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Archivo para Domingo, 11 de septiembre de 2016

Lágrimas que sanan

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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  abrazo

El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.

Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”

*
Henri Nouwen
***

 

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

-“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”

También les dijo:

“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse

el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

*

Lucas 15, 1-32

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“Una parábola para nuestros días”. 24 Tiempo ordinario – C (Lucas 15,1-32)

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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24-TO-600x713En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como esta del «Padre bueno».

El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.

¿No es esta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.

El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?

Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere solo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y solo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».

El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?

El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».

¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.

José Antonio Pagola

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“Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”. Domingo 11 de septiembre de 2016. 24º Ordinario

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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49-ordinarioC24 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 32, 7-11. 13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado:
Salmo responsorial: 50: Me pondré en camino adonde esta mi padre.
1Timoteo 1, 12-17: Cristo vino para salvar a los pecadores.
Lucas 15, 1-32: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Los textos de la liturgia de hoy nos presentan un variado abanico de temas entre los que podemos elegir para nuestra reflexión.

La parábola del padre misericordioso

Antes la llamábamos la parábola del hijo pródigo… Pero el principal protagonista en ella no son los hijos, sino el Padre, siempre lleno de misericordia, por encima de todo.

Con gestos y palabras Jesús expresa su predilección por aquellas personas que en su época eran consideradas “perdidas” a causa del pecado. La cercanía y el cariño manifestado hacia ellos era motivo de crítica por parte de quienes se erigían como garantes de la fe y la religión. Jesús justifica su manera de proceder dándonos a conocer lo que aprendió de su Padre. Sus palabras nos ayudan a entender que su vida es un reflejo del corazón de Dios.

La parábola de “un padre que tenía dos hijos” revela a Dios como un Padre que venera a sus hijos con amor entrañable. La compasión, la misericordia y la ternura son sus notas más características. El relato nos hace saber que Dios ama a sus hijos, que los acompaña en sus decisiones y sufre sus yerros; que aguarda esperanzado y con ansias su regreso; efusivo en sus demostraciones de cariño; que festeja con alegría el momento del reencuentro. ¿Qué habrán sentido los oyentes de la parábola al oír estas palabras? ¿Qué habrán experimentado al saber que Dios estaba contento por reencontrarse con los pecadores, tanto tiempo excluidos de la mesa fraterna? ¿Con qué personajes de la parábola se habrán identificado? ¿Qué habrán pensado unos y otros? ¿Era posible que Dios actuase así con todos? ¿Era necesario dejar en evidencia el reproche y la amargura de aquellos que creían conocer a Dios, pero se daban cuenta que habían errado también ellos en el modo?

Padres… y madres

La parábola también puede parecer un icono del amor que muchas madres tienen por sus hijos cuando se meten en problemas o pasan dificultades. Porque sobre todo en nuestro continente latinoamericano, muchos hogares populares tienen por cabeza de familia a la madre; el padre no está ahí para aguardar pacientemente a los hijos que se fueron.

Pensemos especialmente en aquellas mujeres sufridas de nuestro pueblo que luchan para que sus hijos salgan de la trampa de las adicciones o la delincuencia. ¡Cuánto dolor en su corazón de madres! ¡Cuánta incomprensión hacia ellas por parte de otros miembros de la familia, que no entienden su cariño! ¡Y cuánta alegría cuando ven que ellos retoman el rumbo correcto, que se recuperan, que salen de la muerte! ¡Con cuánto amor los cuidan y los sostienen hasta en los peores momentos! Pensemos también en las madres que no se cansan de buscar y pedir que regresen con vida sus hijos desaparecidos, víctimas de la violencia.

¿Se perdió una… o las 99?

Jesús habla de la pérdida de una oveja, y dice que lo normal es dejar por el momento las 99 en el redil y salir a buscar a la extraviada. Pero se está dando alguna situación en la que parece que las cifras se han invertido: serían casi 99 las que se extraviaron, y sólo quedan unas pocas en el redil.

Eso es lo que parece sugerir la realidad (que a veces iguala la ficción) en algunas latitudes eclesiales actuales, por ejemplo en el Norte de Europa y de América. Allí, en muchas partes, los cristianos andamos desconcertados. Piensan que una ola creciente de materialismo nos invade, que han muerto las viejas utopías, que una política monetarista y de realismo a ultranza se impone a todos los niveles. La sociedad parece secularizarse a marchas forzadas, y parece que la barca de Pedro zozobra… Muchos se han ido, y los hemos despedido con tristeza y resignación. Otros no entran en el aprisco, el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos que, replegados sobre nosotros mismos, nos dedicamos a salvar-conservar lo que nos queda, ya que mucho se ha perdido. Da la impresión de que, efectivamente, se fueron las noventa y nueve ovejas, quedando sólo unas pocas, a cuya atención y conservación deberíamos dedicarnos por entero.

