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Teilhard de Chardin, sesenta años

Miércoles, 12 de agosto de 2015

Teilhard_de_Chardin(1)Del blog de Xabier Pikaza:

Hace sesenta años, en la Pascua del 1955, moría Theilhard de Chardin (1881-1955), segundo por la izquierda, primera línea, una de las figuras más influyentes del pensamiento cristiano de la modernidad.

Había sido biólogo y pensador (teólogo), SJ, especialista en paleontología y antropología. Nació en Francia, ingresó en la Compañía y estudio en Inglaterra, interesándose por orígenes del hombre. Trabajó el Museo de Historia Natural y en el Instituto de Paleontología Humana de Paris, y colaboró con Henri Breuil en Cantabria, España (El Castillo, Puente Viesgo).

Fue camillero en la Gran Guerra (1914-1919) y empezó a publicar sus primeros trabajos sobre el despliegue de la vida (evolución) y el desarrollo espiritual y cristiano de la humanidad: La vida cósmica (1916) y El potencial espiritual de la materia (1919). Siendo ya un especialista, culminó sus estudios de geología, botánica y zoología en la Sorbona, con una tesis sobre los Mamíferos del Eoceno inferior francés (1926).

En ese tiempo (año 1923) realizó un viaje a China y enseñó en el Instituto Católico de Paris. Pero un artículo sobre el pecado original (tema vinculado con la evolución que él defendía) le enfrentó con los superiores de su Orden y con el Vaticano, de manera que se vio obligado a abandonar la enseñanza, regresando a China donde participó en algunos de los descubrimientos paleontológicos más importantes el siglo XX.

Murió en Nueva York (10 abril 1955), un día de Pascua, como él había deseado. Sus obras, miradas con sospecha por el Vaticano, circularon durante muchos años en ediciones semi-clandestinas.

Ha sido rehabilitado de un modo solemne por el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sí: “El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal…En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de Chardin;” (Nota 53).

Con esa ocasión, a los sesenta años de su muerte Chardín quiero ofrecerle en este blog mi recuerdo. El tema está tomado de mi Diccionario de Pensadores Cristianos, en cuya portada aparece su imagen después de Santa Teresa, antes de Lutero y Tomás de Aquino. Buena compañía.

1. Una aventura teológica cortada por prohibiciones.

diccionario-de-pensadores-cristianosEn aquel contexto fue elaborando su sistema científico-filosófico, de fondo religioso, que constituye uno de los intentos más audaces y profundos de explicar el despliegue de la realidad, que él entiende de un modo unitario, desde la perspectiva de la vinculación del espíritu y la materia, que se elevan y despliegan a través de una gran Evolución, buscando cada vez más complejidad y más conciencia. Desde su perspectiva, la creación ha de entenderse como despliegue de una fuerza divina que se va elevando y que dirige todo lo que existe hacia un plano de unidad más alta, que se centra de alguna forma en Cristo. Esta visión chocó con la teología oficial del Vaticano que negaba por entonces la evolución biológica y antropológica y que, con la colaboración de los superiores de la Compañía de Jesús, y que fue cerrando a Teilhard todas las puertas académicas, por lo que tuvo que permanecer casi veinte años fuera de Francia, sobre todo en China, en “misiones científicas” alejadas de los lugares de enseñanza.


El año 1927 le niegan el imprimatur para publicar El Medio Divino. El año 1938 le impiden publicar La energía Humana
. El año 1941 envía a los censores eclesiásticos El Fenómeno Humano, para enterarse tres años más tarde (el 1944) que no puede publicarlo. El año 1947 le prohíben escribir y publicar sobre temas de teología… de manera que hasta su muerte sólo pudo publicar algunos trabajos de carácter estrictamente científico.

Las dificultades cambiaron de signo tras su muerte, cuando algunos de sus amigos publicaron las obras, que él no había querido editar y poner al alcance de todos sin el permiso de sus superiores. Sus obras alcanzaron entonces un éxito inmenso, traduciéndose a pocos años varios idiomas.

Como reacción, el 6 de diciembre de 1957 el Santo Oficio ordenó que ellas fueran retiradas de las bibliotecas de los Seminarios y de las Instituciones Religiosas, prohibiendo su venta en las librerías católicas. Pues bien, fuimos muchos los que, en esos años, del 1957 al 1962, leímos con aire de clandestinidad esas obras, descubriendo en ellas una savia evangélica que no encontrábamos en los libros de teología escolástica.

Todavía el 30 de junio de 1962, la Congregación del Santo Oficio escribió un Monitum poniendo en guardia a los católicos sobre las ambigüedades y errores de Teilhard de Chardin (cf. AAS 54 [1962] 526 y OR 148, 30 junio 1962). Pero ya las cosas habían empezado a cambiar. Ese mismo año → H. de Lubac publicó un libro a favor del pensamiento de Teilhard de Chardin (La pensée religieuse du Père Teilhard de Chardin, Paris 1962) y a partir de entonces (iniciado ya el Concilio Vaticano II) una parte considerable del mundo católico acogió con agradecimiento admirado la obra científico-religiosa de Theilhard de Chardin, uno de los grandes fenómenos religiosos de mediados del siglo XX.


