propiedad. Pero es que un lenguaje exagerado y excesivo tampoco, en vez de aproximarnos a la verdad, nos aleja de ella. Es lo que ha pasado con este sacramento admirable.

Hemos oído cientos de veces que la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Jesús no instituyó nada. Ni siquiera podemos tener seguridad de lo que realmente hizo y menos aún del sentido que pudo dar él a los gestos que realizó.

La eucaristía fue el resultado de un proceso que pudo durar muchos años. En el que influyeron multitud de realidades. Para mí la influencia fundamental debemos buscarla en la cena pascual y en las comidas realizadas por Jesús durante su vida.

Los exégetas nos cuentan que seguramente comenzó por ser una comida fraterna en la que se daba gracias a Dios por los dones recibidos. La clave era el compartir y descubrir en esa actitud la presencia de Jesús vivo en la comunidad. Tanto el que compartía lo que tenía, como el que podía comer gracias a la generosidad de los demás, sentía esa presencia que les mantenía unidos. Al crecer las comunidades fue inviable esa comida compartida y se transformó en el rito que prevaleció hasta nuestros días.

Hoy todos estamos de acuerdo en que, para renovar el sacramento de la eucaristía, es preciso tener en cuenta la tradición. Pero mientras unos se paran en el concilio de Trento, otros queremos llegar hasta los orígenes y descubrir allí el sentido de sacramento.

La primera es una mala opción porque Trento no elaboró una doctrina sobre este sacramento. Se limitó a responder a las dos cuestiones puestas en entredicho por la reforma protestante: la presencia real y el sacrificio. La reacción del concilio fue violenta y con demasiado resentimiento para que pudiera ser ecuánime. En Trento dio comienzo la contrarreforma, que fue más nefasta para la Iglesia que la misma reforma. Sus exageraciones han marcado la doctrina durante los siglos posteriores y aún no nos hemos librado de su influencia.

Con relación a la presencia, se mezcló la metafísica con la realidad física y nos metió por un callejón del que no hemos salido todavía. Los conceptos de sustancia y accidente son metafísicos y no tienen nada que ver con la realidad física.

Con relación al sacramento como sacrificio, también se exageró el lenguaje, llegando a conclusiones descabelladas.

Me pregunto, ¿cómo dos aspectos que no se tuvieron en cuenta para nada durante los cinco primeros siglos, pueden ser lo esencial del sacramento?

Las exageraciones del concilio han marcado la pauta de toda la doctrina del sacramento durante los últimos cinco siglos. Aun hoy para la inmensa mayoría de los fieles el sacramento consiste en el sacrificio de Cristo y en la presencia real.

La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica. Es algo que hacemos, que desplegamos, dentro de la comunidad. Del mismo modo la presencia real estática distorsiona la dinámica del sacramento y lo convierte en cosa. Aun cuando se comulgue fuera de la misa, no tiene sentido si no se hace referencia a lo que se celebró en la eucaristía, de la que procede el pan consagrado que comemos.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Las creencias y los frutos.

Domingo, 11 de junio de 2023
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eucaristia0Jn 6, 51-58

«Si no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»

En la fiesta del Corpus Christi se celebra la presencia real de Jesús en las especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla. Desde nuestra óptica ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado y nuestro primer impulso suele ser criticarlo o descalificarlo, pero quizá convenga plantearnos una breve reflexión antes de hacerlo.

Son de admirar esas personas capaces de encerrar un pensamiento complejo en una frase sencilla, y un buen ejemplo lo encontramos en Ignacio de Loyola. Y es que San Ignacio fue capaz de condensar la esencia evangélica en una simple exhortación: «En todo amar y servir». Amar, porque mi Padre, Abbá, me quiere y yo respondo a su amor amando a sus hijos. Servir, porque es el paradigma que empapa todo el evangelio: «Yo soy el maestro y el Señor, y os he lavado los pies…»

Es cristiano quien responde a la Palabra, es decir, el que ama y sirve a los demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a los otros» … Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, todas esas elucubraciones doctas que tanto nos entusiasman no pasan de ser —en el mejor de los casos— una simple nota a pie de página que no afecta a nuestras vidas. Incluso el propio concepto de “ecumenismo” pierde una buena parte de su sentido.

El modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los frutos. Para cada uno, sus creencias serán verdaderas cuando den buenos frutos, y no lo serán cuando no los den. Es indiferente que yo crea que la misa es un “Santo Sacrificio” que recrea la inmolación que aceptó el hijo de Dios para redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias, heredera de las “Cenas del Señor”. Si mi creencia —sea la una o la otra— me lleva a perdonar, a compadecer y a servir, mi creencia, sin lugar a dudas, será para mí verdadera. Si no, será falsa.

Y lo mismo ocurre si creo que las palabras del oficiante en la consagración producen la transustanciación del pan y del vino… o si considero la consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes de morir. O si creo que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o si pienso que estoy comulgando con él; con sus criterios, con su proyecto y su misión… Y tantas cosas más.

Es muy característico de nuestra religiosidad quedarnos contentos y satisfechos con “saber”; creer que somos algo por estar bien informados; pero si nos quedamos solo en eso, lo único que estamos haciendo es «cansar la tierra»; como la higuera. En la parábola del buen samaritano, el sacerdote que pasa de largo sin socorrer al herido tenía un profundo conocimiento de la ley, pero se quedaba en el conocimiento. El samaritano, un hereje inculto y despreciado, es puesto de ejemplo por Jesús porque lleva la Ley en el corazón, aunque no la conozca, o la conozca mal.

Termino. Creo que la fe de César Arnulfo Romero o de la madre Teresa era una fe verdadera con independencia de lo que pensasen de la transustanciación. En cambio, tengo serias dudas de que mi fe lo sea, a pesar de que no creo en ella.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Eucaristía y encarnación.

Domingo, 11 de junio de 2023
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manoscorazJn 6, 51-58

Este evangelio forma parte del discurso eucarístico desarrollado por Juan y en el que expone de forma singular la relación entre eucaristía y encarnación. La espiritualidad cristiana no es una espiritualidad idealizante ni abstracta, sino que remite siempre a la vida y al compromiso histórico, sostenido e impulsado por el espíritu de Jesús en nosotros y nosotras.

