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Trinidad, una síntesis teológica (con el retablo de la Cartuja de Burgos)

Miércoles, 14 de junio de 2017

19030555_807496256094235_6056617337081974537_nSeguimos viviendo en el tiempo de la Trinidad… Del blog de Xabier Pikaza:

La Trinidad (que es fe en Dios Padre, en Jesús y en el Espíritu Santo) constituye, con la encarnación, el misterio cristiano por excelencia.

— No es un dogma entre otros, una verdad que se suma a las restantes verdades de la fe.Es más bien, el dogma, es decir, el presupuesto glorioso en que se fundan todos los restantes elementos de la confesión cristiana. Es la verdad donde se apoyan y reciben su sentido las verdades del símbolo eclesial.

— Es dogma y verdad que pertenece al campo de la fe y, sin embargo, puede presentarse también como compendio de todo saber racional, de todo pensamiento y, sobre todo, de toda práctica cristiana y humana, a favor de las personas (es decir, de todos).

Es el fundamento, siendo al mismo tiempo la meta de toda reflexión, como el compendio donde viene a expresarse el misterio cristiano. Es dogma, siendo, al mismo tiempo, el principio racional que más da que pensar a los creyentes, fuente y reto de toda filosofía.

Así lo mostraremos en las reflexiones que siguen, presentando de forma esquemática algunos de sus elementos primordiales, en perspectiva personalista, a la luz de la imagen clásica de la Trinidad del altar de la Cartuja de Miraflores, en Burgos:

Dentro del óvalo de la divinidad, el Padre y el Espíritu, revestidos de símbolos reales, sostienen a Cristo Crucificado como verdad y compendio del misterio trinitario. El Cristo total, Cristo redentor en su plenitud divina, con el Padre y el Espíritu, eso es la Trinidad

Por encima sobrevuela el pelícano de Dios, la vida misma como entrega hasta la muerte y como nuevo nacimiento en que la muerte se supera. En la parte inferior aparecen, entrando ya en el círculo sagrado, la madre de Jesús y el discípulo querido que son signo y compendio de la iglesia.

El óvalo de Dios es un mandala: el círculo en que el mismo Dios se expresa y se completa. Dios no es una especie de camino abierto al infinito, no es una espiral que se está haciendo y va buscando su verdad mientras avanza hacia lo nuevo. Dios se encuentra completo, realizado. Es el amor que existe por sí mismo, como encuentro de personas que se entregan y se acogen mutuamente, en el gozo de de la vida regalada y compartida.

Pero de Dios sólo se puede hablar en cristiano a través de Jesús. Por eso, para entender la Trinidad debemos dirigir nuestra mirada hacia la historia y cruz de Jesucristo. Eso es lo que hace el retablo que ahora estamos estudiando. Dentro del óvalo de Dios está Jesús crucificado, como Pablo decía:

— Los judíos quieren obras, señales poderosas de aquel Dios que actúa como fuerza creadora sobre el mundo.
— Los griegos han buscado la sabiduría, aquel conocimiento que nos lleva al interior de Dios, hasta la hondura en que la mente encuentra su descanso.

— Por el contrario, los cristianos descubrimos a Dios que es Trinidad en Jesús crucificado, con el Padre y el Espíritu.

(Siga interpretando el gran Mandala Trinitario de Burgos quien quiera, analizando cada escena, con el Padre Sacerdote-Rey, con el Espíritu “mancebo”, signo de toda juventud y amor… Yo ofreceré un esquema de la teología trinitaria, a la luz, a los pies, de ese Cristo Trinitario de Burgos).

I. TRINIDAD CRISTIANA. EL ARRIANISMO Y LA FORMULACIÓN DOGMÁTICA DE NICEA.

En el principio de la formulación cristiana de la Trinidad se encuentra la revelación de Jesús y del Espíritu Santo. El centro de la fe lo constituye una doble afirmación: Dios se ha revelado totalmente por la vida, muerte y pascua de Jesús; Dios está presente por su Espíritu en la Iglesia. Los cristianos saben que Dios Padre, Cristo su Hijo y el Espíritu Santo no pueden separarse, de manera que los tres forman un mismo misterio de gracia y adoración. Eso significa que en un primer momento, la Trinidad es un (el) misterio que abarca la vida total de los cristianos. Es experiencia de absoluta Trascendencia (Dios es Padre originario, nadie puede conocerle plenamente). Es experiencia de absoluta Encarnación histórica (Dios es Jesús, en su vida concreta, en su muerte y en su pascua al servicio de los hombres). Esta es, en fin, una experiencia de total Inmanencia.

