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El Papa se la juega: Francisco trata de abrir la Iglesia a las nuevas formas de familia

Domingo, 5 de octubre de 2014

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Arranca un Sínodo de la Familia con fuertes críticas de los sectores ultraconservadores

Se debatirá sobre divorciados, matrimonios gay, anticonceptivos, aborto, violencia machista o pobreza

Los críticos son los mismos que atacan al Papa por ser inflexible contra los curas pederastas (…) Los mismos ‘lobos’ que denunció el Papa Benedicto antes de renunciar

Francisco pide a los padres sinodales “no frustrar el sueño de Dios”

Leemos en Religión Digital:

(Jesús Bastante).- ¿Cambio o ruptura? ¿Revolución o cisma? Francisco se la juega a partir de este domingo, con la celebración de un inédito Sínodo sobre la Familia, en la que obispos, laicos y matrimonios debatirán, sin límites, sobre temas que hasta ahora eran considerados tabú en la Iglesia católica. No ha quedado ningún tema sin tocar: divorciados vueltos a casar, anticonceptivos, matrimonios gay, parejas interreligiosas, aborto, relaciones fuera del matrimonio, violencia doméstica, abusos a menores en el seno de la familia, la inmigración, la globalización, los distintos tipos de pobreza…

“Hay una puerta que hasta ahora estuvo cerrada y el Papa quiere que se abra. El Papa quiere que el pueblo de Dios se exprese y diga lo que piensa, afirma Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, que por primera vez en la historia reciente de la Iglesia católica ha contado con la opinión de laicos, mujeres y matrimonios, y que también se ha encontrado con una dura contestación por parte de los sectores más radicalmente conservadores, que han llegado a acusar a Francisco de ser un Papa ilegítimo.

Las puertas abiertas del Papa pretenden que entre el aire en la Iglesia, que se cree una nueva conciencia, basada en la misericordia y la apertura, y no en la condena y la persecución de aquellos que no comulgan al cien por cien con la Tradición, y que ha provocado la huida de millones de creyentes que no han visto reflejada su fe en Jesús en la institución vaticana. No es el Evangelio el que hay que interpretar según el Código de Derecho Canónico sino el Código según el Evangelio de la paz y del perdón, señala a este diario el prestigioso canonista jesuita José María Díaz Moreno.

Y, sin embargo, el órdago lanzado por Francisco no ha sido bien recibido por buena parte de la Curia romana. Los mismos cardenales que, desde el comienzo de su pontificado, han organizado una “silenciosa oposición” a las reformas del Papa, ahora dan la cara y arremeten directamente contra algunos de los puntos más polémicos -y que se van a abordar en el Sínodo-, como la atención a los menores de familias rotas, los matrimonios entre creyentes y no creyentes y, especialmente, el caso de los divorciados vueltos a casar.

Después de que, por encargo de Francisco, el cardenal Kasper hablara de la necesidad de buscar soluciones para permitir que aquellos que han fracasado en su primer matrimonio puedan tener la oportunidad de rehacer su vida y seguir formando parte de la Iglesia a todos los niveles, algunos cardenales han abierto la caja de los truenos. Cinco de ellos, entre los que se cuenta el mismísimo prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Müller, contraatacaron atacando las tesis de Kasper, quien abundó -en un discurso que Francisco alabó públicamente- en que “todo pecado puede ser absuelto, todo pecado puede ser perdonado. También el divorcio“.

Algunos han ido más allá. Sectores ultraconservadores en Italia o España han llegado a dudar de la legitimidad de Bergoglio como Papa, aduciendo a una supuesta duplicidad de votos en una de las elecciones del cónclave y, sobre todo, a una “pérdida de legitimidad” por sus actuaciones, desde su decisión de abandonar el Palacio y vivir en Casa Santa Marta hasta su cercanía a los inmigrantes, el hecho de que lavara los pies en Jueves Santo a mujeres, una de ellas musulmanas -el rito exigía que sólo fueran hombres, como los doce Apóstoles-, o se mostrara a favor de una mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad en la Iglesia.

