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Dom 15.10.17. Al banquete nos llama Jesús. Podemos estropear el banquete

Domingo, 15 de octubre de 2017

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Dom 28, tiempo ordinario. Mt 22, 1-14. Esta parábola viene después de la de los viñadores y, conforme a la visión crítica de P.Meier, de la que hablé el domingo pasado, es una de las cuatro que pertenece a la historia de Jesús, que así aparece como enviado de Dios para anunciar y preparar su banquete de Reino.

Jesús no actúa simplemente por impulso propio, sino que “responde” (22, 1) a la provocación de los que quieren prenderle con una nueva provocación, contando precisamente ahora la historia de un Rey que ofrece el banquete por las bodas de su Hijo, convidando primero a los invitados oficiales, pero llamando después, al ver que ésos le rechazan, a los pobres y perdidos de los campos y caminos (22,1-10).
Esa “historia” (tomada del Q: Lc 14, 16-24) ha sido adaptada por Mateo y colocada en este contexto,
 tras la parábola de los dos hijos (21, 28-32) y de los agricultores (21, 33-44), cuyo argumento retoma y concretiza, añadiendo al fin algunas advertencias contra los nuevos invitados (de su tiempo e iglesia) que no guardan (mantienen) el traje de bodas (22, 11-14).

Es una parábola luminosa e inquietante… Hay un banquete para todos, el banquete de la fraternidad, de la vida compartida, del mundo convertido en Reino. Pero muchos quieren su comida propia, en “pesebre aparte”, para no mezclarse con los otros, para no apestarse.

Es una parábola propia de este tiempo (año 2017), cuando el mundo se divide en banquetes de algunos y miserias de otros, en lucha por un pan que crea guerras en vez de alimentar abrazos y mesas compartidas. Buen domingo a todos.

1. Parábola (22 1-10).

Como he dicho, ella proviene probablemente del Q, pero las variaciones son muchas, no sólo entre Mt y Lc (algunos niegan que haya al fondo un mismo texto), sino entre ellos y Ev.Tom 64, que ofrece una versión alternativa, como iré indicando.

22 1 Y respondiendo Jesús de nuevo, les habló en parábolas diciendo: 2 El reino de los cielos se parece a un hombre rey que hizo las bodas para su hijo. 3 Y mandó a sus siervos para que llamaran a los invitados a las bodas, pero no quisieron venir. 4 Volvió a mandar otros siervos, encargándoles que les dijeran: He aquí que tengo el banquete preparado, he matado terneros y reses cebadas, y todo está dispuesto. Venid a las bodas. 5 Pero ellos, no haciendo caso, se fueron: uno a su propio campo; otro a su negocio; 6 y los restantes, echando mano a los siervos, les maltrataron hasta matarles.‒ 7 Pero el rey montó en cólera, y, enviando a su ejército, destruyó a aquellos asesinos y prendió fuego a su ciudad. 8 Entonces dijo a sus siervos: Las bodas están preparada, pero los convidados no eran dignos. 9 Id pues a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. 10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. Y la sala de bodas se llenó de comensales .

El banquete como signo del Reino de Dios o de la culminación escatológica aparece en varios lugares del Antiguo Testamento y de la tradición apocalíptica. Un texto a menudo evocado es Is 25, 5-10, donde se dice que el Señor de los ejércitos prepara en el Monte Sión un festín de manjares suculentos, aniquilando allí a la muerte. En ese contexto suelen citarse también unas palabras de Zac 9, 16: ¡Qué espléndido será, qué hermoso! El trigo hará florecer a los jóvenes, el mosto a las doncellas! (Zac 9, 17) .

Ese banquete se sitúa sobre el Monte Sión, que Is 2, 1-5 presentaba como centro de reconciliación universal (¡de las espadas forjarán arados!). En esa línea avanzan las Parábolas de Henoc (1 Hen 37-71), del tiempo de Jesús, hablando de un banquete del Hijo del Hombre como salvador escatológico: «Dios habitará con ellos; morarán y comerán con este Hijo del hombre, se acostarán y se levantarán por los siglos» (1 Hen 62, 7-14). También los libros tardíos de la apocalíptica (Ap. de Baruc, 4º Esdras), escritos a finales del I dC, siguen destacando la abundancia del banquee final (cf. ApBar 29, 5-8) .

