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“Protagonistas ellas como apóstoles de la Resurrección”, por Gabriel Mª Otalora

Jueves, 13 de abril de 2023
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El Antiguo Testamento nos habla de la experiencia troncal que marcó para siempre a sus protagonistas: la liberación de la esclavitud en Egipto. Aquellos judíos querían libertad y aprendieron a ser la mejor posibilidad de sí mismos de una manera diferente a como lo habían pensado, entre la fe y la esperanza de la Alianza, en medio de sus flaquezas y deserciones. Al final, su éxodo hacia la Tierra Prometida se convirtió en una analogía de lo que es la vida del creyente con los mismos altibajos que aquel pueblo judío, pero en su desierto interior.

El antes y el después lo marcó el paso de Jesús por este mundo que, lejos de hacer las cosas más fáciles, continúa invitándonos a un éxodo más personal en una nueva Alianza con el Amor universal como la esencia de toda la existencia.

 La manifestación de Dios ya no ocurre en la montaña, sino en nuestro interior cada vez que acogemos la Buena Noticia de que Dios es amor y damos con nuestro ejemplo el sentido nuevo que dio el Mesías a toda la Escritura. De hecho, la Pascua del Resucitado es el día más importante del año litúrgico, el acontecimiento central de nuestra experiencia de fe. Incluso en los cuarenta días de Cuaresma no se incluyen los domingos porque cada domingo se considera una Pascua.

Desde aquél entonces, quienes tenemos el regalo de la fe -y la encomienda de evangelizar el Amor mediante el ejemplo- celebramos la Pascua, el paso del Señor entre nosotros con su entrega total que da sentido gozoso a toda la existencia. Aquellos testigos de su vida, muerte y Resurrección no dejan de interpelarnos nuestra fe. Y digo testigos en el sentido más amplio, ya que fueros ellas las primeras discípulas (enviadas), escogidas para anunciar que Cristo ha resucitado.

Si leemos de seguido el pasaje de la Resurrección en los cuatro evangelios, fueron al sepulcro seguidoras y seguidores de Jesús, pero se refleja claramente que es a ellas a quienes se les revela Cristo Resucitado y son ellas quienes reciben el encargo de comunicárselo a los discípulos. Las mismas que habían seguido a Jesús a Jerusalén… ¡desde Galilea!

Dicho lo anterior, hay dos momentos clave en el Evangelio, el nacimiento del Mesías y su Resurrección. Curiosamente, ambos protagonizados por mujeres: María es la que alumbra a Jesús como madre, y estas mujeres son las testigos de un nuevo tiempo Pascual, mientras los discípulos optaron por esconderse por miedo al haber sido seguidores de Jesús… Los 4 evangelistas mencionan solo a mujeres como testigos del Resucitado, y a la vez citan a María Magdalena entre las presentes, un grupo numeroso, nos dice Lucas.

Lo impactante es que esta realidad no se ha sido resaltada teológicamente a la hora de valorar la presencia de la mujer en la Iglesia. Sin embargo, son ellas las que reciben el encargo de proclamar la noticia de la Resurrección a los discípulos buscando la manera de hacerse creíbles cuando las mujeres no estaban consideradas como testigos fiables. En aquella época, la mujer no contaba para nada, ni siquiera podía ser testigo de un juicio pues se la consideraba poco creíble. Sin embargo, su testimonio anunciando la Resurrección a los once, fue protagonizado por mujeres.

Se inaugura, pues, el tiempo de la Iglesia, el de sus seguidores  como Pueblo de Dios que debemos continuar con la obra del Resucitado. Lucas relata en Hechos algunas pinceladas del nuevo tiempo y Pablo nos habla incluso de diaconisas presidiendo nuevas comunidades en el proceso de evangelización misionera por el Mediterráneo.

Hoy es el día en que la jerarquía eclesiástica no concede a las mujeres la voz debida por razón de su sexo, mientras retumba en cada Pascua de Resurrección, la necesidad de que desarrollemos una teología profunda sobre la mujer. Quizá descubramos algunas buenas razones por la que Dios dio a conocer al mundo a su Hijo por medio de una mujer y que mujeres fuesen las elegidas a la hora de desvelar al Resucitado y, más tarde a través de ellas, a los apóstoles.

¡Feliz Pascua, paz y bien!

