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14.4.17. Viernes Santo, el grito de Jesús, con las Siete Cruces de cada día

Viernes, 14 de abril de 2017

17903682_774749819368879_3111145497908297945_nDel blog de Xabier Pikaza:

La primera es hoy la de Jesús, la Cruz universal del Burro, que los romanos al principio interpretaron, de un modo sarcásticos en forma de burro.Ésta es la Cruz del Burro despreciado, a quien seguimos no sólo matando, sino echándole la culpa. El crucificado es ignorante y malo, hay que matarle.

En esa línea dice Pablo (1 Cor 1-2) que la Cruz de Jesús es necedad para los “gentiles” (los sabios del mundo) e impotencia y escándalo para un tipo de judíos, que quieren triunfar siempre, que siguen (seguimos creyendo) que Dios está con los que vencen en la historia.

17884364_774748012702393_2845430583553774665_nLa segunda es hoy la de la bomba inteligente y “buena”, que vuela guiada por los dos brazos en forma de alas… Es la cruz de un tipo de Imperio, de la gran cultura de occidente… Cruz de ciencia para matar, cruz de retórica para seguir destruyendo a los malvados, que tienden (se dice) a esconderse en los meandros internos de la tierra, para tramar desde allí atentados contra los buenos… No es por vergüenza la cruz de la bomba atómica (que es además peligrosa para todos por su radiación).

Esta es cruz de la bomba mata para gloria del sistema, cruz de todos los cruzados de una religión (cristiana, musulmana…)que destruye a los contrarios y de una ciencia o cultura que se cree con derecho para echar la bomba donde cree que hay peligro para ella. Liberanos Domine.

17523254_774748112702383_4369450444168380606_nLa tercera cruz sigue siendo hoy la de las niñas asesinadas…. Esta foto de hace un siglo recoge la crucifixión de niñas armenias, en manos de los “nuevos turcos”, que empezaron a “civilizarse” como nación moderna matando a los distintos, a los armenios cristianos, que iban en contra de su unidad… No hicieron un muro, como se hace hoy, tendieron a matar a los inocentes, a los que pueden “procrear y multiplicarse”, en este caso a las niñas, adolescentes, futuras madres de armenios.

Hoy, Viernes Santo, recordamos los genocidios que se siguen perpetrando en puro siglo XXI. En esta cruz queremos incluir el crimen de los que buscaron la unidad nacional alemana en la línea de los nazis, matando a los judíos. Esta es la cruz de los grandes imperios antiguos (asirios, babilonios, romanos…) y de los nuevos imperios (chino, británico, francés, de USA…) que de un modo o de otro destruye a los contrarios.

17903985_774748546035673_8045897263095402518_nLa cuarta cruz es la barbarie de grupos islamistas
que siguen matando no sólo a los cristianos, sino a otros grupos distintos (aunque en especial a los cristianos). No he querido poner la imagen de cristianos crucificados, degollados… Pongo de un modo más “austero” la cruz de los ahorcados por el sistema del tractor o de la grúa (dos grúas) que elevan en el aire los cuerpos de los pretendidos culpables, en un mundo de terror, donde se sigue matando a los distintos…

Ciertamente, un cierto tipo de islamismo militante es signo de cruz, cruz de barbarie, de inhumanidad, de muerte… Pero en el fondo de esa cruz está el principio de muerte de otros grupos sociales, nacionales… y especialmente la muerte que actúa a través de un capitalismo destructor de los pobres.

17903981_774811122696082_1397401278790719796_nLa quinta es la cruz de los mares convertidos en cementerio de pateras, . Cruz de aquellos que mueren porque algunos les expulsan o le obligan a marchar por hambre y persecución… y porque otros no quieren (no queremos) recibirles. En ellos se repite la palabra de Jesús: “Fue extranjero y exilado, y no me recibisteis…”.

Ésta es la cruz de todos los expulsados que vagan por todos los caminos del mar y de la tierra, sin derecho alguno, a merced de las inclemencias del agua… y de la fortuna de aquellos que quieran o puedan recibirles. Esta es la cruz de los que convierten al mundo en cementerio de mar o de desierto, para todos los contrarios o molestos de la tierra.

17903971_774821306028397_3000628194415100890_nLa sexta es la cruz de los muros y las vallas…, muros que cierran el paso de la gente que busca caminos, muros que dividen y matan, vallas de fronteras de muerte o de cárcel… “Estuve encarcelado y no me acogisteis ni visitasteis”. La Cruz es el signo de una humanidad que divide y expulsa, unas veces matando, otras sin matar directamente.

En este contexto quiero recordar la cruz de los guetos, de los barrios marginales, de los suburbios de las grandes ciudades donde se arroja la basura humana, fuera de los muros que protegen a los “buenos”.

