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Dom 8.7.18. Nazaret. Currículum de Jesús

Domingo, 8 de julio de 2018

native10Leído en Koinonia:

Dom 14. Ciclo b. Mc 6,1-6. Este evangelio presenta el “viernes santo” de Jesús en Nazaret, su patria, donde los paisanos le desprecian y rechazan.

Las biografías helenistas solían presentar primero la familia y educación del protagonista. El evangelio de Marcos, en cambio, había comenzado con una referencia a Juan Bautista, para contar después, en varios capítulos, lo que ha empezado haciendo Jesús.

Únicamente ahora, después que ha presentado básicamente el mensaje de Jesús, habla Marcos de su patria y de la relación que él tiene con sus familiares y paisanos. Sabíamos algo de su familia por una escena anterior (Mc 3, 20-35: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos…?), pero sólo ahora recibimos una información más detallada del tema, desde una perspectiva polémica.

Con esta ocasión presenta Marcos lo que pudiéramos llamar el currículum de Jesús:

curriculum-vitae-1-728(a En la sinagoga) 1 Y salió de allí y llegó a su patria, y sus discípulos le seguían 2 y cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga

(b. Admiración y escándalo)
y muchos, escuchándole, se admiraban y decían: ¿De dónde le vienen tales cosas¿ ¿y qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿y que son esos milagros hechos por sus manos?

3 ¿No es éste el artesano, el hijo de María y hermano de Jacob, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él

Imagen 1. Nazaret a principios del siglo XX, casi como en tiempos de Jesús
Imagen 2: Currículo “convencional” de Jesús.


El curriculum de Jesús

Todo el cristianismo posterior depende de algún modo de este “curriculum” de Jesús, que aparece como artesano (obrero eventual), no como maestro, y también como descendiente, al parecer “irregular”, de una mujer llamada María, dentro de una familia conocida (y de poco valor). Los datos del texto podrían emplearse para despreciar a Jesús (como ha sucedido). Pero Marcos los entiende como fuente de honor, conforme a un proceso de “inversión” muy significativo.

La patria evocada (patrida, 6, 1), es, sin duda, Nazaret (cf. Mc 1, 9). Pero ese nombre podría tener otras connotaciones, vinculadas con el nombre los “nazoreos” (quizá un grupo especial de judíos), de los que solo tenemos informaciones confusas por la tradición cristiana.

Sean quienes fueren, esos nazarenos (naz0reos o nazaretanos) rechazan el tipo de mesianismo de Jesús (que rompe con la tradición antigua y venerable de su gente) y le “expulsan” de su familia-comunidad, de manera que él ha de seguir realizando su misión como un apátrida (un expulsado), un hombre que no cuenta con el apoyo “natural” de su gente .

6, 1-2a. En la sinagoga

1 Y salió de allí y llegó a su patria, y sus discípulos le seguían 2 y cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga

Culmina aquí la sección comenzada en Mc 3, 7: Jesús viene a proclamar el Reino, y sus paisanos, vinculados a un tipo de tradición judía, no le aceptan . El mismo Jesús parece causa del enfrentamiento: ha venido de manera pública, con un grupo de discípulos que le siguen (y que, según 3, 31-35, son verdaderos sus hermanos/as y madre) para exponer en su patria (que según 1, 9 es Nazaret) el sentido y condiciones de su nueva familia mesiánica, ante los representantes de su familia carnal antigua. Así podemos hablar de dos grupos.

(a) Jesús y sus discípulos (6, 1) vienen de fuera, con otra identidad social y una nueva forma de comunicación y relaciones personales, apareciendo como un reto en Nazaret, pues su mensaje y estilo de vida pueden tomarse como subversivos, contrarios a la tradición de su pueblo.

(b) Los nazarenos, entre los que se cuenta la familia carnal de Jesús (6, 2-3), representan la identidad patriarcal de la aldea israelita (y quizá del grupo de los nazoreos) a la que ha pertenecido Jesús.

Marcos sabe que Jesús proviene de Nazaret de Galilea (1, 9) y en cuatro lugares fundamentales le llama el nazareno, es decir, el de Nazaret: en la “confesión” del endemoniado de la sinagoga (1, 24), en la invocación del ciego de Jericó (10, 47), en el juicio ante el consejo judío (14, 67) y, finalmente, en las palabras del joven de pascua (16, 6).