((El símbolo del banquete mesiánico/escatológico está en el centro del mensaje y vida de Jesús, como he destacado al comentar las multiplicaciones (14, 15-21; 15, 32-38; cf. Jn 6, 1-5), que la tradición cristiana ha presentado con rasgos pascuales y eclesiales, aunque es evidente que en su fondo late un recuerdo histórico, vinculado a las comidas de Jesús con pecadores y excluidos, invitándoles al Reino (cf. 11, 19). Mateo sabe que ese Banquete ha de ser universal, abierto a la muchedumbre, superando los sacrificios del templo de Jerusalén, y los convites rituales (puros) de los grupos separados, como los fariseos (haburot) y esenios de Qumrán (cf. 8, 11-12). ))

Evangelio de Tomás

Esta parábola contiene un recuerdo original de Jesús, que puede y debe situarse en el contexto de su misión final, quizá durante su ascenso a Jerusalén, tras la culminación (¿fracaso?) de su mensaje en Galilea, con el recuerdo de la misión y llamada de Dios por los profetas. Así lo ha destacado EvTom 64, que entiende este motivo de manera más intimista, aunque al fin añade, de modo sorprendente, el logion de los mercaderes y compradores que no entrarán en el Reino de mi Padre .

Dijo Jesús: «Un hombre tenía invitados. Y cuando hubo preparado la cena, envió a su criado a avisar a los huéspedes. Fue (éste) al primero y le dijo: Mi amo te invita. Él respondió: Tengo (asuntos de) dinero con unos mercaderes; éstos vendrán a mí por la tarde y yo habré de ir y darles instrucciones; pido excusas por la cena. Fuese a otro y le dijo: Estás invitado por mi amo. Él le dijo: He comprado una casa y me requieren por un día; no tengo tiempo. Y fue a otro y le dijo: Mi amo te invita. Y él le dijo: Un amigo mío se va a casar y tendré que organizar el festín. No voy a poder ir; me excuso por lo de la cena. Fuese a otro y le dijo: Mi amo te invita. Éste replicó: Acabo de comprar una hacienda (y) me voy a cobrar la renta; no podré ir, presento mis excusas. Fuese el criado (y) dijo a su amo: Los que invitaste a la cena se han excusado. Dijo el amo a su criado: Sal a la calle (y) tráete a todos los que encuentres para que participen en mi festín; los mercaderes y hombres de negocios [no entrarán] en los lugares de mi Padre» (EvTom 64).

Tomás haevangelio ha interpretado la parábola de un modo intimista, sin relación a la historia de Jesús y al despliegue de su reino. De esa forma opone la llamada de Dios (banquete) y las preocupaciones exteriores: negocios, compra de una casa, matrimonio de un amigo, trabajo en una hacienda… Ciertamente, esos rasgos pertenecen al mensaje de Jesús (cf. Lc 14, 13-20), donde las excusas de los invitados son las mismas (campo, bueyes, boda…). Mateo sólo pone dos excusas (campos, negocios), insistiendo en la historia de la salvación, con la apertura de la Iglesia a los gentiles)) .

Lucas ha situado esta parábola en el contexto general de la llamada de Jesús (Lc 14, 16-24), en el principio del camino que va a Jerusalén (cf 13, 22. 31-35), sin referencia al rechazo de los sacerdotes y escribas, y sin juicio sobre Jerusalén. Mateo, en cambio, la presenta como alegoría de la llamada al Reino, dirigida primero a los invitados (judíos) y luego a todos (en la línea de EvTom 64), dándole al mismo tiempo un tinte apocalíptico: destrucción para aquellos que rehúsan la llamada (22, 7) y para aquellos que aceptándola no se mantienen fieles (añadido de 22, 11-14).

‒ Primera parte: una misión judía (22, 1-5).

Evoca la llamada de Jesús a los invitados (keklhme,nouj: 22, 3; cf. 14, 17) israelitas, a quienes Dios había preparado como pueblo, a través de los profetas. Esta invitación se formula en dos fases: La primera responde de tipo genérico (22, 3), rechazada por los invitados, y otra más concreta (22, 4) e insistente, que ellos rechazan también.

