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Síndrome de Caín.

Miércoles, 27 de abril de 2022
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Rathsack_Cain_AbelSvend Rathsack (1885-1941).

Ya he adivinado por qué no se para la guerra. Porque vivimos el síndrome de Caín. Cuando Caín mata a su hermano Abel, Dios le marca con una señal para que nadie ataque a Caín por haber sido fratricida. Eso es lo que veo y siento. Vivimos un auténtico rencor y violencia contra los atacantes de la guerra.

Nos gustaría castigarlos incluso con la muerte. En el fondo vivimos todos con una fuerte violencia. Parecida a la que ellos tienen. Y así lo que hacemos es aumentar el mar de la muerte. La guerra es como una gran nube muy alta. Y cada explosión que vemos nos provoca otra nube inmensa de odio y venganza.

Ya sé que es muy difícil pero mientras no nos eduquemos y formemos todos en el perdón, no dejaremos de construir una inmensa nube, cada vez mayor, de enemistad, violencia, agresividad, muerte.

Me gusta mucho una oración que funciona por ahí y que la hace suya el papa Francisco. Dice así”: Y cuando, Dios, hayas detenido la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano”. Es la forma de parar la violencia de la guerra y de la muerte.

En mi ingenuidad, me imagino el mundo como un inmenso tren de los que andaban con vapor. Según echemos vapor positivo o negativo, el tren corre hacia la paz o la guerra.

Somos toda la humanidad la que tenemos en nuestras manos el conducir el mundo hacia uno u otro lugar. No hay un solo conductor. Todos somos guías de la marcha del mundo.

Vivimos en mundo acostumbrado al juicio condenatorio. Así cuando hablamos de la pederastia, entendemos y comprendemos que ha de haber castigo a los que lo han cometido. Pero, una vez admitido el castigo y la pena, yo creo que también es preciso que acompañemos al Caín que pudo existir en cada delincuente. No podemos dejar de amarlos y acompañarlos para su recuperación total.

Necesitamos un mar en calma total. Cualquier ola, la produzca el viento que sea, colabora a crear grandes olas que remueven las aguas y embravecen el mar. Y necesitamos una mar serena, en paz, transparente.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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No tocar a Caín.

Miércoles, 8 de noviembre de 2017
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cainResulta que en cuanto otra persona es distinta o comete algún error, no nos cae bien. Enseguida sentenciamos al condenarla y castigarla. Y a poder ser, rechazarla y aislarla de la sociedad.

Y así, los que nos creemos buenos, sanos o cuerdos, retiramos, metemos a los demás en un lugar aparte: cárceles, psiquiátricos, hospitales…

Caín, en la mitología bíblica, había matado a Abel. Dios dice que “nadie le toque ni castigue”. Para ello, le puso una señal, aunque seguía con el castigo de no producirle frutos la tierra y andar errante. Ya es un paso para la mentalidad de entonces. Jesús va mucho más allá “a quien te hiere en una mejilla, ponle la otra”.

Estamos haciendo un mundo de buenos y malos. Claro, los malos son los otros. Y así la pelea es continua. No hay más que ver la dificultad de los inmigrantes, refugiados, expresos para vivir normalmente y ser aceptados en la sociedad.

Es bueno pensar que en la sociedad, cada uno tenemos nuestras cualidades y defectos. Y que la vida, las instituciones no son para quitarnos de encima a las personas difíciles, Porque entonces ya no es sociedad, ya no es comunidad. “La familia, el pueblo, el país, el mundo, no puede ser -como dice Carta a una maestra- un hospital que cura a los que están bien y rechaza a los que están enfermos”. Eso solo ocurre con las clínicas de Lifting Facial.

Unos tenemos hacia otros una labor preciosa que realizar. Todos estamos sanos y todos estamos enfermos. Descubrir nuestra enfermedad y la de los demás. Pero sin condenar, sin rechazar, sino descubriendo las formas de ayudar a sanar.

Me toca muy a menudo celebrar la eucaristía en la cárcel. ¡Qué atentos están y cómo participan! Todos los días comentamos: somos capaces de sacar lo mejor que hay en nosotros y que eso supere y sane a los que hay de torcido.

