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Entradas Etiquetadas ‘5º Domingo de Cuaresma’

Lo sientes en tus entrañas

Lunes, 18 de marzo de 2024
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IMG_0939Dra. Nicolete Burbach

La reflexión de hoy es de de la colaboradora invitada, la Dra. Nicolete Burbach, líder de justicia social y ambiental en el Centro Jesuita de Londres. Su investigación se centra en utilizar las enseñanzas del Papa Francisco para superar las dificultades en el encuentro de la Iglesia con la transidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

El gran teólogo medieval Tomás de Aquino escribió una vez: “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. Según una interpretación, “naturaleza” aquí significa aquello que Dios crea para luego llevar a cabo su cumplimiento por medios sobrenaturales. Dicho de otro modo, la naturaleza es aquello que espera la gracia. Cuando la gracia perfecciona la naturaleza, Dios la lleva a la expresión más verdadera de su ser.

Vista de esta manera, la gracia es “integral” a la naturaleza. La gracia no es un principio opuesto que anula o reemplaza a la naturaleza, sino su realización. Podemos ver esto en la forma en que la naturaleza, a través de la gracia, se convierte en vehículo para su propia salvación. Por ejemplo, en los sacramentos, la gracia se apodera del pan y del vino, del agua y de las palabras, y los eleva a signos eficaces de nuestra salvación.

En las lecturas litúrgicas de hoy vemos esta salvación escrita en los cuerpos. La segunda lectura de Hebreos es parte de una discusión más amplia sobre lo que significa que Cristo sea un cuerpo humano. Dios nombró a Cristo para que asumiera nuestra humanidad para que pudiera servir como Sumo Sacerdote, representándonos ante Dios e intercediendo por nosotros. Cristo consintió en obediencia, y Dios escribió nuestra salvación en Su carne: su vida, muerte y resurrección (Hebreos 5:7-10).

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entretejidas en los tendones del cuerpo de Cristo.

2000 años después, en la Eucaristía, somos ese Cuerpo. Jeremías vislumbró esta realidad. En la primera lectura de hoy, escuchamos una profecía del nuevo pacto de Dios: un pacto que será conocido y guardado no simplemente porque a la gente se le hable de él, sino porque lo conocen en lo más profundo de sus cuerpos. Como lo expresa la traducción católica de Douai Rheims del siglo XVII, lo sabrán “en sus entrañas” (Jeremías 31:33). Dios también escribe nuestra salvación en nuestros cuerpos.

IMG_3614La perfección de la naturaleza por parte de la gracia tiene un significado social. La naturaleza pecaminosa de la humanidad se expresa en “estructuras de pecado”: las características de la sociedad que nos impiden alcanzar la plenitud que Dios desea para nosotros al negarnos las cosas que necesitamos para prosperar. La gracia perfecciona la naturaleza superando estas estructuras para construir una sociedad justa. Los cuerpos también son centrales para esta superación: en Jeremías, los cuerpos en los que está escrita la nueva alianza constituyen una sociedad que vive en obediencia a ella. 2000 años después, podríamos decir que el Cuerpo de Cristo, al que están incorporados nuestros cuerpos, está llamado a continuar la obra de salvación defendiendo la justicia en el mundo.

Aquí me dirijo a mis lectores trans, que conocen íntimamente esta obra. “Trans” es un nombre que la sociedad da a las vidas que van en contra de sus normas de género. La transidad rompe la regla fundamental del género: que los seres humanos vienen en dos tipos sexuales inmutables, con dos roles sociales inmutables asociados. Las personas trans son castigadas por esta violación impidiéndoles vivir una vida plena. Las vidas trans son arrojadas, como granos de trigo, al suelo para morir (Juan 12:24). En esta reescritura de la Pasión, todas las personas trans aprenden dolorosamente que las normas de género que violamos y las instituciones que las vigilan son “estructuras de pecado” en este sentido.

Pero así como la Cruz no fue la última palabra, también hay más en la transidad. Si ser trans es toparse con estas estructuras pecaminosas, entonces vivir tu vida trans es vivir desafiándolas. Al hacerlo, la transidad es testigo de la posibilidad de vivir de una manera liberada del régimen de género. Al trabajar por la liberación trans, también ayudas a crear esa posibilidad. Finalmente, al vivir una vida trans y buscar la liberación trans, ejerces cierta libertad de su poder.

En este contexto, la transidad comienza a parecerse un poco a la obra de la gracia.

Esta liberación es, por supuesto, imperfecta. El género está presente en nuestras vidas en el nivel más profundo. Está incrustado en los mismos conceptos con los que pensamos en nosotros mismos y formulamos nuestros deseos. Está entrelazado a través de las comunidades e instituciones que dan forma a las posibilidades de nuestras actividades. Y es poco probable que algo tan profunda y complejamente arraigado pueda deshacerse durante nuestra vida.

Sin embargo, estas limitaciones no son absolutas. Como persona trans, demuestras esto cada vez que encuentras formas de vivir una vida más plena dentro de esas limitaciones y a pesar de ellas. Tomas signos de género que de otro modo dictarían tu papel en la sociedad (formas de hablar, actuar y relacionarte) y los encarnas de maneras que articulan nuevas verdades y crean nuevas posibilidades para la comunidad y las relaciones. Estos son los frutos que brotan del grano caído de tu vida (Juan 12:25); un recorrido sobre la Resurrección.

Tales triunfos hacen que tu vida trans sea más que una simple obra de gracia. En ellos, tomas el material caído de la sociedad que te rodea y lo pones en labor redentora. Construyes algo a partir de esta naturaleza caída que comienza a superar los males encarnados en ella. Al hacerlo, trazas la gracia escrita en tu cuerpo. Y a partir de ahí, como papel de calco, tu vida se convierte en una transcripción del poder redentor de la gracia.

Visto de esta manera, también podemos ver cómo la transidad es obediencia a la gracia y su exigencia de ser escrita. Entregas tu vida en medio de la naturaleza caída y así te levantas para cumplir con el decreto fundamental de la gracia: que debemos ser más que nuestro estado caído (Juan 12:25). Al volver sobre la gracia escrita primero en el cuerpo de Cristo, tomamos esa naturaleza descarriada y la ponemos al servicio de la gracia por la cual es redimida.

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entrelazadas en los tendones de tu cuerpo trans.

Ni el autor de Hebreos ni de Jeremías pensaban en las personas trans mientras escribían. Sin embargo, tú, como trans, podrías encontrar tu vida en estos pasajes. Estos autores escribieron sobre una gracia que ustedes conocen tan íntimamente. Lo encarnas en tu vida trans, que es el signo efectivo de tu liberación y una imagen de su poder.

Está escrito en tu cuerpo. Lo sientes en tus entrañas.

