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Contra la trampa del miedo. El Adviento como antídoto

Sábado, 12 de diciembre de 2015

8299236901_736df3738b_zYolanda Chaves; Mari Paz López santos; Patricia Paz
Los Ángeles; Madrid; Buenos Aires.

ECLESALIA, 27/11/15.- Antes de ponernos a escribir nos planteamos contestar la siguiente pregunta: ¿Cuál es el arma más destructiva, sofisticada y letal en el mundo actual?

Una de nosotras dijo: “¡La corrupción, o podríamos decir la avaricia que es lo que lleva a la corrupción, o el materialismo… el dinero! Elegiría la corrupción una de las armas letales. Creo que en el mundo lo que sobra es esto. Creo que cualquier sistema, sea de derecha o de izquierda, con una administración honesta y orientada al bien común resolvería los problemas de la pobreza y el hambre. Pero… ¿qué pasa? Los políticos no hacen lo que se necesita para llegar a esto por corrupción. La democracia ha perdido su sentido porque está manejada por las corporaciones y las grandes fortunas. Un mercado transparente sería eficiente, pero no existe. Un estado fuerte y presente sería eficiente, pero tampoco existe. No hay nada nuevo bajo el sol, pero a lo mejor la cosa se ha exacerbado con la globalización”.

Otra de nosotras dijo: “Creo que la peor arma de destrucción masiva es el poder. Es letal porque crece y crece; nunca se sacia. Queremos tener el poder de imponer nuestras ideas, nuestros criterios, nuestras reglas. Someter y controlar nos hace poderosos. He visto que ésta es una de las realidades que nos afecta más profunda y universalmente. Es una cuestión que causa la pérdida de valores porque quien tiene el poder puede asignar una cotización a un animal, a un rio, a una idea, a los recuerdos o a la dignidad de un ser humano. Cuando un ser humano es devaluado en su dignidad por alguien más fuerte, se está atentando contra la humanidad entera. La necesidad de poder en una de las realidades humanas que maldice y por tanto, destruye masivamente. Creo que lo que nos queda es no perder la confianza en el ser humano, confiar que dentro de nosotros hay una fuerza honesta y genuina que quiere vivir para conectarse con los demás. Podemos ser un nosotros viviendo en un equilibrio fraterno”.

Y, la tercera dijo: “Creo que el arma más destructiva, sofisticada y letal en el mundo que vivimos es el miedo. Esa fuerza que paraliza poco a poco. En primer lugar aceptando las pequeñas injusticias, las que parece que no tienen importancia; en segundo, las que vemos que oprimen a otros pero que no tocan nuestro bienestar. Cuando el nivel de injusticia va subiendo, es que nos fuimos acostumbrando en las sucesivas etapas. Nos vamos aclimatando, nos van domesticando e insensibilizando, y olvidamos que la dignidad humana es cosa seria y que hay que defenderla empezando por lo pequeño. El miedo produce parálisis, anestesia la sensibilidad, nos hace vulnerables y no nos permite reconocer el cerco que, la corrupción, el ansia de poder, el deseo de dominio sobre la naturaleza, sobre los recursos energéticos, alimentarios, tecnológicos, etc. va construyendo a nuestro alrededor haciéndonos olvidar quienes somos, porqué estamos aquí y hacia donde caminamos”.

Contestada la pregunta nos dispusimos a adentrarnos en las tres lecturas del domingo I Adviento (Jer 33, 14-16; ITs 3, 12-4,2 y Lc 21, 25-28.34-36), abriéndonos a la escucha de la Palabra para este tiempo, que invita a renovar la esperanza.

No hubo tiempo para leer las lecturas. Los medios de comunicación de todo el mundo ponían nuevamente ante nuestros ojos y oídos el horror de la barbarie, esta vez en el corazón de Europa: “¡Matanza en París!

Parece ser que el fin a conseguir de parte de los violentos es cortar las alas de la libertad. ¿Qué libertad? La de movimiento, la de la acogida, la de discernimiento; y su victoria será cierta si consiguen la sumisión absoluta de la buena gente que quiere la Paz, con mayúsculas y en todo el mundo.

Se habla, se escribe, se dibuja, se debate en estos días sobre las mal llamadas “guerras de religiones”. ¡Qué no nos manipulen! No es una guerra de religiones. Es más, si estudiáramos a fondo todas las denominadas “guerras de religiones” a lo largo y ancho de la historia, concluiríamos que no eran de religiones sino de poderes. Política, Economía y Religión dejan de ser lo que originariamente deberían ser, en cuanto se vuelven y revuelven contra el ser humano en todas sus facetas. Y en pleno siglo XXI están en vigor todas las fórmulas de ambición, corrupción y destrucción. No somos mejores que los que nos antecedieron y además a estas alturas tenemos más capacidad de destrucción que en épocas pasadas. Desgraciadamente el ser humano olvida la Historia y repite las locuras.

Gandhi decía: “El enemigo es el miedo. Creemos que es el odio, pero es el miedo”.

Hay que saltar por encima de la trampa del miedo y, para ello, nos vendrá bien adentrarnos en el tiempo de Adviento que nos habla de los contrastes tan fuertes que vive el ser humano en todas las épocas: la violencia y la confianza; el miedo y la esperanza; y la fe inquebrantable en que las cosas pueden ser de otra manera.

En estos días de sufrimiento, de oscuridad y de violencia, quienes seguimos creyendo en la humanidad debemos “estar en vela, orando en todo tiempo” (Lc 21, 36). Vigilantes, pero sin miedo. Hemos de cuidar que se renueve la esperanza, la fe en la vida. Hemos de mantener la certeza de que la comunidad global llegará a vivir en la Paz que emergerá indestructible desde nuestra conciencia para extendernos los brazos unos a otros con mirada cristalina y recién nacida.

Mantenernos unidos en un mutuo amor que empieza por los cercanos, pero no exime de entender, atender y preocuparse con igual amor de los que nos son diferentes, ya sea por nacionalidad, cultura, religión, raza, sexo… La humanidad es una, y el ser humano, tu hermano (I Tes 3,12).

“Apiñaos y venid, acercaos juntos, supervivientes de las naciones” (Is 45, 20). ¿Quiénes son esos que se apiñan, se juntan, se acercan y vienen de camino? Todo hombre y toda mujer que caminan llevando de la mano a los niños. Es la buena gente que quiere vivir la vida con esperanza, sin violencia y en paz.

Que el Adviento nos mantenga erguidos y con dignidad, ahuyentando el miedo, denunciando la injusticia que provoca guerras y sufrimiento, aplicando el antídoto del amor contra la sinrazón del odio y la manipulación

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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