Nos imaginamos lo que supondría el que todas las personas e instituciones tuviésemos como meta no el castigar, sino el sanar, el curar, el que aflore lo mejor que hay en cada corazón.

Este pueblo del que soy parte, hemos decidido acoger a dos familias: una de tres personas y la otra con cinco niños. El calor humano que van a aportar es fenomenal. No solo son niños para la escuela en un lugar pequeño, sino que transmiten su alegría infantil al pueblo. Muchas personas nos sentimos tocados en el corazón por ellos. Un abuelo, que ya no está para andar con niños, ayer me saludó y en la mano metió un billete para ellos.

Dominar el mal con el bien nos dice Pablo. Y ese es el camino. Poner amor, comprensión. Y esto no solo aisladamente cada persona sino que las instituciones tengan este fin: recuperar, hacer personas.

No cabe otra solución: los hospitales son para los enfermos, no para los sanos: “no he venido a curar a los sanos sino a los enfermos”. Y ahí adquiere sentido nuestra vida.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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Caín, ¿dónde está tu hermana? Dios y la violencia contra las mujeres

Miércoles, 30 de noviembre de 2016
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ate

Es el momento de responder a la pregunta: ¿dónde están nuestras hermanas?, y responderla desde nuestro compromiso diario para dar visibilidad, denunciar culpabilidades, acompañar y suprimirla

Los días 12 y 13 de noviembre se han celebrado las XIV Jornadas de la Asociación de Teólogas Españolas, con el título: Caín, ¿dónde está tu hermana? Dios y la violencia contra las mujeres.

Después de una presentación de Carmen Bernabé sobre las líneas generales que se abordarían en el encuentro, comenzó la primera ponencia: La violencia contra las mujeres: la construcción de un marco feminista de interpretación, a cargo de Ana de Miguel (feminista y profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid), en la que se preguntaba cómo abordar teóricamente la violencia contra las mujeres, para llegar a entenderla e impulsar políticas para erradicarla y transformar la realidad.

Realizó una breve reseña histórica de los principales filósofos, empezando por Aristóteles y Platón en la Grecia clásica, base de nuestra sociedad y democracia, pasando por el Medioevo, la Ilustración y llegando a nuestros días, para afirmar que la minusvaloración, la dominación del hombre sobre la mujer es algo que forma parte de nuestro más íntimo yo, como algo cotidiano, normativo.

En el siglo XXI no necesita hacerse explícita, porque ya existe una necesidad de control por parte de las mujeres, debido al miedo a la violación que, junto a la pobreza y la desigualdad genera violencia.

Adela Asúa, jurista y catedrática española, magistrada del Tribunal Constitucional, pronunció su ponencia sobre el tema: De la tutela del cuerpo a la tutela del espíritu. Ley penal y delitos sexuales. Comentó diciendo que a partir de 1948, cuando se aprueba la Carta de los Derechos Humanos, hay un impulso en las leyes para legislar una igualdad real entre hombres y mujeres, a pesar de los obstáculos, pues en general las clases jurídicas son conservadoras, lentas para cualquier cambio legislativo. Las grandes declaraciones de la ONU también han sido muy importantes, cristalizando algunas en el último cuarto del siglo XX.

Los grandes cambios solo llegan a hacerse realidad cuando la población lo exige, y logran que sus reclamaciones incidan en los políticos y luego en los juristas. En España hasta 1995 ha predominado una legislación de leyes injustas, discriminatorias, que no eran contundentes contra la violencia contra las mujeres. Hay que llegar al siglo XXI para que se vayan implantando leyes contra la violencia de género, el maltrato y la sumisión.

Lidia Rodríguez, pastora evangélica, profesora de teología bíblica en la Universidad de Deusto, dijo que la Biblia está presente en la cultura de la sociedad española. El imaginario social crea una cosmovisión, una memoria colectiva, formas de pensar, desear y valorar. Y también para justificar el orden del statu quo. Pero también cuestiona ese orden. Unos textos bíblicos han dejado huella y otros no.

