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III Domingo de Cuaresma. 27 febrero, 2016

Domingo, 28 de febrero de 2016
cuaresmaIIIdom2016
“Señor, déjala todavía este año;
yo la cavaré y le echaré abono,
a ver si da fruto en lo sucesivo…”
(Lc 13, 18)

 Al orar el evangelio, me lleno de admiración ante Jesús y de “pena” ante la pequeñez que somos los seres humanos.

¿Por qué siempre nos creemos mejores que los demás?, ¿por qué la culpa siempre es del otro/a?, ¿ por qué siempre juzgamos?

Jesús nos habla de la igualdad, y nos dice que nuestra condición humana tiene grandeza y pequeñez, que nadie es mejor que nadie, que todos llevamos en nuestro interior semillas de humanidad y eternidad.

Nos habla de conversión, metanoia, cambio, mejor transformación. Si disponemos nuestro ser al encuentro con el Amor de Dios, nuestras semillas de pequeñez, de límites, germinarán y serán fecundadas por Su Amor siendo transformada, así nuestra miseria, nuestro estiércol que no nos gusta e intentamos ocultar, lo descubriremos como posibilidad de nuevo nacimiento, un nacimiento no de seno humano sino del agua y del espíritu que son quienes posibilitan la metanoia.

Jesús nos habla no de podar, no de arrancar, sino de transformar, de querer cambiar, de dejar de mirar nuestro ombligo, de erradicar nuestras pulsiones de dominio, poder, y vivir en la solidaridad donde todo es para todos. La maravilla es que todas las semillas que nos conforman no son ni buenas ni malas, son semillas, y toda semilla lleva en su interior posibilidad de fruto, germen de vida nueva.

Pero para ello hay que querer no dar fruto, sino ser fruto y esto conlleva dejarse comer, entregarse, despertenecerse, siendo para los demás.

Así hace con nosotras, no nos pide imposibles, lo único que quiere es que demos el ciento por ciento que somos, para lo que nos creó.

No nos pide producir naranjas si somos higuera, ni nos pide producir limones si somos ciruelo, solo nos pide que seamos lo que estamos llamadas a ser.

Para ello nos riega con la ternura, la cercanía, la compasión, la escucha. Sí, esa es la metodología de Jesús, esperar, darnos tiempo y arropar nuestra tierra seca para que germine.

“Jesús, viñador de nuestra tierra, gracias por tu espera paciente, por tu empeño constante,

gracias por tu cercanía y compasión,

riéganos con el agua de tu ternura, para que podamos ser ternura para nuestros hermanos.”

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