La primera invitación (22, 3) tiene un sentido amplio y, en la perspectiva de Mateo, puede referirse a los profetas, y de un modo más concreto a Jesús y a los primeros ministros del evangelio, que anuncian la pascua, es decir, el banquete del Hijo del Rey a los judíos. En ese contexto se supone que los invitados debían hallarse dispuestos, para compartir el gozo del rey en la boda de su hijo. La segunda (22, 4) puede referirse, ya de un modo más preciso, a los profetas, sabios y escribas que el mismo Jesús pascual sigue enviando a Israel, y que están siendo rechazados por los escribas y fariseos del nuevo judaísmo (cf. 23, 34-35).

Esta doble invitación sorprende por su gratuidad. El rey no impone obligación a los llamados. Simplemente quiere honrarles, pidiéndoles que compartan con él las bodas de su hijo. El texto supone que los llamados son súbditos del rey, al que han de obedecer, estando preparados para responderle y compartir su fiesta. Pero el texto indica por dos veces que no fueron: La primera (22, 3) no quisieron, sin más; la segunda (22, 4-6) se negaron ostentosamente, marchando cada uno a su trabajo (tierras, negocios) y matando además a los siervos del rey, para quedar así tranquilos.

Esta parábola nos pone ante la misma situación de la anterior (viñadores de 21, 33-44), pero con una diferencia: los viñadores se sentían renteros y mataban al hijo/heredero del amo (21, 38-39) para apoderarse de esa forma de su herencia; en ese nuevo caso, el organizador de las bodas es el rey y, en vez de pedir el pago de una renta, invita a sus vasallos (agricultores y comerciantes: 22, 5) a la boda de su Hijo, suponiendo así que el Hijo a quien habían matado (21, 39) no está muerto, sino que de algún modo vive, quizá en un plano más alto (¡la piedra rechazada por los constructores…!), de manera que pueden celebrarse sus bodas .

‒ Los invitados de 22, 3-4 son judíos, herederos de las promesas de Dios, renteros de la parábola anterior (21, 33-46), y de un modo especial los sacerdotes y escribas/fariseos del final (21, 46), aunque esa identificación pueda causar extrañeza tras 21, 43 (se os quitará el reino y se dará a un pueblo que produzca sus frutos….). Sea como fuere, éste pasaje evoca la primera misión cristiana, dirigida en principio a los elegidos judíos, invitados desde antiguo. En esa línea, aunque sin forzar los datos, se puede hablar de unos primeros siervos (¿apóstoles de Jesús?) y de unos segundos (sucesores de los Doce, hasta el año 70 dC). De todas formas, la misión ha de entenderse en un sentido extenso, abarcando (desde la perspectiva de Mateo) el tiempo en que la Iglesia centró especialmente su mensaje en los judíos.

‒ Sentido pascual. A diferencia de lo que sucede en Lucas, Dios quiere celebrar las bodas de su Hijo, es decir, su entronización real. Ciertamente, en principio, la parábola pudo tener otro sentido (como saben Lucas y EvTom), pero Mateo ha querido destacar la incredulidad de los primeros invitados, que desemboca en la destrucción de su ciudad (Jerusalén, 70 dC), que se interpreta desde la perspectiva del rechazo de la primera misión cristiana. Otros judíos decían también, hacia finales del siglo I dC, que la caída de Jerusalén había sido consecuencia del pecado del pueblo (cf. 4 Esdras y 2 Bar), de manera que esa interpretación divina del castigo de los asesinos y de la destrucción de su ciudad (Jerusalén) no es un dato exclusivamente cristiano, sino que forma un elemento general de la apocalíptica judía de finales del I y principios del II dC, en la línea de una tradición deuteronomista más antigua, presente en textos de Jeremías y Lamentaciones .

El motivo del rechazo no se interpreta aquí en sentido religioso (temas de ley y culto del templo), sino social y económico. Los invitados no aceptan la llamada del rey porque están ocupados en sus campos y negocios, en problemas de trabajo y dinero, como Mateo supone desde 19, 16 ss (joven rico) y desde 6, 24 (mamona). En esa línea, el conjunto de Israel (en especial los galileos, luego los jerosolimitanos) no han aceptado el banquete de bodas del hijo del Rey, sino que han preferido quedarse en sus negocios (mejor especificados por Lucas y Ev.Tomas).

‒ Gran crisis (22, 6-7).

Aparecía en 21, 39-43: los renteros homicidas habían matado al Hijo. Ahora, continuando de algún modo el argumento anterior, los invitados matan a los siervos que anuncian y preparan su boda (cf. también 23, 34-39). La novedad está en la forma en que este pasaje evoca la “venganza” del Rey, en términos simbólicos que han de entenderse desde la totalidad de Mateo (en forma de parábola y parénesis) y que han sido a veces mal interpretados:

‒ El rey arruinó a aquellos asesinos… (23, 7).