Se trata de una experiencia total, no de un cambio que se va realizando poco a poco, no de una pequeña variación en el esquema anterior del /judaísmo. Esta es más bien una mutación absoluta: en un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico distinto. Sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, ellos se han visto obligados a expresar de forma distinta su más honda experiencia. Esto les ha obligado a mantener una fuerte tensión conceptual. No eran filósofos profesionales, pero su misma experiencia les ha obligado a elaborar la más honda teología de los tiempos nuevos, sobre todo en relación con las dos grandes herejías, la del arrianismo y la de aquellos que niegan la divinidad del Espíritu Santo. Aquí nos fijaremos principalmente en la primera.

1. El Arrianismo.

Este ha tenido la grandeza racional de unir dos presupuestos que parecen obvios y profundos, elaborando así una visión judeo-helenista muy coherente del cristianismo. De esa forma ha elaborado una herejía que resulta, al mismo tiempo, racional y piadosa:

a) Conforme al presupuesto racional, tomado del platonismo, el arrianismo piensa que la realidad ha de entenderse en forma escalonada, como un despliegue ontológico que va pasando de lo más perfecto (el Dios trascendente) a lo menos perfecto (el mundo inferior); como intermediario entre aquel Dios inaccesible y nuestro mundo perdido, se halla el Logos. Nos encontramos lejos de Dios, necesitamos alguien que lo acerque, lo revele. Ese es el Logos, el Cristo, que estando por encima de nosotros, se encuentra sin embargo bajo Dios;

b) Conforme al presupuesto de piedad dicen los arrianos que Jesús ha sido un individuo sumiso y obediente a Dios. Esta es su grandeza y el ejemplo que ha podido ofrecernos. Resulta osadía quererse hacer divino, era soberbia sentarse junto a Dios. Jesús no ha sido soberbio ni osado sino humilde servidor del misterio. Por eso le vemos bajo Dios, como servidor, un intermediario que sufre por nosotros y revela en /obediencia el gran misterio. La razón y la piedad se hallaban de parte del arrianismo; por eso, lógicamente, pudo pensarse que un día el imperio romano (helenista) se haría arriano, tanto por política (el emperador necesita fomentar la sumisión), como por piedad (nosotros, con Jesús, somos libres).

2. El concilio de Nicea (325).

Pero la Iglesia tuvo que rechazar esas posturas para mantenerse fiel a su experiencia original, tanto en plano religioso como filosófico. Así lo hizo en el concilio de Nicea (año 325), que sigue siendo la fecha clave del /personalismo dentro de la Iglesia cristiana.

a) En la perspectiva religiosa, Nicea afirma que la piedad no consiste en el sometimiento o la obediencia de una persona a la otra, sino en la comunión de iguales; por eso, la confesión nicena de la consustancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo personalismo cristiano. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento, ha destacado Nicea la verdad suprema de la comunión personal. No somos súbditos, sino hermanos y amigos, compartiendo la misma esencia de la vida.

b) En la perspectiva filosófica, la verdad no consiste en la aceptación de una especie de continuo divino descendente, que vincula en una especie de todo sagrado lo más alto (el Dios separado) y lo más bajo (la humanidad mundana). La /verdad está en la distinción que se abre a la unidad, entendida como encuentro de personas. Dios es divino, sin necesidad de /mundo; por eso no crea el mundo externo ni se encarna en Cristo para resolver alguna especie de carencia sino para expresar en forma finita su misterio infinito. Por su parte, el mundo es mundano, no necesita hacerse en Dios (perderse en lo divino) para alcanzar de esa manera su grandeza.

