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Dom 10.4.16. Barca de Pedro: Discípulo Amado, Amante Maestro

Domingo, 10 de abril de 2016

la-familia-en-la-bibliaDom 3 Pascua. Ciclo C. Mañana, 8.4.16, se publica la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia (La alegría del amor), sobre el tema de la familia en la humanidad y la iglesia.

Como sabrán mis lectores, he venido acompañando los trabajos de preparación de ese documento desde hace más de dos años (con ocasión de los dos sínodos sobre la familia), dedicándole el libro que aparece en la primera imagen.

En ese contexto, sobre un tema que he estudiado en este blog en numerosas ocasiones, recibe todo su sentido el evangelio de este Segundo Domingo de Pascua, que se ocupa, de un modo sorprendente del Discípulo Amado, que convierte a Jesús en Maestro Amante, en la barca de Pedro.

Éste es, además, un tema al que he querido dedicar la parte central de mi libro sobre la misericordia (imagen 2), entendida de un modo eclesial y social, familiar y universal, en clave de amor intimista (discípulo amado) y de justicia social, en la línea de las grandes obras de “humanidad” que ha puesto de relieve Mt 25, 31-46.

Entendido así, en ese doble trasfondo, el evangelio de este domingo: Jn 21, nos sitúa ante uno de los pasajes más sorprendentes y luminosos no sólo del Evangelio, sino de la literature universal.

entrañable-diosLo he comentado más de cinco veces a lo largo de la historia de este blog. Hoy me animo a rehacerlo y presentarlo de nuevo, en este tiempo (en este mundo) necesitado de amor, donde palabras como Amante y Amado aparece prostituídas con frecuencia, no solo en la sociedad, sino en la misma Iglesia.

Conforme a este evangelio, Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a las ovejas, pero no puede imponerse sobre el Discípulo amado, ni fiscalizarle, sino que debe hacerse él también discípulo amigo del amigo Jesús.

Contra la patología de un pastor (jerarca) que quiere tener la exclusiva y vigila a los demás, eleva nuestro texto el buen recuerdo del Pedro ya muerto, que abrió en su Iglesia un espacio para el Discípulo amado, y eleva también el buen recuerdo de aquel Discípulo amado que supo mantenerse al lado de Pedro.

Éste es el evangelio de Jesús Amante, y de Pedro y de Juan… y de todos los cristianos, que han de subir a la barca de pascua como amigos, para echar de nuevo las redes en la noche, para echarse al agua, al encuentro de Jesús y sus amigos (de todos los seres humanos), en una playa que, un día como hoy (7.4.16), puede ser la de Lesbos, famosa en otro tiempo por un tipo de amor que se decía cultivar en aquellas tierras.

Buen fin de semana a todos.

Texto: Juan 21, 1-19. En el barco del amor

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar.” Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo.”

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No.” Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Discípulo Amado, Maestro Amante

Hacia el año 100-110 d.C, animada por un enigmático Discípulo Amado de Jesús, una comunidad cristiana de origen judío, que había empezado a desarrollarse en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70 d. C.) en el entorno de Siria-Transjordania o Asia Menor, se integró en la Gran Iglesia. Sus componentes trajeron consigo un evangelio (Juan, Jn) donde, junto al Discípulo amado, se recuerda a Pedro, los dos relacionados entre sí y con Jesús.

No sabemos quién era ese Discípulo. Todo nos permite suponer que el Evangelio de Juan ha mantenido su identidad (real o simbólica) en la sombra, para que todos puedan identificarse con ella, presentándole sin más como el Discípulo que se reclinó y que apoyó su rostro sobre el pecho de Jesús, en la última cena, en gesto de hondo simbolismo, que implica intimidad (cf. 13, 23), en relación don Pedro y Judas (Jn 13, 21-27). En el contexto simbólico de la última cena (Jn 13-17 tiempo de revelación de amor), éste personaje es signo de aquellos que para seguir a Jesús y comprenderle han de hacerse amigos suyos (cf. Jn 15, 15: No os llamo siervos, sino amigos, pues os he dicho todo lo que me ha dicho el Padre.

En un sentido, el relato que sigue parece indicar que ese Discípulo amado, que acompaña a Pedro es un hombre real, de cierta importancia, porque aparece como amigo (conocido) del Sumo Sacerdote (cf. Jn 18, 15-16), un tema que plantea uno de los grandes enigmas del evangelio de Juan. Probablemente, el cuarto evangelio ha querido presentar al Discípulo Amado como alguien que se encuentra cerca de la élite sacerdotal, como judío importante que se ha hecho amigo de Jesús.

Sea como fuere, este evangelio sigue diciendo que el Discípulo Amado se ha mantenido firme, para aprender la lección bajo la cruz, donde no está Pedro, en una iglesia que acoge a la Madre de Jesús, representando así la unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de Israel y la Iglesia (Jn 19, 26-27).

