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Dom 1.7.18. Conversión del archisinagogo: Liberación de dos mujeres

Domingo, 1 de julio de 2018

hemorroisa1Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 13 tiempo ordinario, ciclo b. Mc 5, 21-43. Se trata de cu rar al archisinagogo (nombre emparentado con arzi-obispo, arci-preste), para que pueda vivir él, y puedan vivir con él, en libertad las mujeres de su casa (la hija moribunda) y las de fuera, la hemorroísa de la calle.

Éste es uno de los temas más sorprendentes y actuales de transformación del evangelio, un tema de fondo histórico, pero de inmensa actualidad en la Iglesia y en la humanidad actual:

En el centro de la escena emerge un hombre necesitado (el Archisinagogo) y con él dos mujeres, víctimas de opresión personal y familiar, cultural y religiosa:

— Una es joven, su misma hija, que al parecer no tiene más remedio que morir, habiendo cumplido doce años (al hacerse mayor), porque es imposible crecer y vivir en la casa (iglesia) de aquel archisinagogo (símbolo de un tipo de clero que al cerrarse en su religión impide que vivan las mujeres de su misma casa).

— La otra es mayor, lleva doce años de mal flujo de sangre, expulsada de la iglesia, encerrada en su casa… La misma religión del archisinagogo le impide vivir en libertad.

hija-de-jairoAmbas están vinculadas por una misma enfermedad y son signo de impotencia de un tipo de judaísmo (de un tipo de iglesia, humanidad) que oprime a estas mujeres . Curando al archisinagogo, Jesús cura (y viceversa): les permite que sean ellas mismas, no para que vuelvan al orden antiguo, sino para que inicien un camino de humanización evangélica en el que merezca la pena crecer, ser mujer, realizarse en familia.

Pasamos del espacio extenso y de la problemática político-militar del mundo pagano (escena anterior de Mc 5, con geraseno, con magistrados de la ciudad y con porqueros) a un espacio que parece más vinculado a las preocupaciones familiares, donde resulta central la cuestión de la mujer en su doble perspectiva de niña que no puede madurar (5,21-24a 35-43) y de adulta vencida por su misma impureza de sangre (5,24b-34).

Lo que sigue está tomado básicamente de mi Comentario sobre Marcos, sin notas críticas, que el lector interesado deberá buscar en el texto impreso. Añado al final un texto que puede estar emparentado con la palabra de Jesús a la hija del Archisinagoo: Te libero de un tipo de bondad particular, sé tu misma.

Buen fin de semana a todos.

Texto entero

(a. Archisinagogo) 21 Y cruzando Jesús de nuevo al otro lado en la barca, se aglomeró mucha gente ante él, y él estaba a la orilla del mar. 22 Y llegó uno de los archisinagogos, llamado Jairo y viéndole se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está agonizando; ven a imponer las manos sobre ella para que se cure y viva. 24 E iba con él…

(b 1. Hemorroisa) 24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

(b 2. Tu fe te ha salvado). 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad 34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo.

(c 1. Ha muerto) 35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos (de casa) del Archisinagogo diciendo: Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al Archisinagogo: No temas. Sólo ten fe. 37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino sólo al Roca, a Jacob y Juan, el hermano de Jacob. 38 Y llegaron a casa del Archisinagogo y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 40 Pero ellos se burlaban de él.

(c 2 Talita koum) Pero él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Y agarrando a la niña de la mano y le dijo: Talitha koum, que significa: Niña, a ti te hablo, levántate. 42 Y de pronto la jovencita se levantó y echó a andar, pues tenía doce años; y ellos quedaron inmediatamente fuera de sí, con gran admiración. 43 Y él les insistió mucho en que nadie lo supiera y les dijo que le dieran de comer .

Son dos historias de mujeres. A diferencia de Mc 5,1-20 y 2, 23-3,6, no hay demonios ni disputas exteriores Todo parece realizarse en calma y, sin embargo, en el fondo late un intenso potencial de ruptura humana (y de liberación evangélica), en perspectiva femenina.

Posiblemente, en su redacción actual, el texto haya recibido influjos de textos de milagros de Elías-Eliseo (cf. 1 Re 17,17-24, 2 Re 4,25-37), y quizá también de tradiciones de resurrecciones (cf. Lc 7,11-17; Jn 11; Hch 9,36-43), pero Marcos ha construido una historia muy nueva, que trata de una adolescente “resucitada”, cuya enfermedad y curación se entrelaza con la curación de la hemorroísa, en forma de tríptico o sándwich (que formalmente responde al esquema de 3, 20-35, donde teníamos también una introducción y una “historia” intercalada en la otra):

− a. Introducción: un archisinagogo (5,21-24a). Jairo tiene una hija que enferma al hacerse mayor (al cumplir doce años) y él es incapaz darle vida. Por eso acude a Jesús (condenado por los escribas: 3, 22-30), buscando vida por encima de su ley y sinagoga, confesando de esa forma su impotencia. En el lugar de máxima pureza del entorno, en la casa de un archisinagogo o Jefe de la comunidad judía de Cafarnaúm, una adolescente muere. La pura religión de su sinagoga de Ley es incapaz de curarla

− b1 y b2. La hemorroisa (5, 24b-34). Mientras Jesus se dirige a la casa de la adolescente, Marcos introduce el relato de una mujer que lleva doce años enferma de flujo de sangre, para retardar la narración y producir mayor suspense. Esta mujer no puede casarse, tener relaciones sexuales o comunicarse de forma cercana con los otros Por eso viene escondida en su enfermedad, llena de vergüenza, para tocar a Jesus, que es principio de limpieza superior, en medio de la calle. Le toca, se se cura, Jesús la envía a casa El Archisinagogo aprende al verla y escucharla.

