Estaban desayunando. Como todos los días habían meditado la palabra de Dios sobre la parábola del Samaritano.
El Abad dijo: Seguimos sin enterarnos de que el prójimo es todo hombre, es el Otro.
Tomo un sorbo de leche y prosiguió:
-El otro es un don que nos complementa. Alguien de quien puedo aprender multitud de cosas.
Dio un mordisco a la tostada y añadió:
-El otro puede ser alguien que desde su pobreza, su indigencia, me saca de mi egoísmo y hace que me entregue.
- Pasó el azúcar al novicio mientras decía:
- También existe el otro que, desde su diferencia, me desinstala, hace que me replantee mis ideas, mis convicciones, mi cultura, a mi mismo...
El novicio interrumpió diciendo:
- Si, pero también hay otros que nos hacen daño, que son una amenaza para nosotros...
Sonrió el Abad Ferran y respondió:
-Sí, naturalmente. Pero esas personas, como Caín, también llevan en su frente el signo de Dios para que los respetemos. Ese otro nos señala nuestros límites. Nos recuerda que tampoco nosotros somos totalmente perfectos y que también podemos dañar a los demás. Y nos invita a que nuestro amor les ayude a cambiar.
-Y siguieron desayunando en silencio...
Bernardo YOEL.C.G. Valencia