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Los críticos son los mismos que atacan al Papa por ser inflexible contra los curas pederastas, por haber procesado, por primera vez en la historia de la Iglesia, a un arzobispo que abusó de niños, y quienes cuestionan su capacidad porque se arrodilla ante los musulmanes y pide construir juntos una sociedad mejor. No ven con buenos ojos sus palabras al diálogo y por la paz en Siria, Israel, Palestina, Irak, que le han hecho ser uno de los favoritos a recibir este año el Premio Nobel de la Paz, algo que jamás consiguió el Papa de Roma. Son los mismos “lobos” que denunció el Papa Benedicto antes de tener que renunciar.

Francisco también ha declarado que el celibato sacerdotal “no es un dogma de fe”, y que, por tanto, se puede discutir. Como la acogida a divorciados, o la participación de todos en el gobierno de la Iglesia. De hecho, la importancia de este Sínodo -más allá de que se tomen unas u otras decisiones en cuanto a la doctrina- es la recuperación de la sinodalidad” como modo de gobierno.

Francisco no es un papa que gobierne a golpe de preceptos -podría hacerlo, y declararse “infalible”-, sino que se ha dotado de un grupo de nueve cardenales que le asesora y ha convocado este Sínodo, en el que participan cardenales, obispos, laicos -y hasta 14 matrimonios-. No podemos soñar con que la Iglesia se convierta en una institución democrática pero sí que al menos escuche y tenga en cuenta la opinión de todos.

Ahora, del 5 al 19 de octubre, el Vaticano abre un período de reflexión y debate, con el objetivo de actualizar su doctrina sobre temas que afectan, y mucho, a millones de fieles en todo el mundo. Y que podrían servir para hacer de la Iglesia católica una institución más accesible, menos oscura y en consonancia con un mundo en cambio. O también para provocar un cisma, si los ultraconservadores continúan poniendo palos en la rueda del carro que, con dificultades, quiere seguir conduciendo Francisco.

Y leemos en  El País:
Pablo Ordaz

Ya hay un alto prelado en la cárcel por blanqueo de dinero y un arzobispo en arresto domiciliario por abuso de menores. El papa Francisco no ha ido todavía ni a Milán ni a Lourdes ni a Madrid, pero sí a Corea, a Albania y a la isla de Lampedusa, lugares donde ni el catolicismo ni la vida misma han navegado nunca con el viento a favor. La agenda que se marcó Jorge Mario Bergoglio cuando, según sus propias palabras, llegó al Vaticano “desde el fin del mundo” se va cumpliendo. Un plan de transparencia para el dinero del IOR (el Instituto para las Obras de Religión), tolerancia cero con los pederastas y un viaje continuo hacia las periferias del mundo. La siguiente etapa, que empieza hoy con el Sínodo sobre la Familia, es tal vez más difícil aún, porque consiste en abrir las puertas de la Iglesia a quienes se fueron alejando por azares de la vida –divorciados vueltos a casar— o a quienes siempre las encontraron cerradas –parejas de hecho, nuevas familias surgidas de relaciones rotas, hijos adoptados por parejas del mismo sexo–. Y es precisamente aquí, en las distancias cortas entre el dogma y la tradición, donde un papa como Francisco se la juega.

No en vano está siendo ahora cuando los sectores más retrógrados de la Iglesia –aquellos que siempre han visto a Francisco con recelo, pero no lo habían expresado todavía por temor a ser arrollados por su liderazgo— están saliendo a la luz. El ejemplo más claro es el libro que el cardenal alemán Gerhard Müller, el poderoso prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, y otros cuatro purpurados –un estadounidense, otro alemán y dos italianos— han publicado en paralelo al Sínodo de la Familia y en el que se oponen frontalmente a que los divorciados vueltos a casar puedan regresar a los sacramentos o a que, en determinados casos de fracaso matrimonial, los procedimientos de nulidad se aceleren y simplifiquen. “Está en juego la ley divina”, sostienen los autores del libro, “porque la indisolubilidad del matrimonio es una ley proclamada directamente por Jesús y confirmada muchas veces por la Iglesia. El matrimonio solo puede ser disuelto por la muerte”.

