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Homilía en la ordenación episcopal de Conchi Sanromá

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  • Iniciado hace 8 años por Mudejarillo
  1. Por su interés, traigo al Foro la homilía que se pronunció en la ordenación episcopal de nuestra hermana Conchi, que he tomado de la web de la Comunidad Apostólica Fronteras Abiertas ( http://cafronterasabiertas.blogspot.com.es/2016/02/homilia-en-la-ordenacion-episcopal-de.html )

    1R 3,4-13

    3 Salomón amaba al Señor y cumplía las leyes establecidas por David, su padre, aun cuando él mismo ofrecía sacrificios e incienso en los lugares altos, 4 e incluso iba a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, porque aquel era el lugar alto más importante; y ofrecía en aquel lugar mil holocaustos.

    5 Una noche, en Gabaón, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.”

    6 Salomón respondió: “Tú trataste con gran bondad a mi padre, tu siervo David, pues él se condujo delante de ti con lealtad, justicia y rectitud de corazón para contigo. Por eso le trataste con tanta bondad y le concediste que un hijo suyo se sentara en su trono, como ahora ha sucedido. 7 Tú, Señor y Dios mío, me has puesto para que reine en lugar de David, mi padre, aunque yo soy un muchacho joven y sin experiencia. 8 Pero estoy al frente del pueblo que tú escogiste: un pueblo tan grande que, por su multitud, no puede contarse ni calcularse. 9 Dame, pues, un corazón atento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién hay capaz de gobernar a este pueblo tuyo tan numeroso?”

    10 Al Señor le agradó que Salomón le hiciera tal petición, 11 y le dijo: “Porque me has pedido esto y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino inteligencia para saber oir y gobernar, 12 voy a hacer lo que me has pedido: yo te concedo sabiduría e inteligencia como nadie las ha tenido antes que tú ni las tendrá después de ti. 13 Además te doy riquezas y esplendor, cosas que no pediste, de modo que en toda tu vida no haya otro rey como tú.

    Mc 6, 30-34

    30 Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 Jesús les dijo:

    –Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado.

    Porque iba y venía tanta gente que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer. 32 Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado. 33 Pero muchos los vieron ir y los reconocieron; entonces, de todos los pueblos, corrieron allá y se les adelantaron. 34 Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas. 

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    Queridos hermanas, queridos hermanos,

    Acabamos de escuchar algunos fragmentos de la Biblia que nos vienen muy bien para hablar de lo que hoy estamos celebrando: la ordenación episcopal de Conchi. Ya hemos dicho al principio que nos habíamos reunido para celebrar el amor de Dios, que se manifiesta también a través de los servicios que nos prestamos los unos a los otros. Y uno de los servicios que podemos prestar es el de obispa u obispo.

    La casualidad ha querido que celebremos esta ordenación justamente el día siguiente a la festividad de Santa Águeda o Ágata. Como quizás algunas de vosotras conozcáis, es tradicional en muchas regiones celebrar a esta santa siciliana del siglo III con varios rituales en los que las mujeres llevan la voz cantante. Ya sea constituyendo gobiernos locales que por un día están compuestos únicamente por mujeres, o bien organizando fiestas o bailes en los que sólo está permitida la presencia de mujeres. Os propongo pues iniciar este comentario dedicando un momento al recuerdo de todas aquellas mujeres que, contra lo que nos han querido hacer creer, han desempeñado ministerios ordenados en la Iglesia.

    Encontramos en la colina del Esquilino, en Roma, la basílica de Santa Práxedes, cerca de Santa María la Mayor. En ella podemos ver la capilla del obispo Zenón de Verona, en la que hay un mosaico del siglo IX que representa a cuatro mujeres: Práxedes y Prudencia (las santas a quien está dedicada la basílica), la Virgen María y Teodora. La inscripción que acompaña a Teodora es “Teodora Episcopa”, “Teodora obispa”. Pero este no es el único testimonio de mujeres obispas o presbíteras en la historia de la iglesia. Tenemos testimonios semejantes hasta bien entrado el siglo IX en Calabria (Italia), en Dalmacia (Croacia), en Hipona (Argelia) (donde fue obispo San Agustín), en Poitiers (Francia) y en Tracia (entre Grecia, Turquía y Bulgaria).

    Pablo también habla en sus escritos de Febe, una diaconisa de la iglesia de Cencreas, cerca de Corinto.

