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“Los besos de las mantis religiosas”, por Carlos Osma

Jueves, 4 de agosto de 2016

EncapuchadosDe su blog Homoprotestantes:

Mientras comía este mediodía con mis dos amigos David y Toni pensaba en lo afortunado que soy de tener amigos heterosexuales como ellos que me aceptan. Es cierto que hace unos años no lo hacían, bueno, supongo que sí que lo querían hacer, porque ellos siempre han sido muy progres y han estado a la vanguardia del cristianismo liberal, pero no era cuestión de enfrentarse al mundo entero por una cosa tan poco relevante como una orientación sexual. Como ellos me decían entonces: “Tú haz lo que quieras, pero no hace falta que se entere todo el mundo, al fin y al cabo lo que haces en tu cama no es asunto de nadie”.  Actualmente han cambiado de opinión, y ponen en las estanterías de su biblioteca los libros de temática homosexual cristiana que antes tenían en su mesilla de noche. Además nos invitan a mi marido, a mis hijas y a mí, a que asistamos a su iglesia para que quede bien claro que son inclusivos y tolerantes, y de paso, llenar los bancos cada vez más vacíos de sus iglesias.

El primer plato ha sido un monólogo de David, casi no me ha dejado hablar, porque tenía una cosa que decirme y que no podía callarse más. Así, con la confianza que dan más de 30 años de amistad y haber compartido varias guerras, me ha dicho: “Carlos los gais no sois objetivos, estáis condicionados por la discriminación que habéis padecido”. He pensado que su tesis la corroboran muchas personas lgtbi que conozco para las que la palabra de un heterosexual vale mucho más que la del resto. Ya puedes decirles tú mil veces que Dios les ama, que se lo dice un heterosexual con pinta de buen cristiano, y ellos creen que han recibido un mensaje del cielo. También es cierto que aunque mi amigo sea hoy un maravilloso padre heterosexual cristiano, hace algunos años tuvo un rollo con un colega. Él dice que aquello sólo fue una etapa, y yo me lo creo, porque ¿cómo voy a dudar de un heterosexual como él?  Además una cosa es acostarse con una persona de tu mismo sexo y otra defender derechos y libertades, que es lo que hacemos las personas lgtbi.

Y es que tiene razón en eso de que no soy objetivo, los que padecemos una discriminación deberíamos esperar sentados a que algún salvador venga a liberarnos. Supongo que de eso iba el evangelio ¿no? De esperar a un salvador. Mi amigo David no tiene nada que ver con la homofobia, ni la ha padecido, ni la ha ejercido, por eso puede llegar a ser el salvador que los homosexuales necesitamos. La homofobia sólo tiene que ver con las personas lgtbi, sólo nosotros tenemos que liberarnos de ella, de la que decimos percibir por todos lados y de la que llevamos dentro. Nuestra experiencia, trabajo, visión, no tiene nada que aportar al mundo y la iglesia sin homofobia en la que vive mi amigo David.  Me tendría que haber dado cuenta antes de que quienes padecemos una discriminación no somos nadie para intentar liberarnos de ella. La historia lo ha dejado claro, si los esclavos no se hubiesen puesto a rezar y esperar a que sus opresores se movieran a misericordia, no vivirían hoy libres. Si las mujeres no  hubiesen lanzado en silencio sus súplicas al cielo mientras barrían sus casas, los hombres no hubieran venido a liberarlas y hoy no tendrían derechos.

