Nos empeñamos en buscar a Dios "fuera", pero El está en nuestro interior. Entrar en nuestro interior es el primer paso sin correr el riesgo de quedarnos encerrados en nosotros mismos. Si ocurre esto, es que no hemos encontrado a Dios en nuestro interior , lo que hemos encontrado es nuestro ego.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no escuchamos la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, y no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
La interioridad sin amor nos deja fríos y agostados.
YOEL. El Vedad.