En estas formulaciones del dogma de Nicea seguimos fundando nuestro personalismo cristiano, tanto en perspectiva de piedad como de pensamiento. Se escuchan de nuevo en nuestro tiempo las voces de nuevos arrianos piadosos que defienden el sometimiento eclesial o teológico y la pura obediencia religiosa. Frente a eso debemos elevar el principio dogmático de la consustancialidad personal, de la /igualdad en el diálogo. Fuente y garantía divina de ese diálogo personal, sigue siendo la fe trinitaria. Además, también es importante el dogma de Nicea en clave de pensamiento. Hay en el fondo de nuestra /cultura un miedo a lo humano que se expresa de dos maneras muy distintas, aunque en el fondo.

convergentes. Algunos quisieran que el hombre fuera una especie de apéndice de Dios, un último eslabón de lo divino. Otros desean introducirle del todo en la materia, haciéndole un momento del despliegue cósmico. Unos y otros parecen negar lo que él tiene de más propio: su identidad humana, su capacidad de /encuentro personal, en libertad creadora. La formulación trinitaria que está al fondo de Nicea tiene dos grandes consecuencias. Ella independiza a Dios, dándole un contenido interior de diálogo consustancial y definiéndole como encuentro de personas iguales, en diálogo de amor. Ella independiza al ser humano, haciéndole autónomo, personal, responsable de sí mismo: el hombre pertenece al mundo y se encuentra vinculado con Dios, pero su identidad se expresa en el nivel humano del encuentro libre y el diálogo entre iguales, que se funda en el /misterio trinitario.

II. PRIMERA TEOLOGÍA: COMUNIÓN TRINITARIA.

La respuesta de Nicea no resolvió externamente los problemas, sino todo lo contrario. La historia cristiana del siglo IV fue un inmenso movimiento de ideas, experiencias religiosas e intereses políticos, centrados en gran parte en los problemas de la identidad divina de Cristo y del carácter del Espíritu Santo. Externamente, la disputa se centró sobre la divinidad del Espíritu Santo y la respuesta de la Iglesia, ratificando y ampliando la palabra de Nicea, vino a quedar fijada en el concilio de Constantinopla (año 381). Lo que estaba en juego era, en el fondo, la identidad del diálogo personal intradivino, y la posibilidad del /diálogo humano, expresado en la Iglesia.

a) Estaba en juego la identidad del diálogo divino, expresado por la consustancialidad del Padre y del Hijo, culminado por la divinidad del Espíritu Santo. Al hablar de un Espíritu que sigue siendo una especie de semidios (Dios inferior), los neoarrianos (o pneumatómacos: contrarios al Espíritu Santo) siguen manteniendo la lógica de sumisión piadosa y gradación filosófica. En contra de ellos, la Iglesia ha ratificado la identidad divina del Espíritu Santo: es momento y culmen del misterio de la comunión divina. Esto significa que Dios se clausura como Dios, no para cerrarse o separarse de forma orgullosa de los hombres, sino precisamente para poder abrirse de un modo gratuito hacia ellos.

b) Estaba en juego la identidad del diálogo humano, entendido en suforma completa, ternaria, como separación (dualidad) y vinculación de personas (trinidad). Al tomar en serio a Dios, la Iglesia toma en serio al ser humano, descubriéndole como signo de Dios y ser independiente en su misma relación comunitaria. El /hombre (varón y mujer) se define como proceso y /encuentro personal, como donación de sí y como experiencia de complementariedad. Eso sólo es posible en perspectiva trinitaria.

1. Consecuencias para la experiencia cristiana.

Desde una clave experiencial, debemos recordar que la Trinidad no ha formado para los capadocios o cristianos del siglo IV un objeto de teoría. Ella ha sido más bien un presupuesto y condición de su experiencia creyente. Podríamos decir que ella aparece como hermenéutica primera o más profunda del misterio cristiano:

a) La Trinidad es, ante todo, una exégesis del misterio de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su /relación con el Padre y el Espíritu) como en su apertura hacia los hombres (en su mensaje y don pascual). El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y como entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión (el encuentro de amor donde todo llega a su verdad perfecta). Sólo como expresión total del evangelio tiene sentido la Trinidad cristiana. Frente a las tríadas de tipo naturalista (padre, madre, hijo), religioso (Brahma, Vishnú, Shiva) o filosófico (Uno, Mente, Alma), los cristianos ofrecen el testimonio supremo de su experiencia mesiánica: fuente y sentido personal del evangelio, eso es la Trinidad para ellos;