 

En la Biblia hay relatos espantosos, de auténtico terror, por la violencia ejercida sobre la mujer, como en Jueces 19. A veces la violencia simbólica es superior a la física, las mujeres son solo una moneda de cambio y el narrador mantiene un absoluto silencio. El matrimonio en Israel es un contrato de control. Solo Yahvé, en algunos textos, perdona y acoge a las mujeres. Lidia nos dijo que había que recrear y reinventar la sexualidad de la mujer y todo lo que conlleva. La Biblia puede crear un nuevo imaginario social, mostrando más la imagen de Dios como una madre, dolorida hasta las entrañas, acogedora, que serena y amamanta, o como un útero lleno de cariño. Lo cierto es que “Dios padece con, por, en nosotras”.

La última ponencia del sábado estuvo a cargo de Marisa Cotolí, religiosa Oblata del Santísimo Redentor, que habló del Pulso entre la vida y la muerte en las mujeres que padecen la prostitución forzada y la trata. Lo primero que se preguntaba es si la muerte puede ganarle el pulso a la vida.

La prostitución es un fenómeno muy complejo, un modelo deformante de la relación entre los hombres y las mujeres. Se estima que la prostitución puede mover entre 5.000 y 7.000 millones de dólares, superando ya al mercado de la droga. 4 millones de personas, sobre todo mujeres, vienen a Europa para ejercerla y su consumo es en su mayoría por los hombres (99,7%). Las prostitutas siempre están expuestas a la violencia y la marginalidad. La trata es el ejemplo más claro de la violencia sexual y del trato como simple mercancía. Es una esclavitud de la que no hay datos fiables, pero lo cierto es que el 80% son mujeres y niñas.

Sin embargo la vida puede ganarle el pulso a la muerte. Estas mujeres no han dejado que se apague la esperanza, con una actitud positiva, resilente; cuando encuentran razones para confiar en otros y en sí mismas es cuando encuentran motivos para seguir viviendo.

El domingo comenzó con la ponencia Amores que liberan, el Dios solidario que acompaña desde la cruz a las mujeres. Estuvo a cargo de Silvia Martínez Cano, profesora de la Universidad Pontifica de Comillas (y nueva presidenta de la ATE), que se preguntaba qué tiene que decir Dios sobre la violencia contra las mujeres, sabiendo que es un mal extremo, profundo, con el que convivimos cada día. Un mal banalizado, trivializado. Esta violencia desautoriza a las mujeres por su “insignificancia”, pues crecen insatisfechas, culpabilizadas, con miedo a hacer las cosas mal, a ser castigadas. Nunca será suficiente lo que hagan.

Incluso se sentirán también culpables por su resistencia, por ser inteligentes, creativas, transformadoras. Y esto lleva a la vulnerabilidad y al sufrimiento cotidiano. Ivone Gebara dice que la mujer padece 4 males: No poder, no tener, no saber y no valer.

¿Cómo se puede decir a una mujer que sufre que Dios la ama? La cruz es un escándalo, pues tiene una gran ambigüedad. Solo la cruz que se convierte en solidaridad y lucha, para bajar de sus cruces a las mujeres, puede representar un signo de liberación. La cruz debe representar el no a la cruz, desde las microesperanzas cotidianas, activas, transformadoras. Dios nos da fuerza desde la resistencia.

Por último Susana Becerra, de la Universidad Javeriana de Bogotá, nos habló en su ponencia del Dios crucificado en cuerpo de mujer. Por una teología sanadora. El proceso con las mujeres inmersas en la violencia sexual provocada por el conflicto armado colombiano, lo vive desde la teología pastoral, pues acompaña a mujeres desplazadas por la guerra, que está inscrita en la piel de la mujer afrocolombiana, indígena, empobrecida y, por lo tanto, excluida, invisibilizada, sin ciudadanía. Ante tantas violaciones forzadas por militares y paramilitares principalmente, de forma sistemática, lo sienten como la cruz que tienen que sufrir, muchas veces incluso con un sentimiento de culpabilidad. Y este sufrimiento no solo se convierte en un problema personal, sino también familiar y social. Los soldados las violan en grupo como expresión de un rito en el que celebran la brutalidad humana, y así imponen la humillación, el terror.