Parece claro que él no ha insistido en la importancia teológica de ese término (nazareno) y de esa procedencia (Nazaret), aunque el ciego de Jericó (10, 47) podría haber vinculado el origen nazareno de Jesús con su posible ascendencia davídica (cf. comentario a 19, 47-48; 11, 10 y 12, 35-37).

Estrictamente hablando, para Marcos (cf. 12, 35-37), Jesús no se define como Hijo de David, en sentido mesiánico-político, sino que es Mesías por ser Hijo de Dios (cf. también 1, 1); según eso, parece que su venida a Nazaret ha de entenderse desde su oposición a un mesianismo nazoreo, de carácter político/sacral, que defenderían sus paisanos y sus familiares. En ese contexto podría entenderse mejor la dureza de este pasaje, que Marcos ha redactado para recordar que Jesús es de Nazaret (nazareno, por su nacimiento), pero no nazareo o nazireo (en línea político-sacral) .

6, 2b-3. Admiración y escándalo

… 2 y muchos, escuchándole, se admiraban y decían: ¿De dónde le vienen tales cosas¿ ¿y qué sabiduría es ésa que le ha sido dada? ¿y qué son esos milagros hechos por sus manos? 3 ¿No es éste el artesano, el hijo de María y hermano de Jacob, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él.

Jesús había empezado a enseñar en la sinagoga (6, 2a), como lo había hecho en Cafarnaúm (1, 21-28 y 3, 1-6), suscitando admiración, pero causando también escándalo, por su mensaje y su práctica de reino. Significativamente, como dirá después el texto, en contra de lo que sucedió en la sinagoga de Cafarnaúm (donde curó al poseso y al manco), Jesús no hizo aquí ningún milagro “importante”, no sólo por la falta de fe de los nazarenos, como supone 6, 5-6, sino también porque no ha venido a “sanar” la sinagoga, sino a presentar en ella su mensaje, confrontándolo así con el de sus paisanos.

6, 2b. Cuestión de sabiduría y milagros

Pues bien, en este contexto, da la impresión de que el protagonismo de la escena no lo tiene Jesús, sino sus paisanos, que se admiran y escandalizan (6, 2-3), sin que parezcan haber cambio de un caso al otro, pues ambas actitudes se vinculan, de manera que el mismo asombro lleva en sí un tipo de rechazo.

Nos movemos, sin duda, en la línea del argumento de los escribas de 3, 21-30, que pueden “admirarse” de las cosas que hace Jesús, pero las atribuyan a Satanás, y por eso le condenan. En este contexto se plantea la pregunta por el origen de los milagros que Jesús realiza y por su sabiduría.

— Importancia de las obras de Jesús. Ellas son las que primero preocupan a los nazarenos: ¿De dónde (pothen) le vienen tales cosas (tauta)? (6, 2). Más que lo que hace interesa aquí el lugar del que proviene. La procedencia determina, según eso, el valor de las cosas que un hombre realiza. Los escribas de 3, 22 creían conocer el origen más profundo de las obras de Jesús, al llamarle endemoniado (=hijo del diablo), rechazando desde ese fondo aquello que él hacía.

De un modo semejante, sus paisanos conocen a un nivel su procedencia y piensan que con ello deberían poder conocerle, controlarle. Pero Jesús ha roto sus esquemas. Por eso preguntan: ¿pothen, de dónde? Es evidente que muchos responderían con los escribas: ¡Actúa con el poder del Príncipe de los demonios… o dirán quizá está loco, como pensaban sus familiares en Cafarnaúm! (3, 21-22).

— Un problema de conocimiento. En el contexto anterior importaban las obras (milagros). Aquí importa la “sabiduría”. Los nazarenos vinculan de esta forma las dos grandes “facultades” que Pablo había separado, al menos metodológicamente: los judíos buscan obras, los griegos sabiduría (cf. 1 Cor 1, 22.

Estos nazarenos vinculan ambos planos: “¿Y qué sabiduría es esa (tis hê sophia) que le ha sido dada? ¿Y qué son esos milagros (dynameis) hechos por sus manos? Estamos cerca de lo que pensaban los que veían sus milagros en la sinagoga de Cafarnaúm (1, 22.27), pero la pregunta tenía allí un sentido positivo, mientras que aquí parece negativo.