Como estamos en tiempos de «Iglesia en salida», es obvio que no vale el argumento de conservar los restos para justificar el no salir a la calle al encuentro de las 99. Pero tampoco servirá de mucho el salir a la búsqueda de esas 99, para volverles a presentar lo mismo, aquello de lo que ellos han querido alejarse. El caso es hoy más complejo: porque cuando se trata de un fenómeno tan masivo como es en el Norte de Europa y de América, no se puede seguir echando la culpa a la secularización… (No podemos maldecir la realidad sociológica: el mundo moderno es secular, y no va a poder ser de otra manera; lo que sí tendríamos que tener es una versión del cristianismo propia para el mundo secular, no pedir a las 99 que vuelvan a un redil del que culturalmente ya salieron hace tiempo).

En América Latina no estamos en esa situación todavía, aunque los observadores socio-religiosos insisten en que vamos también en esa dirección, que nadie piense que América es distinta. De hecho, Argentina, México, y las grandes metrópolis ya presentan síntomas (y números) claros.

Los diez mandamientos

La primera lectura nos presenta el tema de los diez mandamientos… Dios se los habría dado a Moisés para el pueblo de Israel, y después para los cristianos, e intencionalmente para toda la humanidad. Serían en fundamento de la moral. Sin ellos no sabríamos cómo conducirnos moralmente. Antes de ellos (sólo nuestra especie concreta tiene 200.000 años, pero los mandamientos del monte Sinaí no podrían tener en ningún caso más de 3.200) tal vez estuvimos en un estado de amoralidad animal…

No cabe duda de que los 10 mandamientos han jugado un papel importante en el judeocristianismo (como en otras religiones lo han jugado sus diversas formulaciones morales). Y todavía hoy para muchos cristianos son la referencia moral explícita de la voluntad de Dios. Pero tampoco cabe duda de que ya hay muchas personas cultas, estudiosas, conocedoras de la historia, de la arqueología, de la psicología… que se sienten mal si van a la misa y escuchan comentar esos textos como si fueran el relato fidedigno de una revelación divina que tuvo lugar en el Sinaí, a manos de Moisés, que seguiría siendo todavía hoy el fundamento de la moralidad humana… Quizá este malestar tenga mucho que ver con esas 99 ovejas que en algunas latitudes han abandonado el redil. Leer más…

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Dom 11.9.16. Justicia del hijo, misericordia del padre.Un tema abierto

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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Rembrandt_Harmensz._van_Rijn_-_The_Return_of_the_Prodigal_SonDel blog de Xabier Pikaza:

Dom24 tiempo ordinario. Ciclo C. Lucas 1-32. La parábola llamada “del hijo pródigo” deja el tema sin resolver. El hermano menor ha vuelto a casa, tras gastar la herencia, y su llegada enfrenta al padre con su hijo mayor:

El hijo mayor representa la justicia de la ley. A su juicio, hijo menor (pródigo) que ha gastado el dinero de la herencia en fiestas y pecados debe pagar por lo que ha hecho.

Hay que castigarle, ponerle a trabajar duro, que reconozca no sólo su pecado, sino que devuelva lo gastado, para que la herencia común pueda repartirse bien entre los dos hermanos.

El padre representa la misericordia.Más que la justicia, le importa el hijo menor, que ha estado en trance de perderse. Ciertamente, más tarde, celebrada la fiesta, se podrá hablar quizá de justicia (de cómo replantear nuevamente las cosas, entre los dos hermanos,de cómo repartir trabajos y gastos), pero por ahora, ante el hijo que vuelve, ha de expresarse la misericordia: la fiesta del vino y ternero cebado, con la música y el baile.

El hijos menor, el pródigo, queda así en medio de las dos actitudes, ejemplarmente representadas por el padre y el hermano mayor.

El Padre es la misericordia antes de la ley. Es el amor y la fe que valora a las personas, por encima de todo lo que han hecho, no porque todo dé lo mismo, sino porque el perdón y la fiesta puede cambiar al mismo pródigo (que tiene necesidad de cambiar, no sólo por justicia, sino por dignidad personal).

— El hijo mayor es la ley antes de la misericordia. Que su hermano empiece pagando, y que lo haga en serio… Sólo después, si se convierte de verdad y paga la deuda, se podrá hablar de fiestas.

La solución del problema no es fácil. Porque el problema no habla sólo de hermanos en privado y de padres buenos… Habla de la vida social, de la responsabilidad ante la justicia… y de la misericordia. Hay que intentar reconocer también las razones del hermano mayor… (así lo he querido mostrar en mi libro sobre la misericordia).

En este contexto de la parábola se sitúa el Congreso sobre Mística y Misericordia que se ha celebrado en Ávila a lo largo de este semana.

— Una mística sin misericordia acaba siendo estéril y en el fondo injusta, pues se evade del mundo de Jesús, del sufrimiento de los pobres.

— Una misericordia sin mística pierde su “mordiente”, es decir, su base, su orientación, su “gasolina”, si es que puede emplearse esta palabra popular.

Buen domingo a todos, buena reflexión y mejor opción, a favor de la misericordia justa y de la justicia misericordiosa.