− c1 y c2. Hija del archisinagogo (5, 35-43). Ha muerto, dicen, pero Jesus afirma que está dormida. De la sinagoga, que 1, 21-28 y 3, 1-6 aparecía como lugar de impureza e impotencia, pasamos a la casa de muerte del archinagogo, convertida por Jesús en casa de resurrección y vida (iglesia). Jesús entra en cuarto de la niña, le da la mano y la levanta, introduciéndola así en el camino de su vida madura, de mujer y de persona, que tiene doce años, la edad para el amor y matrimonio en el oriente

Las dos escenas se entrelazan de un modo narrativo (una se introduce en el hueco de la otra) y temático: ambas tratan de mujeres en peligro, vinculadas por los doce años de la niña muerta (5,42) y los doce años de enfermedad de la mayor impura (5,25). Además, ambas aparecen como hijas, una para Jesus (llama así a la hemorroisa en 5,34), la otra para su padre (5,35) .

5, 21-24a. Introducción, Jairo, el Archisinagogo

21 Y cruzando Jesús de nuevo al otro lado en la barca, se aglomeró mucha gente ante él, y él estaba a la orilla del mar. 22 Y llegó uno de los archisinagogos, llamado Jairo y viéndole se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está agonizando; ven a imponer las manos sobre ella para que se cure y viva. E iba con él…

Jesús parece volver en la misma barca (con unos discípulos que van y vienen, de un lado a otro, de tierra judía a tierra pagana y viceversa) y se sitúa en la orilla judía del mar en Galilea, en el espacio privilegiado donde había venido a llamar a sus discípulos (1,16-20, 2,13-17) y a impartir su enseñanza (3,9, 4,1). Aquí seguirá ofreciendo su llamada y magisterio, pues la muchedumbre (okhlos polys) vuelve y se reúne ante él (ep’auton), porque es él mismo, en persona, es el que importa y no algún tipo de enseñanza teórica. Aquí empieza la trama:

a. Archisinagogo con hija. No parece ser el jefe (arkhôn) de la sinagoga, en sentido jerárquico, sino uno de los oficiales (heis tôn…), encargados de encontrar lecturas y lectores para los oficios litúrgicos. En cada sinagoga solía haber uno, de manera que éste sería el de Cafarnaúm (si es que estamos allí, como se puede suponer). Sea como fuere, éste es uno de los archisinagogos de la zona, y significativamente se recuerda su nombre, Jairo (forma helenizada del hebreo Ya’ir, que significa Yahvé-alumbra; cf. Num 32:41; Dt 3:14), lo que concede viveza al relato y confirma su antigüedad. Pues bien, este Jairo, que por su nombre está vinculado a la luz de Dios, viene y se arroja, en plena calle, a los pies de Jesús (piptei pros tous podas), lo mismo que los espíritus impuros de 3, 11 (que pros-epipton, caen a los pies de Jesús, en gesto de sumisión). Pero, a diferencia de los endemoniados, Jairo ruega a Jesús por su hijita, para que le imponga las manos y se salve .

b. Jesús se pone en marcha (6, 14a). Escucha al Archisinagogo y se dispone a ir a su casa. Esta disponibilidad indica que no está en contra de la sinagoga en cuanto tal (ni de sus representantes), sino todo lo contrario: está dispuesto a ayudar al servidor o jefe de la sinagoga judía, y por eso le escucha y va con él ante la mirada de la muchedumbre de la orilla del mar… Nos hallamos ante un caso público de relación entre Jesús (que ha curado ya al endemoniado de la sinagoga: 1, 23-28) y éste Jaira, que es ministro de la sinagoga, de manera que esta escena podrá definir, a los ojos de los espectadores y oyentes del evangelio, la relación entre Jesús (con su movimiento) y la estructura sinagogal.

Pero en este momento (6, 14a) el texto se detiene. Como testigo de una estructura social y religiosa que no puede ofrecer vida a su hija, el Archisinagoga ha buscado a Jesús, pidiendo que imponga las manos a su hija, ofreciéndole algo que él, jefe judío oficial, no puede darle (5, 23), pues el orden de la sinagoga, que debía estar al servicio de la vida, parece incapaz de curar a su hijita… (5,21-24a). Por eso, él ha buscado a Jesús, pero a fin de cumplir lo que le pide, Jesús tiene que “enseñarle” y él, que aparece como representantes de la pureza judía, debe aprender algo que no sabe. En este momento se detiene la escena.

5, 24b-29. Mujer con hemorragia

24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había que gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

Fuente y foco de impureza es esta mujer que avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen deben hacer un hueco en torno a ella, expulsándola del grupo. Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus cosas. Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) la expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come… Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa. El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar por ella, ofreciéndole un contacto purificador. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) .

Jesús no la ayuda para llevarla después a un grupo cerrado, ni le dice que venga a sumarse a la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: La valora como mujer, aceptando el roce de su mano en el manto y ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir a nada (en nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio .

— Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto .

— Es mujer solitaria, pues su mismo “tacto” ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo. Lógicamente, su misma enfermedad se expresa como búsqueda de “contacto” personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar relacionarse con él, de un modo personal, a nivel de “cuerpo”: ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, mirando a los ojos a la gente que la estruja, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

— Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente “impura” de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿De qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Ella lo sabe por su cuerpo (egnô tô sômati…), que es la fuente y verdad del primer conocimiento. Los hombres tienden a conocer “a través de leyes” o por medio de razonamientos. Esta mujer, en cambio, conoce por su cuerpo, es decir, a través de la sensación interior por la que se expresa su corporalidad más honda.