—Nicolete Burbach, 17 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“No se ama impunemente”. 5 Cuaresma – B (Juan 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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Farmer's Hand Planting Seeds In Soil In Rows

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

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“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Domingo 17 de marzo de 2014. Domingo quinto de Cuaresma

Domingo, 17 de marzo de 2024
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23-cuaresma B5 cerezoDe Koinonia:

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. 
Salmo responsorial: 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. 
Hebreos 5,7-9:  Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna. 
Juan 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y a los judíos divididos entre los que se quedaron y los que fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen «órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad». El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el Evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Éste es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis: ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés, incluso creyendo, paradójicamente, que con ese interés propio es como mejor colabora al bien común…. Es una ideología enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Es por eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, la del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de la hominización trasparenta cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo: para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos en hacer que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia: el evangelio de la comunidad de Juan. Leer más…

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17.3.24. (Dom 5 C.) Como grano de trigo. Sólo da vida quien al darla muere (Jn 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_6428Crucifixión blanca de Marc Chagall

Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje es una  continuación del evangelio del domingo pasado (Jn 3, 14-21: Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar, sino para salvar al mundo), y lo hace muriendo por ellos.

He escrito en otros lugares extensos comentarios de este evangelio. Aquí me limito a destacar sus rasgos principales,  con algunos términos griegos, que pongo entre paréntesis, no porque sean necesarios para entender mi comentario, sino para animar a mis lectores a profundizar en ellos. Buen domingo a todos.

Juan 12,20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús, que les contestó:

“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada,  ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.” La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

“Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Lectura comentada

Había allí algunos griegos (Ἦσαν δὲ Ἕλληνές τινες ). El evangelio de Juan ha terminado de exponer el camino y mensaje de la “vida pública” de Jesús en Israel (en Galilea y Jerusalén). Con el nuevo capítulo (Jn 13) empieza el discurso de la cena (la gran despedida), con la pasión, muerte y pascua de Jesús.

Éste es el  momento en que Juan introduce a los griegos (helenos) que son, en sentido general los  no judíos, los paganos, los gentiles. El texto supone que Jesús ha venido también para ellos, no de un modo directo (Jesús no predicó a los gentiles), sino indirecto, a través de los discípulos que son representantes de la misión universal de la Iglesia),  en una línea que puede y debe compararse con la que traza el libro de los Hechos, a partir de Hch 6-7 (presencia y misión de los helenistas).

Intermediarios de la misión griega: Felipe y Andrés.  Según el evangelio de Juan, los portadores de la misión helenista o gentil son Felipe y Andrés de Betsaida, ciudad semi-helenista del Golán, cercana a Cafarnaúm, de donde fueron los primeros discípulos de Jesús, según Jn 1, 19-51. Andrés (hermano de Pedro) fue el primero de los discípulos de Jesús, y a su lado (en vez de Pedro, que cumple otra función) emerge Felipe (que es como Tomás y Judas  el que plantea las preguntas fundamentales de la vida cristiana, cf. Jn 14).

Por otra parte, Felipe y Tomás aparecen en la tradición cristiana como autores de los evangelios “helenistas” (gnósticos) de Jesús, no admitidos en el canon.    Pues bien, en este momento de “cambio esencial” (de apertura a los gentiles, a los nuevos paganos, al mundo nuevo/culto de la modernidad), el evangelio de Juan apela a Andrés con Felipe), como si hoy (año 2024) necesitáramos nuevos intermediarios de evangelio.

Los griegos quieren “ver a Jesús” y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.  Son los de fuera (los griegos, gentiles) lo que le buscan, a través de dos “intermediaros” (Andrés y Felipe). Pero Jesús no les responde “voy”, ni les dice que vengan, ni propone un lugar de encuentro, sino que comenta: “ha llegado la hora” (Ἐλήλυθεν ἡ ὥρα).

Éste es el momento de abrir el evangelio a los gentiles, de forma nueva, con métodos distintos, un evangelio que no sea ya judío, ni cristiano al modo anterior, un evangelio nuevo para esta nueva hora.

Todo el texto que sigue indica el sentido de esa “hora/misión” de los gentiles, la hora en que ha de ser “glorificado el Hijo del Hombre” (ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου). Esta expresión (que sea glorificado, ἵνα δοξασθῇ)  indica la finalidad de la misión universal de Jesús, de su apertura a los antiguos y nuevo gentiles, en este año 2024, en que estamos llamados a expresar la gloria de Dios  como palabra salvadora para todos los pueblos, con la ayuda de los nuevos “misioneros” (Andrés el griego, patrono de la iglesia bizantina) y Felipe, el evangelista de los tiempos nuevos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muerte (ἐὰν μὴ ὁ κόκκος τοῦ σίτου πεσὼν εἰς τὴν γῆν ἀποθάνῃ, αὐτὸς μόνος μένει·). Grano de trigo es el mensaje de Jesús (cf. Mc 4 par); grano de trigo para morir y dar vida somos también los creyentes (cf. 1 Cor 15). Grano de trigo es finalmente Jesús, Dios hecho semilla, fermento de vida en la vida de los hombres.

El Dios de Jesús no crea imponiéndose sobre los hombres, sino dándoles su vida, muriendo por ellos. Jesús tiene que caer/morir no sólo en la tierra judía de la “ley” antigua, sino en toda la tierra de los hombres (como indica ya Mc 4). Los griegos/gentiles que buscan a Jesús a través de Andrés y Felipe son los humanidad entera en la que Jesús ha de ser “enterrado”, caer y morir como grano de trigo, elevarse en la cruz para atraer/salvar a todos.

Jesús no está solo, Jesús somos todos: Quien ame su vida (se aferra a ella), la perderá; quien odie (=entregue su vida) la ganará… (ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, ὁ καὶ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ   ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν. ). Es como el trigo: si queda sólo, cerrado en sí mismo, es inútil; por el contrario, al sembrarse y morir en la tierra se vuelve semilla de vida, da fruto, resucita (cobra vida más grande en la nueva espina y sus granos). También nosotros resucitamos viviendo en los otros… Jesús su presenta así como semilla de nueva humanidad, de una cosecha abundante de vida.

Como Jesús esa semilla de trigo), así lo son sus “servidores”, esto es, sus compañeros, que no son siervos sometidos (criados, esclavos: doulos, douloi…), sino dikonoi ( διάκονος), compañeros, colaboradores). Leer más…

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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si el grano de trigo muere germina y da frutooracion-del-huerto-2

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Oración del huerto

     La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

            El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

 En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

           El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

            Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

            Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

            La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

            En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

            A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

            La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».

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17 de Marzo. Domingo V de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.

(Jn 12, 20-33)

Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.

Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.

La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.

Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.

La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.

Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.

Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.

Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.

Oración

Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Tu vida biológica es sólo un medio para alcanzar la verdadera vida.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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resizeimag-aspDOMINGO 5º DE CUARESMA (B)

Jn 12, 20-33

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario; solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomas consciencia de esto y has perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superar a la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El grano de trigo

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3569Jn 12, 20-33

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»

Mientras Jesús permanece en Galilea, su enfrentamiento con escribas y fariseos es constante, pero se mantiene en un plano eminentemente dialectico y no va a mayores. Pero llega un momento en que tiene que decidir entre permanecer en Galilea o universalizar su mensaje llevando la buena Noticia al mismo corazón de Judea. Si permanece en Galilea como profeta rural, el alcance de su mensaje será muy limitado, pero su vida no correrá peligro. En cambio, si sube a Jerusalén pondrá en grave riesgo su vida, pues las autoridades le buscan para prenderle: «Vayamos también nosotros a Jerusalén a morir con él», dice Tomás, consciente del enorme peligro que ello supone.

