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Viernes 14 de Abril de 2014. “Viernes Santo”.

Viernes, 14 de abril de 2017

De Koinonia:

Camino del Calvario

Isaías 52,13-53,12

Él fue traspasado por nuestras rebeliones

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quien creyó nuestro anuncio?,
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomo el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.

Salmo responsorial: 30

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí. /
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cachorro inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: “Tú eres mi Dios.”
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, /
los que esperáis en el Señor. R.

Hebreos 4,14-16;5,7-9

Aprendió a obedecer
y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación

Hermanos:

Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

 

Juan 18,1-19,42

Pasión de N.S.Jesucristo según san Juan

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo:

+. “¿A quién buscáis?”

C. Le contestaron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Les dijo Jesús:

+. “Yo soy.”

C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+. “¿A quién buscáis?”

C. Ellos dijeron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Jesús contestó:

+. “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste.” Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+. “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”

* Llevaron a Jesús primero a Anás

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.” Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:

S. “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?”

C. Él dijo:

S. “No lo soy.”

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentÁndose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:

+. “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.”

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”

C. Jesús respondió:

+. “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy

C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:

S. “¿No eres tú también de sus discípulos?”

C. Él lo negó, diciendo:

S. “No lo soy.”

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. “¿No te he visto yo con él en el huerto?”

C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.

Mi reino no es de este mundo

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?”

C. Le contestaron:

S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.”

C. Los judíos le dijeron:

S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

C. Jesús le contestó:

+. “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”

C. Pilato replicó:

S. “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?”

C. Jesús le contestó:

+. “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”

C. Pilato le dijo:

S. “Conque, ¿tú eres rey?”

C. Jesús le contestó:

+. “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

C. Pilato le dijo:

S. “Y, ¿qué es la verdad?”

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”

C. Volvieron a gritar:

S. “A ése no, a Barrabás.”

C. El tal Barrabás era un bandido.

* ¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. “¡Salve, rey de los judíos!”

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.”

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. “Aquí lo tenéis.”

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.”

C. Los judíos le contestaron:

S. “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.”

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:

S. “¿De donde eres tú?”

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”

C. Jesús le contestó:

+. “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.”

¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. “Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.”

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

S. “Aquí tenéis a vuestro rey.”

C. Ellos gritaron:

S. “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

S. “¿A vuestro rey voy a crucificar?”

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. “No tenemos más rey que al César.”

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron, y con él a otros dos

C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.” Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.””

C. Pilato les contestó:

S. “Lo escrito, escrito está.”

Se repartieron mis ropas

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:

S. “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.”

C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.

Ahí tienes a tu hijo. – Ahí tienes a tu madre

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

+. “Mujer, ahí tienes a tu hijo.”

C. Luego, dijo al discípulo:

+. “Ahí tienes a tu madre.”

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Está cumplido

C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+. “Tengo sed.”

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+. “Está cumplido.”

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

*Todos se arrodillan, y se hace una pausa

Y al punto salió sangre y agua

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron.”

Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

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*

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

(24 de marzo de 1978)

Queridos hermanos:

Después de escuchar la palabra de Dios en esta tarde del Viernes Santo, narrándonos la tragedia del Calvario, mejor sería guardar silencio y con el corazón agradecido adorar al Divino Redentor. Pero es necesario, es obligación del celebrante, aplicar esta palabra eterna a los que estamos viviendo esta ceremonia. Y es que la liturgia no es simplemente un recuerdo, la liturgia es actualización; aquí en la Catedral esta tarde de marzo de 1978, Cristo nos está ofreciendo la fuente inagotable de su redención a los que hemos venido con fe, con esperanza, a contemplar este misterio de la redención.

Es como si en este momento lo que se acaba de leer estuviera pasando aquí ante nuestros ojos y fuéramos nosotros los que nos estamos salpicando con esa sangre que se derrama en el Calvario. Las tres preciosas lecturas nos dan la medida sin medida de este gesto de amor que se llama la redención.