El conocimiento intelectual y racional resulta en este caso secundario. En el fondo de nuestra vida, hombres y mujeres conocemos a través de la sensación, es decir, por el cuerpo, de manera que podemos afirmar que somos “inteligencia sentiente”. Pues bien, frente a todas las razones religiosas de los escribas y sacerdotes de Israel, Jesús quiere volver y vuelve a este nivel más hondo de conocimiento corporal, que es fuente de salud humana, el principio de toda religión. En ese nivel, lo que importa de verdad es que esta mujer “sepa” con su cuerpo, sabiéndose curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que se conozca y se descubra limpia en contacto con Jesús. Así dice Marcos que ella “conoce” (es decir, se conoce) por su cuerpo .

El mismo gesto de esconder su enfermedad y avanzar entre el gentío, corriendo el riesgo de tocar a unos y otros a su paso, era una especie de protesta religiosa.
 Esta mujer no se había resignado a vivir condenada y aislada, como un cadáver ambulante, porque así lo diga una ley regulada por los sabios varones de su pueblo. Sin duda, ella iba rozando a muchos y expandiendo a todos (según ley) su contagio de impureza legal, pero nadie se daba cuenta, mostrando así la impotencia de esa ley (pues si todos están contagiados nadie lo está). Sólo Jesús advierte el toque «profundo» de la mujer, que no se atrevía ni a rozar su cuerpo, ni a tomar su mano, sino que le ha bastado con rozar manto (5,28) .

5, 30-34. Jesús: tu fe te ha salvado

30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad 34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo .

a. Un contacto de cuerpos.

La salvación se expresa en el nivel del contacto personal, como muestra Jesús al buscar a la persona que le ha tocado y al iniciar una conversación que nos conduce al centro del despliegue purificador del evangelio. Jesús conoce “en su cuerpo” la fuerza que ha salido de él, lo mismo que la mujer ha conocido “en su cuerpo” la curación que ha recibido. Eso significa que Jesús es una persona en comunicación, un cuerpo que se pone en contacto con otros cuerpos, de hombres y mujeres, en un nivel de solidaridad y acción transformadora, antes de toda racionalización. A partir de este “conocimiento” se entiende la conversación:

a. Jesús: «¿Quién ha tocado mi manto?» (5,30). Pregunta así porque sabe que él se ha puesto en contacto sanador (de solidaridad personal) con un cuerpo/persona, a través del manto que mantiene su intimidad (le permite resguardad lo más profundo), pero que, al mismo tiempo, le comunica con los otros, haciendo así posible que todos le miren y le toquen. No pregunta “qué” me ha tocado (como si fuera una cosa), sino tis, es decir, quien, una persona. No pregunta por aquellos que le han tocado en general, en roce de tipo ordinario. Quiere saber quién le ha tocado precisamente el manto, aludiendo de esa forma al simbolismo ya indicado del manto nupcial, pero, sobre todo, al signo de la comunicación corporal.

b. Los discípulos no entienden (5, 31). Piensan que Jesús alude al toque ordinario de aquellos que caminan a su lado y le empujan u oprimen por curiosidad o falta de espacio. No conocen el poder de su vida (de su cuerpo), ni saben distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico de la gente que aprieta, en un nivel de encuentros materiales, como si fueran simples “cosas”. A diferencia de ellos, la mujer entenderá (5, 33). Sabe lo del manto y conoce el movimiento de su cuerpo sanado (conoce a nivel de corporalidad humana, no de contacto de cosas) .

c. Jesús, en cambio, distingue y reconoce que éste ha sido un roce de mujer (es decir, de una persona distinta, que en aquel contexto ha de venir escondido), pues el texto dice que, antes de verla y conocerla externamente, él se ha vuelto para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, para ver a “la” que había hecho esto (5, 32), sabiendo que la persona que le ha tocado sólo podía ser una mujer creyente, alguien que cree en el poder liberador del contacto corporal (en contra de aquellos que le habían condenado por ley a ser impura). Éste es el principio de su gesto posterior (de su palabra de curación): Una mujer “distnta” (que según Ley debía alejarse de todos) le ha tocado, y él se deja tocar .

El texto nos sitúa así ante el contacto de dos cuerpos. (a) El de una mujer que se encuentra expulsada de la sociedad y declarada impura por su trastorno de sangre. (b) Y el de Jesus que irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado, vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo.

Al “tocar” a Jesús, ella le ha enseñado algo que quizá Jesús antes no sabía (o no había pensado expresamente): Que no hay un “cuerpo impuro” de mujer; que igual que ha podido “limpiar” al leproso (1, 39-45), él puede y debe curar a la mujer menstruante, a la que otros toman como impura. Al “tocar” a Jesús, esta mujer ha declarado que quiere ser pura y que lo es. Al sentirse “tocado” en su cuerpo, Jesús descubre y declara que esta mujer está limpia.

Nos hallamos, por tanto, ante un “con-tacto” personal primigenio y salvador, ante el tacto de dos cuerpos que no se rechazan, un roce humano, primigenio, de reconocimiento y de aceptación “mesiánica”, es decir, personal. A ese nivel ha tocado la mujer a Jesús; a ese nivel ha aprendido Jesús que ese “toque” no es impuro, no mancha. Jesús descubre así que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.

Jesús se ha dejado sorprender por el “tacto” de esta mujer (que es como el “toque” sorprendente de Dios, del que han hablado algunos místicos, como Teresa de Jesús). Esta mujer ha “tocado” a Jesús en lo más hondo de su vida (de su persona), y él se ha dejado “tocar”, no ha rechazado su roce más hondo, y por la ha buscado con insistencia, logrando que ella venga, a la vista de todos, y se postre (pros-epesen) a sus pies, como el archisinagogo se había postrado, confesando así el poder de Jesús, que le ha “obligado” a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado), declarando toda la verdad (pasan tên alêtheian), que es la verdad de su dolencia y de su curación (5,33).

