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¿Tenemos que esperar a otro?

Domingo, 11 de diciembre de 2016

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“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).

Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”.

La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12). Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo.

Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo?

Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino.

Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”. Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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