La primera lectura nos presenta el abatimiento de Cristo hasta la profundidad de una humillación que no tiene nombre. La segunda lectura, carta a los Hebreos exalta ese personaje humillado en la cruz hasta las alturas del cielo hecho pontífice supremo de nuestra salvación. Y el precioso relato de la pasión que los jóvenes seminaristas acaban de hacer, nos dice cómo sucedió todo esto: la humillación y la exaltación.

La ceremonia del Viernes Santo, que substancialmente dentro de unos minutos consistirá en la adoración de la cruz, no es una ceremonia triste, es una ceremonia que canta el triunfo de la cruz, es un canto triunfal a la bandera más gloriosa que se ha extendido en la historia: la santa Cruz. La Cruz significa la humillación de Cristo pero también significa la exaltación del Hijo de Dios redentor de los hombres. Por eso, si se han fijado, con esa finura que la fe tiene, al escuchar el relato de la pasión escrito por aquella pluma mística de San Juan el evangelista, se descubre que todo parece un canto de triunfo hasta en las horas más humillantes que allí relata. Juan tiene una perspectiva de cielo, de triunfo y la proyecta sobre esa sangre y sobre ese dolor que él va narrando pero con una visión celestial: el cordero silencioso que se humilla es el Hijo de Dios que será, y ya está desde esta misma tarde, exaltado.

1º. EL SIERVO DE DIOS, COMO UN CORDERO ES LLEVADO AL MATADERO

a) EL SUFRIMIENTO DE CRISTO

Por eso, hermanos, el primer pensamiento de hoy tenía que ser este del profeta Isaías: “¡ El siervo de Dios, como un cordero llevado al matadero, cargó sobre sus espaldas las iniquidades de todos los hombres! ¡Y lo vimos y no parecía cara de hombre, era horroroso, se volvía el rostro al mirarlo, daba asco, daba miedo, un matado como no ha habido otro matado, un torturado que ha superado todas las torturas, una humillación hasta el abismo! “El profeta Isaías por inspiración de Dios nos anticipa, siete siglos antes, lo que está sucediendo esta tarde: la humillación del Cordero.

Son palabras inigualables. Por eso decía que más que hablar, es necesario amar, meditar, mirar, así sea necesario hasta con repugnancia el rostro como ha quedado de Cristo, como un gusano que se revuelca en el polvo de la tierra, entre salivazos y sangre; entre dolores inauditos, verdaderamente un deshecho de la humanidad. No se puede describir, hermanos, es necesario que cada uno, este Viernes Santo, vea con los ojos del alma esa víctima cómo la han dejado nuestros pecados. Porque Cristo no padece por culpa suya, Cristo se ha hecho responsable de los pecados de todos nosotros. El que quiera medir la gravedad de sus pecados, mire a Cristo crucificado y diga con lógica: ¡así lo he dejado yo! yo lo he matado por limpiarme de mis suciedades, El se hizo sucio por limpiarme de mis abominaciones, El se ha hecho abominable hasta la palabra que parece una blasfemia, pero lo dice la Sagrada Escritura: “El que no tenía pecado, por nosotros se hizo pecado, maldición, castigo de Dios”. Eso es Cristo, el pararrayo de la humanidad, allí descargaron todos los rayos de la ira divina para librarnos a nosotros, que éramos los que teníamos que sucumbir porque hemos puesto la causa de la maldición cada vez que hemos cometido un pecado.