    En el siglo IV San Atanasio en su tratado sobre la virginidad afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar la fracción del pan sin la presencia de un sacerdote varón, pues “el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino”. También nos consta que a finales del siglo V los obispos del sur de Italia ordenaban a mujeres que ejercían las funciones sacerdotales con normalidad, en contra del Concilio de Laodicea que en el siglo IV prohibía la ordenación sacerdotal de las mujeres.

    A lo largo de la historia de la iglesia también ha habido una corriente que luchó con todas sus fuerzas para apartar a las mujeres del sacerdocio y de la predicación. Ni que decir tiene que esta corriente resultó vencedora hasta nuestros días.

    Afortunadamente hoy son cada vez más las comunidades cristianas que creen que hombres y mujeres somos iguales en dignidad y en derechos, somos hijos e hijas de Dios, y por tanto somos igualmente capaces de llevar a cabo el servicio de obispo y obispa, de presbítero y presbítera y de diácono y de diaconisa. La Comunidad Apostólica Fronteras Abiertas, de la que formamos parte, acordó desde sus inicios, hace casi seis años, que sería una comunidad radicalmente inclusiva, en la que todos sus miembros, independientemente de su género o su orientación sexual, podían desempeñar servicios como ministros y ministras ordenadas.

    Y ya hablando de las lecturas, en la primera hemos escuchado cómo Salomón, el joven e inexperto rey, le pide a Dios “un corazón atento para distinguir entre lo bueno y lo malo”, y cómo Dios, viendo que no le pedía riquezas, ni larga vida, ni derrotar a sus enemigos, le premia además con el don de la inteligencia y la sabiduría.

    También nosotros, a quienes nuestra comunidad nos encomienda el servicio del ministerio ordenado, ya sea como presbíteros o presbíteras, o obispos o obispas, como es el caso de Conchi, hemos pedido a Dios tener un corazón atento para saber en cada momento qué piden nuestros hermanos y hermanas de nosotras, porque nos hemos sentido como Salomón jóvenes e inexpertos. Y tengo que decir que si somos capaces de abandonarnos en manos de Dios, si somos capaces de dejar de lado nuestras ambiciones y nuestras obsesiones para dejar actuar al Espíritu de Jesús, podemos llegar a tener un corazón atento y la sabiduría y la inteligencia necesarias en cada momento de nuestro servicio.

    Todo ello requiere una oración constante y un trabajo espiritual incesante, que el Espíritu que se derramó sobre nosotros en la ordenación sólo inicia. Hoy pues, hermana Conchi, saldrás de aquí con el Espíritu de Jesús, que la oración de toda la comunidad derramará sobre ti. Pero debes mantener y aumentar este don inicial con una oración incesante y un trabajo espiritual sin descanso. De lo contrario, este Espíritu no podrá dar todos sus frutos, y este servicio ministerial como obispa se puede transformar en un lugar desde donde ejercer el poder, apartado pues del amor y la misericordia que Jesús el Cristo pide de todas nosotras.

    Y vayamos ahora al texto del evangelio que hemos escuchado. Como recordaréis, Marcos se caracteriza por su estilo breve y directo. Los expertos dicen que su dominio del idioma griego es muy basto y primario. En pocas palabras dice lo que quiere decir, y no siempre usando las mejores construcciones gramaticales. Al contrario de los demás autores evangélicos, Marcos parece que no domina el idioma griego. Más adelante lo veremos con detenimiento.

    Ahora quisiera fijarme en lo que Marcos pone en boca de Jesús: “Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado”. ¿Veis como yo, en esta frase, una invitación a lo que os decía hace un momento? Me refiero a la necesidad que tenemos, no sólo los ministros ordenados, sino todas las personas que queremos seguir a Jesús, de tener momentos de soledad y de oración. Sin este alimento constante, nuestra misión fracasará. Os invito pues nuevamente, y a ti Conchi especialmente, a buscar esta soledad, estos momentos de silencio, para dejar hablar al Espíritu, para acallar todas nuestras voces y escuchar la Palabra, en mayúscula, que sólo encontramos en el fondo de nuestros corazones porque allí la plantó el Señor en el inicio de los tiempos. Seamos pues constantes en la oración y en el trabajo espiritual.