Texto (parte final)

a. El principio misericordia: El Padre

El hijo pródigo vuelve y le dice al Padre:”Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” Y empezaron el banquete.

b. Principio justicia. El hermano mayor

Su hijo mayor estaba en el campo.Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

c. Un intento de solución

Y él mayor replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”

El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.””

Una reflexión abierta

El centro no es el hijo que vuelve, quizá arrepentido, sino el Padre que le espera y acoge, con misericordia, ofreciéndole una terapia de amor y de fiesta. Leer más…

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Cuatro actitudes ante los pecadores. Domingo 24 Ciclo C.

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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hijo prodigoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Por una extraña coincidencia, las tres lecturas de este domingo hablan del perdón a los pecadores, tema muy de acuerdo con este año de la misericordia.

Moisés: intercesión

            Según el libro del Éxodo, Moisés pasó cuarenta días en la cumbre del monte Sinaí hablando con Dios. Demasiado tiempo para el pueblo, que termina pensando que ha muerto. En busca de algo que le ofrezca garantía y seguridad, convence al sacerdote Aarón para que fabrique un becerro de oro. En el Antiguo Oriente, el toro era un símbolo muy adecuado para representar la fuerza y vitalidad de un dios, y por eso los israelitas proclaman: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto».

            Sin embargo, construir imágenes de Dios es una forma de intentar manipularlo. A la imagen se la puede premiar o castigar; se la puede ungir con perfumes y ofrecer regalos si Dios me concede lo que quiero, o se la puede privar de todo si no me lo concede. Además, la imagen destruye el misterio de Dios reduciéndolo a un objeto visible.

            ¿Cómo reaccionará el Señor ante este pecado? El relato no carece de cierto humor. Dios se muestra indignado, pero no actúa. Al contrario, provoca a Moisés para que interceda por el pueblo. Como un padre que, indignado con su hijo, le dice a su esposa que piensa castigarlo para que ella interceda y le anime a perdonar.

            Las palabras que dirige a Moisés: «se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste de Egipto» recuerdan a las que tantas veces dice un marido a su mujer: «tu hijo…», como si no fuera también suyo. Como si Israel no fuera el pueblo de Dios y no hubiera sido él quien lo sacó de Egipto. El tono humorístico, dentro de la tragedia, alcanza su punto culminante cuando Dios le pide permiso a Moisés para terminar con el pueblo: «Déjame, mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

            Pero Moisés no se deja tentar por la promesa de ese nuevo gran pueblo. “El que ahora guío ˗le responde a Dios˗ aunque sea pervertido y de dura cerviz, es tu pueblo, el que sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta. No me eches a mí la culpa y acuérdate de lo que prometiste a Abrahán, Isaac y Jacob”. Bastan estas pocas palabras para que el Señor se arrepienta de la amenaza.

            Dos grandes enseñanzas en este breve relato: 1) lo fácil que es convencer a Dios para que perdone; 2) el responsable de la comunidad nunca debe rechazarla por más pervertida que pueda parecer; su postura debe ser la de Moisés, recordando lo bueno que hay en ella y defendiéndola.

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

– «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:

“Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.”»

Y el Señor añadió a Moisés:

– «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.»

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

– «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac y Jacob, a quienes juraste por ti mismo, diciendo:

“Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.”»

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Los seglares piadosos y los teólogos: rechazo y crítica

«En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»

            La lección de Moisés, intercediendo por los pecadores, no la han aprendido los teólogos de la época (los escribas) ni los seglares piadosos (fariseos). Son partidarios de una separación radical de buenos y malos que excluya cualquier contacto entre ellos. Y, dentro de los malos, los peores son los publicanos, explotadores al servicio de Roma, y los pecadores, gente que no va a la sinagoga el sábado, no ayuna, no reza tres veces al día, no paga el tributo al templo ni los diezmos, no observa las leyes de pureza, etc.

            Pero lo interesante es que escribas y fariseos no se indignan con los pecadores sino con Jesús, porque los acoge y come con ellos. No debe extrañarnos demasiado. ¿Qué dirían muchos católicos, obispos incluidos, si viesen hoy día a Jesús tomándose una cerveza en la sede de LGTB?

Jesús: alegría y acogida

            A la murmuración y la crítica de sus adversarios Jesús no responde con un ataque durísimo a su hipocresía sino contando tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida y los dos hermanos), que insisten las tres en la alegría de Dios por la conversión de un solo pecador.

            ‒ Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al Regar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

            Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.


También les dijo:

            ‒ Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes.

            No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. 

            Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

            Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. ” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestido; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” 

            Y empezaron el banquete.

            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.” Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

            La parábola de los dos hermanos (conocida con el título equivocado de “el hijo pródigo”) es la que más encaja con el problema inicial. El hermano menor representa a publicanos y pecadores, el mayor a escribas y fariseos. Quien lee la parábola sin prejuicios, se escandaliza de la conducta del padre, que malcría a su hijo menor mientras se muestra duro y exigente con el mayor. Este escándalo es el mismo que experimentaban los fariseos y escribas con Jesús. Y es el que él quiere que superen pensando en el amor y la alegría que siente Dios como padre que recupera un hijo perdido. El que no vea a Dios como padre, sino como legislador, obsesionado porque se cumplan sus leyes, nunca podrá comprender esta parábola ni la vida y el mensaje de Jesús.