Susana también se planteó la pregunta, después de analizar detalladamente el texto de Jueces 19: ¿la violencia y el silencio tendrán la última palabra? La teología, las mujeres y hombres cristianos, deben acompañar a todas las mujeres violentadas, llevar a cabo una campaña contra la violencia sexual que se vive en la sociedad colombiana, de forma cotidiana, denunciarla y comprometerse para erradicarla.

Han sido unas jornadas intensas, duras, que han puesto sobre la mesa la realidad, a nivel nacional y mundial, la lacra de la violencia sexual ejercida principalmente contra las mujeres. Es el momento de responder a la pregunta: ¿dónde están nuestras hermanas?, y responderla desde nuestro compromiso diario para dar visibilidad, denunciar culpabilidades, acompañar y suprimirla. Solo entonces las víctimas sentirán la ternura y el amor de Dios Madre y Compañera en sus vidas.

Miguel Ángel Mesa Bouzas

Fuente Redacción Digital

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“Caín y Abel”, por José Arregi.

Martes, 4 de marzo de 2014
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cain-abel-1Leído en su blog:

Caín es el asesino culpable, y Abel es la víctima inocente. Parece muy claro. Pero nuestros juicios son inseguros, a menudo arbitrarios. En muchas guerras, un Caín vencedor es declarado Abel, y Caín el Abel vencido. En cualquier caso, si Caín el malo no puede ser vencido, negociamos con él, en nombre del realismo; si podemos vencerlo sin negociar, entonces apelamos al derecho con énfasis y sentenciamos solemnemente: “Nunca se debe negociar con Caín”. Y hacemos como que creemos la mentira, o tal vez nos la creemos.

La historia de Siria y de Ucrania son el último ejemplo de nuestro oscilante criterio: Europa y Obama proclamaban, seguramente con razón, que el presidente sirio Bachar el Asad es un genocida, pero tenía aliados poderosos (Rusia e Irán, incluso China), y todo el mundo se ha avenido a negociar con él como lo más razonable. En el caso del presidente ucranio Yanukóvich, por el contrario, Europa y Obama se declaraban dispuestos a negociar con él hasta el último día, a pesar de sus matanzas, pero, inesperadamente derrotado a última hora, ya lo acusan de asesinato masivo y lo juzgarán por ello (si pueden, lo que parece muy dudoso, pues Rusia y el gas siberiano se interpondrán de nuevo).

Haríamos bien en modular nuestros juicios. Haríamos bien, sobre todo, en ponernos cada uno, al menos por un instante, en el lugar del otro, primero en el lugar del asesinado, pero también en el lugar del asesino declarado Caín. También Caín lleva un signo sagrado en su frente.

Recordemos la historia bíblica. Caín y Abel eran hermanos, hijos del mismo amor, de la misma carne. Eran muy distintos: “Abel se hizo pastor, y Caín agricultor” (Génesis 4,2). Dos modos de ser, dos modos de vida, dos civilizaciones. Y luchan entre sí, o al menos el uno lucha contra el otro, por envidia, por odio. Caín es figura del malo, Abel es figura del justo. Caín es el “culpable”, Abel es el justo. Pero miremos más de cerca: el texto no nos sitúa en ese registro de la “culpa” y de la “inocencia”.

¿De dónde le viene a Caín su odio a Abel? El relato bíblico lo “explica” de manera desconcertante: “El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, y se fijó menos en Caín y su ofrenda” (4,4-5). La inexplicable preferencia de “Dios” por Abel sería la causa del rencor de Caín y de su asesinato. Es comprensible que Caín, al verse postergado, sienta envidia de Abel? Pero ¿es comprensible que “dios” discrimine a Caín? Es una forma de hablar. Una manera de decir que la envidia de Caín es incomprensible. Al decir que “dios” es el “último culpable” del odio y del crimen de Caín, el relato no quiere en absoluto imputar a “Dios, sino “excusar” de alguna forma a Caín. Es una manera de decir que Caín no es la razón y la fuente última de su envidia y de su odio o de su crimen. Nadie es culpable absoluto.