Esta mujer era invisible, estaba encerrada en la cárcel de su impureza, sin que nadie pudiera tocarla, ni ella tocar a nadie, bajo amenaza de fuerte condena. Por eso ha venido a escondidas, con miedo, pues quien la viera podía castigarla (5, 27). Pero Jesús se ha dejado tocar, y quiere decir ante todos lo que ha pasado, haciendo que ella pueda romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos internos, que ahora podrá ya superar abiertamente.

b. Que cuente toda la verdad.

En otras ocasiones, Jesús había pedido a los curados que no dijera nada, para que el “milagro” no rompiera el secreto mesiánico, ni pudiera convertirse en propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12). Pero, en esta ocasión, él pide a la mujer que se ponga en el centro y cuente a la muchedumbre lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. De esa forma, le concede (o, mejor dicho, le devuelve) la palabra, para que así ella pueda declarar en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida, clausurada en la “impureza” que le imponían otros, y lo que es la gracia de la curación de Jesús.

Es ella la que tiene que decirlo (decirse a sí misma): tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia, para que así descubran, por su testimonio, unido al de Jesús, que ella no es impura. Es una mujer que conoce lo que le ha pasado (eiduia ho gegonen autê, 5, 33) por su propio cuerpo (5, 29), una mujer que puede elevarse ante todos, declarando lo que había en el fondo de su exclusión, sin estar ya sometida a lo que otros dicen de ella a través de sus leyes. Así dice verdad (pasan tên alêtheian, en absoluto) ante los varones de la plaza (y en especial ante el Archisinagogo, enseñándoles con su propia experiencia el camino de la salud. De esa manera se expresa la meta de la curación, así aparece el principio de la iglesia mesiánica, que surge allí donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en una historia que deben oír los varones.

Ella cuenta y él ratifica lo que ha dicho esta mujer. De manera muy significativa, Jesús no añade nada, no se pone por encima de ella. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano, sino que confirma, de manera cercana y personal, lo que ella ha hecho: ¡Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Esta palabra ¡hija! (thygatêr), no hijita (thygatrion, en diminutivo, como ha dicho el archisinagogo al referirse a su hija/niña), es aquí el término apropiado.
Jesús ha sido como buen padre para ella, ha dejado que le toque y le ha permitido madurar, de manera que de ahora en adelante puede comportarse como persona madura. Jesús ha sido como buen amigo, un hombre que reconoce el contacto puro de una mujer. De esa forma la ha reconocido mujer como persona, la ha querido y se ha dejado querer por ella, dejándose tocar, reconociéndole persona y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado.

c. Una curación que debe conocerse.

Jesús había pedido al leproso (1, 39-45) que se presentara ante el sacerdote, para realizar los ritos de purificación y recibir el aval de que estaba curado, conforme a Lev 14, 2-32, manteniéndose luego callado (es decir, dentro de la estructura social de Israel). Pero el leproso, con buen acuerdo, no cumplió el pedido de Jesús. A esta mujer, en cambio, Jesús no le pide que vaya al sacerdote para ratificar su curación, a pesar de Lev 15, 28.30, sino que cuente ante todos su verdad, rompiendo así aquello que el orden sacerdotal impone sobre las mujeres “enfermas” de menstruación. Es evidente que no puede (no quiere) ponerla de nuevo bajo el poder de unos sacerdotes, que según la ley y costumbre de aquel judaísmo debían declarar si ella era pura o no, tras el tiempo de su hemorragia. De esa forma, Jesús arrancó a esa mujer del dominio (dictadura) que los sacerdotes imponían (imponen) sobre las mujeres, a partir de una supuesta pureza/impureza de sangre (que ellos controlaban). Lo que a Jesús le importa, lo que hace posible que exista humanidad, es la fe y la palabra de contacto humano, y quiere que eso se sepa y que está mujer lo diga delante de todos .

Por eso quiere que ella “toma” la palabra y diga toda la verdad (que es una verdad de mujer, muchas veces silenciada por los hombres). Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico), en plano médico, pero ante Jesús ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano, y por eso quiere que esta mujer habla, que cuente su experiencia. De esa forma, ella no aparece ya como impura, sino como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público).

Así la ha valorado Jesús a este mujer, superando una tendencia legalista que ha dominado en cierto judaísmo desde el Levítico hasta la Misná (y en cierto cristianismo). Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la pretendida “violencia” que su sangre menstrual y su proceso genético implican y simboliza (sobre todo para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyente que vive y despliega en fe su humanidad.

Jesús no se limita a definirla desde fuera, como cuerpo peligroso que se debe controlar sino que la recibe en su realidad, como persona: como mano que puede tocar, como mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer que se expresa y actúa, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona. Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni la manda al sacerdote (para ratificar su curación sagrada), sino que le pide algo anterior: Que hable ante todos, de forma que sea ella misma quien defina su enfermedad y su salud. De un modo muy significativo, sólo esta mujer puede decir “toda la verdad”, pues ella tiene el verdadero conocimiento de su vida y su salud, de manera que no se encuentra ya bajo la imposición de una verdad ajena (en este caso, mentirosa) de varones que quieren definirla desde fuera.

Sólo esta mujer dice en Marcos (y en el conjunto del Nuevo Testamento) “toda la verdad” (pasan tên alêtheian, una frase que se ha hecho habitual en los tribunales. Pues bien, como si estuviéramos en un tribunal de humanidad, Jesús pide a este mujer que actúe como testigo privilegiado de su caso y cuente “toda la verdad”, no su verdad particular, sino toda la verdad de la vida. Jesús le ha devuelto la palabra (es decir, le ha reconocido), y ella la dice, diciendo toda la verdad, ante todos, para siempre. Una vez que ha confesado esa verdad (no una opinión privada o partidista), Jesús, que actúa como juez superior, ratifica lo que ella ha dicho y le responde que vaya sin miedo y que asuma ante todos su camino de mujer en dignidad (liberándola así del control de los sacerdotes), sin dejarse dominar por la posible irregularidad de sus menstruaciones.

