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“Teología de la prosperidad”, por Antonio Spadaro.

Sábado, 1 de septiembre de 2018

deadkennedysEnsayo del jesuita Spadaro y del evangélico Figueroa en la Civiltá Cattólica

La teología de la prosperidad conduce a un “Evangelio diferente”

“El peligro es transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe”

El peligro de un «evangelio diferente»

(Antonio Spadaro S.I. – Marcelo Figueroa, en la Civiltá cattolica).-«Teología de la prosperidad»: tal es el nombre más conocido y descriptivo de una corriente teológica neopentecostal evangélica. El núcleo de esta «teología» es la convicción de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean económicamente ricos, físicamente sanos e individualmente felices. Este tipo de cristianismo coloca el bienestar del creyente en el centro de la oración y transforma a su Creador en aquel que hace realidad sus pensamientos y deseos.

El peligro de esta forma de antropocentrismo religioso, que pone en el centro al hombre y su bienestar, es el de transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe, y la religión en un fenómeno utilitarista y eminentemente sensacionalista y pragmático.

Como veremos más adelante, esta imagen de prosperidad y bienestar hace referencia al denominado american dream, al «sueño estadounidense». No se identifica con él, sino con una interpretación reductiva suya. En sí, este «sueño» es la visión de una tierra y de una sociedad entendidas como un lugar de oportunidades abiertas. Históricamente fue la motivación que impulsó a lo largo de los siglos a muchos emigrantes económicos a dejar su propia tierra y a ir a los Estados Unidos para conseguir un lugar en el que su trabajo produjese resultados inalcanzables en su «viejo mundo».

La «teología de la prosperidad» parte de esta visión, pero la traduce mecánicamente en términos religiosos como si la opulencia y el bienestar fuesen el verdadero signo de la predilección divina a «conquistar» mágicamente con la fe. Esta «teología» fue difundida en todo el mundo durante décadas —gracias a gigantescas campañas mediáticas— por movimientos y ministros evangélicos, especialmente los neocarismáticos.

El objetivo de nuestra reflexión es ilustrar y valorar este fenómeno, que quiere ser también una tentativa de justificación teológica del neoliberalismo económico. Al final verificaremos cómo el papa Francisco ha intervenido varias veces para indicar los peligros de esta teología que, como se ha dicho, «oscurece el evangelio de Cristo».[1]

La difusión en el mundo

El «evangelio de la prosperidad» (prosperity gospel) ha ido difundiéndose no solamente en los Estados Unidos, donde nació, sino también en África, especialmente en Nigeria, Kenia, Uganda y Sudáfrica. En Kampala hay un gran estado cubierto, la Miracle Center Cathedral, cuya construcción costó siete millones de dólares. Es la obra del pastor Robert Kayanja, que desarrolló también un vasto movimiento muy presente en los medios de comunicación de masas.

Pero el «evangelio de la prosperidad» ha tenido también un notable impacto en Asia, sobre todo en India y Corea del Sur. En este último país hubo en los años ochenta un fuerte movimiento autóctono vinculado a esta corriente teológica, promovido por el pastor Paul Yonggi Cho. Este predicó una «teología de la cuarta dimensión», según la cual los creyentes, mediante el desarrollo de visiones y sueños, iban a poder llegar a controlar la realidad, obteniendo casi todo tipo de prosperidad inmanente.[2]

Se observa también un arraigo en la República Popular China gracias a las «Iglesias de Wenzhou». Wenzhou es un gran puerto oriental en la provincia de Zhejiang, en cuya zona han ido apareciendo grandes cruces rojas en cada vez más edificios. Tales cruces suelen indicar la presencia de una «Iglesia de Wenzhou», una comunidad creada por varios empresarios locales y vinculada al movimiento de la «teología de la prosperidad».[3]

En América Latina la difusión y la propagación de esta teología se dio de manera exponencial, y ello desde 1980, aunque también pueden encontrarse raíces de este proceso entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Este fenómeno religioso se traduce desde el punto de vista mediático en el uso de la televisión por parte de figuras muy carismáticas de algunos pastores, que lanzan un mensaje simple y directo montado en torno a un espectáculo de música y de testimonios y a una lectura fundamentalista y pragmática de la Biblia.

