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J. I. González Faus: «Es obligatorio que la Iglesia piense cómo los objetos del culto pueden servir a los pobres» , por Javier Morán

Domingo, 4 de mayo de 2014

obligatorio-iglesiaImagen extraída de: La Nueva España

Voces. Javier Morán. [La Nueva España] El jesuita José Ignacio González Faus, uno de los dos o tres grandes teólogos españoles, advierte de las presiones en las que se mueve el Papa Francisco y defiende que la Iglesia se desprenda de sus bienes en favor de los pobres. González Faus dictó ayer, sábado, la conferencia “De Romero a Francisco, y los pobres de Cristo”, promovida por el Comité Óscar Romero de Asturias. Monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado el 24 de marzo de 1980, después de que denunciase con tenacidad las injusticias de su pueblo. Y aunque antes había sido un mitrado de corte clásico, fue otro asesinato, el del jesuita Rutilio Grande (12 de marzo de 1977), el que acentuó sus denuncias en nombre del Evangelio.

González Faus, nacido en Valencia en 1933, ingresó en la Compañía de Jesús en 1950. Culminó sus estudios teológicos con el doctorado en la Facultad de Innsbruck (Alemania). Ha sido profesor en el Instituto de Teología Fundamental de San Cugat del Vallés (Barcelona), así como en varias universidades latinoamericanas. También fue responsable académico del Centro de Estudios Cristianismo y Justicia de Barcelona. Entre sus libros destacan “La humanidad nueva. Ensayo de cristología” (1974), “Acceso a Jesús” (1979), “Clamor del reino” (1982) y “Proyecto de hermano. Visión creyente del hombre” (1989). Sus últimas obras publicadas han sido “El rostro humano de Dios”, “Otro mundo es posible… desde Jesús”, “Herejías del catolicismo actual” y “El amor en tiempos de cólera… económica”.

-¿Qué es lo que va de Romero a Francisco?

-Lo que tienen ambos en común es la sintonía evangélica con el mundo de hoy. Una mirada al mundo desde los ojos del Evangelio que en Romero supuso su asesinato en El Salvador, y en Francisco, con un magisterio más amplio, supone lo contrario a una mirada puramente ejercida desde el poder religioso, que es la que tiene muchas veces la Iglesia oficial, como si se creyera la voz de Dios y fuera mucho más la de un juez que de un hermano. Y en el tiempo que va entre ambos se ha dado lo que el teólogo Karl Rahner llamó un “invierno eclesial”, es decir, que después del Concilio Vaticano II, por miedo o por la imprudencia de un lado, vino la reacción de la curia, que se supone la tenía más o menos pensada. Yo digo a veces que habíamos metido el Concilio en el congelador y a ver si ahora lo sacamos y lo ponemos un poco al baño María para que vuelva. Quizá la gran promesa de Francisco sea que saquemos la mirada evangélica del congelador.

modelo-mendigo-e1351374118361-¿Usted acaba de pedir en una carta al Papa que la Iglesia enajene bienes de culto para dárselos a los pobres?

-En esa carta no hago nada más que citar unas frases de Juan Pablo II cuando dijo que en tiempos de crisis es quizás obligatorio que la Iglesia piense en cómo los objetos del culto divino pueden servir a los pobres. Lo único que digo es que, si se hace así, se dará más culto a Dios que teniéndolos metidos donde sea.

-Hay quienes califican esas propuestas de demagógicas, porque ¿a quién se le vendería, por ejemplo, la custodia del Corpus de Toledo?

-No hablo nunca de vender, sino de enajenar, que es una palabra suficientemente vaga, y digo incluso en esa carta que se nombre a un grupo de expertos en economía que estudie a ver si con eso se puede hacer algo. A lo mejor el ejemplo de la custodia de Toledo no está bien puesto, pero hay infinidad de otras cosas, como cálices de oro y otros objetos. Lo que me hubiera gustado es ver en la Iglesia esa preocupación y, como no la he visto, pienso que si Francisco moviera a nuestros obispos y les recordara lo que dijo Juan Pablo II la Iglesia daría un ejemplo y mejor culto a Dios que teniendo esos objetos guardados en una vitrina.