En un plano, los de Nazaret parecen admitir que la sabiduría activa de Jesús está vinculada con “dynameis” (obras poderosas). Pero no están seguros de su valor (si es sabiduría positiva o negativa) y necesitan controlarla, descubriendo su sentido y situándola a la luz de la Ley israelita, conforme a las escuelas rabínicas del tiempo. Aceptan el poder sanador del conocimiento de Jesús, pero ignoran su origen y sentido. Reconocen que hace cosas que parecen buenas, pero desconfían del valor profundo y de las ventajas que ofrecen. Pudiera ser un mago destructor. Por eso dudan.

Desde ese fondo surge la pregunta por su identidad: «¿No es este el artesano, el hijo de María…?» (6, 3). Todo lo que Jesús hace y dice se relaciona, según eso, con su trabajo y familia, como supone esta pregunta, que nos sitúa, probablemente, ante unos recuerdos históricos, que Marcos ha reformulado, para presentar la identidad de Jesús y su evangelio. En este pregunta, y en la respuesta siguiente de Jesús, culmina la segunda sección de esta primera parte de Marcos, en una línea cercana a la 3, 20-35.

Allí se enfrentaban a Jesús los escribas de Jerusalén y sus familiares. Aquí siguen preguntando sus paisanos, escandalizados (unidos a los familiares), después de haber planteado el tema del origen de su sabiduría/milagros, elevando tres cuestiones :

6, 3a. Cuestión de identidad: ¿No es este el tektôn, artesano?

Quieren definirle por su profesión (carpintero, albañil…). Algunos han pensado que este apelativo serviría para resaltar su ciencia, pues los carpinteros poseían fama de eruditos . Ciertamente (en contra de la opinión de Eclo 38, 24-34), muchos rabinos judíos posteriores han sido artesanos el estudio de la Ley va acompañado para ellos de un trabajo productivo que les permita sostener la vida.

Pero la pregunta tiene aquí un matiz peyorativo: los nazarenos llaman a Jesús “el artesano” (ho tektôn, no “un artesano”) precisamente para descalificarle, destacando su carencia de estudios y poniendo en duda el valor de su sabiduría: carece de formación para enseñar, es sólo un obrero manual que debía haber permanecido en ese plano de conocimiento técnico y trabajos materiales. En su pretendida condición de sabio y/o terapeuta, él resulta peligroso: ha dejado su labor, ha roto con su origen y su forma de trabajo.

En este contexto podemos recordar que (probablemente) los antepasados de Jesús habían venido de Judea a Nazaret, como agricultores, tras la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 a.C.), recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa y bendición antigua, que se concretaba en los propietarios campesinos, casados, con familia y propiedad, que aparecían como signo visible de la protección de Dios.

Los campesinos que perdían su campo (y no podían sustentar una familia) quedaban desamparados no sólo en sentido económico, sino también simbólico/religioso, pues les faltaba la herencia de Dios (el campo/heredad). Pues bien, los familiares de Jesús (quizá José su padre), habían perdido la tierra, volviéndose así campesinos sin campo (obreros sin obra), herederos de Dios sin heredad, es decir, artesanos.

Desde aquí se entiende la importancia que tiene el hecho de que Jesús se defina como ho tektôn (el artesano), lo que implica que es un hombre sin tierra o propiedad en Israel (Mc 6, 3), apareciendo como un hombre que debe trabajar para otros. Ésa ha sido su escuela, ése es su oficio e identidad: debía vender su trabajo, de forma que, para vivir, no se hallaba vinculado a la providencia de Dios (lluvia) y a su propio esfuerzo (trabajo personal en la tierra de dios), sino que dependía de la oferta y demanda de trabajo otros, en un mundo lleno de carencia y dureza.

Como he dicho, sus paisanos no dicen que Jesús es simplemente «un» tekton, sino «ho» tekton: «el» artesano/carpintero, alguien que carece de la identidad que da la tierra. Antes de llamarse el Cristo (y para serlo), él ha debido aparecer como «el obrero», un hombre sin estabilidad económica propia, alguien que depende de aquellos que le llaman y encargan tareas ajenas. El mensaje de Jesús, que promete el Reino a los pobres (es decir la Tierra prometida), ha de entenderse desde su perspectiva de trabajador eventual, lo mismo que gran parte de la gente de su entorno.