Creer en la eucaristía como cuerpo de Cristo nos remite siempre a otros cuerpos vulnerables y vulnerados. Nos compromete con el reconocimiento de su dignidad, con su cuidado y solidaridad. Con ellos y sus causas. Por eso la eucaristía no es un acto fervoroso devocional, sino la identificación con Jesús y su proyecto, y la disposición a asumir las consecuencias que conlleva de forma agradecida y gratuita. La Eucaristía nos cristifica, nos hace uno o una con Él. Lo cual tiene profundas consecuencias en nuestra vida, en nuestra forma de estar en el mudo, interior y exteriormente.

Al comulgar el cuerpo de Cristo comulgamos también con su espíritu, con sus deseos más profundos: su deseo de una humanidad y una creación reconciliada donde ningún cuerpo sea maldito o excluido del derecho a la plenitud y la alegría. Por eso la a eucaristía es también pan de vida, porque es sustento y nutriente, fortaleza y energía que nos capacita para vivir el dinamismo al que nos envía: hacer de la vida un banquete, sin primeras ni últimas.

El evangelio de este domingo nos recuerda que la Eucaristía no puede ser nunca una evasión, sino compromiso y envío agradecido. De ahí que contemplarlo y proclamarlo se convierta para nosotras y nosotros hoy en una Buena Noticia exigente, no alienadora ni cómoda, sino con una profunda capacidad de desinstalación. Así les sucedió también a los primeros seguidores de Jesús, por eso la reacción desconcertante de los discípulos a la que se refiere el texto (v 52). Pero este Evangelio nos ayuda también a no caer en el pelagianismo ni la autoexigencia deshumanizante. Nos recuerda que el seguimiento de Jesús no es una cuestión de sólo empeño o voluntad, sino de Gracia, de abrirnos con confianza y abandonarnos a su Espíritu, porque Él es el pan de vida, Él es quien se nos ofrece como vida en plenitud y sustento, capacitándonos para ir más allá de nuestras propias fuerzas desde nuestra vulnerabilidad asumida y compartida.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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El símbolo del pan.

Domingo, 11 de junio de 2023
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IMG_9810Fiesta de “Corpus Christi”

11 junio 2023

Jn 6, 51-58

“Yo soy la vida” (Jn 11,25).

Con el símbolo del pan, aplicado a Jesús en el cuarto evangelio, vuelve a producirse otra objetivación, como la que señalaba en el comentario de la semana anterior, a propósito de la Trinidad. Y parece que esa objetivación fue muy temprana. Si en un primer momento, el evangelio habla de que Jesús es la “palabra de vida” que alimenta al creyente, otro redactor posterior, llevado al parecer por el afán de recuperar el sentido de la eucaristía, cambia el acento para presentar al propio Jesús como alimento.

Sabemos que tal objetivación tuvo un recorrido muy exitoso a lo largo de la historia de la iglesia, alcanzando en el concepto de “transubstanciación” y en todo lo relacionado con la “adoración eucarística” el culmen más elevado.

Una y otra vez se ponen de manifiesto dos grandes dificultades que experimentamos los humanos para manejarnos con los símbolos religiosos: una es la tendencia a objetivarlos de manera constante y, con frecuencia, exagerada; la otra es la propensión a buscar la “salvación”, tal como hacen los niños, “fuera” de nosotros.

Me parece legítimo y adecuado que alguien diga que Jesús alimenta su vida y lo sostiene en su recorrido. Eso mismo podemos decir de muchas personas, del pasado y del presente, sabios famosos o compañeros que caminan a nuestro lado o conviven con nosotros. Todos podemos ser “alimento” vivo y nutritivo para otras personas. Todos podemos ayudar a vivir y agradecemos ser ayudados.

Sin embargo, y sin negar la necesidad y el regalo de tales ayudas cotidianas, el “alimento” real que nos sostiene, nos ilumina, nos fortalece y nos sacia no se halla “fuera” (¿dónde?), sino que es aquello mismo que somos en profundidad. Y nos nutrimos de él gracias a la comprensión de lo que realmente somos.

Y esto no tiene nada que ver con el orgullo, como no se cansan de repetir teólogos y personas religiosas. Porque aquello que nos salva no es el yo -ni nace del yo-, sino el Fondo, la Profundidad, el Misterio que nos constituye y constituye todo lo real. Al entrar en contacto con él, no nos encerramos de manera narcisista en el ego, sino que somos radicalmente des(ego)centrados. El Fondo nos alimenta y nos expande, nos libera de tendencias egoicas y nos abre a los demás.

El “pan” que nos alimenta -y Jesús nos lo recuerda admirablemente con su propia existencia- nos libera, como escribe de manera tan ajustada como bella Javier Melloni, de “toda reducción al yo y a lo mío [que] es algo tóxico, confuso y agresivo. [Porque lo cierto es que] cuanto más vacíos, más plenos; cuanto más profundos, más entregados”.

¿Dónde busco el alimento esencial?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Pan de vida, Eucaristía son también los comedores sociales, los bancos de alimentos, la solidaridad…

Domingo, 11 de junio de 2023
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9FDE193A-80CD-4EE1-8C0A-D343111392EFDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Eucaristía

    Caminando por el desierto de la vida, Dios acompaña a su pueblo y le alimenta con el maná (Deuteronomio). El maná era el alimento físico, la ley (el pensamiento de Dios) es el alimento del alma. Todo es vida.

LA EUCARISTÍA Y LOS MUCHOS ENCUENTROS DE JESÚS.

La Eucaristía no es un precepto. Tampoco es magia. La Eucaristía tampoco es un rito que se le encarga a un cura en determinados acontecimientos o problemas de la vida.

La Eucaristía, es un encuentro de la asamblea de los creyentes con el Señor para celebrar y agradecerle la vida y la salvación, para orar por los momentos y circunstancias de la vida.