Los más críticos con las reformas del Papa alegan que “está en juego la ley divina”

Müller, actual jefe del antiguo Santo Oficio, el mismo cargo que ejerció Joseph Ratzinger hasta que sustituyó a Juan Pablo II, tiene enfrente nada más y nada menos que al propio Jorge Mario Bergoglio, al cardenal de su confianza Walter Kasper –“todo pecado puede ser perdonado, también el divorcio”—y al cardenal Lorenzo Baldisseri, que será precisamente el secretario del Sínodo sobre la Familia. Baldisseri, como buen italiano, prefiere mediar entre las partes antes de que la sangre llegue al río, pero no por ello esconde su opinión ni la del Papa: “Las cosas no son estáticas, caminamos a través de la historia, y la religión cristiana es historia, no ideología. El contexto actual de la familia es diferente al de hace 30 años, a los tiempos en que se publicó la Familiaris consortio [la exhortación apostólica de Juan Pablo II]. Si negamos esto, nos quedamos anclados 2.000 años atrás. El Papa quiere abrir la Iglesia. Hay una puerta que hasta ahora ha estado cerrada y Francisco quiere que se abra”.

El cardenal Baldisseri replica a los inmovilistas que “las cosas no son estáticas” y Bergoglio quiere abrir una puerta que estaba cerrada

Más claro, agua. Tan claro que, de pronto, como si tocaran a rebato, los cancerberos de la tradición están despertando. La última aparición ha sido la del cardenal esloveno Franc Rodé, antiguo prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, que ha puesto a Bergoglio de vuelta y media: “Sin duda, el Papa es un genio de la comunicación. Tiene a su favor que parece simpático. Pero sus opiniones relativas al capitalismo y a la justicia social son excesivamente de izquierdas. Se ve que está marcado por el ambiente del que viene. En América del Sur hay grandes diferencias sociales y cada día se producen allí grandes debates sobre esa cuestión. Pero esta gente habla mucho y resuelve poco”. No se trata solo del desahogo aislado de un cardenal al que, a los 80 años, le están cambiando el decorado, sino que refleja el sentir contrario a las reformas de un sector que, aunque minoritario, sigue existiendo dentro del Vaticano y permanece alerta, ojo avizor. Tanto que aquellas conspiraciones que amargaron los últimos días del pontificado de Benedicto XVI están volviendo a surgir: informes secretos, filtraciones interesadas con muy mala uva, acusaciones con más o menos fundamento que tratan de desprestigiar a los más cercanos colaboradores de Francisco, incluido el cardenal australiano George Pell, actual prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede. Está por ver si se trata de los últimos coletazos de una época terrible para el Vaticano –aquel caso Vatileaks que se cerró, tal vez en falso, con la detención del mayordomo de Ratzinger— o del principio de las hostilidades contra Bergoglio.

Un musulmán en el Sínodo católico

P. O.

No se trata de un proceso rápido ni propenso a los grandes titulares. El Sínodo de la Familia, que se enmarca bajo el título “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” y se desarrollará hasta el próximo día 19, contará con 253 participantes, de los que 191 serán “padres sinodales” y el resto se dividirá entre expertos laicos y –por primera vez en un sínodo– 14 matrimonios llegados de Líbano, Congo, Ruanda, Filipinas y diversos países de Europa. Entre ellos se encuentra una pareja formada por una católica y un musulmán. Los obispos, que ya enviaron al Vaticano el contenido de su intervención para poder ordenarlas por grupos temáticos, dispondrán de cuatro minutos para defender sus propuestas. El debate servirá para elaborar un documento que será enviado a las Conferencias Episcopales de todo el mundo. Por tanto, según ha advertido el cardenal Lorenzo Baldisseri, el Sínodo “no adoptará decisiones” y sus conclusiones sólo servirán “de base para la segunda asamblea que se celebrará en 2015”. Será, por tanto, el próximo año cuando, de haberla, se anunciará la nueva postura de la Iglesia hacia las familias.

Por tanto, lo interesante ahora no son tanto las respuestas –que tardarán en llegar–, sino hasta qué punto la Iglesia está dispuesta a interrogarse y cambiar o a seguir cómodamente instalada en una tradición que la aleja de los fieles. En la víspera del Sínodo, y aprovechando su cuenta de Twitter, @pontifex, el papa Francisco ha lanzado un mensaje que, aunque obvio, parece un desafío a quienes, anclados en la tradición o los dogmas, siguen abonados a la teoría del valle de lágrimas. “La Iglesia y la sociedad”, dice el Papa, “necesitan familias felices”.

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