Sin duda, Jesús ha tenido un conocimiento básico de la Escritura y, debiendo haber sido de origen nazoreo (vinculado a las tradiciones de David), se identifica con la historia religiosa del judaísmo. Pero, al mismo tiempo, se encuentra a merced de las necesidades y de las ofertas de trabajo (o del desinterés y el poder opresor) de unos propietarios. Es evidente que esa situación implica una disonancia muy fuerte: su forma de vida no responde a lo que Dios había prometido a su pueblo. Desde aquí se entiende su menaje de Reino, que podrá llamarse “mensaje nazoreo”, pero no en la línea del mesianismo nacionalista y político de David (y de sus paisanos y familiares) .

6, 3b. Cuestión de madre y hermanos: ¿No es éste el hijo de María…?

No se cita aquí el nombre del padre porque probablemente ha muerto (y por razones teológicas, vistas en 3, 31-35). Como representante y “cabeza” de familia emerge así María, que ofrece a Jesús su propio nombre (metronímico), insertándole en un lugar del mundo, en una genealogía. Pero Jesús ha roto ese origen, ha negado esa línea de familia, y ha venido a presentarse en Nazaret como un “extraño”, con una familia distinta (sus Doce). Pues bien, al extrañarse por la actitud de Jesús y al recordar que es el hijo de María, sus paisanos no dicen, en principio, nada en contra o a favor de María, ni en la línea positiva de Mt 1-2, Lc 1-2, Jn 2, 1-12; 19, 25-27 (resaltando su aportación mesiánica) ni en la negativa de cierto judaísmo (que acusará a Jesús de haber tenido una madre irregular).

En un primer momento, al decir que Jesús es “el hijo de María”, sus paisanos afirman algo anterior, mucho más sencillo: la sabiduría y obras de Jesús desbordan el nivel en que su madre le habría situado por nacimiento. De todas maneras, esa presentación de Jesús como “el hijo de Maria”, formulada también de un modo absoluto (ho huios tês Marias) suscita, al menos, una interrogación y, quizá, una sospecha.

No es “un hijo de María”, como pueden ser otros, que después se citan (Jacob, José…), sino “el hijo de María”, como queriendo decir con eso algo especial. Esta denominación metronímica (¿no es éste el hijo de María?) resulta sorprendente y por eso se ha pensado podría aludir a un nacimiento misterioso o irregular (pues en general el hijo suele llamarse por el nombre del padre). Ésta es una pregunta y cuestión que queda abierta.

Mc 6, 3 presenta a Jesús como el hijo de María y hermano (no “el” hermano) de Jacob y José, Judas y Simón, como suponiendo que todos ellos resultan conocidos para el lector, de manera que no se dice donde están, lo que puede hacernos suponer que el autor los vincula con Jerusalén (lo mismo que a la madre, de la que tampoco se dice donde está). Por el contrario, las hermanas, ya sin nombre, se vinculan a Nazaret: “¿no están sus hermanas aquí, entre nosotros?” (6, 3). Sea como fuere, al menos desde un punto de vista redaccional de Marcos, el texto supone, al menos, que la madre de Jesús es una mujer importante y conocida, que cumple una función en el evangelio .

En ese contexto, debemos añadir que el Jesús de Marcos ha rechazado las “pretensiones” sus familiares, no sólo aquí sino también en Mc 3, 21. 31-35, siendo así testigo de las tensiones entre una comunidad judeo-cristiana (que parece encerrar a Jesús en el círculo de un judaísmo nacional) y una iglesia como la de Marcos, abierta a la misión universal, por encima de una ley particular judía

En esa línea se plantea el tema de los hermanos: «¿No es éste el hermano de Jacob, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» (6, 3). Marcos 3, 35 situaba el tema de los hermanos/as de Jesús en un ámbito más eclesial (de manera que ellos podían entenderse en un sentido simbólico). Aquí aparece, sin embargo, en un nivel más preciso, de tipo genealógico.