La Eucaristía es vida y se inserta en la infinidad de comidas y encuentros salvíficos que tuvo el Señor Jesús.

Recordemos : (mejor meditemos con calma):

  • El encuentro del hijo pródigo con su Padre se sella con un banquete, porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida (Lc 15, 11-32). A veces nosotros también celebramos a Eucaristía como “hijos pródigos”, que volvemos a casa.
  • A Jesús le echaban en cara que comía con pecadores y publicanos, (Mc 2,16). Siempre la asamblea de una Eucaristía está compuesta no por gente de “elite” moral o social, sino por pecadores.
  • Recordemos el encuentro de Jesús con Zaqueo: hoy ha entrado la salvación a esta casa (Lc 19, 1-10).
  • Jesús comía con pecadores y publicanos (Mt 22,1-14).
  • Jesús entra a casa de Zaqueo, (Lc 19): hoy ha entrado la salvación a esta casa.
  • El Reino de los cielos se parece a un banquete de bodas… (Mt 22,24).
  • San Juan no sitúa la Eucaristía tanto en la última Cena, cuanto en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre. Cristo es el pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).

La Eucaristía es encuentro con Cristo: Yo soy el pan del cielo, que se acerca a los seres humanos.

  • La multiplicación de los panes es una Eucaristía (Lc 9, 11b-17: v 16: Jesús tomando los cinco panes, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio para que los sirvieran a la gente).

Yo soy el pan de Vida. Dadles vosotros de comer. Multiplicar la Vida, el pan, el trabajo, los bancos de alimentos, la sanidad, la educación, la paz y la pacificación son también Eucaristía.

La mesa del Señor está abierta a todos incluso a Judas.

  • Recordemos cómo cristo resucitado come con sus discípulos, con pecadores y publicanos:
  • Los dos de Emaús reconocen al Señor resucitado al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio).
  • Junto al lago Jesús les pregunta a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).

02.-El que coma de esta pan, vivirá.

El que coma mi cuerpo y beba mi sangre, vivirá para siempre.

    No entendamos estas cosas de una manera fisiológica, anatómica. Cuerpo y sangresignifican, expresan la idea depersona. Comer el cuerpo de Cristo significa creer en Él. JesuCristo está presente en nosotros por la fe.

    Cuando nos alimentamos de Cristo: de la salvación, del perdón, del amor de Jesús, de la solidaridad, vivimos y viviremos.

03.- Celebremos con gozo la eucaristía

Celebremos con gozo la Eucaristía, la presencia de Cristo en nuestras vidas. Disfrutemos de la vida.

    Es una pena que esta cuestión haya quedado polarizada en el problema de quién pueda presidir la Eucaristía y de si hay curas o no. La Eucaristía la celebramos no el cura solo, sino la asamblea, la comunidad.

    Una comunidad, una iglesia puede vivir sin curas, de hecho la Iglesia nació sin curas; lo que no puede vivir es sin Eucaristía.

    Vivamos en paz cada Eucaristía en el grupo. En la asamblea en la que nos reunimos, quizás no muy brillante, ni muy perfecta.

Vivamos con serenidad interior la Eucaristía en acción de gracias.

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¿Cómo puedo quedarme? Encontrar maná en el desierto de la exclusión

Lunes, 20 de junio de 2022
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4B085449-9AF0-4FDB-A858-C68D2276B92CHna. Tracey Horan

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Tracey Horan. Tracey es una Hermana de la Providencia de St. Mary-of-the-Woods, Indiana y es oriunda de Indianápolis. Ha trabajado como maestra y organizadora comunitaria, y actualmente se desempeña como Directora Asociada de Educación y Defensa en la Iniciativa Fronteriza Kino en Ambos Nogales, donde vive desde 2019.

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Fiesta del Corpus Christi se pueden encontrar haciendo clic aquí.

“¿Cómo puedo quedarme?” Esta fue la pregunta que me persiguió durante los meses de primavera de 2021. Acababa de ser aprobada para la tercera edad, el año de preparación para los votos perpetuos como Hermana de la Providencia, cuando el Vaticano anunció que la Iglesia Católica no puede bendecir uniones entre personas del mismo sexo. Después de escuchar ese anuncio, surgieron las preguntas: ¿cómo podía quedarme en una institución que hacía el amor de Dios tan pequeño, tan exclusivo? ¿Cómo podría comprometer mi vida entera a una institución que hirió a las personas que amo con declaraciones como esta, que parecían olvidar que Jesús dijo: “Tomen esto todos ustedes y cómanlo”?

Este dilema llegó más cerca de casa un fin de semana del verano pasado cuando estaba visitando a familiares en otra ciudad y fui a misa con ellos en una parroquia a la que nunca había asistido antes. Entre mis familiares presentes había uno que se identifica como LGBTQ. Hacía años que no asistía a Misa por su experiencia de rechazo en la Iglesia Católica, pero puso cara de valiente para acompañar al grupo. Recé para que, al menos, experimentara un poco de bienvenida a cambio de su apertura para entrar en un entorno en el que corría el riesgo de ser excluida y herida.

Al principio de la Misa, pude sentir que podríamos estar en aguas turbulentas. Algo sobre el comportamiento condescendiente del sacerdote me tenía nervioso. Mi instinto se confirmó cuando llegamos a la homilía, y el sacerdote comenzó a condenar lo que llamó un relativismo que hacía creer a las personas que podían “amar a quien quisieran y ser del género que quisieran”. No recuerdo mucho más, solo que su retórica se intensificó, mi sangre estaba hirviendo y estaba muy consciente de que sus palabras estaban lastimando a mi familiar. Pronto salió, y un par de nosotros la seguimos.

No me atreví a recibir el Cuerpo de Cristo en esa iglesia. El Jesús que amo y sigo no podría estar presente para mí allí, no de una manera nutritiva. Esta especie de eucaristía, desprovista de amor extravagante, no podía alimentar mi espíritu. En cambio, el dolor, el dolor y más preguntas se asentaron en mi vientre.