Si consideramos América Central, Guatemala y Costa Rica se han convertido probablemente en los dos bastiones principales de esta corriente religiosa. En Guatemala ha sido determinante la presencia del líder carismático Carlos Enrique Luna Arango, llamado «Cash Luna». Costa Rica es la sede del canal evangélico de televisión satelital TBN-Enlace.

En América del Sur la difusión más significativa se dio en Colombia, Chile y Argentina, pero no cabe duda de que Brasil merece una consideración especial, porque posee una dinámica propia y un movimiento pentecostal autóctono como la «Iglesia Universal del Reino de Dios». Este grupo, denominado también «Deja de sufrir», tiene ramificaciones en toda América Latina, pero ha conservado un idioma intermedio entre el español y el portugués, que determina un tipo de comunicación peculiar y minuciosamente estudiado. Basta analizar el anuncio de la «Iglesia Universal» brasileña para encontrar en ella un fuerte mensaje de prosperidad y bienestar ligado a la frecuentación personal de sus templos con el fin de recibir múltiples beneficios.

Este «evangelio» es objeto de anuncio propagandístico a través de una presencia masiva en los grandes medios de comunicación y está apoyado por su fuerte incidencia en la vida política.

Los orígenes del movimiento y el «sueño estadounidense»

Si buscamos los orígenes de estas corrientes teológicas las encontramos en los Estados Unidos, donde la mayoría de los investigadores de la fenomenología religiosa estadounidense las hacen remontarse al pastor neoyorkino Essek William Kenyon (1867-1948). Kenyon sostenía que a través del poder de la fe pueden modificarse las realidades materiales concretas. Pero la conclusión directa de esta convicción es que la fe puede llevar a la riqueza, a la salud y al bienestar, mientras que la falta de fe lleva a la pobreza, a la enfermedad y a la desdicha.

En realidad, los orígenes de la «teología de la prosperidad» son complejos, pero aquí presentamos las raíces más significativas, remitiendo, para una profundización, a libros y ensayos especializados. Por ejemplo, la teóloga Kate Ward escribió sobre la influencia de Adam Smith, en especial de su «teoría de los sentimientos morales».[4] La autora muestra en este sentido cómo para Smith la compasión no tiene que ver con los pobres, sino con la admiración hacia aquellos que han tenido una historia exitosa.

Estas doctrinas se han asociado con el positive thinking, el «pensamiento positivo», y se han alimentado también en una medida importante de él. El positive thinking es expresión del denominado american way of life («modo de vida estadounidense»). En tal sentido, se relacionan con la «posición excepcional» que Alexis de Tocqueville, en su célebre obra La democracia en América (1831), atribuyó a los estadounidenses. Según este autor, en virtud de dicha excepcionalidad «se ha de creer que ningún pueblo democrático llegará a encontrarse nunca en una posición semejante». Tocqueville llega a afirmar que ese modo de vida plasma también la religión de los estadounidenses.

A veces son las mismas autoridades estadounidenses las que certifican esta conexión.[5] En su reciente discurso sobre el estado de la Unión, pronunciado el 30 de enero de 2018, el presidente Donald Trump afirmó, para describir la identidad del país: «Juntos estamos redescubriendo “la manera estadounidense de vivir”», y prosiguió: «En los Estados Unidos sabemos que la fe y la familia, no el Gobierno y la burocracia, son el centro de la vida estadounidense. El lema es: “En Dios confiamos” (In God we trust). Y celebramos nuestras convicciones, a nuestra policía, a nuestros militares y veteranos como héroes que merecen nuestro total y constante apoyo». Así pues, en unas pocas frases aparecen ya Dios, el ejército y el sueño estadounidense.[6]

Las «megaiglesias» del «evangelio diferente»

Un impulso fundamental a estas ideas de «prosperidad evangélica» se dio con el denominado «movimiento de la fe», que tuvo como principal mentor al pastor y autoproclamado «profeta» Kenneth Hagin (1917-2003). Una de las características de Hagin eran visiones recurrentes que lo llevaban a dar una interpretación singular de algunos textos muy conocidos de la Biblia. Tal es el caso, por ejemplo, de Mc 11,23-24: «En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis». Estos dos versículos son para Hagin pilares de la «teología de la prosperidad».