Da lástima, hermanos, que en la Semana Santa, los cristianos no lloremos con profundo dolor el haber sido la causa del sufrimiento de Cristo; y que en vez de purificamos y de convertimos, hagamos de la Semana Santa como una cita para el pecado. Como si no fuera suficiente ya lo que hemos cargado sobre las espaldas humildes del Redentor, seguimos cargando y pecando y ofendiendo más y más al Señor.

b) EL SUFRIMIENTO DE NUESTRO PUEBLO

Pero aquí en la profundidad de esta humillación, mientras miramos a Cristo clavado en la cruz nos invita la Sagrada Palabra a descifrar un misterio de actualidad. Si Cristo es el representante de todo el pueblo en sus dolores, en su humillación, en sus miembros acribillados con unos clavos en una cruz, tenemos que descubrir el sufrimiento de nuestro pueblo. Es nuestro pueblo torturado, es nuestro pueblo crucificado, escupido, humillado al que representa Jesucristo Nuestro Señor para darle a nuestra situación tan dificil un sentido de redención.

No es extraño, hermanos, que al sentirse así el pueblo humillado como Cristo, quiera sacudir sus cruces, quieran botar los clavos, los azotes; quiera liberarse. Y surgen los liberadores del pueblo pero muchos en un sentido falso. Yo quisiera, hermanos, que al mirar a Cristo crucificado en esta tarde de Viernes Santo, y mirar en sus miembros también a nuestro pueblo sacrificado, tratáramos de ver en qué consiste la redención que Cristo nos está ofreciendo en sus carnes benditas para nuestro pueblo. Y la clave es muy sencilla: basta escuchar de aquellos labios moribundos las siete palabras que como un testamento de su espíritu nos está dejando para que comprendamos los ideales de la liberación cristiana.

El Papa Pablo VI ha dicho que la Iglesia de nuestros días no puede ser indiferente a las ansias liberadoras del pueblo, que una Iglesia que no se ponga a sentir como propia la angustia, la pena, el sufrimiento del pueblo, no seria la auténtica Iglesia de la redención. Pero el Papa recogiendo las voces del episcopado ha dicho también cómo es la liberación que la Iglesia ofrece. Porque si la Iglesia en sus ansias de liberación se dejara manipular por una liberación que no es cristiana, por una liberación de odios, de revoluciones, de violencias, perdería su fuerza, no sería la verdadera redención de Jesucristo.

c) LA LIBERACION QUE LA IGLESIA OFRECE

Por eso, hermanos, a quienes ansían con sinceridad y con una gran sensibilidad social un mundo mejor, una patria mejor, a quienes quieren limpiar las escupidas del rostro de la Patria, a quienes quieren limpiar la sangre que chorrea nuestro pueblo, le conviene escuchar de los labios del gran liberador Jesucristo, cómo debe de ser la liberación que la Iglesia y sus cristianos ofrecen a esta patria, a este mundo, a esta situación.

” ¡PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN!”

Oigamos la primera palabra de Cristo.-” ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! ” Qué lejos está el liberador del odio, del resentimiento, de la venganza. El que podía desatar las fuerzas de la naturaleza y hacer añicos a los enemigos que lo han crucificado. El que podía liberarse haciendo polvo a sus perseguidores, no quiere violencia. Cuando un día Juan y Santiago al ver la ingratitud de los samaritanos que no le daban posada, le pedían permiso para pedir que lloviera fuego sobre aquella ciudad, Cristo les dice: “Ustedes no saben de qué espíritu son, el Hijo del Hombre no ha venido a perder sino a salvar, a dar su vida para salvación de los otros”. Esta es la liberación cristiana. Los cristianos de la Iglesia tienen que ofrecer su colaboración a la liberación de nuestro pueblo pero a partir del amor, a partir del perdón, a partir de esta súplica de Cristo: ” ¡Padre, perdónalos …

“¡ACUÉRDATE DE MI CUANDO ESTES EN TU REINO!”