A la semana siguiente comencé mi retiro anual. La pregunta permaneció al frente y al centro: ¿Cómo puedo quedarme? Deambulé por los terrenos de nuestra casa madre, me senté en un tenso silencio y hojeé los evangelios en busca de respuestas. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que celebramos hoy, coincidió con mis días de retiro. En la Misa, cantamos la canción “All Who Hunger”, y las palabras resonaron en mi corazón:

Todos los que tienen hambre, reúnanse con alegría
El maná santo es nuestro pan.
Ven del desierto y del vagabundeo,
Aquí en verdad, seremos alimentados.
Tú que anhelas días de plenitud,
Todo lo que nos rodea es nuestra comida.
Prueba y ve la gracia eterna
Gustad y ved que Dios es bueno”.

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Como tenía hambre de una acogida más radical en nuestra Iglesia, como venía del desierto de la exclusión, sentí que el Santo me invitaba a probar y ver el abrazo acogedor de Cristo que es más grande que las palabras de cualquier homilista homofóbico. Escuché a nuestro Salvador invitarme a venir del desierto de dolor y dolor para encontrar el alimento que me rodea: el maná en comunidades como New Ways Ministry, Dignity USA, y FutureChurch. Sentí a mi hermano Jesús afirmando la verdad de su amor expansivo, y asegurándome que si permanecía en esa verdad, sería alimentado.

El símbolo perfecto para el alimento que los católicos LGBT y sus aliados pueden encontrar en medio de nuestro viaje hacia la justicia y la inclusión es el maná del desierto. La perfección simple y pequeña de una típica hostia dominical no encaja del todo. El maná del desierto reconoce tanto los años de lucha como la fidelidad de Dios al alimentarnos. Este maná, escribí durante mi retiro, es más real y crudo.

“Esto es pan de ahora o nunca,
pan del momento,
Que llega justo cuando piensas
El hambre te abrumará.
No puedes planear para este pan
O controlarlo
O atesorarlo por si vuelve el hambre.
Solo se puede saborear este pan en el desierto
Después de semanas de vagar
Y preguntándose cuándo llegará,
Si llegará.
Con el susurro, una insistencia persistente
Que te arrulla tontamente hacia adelante
Con ansia de maná
El pan que conoces
tocará tus labios
Justo cuando todo parece perdido
No anhelas el desierto,
Sólo los peligrosos,
Satisfactorio
Pan de molde.”

Mientras celebramos hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nosotros, que tenemos hambre de una bienvenida radical, nos reunamos alrededor de nuestro maná peligroso y satisfactorio y nos encontremos alimentados, incluso mientras deambulamos por el desierto.

—Sr. Tracey Horan, 19 de junio de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Hacia un idolatría de la Eucaristía.

Domingo, 19 de junio de 2022
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[…] El mismo Cristo  debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.

*

Louis Evely

***

Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.

*

Brihadaranyaka Upanishad

***

Una liturgia sin compromiso místico

Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.

Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.

¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?

¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?

Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?

Algo extremadamente peligroso

Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.

Hay una religión aparente que  no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.

Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.

¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre  el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?

En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes  que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?

Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica

Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.

La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que os améis unos a otros como yo os he amado. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros.

Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.

Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.

“Os conviene que yo me vaya “

Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.

Y la llamada suprema que les dirige  a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.

No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden  que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total  incomprensión.

¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.

*

Maurice Zundel

La Rochette, 1963

(Fuente)

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***

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

“Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”

Él les contestó:

“Dadles vosotros de comer.”

Ellos replicaron:

“No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”

Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos:

“Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”

Lo hicieron así, y todos se echaron.

Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

*

Lucas 9, 11b-17

***

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.

Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios […]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba.

*

R. Pesch,
Il miracolo della moltiplicazione dei pañi. C’é una soluzione per la fame nel mondo?,
Brescia 1997, pp. 182ss, passim.

***

***

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“La Eucaristía como acto social”. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – C (Lc 9,11-17)

Domingo, 19 de junio de 2022
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10-CORPUS-CHRISTI-C-600x441Según los exegetas, la multiplicación de los panes es un relato que nos permite descubrir el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.

Según el relato, hay allí una muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se compran, sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción de Jesús, que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los necesitados.

Olvidamos con frecuencia que, para los primeros cristianos, la eucaristía no era solo una liturgia, sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a disposición de los necesitados. En un conocido texto del siglo II, en el que san Justino nos describe cómo celebraban los cristianos la eucaristía semanal, se nos dice que cada uno entrega lo que posee para «socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que sufren por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».

Durante los primeros siglos resultaba inconcebible acudir a celebrar la eucaristía sin llevar algo para ayudar a los indigentes y necesitados. Así reprocha Cipriano, obispo de Cartago, a una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre».

La oración que se hace hoy por las diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la celebración eucarística. La misma eucaristía exige repartir y compartir. Domingo tras domingo, los creyentes que nos acercamos a compartir el pan eucarístico hemos de sentirnos llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.

Sería una contradicción pretender compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.

José Antonio Pagola

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“Comieron todos y se saciaron”. Domingo 19 de junio de 2022. Festividad del cuerpo de Cristo

Domingo, 19 de junio de 2022
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35-CorpusC cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 14, 18-20: Sacó pan y vino:
Salmo responsorial: 109, 1. 2. 3. 4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
1Corintios 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lucas 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron.

La primera lectura (Gen 14,18-20) es un antiguo texto legendario, originalmente quizás de naturaleza política-militar, en el que el misterioso personaje Melquisedec rey de Salem ofrece a Abraham un poco de pan y vino. Se trata de un gesto de solidaridad: a través de aquel alimento, Abraham y sus hombres pueden reponerse después de volver de la batalla contra cuatro reyes (Gen 14,17). El pasaje, sin embargo, parece contener una escena de carácter religioso, siendo Melquisedec un sacerdote según la praxis teológica oriental.

