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Dom 15. 6. 14. Trinidad, un “dogma” que no es dogma.

Domingo, 15 de junio de 2014

330px-Itur3Del blog de Xabier Pikaza:

La Trinidad en cuanto tal no es un dogma de fe, pues no aparece como tal en la Biblia ni en los credos (Símbolo de los Apóstoles o en el Nicea-Constantinopla).

No hay un “dogma” que diga: Yo creo (o creemos) en la Trinidad… Y, sin embargo, la fe cristiana se expresa en tres “artículos” que dicen:

(1) Creo en Dios Padre, creador…;
(2) Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació, predicó, murió, resucitó…;
(3) Y Creo en el Espíritu Santo.

Y eso es la Trinidad: No un “dogma aparte”, sino una condensación de la fe, del NT y de la Iglesia,fe en Dios Padre, en Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu santo.

Sólo se cree expresamente en ellos (Padre Dios, Jesús, Espíritu Santo…), de manera que no hay que añadir “yo creo en la Trinidad” Pero ha sido bueno reunir esa fe, que es triple y que es única, de manera que se pueda afirmar, implicitamente, “yo creo en la Trinidad”, aunque ella, en sí misma, como he dicho, no es un dogma de la Iglesia (y así algunos tendemos a evitar esa “palabra” en nuestra experiencia creyente).

20110322142532-capitalSea como fuere, este “fe en los tres que no son tres” (no se suman ni restan) constituye, con la Encarnación, el centro del misterio cristiano:

— por ella sentimos y sabemos que Dios es fuente inagotable y comunión creadora de amor que anima y sostiene la historia de los hombres (Padre), que Dios “es” hombre (Jesús) y que la fuerza-amor de nuestra vida (Espíritu).
— No es un concepto, ni es objeto de una posible especulación (tres son uno, uno es tres), sino el descubrimiento y misterio, único y siempre nuevo de la riqueza de Dios, que para los cristianos se revela por Jesús, a quien ellos han visto y confesado como Hijo de Dios (Hombre verdadero) y Dador del Espíritu, es decir, promotor de nueva Humanidad.

Este misterio no es una verdad que ha de añadirse a otras posibles verdades de fe igualmente obligatorias y enigmáticas, sino que es una especie de recopilación de la fe, como un compendio de la fe cristiana y del credo: En el Nombre del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu Santo

No es un dogma independiente, a nadie se le obliga en la iglesia a confesar “yo creo en la Trinidad”, pero a todos se le pide que descubran y digan, con amor gozoso: “yo creo y confío en Dios, creo en Jesús y le amo, recibo su Espíritu”. Así he querida presentar este misterio en mi Enquiridion Trinitatis (Secretariado Trinitario, Salamanca 2005)

Imagen 1: Trinidad de Iturgoyen, tres puertas, un ábside…en pleno monte (Navarra)

Imagen 2: Capitel pre-románico de Leire, tres caras que evocan… (Navarra)

Principio Trinitario

Enchiridion-Trinitatis-i1n302629De esa forma plantearemos de ahora en adelante el tema de la Trinidad, como expresión y compendio de la vida de Dios y del amor que es comunión abierta a todos los hombres y mujeres en la historia. Su verdad es ante todo un don, regalo de amor que reciben de manera inmerecida los creyentes; pero ella puede entenderse también como principio de todo saber racional, de todo amor y pensamiento, tesoro que los cristianos ofrecen gozosos a los hombres y mujeres de la tierra, sin imponer ni pedir nada: ¡gratis han recibido, gratis quieren darlo, como portadores del Dios de la Gracia! (cf. Mt 10, 8).

Dicho esto, podemos dejar en un segundo plano las prevenciones de lenguaje y hablaremos de “creer” en la Trinidad, sabiendo que nos referimos al misterio del amor del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu-evangélico.

Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu. En ese sentido, la Trinidad como tal no es una doctrina del NT.

Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamada símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la iglesia; todos ellos hablan sólo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.

Sea como fuere, ese nombre (Trinidad), sin ser en cuanto tal dogma de fe, ha entrado en el lenguaje de la iglesia y así lo emplearemos como signo unitario y “complejo”, que nos permite penetrar de alguna forma en el misterio impenetrable de la unidad riquísima de Dios (cosa que otras religiones monoteístas, judaísmo e Islam, no se atreven a hacer). Entendida así, como expresión de la unidad viva de Dios, la Trinidad constituye el corazón y compendio de la experiencia cristiana: es el fundamento (dogma), siendo fuente de toda reflexión y todo amor, un camino abierto hacia el cumplimiento de toda la esperanza.

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Una trinidad múltiple

Siendo lo más específicamente cristiano, la Trinidad puede y debe presentarse como expresión y signo de una revelación y una búsqueda racional que está presente en casi todas las culturas y religiones.

1). Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alla, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas de platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario.

2. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana (el Atmán), al que se añaden dos grandes signos divino o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Visnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas, ni sumarse unos a otros, pues se interpenetran. Tampoco estos modelos pueden tomarse sin más como expresión de la Trinidad, pero nos ayudan a entenderla.

3. Suele hablarse igualmente de la Trinidad revelatoria, formada por los varios momentos de la manifestación de lo divino.

(1) Hay un Dios revelador, principio y fuente de todo lo que existe; ley divina en que se fundan todas las posibles realidades del cielo y de la tierra.

(2) Hay una Revelación divina, entendido como proceso de despliegue del mismo Dios que se vuelve luz (en ciertas formas de budismo) o palabra (en el judeocristianismo y el islam).

(3) Hay, finalmente, una Realidad nueva que brota de la revelación de Dios y que se puede identificar con el Espíritu Santo de las tradiciones cristianas o con una especie de comunidad sagrada del Islam. Este sería el esquema que está al fondo de las tres joyas de las tradiciones budistas: existe el Dhama o luz-ley universal de la realidad, el Buda, revelador de esa luz, y el Sangha o comunidad de monjes iluminados que expresan sobre el mundo el sentido de la realidad original, del nirvana. Aquí encontramos un proceso ternario de despliegue de la realidad sagrada (que asumirán de forma ejemplar algunos grandes pensadores cristianos como K. Barth y K, Rahner, pero no podemos hablar de personas trinitarias).

4. Algunos estudiosos han hablado también de una Trinidad filosófica expresada de múltiples maneras en las tradiciones de occidente. La más conocida es la del neoplatonismo que tiene diversas variantes. Algunos se refieren al Dios-Artífice como causa activa, a la Materia-Preexistente como causa receptiva y al Mundo divino (o las ideas) que brotan de la unión de los momentos anteriores. Otros hablan del Uno como Dios fundante, de la Sophia o Logos, que expresa el sentido más profundo de ese Dios en perspectiva de idea creadora, y del Alma sagrada del mundo. En el fondo de este esquema hallamos la certeza de que la realidad es originalmente un proceso donde todo se encuentra sustentado y vinculado, como vida que se expresa y despliega a sí misma en tres momentos. Hay ciertamente un esquema triádico, no existe Trinidad de personas.

5. En una línea convergente se sitúa la filosofía hegeliana cuando interpreta la Trinidad como expresión de la dialéctica del Espíritu que se revela a sí mismo en un proceso dialéctico de salida y retorno, de antítesis y síntesis. Ser es pensar, diría Hegel; pero pensar es contraponerse: salir de sí, ponerse fuera de sí mismo, en proceso de autodonación que puede entenderse como pérdida de sí y como ganancia (simbólicamente, el Padre entrega su esencia al Hijo, se pierde en él, para así encontrarse). La dualidad sólo alcanza su sentido allí donde se supera la antítesis previa, en retorno entendido como reconciliación del Hijo que vuelve al Padre por el Espíritu; el retorno divino, con la superación de la antítesis, ese es el final del proceso trinitario. Tanto el esquema de despliegue racional como la visión de las personas o momentos de ese despliegue divino resultan valiosas para la teología cristiana. Pero estrictamente hablando, aquí no tenemos Trinidad: no hay personas divinas, no hay verdadera revelación de un Dios trascendente.