Según afirma, la fe milagrosa, para traducirse en obras, debe ser sin incertidumbres, especialmente en las cosas imposibles: debe declarar específicamente el milagro y creer que se lo obtendrá de la manera imaginada. Hagin enfatizó también otro aspecto: que el milagro deseado se considere como ya sucedido. Es decir, se debe desplazar su realización del futuro al pasado.

Tanto Kenyon como Hagin comprendieron que la comunicación de masas era un instrumento fundamental para la rápida difusión de sus enseñanzas. El primero se sirvió de su show personal «Kenyon’s Church of the Air» [«La Iglesia del aire de Kenyon»], y el segundo, del programa «Faith Seminar of the Air» [«El seminario de fe del aire»].

Hay algunos predicadores que pueden citarse como continuadores de las teologías de Kenyon y Hagin y de su estrategia de comunicación. El primero de ellos es Kenneth Copeland —que fue «ungido» por el mismo Hagin como sucesor suyo—‍, con su programa televisivo «Believer’s Voice of Victory» [«La voz de victoria del creyente»], que ha difundido en gran parte del mundo estas doctrinas. Del mismo modo, Norman Vincent Peale (1889-1993), pastor de la Marble Collegiate Church de Nueva York, alcanzó popularidad con sus libros con títulos elocuentes en su significado: El poder del pensamiento positivo; Cambia tus pensamientos y cambiará todo; Guía para una vida apacible. Peale fue un predicador exitoso, y llegó a mezclar marketing y predicación.

En los Estados Unidos millones de personas frecuentan asiduamente «megaiglesias» que difunden estas teologías de la prosperidad. Los predicadores, profetas y apóstoles enrolados en esta rama extrema del neopentecostalismo han ocupado espacios cada vez más importantes en los medios de comunicación de masas, han publicado una enorme cantidad de libros que se han convertido rápidamente en superventas y han pronunciado conferencias que muy a menudo llegan a millones de personas a través de todos los medios disponibles de Internet y de las redes sociales.

Nombres como Oral Roberts, Pat Robertson, Benny Hinn, Robert Tilton, Joel Osteen, Joyce Meyer y otros han acrecentado su popularidad y riqueza profundizando, enfatizando y extremando este evangelio. Joyce Meyer afirma que su programa televisivo «Enjoying everyday life» [«Gozar de la vida de cada día»] llega a dos terceras partes del mundo a través de la radio y la televisión y ha sido traducido a 38 idiomas.[7]

Lo que resulta absolutamente claro es que el poder económico, mediático y político de estos grupos —a los que hemos definido genéricamente como «evangélicos del sueño estadounidense»— los hace mucho más visibles que el resto de las Iglesias evangélicas, también que las de la línea pentecostal clásica. Además, su crecimiento es exponencial y directamente proporcional a los beneficios económicos, físicos y espirituales que prometen a sus seguidores: bendiciones todas que están muy lejos de las enseñanzas de una vida de conversión propia de los movimientos evangélicos tradicionales.

Si bien surgieron y pasaron después por diversas denominaciones, estos movimientos han recibido no pocas críticas también de los grupos de aquellas Iglesias carismáticas que han mantenido su religiosidad evangélica basada en los milagros, las profecías y los signos. Muchos sectores evangélicos tanto tradicionales como más recientes (bautistas, metodistas, presbiterianos…) han criticado duramente esos movimientos, llegando a denominar lo que proclaman como «un evangelio diferente».[8]

El bienestar económico y la salud

Como ya hemos anticipado, los pilares del «evangelio de la prosperidad» son sustancialmente dos: el bienestar económico y la salud. Esta acentuación es fruto de una exégesis literal de algunos textos bíblicos utilizados dentro de una hermenéutica reduccionista. Al Espíritu Santo se lo reduce a un poder al servicio del bienestar individual. Jesucristo ha abandonado su papel de Señor para transformarse en un deudor de cada una de sus palabras. El Padre ha sido reducido «a una especie de botones cósmico [cosmic bellhop] que se ocupa de las necesidades y de los deseos de sus criaturas».[9]

En los predicadores de este evangelio, la «palabra de fe» que pronuncian pasa a ocupar el lugar que tradicionalmente ocupa en el movimiento evangélico por la Biblia como norma de fe y de conducta, llegando a elevársela a la potencia y al efecto de la palabra apostólica del «ungido». Hablar en nombre de Dios de manera directa, concreta y específica da a la «palabra positiva» un sentido creativo considerado capaz de hacer que las cosas sucedan si los que asisten no la obstaculizan con su falta de fe.