            La parábola nos ayuda al mismo tiempo a autoevaluarnos.     A veces nos portamos con Dios como el hijo pequeño que se marcha de la casa y sólo vuelve cuando le interesa; otras, en circunstancias familiares difíciles, actuamos como el padre, perdonando y aceptando lo inaceptable; otras, como el hermano mayor, condenamos al que no se comportan adecuadamente y evitamos el contacto con él. Conviene repasar la propia historia desde estos tres puntos de vista y ver cuál predomina.

Dios: compasión

            Los textos anteriores enseñan a través de relatos (Éxodo) y parábolas (evangelio), la segunda lectura cuenta la experiencia personal de Pablo. Él, fariseo de pura cepa, termina descubriéndose como «un blasfemo, un perseguidor y un violento». Ha maldecido a Jesús, ha metido en la cárcel a los cristianos, ha querido exterminarlos. «Pero Dios tuvo compasión de mí… Dios derrochó su gracia en mí… Jesús se compadeció de mí». La experiencia de Pablo, en mayor o menor grado, es la de cualquiera de nosotros. Y nuestra reacción debe ser también la suya de servicio y alabanza a Dios.

            Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 12-17

Querido hermano:

Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mi: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 11 septiembre, 2016

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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TO-D-XXIV

“Solían acercarse a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle.

Jesús les dijo esta parábola:

Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa con cuidado, hasta que la encuentra?

Y cuando la encuentra reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 1-10)

¡Hoy somos invitados a la escucha!

El evangelio de este domingo nos pone dos ejemplos de escucha. La escucha de los publicanos y pecadores y la escucha de los fariseos y escribas.

La escucha de los fariseos y escribas.

Estos últimos son “mensajeros” de críticas, están al acecho de lo que Jesús hace y dice, tienen el corazón enfermo, amargado, no pueden escuchar, oyen y al oír desatan un parloteo interior, un desenfoque de la realidad.

La mente nos agita, engendra ambición, no deja perdonar, nos agarrota con ruidos que nos hacen personas duras, sin capacidad de acoger, de perdona; nos atiborra de ruidos, de orgullo; nos hace sentirnos “las mejores”.

La escucha de los publicanos y pecadores.

El otro ejemplo, el de los publicanos y pecadores que se acercan a Jesús para escucharle. Escuchar con la cabeza y con el corazón. Se acercan a Jesús para escucharle. Es un modo, un talante de ser y de vivir. Dicen los místicos que “el camino más largo de recorrer en la vida es un camino muy corto, el que va de la cabeza al corazón.

Cuando llegamos al corazón nos invita con suavidad a escuchar, “siéntate, corazón mío”. Y es una llamada a buscar lo que hemos perdido, la “moneda perdida” que es muchas veces la paz del corazón. Sentirnos vulnerables, es lo que somos, nos llama a escuchar al Maestro, al Señor Jesús. Quien se abre a la escucha de Jesús, se abre a la plenitud.

Quien con sencillez escucha, siente “cosquilleos” en el corazón, y como la mujer de la parábola, necesitamos comunicar lo que sentimos y decir a quienes nos rodean: ¡felicitadme! He encontrado lo que buscaba, el Espíritu de Dios, y él hará en mí como en María de Nazaret, “obras grandes”, y como Pablo en la 1ª carta a Timoteo 1,12 podremos decir: “doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió esta llamada… el Señor derrochó su gracia en mí”.

ORACIÓN:

Padre bueno,
que nos has enviado a Jesús:
nuestra gratitud.
Jesús, Tú nos hablas,
nos invitas a la escucha,
silencia nuestro corazón.
Santo Espíritu,
que nos iluminas y fortaleces.
Sólo podemos decir:
¡Hágase en mí tu voluntad!.Amén

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Para Dios nadie está perdido

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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buenpastor6Lc 15

Hoy leemos el c. 15 de Lc, que empieza exponiendo el contexto en que se desarrollan las tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdidos. Todos los publicanos y pecadores se acercaban a él. Los fariseos y letrados critican a Jesús por esto. Las parábolas son una respuesta de Jesús a esas murmuraciones. Los fariseos tenían una idea equivocada de Dios. Pensaban acercarse a Él a través del cumplimiento de la Ley. Tantas veces se nos ha inculcado la obligación de buscar a Dios por ese camino, que nos quedamos con el culo al aire cuando el evangelio nos dice que es Él el que nos está buscando siempre. No se trata aquí de la conversión del pecador, sino de la bondad absoluta de Dios para con todos.

A pesar de la radicalidad del domingo pasado (odia a tu familia, ama la cruz, renuncia a todo), hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús para escucharle. Es la mejor demostración de que no lo entendieron como rigorismo, sino como acogida entrañable. Los fariseos y letrados (los buenos) se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está radicalmente en contra del sentir de los fariseos. Toda la religiosidad que nace de esta concepción equivocada de Dios es también equivocada.

Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación, es decir,que nos dejemos empapar por su mensaje. El dios que nos hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza tiene que saltar por los aires. Atreverse a romper una y otra vez el ídolo es la tarea más complicada de toda religión, porque ese ídolo es fruto de nuestros intereses egoístas que pretenden manipular a la divinidad. El Dios de Jesús se identifica con cada una de sus criaturas haciéndolas participes de todo lo que él es. No somos nosotros los que tenemos que “convertirnos” a Dios, porque Él está siempre vuelto hacia cada uno de nosotros. No puede esperar nada de nosotros, pero nosotros, todo lo recibimos de Él.

Las tres parábolas que hemos leído, van en la misma dirección. No solo nos invitan a la confianza en un Dios que nos busca con amor sino que trastocan radicalmente la idea de Dios, la idea de pecador y la idea de justo. Si comparamos la primera lectura con el evangelio, descubriremos el abismo que existe entre una concepción y otra. Pero se trata de sustituir conceptos religiosos, que son los más difíciles de desarraigar del corazón humano. Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios. Seguimos pensándolo como el que premia y castiga.

En los conceptos religiosos de la época, Jesús no pudo expresar toda su experiencia de Dios. Pero, si estamos atentos, podemos descubrir en su mensaje, rasgos definitivos del verdadero Dios. El Dios de Jesús es, sobre todo, Abba; es decir, padre y madre que se entrega incondicionalmente a sus criaturas. Es amor, misericordia y compasión. Nada del ser poderoso que espera de nosotros vasallaje. Nada del juez que analiza con meticulosidad nuestras acciones. Nada del impasible que defiende su gloria por encima de todo. Las tres parábolas insisten en la búsqueda, por su parte, del hombre, aunque se haya extraviado.

Hoy podemos apuntar a Dios con mucha más precisión que lo que fueron capaces de expresar los evangelios, porque tenemos mejor conocimiento del hombre y del mundo. Hoy sabemos que Dios no es un ser, ni siquiera el más sublime de todos los seres. Lo que Dios es, lo ha dejado plasmado en cada una de sus criaturas. Dios no puede ser aislado de la creación. No es ni cada criatura ni el conjunto de lo creado; pero tampoco es algo al margen, que se encuentra en alguna parte fuera de la creación. El concepto de creación que hemos manejado hasta la fecha debemos superarlo. Dios no “hizo” el mundo en un momento determinado. La creación es la manifestación de Dios que no exige un principio temporal.

El Dios de Jesús es don absoluto y total. No un don como posibilidad, sino un don efectivo y ya realizado, porque es la base y fundamento de todo lo que somos. Al decir que es Amor (ágape) estamos diciendo que ya se ha dado totalmente, y que no le queda nada por dar. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido.

Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno es o pueda llegar a ser. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es una aberración incompatible que el espíritu de Jesús. Dios no nos ama porque somos buenos, al contrario, somos “buenos” porque hemos descubierto lo que hay de Dios (Amor) en nosotros. Somos “malos” porque no hemos descubierto a Dios.

Alguno puede pensar que aceptar la misericordia de Dios, invita a escapar de la responsabilidad personal. Si Dios me va amar lo mismo siendo bueno que siendo malo, no merece la pena esforzarse. Esta reflexión, muy corriente entre nosotros, indica que no hemos entendido nada del evangelio. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, eterna e infinita, pero no puede afectarme hasta que yo no la acepte y la haga mía. Creer que puedo acogerme a la misericordia sin responder a su búsqueda, es entender la relación con Dios de una manera mecánica, jurídica y externa. Al contrario, la actitud de Dios para conmigo tiene que ser el motor de cambio en mí.

La máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios, tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa del otro. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Dios es solo amor, pero nosotros lo descubrimos como perdón cuando nos sentimos perdonados, por eso para nosotros está siempre unida al pecado. Para aclararnos un poco, vamos a examinar dos conceptos: cómo podemos entender el perdón de Dios, y cómo podemos entender el pecado.

Dios solo puede amar. Decimos que Dios ama porque Él es amor, no porque las cosas o las personas sean amables. Dios no ama las cosas porque son buenas, sino que las cosas son buenas porque Dios las ama. El perdón en Dios significa que su amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los hombres. Si nosotros amamos unas criaturas y no otras, se debe a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia. Ahora comprenderéis lo equívoco de nuestro lenguaje sobre Dios cuando hablamos de su perdón como un acto.

Tenemos que cambiar el concepto de pecado como ofensa a Dios. Es ridículo pensar que podamos ofender a Dios. La incapacidad de los cristianos para aceptar a los “malos”, se debe a nuestro concepto de pecado. Lo identificamos con la persona misma y no somos capaces de descubrir que la persona es una cosa y su postura y sus acciones otra muy distinta. El pecado es siempre fruto de la ignorancia. Para que la voluntad se incline hacia un objeto, tiene que presentarlo el entendimiento como bueno. Claro que el entendimiento puede ver una cosa como buena, siendo en realidad mala. Esta es la causa de nuestros fallos. Por eso, para superar una actitud de pecado, no debemos apelar a la voluntad, sino al entendimiento.