Y Tomás tenía razón, desde que Jesús pisa Jerusalén sufre una oposición frontal por parte de las autoridades judías; una oposición que pronto pasa de las palabras a los hechos, pues los sacerdotes saben que si lo de Jesús triunfa, su estatus quedará seriamente dañado. Este enfrentamiento se agudiza día a día, y en esta dinámica Jesús acaba acusando a los sacerdotes y jefes del pueblo de usurpadores de la viña y homicidas, llamando hipócritas y sepulcros blanqueados a los escribas y fariseos, y tildando de pecadores a los santos que querían lapidar a la adúltera…

Su suerte está echada.

El texto de Juan corresponde al último discurso público de Jesús en el templo cuando los jefes ya han decidido su muerte. Fiel a su estilo, Juan no ve angustia o amargura en Jesús ante la inminencia de una muerte cruel y escarnecedora, sino que, por el contrario, lo que manifiesta es que «ha llegado la hora en que sea glorificado el hijo del hombre». La pasión y la muerte de Jesús se entenderán en aquel momento como “la hora de las tinieblas”; el momento en que las tinieblas se cierran definitivamente a la luz, pero, como dice Juan, ése es el momento culmen de su vida.

Jesús va a perder su vida, y eso precisamente dará sentido y valor a su vida entera. Si hubiese escapado de Jerusalén cuando aún estaba a tiempo, la hubiese salvado y se hubiese librado del escarnio al que le sometieron sus enemigos, pero habría quedado como un profeta de provincias sin ninguna trascendencia posterior y poca credibilidad. En cambio, de la muerte de Jesús nacerá nuestra posibilidad de creer en él, y por tanto nuestra posibilidad de conocer a Dios y reconocernos como Hijos.

De ese grano de trigo caído en tierra y enterrado brotará con enorme pujanza la fe en la Buena Noticia.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Perder para ganar. Fecundidad insospechada.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3105Jn 12.20-33

Con el texto de este último domingo de Cuaresma nos vamos situando en el pórtico de la Semana Santa. Es decir, en las consecuencias de una existencia vivida al modo de Jesús. Jesús muere no solo como consecuencia de su encarnación. Es decir, porque los hombres y las mujeres, morimos, sino que Jesús muere porque los hombres y las mujereas matan. En este texto Jesús revela el verdadero sentido de la existencia humana, que no es otro que estar dispuestos a entregarla por amor.

Pero el amor no es un ideal “blando” ni romántico, sino que pasa por el descentramiento de uno mismo, y la vivencia de una fidelidad y libertad conflictiva, vividas desde el convencimiento y la confianza en su  fecundidad misteriosa. Una fecundidad que no es “automática”, sino sembradora de un futuro alternativo. La lógica del evangelio no es exitosa ni triunfalista. El mesianismo de Jesús es un mesianismo descalzo que nos invita como iglesia a situarnos al lado de los perdedores y perdedoras de la historia para, desde abajo y desde dentro, señalar que es urgente y necesario otro mundo posible, sin primeros ni últimos, e ir alumbrándolo, desde la práctica de la gratuidad y el amor generoso, que antepone el bien común a los intereses  privados.

Esta lógica chirria frontalmente con el individualismo dominante, el sálvese quien pueda, la meritocracia, o el no todas las vidas importan, que son algunos de los dogmas con que el capitalismo neoliberal coloniza nuestras conciencias y sensibilidad. Pero el evangelio nos hace otra propuesta alternativa: la  Fraternidad, que se  construye desde un nosotros inclusivo y no desde el yo narcisista.  El camino de la  fraternidad lleva muchas veces a un aparente “perder para ganar” y a trabajar con conciencia del a largo plazo, pero con la confianza profunda  en que  lo que no  se da no se pierde y lo entregado gratuitamente puede ser semilla de un futuro inédito.

Sin embargo, una interpretación literalista de este texto puede a conducir a una inadecuada en la comprensión de la autoestima y el amor a uno mismo como una realidad no querida por Dios. Sin embargo, solo desde el amor y el reconocimiento de la propia dignidad humana en cada uno de nosotros podemos amar  y reconocer la de otros. El problema es cuando convertimos nuestro yo y nuestras necesidades personales en la medida de lo humano y en el centro de nuestros ideales y acciones, olvidando que somos en interdependencia y  en relación  y que solo desde este ser en comunión y en projimidad alcanzamos nuestra plenitud como personas. Vivir de esta manera tiene sus dificultades, pero también nos lleva a tener existencias que merezcan la alegría y el sentido de ser vividas y en esa aventura experimentar que el Dios de Jesús hace camino con nosotras sosteniéndonos y alentándonos de una forma insospechada, desde el misterio de la Pascua.

 

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Agitación

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3524Domingo V de Cuaresma

17 marzo 2024

Jn 12, 20-33

Nuestro pequeño yo se agita con facilidad. Basta que las cosas no salgan como espera para que, con la frustración, aparezcan inquietud, miedo y enfado. La frustración altera los planes del yo -que vive en la creencia ilusoria de que la realidad debe responder a sus expectativas- y genera, con mayor o menor intensidad, alteración emocional.

Una intensidad que es directamente proporcional al grado de amenaza que nuestra mente adjudica a un acontecimiento determinado. A su vez, esta catalogación mental se halla condicionada por experiencias más o menos traumáticas o, simplemente, dolorosas de nuestro pasado, que nos hacen especialmente sensibles ante determinadas circunstancias.

Encontramos, pues, diferentes factores que pueden explicar la mayor o menor intensidad de la agitación que experimentamos: experiencias dolorosas de nuestro pasado, el modo como funciona nuestra mente y el conjunto de creencias que hemos asumido, nuestra mayor o menor identificación con el yo… Con todo, me parece que, en el origen de la inquietud o angustia, se encuentra aquella creencia que nos hace vernos separados de la vida.

Una vez que nos identificamos con el yo particular -con esta forma concreta en la que nos experimentamos temporalmente-, dando por sentado que estamos separados de la vida, únicamente se puede experimentar miedo y tensión. El yo, además de solo, se sentirá amenazado. Y con razón, ya que, antes o después, será consciente de su propia impermanencia.

La agitación, por tanto, nunca podrá ser superada por el yo. Todos sus intentos no lograrán sino incrementarla, porque solo busca escapar de la situación que lo angustia (“Líbrame de esta hora”). Tampoco puede ser superada por la mente ya que, en última instancia, es esta quien la crea cuando la realidad no se corresponde con sus deseos.

La liberación pasa por superar aquella falsa creencia, reconocer que en nuestra identidad profunda somos vida -jamás podríamos pensarnos separados de ella- y, por tanto, entregar conscientemente “nuestra” vida a la vida. Ahí renunciamos al control, tan enfermizo como ineficaz -en realidad, no controlamos nada-, y se abre camino la paz.

En el relato evangélico, Jesús supera su agitación al tomar distancia de su ego amenazado y expresar: “Glorifica tu nombre”. En lenguaje no teísta, tal expresión podría traducirse por esta otra: “Que la vida sea”.