b) La Trinidad es hondura divina que implica y despliega Espíritu en la Iglesia; es la experiencia de una comunión divina culminada y perfecta, que suscita y fundamenta toda comunión humana. Dios es comunicación, decimos. Por eso, la Iglesia es experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan, reciben y comparten la vida en amor fuerte. Esta es la palabra: el Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la Iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta. Eso es lo que la Iglesia llama el Espíritu Santo; es lo que han defendido con toda fuerza los padres del concilio de Constantinopla. Ellos aparecen de esa forma como los mayores defensores de la /teología personalista.

Por eso, hemos de volver a la base de la experiencia evangélica, descubriendo el sentido de la Trinidad en la misma experiencia de Jesús. No hay dos experiencias, una para Dios, otra para los hombres. No existen dos leyes, una de poder superior, propia de Dios, y otra de sometimiento servil, reservada para los hombres. Hay una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:

a) Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los hombres. Descubrimos en Jesús lo que supone la vida como donación y entrega, abierta hacia la culminación de la /comunidad (en Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.

b) Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, el Logos o Hijo. Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo Jesús porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los hombres (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua). No hay, por tanto, dos verdades, una para Dios y otra para los humanos. No hay dos trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) y una sola verdad trinitaria (Dios es divino en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización para los hombres). Como hemos dicho antes, la Trinidad libera a Dios de su búsqueda incesante (no tiene que crear ni encarnarse para ser divino). Pero al mismo tiempo, la Trinidad libera al hombre para ser persona: no tiene que andar buscando su identidad como judío errante, como peregrino siempre fracasado de sí mismo. La persona tiene su verdad en el misterio trinitario: allí habita, allí encuentra su sentido.

2. Consecuencias teológicas.

En el nivel más teológico o fundante, podemos destacar varios elementos que siguen siendo fundamentales para entender el sentido de la Trinidad cristiana. Uno es de tipo más especulativo, otro más práctico. Ambos se aplican a la Trinidad en sí, es decir, al misterio intradivino. Ambos deben ampliarse a la visión trinitaria del ser humano. El primero es de tipo más especulativo y nos sitúa en el plano de eso que pudiéramos llamar la génesis de la realidad. Así podemos decir que el ser de Dios existe en la medida en que se hace, en un despliegue que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo.

En esa perspectiva podemos hablar de sus tres momentos constitutivos, como ousia o esencia fundante (Padre), como dynamis o poder expansivo (Hijo) y como entelekheia o perfección activa (Espíritu Santo). Dios aparece así como un despliegue ontológico, si es que se permite utilizar esa palabra. Existe en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, abierta hacia el encuentro, es decir, a la comunicación personal. Desde ese fondo, podemos decir que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en un gesto de inhabitación (perikhóresis) que la tradición latina posterior ha podido precisar a través de dos palabras vinculadas y muy significativas:

a) Circumincessio. Cada persona existe en la medida en que camina (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos) puede y debe representarse como círculo: el proceso divino se cierra en sí mismo, culmina en un gesto de donación perfecta.

b) Circuminsessio. Cada persona se asienta o tiene su sede en la otra. No sólo camina hacia ella, sino que habita en ella; existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que está fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. Esta terminología de inhabitación dialogal (perikhóresis) nos permite comprender, por un lado, el misterio de Dios y, por otro, nos lleva a interpretar con gran fuerza el sentido de la comunión humana. Hay en Dios un proceso (circumincessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu, y viceversa; hay un camino de realización que no se pierde en el vacío ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo. El proceso de Dios es un proceso culminado. Por eso, los cristianos (en contra de musulmanes y judíos, que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos, que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en él su movimiento trinitario. Por eso, al mismo tiempo, decimos que Dios es un encuentro de amor (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria en la que cada una de las personas encuentra su sentido y plenitud en la otra. Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. No es un problema que consigan resolver los sabios de la tierra. Más que enigma o problema, la Trinidad es misterio que hace pensar y cantar, en misterio de gozo.

