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Dom 9.7.17. Venid a mí todos los que estáis agobiados y agotados

Domingo, 9 de julio de 2017

19424134_815509605292900_2255426038404935897_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 14, tiempo ordinario. Este pasaje (Mt 11, 25-30) proviene del Q (cf. Lc 10, 21-22) y tiene profundas resonancias joánicas, de forma que a veces se le ha visto como un aerolito caído del horizonte o entorno del cuarto evangelio e introducido en la tradición sinóptica.

De todas formas, es un texto bien entroncado en la tradición de Mateo, que ha insistido en la revelación de Dios a los pequeños, por encima de la pretendida grandeza de las ciudades galileas y de los maestros rabínicos. Mateo la introduce tras el envío de los discípulos a Galilea (Mt 10) y tras la condena de las tres ciudades (Corozaín, Betsaida, Cafarnaum…: Mt 11, 20-24), que han querido elevarse sobre el cielo, rechazando a Jesús y a sus enviados.

Éste es un pasaje clave, que pone de relieve la gran inversión del evangelio y de una Iglesia que se ha querido hacer cosa de sabios y entendidos, de prudentes y nobles… Pues bien, en contra de eso, Jesús apela aquí a la iglesia de los pequeños:

19424384_815510725292788_5968584340736642847_nLos que no quieren hacerse grandes por encima de los otros, dominando de forma religiosa o social sobre los demás.

Los que saben dejarse amar y aman, cuerpo a cuerpo, vida a vida,, sabiendo que la verdad de Dios en Cristo se despliega de esa forma, como un camino de amor.

Feliz día a todos los que se sienten identificados con esta iglesia de Jesús, que es nuestra iglesia, por la que Jesús bendice a Dios, con la que se identifica.

Análisis. Las tres partes del texto

1. Alabanza (11, 25-26).

19399657_815510251959502_4596509088167251804_nProviene de la tradición pascual de la iglesia, que descubre y confiesa a Jesús, muerto ya y resucitado, como revelador del Padre. Pero, en su tenor original, evoca y actualiza la experiencia histórica de Jesús:

11 25 Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos, y lo has revelado a los pequeños. 26 Sí, Padre, pues que esta ha sido tu voluntad .

Frente a los sabios y entendidos, representados por los galileos de 11, 20-24, se sitúan ahora los pequeños (nhpi,oi), que han acogido el evangelio. Así lo descubre Jesús, y da gracias al Padre por ello. Éste ha sido su descubrimiento mesiánico: La revelación de Dios en los pequeños, y no en las orgullosas ciudades de Galilea, ni en los sabios del judaísmo rabínico.

Leído de esa forma, ese pasaje nos sitúa ante un misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de sabiduría y grandeza de las ciudades galileas (presumiblemente orgullosas por su conocimiento de la Escritura y por su forma de entender el judaísmo). En contra de ellas, eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra. Frente al círculo cerrado de los sabios y entendidos que se buscan a sí mismos y se creen suficientes, ratifica el Dios de Jesús el valor de los pequeños, en gesto de admiración exultante, revelándose por ellos como Padre.

En este principio se vinculan la hondura y universalidad, la profundidad y amplitud del evangelio de Mateo, que aparece así como portador de una revelación que no “cabe” en un pueblo de grandes y sabios. Este pasaje destaca así la autoridad de Dios Padre, a quien Jesús reconoce y alaba por su acción salvadora, en la línea del Éxodo, desvelando así su Nombre originario (cf. Ex 3, 14): Kyrios/Yahvé (¡Soy el que Soy!) del cielo y de la tierra, liberador sacral de los hebreos, siendo, al mismo tiempo, Padre que acoge y eleva a los pequeños. Éstas palabras (¡pues has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos…!) deben situarse en la historia de las comunidades cristianas de Galilea, que, en un momento de conflicto, entre el 40 y 70 dC, tendieron a desligarse del movimiento de Jesús, de forma que no pudo haber una “galilea cristiana”.

La manifestación del Dios de Jesús rompe la dinámica de sabiduría encarnada en las ciudades galileas, presumiblemente orgullosas por su conocimiento de las Escrituras, explicadas por los maestros fariseos que empezaban a misionar en la zona, oponiéndose a los discípulos de Jesús. Pues bien, frente a los “grandes fariseos” que operan en esas ciudades, rejudaizando Galilea de un modo rabínico, eleva Jesús a los pequeños que escuchan su Palabra, mostrando así que el Kyrios/Yahvé de la tradición judía es el Padre y defensor de los pobres, por encima de una sabiduría entendida como privilegio de una Ley propia de sabios y entendidos.

El Dios grande (justificación del orden establecido) no necesita ser Padre (en el sentido de Jesús), porque es más bien Señor, Justo Juez, responsable de un orden y justicia de talión, dando a cada uno lo suyo (de acuerdo a lo que sabe y tiene). Por el contrario, el Dios de los pequeños tiene que ser y es Padre. Fundándose en el Dios de su seguridad nacional y legal, los galileos han rechazado a Jesús, pero él alaba a Dios Padre a través de los pobres, a quienes recibe en amor, ofreciéndoles su más alto conocimiento .