El Discípulo amado y Pedro siguen juntos tras la muerte de Jesús y, por indicación de María Magdalena, corren al sepulcro vacío, donde ven el sudario y las vendas, cuidadosamente dobladas, que bastan para que el Discípulo amado entienda y crea, a diferencia de Pedro, que ha de iniciar un camino de amor, para hacerse verdadero discípulo de Jesús, como ratifica Jn 21, donde se conserva probablemente el recuerdo de un pacto institucional entre la Iglesia del Discípulo Amado y la Gran Iglesia (representada por Pedro).

De manera muy significativa, este capítulo (Jn 21) resitúa a los dos personajes, en clave de amor.

— El relato comienza con Simón Pedro, que afirma: voy a Pescar. Sin este principio (es decir, sin la decisión misionera de Pedro) no hubiera existido esta iglesia, como indican otros testimonios del NT (Mt, Lc-Hech…). Se le juntan varios discípulos, hasta siete: Pedro, Tomás, Natanael, dos zebedeos (Santiago y Juan) y dos cuyo nombre no se cita (Jn 21, 2). Uno (¿un zebedeo, alguien desconocido?) es el Discípulo Amado.

Son Siete (como los discípulos helenistas de Hech 6-7), no Doce como los apóstoles de Jerusalén. Suben con Pedro a la barca y, a la voz del Señor, que les espera en la orilla, vuelven a echar las redes tras una noche sin pesca, logrando un gran número de peces.

— Entonces, el Discípulo amado reconoce a Jesús y dice a Pedro: ¡Es el Señor! (Jn 21, 3-7). Pedro ha dirigido la faena, pero no sabe ver, porque aún no ama (no conoce); por eso, escucha al Discípulo amado, y así llevan los peces a Jesús que les espera en la orilla, ofreciéndoles el pan y el pez del Reino, preguntando luego a Simón Pedro: “¿Me amas más que estos? Le dijo: ¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero. Y Jesús le dijo: ¡Apacienta mis corderos!…» (Jn 21, 15-17).

Este pasaje traza la vinculación y diferencias entre Pedro y el Discípulo amado. Pedro ha dirigido la faena, pero no conoce, tiene que aprender en la escuela del amor de Jesús, como el Discípulo amado, de forma que los dos deben vincularse por el conocimiento afectivo, que es la esencia de la escuela de Jesús. Después, tras recordar que Pedro ha cumplido su tarea, muriendo por fidelidad a Jesús (Jn 21, 18-19), el evangelista retoma el motivo anterior y añade: Jesús le dijo a Pedro: “¡Sígueme! Pero Pedro, volviéndose, vio que también le seguía el Discípulo amado… y dijo a Jesús ¿Y este qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta mi vuelta ¿a ti qué? Tú sígueme” (Jn 21, 21-22).

Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a las ovejas, pero no puede imponerse sobre el Discípulo amado, ni fiscalizarle. Contra la patología de un pastor (jerarca) que quiere tener la exclusiva y vigila a los demás, eleva nuestro texto el buen recuerdo del Pedro ya muerto, que abrió en su Iglesia un espacio para el Discípulo amado, y eleva también el buen recuerdo de aquel Discípulo amado que supo mantenerse al lado de Pedro. Pensaron algunos que ese discípulo no moriría, pero el evangelio tiene buen cuidado en indicar que Jesús no hablaba de eso, de no morir (sino de permanecer hasta su vuelta).

El Discípulo amado permanecerá siempre en la Iglesia, como testigo de la Escuela del Amor, es decir, del contacto personal con Jesús. El mismo evangelio sabe que hay otras realidades e instituciones en la Iglesia, empezando por Pedro, pero en su centro está la enseñanza más honda sobre el Amor, como esencia y corazón del evangelio.

Es evidente que Jesús había sido un maestro judío, en la línea de los rabinos de Israel, pero más que la escuela de un conocimiento aislado le ha importado la escuela de la vida, creando unos vínculos fuertes de solidaridad con sus seguidores, hombres y mujeres, a quienes al fin llama “amigos”: “No os llamo siervos, sino amigos, porque el siervo no sabe lo que piensa su Señor, yo en cambio os llamo amigos, porque os he revelado todo lo que me ha dicho mi padre” (cf. Jn 15, 15).

Esta escuela de amor de Jesús ha sido evocada también en otros textos fundacionales, empezando por la vocación del rico a quien miró con amor, para decirle “véndelo todo, dáselo a los pobres, ven y sígueme” (Mc 10, 21), hasta las palabras con las que comienza la Última Cena, “habiéndoles amado mucho les amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús fundó una escuela judía de amigos (cf. Josefo, Ant 18, 3, 3), pero con rasgos que podían entenderse también desde una perspectiva helenista, como indica la relación entre Maestro y Discípulo Amado.

Este recuerdo y presencia de amor funda al evangelio, que no es una verdad abstracta, trasmitida por alguien que no ama, sino una escuela de amor concreto, que supera los límites marcados por la muerte. Éste es quizá el reto supremo de la escuela cristiana, desde la perspectiva del amor, en este tiempo (año 2016) marcado por grandes sospechas sobre un amor escolar pederasta, en el mal sentido de la palabra.

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