Al mismo tiempo, enseñan que, tratándose de una «confesión de fe», los seguidores, con sus palabras, son responsables de lo que les sucede, trátese de la bendición o de la maldición económica, física, generacional o espiritual. Un refrán que muchos pastores repiten reza: «Hay un milagro en tu boca» («There is a miracle in your mouth»). El proceso milagroso es el siguiente: visualizar detalladamente lo que se quiere, declararlo expresamente con la boca, reclamárselo a Dios con fe y autoridad y considerarlo ya recibido. Por último, el «reclamar» las promesas de Dios extraídas de los textos bíblicos o de la palabra profética del pastor coloca al creyente en una posición dominante respecto de un Dios prisionero de su misma palabra tal como esa palabra es percibida y creída por el fiel.

El tema de la salud ocupa un papel preponderante en la «teología de la prosperidad». En estas doctrinas es la propia mente la que debe concentrarse en las supuestas leyes bíblicas que después producen la potencia deseada a través de la lengua. Se presupone, por ejemplo, que un enfermo, sin recurrir al médico, puede curarse con solo concentrarse y pronunciar en presente o en pasado frases bíblicas u oraciones inspiradas en la Escritura. Una de las frases utilizadas de manera instrumental es: «Por las llagas de Cristo ya estoy sanado». A su juicio, estas palabras causan de manera inmediata el «desbloqueo» de la bendición divina, que en ese mismo momento operará la curación.

Evidentemente, sucesos luctuosos o desastres, también naturales, o tragedias, como las de los migrantes u otras similares, no ofrecen narrativas convincentes que sirvan para mantener a los fieles vinculados al «evangelio de la prosperidad». Este ese el motivo por el cual, en estos casos, se nota una falta total de empatía y de solidaridad por parte de los adherentes. No hay compasión por las personas que no son prósperas, porque, claramente, ellas no han seguido las «reglas» y, por tanto, viven en el fracaso y, consiguientemente, no son amadas por Dios.

Un Dios de «alianzas» y de «semillas»

Una de las características de estos movimientos es el énfasis que ponen en la «alianza» sellada por Dios con su pueblo, sus testamentos de la Biblia. Y principalmente se ha tratado de alianzas con sus patriarcas. Es así como el texto de la alianza con Abrahán ocupa un lugar central, en el sentido de la prosperidad que promete. La lógica de este concepto del «Dios de las alianzas» es que, del mismo modo como los cristianos son hijos espirituales de Abrahán, son también herederos de los derechos materiales, de las bendiciones financieras y de las ocupaciones territoriales terrenas. Más que de una alianza bíblica parecería que se trata de un «contrato».

Kenneth Copeland escribió en su libro The Laws of Prosperity [Las leyes de la prosperidad] que, habiendo Dios establecido la alianza y estando entre los legados de esa alianza la prosperidad, el creyente debe tomar consciencia de que, hoy, la prosperidad le pertenece por derecho.[10]

En estas teologías la pertenencia filial de los cristianos en cuanto hijos de Dios se reinterpreta como la de los «hijos del rey»: una filiación que da a quienes la reconocen y proclaman derechos y privilegios monárquicos, principalmente materiales. Harold Hill, en su libro How to be a Winnner [Cómo ser un ganador], escribió: «Los hijos del rey tienen derecho a recibir un tratamiento especial porque gozan de una relación especial viva, de primera mano, con su Padre celestial, que ha hecho todas las cosas y sigue siendo su Señor».[11]

Otro concepto central de esta teología, íntimamente relacionado con el anterior, es el principio de «siembra» o de «semilla». El texto clásico de referencia es Gál 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará». Pero también Mc 10,29-30: «Jesús dijo: “En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y, en la edad futura, la vida eterna»

La prosperidad material, física y espiritual halla uno de sus textos preferidos en el vers. 2 de la Tercera Carta de Juan: «Querido, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y que tengas buena salud».[12] En el Antiguo Testamento, el texto de referencia es Dt 28,1-14.