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Apóstolas, pioneras del feminismo

Miércoles, 3 de mayo de 2017
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mary-magdalene-6e5a131d0dc85e1439fe556313b910251421f22f-s6-c30(Frei Betto op).- En el Evangelio de Juan (20, 11-18) se describe cómo, muerto Jesús, María Magdalena permaneció llorando junto a su sepulcro, cuya piedra, que hacía las veces de puerta, había sido retirada. Al mirar al interior, no vio el cuerpo de Jesús. Vio dos ángeles. Le preguntaron por qué lloraba. Ella respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”.

Al volverse, se topó con un hombre que también le preguntó por qué lloraba y qué buscaba. Supuso que se trataba del jardinero del cementerio: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. El extraño la llamó por su nombre: “María”. Magdalena reconoció a Jesús por el tono de su voz y exclamó: “¡Rabuni!” (que en hebreo significa Maestro).

La mujer no se contuvo y lo abrazó: “No me toques”, le dijo Jesús, “porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’.” María Magdalena fue entonces al encuentro de los discípulos y les anunció: “¡He visto al Señor!”

Magdalena fue la primera que testimonió la Resurrección. Y la primera en anunciar a Jesús resucitado. Solo el machismo imperante en la Iglesia desde los primeros siglos explica por qué no se la considera una apóstola. Desde que Jesús la libró de “siete demonios” no dejó de seguirlo, en compañía de Juana, Susana “y otras muchas” (Lucas 8, 3).

Pero Magdalena no fue la primera que reconoció en Jesús al esperado Mesías. Ese mérito le corresponde a otra mujer, de quien también nos contó Juan (4, 1-30). No sabemos su nombre. Sabemos que vivía en Samaria y que tenía el extraño hábito de ir al pozo a buscar aguar por vuelta del mediodía.

En las regiones donde no hay agua corriente, es al amanecer que se acostumbra ir a buscar el agua. La actitud de la samaritana tiene una explicación obvia: no quería encontrarse con otras mujeres. Sabía que tenía mala fama, y prefería ir al pozo cuando no había nadie.

Cierto día, se encontró allí con un joven. Al verla bajar el cántaro al pozo, le pidió: “Dame de beber”. Por el acento, la mujer se dio cuenta de que era un judío. Y reinaba una fuerte animosidad histórica entre judíos y samaritanos. “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” Jesús, que se había detenido allí a descansar mientras los discípulos iban a comprar provisiones, le replicó: “Si conocieras quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le pedirías, y él te daría agua viva.

Esa afirmación la intrigó: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” Jesús insistió: “Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; mas el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá.” Animada por la idea de librarse del trabajo de ir al pozo, la mujer lo instó: “Dame de esa agua para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.”

Jesús cambió el rumbo de la conversación: “Ve, llama a tu marido, y ven acá.” “No tengo marido”, dijo ella. Su fama ya había llegado a Galilea. “Bien has dicho: ‘No tengo marido’.” Y añadió: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho con verdad.”

Resulta curioso que Jesús no pronunciara un sermón moralista: “¡Promiscua! ¿Cómo te atreves a querer mi agua viva si no eres capaz de ponerle freno a esa sucesividad conyugal?” ¡Y pensar que hoy en día hay cardenales, obispos y padres que, contradiciendo al papa Francisco, insisten en negarles los sacramentos a hombres y mujeres que se han vuelto a casar!

Además de no emitir ninguna censura, Jesús elogió a la samaritana por decir la verdad. Y al elucidar su duda sobre el lugar donde debía adorarse a Dios, si en Jerusalén o en Samaria, enfatizó que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Y, por primera vez, rompió el anonimato sobre su naturaleza divina y se le reveló como el esperado Mesías.

¡Pobres de los puritanos escrupulosos! ¡No soportan el hecho de que Jesús no se le haya revelado por primera vez a Pedro o a otro apóstol, sino a una mujer de vida irregular! ¿Por qué? Porque se dio cuenta de cuánta sed de amor (el agua viva) había en ella. Era una mujer voraz y veraz. Y solo Dios sería suficiente para colmar semejante sima en el corazón.

La samaritana tiró el cántaro y corrió a la ciudad para anunciar que había encontrado al Mesías. Fue ella, en realidad, la primera apóstola.

Resulta extraño que hasta el día de hoy a las mujeres se les considere fieles de segunda clase en la Iglesia Católica, impedidas de acceder al sacerdocio. Si Dios quiere, eso cambiará un día, como tantas otras piedras del tradicionalismo que ya han sido removidas.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de Fome de Dios (Fontanar).

www.freibetto.org

Traducción de Esther Perez

Fuente Religión Digital

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