El gesto podría contener un matiz de sacrificio o de rito de acción de gracias por la victoria. El v. 19, en efecto, conserva las palabras de una bendición. Las palabras de Melquisedec y su gesto ofrecen una nueva luz sobre la vida de Abraham: sus enemigos han sido derrotados y su nombre es ensalzado por un rey-sacerdote. El capítulo 7 de la Carta a los Hebreos ha construido una reflexión en torno a Cristo Sacerdote a la luz de este misterioso texto del Génesis, según la línea teológica ya presente en las palabras que el Sal 110,4 dirige al rey-mesías: “Tú eres sacerdote para siempre al modo de Melquisedec”.

La segunda lectura (1Cor 11,23-26) pertenece a la catequesis que Pablo dirige a la comunidad de Corinto en relación con la celebración de las asambleas cristianas, donde los más poderosos y ricos humillaban y despreciaban a los más pobres. Pablo aprovecha la oportunidad para recordar una antigua tradición que ha recibido sobre la cena eucarística, ya que el desprecio, la humillación y la falta de atención a los pobres en las asambleas estaban destruyendo de raíz el sentido más profundo de la Cena del Señor.

Se coloca así en sintonía con los profetas del Antiguo Testamento que habían condenado con fuerza el culto hipócrita que no iba acompañado de una vida de caridad y de justicia (cf. Am 5,21-25; Is 1,10-20), como también lo hizo Jesús (cf. Mt 5,23-24; Mc 7,9-13). La Eucaristía, memorial de la entrega de amor de Jesús, debe ser vivida por los creyentes con el mismo espíritu de donación y de caridad con que el Señor “entregó” su cuerpo y su sangre en la cruz por “vosotros”.

Esta lectura paulina nos recuerda las palabras de Jesús en la última cena, con las que cuales el Señor interpretó su futura pasión y muerte como “alianza sellada con su sangre” (1 Cor 11,25) y “cuerpo entregado por vosotros” (1 Cor 11,24), misterio de amor que se actualiza y se hace presente “cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz” (1 Cor 11,26). La fórmula del cáliz eucarístico, semejante a la fórmula de la última cena en Lucas (Mateo y Marcos reflejan una tradición diversa), está centrada en el tema de la nueva alianza, que recuerda el célebre paso de Jer 31,31-33. Cristo establece una verdadera alianza que se realiza no a través de la sangre de animales derramada sobre el pueblo (Ex 24), sino con su propia sangre, instrumento perfecto de comunión entre Dios y los hombres.

La celebración eucarística abraza y llena toda la historia dándole un nuevo sentido: hace presente realmente a Jesús en su misterio de amor y de donación en la cruz (pasado); la comunidad, obediente al mandato de su Señor, deberá repetir el gesto de la cena continuamente mientras dure la historia “en memoria mía” (1Cor 11,24) (presente); y lo hará siempre con la expectativa de su regreso glorioso, “hasta que él venga” (1 Cor 11,26) (futuro). El misterio de la institución de la Eucaristía nace del amor de Cristo que se entrega por nosotros y, por tanto, deberá siempre ser vivido y celebrado en el amor y la entrega generosa, a imagen del Señor, sin divisiones ni hipocresías.

El evangelio de hoy relata el episodio de la multiplicación de los panes, que aparece con diversos matices también en los otros evangelios (¡dos veces en Marcos!), lo que demuestra no sólo que el evento posee un cierta base histórica (no necesariamente milagrosa), sino que también es fundamental para comprender la misión de Jesús.

Jesús está cerca de Betsaida y tiene delante a una gran muchedumbre de gente pobre, enferma, hambrienta. Es a este pueblo marginado y oprimido al que Jesús se dirige, “hablándoles del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban” (v. 11). A continuación Lucas añade un dato importante con el que se introduce el diálogo entre Jesús y los Doce: comienza a atardecer (v. 12). El momento recuerda la invitación de los dos peregrinos que caminaban hacia Emaús precisamente al caer de la tarde: “Quédate con nosotros porque es tarde y está anocheciendo” (Lc 24,29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al caer el día.

El diálogo entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Por una parte los apóstoles que quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para que se compren comida, proponen una solución “realista”. En el fondo piensan que está bien dar gratis la predicación pero que es justo que cada cual se preocupe de lo material. La perspectiva de Jesús, en cambio, representa la iniciativa del amor, la gratuidad total y la prueba incuestionable de que el anuncio del reino abarca también la solución a las necesidades materiales de la gente.

Al final del v. 12 nos damos cuenta que todo está ocurriendo en un lugar desértico. Esto recuerda sin duda el camino del pueblo elegido a través del desierto desde Egipto hacia la tierra prometida, época en la que Israel experimentó la misericordia de Dios a través de grandes prodigios, como por ejemplo el don del maná. La actitud de los discípulos recuerda las resistencias y la incredulidad de Israel delante del poder de Dios que se concretiza a través de obras salvadoras en favor del pueblo (Ex 16,3-4).

La respuesta de Jesús: “dadles vosotros de comer” (v. 13) es un recurso literario para poner en destaque la misión de los discípulos. Éstos, aquella tarde cerca de Betsaida y a lo largo de toda la historia de la Iglesia, están llamados a colaborar con Jesús, preocupándose por conseguir el pan para sus hermanos. Después de que los discípulos acomodan a la gente, Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para los distribuyeran entre la gente” (v. 16).

Al final todos quedan saciados y sobran doce canastas (v. 17). El tema de la “saciedad” es típico del tiempo mesiánico. La saciedad es la consecuencia de la acción poderosa de Dios en el tiempo mesiánico (Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; Jer 31,14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos, que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en el pasado (Ex 16; 2Re 4,42-44). Los doce canastos que sobran no sólo subraya el exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan el fundamento de la Iglesia, son como la síntesis y la raíz de la comunidad cristiana, llamada a colaborar activamente a fin de que el don de Jesús pueda alcanzar a todos los seres humanos. Leer más…

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Corpus Christi (19, 6): Hostia sagrada, gente desacrada.

