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17.9.17 Setenta veces siempre

Domingo, 17 de septiembre de 2017

ab5039d556a96634bc5773e07b73bb92-spanish-quotes-googleDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 24. Tiempo. Mt 18, 21-35. La sociedad en general no perdona. Queremos que los terroristas paguen lo que han hecho, que los ladrones se pudran en la cárcel… Estamos prontos a la venganza, y le llamamos justicia. Más cárcel queremos, más castigo, en general. Pues bien, en contra de eso, en otro plano, nos sitúa este evangelio que nos pide que perdonemos setenta veces siete, es decir, setenta veces siempre.

No quiero aquí tratar de justicia social según el Código de Turno, ni de política del terror invertido o la venganza, pues lugares han donde se trata de ello, sino del perdón cristiano, según el Evangelio:

a. Éste es un perdón exigente, vinculado a la experiencia de una iglesia que puede y debe decir al «pecador» que no rompa la unidad de los hermanos. Un perdón exigente, pues el que no perdona queda en manos de su propia, se destruye a sí mismo (cf. Mt 18, 15-20 y la parábola que sigue).

b. Es un perdón sin limitaciones de número o de forma, en plano eclesial, tal como lo expresa en la respuesta de Jesús a Pedro que le pregunta cuántas veces debe perdonar: «¡No te digo siete veces, sino setenta veces siete!, es decir, siempre» (Mt 18, 21-22).

hijo-prodigo-iconoEn este contexto ha recogido y citado Mateo la parábola del rey que perdona a su deudor una deuda inmensa, esperando que el deudor perdone también a quien le debe algo (Mt 18, 23-35). Ese perdón gratuito (¡Dios lo ofrece siempre!) se convierte en principio de la exigencia más fuerte, del riesgo más grande: El que no perdona se destruye a sí mismo.

Éste es un perdón gratuito, pero no es barato, sino todo lo contrario: Lo barato es desentenderse o castigar y dejar se pudran los pretendidos delincuentes. Por el contrario, el perdón es lo más caro, pues implica un compromiso radical en aquellos que perdonan, y exige una transformación radical en los perdonados. Buen domingo a todos… y que Dios nos coja perdonados (que eso de confesados sería más fácil y menos exigente).

Mateo 18,21-35. El que no perdona queda en manos de su propia destrucción.

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”

Cuatro principios:

perdonara. El Perdón,mensaje apodíctico de Jesús: No hay límites ni condiciones para el perdón…, sino que, en línea cristiana, hay que perdonar siempre. No se perdona a los buenos, a los que pueden devolver… Hay que perdonar siempre, como dice el Padrenuestro: “Perdona nuestras deudas como perdonamos a nuestros deudores.

b. El que no perdona queda en manos de su propia destrucción… No es que Dios le juzgue y condene, sino que se juzga y condena a sí mismo, como dice Jesús en lenguaje parabólico. Evidentemente, el “Rey” que manda al “infierno” al que no perdona no es Dios verdadero, sino que es el Dios-Ídolo inventado por el que no perdona, que queda así atrapado en su falta de perdón.

c. Traducción social del perdón cristiano. Así lo indica y exige esta parábola cristiana, que tiene sentido en clave de Iglesia… La Iglesia no puede “imponer” ese perdón en línea política y económica, pero debe vivirlo ella con fuerza, dando testimonio del perdón de Dios.

d. La Iglesia no puede imponer “su perdón”, pero puede mostrarlo, abriendo un camino de perdón económico, social y político… Una sociedad como la nuestra (de tipo capitalista) que no sabe perdonar se destruye a sí misma, como sabe esta parábola.

No voy a estudiar aquí as consecuencias sociales del perdón cristiano, sino que me limito a situar el texto dentro de la dinámica del mensaje y movimiento de Jesús.

1. Las políticas del perdón.

Para entender la parábola del perdón, quiero situarlo dentro de la dinámica del movimiento de Jesús, definida por el perdón, que ha de entenderse desde la perspectiva concreta de su mensaje de Reino en Galilea.

Gran parte del judaísmo sacral del tiempo de Jesús, hacia el final del período del Segundo templo (que duró del 515 a. C. al 70 d. C.), funcionaba como una máquina de perdón, centrado en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Los judíos aparecían así como pecadores que pueden y deben ser perdonados, utilizando para ello el medio (legal/sacral) que Dios les había concedido (los sacrificios del templo), que servían para mantener el orden sacral existente.