III. TEOLOGÍA POSTERIOR. ELABORACIÓN TRINITARIA.

Ahora trazaremos algunos de los intentos más significativos de formulación cristiana de la Trinidad. Descubriremos, centrándonos en los elementos antropológicos del tema, que en el fondo de ellos se expresa toda la búsqueda filosófica del occidente cristiano.

1. Trinidad intrapersonal: san Agustín.

En una obra de impresionante lucidez, que ha inspirado gran parte de la reflexión filosófica de occidente, san Agustín interpreta la Trinidad a partir del despliegue de la mente humana, que se conoce y se ama a sí misma, en proceso de autorrealización consciente. Soy humano (Padre de mí mismo) al conocerme (haciéndome idea, Hijo) y al amarme (asumiéndome a mí mismo, Espíritu Santo). La Trinidad avala y da sentido al proceso de personalización individual (en conocimiento y amor) del ser humano. Es bueno este modelo, está en el fondo de gran parte de la teología occidental (san Anselmo, santo Tomás de Aquino). Pero posiblemente olvida o deja al margen el aspecto comunitario de la Trinidad, el carácter dialogal de la persona. No basta, para que exista persona, el diálogo interior del ser que se conoce y ama a sí mismo; quizá debamos añadir que una persona (divina, humana) sólo se conoce y ama en la medida en que se abre a los demás.

2. Trinidad interpersonal: Ricardo de San Víctor.

Desarrollando una línea esbozada por el propio san Agustín, Ricardo de San Víctor ha expuesto en el siglo XII el más perfecto de los esquemas dialogales de la Trinidad: sólo es persona (Padre) quien sale de sí mismo, haciendo así surgir al otro (Hijo), para compartir con él un mismo amor (Espíritu Santo). La personalización no es resultado de un despliegue individual (como en la línea anterior) sino un proceso de donación y encuentro entre varios sujetos. La comunidad perfecta, realizada en lo divino, como fuente de toda comunión humana, eso es la Trinidad. Este esquema nos sigue pareciendo muy valioso. Fundamentalmente aceptamos su análisis del amor: el descubrimiento de la Trinidad como misterio de gloria y de gozo, de amor que disfruta, de realización afectiva.
Pero debe ser ahondado desde una visión más profunda de la encarnación (el Hijo de Dios se hace persona en lo humano) y de la pascua (pertenece a la persona la muerte, la entrega en favor de los demás).

3. Trinidad como historia del Espíritu: Hegel.

La realidad fundante y plena se define, para Hegel, como movimiento y vida: por eso se disocia de sí misma (se dualiza, en antítesis de Padre e Hijo), para superar después la disociación (Espíritu), en un proceso que podemos entender como historia de Dios. Hegel ha querido vincular en su esquema trinitario todo lo que existe: la revelación cristiana aparece a sus ojos como expresión de la verdad (despliegue lógico) del Espíritu y como verdad de la misma historia, entendida ya como teodicea, es decir, como despliegue y suma del mismo ser divino. Nos parece positivo el esfuerzo trinitario de Hegel, pero quizá corre el riesgo de nivelar la historia concreta de Jesús y de negar la libertad del ser humano. Más que una Trinidad de personas podemos hablar aquí de una dialéctica de ideas, enfrentadas de algún modo en clave de batalla. Es positivo que Hegel haya acentuado la antítesis: sin enfrentamiento (lo que los latinos llamaban oppositio) no existe relación entre personas. Pero corre el riesgo de entender esa oposición en forma de /violencia, ratificando así la lucha entre las personas. Por otra parte, en el modelo hegeliano parece que los individuos pierden su valor, quedan englobados en una especie de sistema necesario, en el que no existe verdadera libertad, ni amor auténtico.