La comprensión nos permite tomar distancia del propio yo -al caer en la cuenta de que no constituye nuestra identidad-, y esa distancia nos permite liberarnos de su agitación, su agobio y su angustia. Lo que realmente importa no es lo que le suceda a mi yo, sino comprender que soy uno con la vida. Por eso puedo decir: “Que no sea lo que yo quiero, sino lo que la vida quiere”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El Dios de algunos moralistas es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3101Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Somos hijos del amor de Dios: Él nos ha creado por amor (gracia), y cuando nos crea, nos salva

            Nuestra concepción de la gracia y del perdón la vivimos un tanto distorsionada, porque partimos de la contraposición: estado de gracia y estado de pecado, cuando en realidad el origen es la gracia, el regalo de ser querido, creados y salvados por Dios.

Somos criaturas que brotamos del amor de Dios:

¿Me siento hijo querido por Dios? ¿Mi historia con Dios es una historia de amor o de pánico? ¿Tengo miedo a Dios?

Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres las si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).

02.- Pecador me concibió mi madre (salmo 50,7).

Es verdad, somos pecadores, pero queridos por Dios también, y sobre todo, en cuanto pecadores.

Esta es la diferencia entre el cristiano y aquel para quien la fe es un sistema de creencias, de derecho, normas y moralidad. Cristiano es sentirse querido por Dios y agradecido (gracia) a Dios también -y sobre todo- cuando el pecado invade nuestra existencia. La fe en el Señor se fundamenta no en la moral, sino en el amor de Dios, en sentirme querido por Dios.

Dios hizo una alianza con su pueblo, con la humanidad. Él nunca nos abandona: camina con nosotros, está de nuestra parte.

03. Culpabilidades malsanas.

Cuando sentimos culpa, culpabilidad, remordimientos, angustia, escrúpulos, es que no podemos “dejar nuestro pecado, ni nuestra vida en las manos de Dios y abandonarnos a Él”.

La culpabilidad es un sentimiento de orden psicológico, no precisamente cristiano. El miedo y la angustia infunden culpabilidad, y son lo contrario a la gracia. La gracia, la mirada elevada al crucificado y al Padre, pacifican, serenan el alma y la vida.

La culpabilidad hiere el alma y es lo contrario de la gracia. Vivir con miedo es exactamente lo contrario a vivir en gracia de Dios, simplemente es un “no vivir”. El miedo bloquea, paraliza, enquista, crea trincheras, pretende pone diques a la “ira de Dios.

 “El vivir en pecado del cristiano es vivir en gracia. Ser pecadores, no nos aleja de la bondad de Dios, sino que Dios se acerca más al ser humano pecador. Dios nos sigue amando más.

Quizás no podemos asumir, digerir nuestro pecado porque nuestro inconsciente y subconsciente están dañados desde la infancia, grabados a fuego por el troquel de culpabilidad. Una educación religiosa tiránica ha hecho mucho daño. Pero estas son cosas de la psicología, no del Evangelio. A Dios no le cuesta ningún trabajo acogernos, perdonarnos.

Los fracasos y el pecado vividos al amor y al calor de la lumbre de Dios, nos hacen más sencillos, más agradecido, más confiados., nos vuelven mejores.

Cristo le preguntó por tres veces a Pedro: ¿me amas? Pedro le ama a Cristo, pero como Pedro, también nosotros le amaremos siempre desde nuestro pecado o con nuestro pecado.

¿Mi conciencia de ser pecador me lleva al amor de Dios?

4.- Conversión.

La conversión no es un programa olímpico: citius, altius, fortius “más rápido, más alto, más fuerte”.

Para el cristiano todo es gracia, no objeto de conquista. Nos convertimos y transformamos nuestra mentalidad cuando nos acercamos a la gratuidad de Dios, al Dios de misericordia. Dios nos ama porque nos quiere, no porque hagamos cosas buenas, por nuestros méritos. (¡Ni mucho menos nos condena!).

Un cristiano (no una persona religiosa), vive la experiencia de la gracia cuando somos conscientes de que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, (Rom 8), ni el pecado, ni la muerte.

            Convertirse es pensar y vivir que Dios es Amor.

            A ciertas alturas de la vida, ya no podemos cambiar muchas cosas. La psicología y personalidad no se cambian así como así. Hago el mal que no quiero, decía san Pablo, (Rm 7,15). Dejemos estar nuestra existencia en manos de Dios.

05.- Dios nos perdona antes de que se lo pidamos.

Dios no espera a que volvamos; tampoco le hace falta esperar, porque nunca nos retiró la palabra ni nos dejó de amar. Dios se reconcilia con nosotros antes que nosotros demos un paso. Dios no se enoja con nuestro pecado, Dios siente pena, sufre con nosotros.

Para cuando un cristiano celebra el perdón en su comunidad eclesial, ya está más que perdonado por Dios.

La memoria de Dios amor nos serena, nos pacifica. Nada rehabilita tanto a la persona como la experiencia de que Alguien nos ama y ha hecho mucho por nosotros. Celebrar el perdón no es una auditoría de pecados, es recordar, recordarnos que la misericordia del Señor es eterna y su amor no tiene fin. El salmo 135 es un himno a la misericordia de Dios que la repite constantemente:

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.

La alegría más grande no es la eficacia de nuestras penitencias, sacrificios, disciplinas, etc., sino el sentirnos amados por Dios y dejar en manos de Dios la última palabra. Y la última palabra de Dios es Jesús: amor y perdón.

Convertirnos probablemente significa también sanar nuestros recuerdos, nuestra memoria. Siempre estamos dando la vara: “me arrepiento de los pecados de la vida pasada”. Dios ya ha perdonado y olvidado nuestros “naufragios”. A lo mejor todavía no nos hemos instalado el “windows” de Jesús: el evangelio de la gracia.

06.- El juicio como acogida de la gracia

            El juicio de Dios es una nueva expresión de su amor. Eso es gracia. Quien nos sana no somos nosotros, sino que la terapia a nuestras carencias  está en Dios Padre.

¿Qué otra cosa es el perdón y la gracia sino el abrazo del padre y el hijo pródigo, abrazo que causa un encuentro y una crisis acogedora? Lo que vivieron y experimentaron  el padre y el hijo perdido, eso es perdón y eso es gracia.

07.- Dios deposita la semilla de trigo en nuestro barro.

            Dios nos hizo de barro, por tanto somos buena tierra. La semilla es la Palabra que el Señor ha sembrado, por tanto es una semilla llena de vida. Algunas zarzas y piedras siempre hay en nuestro acontecer por la vida, pero no tengamos duda de que lo primero y original es una buena tierra y una buena semilla. El grano de trigo que muere por los demás, siempre da fruto, no por nuestras fuerzas, sino porque el Señor no abandona la obra de sus manos.

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Ver al Jesús de los evangelios y seguirle con todas las consecuencias

Domingo, 17 de marzo de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del 5° domingo de cuaresma (17-03-2024)

Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada.

Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente

Muchas personas quieren ver a Jesús, pero cabe la pregunta: cuál Jesús se presenta, qué evangelio se anuncia

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-«Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo:

– «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-«Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Jn 12, 20-33)

Cercanos al triduo pascual, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús confirmando que “ha llegado la hora. Recordemos que en este evangelio está también el texto de las bodas de Caná, donde Jesús le dice a María que “no ha llegado su hora” (Jn 2, 4). Ahora, por la petición de los griegos que quieren verlo, Jesús ratifica la llegada de su hora, señalando en qué consiste: “para que el Hijo de hombre sea glorificado ha de ser enterrado como el grano de trigo, ha de morir y, solo entonces, dará mucho fruto.