2. Revelación filial (11, 27).

Ese Dios de los pequeños se define ahora como Padre de Jesús, a quien se revela en plenitud. No estamos ya ante Moisés, un hombre de gran importancia, pero que recibe y ofrece una Ley que no se identifica con él. A diferencia de eso, la verdad de Dios se identifica con el mismo Jesús, como indica esta parábola más honda del mutuo conocimiento entre Padre e Hijo. Jesús no es sabio en la línea de los maestros de las ciudades galileas, ni es prudente en la línea de los expertos rabinos, sino que es y actúa como Hijo de Dios y Revelador del Padre, manifestándose de un modo total a (y en) los pequeños.

En esa línea, el conocimiento que Jesús tiene y transmite se identifica con su ser de Hijo. No es el resultado de un estudio especial (como el de los nuevos sabios galileos), ni una comprensión mas minuciosa de la Ley, sino una experiencia de filiación, que él puede y quiere compartir con todos aquellos que le escuchan y acompañan, empezando por los pequeños. Ésta es su transformación, la más sencilla (¡volver al principio de la vida!), la más fuerte de todas.

Eso significa que no existe una Ley particular para sabios y entendidos, una verdad de prepotentes, sino la Ley de amor universal en el Hijo. La verdad de Dios se revela y despliega en ese Hijo Jesús, para todos los hombres y mujeres, la verdad del Dios que es Padre y de los hombres/mujeres que son hijos, la realidad de los seres humanos que son desde Dios hermanos. No hay una norma separada de la vida, sino la misma vida humana en plenitud, en apertura a los pequeños, de manera que Jesús viene a presentarse como la Ley hecha vida en su vida, y así podemos llamarle apocalipsis o revelación plena de Dios.

Desde este fondo puede y debe reinterpretarse Mt 5, 17-20 (la ley se cumple en Jesús-Hijo) y 28, 18 (se me ha dado todo poder…), en una línea que ha desarrollado Jn 1, 18 (a Dios nadie le ha visto jamás, pero su Hijo…), Jn 10, 15 (como el Padre me conoce y yo conozco al Padre) y todo Jn 17 (unidad del Padre con el Hijo). Leído así, este pasaje del Q, que Mateo ha situado en el centro de la controversia de Jesús con los galileos, es signo y compendio universal de su evangelio:

11 27 Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.

De esa forma, la revelación de Dios a los pobres se condensa y culmina en la experiencia filial de Jesús, a quien este pasaje presenta simplemente como el Hijo (ho huios), unido con el Padre, que le conoce y comparte con él su plenitud (su realidad salvadora). Jesús no es maestro o transmisor de una Ley externa (propia de un pueblo separado), sino testigo y presencia de Dios Padre, ofreciendo su experiencia a todos los hombres. Por eso, hablando de Dios, Jesús habla de sí mismo, como supone esta parábola biográfica del mutuo conocimiento (diálogo de vida) del Padre y el Hijo .

La verdad y persona de Jesús pertenece al Padre y viceversa. Ambos existen al darse, esto es, conociendo uno al otro y conociéndose en el otro (en ambos casos se repite conoce: epiginoskei, de manera que Dios Padre existe en Jesús y Jesús en el Padre. Por eso, Dios es ya plenamente Padre, y Jesús del todo Hijo, compartiendo la vida, uno en el otro y con el otro, según este orden.

(a) Al principio está el Padre que entrega a Jesús no sólo aquello que tiene, sino su mismo ser.

(b) Pues bien, de manera consecuente, Jesús ofrece o revela todo (su conocimiento de Dios) a quienes él desea, es decir, a todos aquellos que lo acepten (cf. 28, 16- 20)

Jesús podría haber utilizado otro lenguaje, afectivo o doctrinal, con símbolos de amante y amado/a, madre e hija, maestro y discípulo… cada uno con sus riesgos y ventajas. Pero ha preferido la parábola del Padre, entendido como aquel que concede su propio ser al Hijo al “conocerle”, siendo respondido por el Hijo, que también conoce al Padre. El texto no dice que Jesús sea ese Hijo, pero es claro que lo está presuponiendo, por todo lo que precede y lo que sigue, según el evangelio. La revelación de Dios a los pobres se despliega así en (se identifica con) la vida y obra de Jesús, el Hijo, a quien el Padre conoce y ofrece todo lo que tiene (su realidad salvadora) .

3. Llamada. La gran voz de Dios en Jesús (11, 28-30

El Padre regala (entrega) al Hijo todo que tiene, se da a sí mismo. Por su parte, Jesús entrega al Padre lo que él es, ofreciéndolo (ofreciéndose) en ese mismo movimiento a los restantes hombres, como indica el final de este pasaje. Pues bien, como Hijo del Padre, habiendo recibido y compartido su conocimiento, siendo plenitud encarnada (humana) de Dios, Jesús puede ofrecerlo todo (ofrecerse en plenitud) y así se entrega a los hombres en honda palabra de llamada.