Si las reflexiones que acabamos de hacer, son ciertas, ¿de qué sirve la confesión? Mal utilizada, para nada. Pero si la sabemos utilizar, es uno de los hallazgos más interesantes de los dos mil años de cristianismo, porque responde a una necesidad humana. Somos nosotros, no Dios, quienes necesitamos de la confesión como señal de su perdón. La confesión no es para que Dios nos perdone, sino para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de Dios que llega a nosotros sin merecerlo.

Meditación-contemplación

Que Dios amara a los pecadores, era impensable para los fariseos.
Esta actitud imposibilita toda relación con el Dios de Jesús.
Si no vivo el amor de Dios como pura gratuidad,
me será imposible responder a ese amor y vivirlo.
…………………

El amor de Dios es anterior a mi propio ser.
No puedo hacer nada para merecerlo.
Todo lo que soy depende de ese don gratuito de Dios.
Deja que ese Ágape se manifieste a través de su ser.
…………………..

Tengo que dejarme encontrar por ese Dios.
Tengo que sentir su energía y dejar que me inunde.
Dios en mí es fuerza trasformadora.
Todo mi ser debe convertirse en esa energía que es Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Amor más que justicia

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Debes tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano” (Confucio)

11 de septiembre, domingo 24 del TO

Lc 15, 1-32

Y se puso en camino a casa de su padre.  Estaba aún distante cuando su padre le divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó.

En la película Alta Sociedad, el padre de Tracy dice: “No te falta inteligencia, tienes un rostro perfecto, buena figura, buen gusto, distinción, todas las cualidades para ser una mujer maravillosa, pero te falta lo esencial: un corazón para sentir. Si no tienes es como si estuvieras hecha de bronce”Tenía corazón para sentir y abrazar el padre del hijo pródigo, y el Buen Pastor para llevar sobre sus hombros la oveja perdida. 

El Gigante egoísta, de Oscar Wilde, dejó de serlo la tarde que vio a un niño junto a uno de sus árboles. En sus manos y pies había huellas de clavos. “Estas son las heridas del Amor”, suspiró el pequeño. Cayó de rodillas ante él. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo: “Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso”. Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba cubierto enteramente de flores blancas.

Duele tener a una persona en tu corazón sin poder tenerla en tus brazos y, como diría Mafalda: “Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho… Así pensaríamos más con amor  y amaríamos con sabiduría”. En la opera La Dama de Picas, de Chaikovski, Pauline le ruega a su amiga Lisa que se anime: “Mira qué bella noche, todo revive de repente después de la terrible tormenta”. Y a su doncella Masha, le pide que no cierre las ventanas que dan al balcón. Ventanas y balcón del corazón y del cerebro humano siempre abiertos a ovejas descarriadas e hijos pródigos. La alegría del encuentro con unas y otros será música celestial que no cesará de sonar nunca en el banquete. Generosidad infinita del pastor y del padre, haciendo brillar su amor compasivo sobre la justicia.

Secuencia secular del Cristianismo, como testimonian estas palabras del Testamento del Padre Christian-Marie Chergé, monje trapense en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine: “Argelia y el Islam son para mí otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando en ellos muy a menudo el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, con el respeto de los creyentes musulmanes”. Vale la pena visionar la película francesa De dioses y de hombres, en la que se relata la vida abnegada de esta Comunidad de monjes, entregada a paliar descarríos y dolores en el pueblo.

Historias de compasión y ayuda a los hermanos sólo escritas cuando, como dice Confucio: “Se tiene fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano”. Historias como la de Teresa de Calcuta, a quien el Papa se refirió en su canonización el pasado domingo cuando dijo: “el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cda día en el amor.

Matteo, uno de los protagonistas de Para siempre, de la italiana Susanna Tamaro (1957), se negó a copiar el Ojo de la Providencia que el padre Mangialupi le pedía en la catequesis de preparación a la primera comunión y que no revelaba sino a un Dios terrible y justiciero. Años más tarde justificaría su negativa con estas palabras: “La imagen de Dios como una forma geométrica me producía repulsión. Ese triángulo que estaba siempre encima de mí me irritaba, me hería; de ninguna manera lograba ver en sus puntiagudas esquinas alguna forma de amor”.

 EL LORO

Mi vecino de enfrente tiene un loro.
Un regalo del cura.
Si llamas a la puerta te responde:
“Ave María Purísima. Hermano ¿quiere confesarse?”.
Y luego al despedirse,
en penitencia te larga diez rosarios.

Habla latín, y dice:
“Ubi charitas et amor, Deus ibi est”.

A mí, que soy ateo,
me repatea el latinajo.
A mi vecino, en cambio, el meapilas,
le chifla lo de “charitas et amor”.

Si tantos años ha vivido con cristianos,
¿por qué jamás citará el loro historias
de compasión y ayuda a los hermanos?