Mateo emplea aquí una lógica de “talión”, de forma que parece situar en el mismo plano el asesinato de los enviados de Jesús (los que anuncian su banquete) y la “venganza” de Dios que arruina (apôlesen) a aquellos asesinos. Aquí se utiliza, según eso, una lógica de retribución histórica, que parece contraria al mensaje de Reino (y a las últimas antítesis de 5, 38-48, donde Jesús superaba el talión y la venganza). Este rey que responde “matando” a los asesinos está en la línea de la primera respuesta de la gente en la parábola anterior (matará a los que han matado al Hijo…: 21,41). Pero como he destacado ya, esa primera respuesta no responde a la dinámica posterior de la parábola, ni a la intención de Jesús, de forma que ella sólo puede entenderse desde la perspectiva de los “asesinos”, que se dejan arrastrar por una dinámica de venganza, en contra de la experiencia radical del evangelio.

‒ Y prendió fuego a la ciudad de ellos (23, 7). Esa ciudad es Jerusalén, y el texto evoca su destino trágico, cuando los romanos la tomaron y quemaron tras dura guerra del 67-70 dC. Pues bien, conforme al estilo de la apocalíptica, el texto atribuye esa destrucción a Dios (como hacen los apocalípticos judíos del siglo II dC y el mismo Flavio Josefo). Desde la perspectiva actual, hubiéramos querido que Mateo formulara de otra forma esa caída, pero él utiliza el género que emplearon los profetas (Jeremías…), 2 Reyes y el libro de Lamentaciones al hablar de la destrucción de Jerusalén por los babilonios, el 587 aC. De esa forma indica que la caída de Jerusalén forma parte del misterio de la revelación de Dios, que será al final revelación de gracia .

((Ésta es una historia parabólica, formulada en lenguaje figurado (simbólico), no una tesis de teología, y en esa línea ha de entenderse como una amenaza dirigida contra aquellos judeo-cristianos que, oponiéndose a la salvación que Jesús ofrecía a los pobres, están corriendo el riesgo de destruirse a sí mismos.

Sin duda, en un sentido, el texto resulta de una violencia brutal y despótica: ¿Puede un rey matar así a los que rechazan su invitación? Pero, en otro, es un texto consolador pues supone que la condena de algunos está al servicio de una misión de gracia para todos: Al rechazar a los siervos del rey, que ofrece su banquete, los primeros invitados caen en manos de su propio talión. Sea como fuere, éste sigue siendo un texto duro, en la línea de la denuncia profética, y muchos exegetas afirman que no puede venir de Jesús, sino de una comunidad posterior, que se ha vuelto vengativa y que goza cuando el rey mata a sus contrarios.

Es un texto difícil de entender, a no ser que lo integremos en el despliegue de conjunto del evangelio, donde se dice con toda claridad que el Hijo del Hombre ha dado su vida como “regalo” (redención) para salvar a todos (20, 28) y se añade que los enviados del crucificado anuncian el perdón y salvación a todos los pueblos (28, 16-20))).

‒ Misión universal (22, 8-10).

La primera misión ha fracasado, no sólo porque muchos invitados prefirieron sus negocios (campos, empresas), sino porque otros rechazaron y mataron a los siervos de Dios, encendiendo la ira del Rey, que destruyó a los homicidas e incendió su ciudad (22, 7). Como he dicho, todo nos permite suponer que Mateo está evocando la caída de Jerusalén (70 dC), sabiendo bien que ella fue realizada en un plano militar por los romanos. Pues bien, Mateo añade que el rey no quiso que las cosas terminaran así, sino que mandó a sus siervos a los cruces de caminos para invitar a las bodas a todos los que por allí pasaban (22, 9).

Estrictamente hablando, esta nueva misión universal se vincula al primer “fracaso” del Rey, que, no logró la conversión de sus invitados, de forma que mandó a sus siervos que fueran y buscaran por todos los caminos, judíos y gentiles, buenos y malos (pobres, enfermos…; 22, 8-9). Ésta es según Mateo la misión definitiva, que define ya su tiempo eclesial, tras el 70 dC, cuando habían cambiado poderosamente las circunstancias del judaísmo y del imperio romano, a diferencia de aquello que Pablo había propuesto años atrás (hacia el 55/56 dC) en Rom 9-11 .

