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Dios se manifiesta siempre, pero desde dentro.

Sábado, 6 de enero de 2018

1_epifaniaMt 2, 1-12

Esta fiesta es la más antigua que se conoce. Fue la única fiesta de Navidad que se celebró en toda la Iglesia, hasta que en Occidente se empezó a celebrar el 25 de Diciembre la Natividad. La palabra “Epifanía” significa en griego “manifestación”, sobre todo la aparición de la primera claridad de la mañana, antes de que aparezca el sol. Siguió celebrándose la fiesta de Epifanía, pero con otros significados. Durante mucho tiempo se celebraban en ella tres “epifanías”: la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. El 6 de Enero se celebraba en Roma el triple triunfo de Augusto César.

Empezábamos el tiempo de Navidad con un relato del evangelista Lucas que hablaba de pastores, ángeles y el niño en el pesebre. Hoy terminamos con otro relato no menos fantástico de Mt, sobre unos magos que vienen a adorar a Jesús. En esta “historia” está recogida la tradición del AT y la experiencia de los primeros cristianos. Se intenta expresar una cristología ya avanzada. Debemos recordar que el título de Rey no se le dio a Jesús hasta después de su muerte. También debemos tener presente que los tres títulos que en el relato se sobreentienden (Rey, Hijo de Dios y Mesías) se implican unos en otros.

La apertura de los primeros cristianos a los paganos fue un salto cualitativo en la manera que tenía el pueblo judío de interpretar sus relaciones con Dios. Este cambio de perspectiva no se llevó a cabo sin traumas dentro de la primera comunidad. Los escritos del NT dejan bien claro que solo se consiguió después de muchas discusiones y mucha reflexión. No nos debe extrañar esta dificultad. Los judíos se consideraban el pueblo elegido. Creían sinceramente que Dios había hecho por ellos prodigios que no había hecho con ningún otro pueblo. Todavía nos cuesta mucho a nosotros aceptar que Dios no puede tener privilegios con ninguna persona ni con ningún pueblo ni con ninguna religión.

Esta universalidad del mensaje es el tema de las tres lecturas e incluso del salmo de la liturgia de hoy. Desde distintos ángulos, todas nos hablan de una novedad en la relación de Dios con los hombres. Dios se manifiesta siempre a todos, aunque solo le descubre el que le busca. La originalidad de la experiencia religiosa del pueblo judío, no la puso Dios sino la peculiar manera de ser de este pueblo, capaz de interpretar los acontecimientos de la vida como manifestación del amor de Dios hacia ellos. En realidad, Dios no puede hacer por uno lo que no hace por otro. Dios es AMOR absoluto y total. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad, que podría tener o no tener, como pasa en nosotros.

Dios constantemente se está manifestan­do en su creación, para todo aquel que está atento. Esa atención no se refiere a los sentidos sino al ser. Muchas veces os he dicho que Dios no actúa desde fuera como las causas segundas, sino desde el ser de cada criatura y acomodándose a la manera de ser de cada una; por lo tanto, será inútil todo intento de percibir esas acciones con nuestros sentidos. Para descubrir esas manifestaciones de Dios  hay que desplegar una muy especial atención, dirigida al centro de nuestro propio ser.

El relato de los Magos va en esta dirección. Ellos descubrie­ron la estrella, porque se dedicaban a escudriñar el cielo; fueron capaces de levantar los ojos de la tierra… Ellos a pesar de estar lejos vieron la estrella; la inmensa mayoría de los que estaban alrededor del recién nacido, ni se enteraron. Nuestra religiosidad no consigue su objetivo, porque nos empeñamos en encontrar a Dios donde no está. Porque nos empeñamos en descubrir, no al verdadero Dios, sino al ídolo que nos hemos fabricado.

Dios no está en los fenómenos que percibimos por los sentidos. Mejor dicho, Dios está en todos los fenómenos, aunque no de una manera especial en los que nosotros percibimos como maravillosos. Nosotros nos empeñamos en descubrirlo solo en lo extraordina­rio, pero la verdad es que Dios se manifiesta exactamente igual en los acontecimientos más sencillos y cotidianos. Hay que aprender a descubrir esa presencia. En la fragancia de una flor, en un amanecer, en la sonrisa de un niño, en el sufrimiento de un enfermo, etc.

La experiencia de todos los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el escondido, el ausente. S. Juan de la Cruz: “A donde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido.” Y el místico sufí persa Edwin Rumi dice: Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma da vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida. También dice Pascal: Toda religión que no predique un Dios escondido, es falsa. De Dios nunca se podrá decir está aquí o está allí, es esto o es lo otro. Y cuando lo hacemos, fallamos estrepitosamente.

Me preocupa que los católicos estemos convencidos de que no hay nada que aprender sobre Dios, porque ya lo sabemos todo. Sea en cuanto a las verdades, sea en cuanto a las normas morales, sea en cuanto a las celebraciones litúrgicas, el hecho de que no haya capacidad de innovación, es la mejor prueba de que estamos en una religión sin vivencia, es decir en una religión muerta. Dios se manifiesta siempre como novedad. Si encontramos dos veces el mismo dios, estamos relacionándonos con un ídolo.

Ya hemos dicho que la clave de esta celebración es la universalidad del mensaje. En Navidad veíamos a Dios encarnado. Hoy celebramos a Dios manifestado. La manifestación de Dios es universal, en cuanto al tiempo y en cuanto a espacio; es decir, se está siempre manifestando y se manifiesta en todo lo creado. Esto no lo hemos asumido del todo los cristianos. Seguimos creyéndonos unos privilegiados porque conocemos a Jesús. Seguimos lamentando la situación de los que no creen en él, porque los pobrecitos no podrán participar de su salvación. Es verdad que desde el Vaticano II, hemos avanzado mucho en esta materia, pero no hemos dado el paso definitivo.

Hoy debíamos tener ya muy claro que Jesús no vino a fundar una religión frente a la religión judía; ni una Iglesia frente a otras Iglesias. Jesús predicó el Reino de Dios. Jesús nos trajo un evangelio (buena noticia) para todas las religiones, para todas las Iglesias, para todos los pueblos, para todos y cada uno de los seres humanos. Nuestra religión, como todas las demás, tiene que estar abierta a la buena noticia de Jesús. No debemos dar por supuesto que somos portadores de esa buena noticia; mucho menos que somos los únicos depositarios de ella.

Es curioso que el término “católica” que significa universal, haya terminado significando solamente una parte de los seguidores de Jesús. Claro que el término universal se puede entender de dos maneras. Universal porque todos pertenezcan a ella (así lo hemos entendido siempre). Universal por el objetivo de nuestra preocupación y nuestra entrega. Para mí, este segundo aspecto sería mucho más evangélico que el primero. Que el objeto de la preocupación, del cariño; en una palabra, del amor, fueran todos los seres humanos sin excepción. Si no tenemos claro lo segundo, es que no hemos entendido el evangelio.

El relato era completamente verosímil en aquel tiempo. Todos, incluidos los más ilustrados, creían que el nacimiento de grandes personajes estaba precedido de fenómenos astrológicos. La aparición de una nueva estrella era el más común. El hecho de que fuera verosímil no quiere decir que el relato sea histórico. Los cristianos tenían motivos para apoyarse en tales relatos, una vez que estaban convencidos del significado de Cristo a todos los niveles.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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