-Al igual que recuerda esa frase de Juan Pablo II, usted suele citar la tradición de la Iglesia y los errores que cometió, por ejemplo, en el libro “La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico”.

-También es algo que le debo a Rahner, es decir, que no descuidemos la tradición de la Iglesia porque, además de tener algunos aspectos muy lamentables, tiene unas riquezas enormes. Me he metido en la tradición de la Iglesia y creo que su fuente original, el Evangelio, es la que debe motivar a la Iglesia, y no el progresismo actual ni cosas de ésas. También me da cierto miedo que las generaciones que nos siguen, por no saber latín o por ser de otra época, crean que el mundo empieza con ellos o que la tradición de la Iglesia se reduce al siglo XIX. Pero ésa no es la tradición y me gustaría abogar por volver a lo mejor del cristianismo original.

-Con la tradición en la mano, ¿se puede ser crítico respecto a la Iglesia del presente?

-Se debe ser porque es evidente que la Iglesia se equivocó muchas veces, lo que pasa es que tal vez esos errores se pueden contextualizar y decir que en su tiempo no fue un error tan grande. Pero lo terrible es que cuando una medida discutible se acepta luego se le quiera convertir en palabra de Dios. Pongo el ejemplo de los Estados Pontificios. No sé si entre Carlomagno y el Papa Adriano I estuvo bien o mal darle un poder político a la Iglesia. Lo veo oscuro, pero en aquella época era todo muy oscuro. Lo que no entiendo es que diez siglos después, cuando Italia se quiere unificar, Pío IX diga que los Estados Pontificios no son suyos, sino de Dios, y que por ello no puede cederlos. Eso no tuvo sentido. Puede que en el siglo IX fuera una medida de excepción, pero en el siglo XIX no tenía ningún sentido y hubo que quitarlo a la fuerza, por desgracia.

-En sus críticas a la Iglesia o en sus escritos ¿ha recibido alguna censura de la Santa Sede?

-Sí he tenido alguna, pero no ha llegado la sangre al río. Y en parte también porque mis superiores jesuitas se han portado muy bien conmigo, incluso en la curia general de la Compañía en Roma.

Apelando también a la tradición, varios cardenales se han manifestado contra la solución propuesta por el cardenal Kasper para los divorciados vueltos a casar y que consiste en darles una segunda oportunidad para que puedan acceder al sacramento de la confesión y de la eucaristía. ¿De qué parte está usted?

-Dicho así es como preguntar si uno es del Barça o del Madrid, pero comparto la visión de Kasper, y los que se han manifestado en contra son tres o cuatro cardenales, que tampoco son muchos. Sí que me extraña que se haya opuesto el cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, porque le he leído recientemente una cosa sobre la Teología de la Liberación, en el libro publicado con Gustavo Gutiérrez, que es de lo mejor y más lúcido que se ha escrito. Me he preguntado si, en el caso de que en 1984 hubiera estado Müller en el puesto de Ratzinger, habría salido aquel documento no tan afortunado sobre la Teología de la Liberación. En cuanto a que esos cardenales apelen a la tradición frente a la idea de Kasper está muy bien, pero ya en los Evangelios se nota que la misma tradición de Jesús tiene aplicaciones y excepciones. Por ejemplo, en la cláusula que pone San Mateo, cuando dice que es adúltero quien repudia a su mujer, salvo en caso de “porneía”. Ésta es una palabra que se puede traducir por “prostitución” o por “unión ilegal”. Pero, además de ser difícil su traducción, es casi seguro que esa salvedad no la dijo Jesús, sino que la introdujo el autor del Evangelio para aplicar a su tiempo las palabras del maestro.