En el segundo plato Toni me ha querido dejar claro su malestar con los cristianos “del movimiento gay”, porque según él estamos llevando las cosas demasiado lejos al poner la etiqueta de homófoba a todas las personas que en conciencia creen que el evangelio deja muy claro que la práctica de la homosexualidad es un pecado. Para mi amigo Toni, que me aclara una y otra vez que él acepta a todas las personas independientemente de su orientación sexual, las personas heterosexuales no han sido educadas en la homofobia, sólo las homosexuales. Es por eso que cuando sus amistades se oponen al reconocimiento de los derechos de las personas lgtbi, cuando miran con mala cara cualquier muestra de afecto homosexual, cuando piensan que es mejor que aquel miembro gay no pueda ser diácono o ni siquiera miembro de la iglesia, cuando invitan a una adolescente cristiana a visitar a un psicólogo para reorientarle esos deseos desordenados, cuando promueven normas dentro de la iglesia para que las personas lgtbi cristianas tengan claro que están en territorio enemigo; cuando hacen todas esas cosas, no lo hacen porque antes de aprender a leer la biblia, ya habían sido envenenadas por la homofobia… La heterosexualidad es neutra, pura y hasta divina… la heterosexualidad es la medida de todas las cosas, y no se puede poner en duda su buena fe a la hora de humillar y discriminar a una persona lgtbi en nombre de Dios. Sólo la heterosexualidad te da el nivel suficiente para poder leer e interpretar correctamente el texto bíblico. Y es desde esa pureza que se ven obligados a discriminar a los homosexuales.

Mi amigo Toni, que es un pastor muy querido, me vuelve a interpelar, a decir que no le parece justo eso de poner etiquetas de homofobia a la gente. Que no es necesario, que cada persona tiene su proceso y que con estas prácticas lo único que hacemos es crear un enfrentamiento que hará encallar aún más las cosas. Me pregunto si cuando mi amigo predica en su iglesia sobre el machismo, los excesos del poder económico o la corrupción, sigue también esta regla de dejar que cada persona haga su proceso y no se sienta interpelada por su comportamiento. Supongo que el cristianismo, ese que dice seguir a Jesús, va de eso… de callarse, de no denunciar nada; porque cada persona ya llegará algún día a la “conversión”. Ya lo dijo Jesús: “Bienaventurados los que se someten, los que se callan, los que no denuncian… porque así serán buenos cristianos”. Y me sigo preguntando, porque yo soy mucho de preguntar, que le ocurriría a mi buen amigo Toni si se atreviese a denunciar la homofobia de sus fieles, porque yo tengo muy claro lo que ha significado para muchas personas y para mí mismo no permanecer callado ante la homofobia. Es evidente que a una persona tan reconocida como él se le puede perdonar eso de ser inclusivo, aunque con el resto no habría tantos miramientos… A Toni su inclusividad le da un aura así como “esnob” en la mayoría de entornos evangélicos, como si fuera un Einstein de la teología a la que se le puede perdonar la excentricidad siempre que no haga de ella una bandera. Pero qué ocurriría si entendiese realmente qué es la homofobia y el daño que produce en mucha gente, y se atreviese a asumir que el evangelio le llama a denunciarla. ¿Cuántas colaboraciones, artículos, ponencias o charlas dejaría de hacer? ¿podría seguir siendo pastor? ¿Qué perdería? ¿Está mi amigo Toni defendiendo a cristianos homófobos, o se está defendiendo a él?

Me he sentido tan bien acogido por mis supuestos amigos heterosexuales que he preferido no tomar postre, he pasado directamente al café, a darme un chute de cafeína para ver si me despertaba y todo había sido un mal sueño. Pero la verdad es que no ha sido así, mis amigos que ahora se lanzan en brazos de la vanguardia y del progresismo estaban todavía ahí, hablando de los problemas que el “movimiento gay” está produciendo… Y yo cada vez los escuchaba menos, sus voces las empezaba a confundir con el aire que hacia esa tarde, o con el murmullo de gente que hablaba a nuestro alrededor. Al final los percibía sólo como ruido, como el resto del ruido que impide entender las cosas claramente. “Que Dios me cuide de mis amigos que de mis enemigos ya me cuido yo” decía mi abuela. Y qué razón tenía, en este momento son más peligrosos para la libertad y la inclusividad los supuestos progresistas heterosexuales inclusivos, que los homófobos más recalcitrantes. Con los segundos sabemos tratarnos desde hace miles de años, con esta nueva versión sofisticada de homofobia todavía tenemos que aprender a relacionarnos. No hay nada peor que un homófobo que se las da de inclusivo.

Me levanto y me despido, les doy la mano, prefiero no darles dos besos como tenemos por costumbre. Es mejor guardar distancias con las “mantis religiosas” sus besos pueden parecer afectuosos, pero la realidad te dice que corren el peligro de convertirse en mortales.

Carlos Osma

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