2. Una obra discutible, pero espléndida, centrada en la Cruz.

Es evidente que el pensamiento de Teilhard de Chardin tiene sus posibles riesgos y se puede criticar o defender con argumentos de tipo evangélico o racional. Pero la forma en que fue condenado por el Vaticano resulta vergonzosa. Se puede discutir el “optimismo” de Teilhard, cuando piensa que todo tiende hacia un final feliz de plenitud, pero no se le puede condenar por postularlo.

Se puede discutir la forma en que vinculaba la evolución científica y el desarrollo mental y espiritual de la vida humana (extrapolando quizá elementos de ciencia en la teología y viceversa), pero lo que él buscaba era algo legítimo y el mismo → Tomás de Aquino había elaborado una simbiosis comparable entre filosofía y teología en pleno siglo XIII. En esa línea, la historia de las condenas de Teilhard fue muy injusta y dolorosa. Desde ese fondo, podemos resumir ya algunos elementos básicos de su pensamiento.

a. El descubrimiento de la historia. Vivíamos antes en un mundo estático, con ideas y esencias eternas. Pues bien, la hipótesis de la evolución nos invita a introducir el tiempo dentro de esa realidad estática: todo lo que existe en el mundo conocido está inmerso en un proceso, que puede encontrarse fundado en Dios y centrado en Cristo. A diferencia de la visión anterior del mundo, hecha de esencias inmutables, nos hemos descubierto inmersos en un mundo que se hace, haciéndonos a nosotros mismos en su proceso y desarrollo.

b. Evolución universal. Todo está en proceso, no sólo la vida, sino la materia y el mismo pensamiento humano, incluida la experiencia religiosa. Eso significa que no existe una religión “ya hecha y fijada”, sino que el despliegue religioso forma parte de un camino de libertad y amor, que se encuentran vinculados al desarrollo de la complejidad y de la conciencia humana. La evolución de la vida tiende hacia niveles de mayor complejidad y conciencia, en una línea que se centra en el despliegue del hombre entendido como libertad y comunión (comunicación).

d. Cristo, punto Omega. La experiencia cristiana se inscribe en ese proceso evolutivo, que ha de entenderse ya de un modo universal. Todas las religiones pueden vincularse (no negarse) de algún modo en Cristo, para iniciar un proceso de elevación humana y religiosa. Teilhard entiende así la creación y la evolución como un camino abierto hacia el pleno despliegue de Cristo, es decir, hacia la unión de todos los hombres en un final de conciencia más amplia y de comunión más intensa, donde todos los hombres y mujeres quedan integrados, con sus aportaciones y valores.

Esta visión resulta puede resultar demasiado optimista, pues supone que la evolución del cosmos, de la vida y del hombre tiende y nos lleva hacia cotas de mayor complejidad, conciencia y plenitud humana. Es como si el futuro de la salvación estuviera asegurado, de una forma casi mecánica. Pues bien, en contra de eso, son muchos los que piensan que el potencial de vida (de evolución) puede llevarnos también a la ruina, como sabían los apocalípticos judíos.

Teilhard fue muy sensible a esa acusación y a ese riesgo, escribiendo, desde esa perspectiva, su libro quizá más valioso, titulado El Medio Divino (Madrid 1960). Éste es un libro de teología y mística, siendo, al mismo tiempo, un precioso tratado de historia humana (y de biología). Conforme a la visión de este libro, la evolución del hombre no acontece sólo a través de un despliegue positivo de la vida, sino también a través de sus negatividades y cruces. Junto a la acción está la pasión, junto a la vida está la muerte, junto a la Pascua está la Cruz.

De todas formas, Pasión y Acción no son equivalentes, Cruz y Pascua no están al mismo plano (pues eso implicaría que estamos inmersos en un eterno retorno de la vida, donde todo vuelve a ser siempre lo mismo). La última palabra es la Acción creadora de Dios, que culmina en la Pascua de Cristo, que abre un futuro de vida para todos los hombres. El final del camino del hombre es la Pascua, la Resurrección de toda la realidad, en Cristo y con Cristo. Pero esa Resurrección sólo es posible pasando a través de la cruz, aceptando el sufrimiento de la vida que crece, el sufrimiento de la muerte, sobre todo de una muerte a favor de los demás, como la de Cristo.

