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La muerte

(1 mensaje)
  • Iniciado hace 7 años por Visibles
  1. Visibles
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    Llevo aquí ya dos años y nunca he compartido con vosotros este tema.

    Necesito ponerle palabras a lo que llevo muchos días pensando. A cada rato me viene este pensamiento a mi mente y siento que se me escapa el tiempo tratando de encontrar respuestas que no llegan. No pretendo que nadie lea esta reflexión, pero si lo vas a hacer, hazlo sin presunciones ni prejuicios. Y si mis palabras evocan en ti una respuesta, siéntete libre de compartirla conmigo.
    Soy una persona joven y siempre he vivido pensando que la vida me depara largos años de prosperidad y alegrías. Por mi carácter optimista, siempre miro más las cosas buenas y bellas, y resto importancia a las cosas que me ponen triste. De hecho, es terriblemente difícil conseguir que yo llegue a sentirme triste por algo. Sin embargo, estos últimos días, cuando sé que todo lo que me rodea es hermoso y una simple décima parte de ello bastaría para hacerme feliz toda la vida, no he podido evitar sentir un desasosiego en mi interior.
    De repente, ciertos sucesos en las últimas semanas, me han enfrentado al fenómeno de la muerte, y me he hecho preguntas que no me había planteado antes. He experimentado la desolación interior que produce saber que voy a morir y que no sé qué existe después. Porque una cosa es lo que yo creo, y otra es lo que yo sé que hay. Puedo creer, pero no puedo saber. Necesitado de respuestas, comprendo que no voy a saber algunas de ellas, y eso me genera desesperanza.
    Escribir esto me resulta extraño, pero siento que ojalá pudiese compartirlo con alguien cuya fe sea más acompasada con la experiencia que la mía. Soy joven y mi fe es muy viva, pero siento que hay experiencias que todavía no he vivido, y creo que mi fe no ha sido puesta a prueba todavía. O quizá sí. Soy un mar de dudas.
    También he estado este último tiempo trabajando y estudiando a la vez, y la rutina tan exigente me ha conducido a apartarme de la oración. Al final he sentido que estaba desconectado de Dios, y me he visto andando en las tinieblas. Me pregunto si la vida es simplemente estudiar mucho, muchas horas, y trabajar, muchas horas más. Y un día, dejas de existir. Y entonces, todo lo que en esta sociedad se considera necesario o fundamental, se esfuma de tus manos. Tu dinero, tu ropa, tus álbumes de fotografías, tu disco favorito... supongo que esas cosas son simplemente posesiones materiales que con frecuencia terminan recibiendo más atención de la que merecen. Pero me da miedo perder las cosas que de verdad, en su esencia, me importan: mi cuerpo, la consciencia de mí mismo, el sentido de mi existencia, los besos de mi novio, el poder abrazar a mi hermano, el poder contemplar las estrellas en la noche e imaginar la inconcebible inmensidad del universo.
    Pienso en las personas a las que quiero que han muerto. Sus vidas se detuvieron en el tiempo y a pesar de todo, no puedo concebir que se hayan extinguido. El amor que aquellas concretas personas que conocí, y que hoy no están, es algo que debe vivir todavía en algún otro lugar que no conocemos. De otro modo, ¿habría simplemente desaparecido?
    Por otro lado, pienso también en la muerte como la "no existencia". ¿Dónde he estado yo antes de ser concebido? No existía. ¿Acaso la muerte es eso mismo? ¿Vivimos los seres humanos como viven los animales, las plantas, o las células? ¿Aparecemos y desaparecemos? Quizá, entonces, nuestra vida entera, nuestros sentimientos y nuestra memoria, sean puramente el fruto de las reacciones biológicas que se producen en nuestro cuerpo y en nuestro cerebro. Y el cese de la vida sea el fin de todo.
    Siento que nuestras vidas son pompas de jabón flotando en el aire. Frágiles. Débiles. Efímeros. Nos gestamos, crecemos, y de repente, se produce el estallido que nos extingue. La muerte. La desaparición. La nada. ¿O existe algo? He rezado a Dios. Le he preguntado. Le he pedido perdón por no creer o no saber creer. O tal vez sí creo, pero de mi propio modo. En cualquier caso, siento que la muerte es mi destino y que por primera vez en mi vida, soy consciente de ello. Y el hecho de aceptar esto, me empuja a escribir sobre ello para poder entenderlo mejor.
    Al rezar, he pedido a Dios que haga de mi vida su voluntad. Intuyo que Él me pide al mismo tiempo, que en la medida en que yo pueda elegir de acuerdo con mi voluntad, mis decisiones conduzcan al bien común de la Humanidad. Intuyo que Él me pide que yo haga el bien a los otros como a mi mismo, y eso es lo que más me consuela. Porque entiendo que ese es mi camino. Si el amor es la esencia de mi vida, al menos vivo con el convencimiento de que termine como termine, y cuando termine, mi vida será lo que Dios quiere.
    Siento que en nuestras vidas, aceptamos la premisa errónea de que somos infinitos, casi eternos. En realidad no somos nada. La muerte nos lo recuerda constantemente. Un martes estás aquí. El miércoles ya no estás. Y punto. Y sin embargo, tomamos como cierto que viviremos hasta ver nuestro rostro surcado de arrugas en el espejo y una colección de pastillas sobre nuestra mesa en la hora de la comida. Y en esa presunción, nos permitimos el lujo de derrochar nuestro tiempo -lo único que de verdad tenemos, y que no sabemos en qué cantidad-, en las pantallas de nuestros móviles y ordenadores, o de nuestras televisiones. En relaciones tóxicas. En situaciones que nos hunden emocionalmente. En lugares que nos ponen tristes. En basura psicológica. En verdad pienso que cuando hacemos esto estamos cometiendo el error peor que podemos cometer: derrochar nuestra vida.
    Me siento liberado. Tantas cosas que arman tanto ruido se nos presentan en la vida fingiendo ser importantes cuando en realidad no lo son. Internet, los medios de comunicación, los chismorreos de la televisión, la cotización del Ibex-35, las declaraciones de tal o cuál político... También lo mismo en nuestra vida diaria. Y nosotros, engordados por nuestro ego, nos vanagloriamos por aquello que poseemos, ostentamos o dominamos, pensando que ello nos identifica. Nos enorgullecemos de lo que poseemos en nuestras manos más que de aquello que realmente vivimos en nuestro corazón. Y en realidad, no somos más que un diminuto punto absolutamente irrisorio e imperceptible, en la vasta inmensidad de lo eterno en el tiempo y de lo inabarcable en el universo. Pero pese a todo nos consideramos importantes y nos permitimos el egoísmo como modo de vida.
    Y por eso me siento libre. Por supuesto, sujeto a las obligaciones de estudiar y trabajar, y un etcétera... Pero consciente de que su valor en mi vida es nulo. Porque ellas no construyen mi vida. Porque mi vida únicamente la construye el amor que yo ofrezco a los demás.
    Gracias por vuestra amable paciencia al leer mis palabras.

    En mi oración,
    JULIO.
    Valencia, a jueves 13 de abril de 2017.

    Publicado hace 7 años #

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