Jesús no le dice lo que debe hacer, no le impone ningún tipo de carga social o religiosa, sino que le limita a “confirmar su verdad” (la de ella), y le dice que “su fe” (la de ella) le ha salvado, añadiendo “que vaya en paz”, estando ya sanada. Ésta hemorroísa aparece así como una mujer con verdad, una creyente, ante todos los hombres y mujeres de la plaza, que escuchan y aprenden. De esa forma, recuperada su dignidad, ella puede marcharse a su casa (a su hogar, a sus tareas, a su vida). Así puede “ir en paz” (eis eirênên), sin miedo a que nadie la fuerce y la oprima de nuevo, para crear familia (si quiere), para vivir en humanidad, como hermana, madre o compañera, en el corro de Jesús o de la iglesia (cf. 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha descubierto “tocando” a Jesús

Esta mujer buscaba a Jesús para curarse. Jesús la ha tocado y, tras pedirle que cuente había sido su enfermedad y lo que implica su salud, la “devuelve” a la vida (su vida de mujer), diciéndole que vaya en paz y que quede libre de este flagelo (látigo, mastigos, que la hería y dominaba). No le impuesto nada, sólo ha querido que diga su palabra, y después le desea paz: Que pueda ser ella misma, sin estar ya condenada a vivir fuera del círculo social, como había estado, a modo de muerta viviente, en doce años de impureza (controlada por los sacerdotes).

Talita kum, levántate niña, levántate mujer

A partir del signo de la hemorroísa, que he comentado ayer, puede entenderse el pasaje que sigue, y que retoma la historia anterior, ya iniciada (cuando el archisinagogo había ido a buscar a Jesús, pidiendo la vida de su hiña enferma). Parece que la marcha de la vida se ha detenido, pero no ha sido una detención para muerte, sino para nueva vida…, pararse para retomar bien el camino.

Una vez que el Archisinagogo y los discípulos de Jesús han visto lo que ha hecho con la hemorroísa pueden acompañarle para curar (resucitar) a la niña enferma. Sólo en este momento retoma Marcos la historia anterior, de un modo abrupto: Vienen los emisarios de su casa y anuncian al padre que su hija ha muerto, pero Jesús le pide que no tema, sino que tenga fe (diciéndole así, en el fondo, lo mismo que decía a sus discípulos en medio de la gran tormenta del mar: Mc 4, 40).

Así aparece el evangelio como experiencia de liberación y vida para la mujer (para las dos mujeres, una mayor-hemorroísa, una menor que parece anoréxica….). Pero la mujer no se puede curar ella sola…

Para que se curen las mujeres tienen que curarse los hombres que les tienen sometidas… y de un modo especial el archisinagogo, que parece bueno, pero que no la deja crecer.

Para que se curen los hombres tienen que curarse las mujeres,en un camino compartido de vida.


Dejar que la mujer sea, que viva en salud, que crezca como ella desee… éste es el tema del evangelio de este domingo, del evangelio de Jesús. Y para que se cumpla esta buena noticia tienen (tenemos) que cambiar muchos archisinagogos, agazapados en palacios episcopales y en curias donde se decide el pensamiento de la iglesia.

Seguimos estando ante una iglesia de archisinagogos… que tienen miedo de que la mujer sea libre y que crezca… Lloran, lloramos, con lágrimas de cocodrilo, por un mal que nosotros mismos (varones eclesiásticos) motivamos…, como sabía Sor Juana Inés. Dejemos que las mujeres vivan, que sean ellas mismas… Después, cuando ellas sean, podremos dialogar con ellas para bien de de todos, para bien de la vida.

5, 35-40a. La hija del Archisinagogo

Mc 5, 35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos (de casa) del Archisinagogo diciendo: Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al Archisinagogo: No temas. Sólo ten fe. 37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino sólo al Roca, a Jacob y Juan, el hermano de Jacob. 38 Y llegaron a casa del Archisinagogo y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 40 Pero ellos se burlaban de él.

La curación de la niña (iniciado en Mc 5, 21-24a) había quedado retrasada por el “toque” de la hemorroisa (cf. 5, 24b-34) y pudiera parecer que ese incidente ha causado su muerte (5, 35), pero el relato de Marcos indica que es todo lo contrario: La curación de la mujer con flujo de sangre nos permite entender la nueva curación de la niña. La hemorroísa llevaba doce años encerrada en su flujo constante e “impuro” de sangre menstrual (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la niña (5, 42), hallándose segura y resguardada, en el espacio de máxima pureza de Israel (la casa de un archisinagogo), hasta que, al descubrirse mujer, con el primer ciclo de sangre menstrual, ella “decide” apagarse por dentro (o descubre que se apaga); no tiene sentido madurar en esas circunstancias .

Son muchas las mujeres que han sufrido y sufren al llegar su ciclo: pueden sentir el temor de su propia condición; su cuerpo deseoso de amor y maternidad se descubre amenazado por la ley de unos varones (padres, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Así se siente objeto de posesión y deseo de unos hombres que no las respetan, ni dejan que vivan en libertad. Así podemos decir que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su nueva feminidad, sintiéndose víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones, bajo las leyes sacrales de su sociedad.

Podemos suponer que hasta entonces había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se siente moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones, y así empieza a sufrir en su cuerpo adolescente, un cuerpo que debía hallarse abierto hacia la vida, un terror de muerte, que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas… Por su misma condición de niña “madurada” empieza a recorrer una travesía de muerte .

Ese pasaje nos sitúa en el centro de una crisis familiar y, por ahora, el texto no nos dice nada de la madre (que aparecerá al final, en 5,40), mostrando así que la situación de la niña depende del padre, que es capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de comunidad), pero no puede ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús empieza con la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroísa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerte.

