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“¿Teresa extraordinaria? (I)”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 1 de julio de 2015

18942461009_571af809ba_mDe su blog Juntos Andemos:

Cuando se lee a Teresa de Jesús o se piensa en la profunda experiencia de Dios que tuvo; al disfrutar la sabiduría de sus palabras o al mirar la libertad que logró, siendo una monja que vivió en un siglo regido por varones y atado por unas leyes sociales asfixiantes; cuando se ve lo que logró hacer por sí misma, se puede pensar que Teresa es inalcanzable y que era una gran mujer, casi desde siempre.

Sin embargo no es así. Teresa se hizo a sí misma y se dejó modelar por Dios, poco a poco. Pasó de los apegos estrechantes a la apertura del amor, del miedo a la libertad y de la debilidad a la entereza a través de un largo proceso nada sencillo y nunca acabado.

Confesará que «era temerosa en extremo» y que marchó de la casa paterna, para ir al convento, sintiendo que sus huesos flaqueaban porque «no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes». Salió de la casa familiar movida por dos temores: el de no salvar su alma y el de la suerte que corrían las mujeres de su tiempo en el matrimonio. «También temía el casarme», decía. El amor la alcanzaría mucho después.

Escribe con sinceridad lo que vivía, cuando intentaba responder a las llamadas de Dios: «Andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía» y sufría –sigue diciendo–, viendo «lo poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios». No podía consigo misma y ella era su principal traba.

Conoció la desazón de no lograr remontar. Y casi desespera de sí misma, sumida en una división de vida, en la que –dice– «ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo». Estuvo cerca de desistir y explica por qué: «Veía mi poca enmienda, que ni bastaban determinaciones ni fatiga en que me veía para no tornar a caer en poniéndome en la ocasión». Viendo eso, llegó a creer que no lograría una vida auténtica.

Y la que, con razón, es llamada «maestra de oración» conoció las dificultades que pueden darse en el camino de la oración, no solo los momentos luminosos y dulces. Hablaba, sin vergüenza, de cuánto le costaba orar: «Muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar, y escuchar cuándo daba el reloj, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración».

Y aun esa resolución, esa fuerte capacidad para permanecer –porque Teresa dice que se mantuvo así «algunos años»– dirá que es dada y lo dejará apuntalado en las IV Moradas: «Hase de entender en cuanto dijere que no podemos nada sin Él».

No poder nada sin Dios no significa para Teresa dejar de hacer todo lo posible. Más bien, supone andar haciendo cuanto se puede. Y por eso, explicaba que hay cosas que se pueden ir aprendiendo. Dirá, por ejemplo, que se puede ir «poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aun en cosas menudas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu». O también, que se puede crear un hábito de superación y así «de cosas muy pequeñas se pueden… acostumbrar para salir con victoria en las grandes».

El mismo recorrido se puede hacer hablando de otras cosas. De sí misma dirá, en una Cuenta de Conciencia: «Solía ser muy amiga de que me quisiesen bien; ya no se me da nada, antes me parece en parte me cansa». Teresa era una mujer sensible y afectiva y había dependido mucho del afecto de los demás. Liberar el corazón fue costoso.

La extraordinaria Teresa se presenta como una mujer que ha vivido en proceso, aprendiendo, madurando, desarrollando lo mejor de sí. Una mujer que conoció el fracaso, la falta de dominio y la mediocridad. Era una luchadora nata, pero por sí misma no lograba realizar los deseos más profundos de su corazón ni la felicidad que buscaba.

¿Desdora todo esto a Teresa? ¿La hace menos extraordinaria? En absoluto. Pero es importante conocerla por dentro y entender su recorrido vital, para comprender mejor sus palabras. Y para no imaginar que habla desde una cima inaccesible o con un gesto impasible, como quien, desde lejos, ve las dificultades externas y las batallas íntimas de otros.

La extraordinaria Teresa es el fruto de una mujer asombrosa y muy valiosa que se puso en manos de Dios, que se dejó cincelar y que eligió la confianza como camino para llegar al fondo de todo: de sí misma, de Dios y de los demás.

Tuvo conciencia de «las gracias de naturaleza» que Dios le había dado, pero también de que podía malograr tanto bien. El gran paso que inclinó su vida hacia lo extraordinario, lo relata en el Libro de la Vida, cuando dice: «Estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios».

Eso es lo que la lleva a emprender el increíble camino de su vida y a poder decir que «está la verdadera seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios. Los ojos en Él, y no hayan miedo se ponga este Sol de Justicia, ni nos deje caminar de noche para que nos perdamos, si primero no le dejamos a Él».

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