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Invitados a experimentar la verdadera alegría

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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S kODERLc 15,1-32

El evangelio de Lucas nos ofrece, este domingo, tres parábolas que contienen una gran riqueza simbólica. Como en cada ocasión, la primera propuesta es que las leamos y/o escuchemos con serenidad y apertura. Que el hecho de conocerlas tan bien no nos impida abrirnos a la novedad que la Palabra de Dios siempre trae consigo.

A lo largo de la Historia estas parábolas se han interpretado de muchas maneras. Quizás, entre todas las exégesis posibles, la que más se subraya en el último período, es aquella que pone el acento en la reconciliación que Dios ofrece continuamente. Las tres parábolas nos hablan de algo que “se ha perdido” (una oveja, una moneda, un hijo…) y ese “perderse” lo interpretamos como el fruto de nuestro pecado, la experiencia de separarnos de un Dios Padre-Madre que siempre nos busca de nuevo, nos acoge sin reproches, cura nuestras heridas y hace fiesta por el reencuentro. De esta exégesis, que nos ha llevado a cambiar el nombre poco acertado de “la parábola del hijo pródigo” por el de la “parábola del Padre bueno”, se deriva la proposición de que esta experiencia de amor incondicional ahonde en nosotros el arrepentimiento por habernos alejado de nuestro Dios y acreciente en cada uno el deseo de vivir amando del mismo modo.

Esta propuesta siempre es válida y sugerente. Todos sabemos que, como le sucedió a Jean Valjean, el protagonista de la famosa obra de Victor Hugo “Los miserables”, lo que nos lleva verdaderamente a cambiar de actitud y arrepentirnos del mal cometido no es la condena, el castigo o el miedo, sino la experiencia de ser acogidos tal y como somos y amados en nuestra miseria.

Sin embargo, no debemos olvidar el contexto en el que estas parábolas son narradas en el evangelio de Lucas. Si nos fijamos bien, comprobamos que, en realidad, las parábolas no van dirigidas a los pecadores, sino a los fariseos y letrados que murmuraban de Jesús porque este acogía y comía con quienes en aquel momento eran considerados socialmente pecadores. En este sentido, es iluminadora la interpretación que una autora moderna, Amy-Jill Levine, hace de ellas. Levine nos insta a escucharlas con los oídos de un judío del siglo I, que era para quien estaban destinadas en su origen. Con toda certeza, para este oyente, las parábolas no hablarían de pecado o  arrepentimiento. Cualquiera que escuchara alguna de las dos primeras parábolas, no pensaría en una oveja que se arrepiente o una moneda que decide perderse por sí misma. De “culpar” a alguien en las dos primeras parábolas, dice Amy-Jill, habría que culpar al pastor y a la mujer, pues ellos son los que “perdieron”, respectivamente, la oveja y la moneda. En este sentido, la tercera parábola también podría llamarse “el padre que perdió a su hijo”. Caer en la cuenta de ello puede cuestionarnos de una manera nueva porque la pregunta ya no sería sólo “¿en qué me he alejado de Dios?” sino “¿qué atención pongo a mi alrededor, hacia mis prójimos, para que nadie ‘se pierda’?”, “¿qué atención pongo en aquellos que ya se han perdido y sufren, como la oveja de la parábola, de heridas, soledad o hambre?”.

Siguiendo con la contextualización del texto podemos decir que, para los judíos del siglo I, los publicanos y pecadores, de los que nos habla el inicio de este evangelio, tampoco serían “los que han abandonado la ley” y por tanto, personas que optaran por alejarse voluntariamente de Dios. La propuesta es la de no escuchar el término “pecadores” inscrito únicamente en categorías religiosas, que es lo que, quizás, hemos estado haciendo al interpretar estas parábolas. Los publicanos y pecadores de aquel tiempo serían, más bien, aquellos que se habían enriquecido a costa de los pobres; aquellos a quienes no les preocupaba el bien común y se ocupaban más de sí mismos que de la comunidad. La parábola no va dirigida a los pecadores, para que se arrepientan, sino a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Jesús se sienta a comer también con los publicanos y pecadores y manifiesta así lo que Dios realiza con todos, seamos “buenos” o “malos”.

Desde esta premisa, por tanto, estas parábolas nos pueden recordar más el relato de Zaqueo, por ejemplo, que cuando se encuentra con Jesús, no sólo vive una experiencia de conversión profunda hacia Él, sino que esta vivencia le lleva a desprenderse de sus riquezas y a compartir lo que tiene con los más necesitados. A esto mismo puede referirse Jesús cuando explica en las parábolas de hoy “Os digo que así, también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. La alegría no nace sólo de que la persona se encuentre con su Padre-Madre Dios, sino que este encuentro le lleve a vivirse realmente como hermano de todos y ponga sus bienes al servicio de una casa común que necesita la aportación de cada uno.

Por eso, la propuesta de estas parábolas, no es sólo la de dejarnos acoger por el Abbá de Jesús y volver con verdadero arrepentimiento a su casa, sino que esta experiencia de amor nos lleve a compartir, llenos de alegría profunda, lo que somos y tenemos con los demás.