4. Trinidad como autorrevelación: K. Barth y K. Rahner.

En formas diferentes, con esquemas convergentes, Barth y Rahner han vuelto a utilizar el esquema agustiniano del despliegue intrapersonal para exponer la Trinidad. Pero no lo han hecho partiendo del análisis del hombre que se conoce y ama sino del misterio fundante de la revelación de Dios, desarrollando así una perspectiva que se encuentra implícita en Hegel. Se ha dicho algunas veces que Dios manifiesta a los hombres «las verdades de la salvación». Pues bien, ambos contestan que Dios no revela verdades, sino que se revela a sí mismo, en gesto de donación completa de su propio ser divino. Dios se define de esa forma como el que se da, saliendo de sí mismo en gesto de absoluta transparencia (Padre); pero al mismo tiempo debemos añadir que Dios es el don, lo revelado, pues se da a sí mismo en su totalidad (Hijo); Dios es, finalmente, el proceso y culmen de la /donación, de tal forma que él se presenta como el que recibe y acoge la revelación (es Espíritu Santo). Es hermoso este esquema, pero suscita algunas dificultades: alguien podría objetar que Dios es un inmenso egoísmo (un proceso de autodonación), a no ser que afirmemos la necesidad del hombre como destinatario de esa donación (introduciendo por tanto a los humanos en la misma Trinidad); por otra parte, en este esquema es difícil hablar de personas, como los mismos autores han acentuado (hablan de los modos de ser o de manifestarse Dios, no de personas). Uno y otro corren el riesgo de negar la Trinidad, cayendo en una especie de modalismo. Por otra parte, en este esquema resulta difícil identificar al Hijo de Dios con el Cristo de los evangelios.

5. Trinidad como historia.

Son muchos los autores que, desde diversas perspectivas, están destacando el sentido de la Trinidad como historia de Dios, aunque después maticen y distingan sus afirmaciones. J. Moltmann ha destacado la implicación escatológica de la Trinidad, vinculada al despliegue total del ser humano. B. Forte pone de relieve el aspecto revelatorio de la historia, con rasgos que vuelven a acercarnos a la mística del silencio: la verdad de la persona se encuentra más allá de la palabra. L. Boff y los teólogos de la /liberación han acentuado la vinculación entre libertad y trinidad, en camino de donación personal abierta a la participación comunitaria. Estos intentos nos parecen buenos, pero es posible que no hayan estudiado de forma suficiente la relación entre el despliegue de Dios y el tiempo humano, en claves de encarnación y pascua.

IV. PROPUESTAS Y RECAPITULACIÓN.

1. La Trinidad forma la base y sentido del camino eclesial, por eso su misterio no puede plantearse a nivel puramente teórico. Conseguir una buena formulación trinitaria, independiente de la vida personal y comunitaria de los fieles, sería un engaño, una mentira, porque la Trinidad pertenece al campo de la teología práctica, tanto o más que al de la teología especulativa. La Trinidad es tema para discutir, porque es sobre todo un misterio para vivir (hacer del mundo expresión del encuentro de amor de las personas divinas), y para celebrar (convertir nuestra existencia en alabanza de gloria). Por eso, frente a los que quisieran resolver la Trinidad para aparcarla pasando a otros problemas, tenemos que decir que el misterio trinitario nunca se podrá resolver, no lograremos dejarlo nunca atrás, porque nosotros mismos estamos inmersos en ese misterio. Conocer y vivir la Trinidad es vivirnos a nosotros mismos.

2. Tenemos que encontrar categorías trinitarias de tipo evangélico, es decir, que broten del mensaje, muerte y pascua de Jesús. En esa línea venimos elaborando, desde hace algún tiempo, unas categorías personales en clave de gratuidad (Dios Padre es fuente gratuita de todo lo que existe), pobreza (el Hijo lo recibe todo del Padre y todo lo entrega otra vez al Padre, en favor de los hombres) y universalidad (la comunión del Espíritu en Dios es fuente y sentido de toda comunión interhumana). Estas categorías necesitan elaborarse en forma personal, pues juzgamos que los nombres de Padre, Hijo y Espíritu Santo siguen siendo fundamentales en la simbólica trinitaria. Pero ellas nos permiten superar unos esquemas de pobre personalismo intimista, abriéndonos al despliegue total de la economía divina, conforme a la famosa afirmación de K. Rahner: la Trinidad inmanente (Dios en sí) es la misma Trinidad económica (la que se revela en la historia de la salvación) y viceversa. Quiero recordar, sin embargo, que el término pobreza (adaptado a la encarnación en pequeñez y a la muerte en cruz) ha de entenderse de forma dialéctica: el Hijo se ha hecho (es) por nosotros Pobre siendo rico (poseyendo toda la riqueza de Dios). Por otra parte, la universalidad del Espíritu ha de entenderse en clave de comunión cristiana, como signo del despliegue total de Dios en nuestra historia.