17952484_774750099368851_10137508592135696_nSéptima cruz, un misterio. El Cristo de Velázquez

Quiero recordar aquí la cruz del misterio de Dios, que se expresa en el dolor de los hombres. Podría citar en este contexto las cruces románicas de majestad, con la cruces góticas del dolor… y las grandes cruces del renacimiento o el barroco. Pero desde una perspectiva hispana he querido proponer la cruz de Velázquez, que Unamuno comentó emocionado en Salamanca.

Ésta es la cruz que ha servido y sirve para meditar en la miseria y la grandeza humana, que es la grandeza y el dolor de Dios. Este es una cruz que podría convertirse en puro signo estético…, a no ser que recuerde las otras seis cruces anteriores, en oración y compromiso creyente.
Buen día de Viernes Santo para todos. Sigue la meditación.

JESÚS, EL GRAN GRITO

El Nuevo Testamento ha destacado el sufrimiento y pasión de Jesús (cf. Heb 5, 7; Mc 14, 34; 15, 34-37; Lc 12, 50) y recoge, de un modo especial, su llamada de muerte en la cruz: “Y dando un gran grito expiro” (Mc 15, 37). Pues bien, la tradición cristiana ha interpretado esa voz con las palabras del salmo 22, 1 (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?: Eloi, Eloi. Lema Sabaktani: Mc 15, 34), pero ha citado es ese mismo contexto la opinión de aquellos que dicen que llamaba a Elías (Mc 15, 35-36).

De ese grito quiero hablar este día, grito de muerte de miles y millones de personas que siguen sufriendo con Jesús, personas a las que hoy recordados estremecidos, sin aliento. Ese es el grito que han escuchado las mujeres fieles, las únicas que han seguido a Jesús hasta la muerte. Ellas, las mujeres del Viernes Santo, son las fundadoras de la Iglesia de Jesús (Imagen: E. Munch, El Grito).

1. Un grito en la cruz.

Muchos exegetas han interpretado ese grito como invento de la iglesia (los crucificados mueren por asfixia y son incapaces de gritar). Otros lo han entendido como un signo apocalíptico del fin del mundo (como aparece en el Apocalipsis, libro de las últimas voces: Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc; cf. también Mc 1, 11). Pues bien, pensamos que ese grito constituye un recuerdo histórico. Precisamente porque los crucificados no suelen gritar, la tradición cristiana ha conservado el recuerdo de ese grito, a pesar de los problemas que podía plantear a los creyentes. Desde ese fondo se entienden los otros signos que los evangelios han vinculado a la muerte de Jesús.
La tradición recuerda que Jesús no ha muerto como un desesperado, pues en ese caso no podría haberse mantenido su recuerdo salvador. Pero sabe también que, en otro aspecto, su muerte en cruz ha sido un fracaso, aunque ella sepa que, mirando las cosas desde una perspectiva más alta, ese fracaso ha sido culminación de su vida, un momento del Reino que llega. Un Jesús externamente victorioso debería haberse colocado en la línea de los vencedores del sistema, es decir, de los reyes y los sumos sacerdotes, de los ricos y fuertes, los prepotentes. Un Jesús triunfador no podría seguir siendo Mesías de los pobres, expulsados y asesinados, por quienes y con quienes ha proclamado e iniciado un camino de Reino.

Sólo quien sabe perder puede amar de verdad a los demás y acompañarles. Los que quieren ganar siempre y tener siempre razón, acaban siendo dictadores, al servicio del sistema. Desde ese fondo queremos evocar la voz final de Jesús (“dando un fuerte grito, expiró”: Mc 15, 37), que requiere una aclaración, como sabe Marcos que ofrece dos interpretaciones diferentes.

1. Algunos pensaron que Jesús llamaba a Elías, para que viniera y le ayudara (15, 35). Esta opinión se sitúa en la línea del mensaje del propio Jesús, que se había presentado en forma de profeta-como-Elías y responde a la esperanza de aquellos que pensaban que el mismo Elías le sostenía y protegía (cf. Mc 6, 15 y 8, 28). Entendido así, este grito podría ser signo de fracaso: Desde su patíbulo de muerte, Jesús llamó al profeta de los milagros y de la justicia salvadora, pero Elías, el mensajero de Dios (cf. Mal 4, 5), no vino a liberarle. Pues bien, este grito puede interpretarse también en un sentido positivo: Jesús llama a Elías y Elías vendrá, de una forma u otra, avalando la misión profética de Jesús, en la línea que había iniciado Juan Bautista.