Esto es lo que viven el pastor o la mujer, que están felices por recuperar aquello que perdieron. Y está claro que su alegría no nace de “tener más”, porque si no, no habrían preparado una fiesta en la que, seguramente, gastarían más dinero del que habían perdido con antelación.

Las tres parábolas nos hablan de nuevas oportunidades y de alguien que, como nuestro Dios, no se cansa de buscar o esperar. Pero también nos hablan de fiestas y de alegría, de intentar que nadie ni nada se pierda, de compartir con otros y de experimentar cómo el gozo se acrecienta con ello.

Que no nos pase como al hijo mayor, que le ha dado tanto valor a lo que tiene, que no es capaz de ver en la persona que ha regresado a su hermano, sino sólo al que ha gastado la mitad de la herencia paterna. Que no nos pase que también nosotros creamos que somos los “buenos”, los que nunca nos hemos alejado del padre y, en el fondo, no nos enteremos de que la fiesta es para todos y que la llamada que Jesús nos hace es a compartir nuestros bienes con los demás y así poder experimentar la verdadera alegría.

Inma Eibe, ccv

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Fray Mychal F. Judge: cristiano gay, “in memoriam”

Domingo, 11 de septiembre de 2016
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MychalJudgeHace 15 años éramos testigos, en directo, de uno de los atentados más terribles que causaba 1102 víctimas.

Nuestra web, nuestra Comunidad, conmemora a estos inocentes que perdieron la vida recordando a uno en especial: fray Mychal F. Judge; cristiano gay.

Como cada año cientos de personas marcharan por las calles de la ciudad de Nueva York para honrar la memoria del padre Mychal Judge, franciscano, la primera víctima registrada del 11 de septiembre de 2001 en los atentados contra el World Trade Center. Judge, capellán de los Bomberos de Nueva York, tenía 68 años de edad cuando murió mientras le daba la extremaunción en ese lugar a un bombero.

Cuando los comandantes dieron órdenes de evacuar el edificio, se negó a abandonar a los cientos de bomberos que seguia atrapados en el interior diciendo: “Mi trabajo aquí no ha terminado.

Fray Mychal subió al altillo intentando llegar hasta algunos bomberos lesionados. Al ver el desastre, clamó fervientemente y en repetidas ocasiones, “¡Jesús, por favor terminar con esto ahora! ¡Dios, por favor pon fin a esto!”

El médico forense declaro en su certificado de defunción, que fray Mychal Judge murió de un fuerte traumatismo en la cabeza. La herida era visible en la parte posterior de la cabeza. Fue designado como Víctima 0001 porque el suyo era el primer cuerpo recuperado de la escena. .

amigo de los rechazados (Mychal con el matrimonio Tom Moulton y Bendan Fay)Mychal con el matrimonio Tom Moulton y Bendan Fay

Su cuerpo fue llevado inicialmente a la iglesia de San Pedro en la calle de la WTC, a continuación, fue llevado a la estación de bomberos West 31st Street, y luego a su casa a la Iglesia de San Francisco de Asís para el velatorio y el funeral. Está enterrado en el cementerio de Santo Sepulcro en Totowa, Nueva Jersey. Allí sigue siendo visitado, 15 años después, por devotos de todo el mundo.

La chaqueta de fuego y casco que el P. Mychal llevaba cuando murió – quizás el más sagrado de sus reliquias físicas – están ahora expuestos en el Museo de Bomberos de Nueva York.

Sorprendentemente, fueron encontrados intactos en los escombros del World Trade Center en la que todo lo demás se pulverizó.

En la vida de fray Mychal Judge se constata la extraordinaria imitación con Cristo, “Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.” (Isaías 40, 11).

Miles ahora rezamos por su intercesión por muchas causas. Aquellos que ayudo en vida, y que sigue ayudándoles:

bomberos y policías,
niños y personas mayores,
homosexuales y lesbianas,
familias y personas individuales,
alcohólicos en recuperación,
los niños con autismo,
prenatales y enfermedades del corazón,
inmigrantes y refugiados,
las personas sin hogar y los hambrientos,
los enfermos, heridos, y asustados,
las personas con VIH,
los dolientes que han perdido a sus seres queridos,
el acusado falsamente y rehenes;
traicionados por los funcionarios de la Iglesia,
los que se sienten abandonados por Dios,
los que dudan de su fe,
los que dudan de su autoestima,
los que despiertan a Dios,
los que regresan a Cristo,
los que viven su renovación espiritual,
y los que sirven…

“Éstos son los más pequeños de mis hermanos…”

Era un titán; tenía admiradores y amigos de todos los sectores políticos y sociales; su vida se conmemora en el aclamado documental “El santo de 11/S.” En la película destaca el intento de mostrar un secreto a medias del sacerdote, su homosexualidad. En su diario privado, el venerado sacerdote católico escribió: “pensé en mi condición homosexual y cómo la gente que conozco nunca llega a conocerme por completo.” Esto le llevo a vivir abiertamente su condición y llevar adelante un audaz apostolado en los lugares de ambiente de Nueva York.

Fray Michal, intercede por nosotros….

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