Los enviados de la familia dicen al padre que la niña ha muerto, y le piden que deje en paz a Jesús, a quien definen como Maestro (didaskalos), suponiendo que es capaz de enseñar, pero incapaz de dar vida a los muertos. Pero el Jesús Maestro, que venció la amenaza del viento y el riesgo de muerte del mar (4, 38), librará a la niña; y por eso dice al padre que no tema, sino que crea (5, 36), como había dicho a los discípulos miedosos, en medio de la tormenta (4, 40).En el “milagro” anterior, era la hemorroísa la que había empezado a creer, como le había dicho Jesús: ¡Tu fe te ha salvado! (5, 34). El que ahora ha de creer es el padre, que entra con Jesús en la habitación de la niña “muerta”, acompañado por los tres discípulos de Jesús (5, 37) y por la madre de la misma niña (5, 40), pues el milagro será un acontecimiento de fe compartida, en comunidad.

5, 40b-43. Talita koum. Un silencio que habla

Pero él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Y agarrando a la niña de la mano y le dijo: Talitha koum, que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.42 Y de pronto la jovencita se levantó y echó a andar, pues tenía doce años; y ellos quedaron inmediatamente fuera de sí, con gran admiración. 43 Y él les insistió mucho en que nadie lo supiera y les dijo que le dieran de comer .

a. Un signo eclesial.

Jesús ha dicho al padre que tenga fe, mandando callar a plañideros y profesionales de la muerte, para entrar en la habitación de la niña, con el padre y la madre y con los tres discípulos citados. Antes sólo parecía importar el padre, pero ahora, una vez que el padre ha hecho la “travesía de la fe” con la hemorroísa, resulta importante la madre.

De la madre y hermanos (sin padre) trataba 3, 31-35; pues bien, la madre aparece aquí (al lado del padre “convertido”) al servicio de la vida de la niña, con Jesús y sus tres compañeros (representantes de la comunidad cristiana). De esa forma, junto al padre (que no actúa ya con poder patriarcalista) tiene que hallarse también la madre, que tiene necesidad de convertirse (como el padre), porque se supone que ha tenido siempre una función positiva en la maduración de la niña/mujer .

— Jesús toma consigo a tres discípulos (Pedro/Roca, Jacob/Santiago y Juan: 5, 37.40). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de esperanza y garantía de solidaridad a la niña hecha mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que se desliza hacia la muerte, está muriendo, por miedo a los hombres. Su presencia convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando un tipo de sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo y su esposa, una verdadera iglesia humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo y compañía .

— Jesús agarra con fuerza (kratêsas) a la niña y dice ¡talitha koum! niña levántate (5,41). Él sólo puede realizar gesto ahora, cuando se encuentra acompañado por el padre “convertido” y por la madre y los tres discípulos, que forman comunión de humanidad, de iglesia. Para lo que Jesús quiere ahora (y para lo que necesita la niña) no basta un toque suave (como en el caso del leproso: 1, 41), sino una mano que agarre con fuerza y eleve (como elevó a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña del lecho en que había comenzado a quedar, yaciendo para siempre. Es un gesto con palabra y por eso le: ¡Egeire! ¡Levántate-resucita!

− Y de pronto la niña se levantó y comenzó a andar, pues tenía doce años. No basta el “gesto” de Jesús, que le toma de la mano y le dice que se ponga en pie. Es igualmente necesaria la acción de la niña, que escucha la voz del Mesías y cree, que se deja tomar de la mano, poniéndose en pie y caminando. Nadie le había tomado de esa forma, dándole fuerza para vivir. Lo ha hecho Jesús, después de haber “cambiado” a su padre, y de entrado en su habitación de niña con tres hombres, que no están aquí como un adorno del texto, sino que son el mejor testimonio de una humanidad distinta, de una iglesia donde ella puede ser reconocida y crecer, pasando de niña a mujer, siendo, al mismo tiempo, acogida por el padre y por la madre .

‒ Frente al llanto funerario que celebra la muerte (5, 38-40) se eleva Jesús como dador de vida y promesa de pascua, en un camino abierto hacia su resurrección. El verbo que emplea, diciendo a la niña egeire (levántate/resucita) es el mismo que dirá el joven de la pascua, cuando anuncie a las mujeres que Jesús êgerthê, es decir, ha sido levantado/resucitado por Dios (16, 6). Nos hallamos ante un milagro de humanidad, ante un anuncio de resurrección o pascua. El tema de fondo no es un hecho externo (si Jesús “resucitó” de hecho a una niña muerta o semi/muerta), sino una confesión básica de fe y humanidad. El tema es si Jesús tiene el poder de la resurrección, no sólo en la vida del futuro (tras la muerte), sino para esta misma vida, de manera que las hijas de los archisinagogos (y de otros semejantes) puedan vivir.

‒ La niña se levantó, a sus doce años, poniéndose a caminar, en sentido simbólico y real. Parece que se había negado a la vida. Ahora la acepta, y comienza la travesía de su vida adulta, de la mano de Jesús, ante los tres discípulos y los padres. El texto dice expresamente que se puso a caminar “pues tenía doce años”. Eso significa que, si antes no caminaba, era porque en un sentido muy profundo “no quería”, no tenía fuerza, no se sentía animada y respaldada. Ahora puede y debe hacerlo de un modo distinto y maduro, como “mujer de doce años”, porque Jesús le ha tomado de la mano y le ha dicho que se levante. Como he dicho ya, esos doce años evocan el tiempo de su primera menstruación y están vinculados a los doce años de “enfermedad” de la hemorroísa. En el fondo, la enfermedad de las dos mujeres es la misma. Y también es la misma la salud que Jesús les ofrece: la vida en plena humanidad.