Los pasajes son interpretados de manera totalmente funcionalista. Por ejemplo, en el libro God’s Will is Prosperity [La voluntad de Dios es la prosperidad], la predicadora Gloria Copeland escribió, en referencia a donaciones para los ministerios como el suyo: «Das un dólar por amor al evangelio, y ya te tocan 100; das 10 dólares, y a cambio recibirás 1000 de regalo; das 1000 dólares, y a cambio recibes 100 000. Si donas un avión, recibirás cien veces el valor de ese avión. Regala un automóvil y obtendrás tantos automóviles que ya no tendrás necesidad de ellos durante toda la vida. Dicho brevemente, ¡Marcos 10,30 es un buen negocio!».[13]

En definitiva, el principio espiritual de la siembra y la cosecha, a la luz de una interpretación evangélica completamente extrapolada de su contexto, es que dar es ante todo un hecho economicista que se mide en términos de retorno de la inversión. Se olvida, por tanto, lo que se lee inmediatamente después de Gál 6,7: «El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna» (vers. 8).

El pragmatismo y la soberbia del éxito

El «evangelio» descrito se asimila fácilmente en las sociedades actuales, en las que la legitimidad de lo sobrenatural exige alguna verificación experimental. El pragmatismo del éxito exige propuestas simples de fe. La urgencia de una vida próspera y sin sufrimientos se adecúa a una religiosidad a medida del cliente, y el kairós del Dios de la historia se adecúa al krónos frenético de la vida actual. En definitiva, aquí se habla de un dios concebido a imagen y semejanza de la gente y de su realidad, y no según el modelo bíblico. En algunas sociedades en las que se ha establecido una coincidencia entre la meritocracia y el nivel socioeconómico sin tener en cuenta las enormes diferencias de oportunidades, este «evangelio», con su acento en la fe como «mérito» para ascender en la escala social, resulta injusto y radicalmente antievangélico.

En general, el hecho de que haya riqueza o beneficios materiales cae, una vez más, bajo la exclusiva responsabilidad del creyente, y, en consecuencia, bajo ella cae también su pobreza o falta de bienes. La victoria material coloca al creyente en una posición de soberbia a causa de la potencia de su «fe». Por el contrario, la pobreza lo carga con una culpa doblemente insoportable: por una parte, considera que su fe no alcanza a mover las manos providentes de Dios; y, por la otra, su situación de miseria es una imposición divina, un castigo inexorable aceptado con sumisión.

¿Una teología del «sueño estadounidense?»

Esta teología es claramente funcional a los conceptos filosófico-político-económicos de un modelo de corte neoliberal. Una de las conclusiones de algunos exponentes de esta teología es de naturaleza geopolítica y económica, ligada a los países de origen de la «teología de la prosperidad». Ella conduce a la conclusión de que los Estados Unidos han crecido bajo la bendición del Dios providente del movimiento evangélico. En cambio, según esta teología, los habitantes del territorio que va del Río Grande hacia el Sur están hundidos en la pobreza justamente porque la Iglesia tiene una visión diferente, opuesta, que «exalta» la pobreza. También es posible verificar el nexo entre estas posiciones y las tentaciones integristas y fundamentalistas con connotaciones políticas.[14]

Verdaderamente, uno de los graves problemas que trae consigo la «teología de la prosperidad» es su perverso efecto en la gente pobre. En efecto, no solamente exacerba el individualismo y anula el sentimiento de solidaridad, sino que impulsa a las personas a tener una actitud milagrera, para la cual la prosperidad solo puede procurarse por la fe, y no por el compromiso social y político. Por tanto, el peligro consiste en que los pobres que se sienten fascinados por este pseudoevangelio queden atados en un vacío sociopolítico que permite a otras fuerzas plasmar fácilmente su mundo, haciéndolos así inofensivos e indefensos. El «evangelio de la prosperidad» no es nunca un factor de cambio real, cambio que, por el contrario, es fundamental en la visión propia de la Doctrina Social de la Iglesia.

Si Max Weber hablaba de la relación entre protestantismo y capitalismo en el contexto de la austeridad evangélica, los teólogos de la prosperidad propagan la idea de que la riqueza está en relación proporcional con la fe personal. Carente de sentido social y enmarcada dentro de una experiencia de beneficio personal, esta concepción hace de forma consciente o inconsciente una relectura extremada de las teologías calvinistas de la predestinación. De algún modo, la soteriología se ancla en lo temporal y lo terreno y se vacía de la visión escatológica tradicional. Por eso, también en el ámbito protestante, los numerosos fieles que se atienen a la teología tradicional ven con desconfianza y, más aún, con fuertes críticas el avance de estas teologías, a las que no pocos asocian la «Nueva Era» y expresiones del misticismo mágico.