-¿Y la segunda oportunidad que dan los ortodoxos?

-Más tarde, la Iglesia ortodoxa estableció lo que se llama “disciplina de la misericordia”. Es evidente que el matrimonio debe tender a expresar la totalidad y la fidelidad entre las personas y que no tiene vuelta atrás el amor de Dios, pero igual que un cura puede fallar en su vocación, puede haber un error, puede fallar algo en el matrimonio. Entonces, cuando se produce el error, la Iglesia ortodoxa dice que cabe una “disciplina de misericordia”. Apelando a la tradición, el Concilio de Trento no quiso condenar a las iglesias ortodoxas por seguir esa “disciplina de misericordia”, y como mucho dice que la Iglesia católica no hace mal si no la sigue. No aplicar la misericordia podía no ser malo en tiempos de Trento, pero sí que puede hacer mal en el presente.

-Usted ha dicho que al Papa Francisco lo rodean “los fariseos y los herodianos”.

-”Fariseos y herodianos” es una expresión del Evangelio de San Marcos que narra el hecho de que hubo una conducta de Jesús que molestó y a partir de ahí fariseos y herodianos se pusieron de acuerdo para acabar con él. Tomé esa expresión porque los fariseos y los herodianos no se podían ver en aquellos tiempos, pero a la hora de tener un enemigo común resultó que se sintieron unidos. No sé quiénes son hoy los fariseos y los herodianos, si la CIA, si el KGB, si la mafia, si la curia romana… No lo sé, pero sí parece que hay algo que en estos momentos está creando una resistencia a Francisco. De hecho, un hombre tan institucional como Andrea Riccardi, fundador de las comunidades de San Egidio, acaba de hacer unas declaraciones diciendo que cuidado, porque el Papa está teniendo unas resistencias muy fuertes.

-Antes se ha referido a la Teología de la Liberación. A iniciativa de Müller, Francisco recibió a su creador, Gustavo Gutiérrez. ¿Está cambiando algo al respecto y hay que hacerla, aunque sea sin nombrarla?

-Eso ya lo decía Gustavo Gutiérrez: si no quieren utilizar la expresión, que no la utilicen, pero hay que pensar desde Dios la situación de este mundo de hambre, de miseria, de pobres, de enormes diferencias. Se le puede llamar como queramos, pero está claro que eso es contrario a la voluntad de Dios. Lo mejor de Müller no es que consiguiera una audiencia de Gustavo Gutiérrez, que, por otro lado, se la merece porque ha sido un hombre fiel que nunca ha querido romper con la Iglesia y es de los hombres que yo canonizaría rápidamente. Lo mejor de Müller es ese libro que he mencionado y que escribieron entre los dos. En el capítulo cuarto hay una comprensión tan profunda por parte de Müller sobre lo que es la Teología de la Liberación que ya convendría que la leyeran todos esos que creen que es marxismo recalentado y todos esos eslóganes que vienen de Wall Street.

-Con Francisco, los jesuitas están en palmitas: el Papa canonizará a Fabro y Anchieta, visitó la tumba del padre Arrupe y concedió la célebre entrevista a las revistas de la Compañía. ¿Es bueno o es malo?

-No me gusta estar en palmitas. Comprendo que este Papa es jesuita y, por ejemplo, puede tener una gran devoción al padre Arrupe. Ése es un nivel de su existencia personal, pero una vez que es Papa hasta cierto punto ya no es jesuita para el resto de la gente, sino que es el hermano Francisco, sucesor de Pedro, y nada más. Por lo que toca a los jesuitas, tenemos de todo: algunos estarán contentos con Francisco, pero yo sé que también hay jesuitas que no acaban de entender a Francisco. No sé quién dijo una vez que lo mejor que tenemos hoy en la Compañía es que somos la orden más dispar y ya no nos peleamos, porque cuando yo era joven nos estuvimos peleando mucho tiempo, pero hemos aprendido a convivir.

Fuente Cristianismo y Justicia

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