2. La iglesia ha escuchado en ese grito unas palabras dolientes del salterio («¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»: Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2), reinterpretadas como llamada al Dios Padre, pues el testigo y protector de Jesús en su agonía no ha sido Elías, sino el mismo Dios, que le había ungido, diciéndole: ¡Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11). Ese Dios del Reino parece abandonarle ahora. Por eso, Jesús le invoca, dolido, con la voz del Sal 22, 2: «¡Dios mío, Dios mío!…». No le abandona Elías, sino el mismo Dios Padre. Por eso, Jesús le llama, elevando su última palabra, haciendo suyo el grito de los condenados que acuden a Dios desde el mismo borde de su muerte.

–- Mc 15, 34- 37 supone que Jesús murió dando un grito (una voz: fônê), que puede ser un signo apocalíptico, una voz de del fin de los tiempos… o el recuerdo de un grito histórico, de una llamada última de Jesús, desde el Calvario. Ciertamente, en ese contexto se suele recordar que los crucificados no gritan (mueren de asfixia). Pero no es imposible que ellos se esfuercen por decir su última palabra y Jesús debió decirla. Desde ese fondo se entienden las observaciones siguientes.

(1) La tradición ha mantenido el recuerdo del grito, que fonéticamente habría contenido un sonido parecido a “eli”, que podía interpretarse en relación con Dios o con Elías. No se puede demostrar que llamaba a Elías, pero esa llamada tiene un sentido dentro de la tradición. Tampoco es fácil demostrar que llamaba a Dios, pero ella se sitúa también dentro de toda la historia de Jesús y de la tradición israelita.

(2) Desde la perspectiva cristiana, lo más normal es pensar que Jesús llamaba a Dios, pero algunos pensaron que llamaba a Elías. Ellos habrían confundido la palabra “Eli” (Dios mío) con un tipo de Eli-yah (mi Dios es Yahvé) o con un Eliya-ta (Elías ven). Desde el punto de vista puramente filológico es difícil resolver la cuestión y, además, la venida de Elías y la de Dios se encuentran vinculadas. (3) El tema nos sitúa quizá ante una controversia entre seguidores y no seguidores de Jesús. Los cristianos tenderían a pensar que Jesús llamó a Dios, mientras que los no cristianos pensarían que llamó a Elías (que no vino a ayudarle).

El evangelio de Marcos recoge la interpretación de los que pensaron que murió llamando a Elías, pero sin rechazarla expresamente. Algunos exegetas piensan que Marcos quería oponerse a la opinión de los que afirmaban que Jesús murió llamando a Elías, aunque esa figura le había acompañado desde el comienzo de su ministerio (desde su contacto con Juan Bautista; cf. también Mc 9, 4).

En esa línea, la referencia a Elías está llena de sentido: humanamente hablando, resulta lógico que Jesús llamara al profeta de los milagros, al testigo de Dios, en cuyo nombre había salido a proclamar la llegada del Reino. Pero, como hemos vito ya (en cap. 1), Elías esta también profeta de la venganza y del fuego del cielo (cf. 1 Rey 18, 38; 2 Rey 1, 10), de manera que podría creerse que, en el momento final, Jesús le habría invocado para que realizara el juicio de Dios sobre sus enemigos. (4) El evangelio ha interpretado el grito de Jesús como invocación a Dios, con las palabras del salmo 22, 1: “Díos mío, Dios mío….”. Así lo suponen aquellos que, según Marcos, están ante la cruz.

Los sacerdotes han acusado a Jesús diciendo que Dios le ha rechazado (cf. Mc 15, 29-32; más expresamente en Mt 27, 39-43). Jesús responde llamándole: “Dios mío, Díos mío: ¿por qué me has abandonado?”. Así lo han entendido los cristianos, interpretando esas palabras desde una perspectiva teológica, iluminando así la muerte de Jesús desde el Salmo 22, donde el orante israelita llama a Dios desde su abandono. Sea como fuere, Marcos no ha espiritualizado la muerte de Jesús, sino que ha dado testimonio de su dureza, añadiendo, sin embargo, que se mantuvo firme en la prueba, sin morir desesperado.

En este contexto debemos recordar los personajes de fondo de la historia de Jesús: Moisés, Elías, David… Parece que Jesús ha muerto como un David fracasado. Como a rey falso le han condenado, poniendo como razón de la condena este letrero: ¡Rey de los Judíos! Como rey derrotado y falso perece Jesús fuera de su ciudad (cf. Mc 15, 26 par). También muere como falso Moisés, pues ha sido condenado por los sacerdotes, custodios de la Ley mosaica. Muere, finalmente como falso Elías, como parecen suponer los que dicen: ¡está llamando a Elías!