Es significativo que Marcos cite los dos grupos (hermanos, hermanas), aunque después sólo destaque por su nombre a sus hermanos (Jacob y José, Judas y Simón) , suponiendo quizá que ellos han sido importantes en la vida posterior de la iglesia. Parece claro que en principio no asumieron el camino de Jesús, pero después lo hicieron (se hicieron cristianos tras la pascua, como supone Pablo: cf. 1 Cor 9, 5; 15, 7; 1), pero de una forma, que, a juicio de Marcos, resultaba insuficiente, sin superar la tradición social del judaísmo, sin entrar en la casa universal de la iglesia (como vimos comentando 3, 31-35). Por eso el texto les sigue presentando vinculados a los nazarenos, como si no fueran cristianos.

La tradición cristiana ha preguntado sobre la identidad de estos hermanos de Jesús, de los que volveremos a ocuparnos (cf. Mc 15, 40.47; 16, 1). Ellos parecen haber tenido cierta importancia en la Iglesia primitiva, como supone especialmente Pablo, que les presenta como miembros significativos de la comunidad de Jerusalén, partiendo quizá de una “revelación pascual de Jesús a Jacob” (1 Cor 9, 5; 15, 7). En esta línea se sitúan las tradiciones de Jacob, el hermano de Jesús, primer «obispo» de Jerusalén, a quien se atribuye una carta-circular (Sant) en la que se supone un buen conocimiento de la «ley» israelita. La exégesis moderna tiende a decir que esa carta es tardía y que no puede haber sido escrita por un pariente de Jesús.

Sea como fuere, el testimonio de la iglesia antigua (partiendo de Gal 1-2 y Hech 15) y un texto clave de F. Josefo (Ant 20, 197-203) parecen suponer que Jacob/Santiago no era un hombre inculto, sino un erudito mesiánico, experto en interpretaciones de la «Ley». Ciertamente, él pudo haberse iniciado en ella tras la muerte de Jesús, pero la forma en que le describe una tradición judeocristiana posterior (conservada por Eusebio de Cesarea, Historia Ecl. II, 23) nos inclina a pensar que era anteriormente hombre letrado. Según eso, podríamos decir que Jesús nació en una familia donde, al menos, uno de sus hermanos valoraba el estudio y cumplimiento de la Ley .

Condensando lo anterior, podemos decir que los nazarenos querían interpretar a Jesús desde su patria, dentro de los límites ya conocidos del trabajo (operario) y del hogar (madre, hermanos/as), aunque en un contexto problemático (le llaman “el hijo” de María). Su trabajo y su familia le habían dado un espacio en el mundo (en Nazaret, en Israel), pero Jesús lo ha roto, ha quebrado (ha ensuciado o superado) el nivel que le había situado su familia. De manera comprensible, situados ante el enigma de Jesús, sus paisanos se sienten escandalizados; no le entienden, rechazan lo que ignoran y a él le juzgan peligroso. La seguridad de su vida nacional, la solidez de su modelo de familia y profesión en Israel, les impiden aceptar a Jesús (que ha debido romper las tradiciones nazoreas/nazareas de su pueblo y familia.

A partir de aquí se entiende la ausencia del símbolo paterno. Jesús no se apoya en un padre (Marcos sólo cita a su madre y hermanos/as): no admite la autoridad de los escribas que instauran y definen un tipo de legalidad israelita, ni la autoridad de los “presbíteros” o ancianos del pueblo (cf. 7, 5). Por eso, como he dicho, la pregunta (¿de dónde le vienen tales cosas?: 6, 2) puede encerrar una ironía: los paisanos de Nazaret están pensando que Jesús sería hijo ilegítimo, no tendría padre verdadero (es un hijo de María ¿de soltera?).

El evangelista sabe en cambio, en ironía más alta, (desde 1, 9-11), que el verdadero padre de Jesus es Dios, como supone el mismo “pasivo divino” del texto (¿de dónde viene la sabiduría que se le ha dado, es decir, “que Dios le ha dado”?). Es evidente que el lector de Marcos puede responder: ¡Dios mismo le ha dado sus poderes, Dios mismo es su Padre! Por eso, la ausencia de padre en el mundo está evocando una presencia paterna superior. Sea como fuere, es posible que en la comunidad de Marcos (y en su entorno) se esté planteando ya el tema de un posible origen “especial” de Jesús, a quien Mt 1 y Lc 1 presentan como concebido por el Espíritu Santo .