    Finalmente, me gustaría fijarme en una expresión de Marcos que quizás haya pasado inadvertida. Dice Marcos: “Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”. “Sintió compasión”. Esta formación verbal en griego utiliza el verbo “esplagnisomai”. Es un verbo que no encontramos en ningún otro texto griego. Sólo lo encontramos en los evangelios. Lo encontramos en Mateo, cuando Jesús se compadece de la multitud y les da de comer o de dos ciegos en Jericó antes de curarles. Lo encontramos también en Lucas, cuando el samaritano se compadece del hombre malherido, al contrario de lo que hicieron los sacerdotes y los levitas, y lo cura y le venda las heridas; finalmente, lo encontramos también en Lucas, cuando el padre bondadoso ve a lo lejos cómo regresa el hijo pródigo, y se compadece y corre a su encuentro para llenarle de abrazos y besos. La raíz de este verbo está relacionada con las entrañas. No es, por tanto un “compadecerse” estético o sentimental, sino un dolor en las entrañas, una punzada en el estómago, un anhelo interior que mueve a la acción.

    Jesús siente una punzada en las entrañas cuando se encuentra con alguien que sufre. Un dolor en el vientre que le mueve a actuar, tal como sienten estos otros personajes evangélicos: el samaritano o el padre bondadoso. Ellos “sintieron compasión”, ellos “esplagnisomai”, y dieron de comer, vendaron las heridas, o llenaron de abrazos y besos. Y esto es a lo que nosotros estamos invitados. Fijaos que en ninguna de estas ocasiones nadie juzga, nadie amonesta, nadie condena. Porque Jesús podría haber dicho a la gente que le seguía que podía haber sido más previsora y haberse traído algo para comer, o podía haber dicho a los ciegos que fuesen al médico o que hubiesen tenido más higiene, o el samaritano podría haber dicho al hombre malherido que por qué no iba por caminos más seguros, o el padre que ve a lo lejos a su hijo que se ha pateado toda su fortuna, le hubiera podido decir aquello que los padres decimos tan a menudo “yo ya te lo había dicho”.

    Pero no. Ante el dolor y el sufrimiento, ante la injusticia, no caben los sermones ni los juicios, no caben las admoniciones ni las condenas. Para las personas que queremos seguir a Jesús el Cristo sólo cabe el dejarse remover las entrañas y actuar para mitigar el dolor o para hacer cesar la injusticia. Esta es una de las grandes tentaciones que tenemos las personas cristianas y quienes desempeñamos ministerios ordenados: la tentación de juzgar, de sermonear, de abroncar incluso. Cuando lo que nos enseñan los evangelios es otra cosa completamente distinta: alimentar, curar, vendar las heridas, llenar de abrazos y besos.

    Hace dos años nuestra comunidad celebró su asamblea en esta ciudad de Málaga y redactamos una conclusión titulada “Mística, profética y diversidad”. Estos son precisamente los temas que han ido saliendo en este comentario. La mística, o la necesidad imperiosa de la oración constante y la búsqueda del silencio interior. La profética, o la lucha incesante por la justicia a todos los niveles. Y la diversidad, que nos hace ver una semilla divina en cada hombre y cada mujer, que nos hace amar sin reservas y descartar los juicios, las admoniciones y las condenas.

    Hoy, Conchi, te vas a comprometer a seguir por el camino que iniciaste con el Bautismo y que continuaste con la Confirmación y con la ordenación como presbítera. Con la ordenación como obispa que recibirás dentro de un momento te vas a comprometer delante de esta comunidad a ir a fondo con esta maravillosa misión. La misión de configurarte más y más con la figura de Cristo, que llevó su compromiso hasta la muerte en Cruz para enseñarnos que sólo desde la vulnerabilidad extrema, desde el dejarte conmover hasta las entrañas, sólo desde ahí, es posible amar sin mesura y llegar a la vida plena. La vida plena que Dios nos ofrece en Cristo. Él fue el primero en ser arrancado de la muerte. Y todos nosotros esperamos y deseamos ser arrancados también. Y sólo lo conseguiremos compartiendo la compasión que mueve a la acción. Sólo lo conseguiremos si conjugamos a fondo este verbo que crearon los autores de los evangelios: “esplagnisomai”. Nuestra oración estará contigo, como también el Espíritu que Jesús nos confió y que ahora vas a recibir.

    Que así sea!

    Málaga, 6 de febrero de 2016

    Publicado hace 8 años #

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