La elaboración teológica de este evangelio es manifiesta y por eso el evangelista coloca en boca de Jesús los hechos ya consumados. Pero en su vida histórica, Jesús no tuvo estas certezas. Tuvo que afrontar el hecho de ser perseguido, mal interpretado, calumniado, rechazado y asesinado. Su muerte en cruz no fue un designio divino sino una decisión humana de aquellos que se sentían interpelados, cuestionados, confrontados y prefirieron sacarlo del camino antes que reconocer sus malas acciones. Y, en efecto, en el momento en que transcurrían esos hechos, Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada. Y es esta fidelidad la que merecerá el “si” de Dios a toda su vida, en otras palabras, el que la muerte no tenga la última palabra, sino la vida resucita que Dios le concede.

Si aquellos griegos quieren ver a Jesús, han de verlo como Él es, confrontando al “príncipe de este mundo”, mediante la fidelidad a los valores del Reino, asumiendo, incluso, el perder la propia vida. Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente. Por el contrario, si han de seguirlo ha de ser por el camino del servicio, del profetismo, de la lealtad, de la capacidad de no rehusar la muerte si ella es consecuencia de la fidelidad a la misión encomendada.

Hoy también muchas personas quieren ver a Jesús y muchos cristianos quieren anunciarlo. Pero cabe la pregunta de a cuál Jesús se presenta, de que evangelio se anuncia. La posibilidad de dar un mensaje de auto satisfacción, de beneficios personales, de signos externos que produzca tranquilidad de conciencia, abunda. E incluso, ante la necesidad de atraer más fieles porque comienzan a escasear, no importa qué espiritualidad se promueve, que grupo se apoye, que movimiento se difunde. Parece que el número es lo que importa y no hay discernimiento sobre los fundamentos de algunos grupos, contrarios a Vaticano II y, por supuesto, al papa Francisco, permitiendo que, a la larga, hagan más mal que bien. A puertas de terminar el tiempo de cuaresma, ojalá queramos ver al Jesús de los evangelios para seguirle con todas las consecuencias, sin temor a correr su misma suerte. Testigos del reino es lo que necesita nuestro mundo para que haya más bien que mal, más justicia que inequidad, más paz que guerras, más misericordia que juicio.

(Foto tomada de: https://orandosolosjuntos.blogspot.com/2018/05/siguiendo-jesus.html)

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Los transeúntes

Lunes, 27 de marzo de 2023
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10683411-1AA8-47F5-8166-C029E0722ACCLeslye Colvin

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Leslye Colvin. Leslye es una escritora, compañera espiritual y activista contemplativa que vive en Maryland, la tierra de Piscataway. Su blog, Leslye’s Labyrinth, presenta escritos de su corazón católico afroamericano.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

Vivimos en una sociedad que se construyó sobre la negación de la dignidad de muchas personas, incluidas las que son LGBTQIA+. Para muchos, incluso nuestras parroquias no han sido lugares de refugio y pertenencia para los miembros del Cuerpo de Cristo. ¿Cómo respondemos los que nos consideramos espectadores ante estas y otras acciones injustas?

Hace varios años comencé a contemplar las palabras del Evangelio de Juan en la liturgia de hoy. Pocos argumentarían que la mayor parte de la atención se le da al dramático e inesperado llamado de Jesús a su amado y difunto amigo Lázaro para que “salga”. Reflexionando sobre las palabras, aparentemente en un instante, reconocí lo que estaba oculto a simple vista.

Estaba aturdida. La historia no terminó con el llamado de Jesús a su amigo muerto, ni terminó con Lázaro saliendo de la tumba del entierro. ¿Cómo me perdí esto? Como nunca escuché una homilía sobre las palabras, estoy seguro de que no soy la única.

Las últimas palabras de Jesús en esta historia hace dos mil años fueron para los espectadores. Hizo una invitación perdurable que continúa hablándonos hoy. Es claro y conciso, simple y directo.

[Jesús] gritó a gran voz: “¡Lázaro, sal fuera!” El muerto salió, atado de pies y manos con vendas funerarias, y el rostro envuelto en un paño. Entonces Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo ir”.

Desátenlo y déjenlo ir”.

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Las palabras son alarmantes en su claridad. Son un llamado para que nosotros, los espectadores, participemos en la liberación de nuestros hermanos y de nosotros mismos. Desátenlo y déjenlo ir.

¿No es este el mensaje que Jesús proclamó en la sinagoga con las palabras de Isaías?

[Jesús] desenrolló el rollo y encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, para dejar en libertad a los oprimidos…”

Este desatamiento es el camino de Cristo. Pero debemos preguntarnos, ¿es nuestro camino?

¿Estamos obligados a reaccionar ante la orden de desatarlo y dejarlo ir? Esta pregunta es sistémica. ¿Cuestionamos las prácticas normativas? ¿Examinamos prácticas y formas de ser que privilegian a unos a expensas de la dignidad de otros: heterosexismo, homofobia, transfobia, misoginia? ¿Resistimos a estos sistemas de muerte en los que vivimos?

La cuestión de la desvinculación también es personal. ¿Reconocemos lo que nos impide afirmar la Imago Dei (Imagen de Dios) en los demás? ¿Restauramos a este hombre, y a los que están en los márgenes entre nosotros, a un lugar legítimo en nuestra familia y comunidad? ¿Nos atrevemos a romper la tradición tocando las bandas funerarias de la exclusión y el rechazo? Adoptamos las palabras “libertad” y “liberación“, pero ¿realmente queremos que los ideales se extiendan más allá de nosotros mismos?

En verdad, todos estamos obligados, incluso los transeúntes. La pregunta final es cómo nos desatamos unos a otros. Debemos apoyarnos en la incomodidad que surge del cuestionamiento de las ideologías defectuosas pero normativas que existen en nuestra nación y en nuestra amada Iglesia Católica. Debemos apoyarnos en la incomodidad como una persona embarazada se apoya en los dolores de parto. No desestimes esta oportunidad de gracia. A medida que nos inclinamos hacia adelante, invitamos a Dios a hacer la obra de Dios dentro de nosotros, a través de nosotros, más allá de nosotros. A medida que experimentamos nuestro propio desatamiento, nos vemos obligados a desatar a otros, porque desatar es el camino de Cristo Jesús. ¡Y cuando seguimos este camino, podemos ver qué gracia nace!

—Leslye Colvin, 26 de marzo de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Nuestra esperanza”. 26 de marzo de 2023. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?».

Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo, y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres», está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman como «una sociedad de incertidumbre». Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, tal vez nunca se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los seres humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras, que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá… ¿Crees esto?».