Dios puede presentarse así como el más cercano, el Dios entrañable de Ex 34, 6-7, Dios de la experiencia originaria de la Biblia, que camina con los suyos desde el Sinaí, mostrándoles su gloria para acompañarles a lo largo del camino (cf. Ex 33, 12-17). Éste es el Dios de los “salmos místicos”, que enriquece y aquieta el corazón de los creyentes (del 62 al 91, del 36 al 107), el Dios que se revela en el Cantar de los Cantares, como inquietud y descanso de amor, el Dios de Jesús, Jesús mismo que habla en su nombre (Dios en persona) y así llama/convoca a los hombres cansados, como hacía el Dios Sabiduría (Sabiduría amiga) en la tradición israelita (Proverbios, Eclesiástico, Sabiduría).

Ése era el Dios más cercano de la Biblia, Dios Padre en forma de Mujer (Madre-Amiga), que sale al encuentro de los hombres, para acompañarles y habitar en ellos, con ellos como fondo divino de su vida, como dirá la tradición de Juan, cuando presente a Jesús, alzado en el templo, el gran día de la fiesta de las aguas, llamando a todos y diciendo: “Quien tenga sed que venga, y que baba quien crea (confíe) en mí…” (Jn 7, 37-38).

Pues bien, ahora, el que llama e invita a su descanso a los cansados de la Ley y de la carga de la vida, desde el lugar de conflicto entre judíos rabínicos, judeo-cristianos y seguidores del evangelio, es el mismo Jesús de Mateo que toma la palabra y habla, en nombre de (como) Dios entre los hombres. Es la Sabiduría de Dios (su presencia total), siendo un hombre concreto que asume y despliega la gran tarea de la humanidad, judío galileo, abriendo un camino que lleva a la muerte pascual en Jerusalén, diciendo:

11 28 Venid a mí todos los agotados y cargados, que yo os daré descanso. 29 Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera .

Esta palabra sorprendente, la más alta posible, es una voz muy humana, propia del Jesús de la historia (que va a entregar pronto su vida, por fidelidad al Reino, siendo ajusticiado por los hombres, en Jerusalén), siendo palabra eterna del Dios que viene a revelarse dentro de la historia. Jesús, revelador del Padre, invita aquí de un modo especial a un tipo de judíos que se sienten agobiados y aplastados por el peso de la Ley, como sabe la tradición rabínica, pero, a través de ellos, invita a todos los que escuchan su voz, sin limitación alguna, en clave universal, humana, dirigiéndoles su llamada de transformación, descanso y plenitud.

Éste es ya un texto propio de Mateo, que no aparece en Q (ni en Marcos, ni en Lucas), un texto específicamente suyo, que define y presenta al mismo Dios como culminación y sentido de la Ley, que se revela y llama a los hombres por medio de Jesús de un modo personal. El mismo Jesús aparece así llamando en lugar de la Ley, como Sabiduría de Dios (Dios-Sabiduría, Amor personal); no como exegeta (rabino) de escuela, que la interpreta, sino como el Dios hecho humano, Hijo de Dio, aquel a quien siempre hemos buscado y que ahora nos llama de un modo amoroso, como fuente de humanización (plenitud) y descanso, Sabiduría amorosa, hecha persona, que nos ofrece su vida y nos invita a vivir en su regazo .

Como he venido mostrando, el Jesús de Mateo puede aceptar y acepta la Ley (cf. 5, 17-19), pero vinculada a los profetas y entendida como Sabiduría (cf. 11, 13. 19), y de esa forma Ella (la Sophia de Dios, simbólicamente evocada en forma de mujer), viene a revelarse por él, llamando a cada uno de aquellos que la quieren, buscando el sentido y amor de su vida (cf. Eclo 6, 24ss; 24, 19; 51, 23ss). Mateo acepta así la Ley, en un plano más hondo; no la niega, sino que la interpreta y eleva, desde Jesús, Hijo de Dios, que su Sabiduría personal, su Ley hecha vida. No necesita discutir cada una de sus normas en un nivel escolar, ni rechazar la experiencia judía de siglos, sino recrearla desde y con Jesús.

Lo que 11, 25-27 presentaba en clave apocalíptica (de revelación) aparece ahora (11, 28-30) en un plano sapiencial, de llamada y encuentro personal. Ya algunos textos judíos habían vinculado la Ley y Sabiduría de Dios con la Revelación apocalíptica. Pero sólo ahora, Mateo ha podido ratificar esa identificación, desde la experiencia personal de Jesús, que convoca así, de un modo especial a muchos que vivían aplastados bajo el yugo de una Ley que aparecía imponerse desde fuera. Pues bien, la Ley de Dios es ahora su propia vida. Por eso, él, Jesús, no habla ya como un simple exegeta, que la entiende desde fuera, sino como revelador del Padre, principio de vida y descanso, de encuentro personal y comunión entre los hombres, a los que ofrece el “yugo suave” de su filiación divina, como principio de comunión universal .

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