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Emotiva carta de un homosexual irlandés de 60 años: “La ‘caritativa’ Iglesia, dominante en aquellos tiempos, fue la principal responsable de mi aislamiento”

Miércoles, 1 de abril de 2015

1012_aging03x3951A pocas semanas del referéndum sobre el matrimonio igualitario en Irlanda, que tendrá lugar el próximo 22 de mayo, se suceden las opiniones tanto de partidarios como de detractores de la igualdad LGTB. También se están dando a conocer testimonios de quienes han sufrido toda una vida de discriminación y ocultación, y ven en la igualdad jurídica de las parejas del mismo sexo un símbolo de aceptación que era inimaginable hace apenas unos años. Al director del diario Sunday Independent llegaba una carta de un homosexual de 60 años, cuya trayectoria vital de hombre que “sufrió el daño de una sociedad que me escarnecía activamente” puede ser el fiel reflejo de generaciones enteras de personas LGTB.

Quizás a algunos les resulta difícil comprender el profundo significado que la igualdad legal tiene para quienes han sido permanentemente humillados y ofendidos. No es tanto un fin sino un comienzo esperanzador, y para quienes han sufrido el oprobio y el escarnio, público y generalizado, durante toda una vida, la esperanza suele ser un lujo que se percibe inalcanzable. De todo ello habla el remitente de una carta estremecedora, certera y lúcida. Un homosexual de 60 años que nunca ha salido del armario.

La reproducimos por completo:

Muy señor mío, este año cumpliré 60 y soy un hombre gay que nunca ha “salido del armario” formalmente. Mis queridos padres, que lamentablemente han fallecido, nunca supieron la verdad. Lo hice más por ellos que por mí. La religiosa Irlanda rural lo hubiese hecho muy difícil para ellos, para sus creencias y para su entorno. Yo no podía esperar, en los años 70, para salir de ese entorno.

Fui consciente de mi sexualidad desde que tenía ocho años. Definitivamente me escapé a la ciudad a los 22 años de edad, que eran 15 emocionales y aún menos en sabiduría callejera. Visité parques y baños públicos, no por sexo, sino por encontrar el consuelo de la intimidad y la identificación. El consuelo de que todo el mundo podía mostrarse abiertamente y ser aceptado.

Fui bien educado y tenía una saludable guía moral, por lo que traté de que la mayoría de mis encuentros se acomodaran a ello. Pero sufrí el daño de una sociedad que me escarnecía activamente y los que conocí habían sufrido un daño semejante. Las personas dañadas se sienten inclinadas hacia otras personas dañadas, que frecuentemente se dedican a dañarse entre sí. Abusaron de mí, pero estoy seguro de que no era culpa mía, sino por ser “uno de ellos”. Los policías me acosaban constantemente y me sometían a humillantes interrogatorios. Solo “hacían su trabajo” pero algunos tenían un exceso de celo.

Sentí entonces que tendría que moverme entre las criaturas de la noche, y que eso me conduciría a la clandestinidad, al abuso, a los robos y atracos. Sentí que tener que negar mi verdadero yo me conduciría a la negación de mis verdaderas capacidades potenciales y reales. Luché contra ello. A veces para bien, a veces para mal, pero siempre he pagado mis impuestos y he sido un excepcional voluntario para muchas causas.

Probablemente no exagere si digo que en el proceso ayudé a salvar muchas vidas. He tenido buenos compañeros de viaje. Y mi secreto permanecía, incluso para mi familia.

Algunos otros de mi generación optaron por casarse, muchos incluso por tener hijos. Sé que muchos de ellos llevaban una vida más torturada que la mía. Sostengo que la “caritativa” Iglesia, dominante en aquellos tiempos, fue la principal responsable de mi aislamiento.

Históricamente, he sentido su insidiosa doble moral y su abuso de la sociedad. Lo tenían todo bien atado. Incluso mientras escribo ahora noto su actual descontrol, su insidiosa hipocresía disfrazada de compasión. No busco que pidan perdón, pero en esta época de retribución muchos consideran que sería oportuno.

Este referéndum me permite albergar la idea del matrimonio por primera vez, a mis 60 años, algo que muchos otros chicos podían considerar desde que nacieron. Me imagino la euforia cuando pase el referéndum. Sin duda aún dañado por mis experiencias y todavía inseguro, buscaré activamente, a mi edad, una pareja. Lo haré con la intención última de pedirle que se case conmigo.

Una lágrima se me escapa con ese pensamiento. Mi pérdida ha sido elevada y aún más vívida si se considera ahora la posibilidad de un cambio así. Hubiera sido un padre fantástico. Esa oportunidad ya llega tarde para mí. Pero no la de envejecer con alguien al lado, en una relación de igualdad.

Cuando todo haya pasado, sé que voy a llorar, probablemente en privado y a solas, pero mis lágrimas serán de alivio, reconocimiento, aceptación y esperanza.

Por último, es posible que hasta experimente una sensación de inclusión en ese entorno rural del que no podía esperar para escapar. Mis esperanzas, sueños y aspiraciones están depositadas en vuestras papeletas de voto. Por favor, tratadlas con el máximo cuidado, porque son frágiles. Después de 50 años, me atrevo a soñar.

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