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Solo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 26 de marzo de 2023. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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18-CuaresmaA5Leído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa. Leer más…

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26.3.23. Catequesis pascual, catacumba de Lázaro: resucitar a los muertos, matar a los resucitados

Domingo, 26 de marzo de 2023
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FF318F2C-4E1F-4837-9FD0-BB8D47A41B38Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 5 de Cuaresma: Jn 11, 1-45, catequesis de pascua. La más importante esMc 16 1-8: Entrar en la tumba de Jesús con las mujeres, culminar allí el camino (en las subidas cavernas de la roca: Juan de la Cruz, Cántico)…

Pero también esta catequesis de Lázaro (Jn 11) esmuy importante. Ella nos habla de morir con Jesús, quedar muriendo (con tristeza y protesta amorosa de las dos hermanas, Marta y María), para descubrir que él, Jesús, el gran Amigo (tu amigo está enfermo, le dicen) nos resucita…

Esta “enfermedad” de la tierra (sepulcro de roca)  no es de muerte eterna, sino de amor y resurrección.

Por eso, en el fondo, somos ya unos resucitados, en la tumba de Jesús, con Lázaro, en la Vida de Dios. Pero estamos en riesgo, porque los poderes del mundo pueden perseguirnos; no  qieren esucitados, necesitan súbditos,  muertos.

Catacumba de Lazaro… cavernas de la roca.

 Ésta es una imagen clave de la vigilia de pascua, conforme a Mc 16, 1-8: Entrar en la tumba de Jesús, con las tres Marías… para morir con él, para compartir su muerte, en el gran sepulcro, en la inmensa caverna de la roca…; y para resucitar de un modo màs alta, a la vida del banqute sin fin, con Jesus, como Juan de la cruz ha cantado al final de Cántico B 37-38:

  • Y luego a las subidas cavernas de la piedra
  • nos iremos, que están bien escondidas,y
  • allí nos entraremos,
  • y el mosto de granada  gustaremos.
  • Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía,
  • y luego me darías allí tú, vida mía,
  • aquello que me diste el otro día:

  Empecemos leyendo el texto de Jn 11, un prodigio de emociones y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; sus hermanas y amigos, todos debemos asumir la gracia y desafío de la resurrección.

Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial, un día en el que tántos que mueren sin sentido sobre el mundo, como si Dios no existiera… para comenzar desde aquí, ya, ahora (primavera/otoño 20237) el camino de la resurrección.

Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra:Situémonos en una catacumba de Roma, el gran imperio, nosotros, aquellos que con Lázaro nos sentimos inmersos en la inmensa catacumba,bajo la gran piedra de la muerta.

Arriba está el Coliseo y el Vaticano (antiguo y moderno), arcos triunfales, palacios imperiales, senado y cuartel de la Guardia Pretoriana, falsa Ara Pacis y sepulcro de Adriano…

Abajo la catacumba… con el sepulcro de Lázaro, el nuestro, tapado  y sellado con una gran losa. Lázaro dentro, atado, envuelto en un sudario….

Jesús resucita a Lázaro… Pero las autoridades quieren matar a Jesúa y a Lazaro, porque es muy peligroso hacer que resucitan los muertoa.

(todas las imágenes están tomadas de la catabumbas de Roma, las primer imágenes cristianas).

Texto (Jn 119. Parte…) L

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.

Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea.” Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.]

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”…

 Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar.” Y Lázaro salió, corrida la piedra del sepulcro, rotas la vendas, caído el sudario…  Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho [resucitando a Lázaro]. 

Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían: –¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.  Entonces uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada; ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación (Jn 11, 46-50).

Un comienzo ¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los vivos, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Estamos ante el dolor de Jesús que (en un plano) llora y solloza impotente ante la muerte de su amigo, en un mundo que huele, mundo de asesinos concretos, de mentiras extensas, de llanto y de muerte. Es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque ve al amigo muerto. Pero le ofrece (a él, a sus hermanas) la esperanza de la resurrección.

Lázaro murió de muerte natural y a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la muerte, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite, dé vida a los muertos. … pensando que así pueden obtener ventajas políticas, sociales o de cualquier tipo que sea, ignorando que con la muerte sólo se consigue más muerte. El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

Jesús no impidió la muerte de Lázaro. Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

Leer más…

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Fe en la vida después de la vida. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A

Domingo, 26 de marzo de 2023
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RESURRECCION_DE_LAZARODel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

(La escena tiene lugar al otro lado del Jordán, donde Jesús ha huido con sus discípulos para que no lo apedreen en Jerusalén por blasfemo. El grupo está sentado a la orilla del río. Caras serias. Unos preocupados, otros irritados. La aparición de un muchacho que llega corriendo y sudoroso los pone alerta. Se dirige directamente a Jesús.)

― Te traigo un recado de Marta y María. Me han dicho que te diga: «Señor, tu amigo está enfermo».

(Ninguno de los discípulos pregunta de qué amigo se trata. Saben que es Lázaro, el de Betania, el hermano de María y Marta. Jesús mira al mensajero, luego afirma.)

― Esta enfermedad no acabará en la muerte, servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

(No entienden muy bien qué quiere decir, pero prefieren no preguntar. Jesús permanece sentado junto a la orilla, como si la noticia no le hubiera afectado. Pedro le comenta a Juan: “Seguro que mañana salimos para Betania”. Pero al día siguiente Jesús sigue inmóvil y no dice nada. Pasa otro día, igual silencio. Al tercero, en cuanto comienza a clarear, despierta a los discípulos.)

― Vamos otra vez a Judea.

(Las caras reflejan sueño, temor y preocupación)

― Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos. ¿Vas a volver allí?

― ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

(Advierte que no han entendido nada y añade:)

― Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.

― Señor, si duerme, se salvará.

(Ha sido Pedro quien ha hablado en nombre de todos. Jesús los mira con gesto de cansancio).

― No me refiero al sueño natural, me refiero al sueño de la muerte. Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. ¡Vamos a su casa!

(Se miran con miedo, indecisos. Tomás anima a los demás.)

― Vamos también nosotros y muramos con él.

(Las escenas siguientes tienen lugar en Betania, pueblecito a unos tres kilómetros de Jerusalén. La cámara comienza enfocando la casa de la familia, donde se han reunidos numerosos judíos para dar el pésame. Una muchacha se acerca a Marta y le dice algo al oído. Se levanta de prisa y sale de la casa. La cámara la sigue hasta las afueras del pueblo, donde encuentra a Jesús. No se postra ante él. Le habla con una mezcla de reproche y confianza.)

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

― Tu hermano resucitará.

― Sé que resucitará en la resurrección del último día.

― Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

― Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

― Llama a María. Dile que venga.

(Marta entra en el pueblo, se dirige a la casa y habla en voz baja a María.)

― El Maestro está ahí y te llama.

(María se levanta y sale a toda prisa. Los visitantes la siguen pensando que va al sepulcro a llorar. Cuando llega adonde está Jesús se echa a sus pies y le dice llorando).

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.

(Jesús, viéndola llorar a ella y a los judíos que la acompañan, se estremece y pregunta muy conmovido.)

― ¿Dónde lo habéis enterrado?

― Señor, ven a verlo.

(Jesús se echa a llorar. Algunos de los presentes comentan: «¡Cómo lo quería!» Uno se les queda mirando irónicamente y dice: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, si ha oído algo, no se da por enterado. Solloza de nuevo. Finalmente llegan al sepulcro, una cavidad cubierta con una losa.)

(Jesús) ― Quitad la losa.

(Marta) ― Señor, ya huele mal, lleva cuatro días muerto.

(Jesús) ― ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

(Se acercan unos hombres y hacen rodar la losa dejando visible la entrada del sepulcro.)

