El Evangelio habla varias veces de la alegría como el resultado de algo querido que se ha perdido y se encuentra de nuevo. Ni siquiera nos alegramos por el jornal que recibimos, pues lo consideramos merecido.
La espiritualidad, de los padres del desierto y el monacato antiguo, se centra en el conocimiento de nuestras pasiones, comenzando por las más elementales. La espiritualidad que parte de lo que somos nos hace descubrir la verdadera alegría al abrirse al amor gratuito de Dios que nos acoge como Padre, nos perdona y establece la alianza con cada uno de nosotros. Recibir la misericordia de Dios y dejarnos llevar por su amor, es algo que nos llena de alegría. El olvidarnos de lo que somos para vivir unos ideales que no somos, genera frustración y agresividad, además de alejarnos de la alegría del Evangelio y generar en nosotros la amargura de la propia impotencia.
Los monjes del desierto se caracterizaban por su simplicidad de vida, centrada en lo concreto de su existencia y en el conocimiento del propio corazón. Solamente partiendo de lo que somos, de nuestros pensamientos y sentimientos, de nuestros sueños y deseos, de nuestra realidad concreta y de nuestro propio cuerpo, sólo desde ahí encontraremos verdaderamente a Dios que se abaja a nosotros y nos acogemos a su amor
transformante.
fr. Bernardo YOEL. Valencia