Pues bien, Jesús proclama que ese perdón del templo es no sólo insuficiente (como supo Juan Bautista), pues su tiempo ha terminado (ahora que viene el Reino), sino que es también contrario a la verdad de Dios, que es Palabra creadora, que perdona, haciendo que los hombres puedan perdonarse, como afirmaba el Padrenuestro, sin necesidad de instituciones de dominio religioso, propias de sacerdotes aliados con los opresores (Roma, Herodes Antipas). Allí donde los hombres se perdonan es que está llegando el Reino.

Desde ese fondo quiero recordar algunas “políticas de perdón”, que se distinguen del mensaje y praxis de Jesús, pero que pueden ayudarnos a entenderlo dentro de una dinámica histórica.

1. Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso,

propio de dictadores o autócratas, que exhiben su magnanimidad indultando a unos, de un modo irracional (sin justificaciones), y castigando a otros (sin dar razones de ello). Así imponen, por un lado, su venganza (para mostrarse soberanos y aterrar a los contrarios) y, por otro, su perdón (apareciendo como benefactores). Pues bien, esa clemencia arbitraria se opone tanto a la justicia racional como al perdón cristiano, del que hablamos.

En contra de esa clemencia interesada de los autócratas, que es otra forma de imposición, en la línea de la fortuna y capricho de los pre-potentes, ofrece y promueve Jesús la Palabra de perdón de Dios, que no se opone a la justicia, sino que la desborda y fundamenta, y que se manifiesta, de un modo gratuito, desde las víctimas, es decir, desde los ofendidos y humillados, en contra de la posible amnistía de unos dictadores, pretendidamente superiores, que se creen portadores del perdón de Dios sin serlo.

2. Puede haber un perdón políticamente racional y provechoso (¡para algunos!),

expresado en amnistías o indultos. Casi todos los estados, desde los asirios del siglo VIII aC hasta los romanos del tiempo de Jesús (que presumían de perdonar a los sumisos y derriban a los soberbios; cf. VIRGILIO: «Parcere subjectis et debellare superbos», Eneida VI, 855), habían decretado amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos que las proclamaban, al servicio de un tipo de pacificación particular, para mayor gloria de algunos.

En la actualidad, no todos los ciudadanos de un Estado (como el de España) son partidarios de amnistía, ni en plano legal, ni personal, pero ellas se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo, allí donde el Estado resulta suficientemente sólido como para permitir ciertas excepciones en el cumplimiento de la ley, en circunstancias de fuerte cambio político, para así implantar mejor un nuevo orden social. Estas amnistías tampoco son Reino de Dios.

3. Hay un perdón sacral, como en tiempos de Jesús, controlado por los sacerdotes o gurús del sistema o del templo,

al servicio del sistema y sostén del orden establecido. En contra de eso, Jesús ha ofrecido perdón de un modo gratuito, superando la ley del sistema, pero sin negarla desde arriba, pidiendo a los mismos ofendidos que perdonen (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!) para crear de esa manera Reino.

Ésta es la novedad del perdón de Jesús, que no proviene de un templo superior, ni de un Estado más alto de unos gobernantes, sino de los mismos ofendido. El perdón del templo se expresa a través de sacrificios rituales, celebrados por sacerdotes y regulados según ley por los escribas, que monopolizaban la expiación, como si fueran «máquina de perdón», funcionarios sacrales por encima del resto del pueblo. El perdón del Estado lo ofrecen los gobernantes. Por el contrario, el perdón de Jesús lo ofrecen los mismos ofendidos, iniciando de esa forma el Reino.

2. Perdón del Reino (Lc 6, 37).

Externamente, el perdón de Jesús puede compararse con las amnistías sociales que el judaísmo celebraba cada siete años (con liberación de encarcelados y perdón de deudas) y con el jubileo que los sacerdotes de Jerusalén proclamaban cada cuarenta y nueve años (con devolución de tierras y bienes). Pero amnistía y jubileo se estructuraban de un modo legal, al servicio de algunos, no de todos. Ciertamente, superando el nivel legal del jubileo, varios profetas de Israel habían presentado el perdón como atributo supremo de Dios, vinculándolo a los pobres; pero tampoco ellos habían llevado hasta el final su propuesta, como hará Jesús, a quien podemos presentar como “inventor” del perdón en Israel (y para el mundo).

En un plano, el perdón de Jesús parece menos que el sabático/jubilar, porque no se puede exigir ni cumplir ni por ley (aunque no todos los judíos cumplían, de manera regular, la ley sabático /jubilar). Pero, en otro plano, ese perdón es mucho más, pues busca la redención (comunión) y reconciliación integral, no sólo de unos propietarios legales, que han perdido sus tierras, sino de todos los hombres y mujeres, a partir de los más pobres (los excluidos del sistema), que son los “sacerdotes” de este nuevo perdón que es el Reino. Precisamente ellos, excluidos y prescindibles, ofendidos y humillados, pueden ofrecer y ofrecen perdón, realizando así, en clave de Reino, la función que habían realizado gobernantes o sacerdotes sagrados, con fines de imposición legal.

Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia bíblica del perdón, al ofrecerlo en nombre de Dios y al pedir que todos se perdonen entre sí, partiendo de los ofendidos, que así aparecen como portadores del Reino.

Frente a la ley de un sistema en el que sigue rigiendo la justicia del talión (¡a cada uno según su merecido!), Jesús ofrece a los más pobres (¡oprimidos y expulsados!) el don y tarea del perdón (es decir, del Reino de Dios), para que ellos puedan superar la justicia de la Ley y desactivar la bomba de violencia que pende sobre el conjunto de la sociedad. Ésta es quizá su mayor aportación, como ha destacado la antropóloga judía H. Arendt:

«El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular».

((Cf. H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 258. Desde la misma perspectiva judía, V. Jankélévitch, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999. En un plano de análisis político, son muy significativas las aportaciones de S. Lefranc, Políticas del perdón, Cátedra, Madrid 2004)).

Jesús ha desactivado así la lógica de la venganza (un talión que se repite: ojo por ojo, diente a diente), liberando a los hombres del automatismo de una ley de acción y reacción, donde nada se crea ni destruye, sino que todo se transforma y así permanece idéntico a sí mismo (sin Reino ni Resurrección). Su palabra y gesto de perdón permite que los campesinos y pobres de Galilea puedan amar de un modo gratuito, superando la violencia anterior del mundo e introduciendo de esa forma el Reino. La ley mantiene lo que existe (este mundo). El perdón, en cambio, supera este mundo y nos introduce en un nuevo nivel de realidad, que es el Reino. Donde unos hombres que han sido explotados y oprimidos por los otros perdonan, y lo hacen de un modo creador y abierto al futuro de Dios ha llegado el Reino.

Dios no exige expiación o sometimiento para afianzar su poder, sino que regala gratuitamente perdón, porque es creador y recreador, y de esa forma instaura el Reino, es decir, suscita la nueva realidad (según su imagen), porque él lo quiere y no como consecuencia de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha ofrecido perdón de Dios a los pecadores, sentándose a la mesa con ellos e invitándoles al Reino, en gesto de fidelidad (y felicidad) compartida (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1).

Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo más hondo del Dios Palabra que libera, transforma y recrea lo que ha sido, desde el amor presente, no para que quede como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo, desde los más pobres. Jesús ha comenzado a instaurar así su Reino desde los marginados legales (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de conocimiento, con los pobres y mendigos (plano económico), con los ritualmente manchados (por lepra y flujo de semen o sangre) y con los llamados “pecadores”, pues parecían separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas), ofreciendo a todos perdón y pidiéndoles que perdonen.

3. Perdón interhumano.

Pero Jesús no ofrece un perdón separado (desde fuera), sino que pide a los hombres que perdonen (se perdonen), de una forma paradójica (e incluso escandalosa), pues precisamente aquellos que parecen pecadores (pequeños, hambrientos, rechazados) son los que deben transmitir perdón a los que parecen grandes y limpios. No son los sacerdotes del templo los que pueden perdonar según ley (con sus sacrificios de templo) a los pecadores, sino que son los pecadores los que pueden y deben perdonar a los sacerdotes, para que llegue el Reino.

— Los sacerdotes oficiales perdonaban a los “convertidos”, que volvían a cumplir la Ley, según los ritos y las buenas tradiciones. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza, pues la misma ley que condenaba ofrecía al pecador un camino de perdón, si se convertía y retornaba al pacto.

— Jesús, en cambio, ha iniciado un camino de perdón gratuito, desde los expulsados de la sociedad, no para olvidar lo pasado, sino para transformar el orden actual (que es de muerte) en potencial de vida, es decir, de Reino. Cuando los pobres y excluidos, cuando los humillados y expulsados perdonan a sus opresores (incluidos los sacerdotes) está llegando el Reino de Dios.