 «La salvación no es una teología de la prosperidad»

Ya desde el comienzo de su pontificado Francisco ha tenido presente el «evangelio diferente» de la teología de la prosperidad», y, para criticarlo, ha aplicado la clásica Doctrina Social de la Iglesia. Varias veces lo ha recordado para poner en evidencia sus peligros. La primera vez fue en Brasil, el 28 de julio de 2013. Dirigiéndose a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano, señaló con el dedo el «funcionalismo» eclesial, que constituye «una suerte de “teología de la prosperidad” en lo organizativo de la pastoral». Esta termina entusiasmándose por la eficacia, el éxito, el resultado constatable y las estadísticas favorables. La Iglesia tiende así a asumir «modalidades empresariales» que son aberrantes y alejan del misterio de la fe.

Hablando de nuevo a obispos, pero esta vez en Corea, en agosto de 2014, Francisco citó a Pablo (1 Cor 11,17) y a Santiago (2,17), que reprochan a las Iglesias que viven de manera tal que los pobres no se sienten en ellas en su propia casa. «Esta es una tentación de la prosperidad», comentó. Y prosiguió: «Estén atentos, porque su Iglesia es una Iglesia en prosperidad, es una gran Iglesia misionera, es una Iglesia grande. Que el diablo no siembre esta cizaña, esta tentación de quitar a los pobres de la estructura profética de la Iglesia, y les convierta en una Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar… no digo hasta llegar a la “teología de la prosperidad”, no, sino de la mediocridad».

Las referencias a la «teología de la prosperidad» pueden reconocerse también en las homilías de Francisco en Santa Marta. El 5 de febrero de 2015 el papa dijo con claridad que «la salvación no es una teología de la prosperidad», sino que «es un don, el mismo don que Jesús había recibido para darlo». Y el poder del evangelio es el de «expulsar los espíritus impuros para liberar, para curar». En efecto, Jesús «no da el poder de maniobrar o de hacer grandes empresas». El mismo pensamiento repitió Francisco, siempre en Santa Marta, el 19 de mayo de 2016. Algunos, dijo, creen «en la llamada “teología de la prosperidad”, es decir, Dios te hace ver que eres justo y te da muchas riquezas». Pero «es una equivocación». Por eso, también el salmista dice: «No apegues el corazón a las riquezas». Para hacerse comprender mejor, el papa recordó el episodio evangélico del «joven rico al que Jesús amó, porque era justo»: él «era bueno, pero estaba apegado a las riquezas, y esas riquezas, al final, se convirtieron para él en cadenas que le quitaron la libertad de seguir a Jesús».

La visión de la fe propuesta por la «teología de la prosperidad» está en clara contradicción con la concepción de una humanidad marcada por el pecado y con la expectativa de una salvación escatológica, ligada a Jesucristo como Salvador y no al éxito de las propias obras. Por tanto, encarna una forma peculiar de pelagianismo, en contra de la cual Francisco ha advertido a menudo. En efecto, en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate escribió que hay cristianos empeñados en seguir el camino «de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor». Esta se manifiesta en muchas actitudes aparentemente diferentes entre sí, entre ellas «el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial» (n. 57).

La «teología de la prosperidad expresa también otra gran herejía de nuestro tiempo, a saber, el «gnosticismo»: en efecto, afirma que con los poderes de la mente es posible plasmar la realidad. Esto es particularmente evidente, por ejemplo, en el trabajo y en la gran influencia de Mary Baker Eddy (1821-1910) en la Iglesia y en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Como escribe Francisco en Gaudete et exsultate, el gnosticismo quiere por su propia naturaleza domesticar el misterio de Dios y de su gracia. «Usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales. Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro». Una fe utilizada para manipular mentalmente, psíquicamente la realidad «pretende dominar la trascendencia de Dios». (n. 41).