Domingo, 19 de junio de 2022
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2Corpus_Christi_-_Toledo-Venta-de-AiresDel blog de Xabier Pikaza:

El Corpus ha sido una fiesta triunfal de la identidad católica. Fue instituida el año 1264, y se convirtió tras la contra-reforma del  XVI en la celebración más importante del catolicismo, ratificando la victoria de la Iglesia sobre sus adversarios, como Fête-Dieu, Fiesta de Dios.  Ella ha sido, sin embargo, una celebración “dividida”: Fiesta de la Hostia con-sagrada de Jesús y  No-Fiesta de la humanidad no-sagrada (desacrada) de los condenados del mundo.

 DIVIDIDOS ANTE EL CORPUS
  1. Muchos piensan que debemos conservar el Corpus igual que  en el siglo XVII, cuando la Iglesia del Barroco se veía como cuerpo vencedor de un Cristo/Dios Glorioso presente como una Hostia de Pan consagrado, en procesión de triunfo, por encima (en contra) de herejes, infieles, musulmanes, judíos y todos los posibles adversarios de nuestro Dios poderoso (que es el nuestro).
  2. Otros responden que esta fiesta ha perdido actualmente su sentido bíblico (o que nunca lo ha tenido), porque el Corpus/Cuerpo del Dios de Cristo son los cojos-mancos-ciegos, expulsados y excluidos de la celebración gloriosa… Por eso dicen que el Corpus o Cuerpo de Dios ha de ser fiesta y vida de los excluido o descartado, que no caben enlas procesiones gloriosas como eran (y siguen siendo) algunas de Toledo, Lima, México o Sevilla, por poner unosejemplos.
  3. La procesión o fiesta del Corpus ha ser comunicación de vida, liberación y  comunión desde (con) los más pobres del mundo. Quizá haya  que abandonar algunas  procesiones actuales del Corpus, ostentosas, clericales, más propias de los poderes facticos que de los pobres ce Cristo
  4. Así me decía el año 1984 un compañero-amigo, colega de cabeza de una procesión de Corpus . Llevaba en sus manos el áureo ostensorio delSacramentado y yo iba a su derecha, bien ornamentado con dalmática tejida de oros. Miramos y a la esquena de la calle vimos a dos niños sucios, excluidos, del barrio inferior de la ciudad media.
  5. Se paró un momento, mientras la banda seguía redoblando sobre la calle empedrada, susurró a mi oído y dijo: “Ellos son el Cuerpo de Cristo. Dilo en tus escritos”. Aquel presidente de procesión del Corpus es hoy obispo. Yo quiero seguir escribiendo  como me dijo No tengo soluciones, pero sé que la fiesta medieval y barroca del Corpus, con autoridades y poderers del sistema  hade  cambiar mucho para hacerse y ser cristiana, la fiesta de aquellos niños de calleja.
  1. DISCERNIMIENTO BÍBLICO
  1. Pan y vino de Jesús. El tema del Cuerpo[1]

La identidad cristiana se expresa en la Cena de Jesús, donde culminan las multiplicaciones y comidas de Jesús con pecadores y hambrientos, viniendo a expresarse el sentido de su vida entregada a favor de los demás, en camino de muerte que es resurrección.

El tema es discutido y algunos han llegado a sostener que la escena entera de la Cena de Jesús ha sido inventada por la iglesia en un sentido litúrgico sacral, separado de la experiencia fundante de la vida, muerte y pascua histórica de Jesús.

            En contra de eso, quiero defender la historicidad radical de la Cena, añadiendo que no fue sin más una cena pascua legal judía, sino comida (cena)  de despedida y de nueva presencia, y promesa mesiánica de vida, añadiendo que ella recoge el sentido más hondo del mensaje y muerte de Jesús, con la interpretación pascual de la Iglesia. Desde la perspectiva anterior del mensaje y vida de Jesús, esta Última Cena no puede interpretarse en un contexto de sacralidad nacional (de ratificación triunfal del judaísmo anterior, ni desde una iglesia posterior, sino desde la raíz de la vida y mensaje de Jesús, al servicio de los pobres y excluidos, como expansión y plenitud de sus comidas con pecadores, hambrientos, descartados, que han sido y son su verdadero Corpus (su Sôma, su Cuerpo).

El signo de Juan Bautista era el bautismo para perdón de los pecados, en el río de la penitencia. El de Jesús será su Cena, la comida compartida con pobres y excluidos, para formar así su Cuerpo Mesiánico.   El anuncio y camino de Reino de Jesús culmina y se expresa en la Cena, como saben Mc 14, 25 y paralelos. El sacramento más hondo del Reino no es un acta de supremacía y de juicio, ni una ascesis programada, sino una Cena gozosa donde se comparte la vida con los amigos, es decir, con los descartados de las “grandes” cenas de oro y ostensorio de la tierra

            Éste gesto de la cena de Jesús con los pobres y excluidos ha de verse en unidad con su gesto anterior de expulsión de los vendedores del templo, que se visten con vestiduras “de falso Dios” (de riqueza). Posiblemente, Jesús y sus amitos de la cena de pobres del Reino no habían cabido en algunas procesiones de Corpus de la iglesia militante del siglo XVII al XX.

       Lógicamente Marcos ha querido destacar la diferencia entre la Cena de Jesús y la Pascua nacional judía (como ha destacado el mismo Papa Ratzinger en su libro sobre la Vida de Jesús I). Jesús dejó que la iniciativa partiera de los discípulos (los Doce). Ellos pusieron el signo en movimiento, y quisieron  celebrar su Corpus Cena en perspectiva de Gloria Nacional. Así empieza el pasaje:

El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba la Pascua, sus discípulos le preguntaron: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua? Y envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a la ciudad… y preparadlo todo allí para nosotros. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad… y prepararon la Pascua (Mc 14, 12-17).

Interpretando literalmente este relato, muchos han pensado que Jesús celebró de hecho la pascua nacional de los puros de su pueblo, ratificando así una institución básica del judaísmo  triunfante Pero el texto nos dice que la la cena de Jesús no fue de Pascua nacional judía, pues faltan o se omiten en ella tres elementos principales: pan ázimo, cordero sacriicado, hierbas amargas. Por otra parte, la fecha no cuadra con la noche de pascua judía: el prendimiento y juicio de Jesús no podrían haberse realizado esa noche (del jueves al viernes), ni el día siguiente podrían celebrarse los diversos actos de juicio público y condena y muerte de Jesús, pues era día de pascua, es decir, de  fiesta estricta para los judíos nacionales.