6, 4-6a. Un profeta en su patria. La falta de fe

4 Y Jesús les dijo: Un profeta no es despreciado sino en su patria, entre sus parientes y en su casa. 5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. 6 Y se admiraba de su falta de fe.

Los nazarenos, no quieren cambiar su forma de vida social y el sentido de su mesianismo (nazoreo/nazireo) y por eso rechazan al pretendido profeta de su pueblo. En ese contexto, Jesús aparece como un hombre que debe abandonar su pueblo, porque no acepta el esquema socio/religioso que quieren imponerle. De esa forma rompe la comunidad cerrada de su patria y viene a presentarse, rodeado de discípulos, como iniciador de un grupo que incluye a los pobres y expulsados de la tierra.

a. El simbolismo de Abrahán (6, 4). Leído en esa perspectiva, nuestro texto puede evocar el momento en que Abrahán dejó patria y familia, para iniciar así un camino de bendición universal, creando una nueva familia que sea portadora de bendición para todos los pueblos (Gen 12, 1-3). En esa línea, como creador de humanidad, aparece aquí Jesús, pero la gente de Nazaret no le acepte, queriendo encerrarle otra vez en la estructura vieja de su pueblo, y él responde recordando a los profetas que, en la estela de Abrahán, conforme a una larga tradición israelita (en línea Dtr) no han sido acogidos (han sido rechazados) en su patria, entre sus parientes y en casa (6, 4), en una descripción que va de más a menos .

— Patria (en patridi). En el principio está la patria, entendida en un sentido geográfico, pero sobre todo humano. Como profeta ha venido Jesús a su patria, es decir, a su tierra, al grupo de gentes que comparten su origen, y ellos le desprecian. En ese contexto podemos añadir que Forman y tienen una misma “patria” los que apelan a un padre común, manteniendo y cultivando su herencia o tradiciones, en una tierra que vincula a todos. En este caso, el texto alude a Nazaret, pero podemos ampliar el círculo, hablando de Galilea y (en sentido más general) de Jerusalén, como se verá en Mc 14-15. Pues bien, Jesús ha superado ese nivel: ha roto la urdimbre de nexos fundantes que definen al pueblo israelita, tal como aparece en Nazaret (entre los nazareos/nazireos). Es comprensible que sus paisanos le desprecien, en gesto que anuncia su condena a muerte.

— Parentela (en syngeneusin). Por etimología, parentela (de parens, pario: dar a luz) y patria (de pater: padre) son términos cercanos. Pariente en griego es syngenês: alguien del mismo genos, con origen común. Son parentela aquellos que poseen una proveniencia “genética” en sentido extenso. Pues bien, este Jesús de Marcos supone que allí donde el genos define al ser humano, allí donde los vínculos de carne (cultura, nación, pueblo) se convierten en ley y determinan desde arriba la existencia de los individuos no se puede aceptar la profecía verdadera, no queda lugar para el mesianismo (que no implica el triunfo de la parentela, sino de la humanidad y de la justicia). Es lógico que Jesús rompa ese nivel de parentesco.

— En su casa (oikia) es la unidad familiar más pequeña
de aquellos que conviven, unidos por vínculos de origen y consanguineidad (padres, hijos, hermanos, primos) o trabajo servil, como indica el mismo nombre castellano de familia (de famulus, siervo). Marcos nos había puesto ya en contacto con la nueva “casa de Jesús”, formada por aquellos que cumplen con él la voluntad de Dios (cf. 3, 20-35). Ahora le acusan aquellos que desprecian su antigua casa, integrada por los parientes primeros (cercanos) de Jesús; sólo despreciando un tipo de “casa” familiar Jesús puede abrir otra. Desde aquí se entiende el doble sentido de “casa” en Marcos. Por un lado, el evangelio rompe la estructura de la casa genealógica; pero, en otro sentido, Jesús aparece como fundador y centro de un nuevo tipo de casa, como hemos visto en 2, 20-35.