6. Pero la Trinidad cristiana tiene algo específico y propio, distinto de todo lo anterior: Es una forma privilegiada de expresar y mantener la experiencia de Jesús, a quien los creyentes confiesan “Hijo de Dios”.

En el fondo, la fe en la Trinidad resulta inseparable de la fe en Jesús y en su Espíritu Santo (es decir, en su Espíritu de Vida). Ciertamente, han existido y siguen existiendo especulaciones trinitarias… y yo mismo he dedicado en mis libros más de mil páginas al tema. Pero lo único que al cristiano se le pide es que pueda decir:

‒ Creo en Dios Padre, creador
‒ Creo en Jesucristo, su hijo, nuestro Señor, que vivió anunciando el Reino de Dios, y que murió por ser fiel a su programa de entrega de amor
‒ Creo en el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que recibimos por Jesús.

Esa es la fe en la Trinidad, una fe vivida más que confesada con palabras… Quien diga así creo por tres veces… confesando de esa forma su fe única en el Cristo, enviado de Dios, fuente y principio del Espíritu Santo tiene fe trinitaria, aunque no diga “yo creo en la Trinidad”.

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La eclosión trinitaria

Esos modelos son significativos, pero no están directamente en el principio de la confesión cristiana, que se identifica con la revelación de Dios en Jesús y con la experiencia del Espíritu Santo. Ciertamente, siguen al fondo las formulaciones religiosas de diversos pueblos y las especulaciones filosóficas de los grandes pensadores, pero el centro de la fe lo constituye una doble afirmación:

(1) Dios se ha revelado plenamente por la vida, muerte y pascua de Jesús, no para negar las revelaciones anteriores (o exteriores) al cristianismo, sino para asumirlas en gesto de absoluto respeto o, mejor dicho, para que la iglesia de Jesús camine con ellas en diálogo evangélico, abierto hacia el misterio de la gratuidad y plenitud de Dios.

(2) Dios está presente por su Espíritu en la Iglesia… es decir, en aquellos que asumen “el espíritu de Jesús” y que siguen su camino

Los cristianos saben que el Cristo a quien veneran como revelación de Dios (es Hijo), no puede separarse de Dios Padre ni del Espíritu Santo, de manera que los tres constituyen un único misterio de adoración y alabanza, en el que recibe su sentido y su camino el mismo camino de la vida de los hombres. Para los cristianos, la Trinidad es experiencia de absoluta Trascendencia (Dios es Padre originario), de total Encarnación (Dios se ha hecho historia y vida humana en Jesús, al servicio de los hombres) y de completa Inmanencia (Dios se ha hecho o, mejor dicho, es Espíritu que define la vida de los creyentes).

Esta experiencia trinitaria de la iglesia, aunque preparada y dispuesta desde siempre, constituye un tipo eclosión. No ha sido un cambio que se va realizando poco a poco, ni es una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo. Ella es como una verdadera mutación.

En un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico propio y, sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, han sentido la necesidad y el gozo de expresar su más honda experiencia de una forma trinitaria.

Por eso, la Trinidad de la que queremos hablar este domingo no es una tríada sacral, más o menos conocida en diversas religiones. Tampoco es un esquema o modelo ternario de tipo filosófico, que de formas distintas se ha venido extendiendo en la cultura occidental desde Platón hasta Hegel, por citar dos nombres clave de la metafísica. La Trinidad de la que hablamos constituye un «misterio de fe», es objeto y tema de una experiencia creyente, que se ha manifestado de un modo especial entre los cristianos.

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