(Jesús, levantando los ojos al cielo) ― Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

(Echa una mirada en torno a los presentes. Luego, mirando a la tumba, grita)

― Lázaro, ven afuera.

(La cámara permanece fija en la entrada de la tumba, por la que aparece poco a poco Lázaro. Un sudario le cubre la cara y lleva los pies y las manos atados con vendas. Estupor y miedo entre la gente. Jesús, en cambio, sereno, casi indiferente, da una breve orden.)

― Desatadlo y dejadlo andar.

(Voz en off)

Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Cinco facetas de Jesús

            El relato de la resurrección de Lázaro es otro ejemplo magnífico de narración, con un final tan seco como inesperado, y distintas facetas de la persona de Jesús.

            ¿Un mal amigo?

            El relato comienza hablando de Lázaro de Betania y de sus dos hermanas. No es un simple conocido de Jesús. Es alguien a quien Jesús «ama», como le recuerdan las hermanas. Sin embargo, su reacción ante la noticia no tiene la empatía de un amigo, sino la reacción, aparentemente fría, de un teólogo: «Esta enfermedad no provocará la muerte, sino la gloria de Dios, la gloria del hijo de Dios». La misma reacción que antes de curar al ciego de nacimiento: «Este no ha nacido ciego por culpa suya o de sus padres, sino para que se manifieste la obra de Dios en él». El evangelista añade de inmediato que no se trata de frialdad. «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Pero no acude de inmediato a curarlo. Permanece donde está.

            Un amigo decidido y arriesgado.

            Al cabo de cuatro días decide subir a Jerusalén. Una decisión arriesgada, porque poco antes han intentado apedrearlo. La objeción de los discípulos no le hace cambiar: debe ir despertar a Lázaro. Expresión desconcertante, que le obliga a decir claramente: Lázaro ha muerto. Jesús piensa en resucitarlo, pero Tomás está convencido de lo contrario: no va a resucitar a nadie, sino que va a morir. Pero habla en nombre de todos: «Vamos también nosotros y muramos con él».

            Jesús y Marta: el teólogo

            Cuando llegan a Betania, Jesús no se dirige directamente a la casa, permanece en las afueras del pueblo. ¿Una más de sus rareza? No. Será allí, lejos de la multitud que ha acudido a dar el pésame, donde podrá entrevistarse a solas con Marta y transmitirle el mensaje fundamental para todos nosotros, y la reacción que debemos tener ante sus palabras. Marta debe de ser la hermana mayor, porque es a ella a quien dan la noticia de la llegada de Jesús.

            Marta comienza con un suave reproche («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»), pero añade de inmediato la certeza de que cualquier cosa que pida a Dios, Dios se la concederá. ¿En qué piensa Marta? ¿Qué pedirá Jesús a Dios y este le concederá? ¿Qué su hermano vuelva a la vida, como el hijo de la viuda de Sarepta que resucitó Elías, o como el niño de la sunamita que revivió Eliseo?

            La respuesta de Jesús («Tu hermano resucitará») no parece satisfacerla. Aunque la idea de la resurrección no estaba muy extendida entre los judíos, Marta forma parte del grupo que cree en la resurrección al final de la historia, como profetizó Daniel. Pero eso no le sirve de consuelo en este momento. Ella no quiere oír hablar de resurrección futura sino de vida presente.

            Y eso es lo que le comunica Jesús en el momento clave del relato: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Jesús es resurrección futura y vida presente para los que creen en él. Los que hayan muerto, vivirán. Los que viven, no morirán para siempre. Algo rebuscado, muy típico del cuarto evangelio, pero que deja claro una cosa: quien ha creído o cree en Jesús tiene la vida futura y la presente aseguradas. Todo depende de la fe. Por eso, termina preguntando a Marta: «¿Crees eso?».

            Su respuesta sorprende porque no tiene nada que ver con la pregunta: «Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo». Esta falta de conexión entre pregunta y respuesta esconde un importante mensaje para nosotros. La idea de la resurrección y de la inmortalidad puede provocar dudas incluso en un buen cristiano. Quizá no se atreva a afirmarla con certeza plena. Pero puede confesar, como Marta: «Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo».

            Jesús y María: el amigo profundamente humano

            Esta escena representa un fuerte contraste con la anterior. El encuentro de Jesús y María no será a solas. Ella acudirá acompañada de todos los que han ido a darle el pésame, y serán testigos de la reacción de Jesús. María dirige a Jesús el mismo suave reproche de Marta («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»). Pero no añade ninguna petición, ni Jesús le enseña nada. El evangelista se centra en sus sentimientos. Dice que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, «se estremeció» (evnebrimh,sato), «se conmovió» (evta,raxen) y «lloró» (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido.

            Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.

            Jesús y Lázaro: la gloria del enviado de Dios

            Cuando llegan al sepulcro, Marta demuestra que, a pesar de lo que ha dicho, no cree que su hermano vaya a resucitar. Han pasado ya cuatro días, más vale no abrir la tumba. Jesús le insiste: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?».

            Cuando se compara este relato con las resurrecciones de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Naín se advierte una interesante diferencia. En esos dos casos, Jesús no reza; no necesita dirigirse al Padre para impetrar su ayuda, como hicieron Elías y Eliseo. En cambio, el cuarto evangelio introduce de forma solemne una oración de Jesús: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas. Pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Esta oración no pretende disminuir el poder de Jesús. Se inserta en la línea del cuarto evangelio, que subraya la estrecha relación de Jesús con el Padre y la idea de que ha sido enviado por él. De hecho, el milagro se produce con una orden tajante suya («¡Lázaro, sal fuera!»).

            El relato termina de forma sorprendente. No se cuenta la reacción de las hermanas, el asombro de la gente, la admiración de los discípulos. No vemos a Lázaro liberado de sus vendas, agradeciendo a Jesús su vuelta a la vida. Como si todo fuera un sueño y, al final, solo nos quedara la certeza de que Lázaro resucitó, de que todos resucitaremos un día, aunque ahora no tengamos la alegría de ver y abrazar a los seres queridos.

            Nota sobre la fe en la resurrección

            La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.

            Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»

            Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere solo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).

            Primera lectura

            Culmina la síntesis de la Historia de la salvación, recordada por las primeras lecturas durante los domingos de Cuaresma. En este caso existe estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel.

            Reflexión final

            Nos queda poco para celebrar la Semana Santa. Recordar el sufrimiento y la muerte de Jesús es relativamente fácil. Aceptar que resucitó, y que en él tenemos la resurrección y la vida, es más difícil, un regalo que debemos pedir a Dios.

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Quinto Domingo de Cuaresma, 26 Marzo, 2023

Domingo, 26 de marzo de 2023
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«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba».

(Jn 11, 1- 45)

Estamos ya muy cerca de nuestro destino final que es la Pascua y que es hacia donde nos lleva el camino de la Cuaresma.

Betania está muy cerca de Jerusalén y es ahí donde vivían estos tres hermanos amigos queridos de Jesús.

La Cuaresma esta semana nos conduce hacia un lugar de amistad, de intimidad y de descanso, pero en un momento de incertidumbre, dolor y muerte.