La segunda palabra de Cristo es al buen ladrón. El ladrón que descubre que en su compañero de suplicio hay algo más que hombre, le dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Y el crucificado divino se vuelve al ladrón y le dice: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. El liberador de los hombres sabe que el paraíso no está en esta tierra pero que un hombre acribillado con la cruz como el ladrón, puede aspirar a un paraíso y lo tendrá si tiene fe. La liberación, hermanos, la liberación cristiana es trascendente. Los cristianos sabemos que en esta tierra no puede haber un paraíso, tampoco queremos adormecer a nadie porque la religión no tiene que ser opio del pueblo, la religión no es conformismo, la religión no es pereza sino que le dice a los cristianos: desarróllense, promuévanse, supérense, pero con la esperanza de un paraíso que sólo existe más allá de la historia. Tampoco condescendemos con una liberación que solamente está esperando el cielo y que se conforme aquí con la tierra, con la esclavitud. ¡De ninguna manera! Los cristianos sabemos que el paraíso tiene que reflejarse también en esta tierra y que los que aquí trabajan por la implantación de un reino del cielo en las relaciones de los hombres, más humanas menos opresivas, menos deprimentes, más iguales, donde nos sintamos todos hermanos, es necesario que refleje aquel cielo en esta tierra para que los peregrinos de la tierra seamos felices en esta tierra y también en la eternidad.

“!AHÍ TIENES A TU MADRE, AHÍ TIENES A TU HIJO!”

La palabra de Cristo viene enseguida con un diálogo amoroso con su santísima Madre y con el discípulo amado: “Ahí tienes a tu madre. Ahí tienes a tu hijo”. La liberación de Cristo, hermanos, es ternura, es amor, es la presencia de una madre bondadosa: María. Y María es el modelo de quienes colaboran con Cristo para la liberación de la tierra y la adquisición del cielo. María en su cántico de acción de gracias proclama las grandezas de Dios y también proclama que Dios desecha el orgullo de los poderosos y enaltece a los humildes, nos enseña que el camino de la liberación verdadera, de la redención cristiana, es el camino de la humildad, el camino del amor, el camino de una entrega como la de María que será también para amamos y encontrar en ella el camino blanco que nos lleva a Jesús.

” ¡TENGO SED!”

Después, Cristo Nuestro Señor sintiendo lo que sentían los crucificados: la fiebre, la sed, el desangramiento, grita con el ansia de sus fauces resecas con una queja de verano: ” ¡Tengo sed! “. La liberación de Cristo no rehuye las angustias fisiológicas del hombre, siente el hambre de los que no tienen lo suficiente para comer, la angustia de quienes no ganan lo suficiente, la sed; la sed de Cristo, hermanos, es la señal de que también se preocupa y siente la angustia temporal de los que peregrinamos en la tierra, y también la redención de Cristo tiene que ver en el bienestar de la garganta, del estómago, del cuerpo humano, de la vivienda, del alfabetismo, de todas esas necesidades que hacen de la tierra el camino hacia Dios, la promoción humana.

La sed de Cristo era una sed auténtica. Los místicos han querido trasladarla a una sed misteriosa de almas. Puede ser, pero ante todo era sed de verdad, sed de agua, quería agua y no había para sus fauces a quienes le dieron hiel y vinagre.

” ¡DIOS MIO!, ¿POR QUE ME HAS DESAMPARADO?”

Después, Cristo, la angustia del espíritu la manifiesta en ese grito misterioso de quien siente la soledad en el dolor: ” ¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?”. Queridos hermanos, cuando llega la hora de la prueba, cuando llega la hora en que hasta la fe parece oscurecerse, cuando se eclipsa la esperanza, cuando el pueblo parece que queda sin horizontes, no olvidemos que esta tarde del Viernes Santo, también El sintió la angustia, el misterio del abandono hasta de Dios, se sintió casi sin el amor del Padre, sin esperanza su vida. ¿Qué extraño, hermanos, en las horas de angustias, de torturas, de prisiones injustas, de situaciones que no tienen explicación, nos volvamos al Padre con la confianza de un hijo para decirle: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Pero con la seguridad de que Dios solamente está sometiendo a prueba la voluntad en la obediencia y en el amor para sacar a flote esa angustia del hombre.

” ¡TODO SE HA CUMPLIDO!”