Pero más que la coherencia externa (intrajudía) de la fecha importa el sentido del gesto. A la luz de la historia, resulta difícil pensar que Jesús (que ha rechazado las comidas puras del puro judaísmo y se ha elevado contra el templo), Jesús que ha comido con pecadores, impuros y excluídos, haya querido realizar su Cena con ritos de pureza nacional fundados en el templo (donde se sacrifican corderos). Por eso, apoyándome en Jn 19, 14, que dice que Jesús fue juzgado y ejecutado el día de preparación de Pascua, pienso, con otros investigadores, que la Cena ha de datarse la tarde-noche anterior, en contexto pascual, pero no en la fecha oficial  de Pascua (ni con los elementos fundamentales de la antigua fiesta israelita.

‒ Los discípulos quieren mantenerse en el contexto de la pascua antigua. Quieren sacrificar la Cena Nacional del cordero del Éxodo para formar con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes. Son Doce (Mc 14, 17), representan la esperanza israelita. En ese contexto resulta comprensible la traición de Judas, uno de los Doce, que moja conmigo en el plato (cf. Mc 14, 18-21) y la negación del resto de los discípulos, que se escandalizan (cf. Mc 14, 27-31) y rechazan a su nuevo Maestro, pues quieren una pascua de identidad y triunfo nacional, mientras él les ofrece otra cosa[2].

 −Jesús, en cambio, anuncio y proclama la llegada del Reino para los cojos-mancos-ciegos, para los excluidos y descartados… En ese contexto de pascua antigua frustrada y de una Pascua nueva, abierta al Reino, eleva Jesús su autoridad y, fiel a su mensaje, invita a los Doce al banquete de su vida, en comunión con su “cuerpo” que son los excluidos y condenados del templo: En verdad os digo, que ya no beberé del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 25 par).

Esta palabra recoge su ideal de Reino, vinculado al pan y al vino, es decir, al don y presencia de Dios que es la vida entregada, regalada y compartida a favor de los demás, empezando por los excluidos de todos los templos e imperios del mundo.

 Está para morir, se encuentra perseguido. Por eso, reúne a sus discípulos (Doce, representantes de Israel) y les ofrece una señal de solidaridad y promesa escatológica (de Reino y resurrección, expresada en el vino de fiesta del nuevo Israel que es la humanidad entera, en el pan de la propia vida, que se da (regala y comparte). Llega la hora final, no se vuelve atrás, y así les promete que la próxima copa con ellos será en el Reino de los cielos. Ésta es su promesa. Él vivirá (permanecerá, resucitará) en ellos.

No les promete la venida de un Reino exterior, sino su presencia en ellos, que así aparecen como “cuerpo de Cristo”, su vida y presencia en el mundo,  resurrección de unos en otros, en la vida que se dan y comparten entre si, resucitando (=viviendo) unos en otros.

Desde ese fondo se entienden las palabras de invitación y promesa (ya no beberé del fruto de la vid…, hasta que lo beba en el Reino:Mc 14, 25 par). Esas palabras evocan su compromiso por el reino,  expresado como fiesta de vino y  pan compartido, esto es, de la vida entregada y comprar etida, en servicio de amor mutuo.

Ese gesto y esas palabras van más allá del plano de la pascua nacional judía, para llevarnos a la gran celebración israelita y humana de la Copa del reino, que Jesús ofrece a sus discípulos, prometiéndoles la llegada inminente del Reino. De esta forma se vinculan el principio y final de su mensaje.

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Jesús alimenta, la comunidad recuerda. Fiesta del Corpus Christi Ciclo C

Domingo, 19 de junio de 2022
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Melquisedec2Melquisedec ofrece pan y vino a Abrán

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

La institución de la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio).

1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Gn 14,18-20)

El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, el rey de Salén (Jerusalén), que es sacerdote del Dios Altísimo, «le ofreció pan y vino» y lo bendijo. En respuesta, Abrán le da el diezmo del botín recuperado.

Este breve pasaje está plagado de misterios que no podemos tratar aquí. Pero contiene dos datos que explican su elección para esta fiesta; 1) Melquisedec no es solo rey, es también sacerdote, 2) Lo que ofrece a Abrán no es una comida normal (un cabrito o un ternero) sino pan y vino; además, lo bendice.

Siglos más tarde, el autor de la Carta a los Hebreos estableció un paralelismo entre Melquisedec y Jesús. Con estos elementos, no es raro que los Padres de la Iglesia vieran en esta escena un anuncio de la Eucaristía y que los artistas plasmaran esta idea. Lo mejor que Melquisedec pudo ofrecer a Abrán es pan y vino. Lo mejor que Jesús nos ofrece es su pan y su vino.

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26)

            De la institución de la Eucaristía tenemos cuatro versiones: las de Mateo, Marcos, Lucas y Pablo (Juan no la cuenta). Las dos más parecidas son las de Lucas y Pablo. Quien lee los relatos de Mt y Mc tiene la impresión de que Jesús bendice el pan y el vino uno después del otro, como hacemos nosotros en la misa. En cambio, Lucas y Pablo distinguen dos momentos: el pan, al comienzo de la cena; el vino, cuando ha terminado (ateniéndose a la forma de celebrar la Pascua los judíos).

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

            Ofrezco en color rojo lo que añaden Lucas y Pablo a propósito del pan: «esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lucas repite a propósito de la sangre que se derrama por vosotros. Pablo omite este detalle, pero añade después de la copa: cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y termina con una reflexión personal: «Por consiguiente, cada vez que coméis este pan o bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.»

            Dos veces insiste Pablo en que esto hay que realizarlo «en memoria mía». Me evoca la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». En mi opinión, lo que pide Jesús es que lo recordemos en todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La eucaristía nos obliga a echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús. Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».

            Pablo escribe estas palabras por los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.

Segundo anuncio de la Eucaristía (Lucas 9,11b-17)

            Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primera anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo.