− Y (Jesús) dijo que le dieran de comer (5, 43). Todo nos permite suponer que esta petición se dirige a los padres (¡padre y madre!), a quienes Jesús “entrega” de nuevo a la hija, hecha una mujer, como persona libre que ha empezado a caminar y que puede hacerlo por sí misma, sin miedo, en un contexto de apertura a otros hombres (como los tres discípulos). En un sentido, con algo de imaginación, se podría suponer que la niña sufría de anorexia, se negaba a comer (o no podía); ahora podrá hacerlo. Como hemos visto ya, el movimiento de Jesús no es “religión de ayuno”, sino de comida compartida (cf. 2, 18-22). Tampoco esta niña/mujer tiene que ayunar, sino comer para vivir. Además, ese gesto de comer puede y debe entenderse como prueba de que la “resurrección” de la niña es real, que ella no ha vuelto a la vida como un fantasma, sino en carne y hueso .

Éste es un milagro eclesial, algo que Jesús realiza sólo delante de cinco personas. Todos los demás han quedado fuera. Jesús ha “resucitado” a la niña y pide a los suyos que le den de comer, pero a ella no le dice nada. No tiene nada que añadir: no le da consejos, no le acusa o recrimina. Es claro que las cosas (las personas) tienen que cambiar a fin de que ella viva, animada a recorrer un camino de feminidad fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los demás y ama la vida. Tienen que cambiar los otros… y ella también tendrá que cambiar, pero Jesús confía en ella, no le dice nada, sino sólo, implícitamente, que se deje alimentar (que acepte la comida y viva).

b. Un mandato de silencio
.

A la mujer hemorroísa Jesús le pedía que dijera “toda la verdad” (que tomara la palabra ante la asamblea de la calle), añadiendo después: ¡Vete en paz! ¡Sé tú misma y vive! A la niña renacida, hecha mujer, Jesús le deja que ande por la habitación, sin pedirle nada, limitándose a decir a sus padres que le den de comer, es decir, que le fortalezcan para que pueda ser ella misma, y hacer después lo que ella decida. De esa forma, en el comienzo de la Iglesia, allí donde por vez primera asisten a Jesús Roca-Jacob-Juan, discípulos fundantes de la comunidad, hallamos una escena familiar: lo que importa es conseguir que esta niña viva, que crezca sin miedo, se vuelva persona .
En ese fondo se inscribe la reacción de los presentes, que ha de entenderse en un fondo eclesial. El texto dice que quedaron “fuera de sí”, con una especie de admiración o éxtasis grande (exstasei megale), que debe compararse con el temor y el éxtasis (¡la misma palabra, ekstasis), de las mujeres de la tumba vacía, que escuchan el mensaje de la resurrección de Jesús (16, 8).

En ambos casos nos hallamos ante una “superación” de la muerte. La resurrección de Jesús (Mc 16) se expresa y “anticipa” de esa forma en la resurrección de esta niña (5, 35-43). En ambos casos estamos ante un mismo ékstasis, es decir, una experiencia de ruptura y de admiración sagrada, que va más allá de toda la lógica de este viejo mundo, dominado por la ley y por la muerte. Nos encontramos, sin duda, en un mismo entorno cercano de iglesia, representada por los que rodean a la niña, con los padres y los discípulos de Jesús (mientras los de fuera “celebran” de formas distintas la muerte, con lamentaciones, sin darse cuenta de que ha irrumpido el poder de la vida, para esta niña, para todas las mujeres, para la humanidad en su conjunto).

Desde aquí debe entenderse, en contextos distintos, el motivo del silencio.

(a) En un caso (5, 43) Jesús conmina a los cinco (padre-madre, tres discípulos) que no digan nada, para que nadie conozca lo sucedido, pues la resurrección sólo se entiende desde una perspectiva pascua, dentro de una comunidad creyente, conforme a la más honda “disciplina de arcano”, que sólo puede proclamarse a todos tras la pascua.

(b) Por eso, en el otro caso, en 16, 7, Jesús piden a las mujeres que digan lo que ha pasado, que proclamen la pascua y resurrección de de la vida… aunque ellas guarden silencio, como tendrá que ponerse de relieve en el comentario al final del evangelio. Parece claro que ambos mandatos de silencio pueden relacionarse.

A la mujer de flujo “impuro”, Jesús le he dicho que lo cuente todo, porque su “curación” (su valor como mujer) debe saberse en todas las plazas. Por el contrario, a los testigos de la resurrección de la niña (con hondo sentido simbólico, que sólo se entiende tras la pascua) les pide que callen. La hemorroísa se encuentra en la línea del geraseno (que también debía contar lo que el Señor había hecho con él, en tierra pagana: 5, 19-20). Por el contrario, los testigos del “milagro” de la niña deben callar, pues ella es signo del mismo Jesús, y su milagro sólo se entiende en un trasfondo de pascua.

Lógicamente Jesús manda a los testigos del “milagro” que guarden silencio (5, 43), pues no ha llegado aún la pascua, aunque es evidente que la “resurrección” de la niña no puede silenciarse en plano histórico, porque la ciudad es pequeña y son muchos los que aparecen implicados en el hecho, empezando por los plañideros. Sea como fuere, Marcos no se dice si los “asistentes” callaron o narraron lo sucedido. Pero al final (16, 7), Jesús quiere que todos conozcan y reciban la gracia de la resurrección, porque el mensaje de pascua ha de extenderse como evangelio a todos los seres humanos (cf. 13, 10; 14, 9); se trata de un mensaje que sólo estas mujeres de la tumba vacía, que han pasado de ser plañideras a mensajeras de vida, pueden y deben proclamar, unas mujeres liberadas, como la hemorroisa y la hija del archisinagogo, que son testigos de la nueva libertad y vida de Jesús .