Si Cristo ve que todo se ha cumplido y dice esa voz que parece una voz de creación: “Todo se ha cumplido”. Qué hermosa es la vida del hombre cuando retorna a la hora de la muerte a la casa del Padre y le puede decir: ¡todos los detalles de mi vida han sido reflejo de tu voluntad divina! Qué triste en cambio tiene que ser la presencia de un réprobo ante Dios. La presencia de un rebelde que le quiere decir a Dios: Señor no obedecí tus leyes, creí que era libre y que la libertad consistía en sacudir tus mandamientos. Quise buscar los caminos de la felicidad no por tus leyes sino por mis caprichos, por mis pasiones, por mis vicios. ¡Qué hermosa la vida, hermanos, cuando a pesar de las pruebas, sabemos que toda va siendo calcada en la voluntad del Señor! Procuremos que esta tarde el mensaje de Cristo muriendo en la cruz se refleje en nuestra vida entregada a su voluntad santísima.

” ¡PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU!”

Y así fue como la última palabra que brota del Señor es la entrega confiada de la vida y de la muerte en los brazos del Señor. Ahora ya aflora otra vez a los labios de Cristo la confianza filial: ” ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” Y a la hora de nuestra muerte sintamos que la presencia del Padre recoge nuestra vida, nuestro espíritu y trasciende con la satisfacción de haber dejado en la tierra una lucha inspirada en el amor y en la fe y en la esperanza. No sangre, no violencia. Que triste será dejar, hermanos, en la huella de la vida, torturados, desaparecidos, matados, terrorismo, incendios, crímenes. ¡Qué cuenta tendrán que dar a Dios esas manos manchadas de sangre que empuñaron látigos y dieron puntapiés a sus hermanos! ¡Qué triste será en aquella hora no poderle decir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, cuando lo que presenta en la hora de la muerte no es un espíritu que ha trabajado en la tierra el amor, la esperanza y la fe, sino la lucha sangrienta que no la quiere Dios!

2º CRISTO NO HA MUERTO

Y así, hermanos, ante este cadáver de Cristo, nosotros reflexionamos esa segunda preciosa lectura de Pablo: ” ¡Cristo no ha muerto! ” Lo más bello de la Semana Santa no es esta tarde. SI, quizá esta tarde es la más conmovedora, ver que un Dios por mi amor se hizo hombre y por mi amor se dejó matar. Pero lo bello es que esa muerte fue rubricada por la potencia de Dios y dentro de tres días, mañana por la noche, cantaremos la victoria de la resurrección, luz y esplendor, la rúbrica de Dios, para decir: el que llevó los pecados de los hombres para clavarlos en la cruz ha sido aceptado el sacrificio. Y el hombre que quiera puede ser perdonado, solidarícese nada más con la pasión, la muerte de Jesucristo, y sepa que por más grande que sean los crímenes y los pecados, Dios los perdonará. Y por eso, hermanos, la liturgia preciosa de esta tarde, ya la vamos a hacer, es una oración universal. Ahora la Iglesia siente que en su corazón es como el de María, ancho como el mundo, sin enemigos, sin resentimientos; va a orar por todos, a pedir por los pecadores para que se conviertan, por los mismos que la escupen y la calumnian para que no vayan a morir en la desgracia de odiarla sino que se conviertan, y con los que son felices, como el buen ladrón, encuentren un paraíso aún después de haberla ofendido. Vamos a pedir por los gobernantes, instrumentos de Dios para hacer paz, justicia en el mundo y no el atropello de la dignidad humana. Vamos a pedir por los que no tienen fe para que encuentren en el camino de luz de la fe, la felicidad que Cristo nos ofrece comprada con su sangre y su dolor esta tarde. Hermanos, es el Sumo Pontífice, dice San Pablo, que ha penetrado los cielos y que desde su cielo, ahora, sin venganzas, con amor infinito en la voz de su Iglesia que peregrina en la tierra, nos está diciendo cómo nos amo cuando murió en la cruz y cómo nos sigue ahora cuando peregrinamos nosotros en pos de él.

Oremos entonces…

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