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

            ‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

            Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

            Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»

            Porque eran unos cinco mil hombres.

            Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

            Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

            Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.

            Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.

            ¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?

            Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales.

            Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente.

            Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?

            Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?

            El trasfondo del Antiguo Testamento

            Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.

            En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:

― Dáselos a la gente, que coman.

El criado replicó:

― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?

Eliseo insistió:

― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»

(2 Re 4,42-44).

            Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

            ¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?

            Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed… tomad y bebed”. Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.

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Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo C. 19 de junio, 2022

Domingo, 19 de junio de 2022
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Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.”

(Lc 9, 11b-17)

Así empieza el evangelio que la liturgia nos propone para la fiesta de hoy: Jesús hablando del Reino y curando. Y ese es el núcleo fuerte de la eucaristía: ser un tiempo y un espacio para el encuentro sanador con Dios y con los hermanos.

Jesús era único en el arte de saber perder el tiempo a favor de la debilidad humana. Los evangelios nos lo muestran una y otra vez, aquí y allí, en público y en privado, entablando conversaciones, haciéndose comida y también agua viva.

Para esto he venido” llegará a decir. Ha venido para comunicarnos la Buena Noticia de que Dios es Bondad y Amor.

El pan y el vino son la bondad y el amor de Dios derramados, derrochados sin cálculo ni medida. La medida la ponemos con nuestra hambre y nuestra sed.

¿Cómo iríamos a la Eucaristía si estuviéramos convencidas de que vamos a encontrarnos con la Bondad y el Amor de Dios?

Es cierto que tantos años de historia y una buena capa de rito, en ocasiones nos dificulta el encuentro con lo más esencial, pero no es excusa. Podemos hacer el esfuerzo por escarbar hasta encontrar el tesoro. Tenemos la responsabilidad de buscarlo, de encontrarlo y compartirlo.

Como personas cristianas tenemos la misión de ser “otros Cristos”, estamos aquí para la misma tarea en la que se ocupó Jesús: anunciar la Bondad y el Amor de Dios.

Y lo mejor de todo es que él mismo nos acompaña, nos anima y nos alienta. Él se hace pan pequeño y cotidiano para fortalecernos y vino alegre y abundante para devolvernos la esperanza. Nos quiere embriagadas para ser capaces de vivir el reino en el que siempre se oye música de fiesta.

Oración

Sácianos, Trinidad Santa, con tu pan y embriáganos con tu vino, para que también nosotras seamos parte de tu Cuerpo y tu Sangre. Amén.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El pan es signo de la Realidad que está siempre en nosotros.

Domingo, 19 de junio de 2022
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CORPUS (C)

Lc 9,11-17

Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo ineficaz para nuestra vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición.

Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer lo mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.

Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían dispuestos a vivir lo que el sacramento significaba, recordaban lo que Jesús había sido y se comprometían a compartir como él compartió su vida entera.

El problema de este sacramento es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presente mentalmente realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos que sirven para comunicarnos son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato para los demás.

El signo no es el pan sino el pan partido, preparado para ser comido. Es lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El signo está en la disponibilidad para ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia la muerte. La posibilidad de morir, por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que, para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales porque, como era la vida, pertenecía solo a Dios. La sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva sino su vida, que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor.

La realidad significada es una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don.

El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor, que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. El comer el pan y beber el vino consagrados, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótico y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora, sino para siempre en el más allá.

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite. Es una pena que sigamos oyendo misa sin pensar en la importancia que tiene celebrar una eucaristía.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquel a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.

 

Meditación

La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti,
los signos son solo medios para descubrirla y vivirla.
En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí, lo que significa el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención
de ser como Jesús, pan que se deja comer.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La fe y las obras.

Domingo, 19 de junio de 2022
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Lc 9, 11-17

«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos…»

En la fiesta del Corpus Christi se celebra la presencia real de Jesús en las especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla.

Desde nuestra óptica ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado, y nuestro primer impulso suele ser criticarlo o descalificarlo. Pero nos encontramos con un problema, y es que muchos cristianos —probablemente la mayoría— lo comparten, interpretan las palabras de Jesús como una fórmula mágica que convierte el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, y se conmueven al adorar la custodia o contemplarla en procesión por las calles de su ciudad.

Y al verlo, solemos pensar que son ellos los que creen mal y nosotros los que creemos bien; y como creemos bien, nos expresamos a menudo con un lenguaje asertivo que no deja espacio para ninguna otra creencia que no sea la nuestra. Nosotros somos la vanguardia que debe marcar el camino, porque, no en vano, nuestra fe se soporta sobre una firme base filosófica o exegética y no en tradiciones de dudosa procedencia e intencionalidad como son las de la Iglesia.

Hasta nos permitimos mirar con desdén a muchos que felizmente han alcanzado un equilibrio espiritual sano a través de esa fe, y que han adquirido tal espíritu de servicio, que los convierte en referentes para todo aquel que comparta los criterios evangélicos.

Si una mayoría de cristianos profesa una fe que a una minoría nos parece inapropiada, nos hallamos ante un dilema en el que solo parecen caber dos alternativas: o bien la devoción popular es la que interpreta adecuadamente el mensaje de Jesús, «Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los humildes», o bien el cristianismo genuino es algo reservado a iniciados capaces de entender aquello que la gente normal no entiende.

La primera de estas alternativas nos resulta difícil de digerir y la segunda descabellada, así que algo debe estar fallando en nuestro razonamiento… Acudimos al evangelio y encontramos la respuesta, pues vemos el poco énfasis que se hace en la doctrina y su constante exhortación a la acción, al amor, al perdón, al servicio… Sería imposible recoger aquí todas las referencias al respecto que en él encontramos, pero podemos destacar como más relevantes las parábolas del buen samaritano, la higuera estéril y el juicio final.

El evangelio nos da dos claves importantes para enfocar bien las cosas. La primera, que las creencias son secundarias; que lo importante es el amor que da fruto. La segunda, que no se es vanguardia por pensar muy bien o saber más, sino por amar más y servir más… «El que quiera ser el primero entre vosotros…»

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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