En un relato posterior (Mc 14, 3-9), Jesús dice que en todos los lugares donde se anuncie el evangelio se dirá lo esta mujer ha hecho (la mujer de la unción), “para memoria de ella”. Pues bien, con esa mujer de la unción (y con las mujeres de la tumba vacía de 16, 1-8), han de recordarse estas dos mujeres de Mc 5, 21-34, que han sido resucitadas por Jesús para la vida, pues entre ellas se establece una profunda relación de palabra y silencio.

(a) Una palabra bien dicha. La mujer hemorroísa debe contar y ha contado a todos los que con ella ha pasado, el poder de curación y de vida de Jesús, que no se expresa en una resurrección al “más allá”, sino en una sanación que se expresas en el más acá, par la palabra y la vida (5,33-34). De igual forma ha contado la mujer de la unción, diciendo ante todos el sentido de la muerte y de la pascua de Jesús, de manera que su gesto se anunciara en todo el mundo, como gesto de evangelio (cf. 14, 3-9). Estamos, por tanto, ante un signo de poder creador de las mujeres, portadoras de la Palabra, creadoras de evangelio.

(b) Una palabra madurada en el silencio. 
Por el contrario, en 5, 43, Jesús dice a los testigos de la resurrección de la niña que no digan nada a nadie, que no expongan el “milagro” ante la curiosidad de la gente, sino que dejen que ella crezca y se haga mujer en un gesto de paz. Es como si Jesús supiera que hay ciertos “misterios” (y entre ellos, la pascua de la vida) que exigen una maduración de silencio para fructificar. En ese contexto puede situarse el silencio de las mujeres de la tumba vacía (16, 7-8), que empiezan huyendo por miedo ante lo desconocido. El encuentro con el Jesús pascual (la tumba vacía) las saca fuera de sí, no dejándoles “decir”. Pero es evidente que, no pudiendo, ellas “han dicho”, pues por ellas se ha extendido el evangelio de la pascua de Jesús, un evangelio centrado en esta niña de 5, 35-43, que ha descubierto que ella no ha nacido para morir, sino para crecer y vivir, en este mundo.

Desde ese fondo podemos entender mejor la relación entre estos pasajes de mujeres (5, 21-43; 14, 3-9; 16, 18), pues en ellos se expresa “toda la verdad”, es decir, la riqueza del evangelio de Jesús. En el caso de la hemorroísa había llegado el momento urgente de contar, ante todos los hombres y mujeres de la plaza (5, 33-24), porque la mujer no puede vivir sometida como ella bajo el yugo (flagelo) ese ese tipo de “enfermedades impuestas por los sacerdotes”. Había llegado, por tanto, el momento de contar y de marcharse, ante todos, con un gesto de libertad conquistada. Hay exigencias que no se pueden callar, hay opresiones que se deben superar desde este mismo momento de la historia, dejando que la mujer cuente su palabra, exponga su historia de opresión en la gran plaza del mundo, por encima de las leyes que se imponen sobre ellas, para provecho de los opresores.

Pero en el caso del archisinagogo nos hallamos ante un “misterio y programa” más hondo de transformación personal (femenina, pero también masculina) que sólo puede iluminarse con la pascua de Jesús. Sólo desde la meta de ese camino de pascua (tal como lo ha expresado la mujer de 14, 3-9) se puede afirmar y se afirma que el hombre (el ser humano, varón y mujer) puede liberarse de la muerte; no es un ser para la opresión y el vacío, sino un ser llamado a la vida, en familia (con el padre y con la madre), en comunidad (con los discípulos de Jesús). Éste es el mensaje, ésta la tarea de las mujeres de la tumba vacía (16, 1-8), un mensaje que les ha dado gran miedo, pero que ellas han tenido que proclamar.

Apéndice:

Hija mía, te libero de ser una niña buena...

Yo fui una “niña buena” y como madre te libero de tener que serlo porque no es sano.
Ser una niña buena significa ceder parte del control de tu vida a los demás; intentar agradar a las personas que más quieres, de manera inconsciente, a costa del propio dolor o de la injusticia; obedecer a los mayores (padres, profesores, etc.) dejando a un lado tus propios deseos; no permitirte el enfado ni la rabia.

Ser una niña buena significa caer en el rol de ser demasiado madura para tu edad y perderte parte de tu infancia. Significa tender a la perfección y a la excelencia, una trampa del mundo de los adultos para cortar las alas.

Hija mía, ser una niña buena significa (a veces) y por desgracia, enfermar. Enfermar para escapar de la presión de un mundo familiar y escolar que limita la propia creatividad, la libertad y el juego de experimentación de la vida, que pone en una jaula los propios deseos y algunas emociones bajo el disfraz de que es por tu propio bien.
Yo fui una niña buena que sobrevivió (hoy puedo decir que soy una adulta desobediente y creativa) pero sufrí un buen rato en el camino.

Yo fui una niña buena que supo acompañarse de las personas adecuadas y crecer.

Como madre, yo te libero de todo eso…
Te libero del chantaje emocional que no te estamos enseñando,
Te libero de algo que tú desconoces: los premios y los castigos, que por desgracia rigen una parte del mundo y del sistema educativo tradicional.
Te libero del “si (no) haces eso me enfado, me voy o no te quiero”.
Te libero del “porque lo digo yo” o del “porque soy tu padre/madre”
Te libero de la necesidad de actuar para agradar a los demás, incluida yo misma o papá.
Y hablaré (y discutiré sobre ello) con quién haga falta: educadores, profesores, conocidos, familia… y siempre me tendrás de tu lado, porque lo único que quiero y a lo que aspiro es a que seas feliz y totalmente libre.
(Anónimo)
(tomado de FB Centro de Psicología Ser Familia, Lima)

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