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“Francisco de Asís, en quien el ser humano resultó bien”, por Leonardo Boff

Jueves, 28 de mayo de 2015

S.Francesco'StripBenedettoConsiderando el panorama mundial, la violencia bélica en varias naciones con terribles matanzas de seres humanos, o la violencia de estudiantes que, enardecidos, invaden una escuela y abaten a tiros a decenas de compañeros, por no hablar de las torturas y de los abusos que se cometen contra inocentes, nos surge espontánea la pregunta: ¿el ser humano ha resultado bien? ¿No somos una excrecencia del proceso evolutivo?

Nos cuesta identificar figuras ejemplares que nos desmientan esta tétrica impresión. Pero gracias a Dios existen, como un Don Helder Câmara, una Hermana Dulce, la Hermana Teresa de Calcuta, un Chico Mendes, un José Mujica, ex-presidente de Uruguay, un Gandhi, un Dalai Lama y un Papa Francisco, entre otras.

Pero quiero detenerme en una figura seminal en la que la humanidad resultó bien de un modo convincente: San Francisco de Asís. Uno de los legados más fecundos del “Sol de Asís” como lo llama Dante, actualizado hoy por Francisco de Roma, es la predicación de la paz, tan urgente en los días actuales. El primer saludo que dirigía a los que encontraba por los caminos era “Paz y Bien”, que corresponde al Shalom bíblico. La paz que ansiaba no se restringía a las relaciones interpersonales y sociales. Buscaba una paz perenne con todos los elementos de la naturaleza, tratándolos con el tierno nombre de hermanos y hermanas.

Su primer biógrafo Tomás de Celano testimonia maravillosamente el sentimiento fraterno que lo invadía:

«Se llenaba de inefable gozo todas las veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su vista hacia las estrellas y el firmamento. Cuando se encontraba con las flores, les predicaba como si estuviesen dotadas de inteligencia y las invitaba a alabar a Dios. Lo hacía con tiernísima y conmovedora candidez: exhortaba a la gratitud a los trigales y los viñedos, a las corrientes de los ríos, a la belleza de las huertas, a la tierra, al fuego, al aire y al viento».

Esta actitud de reverencia y de ternura lo llevaba a recoger las babosas de los caminos para que no las pisasen. Durante el invierno daba miel a las abejas para que no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortasen los árboles por la raíz con la esperanza de que pudiesen rebrotar. Hasta las malas hierbas debían tener un lugar reservado en los huertos, para que pudiesen sobrevivir, pues «ellas también anuncian al hermosísimo Padre de todos los seres».

Sólo puede vivir esta intimidad con todas las cosas quien ha escuchado su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología profunda. Jamás se situaba por encima de las cosas sino a su mismo nivel como quien convive verdaderamente como hermano y hermana, descubriendo los lazos de parentesco que unen a todos.

El universo franciscano y ecológico nunca es inerte. Todas las cosas están animadas y personalizadas. Descubrió por intuición lo que sabemos actualmente por vía científica (a través de Crick y Dawson, que descifraron el ADN): que todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, pues todos tenemos el mismo código genético de base.

De esta actitud nació una paz imperturbable, sin miedos y sin amenazas. San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que la Carta de la Tierra encontró para la paz: «Es la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con las demás personas, con otras culturas, otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16 f).

El Papa Francisco parece estar realizando las condiciones para la paz, fundada en la compasión por los que sufren, por la valiente denuncia del sistema que produce miseria y hambre, y por la permanente búsqueda de la justicia social que deja atrás la filantropía para dar lugar a los cambios estructurales.

La suprema expresión de la paz, hecha de convivencia fraterna y cálida acogida de todas las personas y cosas está simbolizada por el conocido relato de la perfecta alegría, donde, a través de un artificio de la imaginación, Francisco presenta todo tipo de injurias y violencias contra dos cofrades, uno de ellos él mismo. Aunque habían sido reconocidos como cofrades, fueron vilipendiados moralmente y rechazados como gente de mala fama.

En este relato de la perfecta alegría, que encuentra paralelos en la tradición budista, Francisco va paso a paso, desmontando los mecanismos que generan la cultura de la violencia.

La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros y hablar lenguas. En su lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación más allá de cualquier reclamación, retribución o exigencia previa. Vivida esta actitud irrumpe la paz, la paz del corazón, inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más duras oposiciones, paz como fruto de un completo despojamiento. ¿No son estas las primicias de un Reino de justicia, de paz y de amor que tanto deseamos?

Esta visión de la paz de San Francisco representa otro modo de estar-en-el-mundo junto con las cosas, una alternativa al modo de ser de la modernidad y de la posmodernidad, asentado sobre el estar-sobre-las-cosas, dominándolas y usándolas de forma irrespetuosa para el enriquecimiento y el disfrute sin el menor sentido de sobriedad.

El descubrimiento de la hermandad cósmica nos infundirá un espíritu de respeto y nos devolverá la claridad y la inocencia infantil de la edad adulta, importantes para que salgamos bien de la crisis.

Leonardo Boff escribió Francisco de Asís: ternura y vigor, 6ª edición, Sal Terrae, 1995.

Traducción de MJ Gavito MiIano

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