Si hoy quisiéramos identificar las razones de este asesinato originario, investigaríamos las circunstancias económicas o sociológicas y las condiciones psicológicas o genéticas o biológicas, y tendríamos razón. Pero ése no es el asunto en el libro del Génesis (ni ésa es la cuestión última en todos los crímenes). La cuestión última es la responsabilidad, no la culpa. Y al decir “responsabilidad”, no me refiero a quién tiene la culpa y quién ha de pagar por el crimen, sino más bien a quién responde de esta situación y está dispuesto a hacerle frente y repararla.

“Si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo” (4,4-6), dice la voz divina a Caín. Es decir: “No busques culpables, Caín, fuera de ti ni siquiera en ti mismo; obra bien, y podrás levantar tu frente, alegrar tu cara. Y créelo, tú eres capaz de obrar bien, eres capaz de ser bueno”. En eso consiste la responsabilidad.

La cuestión más decisiva no es identificar la culpa y al culpable –¡tantas veces juzgamos de acuerdo a intereses ocultos o simplemente por error!–. La cuestión decisiva es curar las heridas infligidas, primero del que ha sido herido y luego también del que ha herido. Y nada remediamos castigando al malhechor, sino ayudándole a ser responsable y bienhechor, a reparar el daño en el otro y en sí. Impedir que vuelva a delinquir es una condición necesaria, pero no suficiente.

Así hace “Dios” en el relato del Génesis. No “castiga” a Caín, aunque pueda parecerlo en una lectura superficial. “Dios” se erige en primer lugar, eso sí, como testigo de Abel: ocupa su lugar vacío, y en su lugar toma la palabra, se hace su portavoz. “Dónde está tu hermano?” (4,9), pregunta a Caín, y le impide huir a la indiferencia y al olvido, seguir encerrado en sí mismo, cuando aquel le responde: “No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (4,9). Sí, lo sabes, debes saberlo. Sí, eres el guardián de tu hermano, debes serlo, pues forma parte de tu propio ser.

Si dejas de serlo, dejarás de ser tú mismo, condenarás tu propio ser. “La sangre de tu hermano me grita desde la tierra” (4,9). ¿Se trata acaso de una áspera acusación por parte de un Juez soberano? No, no se trata de acusación, ni de imputación, ni de severa petición de cuentas, ni de imposición de castigo, aunque el vocabulario (“la tierra te maldice”, “andarás errante y vagando por el mundo”…) pudiera sugerirlo.

“Dios” no castiga a Caín ni lo maldice. Le interpela y le hace tomar conciencia de su ser y de su acción. Pero no lo hace para que en adelante se arrastre bajo la angustia de su culpa, sino más bien al contrario: para que sea consciente de su propia dignidad, recupere la confianza en sí mismo, sea capaz de obrar bien y pueda seguir caminando sin miedo como hermano de su hermano muerto y de todos sus hermanos vivos. Caín ha de vivir, aunque se errando por la tierra, como sucede en realidad con todos los seres humanos, sean Caín o sean Abel.

Caín tiene miedo: “El que me encuentre me matará” (4,14). No, nadie podrá matarte. Dios es testigo defensor de Abel, pero también es testigo defensor de Caín. “Y el Señor puso una marca a Caín, para que no lo matara quien lo encontrase” (4,15).

No es lícito matar al asesino. La venganza hace daño también al que se venga. El castigo del llamado culpable no cura a la víctima inocente. Lo que cura al uno y al otro es la humanidad: que el malhechor no haga daño y se vuelva bienhechor, que el asesino se vuelva guardián y protector de la vida del hermano, que la víctima abra su corazón y acceda a ponerse en el lugar del asesino.

¿Pero será posible? La señal grabada por Dios en la frente de Caín afirma que sí. “Dios” lo cree posible. Dios es esa posibilidad y esa fe, es esa señal de salvación en la frente de Caín, más allá de todos los crímenes y heridas de esta tierra. Más allá también de nuestros criterios, tan inciertos, y a menudo tan contradictorios, sobre la culpa y la inocencia, sobre Caín y Abel.

José Arregi

Para orar

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.

(Oración franciscana por la paz)

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