* * *

El «evangelio de la prosperidad» está muy lejos de la invitación de san Pablo que leemos en el párrafo de 2 Cor 8,9-15: «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (vers. 9). Y también está muy lejos de la profecía positiva y luminosa del «sueño estadounidense» que fue inspiración para muchos. Así es: la «teología de la prosperidad» está lejos del «sueño misionero» de los pioneros norteamericanos, y más aún del mensaje de predicadores como Martin Luther King y del contenido social, inclusivo y revolucionario de su memorable discurso «Tengo un sueño».

[1] Cf. D. W. Jones – R. Woodbridge, Health, Wealth & Happiness: Has the Prosperity Gospel Overshadowed the Gospel of Christ?, Grand Rapids, Kregel, 2010.

[2] Cho fue condenado por apropiación ilícita de alrededor de 15 millones de euros de las cajas de la Iglesia, utilizados para intentar recuperar las pérdidas bursátiles de su familia.

[3] Cf. K. Attanasi – A. Yong, Constructing China’s Jerusalem: Christians, Power, and Place in Contemporary Wenzhou, Stanford, Stanford University Press, 2011. Cf. también T. Meynard – M. Chambon, «Vie per l’aggiornamento della Chiesa cattolica cinese», en Civ. Catt. 2018 I 271-280; P. Wu, «Reasons Why Prosperity Theology Floods in China», en http://chinachristiandaily.com/news/category/2016-11-03/reasons-why-prosperity-theology-floods-in-china_3103.

[4] K. Ward, «“Mere Poverty Excites Little Compassion”: Adam Smith, Moral Judgment and the Poor», en The Heythrop Journal, marzo de 2015, accesible en https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/heyj.12260. Cf. Íd, «Porters to Heaven Wealth, the Poor, and Moral Agency in Augustine», en Journal of Religious Ethics, abril de 2014, accessible en https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/jore.12054. En este último artículo la autora afirma también que las raíces de lo que hoy llamamos «evangelio de la prosperidad» son antiguas y que este ya era conocido en tiempos de Agustín, que se oponía a esa visión.

[5] Cf. Lexington, «Why Evangelicals love Donald Trump. The secret lies in the prosperity Gospel», en The Economist, 18 de mayo de 2017; Delano R. Franklin – Andrew J. Park, «Experts Discuss Role of “Prosperity Gospel” in Trump’s Success», en The Harvard Crimson, 24 de octubre de 2017; P. Feuerherd, «Does the “Prosperity Gospel” Explain Trump?», en Jstor Daily, 1 de mayo de 2017.

[6] El 18 de febrero de 2018, en el habitual National Prayer Breakfast, Trump, asociando su país a los sueños estadounidenses de libertad, heroísmo y valentía, definió los Estados Unidos como «a light unto all nations» («una luz para todas las naciones»). «Mientras abramos los ojos a la gracia de Dios —y abramos nuestros corazones al amor de Dios—, los Estados Unidos serán por siempre la tierra de los hombres libres, la casa de los valientes y una luz para todas las naciones». Esta cita está tomada de una profecía bíblica sobre el papel restaurador y mesiánico de Israel, el pueblo elegido y la nación grande y próspera que habían soñado los patriarcas: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49,6).

[7] Recordemos también que la ceremonia de inauguración del mandato presidencial de Donald Trump incluía oraciones de predicadores del «evangelio de la prosperidad» como Paula White, una de las personas que operan como sus consejeros espirituales. En octubre de 2015 White organizó en la Torre Trump un encuentro de telepredicadores vinculados a la «teología de la prosperidad» en la que se oró por el actual presidente con imposición de las manos sobre él. El vídeo puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=EQ18exdhR6I.

[8] Cf. D. R. McConnell, A Different Gospel: Biblical and Historical Insights Into the Word of Faith Movement, Peabody, Hendrickson, 1988.

[9] J. Goff, «The Faith that Claims», en Christianity Today, n. 34, febrero de 1990, 21.

[10] Cf. K. Copeland, The Laws of Prosperity, Tulsa, Harrison House, 1974.

[11] H. Hill, How to be a Winner, Alachua, Bridge Logos, 1976.

[12] Cf. R. Tilton, God’s Miracle Plan for Man, Tulsa, Robert Tilton Ministries, 1987.

[13] G. Copeland, God’s Will is Prosperity, Tulsa, Harrison House, 1978.

[14] Cf. A. Spadaro – M. Figueroa, Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente, en La Civiltà Cattolica Iberoamericana I (2017) n. 7, 7-15.

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