Jesús no aparece él sólo como portador del Reino, sino unido a los pobres y excluidos de Galilea a quienes pide que perdonen a sus ofensores/deudores (cf. Padrenuestro), mostrando de esa forma que ha llegado el Reino. Éste es el perdón que él propone y pide, como revelación de Dios, camino el Reino, precisamente a los humillados y ofendidos, asesinados y explotados. Allí donde se expande ese perdón comienza el Reino. Éstos son los dos momentos principales de su perdón:

1. No exige conversión previa a los pecadores, sino empieza ofreciéndoles perdón y solidaridad de Reino, entrando en conflicto con la Ley avalada por el templo, pues ha recibido en su mesa y comunión a leprosos y hemorroisas, publicanos y prostitutas, lo mismo que a los pobres de la tierra (poco cumplidores de la Ley), superando el orden sacral anterior de purezas y pecados. Su perdón viene directamente de Dios (es su Palabra), y así lo ofrece, de un modo gratuito, sin ritual de templo.

Jesús no promueve discusiones sobre leyes o ritos concretos, ni quiere reemplazar una sacralidad por otra (criticando directamente el templo de Jerusalén ¡por ahora!), pero ha suscitado, en Galilea un camino de reconciliación mesiánica o Reino, donde los mismos ofendidos pueden perdonar a sus ofensores, renunciando a la venganza, no para que olviden lo que han hecho, sino para que se dejen transformar desde un amor más alto. En ese fondo ha de entenderse el perdón de la Iglesia, propio de Jesús asesinado (que perdona a los asesinos), y el de los pobres que perdonan a quienes les han empobrecido.

2. Pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que puede parecer sometimiento (¡que los mismos pobres se humillen y perdonen a los opresores!) pero que, en realidad, es el mayor de los ensalzamiento: Los oprimidos son ya sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden de vida, que no es dominio de unos y revancha de otros, sino gracia universal y creadora (Reino), que Dios proclama desde esos marginados y ofendidos.

Sólo aquellos que han sido ofendidos (robados, explotados, asesinados) pueden perdonar de verdad, pues lo asesinos no pueden hacerlo, sino sólo dejarse perdonar, dependiendo de aquellos a quienes han ofendido (como a Jesús) para así poder vivir. Por eso, su recuerdo debe mantenerse como fuente de perdón, principio de reconciliación. Sólo en nombre de ellos (de Jesús asesinado) podrá perdonar su Iglesia, como portadora de una voz que no es suya, sino de la Voz de los asesinados (con Jesús). Los mismos oprimidos tienen la iniciativa y, sin elevarse externamente contra los sacerdotes y jerarcas, aparecen como autoridad suprema, capaz de perdonar en nombre de Dios, no por olvido, sino por creatividad más honda.

Conclusiones:

a. Perdón y amor

El perdón de Jesús se vincula a su amor (Amad a vuestros enemigos: Mt 5, 43ss). En este contexto podemos recordar que al círculo de discípulos pertenecían enemigos, que debían perdonar y perdonarse: un recaudador de impuestos (Mc 2, 14), un celota (Lc 6, 15). Por otra parte, el entorno de Jesús era muy duro, de manera que la superación de la violencia exigía un esfuerzo especial En este contexto se sitúan las reflexiones psicológicas de G. Theissen:

«El mandamiento radicalizado del amor podríamos interpretarlo sicoanalíticamente como una forma de reacción: la intensificación de la agresividad se trasforma en su contrario. La energía pulsional, que originalmente redunda en beneficio de objetivos agresivos, sirvió para tomar el rumbo en sentido contrario… La compensación de la agresión significa aquí que a la agresión sufrida se le opone el perdón. El perdón se exige no siete veces, sino setenta veces siete veces (Mt 18, 21s). Con esto se hace referencia a Gn 4, donde se habla de que, si a Caín se le venga siete veces, a Lamec se le venga setenta y siete veces.

Está claro: la misma energía que se ponía hasta entonces para impulsos de venganza, ha de servir ahora para los impulsos opuestos. Por eso, del rango irénico fundamental del movimiento de Jesús no se debe deducir en modo alguno que se trata¬ de personas con reducidos impulsos agresivos. Todo lo contrario: la intensidad del rumbo contrario de la agresión muestra la intensidad de inclinaciones reprimidas. El amor a los enemigos, irracional si lo miramos desde categorías cotidianas, delata la fuerza de las pulsiones agresivas que hay que dominar. Puesto que no podemos partir de que las pulsiones hayan desaparecido sencillamente, tendremos que vislumbrarlas también en sus metamorfosis» (El Movimiento de Jesus, Sígueme, Salamanca 2005, 285).

b. Perdón y política social

Jesús no ha establecido unas normas sociales y políticas de perdón… pero sus principios pueden y deben extenderse al orden social:

a. Dios perdona todo
b. Si la sociedad no perdona… se destruye a sí misma
c. El orden social de la actualidad es orden muerto, porque en sí no perdona.

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