3. Misa sobre el mundo.

Entre las obras de fondo más religioso de Teilhard de Chardin, destaca un pequeño escrito donde el pan y vino de la ofrenda y de la comunión eucarística, que se expanden hasta abarcar el mundo entero, de tal forma que podemos hablar de una inmersión y transformación crística y trinitaria del conjunto de la realidad. Éste es el tema de la misa cósmica, que Teilhard celebró en las estepas del Gobi donde se hallaba de misión científica, por la fiesta de la Transfiguración del Señor, en el verano de 1923. Retomando la línea de los antiguos teólogos alejandrinos de los siglos IV y V, que habían interpretado la encarnación como presencia del Hijo de Dios en el conjunto de la humanidad y del mundo, Teilhard de Chardin ha desarrollado de forma emocionada el carácter cósmico de la eucaristía, interpretada como transformación de un mundo que se eleva a Dios, vinculado en Cristo, por la fuerza de su Espíritu.

En la nueva humanidad que se está engendrando hoy, el Verbo ha prolongado el acto sin fin de su nacimiento, y en virtud de su inmersión en el seno del mundo, las grandes aguas de la materia, se han cargado de vida sin estremecimiento. En apariencia nada se ha estremecido en esta inefable formación y, sin embargo, al contacto de la Palabra sustancial, el universo, hostia inmensa, se ha convertido misteriosa y realmente en carne. Desde ahora toda la materia se ha encarnado, Dios mío en tu encarnación…

Ahora, Señor, por medio de la consagración del mundo, el resplandor y el perfume que flotan en el universo, adquieren para mí un cuerpo y rostro en ti. Lo que entreveía mi pensamiento indeciso… tú me lo haces ver de un modo magnífico: no sólo que las criaturas sean solidarias entre sí, de manera que ninguna pueda existir sin todas las demás…, sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo Centro real, que una verdadera vida, sufrida en común, les proporcione en definitiva, su consistencia y su unión…

Tú, Señor Jesús, en quien todas las cosas encuentran su subsistencia, revélate al fin a quienes te aman como el alma superior y el foco físico de la creación… Lo que yo experimento, delante y en el seno del mundo asimilado por tu carne, convertido en tu carne, Dios mío, no es ni la absorción del monista, ávido de fundirse en la unidad de las cosas, ni la emoción del pagano prosternado a los pies de una divinidad tangible, ni el abandono pasivo del quietista que se mueve a merced de las energías místicas.

Aprovechando algo de la fuerza de éstas corrientes (monista, pagana, quietista), sin lanzarme contra ningún escollo, la actitud en la que me sitúa tu presencia universal, es una admirable síntesis en que se mezclan, corrigiéndose, las más formidables pasiones que pueden jamás soplar sobre un corazón humano.

1. Lo mismo que el monista, me sumerjo en unidad total, más la unidad que me recibe es tan perfecta, que sé encontrarme en ella, perdiéndome, en el perfeccionamiento último de la individualidad.

2. Lo mismo que el pagano, yo adoro a un Dios palpable. Llego incluso a tocar ese Dios en toda la superficie y profundidad del mundo de la materia en que me encuentro cogido. Pero, a fin de asirlo como yo quisiera (para seguir sencillamente tocándolo, a Dios), necesito ir cada vez más lejos, a través y más allá de toda limitación sin poder jamás descansar en nada, empujado en cada momento por las criaturas y superándolas en todo momento en un continuo acoger y un continuo desprendimiento.

3. Lo mismo que el quietista, me dejo mecer deliciosamente por la divina Fantasía. Más, al mismo tiempo, sé que la voluntad divina no me será revelada en cada momento, más que dentro de los límites de mi esfuerzo. No palparé a Dios en la materia, como Jacob, más que cuando haya sido vencido por é (Misa sobre el mundo. Himno del Universo, Madrid. 1967).

Entre sus obras, en castellano.

El fenómeno humano (Madrid 1959); El medio divino (Madrid 1960); El grupo Zoológico Humano (Madrid 1964); El futuro del hombre (Madrid 1964); La Visión del Pasado (Madrid 1964). Visión de conjunto de su obra en U. King (ed.),Pierre Teilhard de Chardin: Escritos esenciales (Santander 2001). Una perspectiva distinta y complementaria de la suya en G. Theissen, La fe bíblica en perspectiva evolucionista (Estella 2003).

Entre las valoraciones de su pensamiento y proyecto teológico, cf.

H. de Lubac: El pensamiento religioso de Teilhard de Chardin (Madrid 1967); La Oración de Teilhard de Chardin (Barcelona 1969); A. Fierro, El proyecto teológico de Teilhard de Chardin (Salamanca 1971); F. Riaza, Teilhard de Chardin y la evolución biológica (Madrid 1968); J. de S. Lucas, Teilhard de Chardin (Madrid 1996); B. Sesé, Pierre Teilhard de Chardin (Bilbao 1998); A. Pérez de Laborda, La Filosofía de Pierre Teilhard de Chardin (Madrid 2001).

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