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“Jonás, Donald Trump y Jesús”. Domingo 3º del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo, 21 de enero de 2018

vocacion-apostoles-2Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en que comienza a actuar Jesús.

1ª escena: Actividad inicial de Jesús.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

̶  Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.

Marcos ofrece tres datos: 1) momento en que comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, el acontecimiento es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.

Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca”) y una invitación (“convertíos y creed en la buena noticia”).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está cerca”.

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús (la 1ª lectura, del libro de Jonás, se centra en ese tema).

Pero Jesús invita también a “creer en la buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

2ª y 3ª escenas: llamamientos de Simón y Andrés, Santiago y Juan

Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo:

̶  Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. 

Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Jesús ha pasado unas semanas, quizá meses, recorriendo él solo Galilea. Hasta que decide buscar unos discípulos que lo acompañen y continúen su obra. No los busca en Jerusalén, entre los alumnos de los grandes rabinos. Los busca entre los pescadores. Económicamente no son unos miserables, tienen barca e incluso les ayudan unos jornaleros. Pero en una sociedad agraria, como la del Imperio romano, el obrero manual estaba por debajo del campesino, y sólo por encima de las clases de la gente impura y de los despreciables (en la clasificación de Gerhard Lenski).

El relato de Marcos resulta desconcertante. ¿Es posible que cuatro muchachos sigan a Jesús sin conocerlo, abandonando su familia y su trabajo? El lector moderno, buscando una respuesta, acude al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús ya los conoció cuando el bautismo. Pero el lector antiguo, que sólo tenía a su disposición el evangelio de Marcos, se queda admirado del poder de atracción que ejerce Jesús y de la disponibilidad absoluta de los discípulos.

Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: muchachos que creen en la buena noticia del Reinado de Dios, siguen a Jesús y cambian radicalmente de vida.

Donald Trump y Jonás (1ª lectura)

La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo, ya que mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús.

En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás:
«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»

               Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando:

               – «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

               Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.

               Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida».

Donald Trump no podría haber calificado a los ninivitas y al imperio asirio de «pueblos de mierda». Eran la gran potencia militar de la época, dominadora desde Mesopotamia hasta Egipto. Trump le habría dirigido sus típicas bravatas e insultos, pero no habría hecho nada.

Jonás recuerda en parte a Trump. Él sí considera a los ninivitas «unos paganos de mierda», aunque no lo diga expresamente. Los odia por todas las canalladas que han cometido durante más de un siglo. Por eso, cuando Dios lo manda a Nínive, se embarca en dirección contraria, hacia Cádiz. Hará falta una tormenta y un pez grande para obligarlo a cumplir su misión. (Esta primera parte del relato ha sido suprimida en la liturgia).

Cuando Dios vuelve a enviarlo, Jonás no tiene más remedio que obedecer, pero no quiere que Nínive se convierta, quiere que Dios la destruya. Y eso es lo que anuncia cuando recorre la ciudad: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». Pero los ninivitas se convierten, Dios los perdona, y Jonás agarra un terrible cabreo (con perdón), porque considera intolerable que Dios se muestre tan bueno y perdonador con «esos paganos de mierda».

La lección es clara. Nadie puede decir: «Yo no me convierto porque Dios no me va a perdonar». Como los ninivitas, todos podemos convertirnos de nuestra mala vida.

Nota sobre el librito de Jonás:

Es una pena que un relato tan espléndido, lleno de humor y autocrítica por parte de un autor judío, quede limitado a las pocas frases de la liturgia. Y es más penoso todavía que lo único que recuerda la gente, si lo recuerda, es «la ballena que se tragó a Jonás». Se trata de un cuento, no es una historia real. Pero su mensaje es tan verdadero como el de otras historias que contaba Jesús: la del hijo pródigo y la del buen samaritano.

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