Estos datos nos sitúan ante la necesidad de interpretar la muerte de Jesús. El evangelio no ha querido responder de una manera teórica, no ha escrito un libro de “tesis” sobre Jesús, ni ha propuesto un conjunto de dogmas, sino que ha contado una historia, para que los lectores se decidan.

(1) Unos pueden pensar que Jesús ha fracasado. Empezó poniéndose en camino como Elías, para ser verdadero Rey-Mesías, en la línea de David. Pero no ha logrado su intento: Le han condenado como a rey falso. Ha llamado a Elías desde la cruz, pero Elías, profeta del fuego y la venganza, no ha venido .

(2) Otros han descubierto precisamente en la cruz la presencia más alta de Dios. En un nivel externo, Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin escuchar una respuesta. Con ellos muere Jesús. Eleva su grito y Dios calla. Llama y nadie la responde. Pero los cristianos confiesan que Dios le ha respondido en un nivel de Pascua. Dios ama a Jesús, le sostiene en la Cruz y le asiste, haciéndole capaz de entregar hasta el final la propia vida, sin deseo de venganza. Por eso, hay que seguir leyendo el siguiente capitulo del evangelio: Mc 16, 1-8 .

2. Unas mujeres ante la cruz.

En el contexto de la muerte de Jesús, como culmen de la pasión y comienzo de la confesión pascual, ha introducido Marcos el dato de las mujeres. Ellas forman el eslabón más firme de la unión entre Jesús y la Historia de los primeros cristianos (de los que trataremos en el próximo libro). En éste libro apenas las hemos citado (aunque todo lo que hemos dicho de los discípulos de Jesús se refiere a varones y/o mujeres). Pues bien, aquí las encontramos de un modo sorprendente, como lazo de unión entre la muerte y la pascua de Jesús, entre la tumba y el sepulcro abierto, no sólo en el evangelio de Marcos (y de Mateo y Lucas), sino en el de Juan. La presencia de estas mujeres en la muerte de Jesús y en el comienzo de la Iglesia tiene que vincularse al abandono de los discípulos varones “oficiales” (tema del que hemos hablado en el cap. 21: Última Cena) y al nacimiento de la comunidad. Ellas forman un elemento clave de la historia de Jesús :

1. Presencia ante la Cruz: «Había unas mujeres mirando de lejos, entres las cuales estaban María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé. Las cuales le habían seguido cuando estaba en Galilea y le habían servido, con otras muchas, que habían subido también con él a Jerusalén» (Mc 15, 40-41). Éstas son las verdaderas discípulas de Jesús, las que van a servir como enlace entre su vida y el surgimiento de la iglesia pascual. El evangelio de Juan introduce el mismo dato tradicional: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María esposa de Cleofas y María Magdalena” (Jn 19, 25). Creo que el dato es histórico. Mientras los hombres le abandonan, hay unas mujeres que siguen a Jesús hasta la cruz. Ellas son el signo y principio de la Iglesia cristiana.

2. Fue sepultado, mujeres ante la tumba: «Y María Magdalena y María la de José miraban donde le enterraban» (15, 47). Según Marcos, el entierro lo dirige un hombre rico, José de Arimatea. Pero las que de verdad conservan el testimonio de la sepultura, para transmitirlo a la comunidad (ofreciendo el mensaje de la tumba vacía) son estas mujeres. Todo parece indicar que esta “María la de José” es la misma “madre de Santiago el Mejor y de José” del pasaje anterior. Los hombres no han seguido a Jesús hasta el final, no pueden dar testimonio de su muerte y sepultura. La iglesia cristiana nacerá del testimonio de unas mujeres.

3. Ha resucitado, mujeres de la tumba vacía y del menaje pascual. Fueron muy de mañana «María Magdalena, y María la de Santiago y Salomé» (16, 1). Ellas compraron los perfumes y vinieron para ungir a Jesús, descubriendo la tumba vacía y recibiendo el mensaje del joven de la pascua: «Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo habían colocado. Pero id, decir a sus discípulos y a Pedro que él os precede a Galilea, que allí le veréis, como os dijo» (16, 6-7). También aquí suponemos que María la de Santiago es la misma María de José del texto anterior. Estas mujeres aparecen también en el relato de pascua (Mc 16, 1-8)..

Este final de Marcos, con la presencia de las mujeres ante la cruz (en el entierro y el primer testimonio de la pascua), constituye uno de los temas más ricos y enigmáticos de la literatura cristiana primitiva y reproduce, con todo cuidado, la secuencia de la confesión de fe de Pablo en 1 Cor 15, 3-7: «Cristo murió, fue sepultado, resucitó…». Estas mujeres de la cruz y de la pascua, las que han escuchado el grito de Jesús llamando a Dios y le han buscado en la tumba para verle lleno de vida tras la muerte, son las fundadoras de la iglesia

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