Estos términos (patria, parentela, casa) aparecen en Gen 12, 1 LXX, con la diferencia de que Marcos dice patria donde Gen pone tierra (gê). En el fondo hallamos la misma experiencia. Abrahán deja su tierra/patria en Ur o Harrán (que la tradición judía y luego musulmana define como lugar de idolatría) para iniciar el camino de Dios y recibir la promesa en la tierra de Canaán. También Jesús debe superar su patria (hecha lugar de opresión) para caminar con sus discípulos buscando el reino.

b. Un Jesús no aceptado, que no puede hacer milagros. Jesús crea una iglesia de personas que acogen su palabra y creen en su reino, iniciando así un camino que le saca de Nazaret (tierra de nazareos/nazireos, cerrados en una identidad nacional, a su juicio, estrecha). Lógicamente, no ha podido hacer realizar sus gestos de poder, sus milagros (6, 5), pues no es un mago que actúa desde fuera de los hombres. Sólo puede curar donde hay fe, sólo puede cambiar a los demás si es que le aceptan.
De todas formas, el texto no es tajante. Dice que Jesús no hizo ningún milagro grande (dynamis), pero curó algunos enfermos menores, como suponiendo que ellos (quizá los marginados que había en Nazaret) creyeron algo en él (6,5). En este juego de incredulidad básica de los representantes de su pueblo y de pequeña fe de algunos, que parecen superar los moldes de esa sociedad establecida, viene a moverse Jesús en Nazaret y en el conjunto de Israel, sufriendo por dentro la sorpresa de la apistia, es decir, de la falta de fe de sus conciudadanos .

Estamos así ante el Jesús expulsado (no recibido) en su patria, parentela y casa de Nazaret, ante el Jesús no creído, que se admira de la apistia, falta de fe, de las gentes de su pueblo. No puede actuar si no le creen: necesita la fe de aquellos que le acogen, que reciben su palabra, dejando que la fuerza de la libertad de Dios transforme su vida. A los humanos sólo se les puede cambiar en humanidad, con fe. Jesús no ha conectado en fe con los nazarenos, ha sido rechazado en su patria. Así, rechazado, fracasado, sin milagros, tiene que irse de su pueblo y sinagoga (6, 5-6). Ya no volverá a Nazaret, no entrará más en la sinagoga de los judíos.

Éste es el éxodo nazareno y sinagogal de Jesús: Debe salir del entorno de su vida antigua (patria, parentela y casa de este mundo) para crear la nueva familia o comunión de los humanos, a partir de su palabra o siembra (cf. 4, 14). Tiene que dejar la sinagoga, sin haberla transformado. Acaba de curar a la hija del Archisinagogo (5, 21-43), ha dejado abierta la puerta de la salvación para el judaísmo. Pero a la sinagoga en sí no ha podido cambiarla: allá queda, en Nazaret, en medio de Galilea, como institución al servicio de los intereses familiares, nacionales, de los “buenos” israelitas. Este mismo Jesús expulsado (hombre sin patria, parientes, ni casa, israelita sin sinagoga), rechazado por los hombres de su pueblo, será raíz y fundamento de la nueva familia de los hombres liberados .

Jesús ha sacudido la conciencia nacional de un tipo de judaísmo cerrado en su identidad pequeño-familiar, ha quebrado los valores que sustentan su estructura, hiriendo la fibra más sensible de sus gentes, no por lo que dice en teoría, sino por lo que implica su nuevo programa de familia. Ha fracasado en su aldea: no ha sido capaz de convencer a su familia, pero ese mismo fracaso es principio de nuevo mesianismo. Esta escena marca un corte en la narrativa de Marcos y debe interpretarse como final de la sección dedicada a la casa mesiánica. (3, 7-6, 6a). También la anterior (1, 1-3, 6) terminaba en un rechazo: unidos en un mismo intento de seguridad nacional, fariseos y herodianos habían decidido matar a Jesús por quebrantar el sábado (3, 1-6).

Ahora le rechazan sus paisanos, asumiendo de esa forma el juicio anterior de los escribas (3, 22-30; cf. 2, 1-12 . Jesús sale de su patria (Nazaret) y de la sinagoga de su pueblo. Extenderá hacia muchos su mensaje (cf. 6, 6b-8, 26); pero la sombra del rechazo final y de la muerte ha empezado a planear sobre su vida, anticipando así el juicio y condena de Jerusalén (Mc 14-15). El viernes santo nazareno (6, 1-6a) es como anuncio de viernes santo jerosolimitano (Mc 15).

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