2. Un añadido eclesial (Mt 22, 11-13)

Los problemas anteriores aumentan con este añadido, propio de la Iglesia de Mateo, que destaca el riesgo de aquellos que, habiendo sido tomados de todos los caminos sin preparación (judíos y/o gentiles), no mantienen el vestido del banquete (es decir, el vestido que se supone que les han dado para asistir al banquete):

22 11 Pero entrando el rey para ver a los reclinados, vio allí a un hombre que no llevaba puesto el vestido de bodas; 12 y le dijo: Amigo ¿cómo has entrado aquí sin llevar puesto el vestido de boda? Pero él quedó callado. 13 Entonces dijo el rey a los servidores: Atándolo de pies y manos, arrojadlo fuera, a las tinieblas exteriores, donde será el llanto y el crujir de dientes.

Éste duro texto, comparable a 22, 8, que mandaba matar a los homicidas y destruir su ciudad, no parece palabra de Jesús, que invitaba a todos, para que vinieran con el traje que tuvieran, sin vestido especial. Pero es muy importante para la Iglesia, que no puede permitir que los llamados vengan pero sigan siendo simplemente como eran, sin realizar cambio ninguno. Éste es, sin duda, un aviso para cristianos de Iglesia, que no han cambiado de vida en ella, un aviso para aquellos que han entrado en el banquete y piensan que no tienen que hacer, ni siquiera dejarse transformar por el Reino:

‒ Señal de vida, traje de boda. No basta con decir ¡Señor, Señor! (7, 22), ni pensar que estamos ya salvados por haber recibido la invitación, sino que es necesaria una colaboración, una respuesta: Que los invitados reciban y mantengan el vestido de bodas, que agradezcan de un modo personal la invitación del rey, dejándose transformar por ella. Así lo había puesto de relieve Pablo, cuando vinculaba la fe originaria con las obras que derivan de ella (cf. Rom 6, 6-12), sabiendo que la vida en Cristo debe traducirse en unos gestos que expresan y despliegan su sentido (cf. Rom 6, 21-23; Gal 2, 16-19).

‒El tema de los siete espíritus peores… Este motivo puede y debe interpretarse también a la luz de 12, 43-45 (que proviene del Q: Lc 11, 24-26, y quizá del mismo Jesús), donde se pone en guardia contra el riesgo de aquellos a quienes Jesús ha curado, liberándoles del demonio. Si no aceptan el don, si no se dejan transformar por la gracia recibida (si no son consecuentes con ella), pueden terminar cayendo en manos de siete demonios peores que el antiguo. Mt 23, 15 dice además, en un contexto semejante, que hay un tipo de “proselitismo” y conversión que hace a los hombres peores de lo que antes eran.

‒ Este pasaje reacciona quizá contra un tipo de libertinismo del que algunos habían acusado a Pablo, como si él hubiera dicho que quien tiene fe puede pecar sin miedo alguno al castigo (Rom 3, 28). La carta de Santiago se opone a esa lectura de Pablo, como si bastara le fe (invitación al banquete) sin necesidad de obras buenas (cf. Sant 2, 14-26). Pues bien, este pasaje de Mateo puede oponerse también a esa visión, rechazando la postura de aquellos que juzgaban suficiente una primera aceptación sin preocuparse ya de responder (sin traje de bodas). Sea como fuere, este pasaje supone que se han dado disputas sobre el tema (en la línea de la carta de Santiago). Significativamente, con su lenguaje simbólico y su tono de violencia, Mateo responde como Pablo (y Santiago), insistiendo en la necesidad de unas obras que ratifiquen la invitación recibida .

3. Advertencia escatológica (22, 14)

En ese contexto añade Mateo un dicho o refrán que en un primer momento parece semejante al de 19, 30 y 20, 16 donde se decía que “muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros”, indicando así la inversión entre hermanos mayores y menores, trabajadores de primera y última hora (judíos y gentiles), un tema clave de Mateo (en la línea de la parábola de los dos hermanos de 21, 28-32). Pero en nuestro caso, ese refrán no ha de entenderse como una simple inversión de situaciones o puestos, sino como una afirmación positiva del gran riesgo que corren los hombres, en un mundo en el que parece que la mayoría se condena.
((estudiaré el tema mañana)).

 

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