3. Quizá el mayor de todos los problemas trinitarios, en clave formal, sea el de la identificación de la persona del Espíritu Santo. En la línea de nuestra exposición, el Espíritu se puede interpretar de dos maneras.
a) Puede entenderse como tercera persona, es decir, como aquel que brota de la unión del Padre y el Hijo, en la línea de un nuevo /sujeto o centro relacional de amor. En esta perspectiva se le ha venido concibiendo de ordinario, cuando se presenta simbólicamente la Trinidad como encuentro de tres sujetos.
b) Pero el Espíritu puede interpretarse también como la misma unión dual, como el amor común que vincula al Padre y al Hijo. No sería un tercero, sino la misma dualidad (amor ambital) entendido como persona. En este caso se podría decir que la Trinidad está formada por dos personas con carácter de sujeto y por una tercera persona con carácter de amor común. Estas dos visiones plantean grandes problemas y consecuencias de tipo antropológico.

Evidentemente, es difícil resolver estos temas, y de un modo especial los planteados en el último apartado. Ellos nos sitúan en el centro de la antropología teológica, entendida como temática que se vive y piensa. Quizá podamos decir que la Trinidad, vinculada como está con la encarnación, es el único misterio cristiano, el misterio que más da que pensar, pues es aquel que más nos hace vivir. De esta forma retornamos a los temas planteados al principio. Hay signos trinitarios en las más diversas religiones y experiencias, como los Padres de la Iglesia habían indicado, con símbolos tomados de este mundo: raíz, tronco, ramas; fuente, río, mar; fuego, llama, luz… Sin embargo, el único signo verdadero es el mismo ser humano, en su despliegue personal y comunitario. Además, está pendiente en clave trinitaria el diálogo interreligioso. En relación con los budistas, la trinidad plantea la posibilidad de hablar de Dios, de encontrar signos que puedan expresarlo. Frente a los avataras del hinduismo y sus tres posibles formas de hablar de lo divino, los cristianos debemos destacar la encarnación histórica del Hijo de Dios en Cristo y la vinculación del Espíritu con la vida eclesial.

Más intenso e importante ha de ser el diálogo trinitario con las religiones monoteístas. En relación con los judíos, el tema es la divinidad del mesías, muy relacionada con el tema del mesianismo (en pobreza), y el sentido de la universalidad cristiana (que supera la visión particular de Israel como pueblo escogido). En relación con el Islam, el diálogo tendrá dos centros: por un lado habrá que mostrar que la visión popular de la Trinidad que ofrece el Corán (Dios, María, Jesús) no responde a la raíz del cristianismo; por otro lado, habrá que mostrar el carácter personal de la revelación de Dios (que no se expresa en un Corán escrito, sino en la persona de Jesús). En ambos casos, el diálogo trinitario nos llevaría a los problemas que hemos visto al tratar del arrianismo. Allí sigue estando, a nuestro juicio, el gran problema filosófico y religioso en torno al misterio trinitario.

BIBL.: BoFF L., La Trinidad, la sociedad y la liberación, San Pablo, Madrid 1987; FORTE B., Trinidad como historia, Sígueme, Salamanca 1988; MILANO A. (ed.), Persona e personalismo, Dehoniane, Nápoles 1987; MOLTMANN J., Trinidad y Reino de Dios, Sígueme, Salamanca 1983; O’CARROL M., Trinitas. A Theological Encyclopedia of the Holy Trinity, Glazier, Wilmington 1987; PANNENBERG W., Teología sistemática I, Univ. Comillas, Madrid 1994; PIKAZA X., Dios como Espíritu y Persona, Secretariado Trinitario, Salamanca 1989; ID, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 1993, 515-532; ID, Trinidad y comunidad cristiana, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990; PIKAZA X.-SILANES N. (eds.), Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992; RovIRA BELLOSO J. M., Revelación de Dios, salvación del hombre, Secretariado Trinitario, Salamanca 1988.

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