La enfermedad grave deja al descubierto nuestra vulnerabilidad, tanto si la enfermedad la padecemos nosotras mismas como si es alguien cercano quien está enfermo. Y la muerte… la muerte nos adentra en el misterio. La pérdida de alguien muy querido nos quiebra por dentro. Se lleva algo muy íntimo y valioso y en su lugar abunda la tristeza, el llanto.

En Betania hoy se oye murmullo de llanto. Se entremezclan los silencios con los sollozos y las palabras de consuelo. Pasan los días sin Lázaro y la ausencia parece que crece sin medida. En medio del dolor Marta y María reciben a Jesús.

Marta que es la que siempre toma la iniciativa es capaz de confesar a Jesús como Mesías en medio de su dolor. María, deshecha, se echa una vez más a los pies de Jesús con todo su dolor. Y Jesús llora con sus amigas, se conmueve.

Ahora se acercan todos juntos a la tumba de Lázaro. Y ante el asombro y el desconcierto Jesús lo prepara todo para la vida. “Quitad la losa”. Es necesario quitar aquello que nos separa tanto por dentro como por fuera. Hay que quitar la losa que cierra la entrada de la cueva pero también esas losas que cierran nuestra mente y nuestro corazón.

Y así, sin losas, la vida sale. Lázaro sale, pero no puede apenas moverse. “Desatadlo y dejadlo andar.”

Terminamos nuestro recorrido de Cuaresma con un muerto que vuelve a la vida. Con Jesús que nos devuelve la esperanza y nos ayuda a crecer en confianza. Con un amigo que sabe llorar con nosotras.

Oración

Habita, Trinidad Santa, nuestros duelos, acompaña nuestros llantos y haz crecer en medio de nuestro dolor esa fe que tú has puesto en nosotras. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Como Jesús, poseo la verdadera VIDA.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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DOMINGO 5º DE CUARESMA (A)

Jn 11,1-45

Hoy en Juan se va más allá que los domingos pasados. No hay agua que pueda dar Vida definitiva. No hay ningún barro que pueda dar la visión trascendente. Pero sobre todo no hay ningún poder ni divino ni humano que pueda devolver la vida a un cadáver ya corrompido. Son tres grandes metáforas que intentan lanzarnos más allá de toda lógica. Si nos empeñamos en seguir entendiéndolas al pie de la letra, estamos distorsionando el texto y nos quedamos en ayunas del verdadero mensaje.

Todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Cuando dice Jesús: “esta enfermedad no acabará en la muerte sino para revelar la gloria de Dios”; y al decir: “Lázaro está dormido: voy a despertarlo”, nos está indicando el verdadero sentido de todo el relato.

Si nos preguntamos si Lázaro resucitó físicamente, es que seguimos muertos. La alternativa no es, esta vida aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida, física y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no tiene sentido. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es sorprendente que ni los demás evangelios ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido.

Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios. Esa Vida anula los efectos catastróficos de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue aparece como renovación de la vida que termina. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro. No hay que esperar a la muerte para conseguir la Vida.

Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere la adhesión a Jesús. A esa adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, que nos sitúa más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva” (5,24). Todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús, participa de esa Vida. Esa Vida es la misma que vive Jesús.

Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Juan, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee. Hoy seguimos con la fe para el más allá, que Jesús declara insuficiente.

¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos y los vivos, muertos.

Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin “muerte” no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte solo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere…” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes.

Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. La Vida es compatible con la muerte.

Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera divina. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que pida nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en gestos y palabras, pero manifiesta una actitud permanente.

Al gritar ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro donde le habían colocado no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro porque, aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús muestra a Lázaro vivo. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Deben convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente, sería absurdo gritar para que el muerto oyera.

Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Parecía un cadáver, pero estaba vivo.

Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. La comunidad tiene que tomar conciencia de su nueva situación, que escapa a toda comprensión racional. Por eso se utiliza la gran metáfora “desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida como Jesús.

Meditación

El relato nos invita a pasar de la muerte a la Vida.
Se trata de la Vida que no termina, la definitiva.
Es la misma Vida de Dios, comunicada al hombre.
Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo.
No es algo que Dios nos da o deja de darnos.
Es Dios comunicándonos su mismo ser.
Su ser es el fundamento de nuestro verdadero ser.
Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La vida.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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Juan 11, 1-45

«Yo soy la resurrección y la vida»

Tras el signo del Agua (la samaritana) y el signo de la Luz (el ciego de nacimiento), Juan nos ofrece hoy el tercero de sus tres grandes signos, la Vida (Lázaro), y quizá sea una buena ocasión para pararnos a reflexionar brevemente sobre ella.

Cuando un niño se asoma a la vida, todo le parece extraordinario y maravilloso. No deja de sorprenderse por cada cosa nueva que ve o cada nueva sensación que experimenta. Luego crece y pierde su capacidad de asombro. Se amolda a la rutina de la vida, y no vuelve a preguntarse de dónde procede todo lo que ve, toca, imagina o siente; ni qué pinta él en este mundo… o si está aquí para algo…

Probablemente le espera una vida acelerada, impulsada por la inercia imparable del sistema, inmersa en mil ocupaciones que no le dejarán un instante para plantearse lo que más le atañe. Es posible que acumule mucho conocimiento y sea siempre un ignorante, porque la verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en saber vivir. En saber vivir con sentido. ¿Y cuál es el sentido de su vida?

En el fondo, instintivamente, es la búsqueda de la felicidad lo que impulsa la vida de los seres humanos, pero no es tan sencillo encontrarla. La muestra la encontramos en quien la busca en lo inmediato y sensual, y encuentra vacío y angustia porque no puede ignorar lo eterno que hay en él. O en el extremo opuesto, en quien la busca a través de un apasionado compromiso con el deber y las normas, y acaba hastiado del permanente sometimiento a códigos y criterios que otros le han marcado.

Kierkegaard situa la felicidad en el abandono en manos de Dios. Según la mentalidad del “mahayana”, todos los desgraciados lo son por haber buscado su propia felicidad, y los que son felices, por haber buscado la felicidad de los demás. Nosotros, los cristianos, contamos con los criterios que nos legó Jesús para encontrarle sentido a nuestra vida y alcanzar felicidad: “¡Qué felices seríais si no os pudiese la ambición, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir, si trabajaseis por la paz y la justicia, si atendieseis la necesidad ajena, si fueseis francos y veraces!” …

Tenemos el mejor guía para vivir con sentido y alcanzar nuestro Destino, pero nadie puede relevarnos de la responsabilidad de marcar el rumbo de nuestra vida. Puede parecer una obviedad, pero esta tarea requiere hacernos conscientes de que estamos vivos; de que la vida es una aventura misteriosa e irrepetible que se puede estropear. Tampoco podemos ignorar nuestra condición de personas humanas dotadas de una concepción natural del bien y del mal, en posesión de una conciencia que nos interpela, unos valores que nos dignifican, una inteligencia que nos permite ser conscientes de nosotros mismos y un ansia evidente de trascender a la muerte.

¿Dejarnos llevar por la rutina, o coger las riendas de nuestra vida?… ése es el reto. Si se acepta, hay que romper la inercia, aparcar las prisas, desprogramarse y bucear en nosotros en busca de unas respuestas que aparentemente, sólo aparentemente, no necesitamos.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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